PARÍS
I
La catedral de París, como la mayoría de las basílicas
metropolitanas, está colocada bajo la advocación de la bendita
Virgen María o Virgen-Madre. En Francia, el vulgo llama a estas
iglesias las Nótre-Dame. En Sicilia, llevan un nombre todavía más
expresivo: Matrices. Son, pues, templos dedicados a la Madre (en
latín, mater, matris), a la Matrona en el sentido primitivo, palabra
que, por corrupción, se ha convertido en Madona (ital. ma donna), mi
Señora y, por extensión, Nuestra Señora.
Franqueemos la verja y empecemos el estudio de la fachada por el
gran pórtico, llamado pórtico central o del Juicio.
El pilar central, que separa en dos el vano de la entrada, ofrece
una serie de representaciones
alegóricas de las ciencias medievales. De cara a la plaza -y en
lugar de honor- aparece la alquimia
representada por una mujer cuya frente toca las nubes. Sentada en un
trono, lleva un cetro
símbolo de soberanía-en la mano izquierda, mientras sostiene dos
libros con la derecha, uno
cerrado (esoterismo) y el otro abierto (exoterismo). Entre sus
rodillas y apoyada sobre su pecho,
yérguese la escala de nueve peldaños -scala philosophorum -,
jeroglífico de la paciencia que deben
tener sus fieles en el curso de las nueve operaciones sucesivas de
la labor hermética (lámina II).
«La
paciencia es la escala de los Filósofos -nos dice Valois (1)-y la
humildad es la puerta de su jardín;
pues a todos aquellos que perseveren sin orgullo y sin envidia, Dios
les tendrá misericordia.»
(1)
Obras de NicolÁs Grospanny y Nicolas Valois. Maus. bibliot. de
l’Arsenal, n.- 2.516 (166
S.A.F.), pág. 176
Tal es el título del capítulo filosofar de este mutus Liber que es
el templo gótico; el frontispicio de esta Biblia oculta y de macizas
hojas de piedra; la huella, el sello de la Gran Obra cristiana. No
podía hallarse mejor situado que en el umbral mismo de la entrada
principal.
Así, la catedral se nos presenta fundada en la ciencia alquímica,
investigadora de las transformaciones de la sustancia original, de
la Materia elemental (lat. materea,-raíz mater, madre). Pues la
Virgen-Madre, despojada de su velo simbólico, no es más que la
personificación de la sustancia primitiva que empleó, para realizar
sus designios, el Principio creador de todo lo que existe. Tal es el
sentido, por lo demás luminosísimo, de la singular epístola que se
lee en la misa de Inmaculada Concepción de la Virgen, cuyo texto
transcribimos:
«El Señor me tuvo consigo al principio de sus obras, desde el
comienzo, antes que criase cosa alguna. Desde la eternidad fui
predestinada, y antes que fuese hecha la tierra. Aún no existían los
abismos, y yo había sido ya concebida. Aún no habían brotado las
fuentes de las aguas; aún no estaba asentada la pesada mole de los
montes; antes de que hubiese collados yo había ya nacido.
Aún no había hecho la tierra, ni los ríos, ni los ejes del globo de
la tierra. Cuando Él extendía los
cielos, estaba yo con El; cuando con ley fija y valla encerraba los
abismos; cuando arriba
consolidaba el firmamento, y ponía en equilibrio los manantiales de
las aguas; cuando circunscribía
al mar en sus términos, y ponía ley a sus olas para que no
traspasasen sus linderos; cuando asentaba
los cimientos de la tierra, con Él estaba yo concertándolo todo.»
Trátase aquí, visiblemente, de la esencia misma de las cosas. Y, en
efecto, nos enseña la
Letanía que la Virgen es el
Vaso que contiene el Espítitu de las cosas.- Vas spirituale.
«Sobre una mesa, a la altura del pecho de los Magos –nos dice
Etteilla (2)-, estaban, a un lado, un
libro o una serie de
hojas o de láminas de oro (el libro de Thot), y, al otro, un vaso
lleno de un licor celeste-astral,
compuesto de un tercio
de miel silvestre, una parte de agua de la tierra y una parte de
agua del cielo... El secreto, el
misterio, estaba, pues, en el
vaso.»
Esta Virgen singular -Virgo singularis, como la llama expresamente
la Iglesia -es, además,
glorificada mediante epítetos que denotan con bastante claridad su
origen positivo. ¿Acaso no se la
llama también palmera de Paciencia (Palmapatientiae), Lirio entre
espinas (3) (Lirium inter spina
), Mie1 simbólica de Sansón, Vellón de Gedeón, Rosa Mística, puerta
del Cielo, Casa de Oro,
etc.?
(2) Etteilla, Le Denier du Pauvre, en las Sept nuances de I’Oeuvre
philosophique, s. 1. n. E (1786), pág. 57.
(3) Es el tftulo de unos célebres mans. alquímicos de Agrícola y de
Ticinensis. Véase bibliot. de Rennes (159), de Bordeaux (533), de
Lyon (154). y de Cambrai (919).
Los mismos textos llaman también a María Sede de 1ª Sabidutía,
lo cual equivale a Tema de
la Ciencia hermética, del saber universal. En el simbolismo de los
metales planetarios, es la Luna, que recibe los rayos del sol y los
conserva secretamente en su seno. Es la dispensadora de la sustancia
pasiva, a la cual anima el espíritu solar. María, Virgen y Madre,
representa, pues, la forma; Elías, el sol, Dios Padre, es emblema
del espíritu vital. De la unión de estos dos principios resulta la
materia viva, sometida a las vicisitudes de las leyes de mutación y
de continuidad.
Y surge entonces Jesús, el espíritu encamado, el fuego que toma
cuerpo en las cosas, tal como las conocemos aquí abajo:
Y EL VERBO SE HIZO CARNE, Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS
Por otra parte, la Biblia nos dice que María, madre de Jesús, era de
la rama de Jesé. Ahora
bien, la palabra hebrea Jes significa el fuego, el sol, la
divinidad. Ser de la rama de Jesé equivale, pues, a ser de la
raza del sol, del fuego. Como la materia tiene su origen en el fuego
solar, tal como acabamos de ver, el mismo nombre de Jesús se nos
presenta en su esplendor original y divino: fuego, sol, Dios.
Por último, en el Ave Regina, la Virgen es adecuadamente llamada
Raíz (Salve, radix), para
señalar que es principio y comienzo del Todo. «Salve, raíz por la
cual la Luz ha brillado sobre el
mundo.»
Tales son las reflexiones que sugiere el expresivo bajo relieve que
acoge al visitante bajo el pórtico de la basílica. La Filosofía
hermética, la antigua Espagírica, le dan la bienvenida en la iglesia
gótica, en el templo alquímico por excelencia. Pues la catedral
entera no es más que una glorificación muda, pero gráfica, de la
antigua ciencia de Hermes, de la que, por otra parte, ha sabido
conservar a uno de los antiguos artífices. Nótre-Dame de París
guarda, en efecto, su alquimista.
Si, impulsados por la curiosidad, o para distraer el ocio de un día
de verano, ascendéis por la escalera de caracol que conduce a las
partes altas del edificio, recorred despacio el camino, trazado como
una atarjea, que se abre en lo alto de la segunda galería. Al llegar
cerca del eje medial del majestuoso edificio, percibiréis, en el
ángulo entrante de la torre septentrional, en medio de un cortejo de
quimeras, el impresionante relieve de un gran anciano de piedra. Es
él, es el alquimista de Nótre-Dame (lám. III).
El sabio Pierre Dujols, en un análisis
de la obra
de Lombard (de Langres) titulada Histoire des Jacobins, depuis 1 789
jusqu’á
cejour, ou Etat de 1’Europe en novembre 1820 (París, 1820), escribe
que, al
admitir al Epopte (en los Misterios de Eleusis) se preguntaba al
recipiendario
si se sentía con la fuerza, voluntad y la abnegación necesarias para
intervenir en la GRAN OBRA. Después, le ponían un gorro rojo sobre
la cabeza y pronunciaban esta fórmula:
«Cúbrete con este gorro, que vale más que
una
corona real,»
Se estaba lejos de sospechar que esta especie de
sombrero,
llamado liberia en las Mitríacas, y que antaño era propio de los
esclavos
libertados, sería un símbolo masónico y la señal suprema de la
Iniciación.
No hay que admirarse, pues, de verlo figurar en nuestras monedas y
en
nuestros monumentos públicos.
Tocado con el gorro frigio, atributo del Adepto (4), negligentemente
colocado sobre los largos cabellos de espesos bucles, el sabio,
envuelto en la capa ligera del laboratorio, se apoya con una mano en
la balaustrada, mientras se acaricia con la otra la barba poblada y
sedosa.
(4) El gorro frigio, que llevaban los sans-culottes y constituía una
especiede talismán protector en medio de las hecatombes revolucionarias,
era señal distintiva de los Iniciados.
No medita; observa. Tiene los ojos fijos, y, en la mirada,
una agudeza extraña. Todo, en la actitud del Filósofo, revela una
intensa emoción. La curvatura de los hombros, la proyección de la
cabeza y del busto hacia delante, expresan, efectivamente, la mayor
sorpresa. La mano petrificada se anima. ¿Será una ilusión? Uno
aseguraría que la ve temblar...
¡Espléndida figura la del viejo maestro que escruta, interroga,
ansioso y atento, la evolución de la vida mineral, y contempla al
fin, deslumbrado, el prodigio que solamente su fe le había dejado
entrever!
¡Y cuán pobres son las modernas estatuas de maestros sabios -ya
estén fundidas en bronce o talladas en mármol-, comparadas con esta
imagen venerable, de tan formidable realismo en su sencillez!
II
El estilóbato de la fachada, que se desarrolla y se extiende bajo
los tres arcos, está enteramente consagrado a nuestra ciencia; y
este conjunto de imágenes, tan curiosas como instructivas,
constituye un verdadero regalo para el descifrador de los enigmas
herméticos.
Allí encontraremos el nombre lapidario del tema de los Sabios,-allí
asistiremos a la elaboración del disolvente secreto; allí, en fin,
seguiremos paso a paso el trabajo del Elixir, desde su calcinación
primera hasta su última cocción.
Pero, a fin de observar cierto método en este estudio, observaremos
siempre el orden de sucesión de las figuras, yendo desde el exterior
hacia las hojas de la puerta, tal como lo haría un fiel al penetrar
en el santuario.
Sobre las caras laterales de los contrafuertes que limitan el gran
pórtico, encontraremos, a la altura del ojo, dos pequeños bajo
relieves embutidos cada uno en una ojiva. El del pilar de la
izquierda os presenta al alquimista descubriendo la Fuente
misteriosa que Trevisano describe en la Parábola final de su libro
sobre la Filosofla natural de los metales (1).
(1) Véase J. Mangin de Richebourg, Bibliothéque des Philosophes
Chiiniques, París, 1741, t. 11, tratado VII
El artista ha caminado largo tiempo; ha errado por vías falsas y
caminos dudosos; ¡pero al fin se
ve colmado de gozo! El riachuelo de
agua viva discurre a sus pies; brota, a borbotones, del roble hueco
(2).
Nuestro Adepto ha dado en el blanco. Y así, desdeñando el arco y las
flechas con las cuales, a la
manera de Cadmo, traspasó el dragón, mira ondear el límpido caudal
cuya virtud disolvente y cuya esencia volátil le son atestiguadas
por un pájaro posado en el árbol. (lam. IV)
Pero, ¿cuál es esta Fuente oculta? ¿Cuál es la naturaleza de este
poderoso disolvente capaz de penetrar todos los metales -el oro, en
particular-y de cumplir, con la ayuda del cuerpo disuelto, la gran
obra en su totalidad? Estos son enigmas tan profundos que han
desanimado a un número considerable de investigadores; todos, o casi
todos, han dado de cabeza contra este muro impenetrable, levantado
por los Filósofos para servir de recinto a su ciudadela.
La mitología la llama Libethra (3), y nos cuenta que era una fuente
de Magnesia, cerca de la cual había otra fuente llamada la Roca.
Ambas brotaban de una gran roca que tenía la forma de un seno de
mujer; de suerte que el agua parecía brotar como leche de dos senos.
Ahora bien, sabemos que los autores antiguos llaman a la materia de
la Obra nuestra Magnesia y que el licor extraído de esta magnesia
recibe el nombre de Leche de la Virgen.
Esto es ya un indicio. En
cuanto a la alegoría de la mezcla o de la combinación de esta agua
primitiva brotada del Caos de los Sabios con una segunda agua de
naturaleza diferente (aunque del mismo género), resulta bastante
clara y suficientemente expresiva. De esta combinación resulta una
tercera agua que no moja las manos y que los Filósofos han llamado,
ora Mercurio, ora Azufre, según atendiesen a su cualidad o su
aspecto físico.
En el tratado del Azoth (4), atribuido al célebre monje de Erfurth,
Basilio Valentin, pero que más
bien parece obra de Senior Zadith, puede verse una figura grabada en
madera que
representa una ninfa o sirena coronada, nadando en el mar y haciendo
brotar de sus senos rollizos dos chorros de leche que se mezclan con
las aguas.
(2) «Advierte este roble», dice simplemente Flamel en el Livre des
Figures hiéroglyphiques.
(3) Véase Noel, Dictionnaire de la Fable, París, Le Normant, 1801.
(4) Azoth o Moyen de faire 1’Or caché des Philosophes, por el
Hermano Basile Valentin. París, Pierre Moét, 1659, pág. 51.
Los autores árabes dan a esta fuente el nombre de Holmal y nos
enseñan, además, que sus aguas dieron la inmortalidad al profeta
Elías (HÁtog, sol). Sitúan la famosa fuente en el Modhallam, término
cuya raíz significa Mar oscuro y tenebroso, señalando muy bien la
confusión elemental que los Sabios atribuyen a su Caos o materia
prima.
Una pintura de la fábula que acabamos de citar se encontraba en la
pequeña iglesia de Brixen
(Tirol). Este curioso cuadro, descrito por Misson y citado por
Witkowski (5), parece ser la versión
religiosa del mismo tema químico.
«Jesús vierte en una gran taza de
fuente la sangre de su costado,
abierto por la lanza de Longinos; la Virgen se oprime los pechos, y
la leche que brota de ellos cae
en el mismo recipiente. El sobrante va a caer a una segunda taza y
se pierde en el fondo de un
abismo de llamas, donde las almas del Purgatorio, de ambos sexos,
con los bustos desnudos, se
apresuran a recibir este precioso licor que las consuela y las
refresca.»
Al pie de esta antigua pintura, léese una inscripción en latín de
sacristía:
Dum fluit e Christi benedicto vulnere sanguis,
Et dum Virgineum lac pia Virgo premít, Lac fuit et sanguís, sangulv conjungitur
et lac, Et sit Fons Vitae, Fons et Otigo boni (6).
Entre las descripciones que acompañan a las Figuras simbólicas de
Abraham el Judío, libro
que, según dicen, perteneció a Nicolas Flamel (7) y tuvo este Adepto
expuesto en su gabinete de
escritor, citaremos dos que tienen relación con la Fuente misteriosa y con sus componentes.
(5) G. J. Witkowski, L’atl profane á 1’Eglise, Extranjero, pág. 63.
(6) «Mientras la sangre brota de la herida bendita de Cristo y la
santa
Virgen oprime su seno virginal, la leche y la sangre manan y se
mezclan, y se convierten en Fuente de Vida y en Manantial del bien.»
(7) Recueil de Sept Figures peintes. Bibl. de l’Arsenal, número
3.047 (153 S.A.F.).
He
aquí los textos originales de estas dos notas explicativas:
«Tercera figura. -En ella está pintado y representado un jardín
cercado con setos, donde hay
varios cuadros. En el centro, hay un roble hueco, al pie del cual, a
un lado, hay un rosal de hojas
de oro y de rosas blancas y rojas, que rodea el dicho roble hasta lo
alto, cerca de sus ramas. Y al
pie de dicho roble hueco hierve una fuente clara como plata, que se
va perdiendo en tierra; y
entre varios que la andan buscando, están cuatro ciegos que remueven
la tierra y otros cuatro que la
buscan sin cavar, estando la dicha fuente delante de ellos, y no
pueden encontrarla, excepto uno
que la pesa en su
mano.»
Este último personaje es el que constituye el tema del motivo
esculpido de Nótre-Dame de París. La preparación del disolvente en
cuestión aparece relatada en la explicación que acompaña a la imagen
siguiente:
«Cuarta figura. -Representa un campo, en el cual hay un rey
coronado, vestido de rojo al estilo
judío, y que sostiene una espada desenvainada; dos soldados que
matan a los hijos de dos madres,
que están sentadas en el suelo, llorando a sus hijos; y otros dos
soldados que arrojan la sangre en
una gran cuba llena de la dicha sangre, donde el sol y la luna
bajando del cielo o de las nubes,
vienen a bañarse. Y son seis soldados armados de armadura blanca, y
el rey hace el séptimo, y
siete inocentes muertos, y dos madres, una vestida de azul que
llora, enjugándose la cara con un
pañuelo, y la otra, que también llora, vestida de rojo.»
Citemos también una figura del libro de Trismosin (8), que es muy
parecida a la tercera de
Abraham. Vemos en ella un roble al pie del cual, ceñido con una
corona de oro, brota un riachuelo
oculto que se vierte en el campo.
(8) Véase Trismosin, La Toyson dOr. París, Ch. Sevestre, 1612,
página 52.
Entre las hojas del árbol,
revolotean unos pájaros blancos,
mientras un cuervo, que parece dormido, está a punto de ser apresado
por un hombre pobremente
vestido y encaramado en una escalera. En primer término de este
cuadro rústico, dos sofistas, vistiendo suntuosos trajes, discuten y razonan
sobre este punto científico, sin advertir el roble que tienen a su
espalda, ni ven la Fuente que discurre a sus pies...
Digamos, por último, que la tradición esotérica de la Fuente de Vida
o Fuente de Juventud
se encuentra materializada en
los Pozos sagrados que poseían en la Edad Media, la mayoría de las
iglesias góticas. El agua que se extraía de aquéllos pasaba, en
muchas ocasiones, por poseer virtudes curativas, y era empleada en
el tratamiento de varias enfermedades.
Abbon, en su poema sobre el
sitio de París por los normandos, refiere varios hechos que
acreditan las propiedades maravillosas del agua del pozo de
Saint-Germain-desPrés, el cual se abría al fondo del santuario de la
célebre abadía. De igual manera, el agua del pozo de Saint-Marcel,
de París, excavado en la iglesia, cerca de la losa sepulcral del
venerable obispo, era, según Grégoire de Tours, un eficaz específico
contra varias dolencias. Y, todavía hoy, existe en el interior de la
basílica ojival de Nótre-Dame de Lépine (Marne) un pozo milagroso,
llamado Pozo de la Santa Virgen, y, en la mitad del coro de
Nótre-Dame de Limoux (Ande), un pozo análogo cuya agua cura, según
dicen, todas las enfermedades, y en el que puede verse esta
inscripción:
Omnis qui bibit hanc aquam, si fidem addit, salvus erit.
Cuantos beban de esta agua, si además tienen fe, gozarán de buena
salud.
Pronto tendremos ocasión de referirnos de nuevo a esta agua póntica,
a la que dieron los Filósofos multitud de epítetos más o menos
sugestivos.
Frente al motivo esculpido que expresa la naturaleza del agente
secreto, vamos a presenciar, en
el contrafuerte opuesto, la cocción del compuesto filosofal. Aquí,
el artista vela por el producto de su labor. Cubierto con su
armadura, protegidas las piernas con espinilleras, y embrazado el
escudo, nuestro caballero se encuentra plantado en la terraza de una
fortaleza, a juzgar por las almenas que le rodean. En un movimiento
defensivo, apunta su lanza a una forma imprecisa (¿un rayo de luz?
¿un haz de llamas?), desgraciadamente imposible de identificar, tan
mutilado está el relieve. Detrás del combatiente, un pequeño y
extraño edificio formado por un basamento almenado y apoyado en
cuatro pilares, aparece rematado por una cúpula segmentada de llave
esférica. Bajo el arco inferior, una masa aculeiforme e inflamada
nos da la explicación de su destino. Este curioso pabellón o
fortaleza en miniatura es el instrumento de la Gran Obra, el Atanor,
el hornillo oculto de dos llamas -potencial y virtual-que todos los
discípulos conocen y que ha sido vulgarizado por numerosas
descripciones y grabados (lám. V).
Inmediatamente encima de estas figuras están representados dos temas
que parecen constituir su complemento. Pero, como el esoterismo se
oculta aquí bajo apariencias sagradas y escenas bíblicas, nos
abstendremos de hablar de ellos, para que no se nos reproche una
interpretación arbitraria. Hubo grandes sabios, entre los maestros
antiguos, que no temieron explicar alquímicamente las parábolas de
la Sagrada Escritura, tan susceptible en su sentido de
interpretaciones diversas.
La Filosofia hermética apela a menudo al
testimonio del Génesis para servir de analogía al primer trabajo de
la Obra; muchas alegorías del Viejo y del Nuevo Testamento adquieren
un relieve imprevisto en contacto con la alquimia. Tales precedentes
deberían animarnos y, al propio tiempo, servirnos de excusa;
preferimos, sin embargo, limitarnos a los motivos cuyo carácter
profano es indiscutible, dejando a los investigadores benévolos la
facultad de ejercitar su sagacidad con los restantes.
III
Los temas herméticos del estilóbato se desarrollan en dos hileras
superpuestas, a derecha e izquierda del pórtico. La hilera inferior
comprende doce medallones, y la superior, doce figuras. Estas
últimas representan personajes sentados en zócalos adornados con
estrías, de perfil ora cóncavo, ora angular, y colocados en los
intercolumnios de arcadas trilobuladas. Todos presentan discos con
emblemas variados, pero siempre referentes a la labor alquímica.
Si empezamos por la izquierda de la hilera superior, el primer bajo
relieve nos muestra la imagen del cuervo, símbolo del color negro.
La mujer que lo tiene sobre las rodillas simboliza la Putrefacción
(lám. VI).
Séanos permitido detenernos un instante en el jeroglífico del
Cuervo, puesto que oculta un punto importante de nuestra ciencia.
Expresa, en efecto, en la cocción del Rebis filosofar, el color
negro, primera apariencia de la descomposición consecutiva a la
mixtión perfecta de las materias del Huevo. Es, según los Filósofos,
la señal segura del éxito futuro, el signo evidente de la
preparación exacta del compuesto. El cuervo es, en cierto modo, el
sello canónico de la Obra, como la estrella es la firma del tema
inicial.
Pero esta negrura que aguarda el artista, que éste espera con
ansiedad y cuya aparición viene a colmar sus anhelos y lo llena de
gozo, no se manifiesta únicamente en el curso de la cocción. El
pájaro negro aparece en diversas ocasiones, y esta frecuencia
permite a los autores sembrar confusión en el orden de las
operaciones.
Según Le Breton (1),
«hay cuatro putrefacciones en la Obra
filosófica. La primera, en la primera separación; la segunda, en la
primera conjunción; la tercera, en la segunda conjunción, que se
produce entre el agua pesada y su sal; por último, la cuarta, en la
fijación del azufre. En cada una de estas putrefacciones se produce
negrura».
Resultó, pues, fácil a nuestros viejos maestros cubrir el arcano con
tupido velo, mezclando las cualidades específicas de las diversas
sustancias, en el curso de las cuatro operaciones que producen el
color negro. De esta manera, es muy laborioso separarlas y
distinguir claramente lo que corresponde a cada una de ellas.
He aquí algunas citas que pueden ilustrar al investigador y
permitirle encontrar su camino en este
tenebroso laberinto
«En la segunda operación -escribe el Caballero
Desconocido (2)-, el prudente
artista fija el alma general del mundo en el oro común y purifica el
alma terrestre e inmóvil. En la
citada operación, la putrefacción, a la que llaman Cabeza de cuervo,
es muy larga. Esta va seguida
de una tercera multiplicación al añadir la materia filosófica o el
alma general del mundo.»
Con esto se indican claramente dos operaciones sucesivas, la primera
de las cuales termina, empezando la segunda después de aparecer la
coloración negra, cosa diferente de la cocción.
Un valioso manuscrito anónimo del siglo xviii (3) nos habla también
de esta primera putrefacción, que no hay que confundir con las otras:
(1) Le Breton, Clefs de la Philosophie Spagyrique. París, Jombert,
1722, página 282.
(2) La Nature á découvert, por el Chevalier Inconnu, Aix, 1669.
(3) La Clef du Cabinet hermétique. Mans. del siglo xviii, Anón., s.
1. n. f.
«Si la materia no es corrompida y mortificada -dice esta obra-, no
podréis extraer nuestros
elementos y nuestros principios; y, para ayudaros en esta
dificultad, os daré señales
para conocerla. Algunos filósofos lo han observado también. Morien
dice: es preciso que se
advierta cierta acidez y que aquélla tenga cierto olor de sepulcro.
Philaléthe dice que tiene que
parecer como ojos de pescado, es decir, pequeñas burbujas en la
superficie, y dar la impresión de
que produce espuma; pues esto es señal de que la materia fermenta y
bulle. Esta fermentación es
muy larga, y hay que tener mucha paciencia, puesto que se realiza
por nuestro fuego secreto, que
es el único agente capaz de abrir, sublimar y pudrir.»
Pero, entre todas estas descripciones, las más numerosas y más
consultadas son las que se
refieren al cuervo (o color
negro), puesto que engloban todos los caracteres de las otras
operaciones.
Bernardo Trevisano (4) se expresa en estos términos:
«Notad, pues, que, cuando nuestro compuesto empieza a estar embebido
de nuestra agua permanente, entonces todo el compuesto se convierte en una especie
de pez fundida, y queda ennegrecido como carbón. Y al llegar a este
punto, nuestro compuesto se llama: la pez negra, la sal quemada, el
Plomo fundido, el latón no puro, la Magnesia y el Mirlo de Juan.
Pues entonces se ve una nube negra, flotando en la región media de
la redoma—y en el fondo de ésta queda la materia fundida a manera de
pez, y permanece totalmente disuelta. De la cual nube habla Jaques
del burgo S. Saturnin, al decir: ¡Oh, bendita nube que vuelas en
nuestra redoma! Allí está el eclipse de sol, de que habla Raimundo
(5). Y cuando esta masa está así ennegrecida, entonces se dice
muerta y privada de su forma...
Entonces, se manifiesta la humedad en color de azogue negro y
hediondo, el cual era anteriormente
seco, blanco, oloroso, ardiente, depurado de azufre por la primera
operación, y ahora a depurar
por esta segunda operación. Y por esto, queda privado este cuerpo de
su alma, que ha perdido, y
de su resplandor y de la maravillosa
luminosidad que tenía anteriormente, y es ahora negro y afeado...
Esta masa negra o así ennegrecida es la llave (6), principio y señal
de la perfecta invención de la
manera de obrar del segundo régimen de nuestra piedra preciosa. Por
lo cual, dice Hermes, si veis
la negrura, pensad que habéis ido por buena senda y seguido el buen
camino.»
(4) Bernardo Trevisano, La Parole délaissée. París, Jean Sara, 1618,
página 39.
(5) Con este solo nombre designa el autor a Raimundo Luijo (Doctor llluminatus).
Batsdorff, presunto autor de una obra clásica (7) que otros
atribuyen a Gaston de Claves, enseña que la putrefacción se declara
cuando aparece la negrura, y que ahí está la señal de un trabajo
regular y conforme a naturaleza. Y añade:
«Los Filósofos le han dado
diversos nombres y la han llamado Occidente, Tinieblas, Eclipse,
Lepra, Cabeza de cuervo, Muerte, Mortificación del Mercurio...
Resulta, pues, que por esta putrefacción se hace la separación de lo
puro y de lo impuro.
Ahora bien, los signos de una buena y verdadera putrefacción son una
negrura muy negra o muy
profunda, un olor hediondo, malo e infecto, llamado por los
Filósofos toxicum et venenum, olor
que no es sensible para el olfato, sino sólo para el entendimiento.»
(6) Se da el nombre de llave a toda disolución alquímica radical (es
decir, irreductible), y a veces se extiende a este término a los
monstruos o disolventes capaces de efectuarla.
(7) Le Filet
d´ariadne. París, d’Houry, 1695, pág. 99.
Terminemos aquí las citas, que podríamos multiplicar sin mayor
provecho para el estudioso, y volvamos a las figuras herméticas de
Nótre-Dame.
El segundo bajo relieve nos muestra la efigie del Mercurio
filosofal: una serpiente enroscada en una vara de oro. Abraham el
Judío, conocido también por el nombre de Eleazar, la empleó en el
libro que vino a manos de Flamel, cosa que nada tiene de
sorprendente, pues volvemos a encontrar este símbolo durante todo el
período medieval (lámina VII).
La serpiente indica la naturaleza incisiva y disolvente del
Mercurio, que absorbe ávidamente el azufre metálico y lo retiene con
tanta fuerza que la cohesión no puede ser ya vencida ulteriormente.
Es el «gusano emponzoñado que lo infecta todo con su veneno», de que
nos habla la Antigua
Guerra de los Caballeros (8). Este reptil es el tipo del Mercurio en
su estado
primero, y la vara de oro, el azufre corpóreo que se le añade. La
disolución del azufre o, dicho en
otros términos, su absorción por el mercurio, ha dado pretexto a
emblemas muy diversos; pero el
cuerpo resultante, homogéneo y perfectamente preparado, conserva el
nombre de Mercurio
filosófico y la imagen del caduceo.
(8) Con la adición de un comentario de Limojon de Saint-Didier, en
el Triunfo hermético o la Piedra filosofal victoriosa. Amsterdam,
Weitsten, 1699, y Desbordes, 1710. Esta obra ha sido reeditada por
Atlantis, comprendidos el frontispicio simbólico y su explicación,
que a menudo faltan en los ejemplares antiguos.
Es la materia o el
compuesto del primer orden, el huevo sulfatado que sólo exige ya una
cocción graduada para
transformarse primero en azufre rojo, después en elixir y, por
último, en el tercer período, en
Medicina universal.
«En nuestra Obra -afirman los los filósofos-,
basta con el Mercurio.»
Sigue a continuación una mujer, de largos cabellos]antes como
llamas. Personifica la Calcinación y aprieta sobre su pecho el disco
de la salamandra, «que vive en el fuego y se alimenta de fuego»
(Iám. VIII). Este lagarto fabuloso no designa otra cosa que la sal
central, incombustible y fija, que conserva su naturaleza hasta en
las cenizas de los metales calcinados, y que los antiguos llamaron
simiente metálica. En la violencia de la acción ígnea, las porciones
combustibles de los cuerpos se destruyen; sólo resisten las partes
puras, inalterables, y, aunque muy fijas, pueden extraerse por
lixiviacion. Tal es, al menos, la expresión espagírca de la calcinación,
similitud de la que se sirven los Autores para servir de ejemplo a
la idea general que hay que tener del trabajo hermético.
Sin embargo, nuestros maestros en el Arte cuidan muy bien de llamar
la atención del lector sobre
la diferencia fundamental existente entre la calcinación vulgar, tal
como se realiza en los laboratorios
químicos, y la que practica el Iniciado en el gabinete de los
filósofos. Ésta no se realiza por medio
de un fuego vulgar, no necesita en absoluto el auxilio del
reverbero, pero requiere la ayuda de un
agente oculto, de un fuego
secreto, el cual, para dar una idea de su forma, se parece mas a un
agua que a una llama. Este fuego, o esta agua ardiente, es la chispa
vital comunicada por el Creador a la materia inerte; es el espíritu
encerrado en las cosas, el rayo ígneo, imperecedero, encerrado en el
fondo de la sustancia oscura, informe y frígida.
Rozamos aquí el más
alto secreto de la Obra; y nos complacería cortar este nudo gordiano
en favor de los aspirantes a nuestra Ciencia -recordando, ¡ay!, que
nos vimos detenidos por esta misma dificultad durante más de veinte
años-, si nos estuviera permitido profanar un misterio cuya
revelación depende del Padre de las Luces. Por más que nos pese,
sólo podemos señalar el escollo y aconsejar, con los más eminentes
filósofos, la atenta lectura de Artephius (9), de Pontano (10) y de
la obrita titulada Epístola de Igne Philosophorum (11). En ellos se
encontrarán valiosas indicaciones sobre la naturaleza y las
características de este fuego acuoso o de esta agua ígnea,
enseñanzas que podrán completarse con los dos textos siguientes.
(9) Le Secret Livre dartephius, en Trois Traitez de la Philosophie
naturell£. París, Marette, 1612. (10) Pontano, De Lapide Philosophico, Francofurti, 1614.
(11) Manuscrito de la Biblioteca Nacional, 19.969.
El autor anónimo de los preceptos del Padre Abraham
dice:
«Hay que extraer esta agua primitiva y celeste del cuerpo en
que se halla, y que se
expresa con siete letras según nosotros, significando la simiente
primera de todos los seres, y no
especificada ni determinada en la casa de Aries para engendrar a su
hijo. Es el agua a la que tantos nombres han dado los Filósofos, y
es el disolvente universal, la vida y la salud de todas las cosas.
Dicen los Filósofos que el sol y la luna se bañan en esta agua, y
que se resuelven por ellos mismos
en agua, su origen primero. A causa de esta resolución, dícese que
mueren, pero sus espíritus son
llevados sobre las aguas de este mar donde estaban enterrados... Por
mucho que digan, hijo mío,
que hay otras maneras de resolver estos cuerpos en su materia
primera, aténte a la que yo te
declaro, porque la he conocido por experiencia y según lo que nos
transmitieron nuestros antepasados.»
Limojon de Saint-Didier escriben también:
«... El fuego secreto de
los Sabios es un fuego que
el artista prepara según el
Arte, o, al menos, que puede hacer preparar por aquellos que tienen
perfecto conocimiento de la
química. Este fuego no es realidad caliente, sino que es un espíritu
ígneo introducido en un sujeto
de la misma naturaleza de la Piedra; y, al ser medianamente excitado
por el fuego exterior, la
calcina, la disuelve, la sublima Y la resuelve en agua seca, tal
como dice el Cosmopolita.»
Por lo demás, no tardaremos en descubrir otras figuras relacionadas,
ya con la fabricación, ya
con las cualidades de este
fuego secreto encerrado en un agua, que constituye el disolvente
universal. Ahora bien, la
materia que sirve para prepararlo es precisamente objeto del cuarto
motivo: un hombre muestra la
imagen del Cordero y sostiene, con la diestra, un objeto
desgraciadamente imposible de determinar
en la actualidad (Iám. IX).
¿Es un mineral, un fragmento de
atributo, un utensilio o incluso un
pedazo de tela? No lo sabemos. El tiempo y el vandalismo pasaron por
allí. Sin embargo, subsiste
el Cordero, y el hombre, jeroglífico del principio metálico macho,
nos muestra su figura. Esto nos
ayuda a comprender las palabras de Pernety: «Dicen los Adeptos que
extraen su acero del vientre
de Aries,-y llaman también a este acero su imán.»
Sigue la Evolución que nos muestra la oriflama tripartita
-triplicidad correspondiente a los Colores de la Obra- que se
describe en todas las obras clásicas (lám. X).
Estos colores, en número de tres, siguen un orden invariable que va
del negro al rojo pasando
por el blanco. Pero, como la Naturaleza, según el viejo adagio
-Natura non facit saltus-, no actúa nunca brutalmente, existen
muchos Otros colores intermedios que aparecen entre los tres
principales. El artista les presta poca atención, porque son
superficiales y pasajeros. Sólo aportan un testimonio de continuidad
y de progresión de las mutaciones internas. En cuanto a los colores
esenciales, duran más tiempo que estos matices transitorios y
afectan profundamente a la materia misma, señalando un cambio de
estado en su composición química. No son tonos fugaces, más o menos
brillantes, que juegan en la superficie del baño, sino colocaciones
en la masa que se manifiestan exteriormente y reabsorben todas las
demás. Creemos que convenía concretar este punto importante.
Estas fases coloreadas, específicas de la cocción en la práctica de
la Gran Obra, han servido
siempre de prototipo simbólico; atribúyese a cada una de ellas una
significación precisa, y a menudo
bastante extendida, a fin de expresar veladamente ciertas verdades
concretas. Por esto existe,
desde siempre, un lenguaje de los colores, íntimamente unido a la
religión, según dice Portal (12), y que reaparece, durante la Edad
Media, en los vitrales de las catedrales góticas.
(12) Frédéric Portal. Des Couleurs Symboliques. París, Treuttel y
Würtz, 1957. página 2.
El color negro fue atribuido a Satumo, el cual se convirtió, en
espagiria, en jeroglífico, del plomo,-en astrología, en planeta
maléfico; en hermético, en el dragón negro o Plomo de los
Filósofos,-en magia, en la Gallina negra; etcétera. En los , templos
de Egipto, cuando el recipiendario estaba a punto de sufrir las
pruebas de la iniciación, un sacerdote se acercaba a él y le
murmuraba al oído esta frase misteriosa: «¡Acuérdaté de que Osiris
es un dios negro!» Es el color simbólico de las Tinieblas y de las
Sombras cimerias, el de Satán, a quien se ofrecían rosas negras, y
también el del Caos primitivo, donde las semillas de todas las cosas
se mezclan y confunden; es el sable de la ciencia heráldica y el
emblema de la tierra, de la noche y de la muerte.
Lo mismo que, en el Génesis, el día sucede a la noche, así la luz
sucede a la oscuridad. La luz tiene por signo el color blanco. Al
llegar a este grado, aseguran los Sabios que su materia se ha
desprendido de toda impureza y ha quedado perfectamente lavada y
exactamente purificada. Preséntase, entonces bajo el aspecto de
granulaciones sólidas de corpúsculos brillantes, con reflejos
diamantinos y de una blancura resplandeciente. El blanco ha sido
también aplicado a 1ª pureza, a la sencillez. a la inocencia. El
color blanco es el de los Iniciados. porque el hombre que abandona
las tinieblas para seguir la luz pasa del estado profano al de
Iniciado, al de puro. Queda. espiritualmente renovado.
«El término Blanco -dice Pierre Dujols- fue elegido por razones
filosóficas muy profundas. El
color blanco, según
atestiguan la mayoría de las lenguas, ha designado siempre la
nobleza, el candor, la pureza. En el
célebre Diccionario-Manual hebreo y caldeo de Gesenius, hur, heur,
significa ser blanco,hurim,
heurim, designa a los nobles, a los blancos, a los puros. Esta
transcripción del hebreo más
o menos variable (hur, heur, hurim, heurim) nos lleva a la palabra
heureux (feliz). Los
bienheureux (bienaventurados), los que han sido regenerados y
lavados por la sangre del Cordero,
aparecen siempre representados con vestiduras blancas. Nadie ignora
que bienaventurado es,
además, equivalente o sinónimo de Iniciado, de noble, de puro. Ahora
bien, los Iniciados vestían
de blanco. De igual manera se vestían los nobles. En Egipto, los
Manes vestían también de
blanco. Path, el Regenerador, llevaba una ceñida vestidura blanca,
para indicar el renacimiento de
los Puros o de los Blancos. Los Cátaros, secta a la que pertenecían
los Blancos de Florencia,
eran los Puros (del griego Ka0apog). En latín, en alemán, en inglés,
las palabras Weiss, White,
quieren decir blanco, feliz, espiritual sabio. Por el contrario, en
hebreo, schher caracteriza un
color negro de transición; es decir, el profano buscando la
iniciación. El Osiris negro, que
aparece al comienzo del ritual funerario, representa, dice Portal,
ese estado del alma que pasa de la
noche al día, de la muerte a la vida.»
En cuanto al rojo, símbolo del fuego, señala la exaltación, el
predominio del espíritu sobre la
materia, la soberanía, el poder y el apostolado. Obtenida en forma
de cristal o de polvo rojo, volátil y fusible, la piedra filosofal
se vuelve penetrante e idónea para curar a los leprosos, es decir,
para transmutar en oro los metales vulgares, a los cuales su
oxidabilidad hace inferiores, imperfectos, «enfermos o achacosos».
Paracelso, en el Libro de las imágenes, habla en estos términos de
las colocaciones sucesivas
de la Obra:
«Aunque haya - dice - algunos colores elementales -pues el color azulado
corresponde particularmente a la tierra, el verde al agua, el
amarillo al aire, el rojo al fuego-. con todo, los colores blanco y
negro se refieren directamente al arte espagírico, en el cual
encontramos así los cuatro colores primitivos, a saber, el negro, el
blanco, el amarillo y el rojo. Ahora bien, el negro es la raíz y el
origen de los otros colores,, pues toda materia negra puede ser
reverberada durante el tiempo que le sea necesario, de manera que
los otros colores aparecerán sucesivamente y cada cual cuando le
corresponda. El color blanco sucede al negro, el amarillo al blanco,
y el rojo al amarillo. Ahora bien, toda materia llegada al cuarto
color por medio de la reverberación es la tintura de las cosas de su
género, es decir, de su naturaleza.»
Para dar una idea del alcance que toma el simbolismo de los colores
-y en particular de los tres colores mayores de la Obra-, observemos
que siempre se representa a la Virgen vestida de azul (equivalente
al negro, como veremos a continuación); a Dios, de blanco, y a
Cristo, de rojo. Aquí encontramos los colores nacionales de la
bandera francesa, la cual, dicho sea de paso, fue compuesta por el
masón Louis David. Para éste, el azul oscuro o el negro representan
la burguesía; el blanco está reservado al pueblo, a los pierrots o
campesinos, y el rojo, a la bailía o realeza. En Caldea, los
zigurats, generalmente torres de tres pisos, a cuya categoría
perteneció la famosa Torre de Babel estaban pintados de tres
colores: negro, blanco y rojo púrpura.
Hasta aquí hemos hablado de los colores a la manera de los teóricos,
como lo hicieron los Maestros antes que nosotros, a fin de acatar la
doctrina filosófica y la expresión tradicional. Tal vez convendría a
partir de ahora escribir, en bien de los Hijos de la Ciencia, en un
tono que fuese más práctico que especulativo, y descubrir así lo que
diferencia el símil de la realidad. Pocos filósofos han osado aventurarse por este terreno resbaladizo.
Etteilla (13), al hablarnos
de un cuadro hermético (14) que debió de tener en su poder, nos
transmitió algunas inscripciones
que figuraban al pie de aquél; entre éstas, leemos, no sin sorpresa,
este consejo digno de ser
seguido: No os fiéis demasiado del color. ¿Qué quiere decir esto”
¿Acaso los viejos autores
engañaron deliberadamente a sus
lectores? ¿Y con qué indicaciones deberían los discípulos de Hermes
sustituir los colores rebeldes para reconocer y seguir el camino
recto?
(13) Véase Denier du Pauvre o la perfección des métaux, París (1785,
aproximadamente), pág.
58. (14) Este cuadro se supone pintado a mediados del siglo XVII.
Buscad, hermanos, sin desanimarOs, pues deberéis hacer aqui, como en
otros puntos oscuros, un enorme esfuerzo. Sin duda, habréis leído,
en diversos pasajes de vuestras obras, que los filósofos sólo hablan
claramente cuando quieren alejar a los profanos de su Tabla redonda.
Las descripciones que dan de sus regímenes, a los que atribuyen
coloraciones emblemáticas, son de una nitidez perfecta. Debéis,
pues, sacar la conclusión de que estas observaciones tan bien
descritas son falsas y quiméricas. Vuestros libros están cerrados,
como el Apocalipsis, con sellos cabalísticos. Tendréis que romper
éstos, uno a uno. Reconocemos que la tarea es dura; pero, quien
vence sin peligro, triunfa sin gloria.
Aprended, pues, no ya lo que distingue un color de otro, sino más
bien en qué se diferencia un
régimen del que le sigue. Pero, ante todo, ¿qué es un régimen?
Sencillamente, la manera de hacer
vegetar, de mantener y aumentar la vida que vuestra piedra recibió
en el momento de nacer. Es,
pues, un modus operandi que no se traduce forzosamente en una
sucesión de colores diversos.
«El
que llegue a conocer el Régimen -escribe Philaléthe-, será honrado
por los príncipes y por los
grandes de la tierra.»
Y añade el mismo autor: «No os ocultamos
nada, salvo el Régimen. Así, pues, para no atraer sobre nuestra
cabeza la maldición de los filósolos, revelando lo que ellos
creyeron que habían de dejar en la sombra, nos limitaremos a
advertir que el Régimen de la Piedra, es decir, su cocción, contiene
otros varios, o, dicho de otro modo, varias repeticiones de una
misma manera de operar. Reflexionad, apelad a la analogía y, sobre
todo, no os apartéis jamás de la sencillez natural. Pensad que
tenéis que comer todos los días, a fin de conservar vuestra
vitalidad. que el descanso os es indispensable porque favorece, de
una parte, la digestión y la asimilación del alimento, y, de otra,
la renovación de las células gastadas por el trabajo cotidiano. ¿Y
acaso no debéis expulsar también, con gran frecuencia, ciertos
productos heterogéneos, desperdicios o residuos no asimilables?
De la misma manera, vuestra piedra necesita alimento para aumentar
su fuerza, y este alimento debe ser graduado, es decir, cambiado en
cierto momento. Ante todo dadle leche; el régimen a base de carne,
más sustancioso, vendrá después. Y no olvidéis separar los
excrementos cada digestión, pues vuestra piedra podría infectarse...
Seguid pues, el orden de la Naturaleza y obedecedla con la mayor
fidelidad que os sea posible. Y comprenderéis de qué manera conviene
efectuar la cocción cuando hayáis adquirido un conocimiento perfecto
del Régimen. Así captaréis mejor el apóstrofe que Tollius (15)
dirige a los alquimistas esclavos de la letra:
(15) J. Tollius, Le Chemin du Ciel Chymique. Trad. del Manductio
Coelum Chemicum. Amstelaedami, Janss. Waesbergios, 1688.
«Id, marchaos, vosotros que buscáis con extremada aplicación
vuestros diversos colores en las
redomas de vidrio.
Vosotros, que fatigáis mis oídos con vuestro cuervo negro, estáis
tan locos como aquel hombre de la antigüedad que tenía la costumbre
de aplaudir en el teatro, aunque estuviera solo en él, porque
siempre se imaginaba tener ante los ojos algún nuevo espectáculo. Lo
mismo hacéis vosotros, cuando vertiendo lágrimas de gozo, os
imagináis que veis en vuestras redomas la blanca paloma, el águila
amarilla y el faisán rojo. Id, os digo, y alejaos de mí, si buscáis
la piedra filosofal en una cosa fija; pues ésta no penetrará los
cuerpos metálicos más de lo que podría penetrar el cuerpo humano las
más sólidad murallas... sólidas murallas...
»Esto es lo que tenía que deciros acerca de los colores, a fin de
que en el porvenir dejéis de
hacer trabajos inútiles; a lo
cual añadiré unas palabras con referencia al olor.
»La Tierra es negra, el agua es blanca; el aire se vuelve más
amarillento cuando más se acerca al
Sol; el éter es
completamente rojo. También la muerte, según se dice, es negra; la
vida está llena de luz; cuanto
más pura es la luz, más se aproxima a la naturaleza angélica, y los
ángeles son puros espíritus de
fuego. Ahora bien, ¿acaso el olor de muerto o de
un cadáver no es fastidioso y desagradable al olfato? De la misma
manera, el olor hediondo denota, a los filósofos, la fijación; por
el contrario, el olor agradable indica volatilidad, porque se acerca
a la vida y al calor.»
Volviendo al basamento de Nótre-Dame, encontraremos, en sexto lugar,
la Filosofía, cuyo disco tiene grabada una cruz. Aquí tenemos la
expresión de la cuatemidad de los elementos y la manifestación de
los dos principios metálicos, sol y luna -ésta machacada-, o azufre
y mercurio, parientes de la piedra, según Hermes (lám. XI)
IV
Los motivos que adornan el lado derecho son de lectura más ingrata;
ennegrecidos y
corroídos, deben sobre todo su deterioro a la orientación de esta
parte deL pórtico. Azotados por los vientos de Poniente, siete
siglos de ráfagas lo han desgastado hasta el punto de reducir
algunos de ellos al estado de siluetas romas y vagas.
En el séptimo bajo relieve de esta serie -primero a la derecha-,
observamos el corte
longitudinal del atanor y el aparato interno destinado a sostener el
huevo fdosófico; el personaje tiene una piedra en la mano derecha
(Lám. XII).
En el círculo siguiente vemos la imagen de un grifo. El monstruo
mitológico, que tiene la cabeza
y el pecho de águila y toma del león el resto del cuerpo, inicia al
investigador en las cualidades contrarias que hay que agrupar
necesariamente en la materia filosofaL (Lám. XIII). Encontramos en
esta imagen el jeroglífico de la primera conjunción, la cual se
produce únicamente poco a poco, a medida que se desarrolla la penosa
y fastidiosa labor que los filósofos llamaron sus águilas. La serie
de operaciones cuyo conjunto conduce a la unión íntima del azufre y
del mercurio lleva también el nombre de sublimación.
Gracias a la
reiteración de las águilas o sublimaciones filosóficas, se despoja
el mercurio exaltado de sus partes groseras y terrestres, de su
humedad superflua, y se apodera de una porción del cuerpo fijo, el
cual disuelve, absorbe y asimila. Hacer volar el águila significa,
según la expresión hermética, hacer salir la luz de la tumba y
llevarla a la superficie, que es lo propio de toda sublimación
verdadera. Es lo que nos enseña la fábula de Teseo y Ariadna. En
este caso, Teseo es OEu-E¿og, la luz organizada, manifiesta, que se
separa de Ariana, la araña que está en el centro de su tela, el
guijarro, la cáscara vacía, el capullo del gusano de seda, el
despojo de la mariposa (Psique).
«Sabed, hermano mío -escribe Philaléthe (1), que la preparación exacta de las águilas voladoras
es el primer grado de la perfección, y, para conocerlo, se precisa
un genio industrioso y hábil... Nosotros, para lograrlo, hemos
sudado y trabajado mucho. Por consiguiente, vos, que no hacéis más
que empezar, estad persuadido de que no triunfaréis en la primera
operación sin un gran esfuerzo...
«Comprended, pues, hermano mío, lo que dicen los Sabios. al observar
que conducen sus águilas para devorar al leon; y, cuanto menos
águilas se emplean, más duro es el combate y más dificultades se
encuentran para lograr la victoria. Mas, para perfeccionar nuestra
Obra, se necesitan al menos siete águilas, e incluso deberían
emplearse hasta nueve. Y nuestro Mercurio filosófico es el pájaro de
Hermes, al cual se da también el nombre de Oca o de Cisne, y a veces
el de Faisán.»
(1) Lenglet-Dufresnoy, Histoire de la Philosophie Hermétique.
–L´entrée au Palais Fermé du Roy, t. 11, pág. 35. París,
Cousteliler, 1742.
Son estas sublimaciones las que describe Calímaco en
el Himno a Delos, cuando dice, hablando de los cisnes.
eXvX,\coaavTo Á¿irovrcg E,83oiuaX¿9 7rEp¿ A-qXop... O-yboov OVX Er aE¿Uav, 0 5’CXOOPEV.
«(Los cisnes) giraron siete veces alrededor de Delos... y no habían
cantado todavía por octava
vez, cuando Apolo
nació.»
Es una variante de la procesión que Josué hizo desfilar siete veces
alrededor de Jericó, cuyas murallas se derrumbaron antes de la
octava vuelta (Josué, c. VI, 16).
A fin de señalar la violencia del combate que precede a nuestra
conjunción, los sabios
simbolizaron las dos naturalezas con el águila y el león iguales en
fuerza, pero de complexión contraria. El león representa la fuerza
terrestre y fija, mientras que el águila expresa la fuerza aérea y
volátil. Puestos frente a frente, los dos campeones se atacan, se
repelen, se desgarran mutuamente con energía, hasta que, al fin,
después de perder el águila sus alas y el león su melena, ambos
antagonistas no forman más que un solo cuerpo, de calidad intermedia
y de sustancia homogénea, el Mercurio animado.
En el tiempo ya lejano en que, estudiando la sublime Ciencia, nos
inclinábamos sobre el
misterio repleto de pesados enigmas, recordamos haber visto
construir un bello inmueble cuya decoración nos sorprendió, porque
reflejaba nuestras preocupaciones herméticas. Encima de la puerta de
entrada, dos niños enlazados, varón y hembra, separan y levantan un
velo que los cubría. Sus bustos emergen de un montón de flores, de
hojas y de frutos. Un bajo relieve domina el coronamiento angular;
representa el combate simbólico del águila y el león de que acabamos
de hablar, y se adivina fácilmente que el arquitecto debió de tener
bastante trabajo para situar el enojoso emblema, impuesto por una
voluntad intransigente y superior (2)...
(2) Este inmueble, construido con piedra tallada y de una altura de
seis Pisos, está situado en el distrito XVII, en la esquina del
bulevar Péreire y de la calle de Monbel. En Tousson, cerca de
Malesherbes (Seine-et-oise), una antigua mansión del siglo XVIII, de
aspecto bastante señorial, muestra en su fachada, grabada en
caracteres de la época, la inscripción siguiente, cuya disposición y
Ortografía respetamos:
Por un Labrador
fui construida
sin interés y con un don celoso,
me Bamó PIEDRA BELLA,
1762.
(La alquimia nevaba todavía el nombre de Agricultura celeste, y sus
Adeptos el de Labradores).
El noveno tema nos permite penetrar - más aún en el secreto de
fabricación del Disolvente
universal. Una mujer señala
en él -alegóricamente-los materiales necesarios para la construcción
del vaso hermético; levanta
una pequeña plancha de madera, parecida en cierto modo a una duela
de tonel, cuya esencia nos es
revelada por la rama de roble que ostenta el escudo. Volvemos a
encontrar aquí la fuente
misteriosa esculpida en el contrafuerte del pórtico, pero el ademán
de nuestro personaje delata la
espiritualidad de esta sustancia, de este fuego de la Naturaleza sin
el cual nada puede crecer ni
vegetar aquí abajo (Iám. XIV).
Es este espíritu, ex.tendido en la
superficie del globo, lo que el
artista sutil e ingenioso debe captar a medida que se materializa.
Añadiremos, una vez más, que
hace falta un cuerpo particular que sirva de receptáculo, una tierra
atractiva donde pueda encontrar
un principio susceptible de recibirle y de darle «corporeidad». «La
raíz de nuestros cuerpos está en el aire -dicen los Sabios-, y su
cabeza, en tierra.»
Ahí está ese imán encerrado en el vientre de
Aries, el cual hay que tomar en el instante de su nacimiento, con
tanta destreza como habilidad.
«El agua que empleamos -escribe el autor anónimo de la Llave del
gabinete hermético -es un agua que encierra todas las virtudes del
cielo y de la tierra; por eso es el Disolvente general de toda la
Naturaleza,-ella abre las puertas de nuestro gabinete hermético y
real; en ella están encerrados nuestro Rey y nuestra Reina, y ella
es también su baño... Es la Fuente del Trevisano, donde el Rey se
despoja de su manto de púrpura para vestir hábito negro... Cierto
que esta agua es difícil de obtener; lo cual hizo decir al
Cosmopolita, en su Enigma, que era rara en la isla... Este autor nos
la señala más particularmente con estas palabras: no se parece al
agua de la nube, pero tiene de ella toda la apariencia. En otro
lugar, la designa con el nombre de acero y de imán, pues es
realmente un imán que atrae hacia sí todas las influencias del
cielo, del sol, de la luna y de los astros, para comunicarlas a la
tierra. Dice que este acero se encuentra en Aries, y que señala el
comienzo de la primavera, cuando el sol recorre el signo del
Carnero..
Flamel nos da una descripción bastante exacta en las
Figuras de Abraham el Judío; nos describe un roble hueco (3), de
donde brota una fuente, y con la misma agua, un jardinero riega las
plantas y las flores de un parterre. El roble, que está hueco,
representa el tonel que se construye con madera de roble, en el que
hay que corromper el agua que reserva para regar las plantas y que
es mucho mejor que el agua cruda... Ahora bien, aquí llega el
momento de descubrir uno de los grandes secretos de este Arte,
ocultado por los Filósofos, y sin cuyo vaso no podréis hacer esta
putrefacción y purificación de nuestros elementos, de la misma
manera que no podríamos hacer vino sin que antes hirviese en el
tonel. Ahora bien, así como el tonel está hecho de madera de roble,
así el vaso debe ser de madera de viejo roble, redondeado por
dentro, como un hemisferio, con los bordes muy gruesos y
escuadrados; a falta de esto, un barrilillo y otro parecido para
cubrirlo. Casi todos los Filósofos han hablado de ese vaso
absolutamente necesario para esta operación. Philatéthe lo describe
valiéndose de la fábula de la serpiente pitón, que Cadmo atravesó de
parte a parte contra un roble.
Hay una figura en el libro de las Doce llaves (4) que representa
esta misma operación y el vaso en
que ésta se hace, del cual sale una gran humareda, que denota la
fermentación y la ebullición de esta
agua; y esta humareda termina en una ventana, por la que se ve el
cielo, en el que aparecen el sol y
la luna, que señala el origen de esta agua y las virtudes que
contiene. Es nuestro vinagre
mercurial que baja del cielo a la tierra y sube de la tierra al
cielo.»
(3) Vide supra, pág, 1 1 3.
(4) Véase Douze CIefs de Philosophie del Hermano Basile Valentin.
París, Moét, 1659, llave 12.
(Reeditadas por Les Editions de Minuit, 1956.)
Hemos dado este texto porque puede ser de utilidad, a condición,
empero, de que sepamos leerlo con prudencia y comprenderlo con
lucidez. Debemos aquí repetir una vez más la máxima tan cara a los
Adeptos: el espíritu vivifica, pero la letra mata.
Y henos ahora frente a un símbolo muy complejo: el del León.
Complejo porque no podemos,
ante la actual desnudez de la piedra, contentamos con una sola
explicación. Los Sabios han
añadido al león diversos calificativos, ya para
expresar el aspecto de las sustancias sobre las que actúan, ya para
designar una cualidad especial y
preponderante. En el emblema del Grifo (motivo octavo), hemos visto
que el León, rey de los
animales terrestres, representaba la parte fija, básica, de un
compuesto, fijeza que, en contacto con
la volatilidad adversa, perdía la mejor parte de sí misma, la que
caracterizaba su forma, es decir, en
lenguaje jeroglífico, la cabeza.,
Esta vez debemos estudiar el
animal sólo, e ignoramos de qué color
estaba originariamente revestido. En general, el León es el signo
del oro, tanto alquímico como natural; expresa, pues, las
propiedades fisicoquímicas de estos cuerpos Pero los textos dan el
mismo nombre a la materia receptiva del Espíritu universal, del
fuego secreto en la elaboración del disolvente. En ambos casos,
trátase siempre de una interpretación de poder, de
incorruptibilidad, de perfeccion, como, indica por lo demás, con
bastante elocuencia, el caballero de enhiesta espada y cubierto con
cota de malla que nos presenta al rey de la fauna alquímica (lám.
XV).
El primer agente magnético empleado para preparar el disolvente -que
algunos han llamado
Alkaest-recibe el nombre de
León verde, debido no tanto a su coloración verde como al hecho de
que no ha adquirido todavía las características minerales que
distinguen químicamente el estado adulto del estado naciente. Es un
fruto verde y acerbo, comparado con el fruto rojo y maduro. Es la
juventud metálica, sobre la que todavía no ha actuado la Evolución,
pero, que contiene el germen latente de una energía real, llamada a
desarrollarse más adelante.
Es el arsénico y el plomo con respecto a
la plata y el oro. Es la imperfección actual de 1ª que saldrá la
mayor perfección futura; el rudimento de nuestro embrión, el embrión
de nuestra piedra, la piedra de nuestro elixir. Algunos adeptos,
entre ellos Basilio Valentin, lo llamaron Vitríolo verde, para
expresar su naturaleza cálida, ardiente y salina; otros, Esmeralda
de los Filósofos, Rocío del mayo, Hierba saturnina, Píedra vegetal,
etcétera. «Nuestra agua toma los nombres de las hojas de todos los
árboles, de los árboles mismos y de todo lo que presenta un color
verde, a fin de engañar a los insensatos», dice el Maestro Arnau de
Vilanova.
En cuanto al León rojo, no es otra cosa, según los filósofos, que la
misma materia, o León
verde, llevada por determinados procedimientos a esta calidad
especial que caracteriza al oro
hermético o león rojo. Esto movió a Basilio Valentin a darnos el
siguiente consejo:
«Disuelve y
alimenta al verdadero León con la sangre del León verde, pues la
sangre fija del León rojo está
hecha de sangre volátil del verde, porque ambos son de la misma
naturaleza.»
De estas interpretaciones, ¿cuál es la verdadera? He aquí una
cuestión que nos confesamos incapaces de resolver. El león simbólico
había sido, sin duda alguna, pintado o dorado. Cualquier vestigio de
cinabrio, de malaquita o de metal nos sacaría de apuros. Pero no
queda nada, salvo la piedra calcárea corroída, grisácea y gastada
por el tiempo. ¡El león de piedra guarda su secreto!
La extracción del Azufre rojo e incombustible aparece manifestada
por la figura de un monstruo mezcla de gallo y de zorra. Es el mismo
símbolo de que se sirvió Basilio Valentin en la tercera de sus Doce
llaves. «Es este soberbio manto con la Sal de los Astros, dijo el
Adepto, que sigue a este azufre celeste, guardado cuidadosamente por
miedo de que se gaste, y los hace volar como un pájaro, mientras sea
necesario, y el gallo se comerá la zorra, y se ahogará y asfixiará
en el agua; después, volviendo a la vida por el fuego, será (a fin
de que a cada uno le llegue su vez) devorado por la zorra» (lám.
XVI).
Después de la zorra-gallo, viene el Toro (Iám. XVII).
Considerado como signo zodiacal, es el segundo mes de las
operaciones preparatorias en la primera obra, y el primer régimen
del fuego elemental en la segunda. Como figura de carácter práctico,
y puesto que el toro y el buey están consagrados al sol, como la
vaca lo está a la luna, representa el Azufre, principio masculino,
dado que el sol es llamado metafóricamente por Hermes, Padre de la
piedra. El toro y la vaca, e1 sol y 1ª luna, el azufre y el
mercurio, son, Pues, jeroglíficos de idéntico sentido y designan las
naturalezas primitivas contrarias, antes de su conjunción,
naturaleza que el Arte extrae de cuerpos mixtos imperfectos.
continua
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