Capítulo XIV
El verdadero significado del Génesis


listáis desarrollando un agudo sentido de la comprensión de los verdaderos valores de los números y de su representación en las formas de energía y los símbolos universales.

 

No obstante, creemos que antes de que os podáis formar un concepto sobre la perspectiva de Sirio, de la geometría sagrada y su presencia en los modelos elementales del universo, es necesario que tengáis un dominio elemental de la comprensión del número y la forma arquetípica, por cuanto en ellos se encuentran los elementos fundamentales de toda la creación.

 

Nos hemos referido a ellos repetidamente a lo largo de estas transmisiones:

  • el Uno

  • el dos de la dualidad y el reflejo

  • la triangulación

  • los cuatro puntos de la cruz

Sin embargo, el impacto de dichos ejemplos es únicamente tan profundo como lo es vuestra comprensión de las energías que revelan.


A medida que os fascináis con los aspectos vibratorios del número, aumentáis vuestra conciencia de todo lo que os rodea; y estáis siendo activados para que lo hagáis en muchos niveles. Esta creciente comprensión de la forma y ecuación de Sirio se refleja en la geometría hiperdimensional de vuestras «matemáticas fractales», recientemente descubiertas, que os hacen sobrepasar las limitaciones de los planos euclidianos y la estructura tridimensional.

 

Se encuentran en vuestra conciencia de las estrellas y su dinámica espacial, en vuestros gráficos computarizados de las estructuras multidimensionales y en vuestra comprensión, cada vez mayor, del lenguaje galáctico de la geometría sagrada. Las proyectamos en vuestro plano de la Tierra en los jeroglíficos de las cosechas, esas formas hiperdimensionales de energía y, desde luego, a través de los instrumentos que pueden poner en palabras el lenguaje del símbolo y la forma.


La numerología de la creación consiste en matemáticas simples y elementales; la geometría sagrada reproduce la explosión de la vida y toda la conciencia en el universo. Es tan fundamentalmente simple que, en vuestra búsqueda de entender la grandeza del Ser Supremo y el diseño universal de la inteligencia, a lo mejor habéis pasado por alto lo obvio.

 

Es vuestro pasado y futuro —el no-tiempo, el Todo-lo-que-es—, y deseamos recordaros que en los símbolos y tradiciones orales de la historia humana, en vuestra arquitectura, música y arte, se encuentran las mismas configuraciones y fórmulas geométricas que mensajeros tales como los nuestros están transmitiendo actualmente desde las dimensiones «más elevadas».

 

Sin embargo, el que creáis que somos la única fuente de sabiduría no sólo os deshonra, sino que, una vez más, crea una estructura exotérica (en vuestro exterior) a la cual acudís en búsqueda de respuestas y poder. Eso limita vuestra visión, pues la sabiduría siempre ha estado a vuestro alcance, enlazada en vuestra experiencia: está escrita en vuestros grandes libros; se halla esculpida en las paredes de los templos; está pintada en las cuevas. La encontraréis esculpida en las rocas y enterrada bajo las aguas de vuestros océanos más profundos: vuestros recuerdos subconscientes.

 

Es la arquitectura de vuestro propio ser.

 

La mayoría de vosotros, sencillamente, no habéis descifrado nunca los verdaderos significados de vuestras grandes obras, ni tampoco habéis investigado con miras a encontrar o explorar los textos ocultos, por motivos que hemos tratado en otros momentos.
 

Entonces, nosotros, los Emisarios del Sumo Consejo, tenemos el firme propósito de estimular vuestra curiosidad y retar vuestras ideas preconcebidas, de modo que lleguéis a la Fuente directamente, sin desviaciones. Os animamos a examinar lo profundo, a desentrañar los misterios y a buscar la verdad, en vez de tan sólo absorber nuestros pensamientos y adoptar nuestras visiones. Deseamos homenajearos y celebraros, y ayudar (sin intervenir) en vuestro despertar. Nuestro deseo es que despertéis a vuestra propia grandeza.


Con este entendimiento, la declaración de nuestras intenciones, ahora deseamos vivamente poner al descubierto para vosotros los significados universales —la Sabiduría Secreta— ocultos en los Siete Días del Génesis, tal como se relatan en el Antiguo Testamento de vuestra Biblia. Cuando abordáis el material de vuestra Biblia con la intención de descifrarlo, halláis pistas acerca del origen de la vida que están contenidas en el lenguaje común de las numerosas traducciones de sus textos. Los significados, entonces, cambian aún más radicalmente.

 

Al aplicar la conciencia siriana de forma y número a las sagradas escrituras, aflora una interpretación nueva. Muchas de las referencias que se han hecho en nuestros escritos encuentran una nueva confirmación, validada por medio de vuestra mayor comprensión de su representación en la forma y el número.


Puede que os sorprendáis, que os mostréis escépticos incluso, al enteraros de la Sabiduría Secreta de numerología, forma y ecuación que se encuentra velada en las presentaciones tradicionales de los pasajes del Génesis. Lo sabemos. Nos aventuramos en terreno peligroso al reinterpretar el Libro Sagrado, pues éste es vuestro legado religioso y posiblemente sintáis que tenéis que defender las obras sagradas e intocables.

 

Os pedimos que confiéis en nuestra intención y que os unáis a nosotros para emprender el más exquisito viaje por las bien conocidas y transitadas tierras de la interpretación, que revelan para vosotros el conocimiento esotérico contenido allí, en los Siete Días del Génesis: la creación del mundo.

 

 

El primer día

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas.

 

Dijo Dios:

«Haya luz», y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche».

 

Y atardeció y amaneció: día primero1.

1 Los pasajes de la Biblia citados en este capítulo han sido tomados de la Nueva Biblia de Jerusalén (CD-ROM), Editorial Desdée de Brower, Bilbao, 1999.


El Uno es el número del Creador Original. Es el iniciador, el impulso, la vibración primaria. En vuestros escritos antiguos, en los jeroglíficos y en los rituales sagrados de los pueblos indígenas, la representación bidimensional del universo aparece constantemente como el círculo cuyo «límite» es equidistante a un punto central: la conciencia primaria a partir de la cual se ha creado o definido ese mismo círculo o universo.

 

Desde el mándala trascendente de las religiones orientales, los indios americanos y otros pueblos indígenas, hasta la estéril mecánica del compás, el punto central es esa primera experiencia necesaria de lo que puede definirse como una circunferencia. Es la semilla de la conciencia en expansión, la esencia divina de luz radiante.


Considerad los elementos específicos del significado oculto o intercalado en este pasaje, el primer día del Génesis, en tanto que representan las cualidades vibratorias de la física cuántica, del número y de la forma:

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo...

Se sobrentiende que Dios (la conciencia) es el que crea e impregna todas las cosas, incluyendo la «oscuridad», que siempre os han enseñado a temer y negar.

... y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas.

Para describir la conciencia, el creador de todas las realidades, se la asocia con el movimiento de las ondas, una expresión de la energía experimentada en los océanos, principalmente en la superficie. Por lo tanto, se sobreentiende que el pensamiento —las emanaciones de la conciencia— se mueve en ondas, y ésta es una clave acerca de la teoría cuántica de la mecánica vibratoria.


Dijo Dios:

«Haya luz», y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche».

En esta etapa se introducen las ondas de luz y de sonido. Dado que son «pronunciadas» por Dios, ellas también son emanaciones de la conciencia. Por lo tanto, las ondas de sonido y de luz son proyecciones de la conciencia: el «primer motor» de todo aquello que compone el universo.


El segundo día

Por medio de los elementos gráficos del círculo se os muestra que Dios puede ser descrito como conciencia que irradia desde el centro hacia fuera. De modo que si Dios se ve como «masculino» en vuestra historia religiosa y en la Sabiduría Secreta, ello se atribuye al hecho de que dicha fuerza de movimiento radiante es activa, el proceso yang.

 

Tened cuidado de no confundir estas energías con la diferenciación de sexo, pues lo masculino y lo femenino son los arquetipos absolutos de toda la existencia. Os vendría bien hacer las paces en esa continua guerra de los sexos que ha dominado vuestra experiencia como seres humanos desde los tiempos de vuestra siembra.

 

No hay nada en la Sabiduría Secreta que considere a lo «masculino» superior a lo «femenino», lo cual surge cuando la esencia divina, o conciencia primaria, se divide en dos.

Dijo Dios:

«Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras.»

 

E hizo Dios el firmamento, y apartó las aguas de por debajo del firmamento de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. Y llamó Dios al firmamento «cielo».

 

Y atardeció y amaneció: día segundo.

El día dos del Génesis describe la división de la totalidad, la separación del Todo-lo-que-es en dos mitades iguales; la conciencia que se polariza en dos aspectos complementarios.

 

Desde el momento de la separación, la división de la totalidad, los polos opuestos buscan reunirse y regresar al Uno, y ésa es la tensión dinámica inherente a toda la realidad material. Aquí se introduce el concepto del reflejo (el espejo) y la separación. Por medio de la subdivisión, la conciencia —la fuerza fundamental creadora de toda la existencia— crea la polaridad: la atracción y repulsión esenciales para la manifestación.

 

Ello caracteriza la dinámica electromagnética: el símbolo de la polaridad masculino-femenino.

 


El tercer día

Dijo Dios:

«Acumúlense las aguas de por debajo del firmamento en un solo conjunto, y déjese ver lo seco»; y así fue. Y llamó Dios a lo seco «tierra», y al conjunto de las aguas lo llamó «mar»; y vio Dios que estaba bien. (...)

 

Y atardeció y amaneció: día tercero.

El día tres del Génesis revela un tercer elemento: la «tierra seca», de modo que ahora los aspectos de la existencia son «el cielo», «las aguas» y la «tierra». Vosotros conocéis la representación geométrica de esta configuración, el triángulo, que constituye la base de la geometría euclidiana, pues es recién cuando aparecen tres elementos que percibís la forma geométrica en ese sistema matemático.

 

Compuesto del cielo, el agua y la tierra, el tres aparece en vuestras enseñanzas espirituales como la unidad fundamental: la Santísima Trinidad. Es el padre, la madre y el niño; el espermatozoide, el óvulo y el feto. Es una expresión, por demás extraordinaria, de las fuerzas creativas de la experiencia de la vida. Más significativo aún: es el elemento que surge de la polaridad y que luego busca conciliar la separación de la totalidad.


Considerad la recurrencia de la Trinidad en la religión, el arte y las ciencias del comportamiento humano, y las repercusiones de una relación de semejante dinamismo.

 

Al investigar los patrones en el modelo —«el conjunto»—, podéis relacionar el significado del tercer día con el triángulo arquetípico.


Una vez que hayáis comprendido la interrelación de esas vibraciones —la atracción de la electricidad (conciencia activa) hacia su opuesto, el magnetismo (receptividad subconsciente)— realmente entenderéis el significado esotérico de la Trinidad, la dinámica de las fuerzas en interacción y la explosión creativa de su unión.

 

La «tierra» simboliza la cristalización de esa interacción en la materia; es la forma que surge, es la nueva vida.

 


El cuarto día

Dijo Dios:

«Haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y sirvan de señales para solemnidades, días y años; y sirvan de luceros en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra.»

 

Y así fue. Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para regir el día, y el lucero pequeño para regir la noche, y las estrellas; y los puso Dios en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra, y regir el día y la noche, y para apartar la luz de ¡a oscuridad; y vio Dios que estaba bien.

 

Y atardeció y amaneció: día cuarto.

El día cuatro del mito del Génesis proporciona una abundancia de conocimiento con respecto a la naturaleza cíclica de la realidad física, representada por el nacimiento de la nueva forma: la tierra.

 

Este texto es rico en significado, como sois claramente conscientes, dada la importancia que tiene la cuarta vibración en toda la sabiduría esotérica y en vuestra propia experiencia como seres físicos en la Tierra.


La naturaleza cíclica de la vida en la Tierra está determinada por la interdependencia del Sol y la Luna, descritos en el pasaje como «los dos luceros mayores». El Sol, la luz mayor, se convierte en el punto central alrededor del cual gira la Tierra; la Luna, la luz menor, gira alrededor de la Tierra, delimitando aun otro universo. Si hemos de seguir el modelo anterior del punto y el círculo —Dios y el universo—, podemos deducir que el Sol se convirtió en la deidad de la Tierra.

 

La Luna, que órbita alrededor de la Tierra, delimita otro universo aun, y su deidad es Gaia, la Diosa. Esto es así a lo largo y a lo ancho de los cielos, tal como se refleja desde las partículas subatómicas de vuestro ser hasta cada una de las células y por todo vuestro cuerpo.


El texto describe la demarcación de los días con la aparición de la luz del Sol y la luz de la Luna, las cuales gobiernan el día y la noche y que, combinadas, establecen el marco de tiempo de un día: la rotación completa de la Tierra sobre su eje. Las cuatro estaciones marcan la rotación completa de la Tierra alrededor del Sol: la medida cíclica de un año terrestre.


El cuatro añade volumen a la forma matemática, y trae el elementó de profundidad a la geometría euclidiana. A partir del simple triángulo bidimensional, ahora podéis construir la forma tridimensional del tetraedro, el cual se identifica en vuestra ciencia como la estructura central sobre la que se construyen los átomos, las moléculas y otras formas de vida.


Hay cuatro elementos en la Tierra (aire-fuego-agua-tierra); cuatro direcciones (del plano horizontal); cuatro estaciones señalan vuestra rotación alrededor del Sol; cuatro son las fases de la Luna. La estabilidad y orden de la vibración del cuatro os refleja en todas partes la naturaleza misma de la vida física en vuestro planeta y las energías primordiales que constituyen la materia.

 

De tal modo que, al referirse a los dos luceros (el Sol y la Luna), el cuarto día del Génesis da cuenta de las fuerzas que secundan la naturaleza cíclica de la vida, los ritmos de Gaia, los patrones de generación y regeneración como aspectos del Sol y la Luna: las personificaciones físicas de la subdivisión primordial de la conciencia de Dios.

 


El quinto día

Dijo Dios:

«Bullan las aguas de animales vivientes, y aves revoloteen sobre la tierra frente al firmamento celeste.»

 

Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo animal viviente que repta y que hacen bullir las aguas según sus especies, y todas las aves aladas según sus especies; y vio Dios que estaba bien; y los bendijo Dios diciendo:

«Sed fecundos y multiplicaos, y henchid las aguas de los mares, y las aves crezcan en la tierra.»

 

Y atardeció y amaneció: día quinto.

El cinco, la representación numérica del pentágono y su pentagrama interior (la estrella de cinco puntas), es la forma geométrica predominante en los seres vivientes, manifestada en el cuerpo de la mayoría de los animales y en la forma humana. Representa la fuerza vital, la capacidad regeneradora de la conciencia, la cual infunde vida en los elementos que componen las cosas vivas. Os están diciendo cómo la conciencia, el «primer motor», activa los elementos para crear la vida.

 

Nuevamente es la voz de Dios (la voluntad consciente) lo que activa el proceso.

 


El sexto día

Y dijo Dios:

«Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves del cielo, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todos los reptiles que reptan por la tierra.»

 

Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó. Y los bendijo Dios con estas palabras:

«Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra.»

 

Dijo Dios:

«Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la faz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; os servirá de alimento. Y a todo animal terrestre, y a toda ave del cielo y a todos los reptiles de la tierra, a todo ser animado de vida, les doy la hierba verde como alimento.»

 

Y así fue. Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Y atardeció y amaneció: día sexto.

Se encuentran tantas claves de la Sabiduría en este relato del sexto día del Génesis, que se podría dedicar un volumen entero únicamente a este pasaje. Procurando extraer del texto las claves más destacadas, os invitamos a contemplar la frase inicial.

Y dijo Dios:

«Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves del cielo, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todos los reptiles que reptan por la tierra.»

¿No os parece significativo que nunca nadie se haya referido al uso contradictorio del lenguaje en esta declaración de Dios, quien se alude a sí mismo como «nosotros», y al hombre como «ellos»?

 

Sugerimos que el uso de los pronombres plurales en cada caso generan los símbolos lingüísticos codificados destinados a desencadenar en vosotros esta comprensión: que toda la conciencia son ondas de pensamiento que atraviesan la totalidad, y que la totalidad, el Todo-lo-que-es, se reconoce a sí misma como un mar interminable de vibración y frecuencia infinitas.


Habéis creído siempre en un Padre divino de forma humana, porque el término «a nuestra imagen» se ha malinterpretado desde las primeras lecturas de los textos sagrados. En muchas culturas y a lo largo del tiempo, los adeptos de la Sabiduría Secreta os han enseñado el significado del axioma «como es arriba, es abajo», cuya representación en forma de diagrama es la estrella de seis puntas.

 

Os hemos mostrado a Dios como la conciencia primaria que irradia desde el centro; nos referiremos a ese concepto como el «macrocosmos». Sugerimos que el microcosmos —la chispa de luz que constituye vuestro centro— también irradia por todo vuestro ser, el cual es un universo en todos sus aspectos tanto como lo es la totalidad macrocósmica.

 

Este reflejo es lo que expresa «a imagen de Dios» en las palabras del texto sagrado.

Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó.

Leed más allá del significado obvio: que Dios creó a los hombres y a las mujeres. El significado esotérico de esta frase es mucho más profundo en cuanto a su alcance e intención, pues describe al Todo-lo-que-es, la totalidad, como el recipiente de ambos elementos del yang y el yin, tal como lo es el hombre (la conciencia manifestada).

 

En el estudio de la sabiduría, se os orienta a eliminar el sexo de vuestra comprensión de la terminología de «masculino-femenino», y a reconocerla como el modelo lingüístico de todos los polos opuestos que comprenden la realidad.

 

Cada ser humano, por ende, es una unidad de conciencia electromagnética, yang-yin, masculino-femenino.

Y los bendijo Dios con estas palabras:

«Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en ¡as aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra.»

Siguiendo la comparación de Dios como macrocosmos, y el hombre/mujer como microcosmos, sugerimos que el concepto de «henchir» la Tierra se refiere a infundir en la materia la luz de la conciencia —«sometedla»—, y que uno debe iluminar el ser inferior o denso para que el humano (el aspecto microcósmico de la esencia divina) regrese a la Fuente.

 

Es el dominio sobre el yo animal, ésa es la tarea que Dios (el macrocosmos) le pide al hombre (el microcosmos).


La alusión a la supremacía del hombre sobre los arquetipos animales del mar, aire y tierra («las aguas, el cielo y lo seco») tiene dos aspectos: primero, que el propósito del hombre como co-creador es trascender el yo animal, y segundo, que al infundir luz en los elementos de la materia a nivel celular logra ese propósito.

Dijo Dios:

«Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la faz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; os servirá de alimento.»

Aquí, en el sexto día del Génesis, se os concede la clave para el cumplimiento de ese cometido, el despertar del cuerpo de luz: la ascensión desde la densidad de la materia («la tierra» del cuerpo físico) hasta la luz. En enseñanzas anteriores, os hemos mostrado que ese proceso requiere llevar luz a las células de vuestro cuerpo, pues cada célula es un universo en sí mismo, una esencia divina por derecho propio.

 

También lo es la semilla, la fuerza divina y centro del fruto, el centro radiante de su universo.

 

Allí yace oculto el gran secreto de la fuerza vital y el fuego creativo que se encuentra en la semilla, y debería ofreceros claridad en cuanto a su potencia como fuente alimenticia.

... servirá de alimento.

En este punto, después de nuestras numerosas referencias a la importancia de eliminar la carne de vuestras dietas, confiamos en que entendéis que los alimentos vegetales llevan luz a las células, en tanto que la carne animal aumenta la densidad y la oscuridad.
 


El séptimo día

Concluyéronse, pues, el cielo y la tierra y todo su aparato, y dio por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en él cesó Dios de toda la obra creadora que Dios había hecho.


El número siete es indefinible y elude la forma; una rareza geométrica que no se ciñe a la progresión natural de la forma y las configuraciones que constituyen la geometría de la materia, como las hemos encontrado hasta el sexto día. No obstante, el siete se ha honrado desde siempre como el más místico de todos los números, pues corresponde a las siete direcciones, los siete días, los siete chakras, los rayos, e innumerables otros sistemas que reflejan inevitablemente el aspecto etéreo del número.

 

Es espectro, prisma y tono: niveles, capas y aspectos. El siete es el sabbat, el día de descanso y santa reflexión; un punto de referencia numerológico muy sagrado en muchos de vuestros libros sacros y en la tradición.

 

¿Existe una conexión entre esa excentricidad, esa forma intangible, y sus connotaciones místicas?


Tened en cuenta que el siete geométrico, el heptágono, sencillamente no aparece de manera natural en el mundo de la materia densa. No está presente en la estructura de la hoja, de la célula, del cristal ni de la gota de rocío. Sin embargo, siete son los colores del arco iris; las notas de la escala musical; los centros de energía del sistema de chakras. ¿Es éste, el séptimo día de reposo, un símbolo de la conciencia que manifiesta su dimensionalidad más alta, el momento de «soñar» de Dios, quizás?


El día siete del Génesis describe a Dios «descansando» de su labor:

«... porque en él cesó Dios de toda la obra creadora que Dios había hecho.»

El empleo del término «había hecho» es deliberado, por cuanto desea demarcar la obra de manifestación consciente de la materia, la cual queda concluida en el día seis de los textos. ¿Podría ser que en el día siete os muestra cómo Dios (la conciencia) expresa «su» diversidad y su inconmensurable sabiduría en la investigación de su propio yo más elevado?

 

El siete, en verdad, pertenece al reino del color, la música y la espiritualidad, por cuanto constituye la medida del arco iris, la escala diatónica y los chakras, y aparece como un reflejo de la creatividad divina que atrae la materia hacia arriba. A semejanza de los Dioses del Olimpo, arrullados por el rasgueo de las siete cuerdas de la lira, Dios descansa disminuyendo la velocidad de su frecuencia.

 

Cuando lo hace, aparece el espectro visible (el arco iris). La música, el reflejo armonioso del sonido, baila a través de las siete notas de la escala, y la Música de las Esferas resuena en todo el universo. En el séptimo día, Dios, el artista, establece la base para vuestra evolución más allá de la materia, representada en las ruedas de luz de los chakras, la energía y la vibración: la divinidad que se proyecta en búsqueda de un ideal, la inspiración del alma.

 

¿Recordáis la séptima dirección? Imaginad que Dios va a su interior —el Creador Supremo se explora a «sí mismo»— y tal vez develaréis el significado más profundo del día de «descanso y buenaventura».


Entonces entenderéis la magia del séptimo día.

 

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