06. LA CONEXIÓN CÓSMICA:EL ADN
Aún antes de la televisión, los dramas judiciales han excitado a
muchos, y muchos juicios han hecho historia. Hemos recorrido un
largo camino desde la norma bíblica de «con dos testigos se hará el
veredicto».
Desde las evidencias de los testigos presenciales se ha
pasado a las evidencias documentales, a las evidencias forenses y,
lo que parece hasta el momento el epítome, a las evidencias del ADN.
Tras descubrir que toda la vida está determinada por los minúsculos
elementos de ácidos nucleicos que deletrean la herencia y la
individualidad en las cadenas de los cromosomas, la ciencia moderna
ha llegado a leer estas letras entrelazadas de AD N hasta distinguir
sus «palabras», únicas y pronunciadas individualmente. La
utilización de las lecturas de AD N para demostrar la culpabilidad o
la inocencia se ha convertido en el punto álgido de los dramas
judiciales.
¿Una hazaña incomparable de la sofisticación del siglo XX? No, una
hazaña de la sofisticación del siglo C (cien) en el pasado, un drama
judicial del 10.000 a.C.
Este antiguo y famoso caso tuvo lugar en Egipto, en la época en la
que reinaban los Dioses, todavía no los hombres; y no tuvo que ver
con éstos, sino con los propios Dioses. Implicó a los adversarios
Set y Horus, y tuvo sus raíces en la rivalidad de los hermanastros
Set y Osiris. Conviene recordar que Set recurrió al juego sucio para
librarse de Osiris y apoderarse de sus dominios.
La primera vez,
consiguió atrapar a Osiris en un arcón, que se apresuró en sellar y
hundir en el mar Mediterráneo; pero Isis encontró el arcón y, con la
ayuda de Thot, revivió a Osiris. La segunda vez, el frustrado Set se
apoderó de Osiris y lo cortó en catorce pedazos. Isis localizó los
pedazos dispersos y los reunió, y momificó a Osiris para dar inicio
a la leyenda de la Otra Vida. Sin embargo, le faltó incluir el falo
del Dios, que no pudo encontrar, pues Set lo había dispuesto para
que Osiris no tuviera heredero.
Decidida a tener un heredero que pudiera vengar a su padre, Isis
apeló a Thot, el Custodio de los Secretos Divinos, para que la
ayudara. Extrayendo la «esencia» de Osiris a partir de las partes
disponibles del Dios muerto, Thot ayudó a Isis a fecundarse y dar a
luz a su hijo, Horus.
La «esencia» (¡no la «simiente»!), lo sabemos ahora, era lo que
llamamos en la actualidad ADN , los ácidos nucleicos genéticos que
forman cadenas en los cromosomas, cadenas que se disponen en pares
básicos en una doble hélice (ver Fig. 38b). En el momento de la
concepción, cuando el esperma del varón entra en el óvulo de la
hembra, las dobles hélices entrelazadas se separan, y una hebra del
varón se combina con una hebra de la hembra para formar la nueva
doble hélice de AD N de su descendencia.
Por tanto, no sólo es
esencial que se junten las dos dobles hélices de ADN, sino también
conseguir una separación (que se desentrelacen) de las hebras
dobles, para después recombinarse con sólo una hebra de cada uno en
una nueva doble hélice de ADN.
Las representaciones gráficas del antiguo Egipto indican que Thot,
el hijo de Ptah/Enki, estaba al corriente de estos procesos
biológico-genéticos y que los empleaba en sus hazañas genéticas.
En
Abydos, una pintura mural (Fig. 40), en la cual el faraón Seti I
representaba el papel de Osiris, mostraba a Thot devolviéndole la
Vida (el símbolo Ankh) al Dios muerto, obteniendo de él las dos
hebras de ADN.
En una representación del Libro de los Muertos que
trata del posterior nacimiento de Horus, vemos (Fig. 41) cómo las
dos Diosas del Nacimiento que ayudan a Thot sostienen una hebra de
ADN cada una, después de ser separada la doble hélice de ADN para
recombinar sólo una hebra con la de Isis, que se muestra sosteniendo
al recién nacido Horus.
Isis crió en secreto al niño y, tras hacerse adulto, su madre
decidió que había llegado el momento de reclamar la herencia de su
padre.
Así, un día, para sorpresa de Set, Horus apareció ante el
Consejo de los Grandes Dioses y anunció que era el hijo y heredero
de Osiris. Era una pretensión increíble, pero una pretensión que no
se podía desechar. ¿Era aquel joven Dios realmente el hijo del
fallecido Osiris?
Tal como se cuenta en un texto conocido como el Papiro Chester
Beatty N° 1, la aparición de Horus sorprendió a los Dioses reunidos
y, cómo no, a Set más que a nadie. Set hizo una conciliadora
sugerencia: que se hiciera un receso en la deliberación, para darle
la oportunidad de familiarizarse con Horus y ver si el asunto se
podía resolver amistosamente.
Set invitó a Horus:
«Ven, vamos a
pasar un día agradable en mi casa», y Horus aceptó.
Pero Set, que ya
una vez había engañado a Osiris para matarlo, tenía una nueva
traición en mente:
Con la caída de la tarde, dispusieron la cama para ellos, y los dos
yacieron en ella. Y durante la noche Set hizo que su miembro se
pusiera rígido, y se lo puso entre los muslos a Horus.
Cuando se reanudaron las deliberaciones, Set hizo un sorprendente
anuncio. Tanto si Horus era el hijo de Osiris como si no, ya no
tenía importancia. Pues ahora, su simiente, la de Set, estaba en
Horus, ¡y eso convertía a Horus en sucesor de Set, más que en
contendiente para la sucesión!
Entonces, Horus hizo un anuncio aún más sorprendente. Por el
contrario, no era Horus el que había quedado descalificado, ¡era
Set!
Y pasó a relatar que él no estaba de verdad dormido cuando Set
derramó su semen. No entró en mi cuerpo, dijo, porque «atrapé la
simiente entre mis manos». A la mañana siguiente, le llevó el semen
a su madre, Isis, y ésta tuvo una idea al saber lo ocurrido. Hizo
que Horus pusiera erecto su miembro y eyaculara en una copa;
después, roció el semen de Horus en una lechuga del huerto de Set
(la lechuga era el alimento favorito de Set en su desayuno). Y, sin
saberlo, éste terminó ingiriendo el semen de Horus. Así, dijo Horus,
es mi semen el que está en Set, y ahora él puede sucederme, pero no
precederme en el trono divino...
Completamente desconcertados, el Consejo de los Dioses recurrió a
Thot para que resolviera el asunto. Y Thot, utilizando sus poderes
de conocimientos genéticos, comprobó el semen que Isis había
guardado en un tarro, y descubrió que, ciertamente, era de Set.
Examinó a Horus y no encontró en él rastro alguno del ADN de Set.
Después, examinó a Set, y encontró que sí había ingerido el ADN de Horus.
Comportándose como un médico forense en un tribunal moderno, pero
armado evidentemente con capacidades técnicas que aún no hemos
alcanzado nosotros, Thot presentó los resultados de los análisis de
ADN ante el Consejo de los Dioses. Éstos votaron unánimemente para
conceder la soberanía de Egipto a Horus.
(La negativa de Set a ceder su soberanía llevó a lo que hemos
llamado la Primera Guerra de la Pirámide, en la cual Horus enroló a
humanos por vez primera en una guerra entre Dioses. Hemos detallado
aquellos acontecimientos en
La guerra de los Dioses y los hombres).
Descubrimientos recientes en genética arrojan luz sobre una
persistente, y aparentemente extraña, costumbre de los Dioses, al
tiempo que destacan su sofisticación biogenética.
La importancia de la hermana-esposa en las normas de sucesión de los
Dioses de
Mesopotamia y Egipto, evidente en todo lo que hasta aquí hemos
expuesto, tuvo sus
resonancias también en los mitos griegos referentes a sus Dioses.
Los griegos llamaron a la
primera pareja divina que había emergido del Caos, Gaia («Tierra») y
Urano («Cielo»). De
ellos, surgieron doce Titanes, seis varones y seis hembras. Los
matrimonios entre ellos y su
diversa descendencia sentaron las bases para las posteriores luchas
por la supremacía.
De
las luchas primitivas, el que emergió en la cúspide fue Crono, el
Titán varón más joven,
cuya esposa era su hermana Rea; sus hijos fueron Hades, Poseidón y
Zeus, y sus hijas,
Hestia, Deméter y Hera. Aunque Zeus se abrió camino hasta la
supremacía, tuvo que
compartir dominios con sus hermanos. Los tres se dividieron los
dominios entre ellos
(algunas versiones dicen que lo echaron a suertes) de forma muy
parecida a como lo hicieron Anu, Enlil y Enki: Zeus fue el Dios
celestial (aunque residía en la Tierra, en el Monte Olimpo); a Hades
se le concedió el Mundo Inferior; y a Poseidón, los mares.
Los tres hermanos y las tres hermanas, descendientes de Crono y Rea,
conformaban la primera mitad del Círculo Olímpico de doce. Los otros
seis fueron descendientes de Zeus, nacidos de la unión de Zeus con
diversas Diosas. De una de ellas, Leto, tuvo su hijo primogénito, el
gran Dios griego y romano Apolo. Sin embargo, cuando llegó el
momento de conseguir un heredero varón según las normas de sucesión
de los Dioses, Zeus se fijó en sus propias hermanas. Hestia, la
mayor, era en todos los sentidos una solterona, demasiado mayor o
demasiado enferma para casarse con ella o tener hijos. Así pues,
Zeus intentó tener un hijo con su hermana mediana, Deméter; pero en
vez de un hijo le dio una hija, Perséfone.
Y así se pavimentó el camino para que Zeus se casara con Hera, la
hermana pequeña; y ella
le dio a Zeus un hijo, Ares, y dos hijas (Ilitía y Hebe). Cuando
griegos y romanos, que
perdieron los conocimientos de los planetas más allá de Saturno,
citaban los planetas
conocidos, le asignaban uno (Marte) a Ares; aunque no era el hijo
primogénito, sí que era el
hijo principal de
Zeus. Apolo, aun siendo un Dios tan grande como era, no tuvo
asociado ningún planeta ni entre los griegos ni entre los romanos.
Todo esto refuerza la importancia de la hermana-esposa en los anales
de los Dioses. En cuestiones de sucesión, este tema aparece una y
otra vez: ¿Quién será el sucesor al trono, el Hijo Primogénito o el
Hijo Principal, si este último nació de una hermanastra y el otro
no? Este tema parece haber dominado y dictado el curso de los
acontecimientos en la Tierra desde el momento en que Enlil se unió a
Enki en este planeta, y la rivalidad prosiguió con sus hijos
(Ninurta y Marduk, respectivamente). En los relatos egipcios de los
Dioses, se dio un conflicto por motivos similares entre los
descendientes de Ra, Set y Osiris.
La rivalidad, que de vez en cuando estallaba en verdadera guerra
(Horus combatió al final con Set en combate singular sobre los
cielos de la península del Sinaí), en modo alguno había comenzado en
la Tierra. Había conflictos de sucesión similares en Nibiru, y Anu
no había alcanzado la soberanía sin luchas ni batallas.
Al igual que la costumbre según la cual una viuda que hubiera
quedado sin hijos podía
demandar al hermano de su marido que la «conociera», en sustitución
del marido, y le diera
un hijo, también se abrieron paso entre las costumbres de Abraham y
sus descendientes las
normas de sucesión de los Anunnaki que daban prioridad al hijo de
una hermanastra. En su
caso, su primer hijo fue Ismael, nacido de la sirvienta Agar.
Pero
cuando, a una increíble
edad y tras la intervención divina, Sara dio a luz a Isaac, éste se
convirtió en el heredero
legítimo.
¿Por qué? Porque Sara era la hermanastra de Abraham.
«Ella
es mi hermana, la
hija de mi padre, pero no de mi madre», explicaba Abraham
(Génesis
20,12)
El matrimonio
con una hermanastra también imperó entre los faraones de Egipto,
como medio para
legitimar el reinado y la sucesión. Y esta costumbre se llega a
encontrar incluso entre los
reyes incas del Perú, hasta el punto de que se atribuyera la
ocurrencia de calamidades
durante el reinado de cierto rey a su matrimonio con otra mujer que
no fuera su
hermanastra. La costumbre inca tenía sus raíces en las Leyendas de
los Comienzos de los
pueblos andinos, en las que el Dios Viracocha había creado a cuatro
hermanos y cuatro
hermanas que se habían casado entre sí y habían sido dirigidos a
distintas tierras.
Una de
estas parejas hermano-hermana, a la cual se le había dado una varita
de oro con la cual
encontrar el Ombligo de la Tierra en Sudamérica, dio origen a la
realeza en Cuzco (la antigua capital inca). Éste fue el motivo por
el cual los reyes incas podían proclamar su linaje directo con el Dios Creador Viracocha, a condición de ser nacidos de una sucesión
de parejas reales hermano-hermana.
(Según las leyendas andinas, Viracocha fue un gran Dios del Cielo
que había venido a la Tierra en la antigüedad y había elegido las
montañas andinas como región propia. En Los reinos perdidos, lo
hemos identificado como el Dios mesopotámico Adad = el Dios hitita
Teshub, y hemos indicado otras muchas similitudes, además de las
costumbres hermano-hermana, entre las culturas andinas y las del
Oriente Próximo de la antigüedad.)
La persistencia del matrimonio entre hermano y hermana, y la
importancia aparentemente desproporcionada que se le dio a ello,
tanto entre Dioses como entre mortales, es desconcertante.
A primera
vista, la costumbre parece ser algo más que una actitud localizada
de «vamos a mantener el trono en la familia», y en el peor de los
casos supone la exposición a la degeneración genética.
-
¿Por qué,
entonces, los Anunnaki eran capaces de ir tan lejos (ejemplo: los
repetidos intentos de Enki por tener un hijo con Ninmah) para
conseguir un hijo de semejante unión?
-
¿Qué tenían de especial los
genes de una hermanastra (recordemos, la hija de la madre del varón,
pero no del padre)?
Mientras buscamos la respuesta, vendrá bien resaltar otras prácticas
bíblicas que afectaban a los temas madre/padre.
Es costumbre
referirse al período de Abraham, Isaac, Jacob y José como la Época
Patriarcal; y si le preguntamos a la gente, serán muchos los que
digan que la historia relatada en el Antiguo Testamento se ha
presentado desde el punto de vista de los hombres. Sin embargo, lo
cierto es que eran las madres, no los padres, las que controlaban el
acto que, según el punto de vista de los antiguos, le daba al
individuo del relato su estatus de «ser»: el acto de ponerle nombre
al niño. Ciertamente, no sólo a una persona, sino a un lugar, a una
ciudad, a un país, no se le tenía por existente hasta que se le
hubiera dado un nombre.
De hecho, esta idea se remonta a los comienzos del tiempo, pues en
las primeras líneas de
La Epopeya de la Creación, con el deseo de dar al oyente la
impresión de que la historia
comienza antes de que el Sistema Solar hubiera sido terminado de
forjar, declara que la
historia de Tiamat y de los demás planetas comienza
Enuma elish,
la
nabu shamamu
Cuando en las alturas el cielo aún no había sido nombrado Shapiltu
ammatum shuma la
zakrat y abajo, el suelo firme (la Tierra) no había sido llamado
Y en el importante asunto de ponerle nombre a un hijo, el privilegio
pertenecía o bien a los mismos Dioses o bien a la madre.
Así,
encontramos que, cuando los Elohim crearon al Homo sapiens, fueron
ellos los que nombraron al nuevo ser «Adán» (Génesis 5,2). Pero
cuando se le dio al Hombre la capacidad de procrear por sí mismo,
fue Eva, no Adán, la que tuvo el derecho y el privilegio de llamar a
su primer hijo varón Caín (Génesis 4,1), así como a Set, que
sustituyó al asesinado Abel (Génesis 4,25).
En el comienzo de la «Época Patriarcal (!)», nos encontramos con que
el privilegio de poner nombre a los dos hijos de Abraham lo
asumieron los seres divinos. El ángel de Yahveh le puso Ismael al
primogénito, nacido de Agar, la sirvienta de su esposa (Génesis
16,11); y al heredero legítimo, Isaac (Itzhak, «Que provoca risa»),
le dio este nombre uno de los tres seres divinos que visitaron a
Abraham antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra (porque Sara se
echó a reír cuando oyó decir a Dios que tendría un hijo; Génesis
17,19;
18,12).
No se ofrece en la Biblia información específica respecto a
los dos hijos de Isaac y Rebeca, Esaú y Jacob (simplemente se dice
que así es como se les llamó). Pero, después, se dice con toda
claridad que fue Lía la que puso nombre a los hijos que Jacob tuvo
con ella y con su sirvienta, al igual que hizo Raquel con los suyos
(Génesis, capítulos 29 y 30). Siglos más tarde, después de que los
israelitas se establecieran en Canaán, fue la madre de Sansón la que
le puso el nombre a éste (Jueces 13,24); y lo mismo hizo la madre
del Hombre de Dios, Samuel (1 Samuel 1,20).
Los textos Sumerios no proporcionan este tipo de información. No
sabemos, por ejemplo, quién le puso el nombre a Gilgamesh, si su
madre, la Diosa, o su padre, el sumo sacerdote. Pero el relato de
Gilgamesh nos ofrece una pista importante para la solución del
enigma: la importancia de la madre a la hora de determinar la
posición jerárquica del hijo.
Hay que recordar que la búsqueda de Gilgamesh por conseguir la
longevidad de los Dioses le llevó, en primer lugar, al Lugar de
Aterrizaje en las Montañas de los Cedros; pero ni él ni su compañero
Enkidu pudieron entrar debido a que se lo impidieron un guardián
robótico y el Toro del Cielo. Gilgamesh viajó después hasta el
espaciopuerto, en la península del Sinaí.
El acceso estaba
custodiado por los temibles Astronautas que lo enfocaron con «el
terrible reflector de luz que barre las montañas», cuya «mirada era
la muerte» ; pero Gilgamesh no se vio afectado; tras lo cual un
Astronauta le gritó a su camarada:
¡El que viene, de la carne de los Dioses es su cuerpo!
Dejándole que se acercara, Gilgamesh confirmó la conclusión del
guardián: ciertamente, era inmune a los rayos de la muerte porque su
cuerpo era de la «carne de los Dioses». No era sólo un semidiós, tal
como explicó; era «dos tercios divino», porque no era su padre, sino
su madre, la que pertenecía a los Dioses, una hembra Anunnaki.
Aquí, así lo creemos, se encuentra la clave del enigma de las normas
sucesorias y del resto de énfasis en la madre. Era a través de ella
que se le daba una «dosis calificadora» extra al héroe o al
heredero (fuera Anunnaki o patriarcal).
Esto parecía no tener ningún sentido aun después del descubrimiento,
en 1953, de la estructura de doble hélice del ADN , tras entenderse
el modo en el cual se desenrollaban y se separaban las dos hebras
para que sólo una del óvulo femenino y otra del esperma masculino se
recombinaran, haciendo del descendiente una imagen mitad y mitad de
los padres. Ciertamente, el hecho de comprender esto, aunque
explicara las reivindicaciones del semidiós, desafiaba la
inexplicable reivindicación de Gilgamesh de ser dos tercios divino.
Fue en la década de 1980 cuando estas antiguas reivindicaciones
comenzaron a tomar sentido. Y esto vino con el descubrimiento de
que, además del ADN almacenado en las células de varones y hembras,
en las estructuras de doble hélice de los cromosomas, en el núcleo
de la célula, había otro tipo de ADN que flota en la célula, fuera
del núcleo. A este ADN se le ha dado en llamar ADN mitocondrial
(ADNmt), y se ha descubierto que lo transmite sólo la madre, es
decir, sin escindirse y recombinarse con ADN alguno de varón.
En otras palabras, si la madre de Gilgamesh era una Diosa, él tuvo
que heredar de ella su mitad de ADN normal más su ADNmt,
haciéndole, como reivindicaba, dos tercios divino.
Fue este descubrimiento de la existencia y de la transmisión del
ADNmt el que permitió a los científicos, a partir de 1986,
remontarse en el ADNmt de humanos modernos hasta una «Eva» que había
vivido en África hace unos 250.000 años.
Al principio, los científicos creían que la única función del ADNmt
era la de actuar como central de energía de la célula,
proporcionando la fuerza necesaria para las miríadas de reacciones
químicas y biológicas de la célula.
Pero después se averiguó que el ADNmt estaba compuesto de «mitocondriones» que contienen 37 genes
dispuestos en un estrecho círculo, como un brazalete; y que este
«brazalete» genético contiene más de 16.000 pares base del alfabeto
genético (si comparamos, cada uno de los cromosomas que componen en
centro de la célula, de los cuales se hereda la mitad de cada
progenitor, contiene hasta 100.000 genes y un total de más de tres
mil millones de pares base).
Hizo falta otra década para darse cuenta de que los daños en la
estructura o en las funciones del ADNmt pueden provocar trastornos
debilitadores en el cuerpo humano, especialmente en el sistema
nervioso, en el corazón, en los músculos esqueléticos y en los
riñones. En la década de 1990, los investigadores descubrieron que
los defectos («mutaciones») en el ADNmt perturban también la
producción de 13 importantes proteínas corporales, dando como
resultado diversas enfermedades graves. En 1997, Scientific American
publicó una lista de enfermedades que comenzaba con la enfermedad de
Alzheimer y que continuaba con diversos defectos visuales,
auditivos, sanguíneos, musculares, medulares de hueso, cardiacos,
renales y cerebrales.
Estas enfermedades genéticas se unen a una lista mucho más larga de
defectos y disfunciones corporales que pueden provocar los defectos
en el ADN nuclear.
A medida que los científicos desentrañan y
comprenden el «genoma» (el código genético completo) humano (una
hazaña alcanzada recientemente con una simple y humilde bacteria),
se va conociendo la función que realiza cada gen (así como el otro
lado de la moneda, las enfermedades de su ausencia o mal
funcionamiento). Se ha descubierto que, al no producir determinada
proteína o enzima, o algún otro compuesto corporal clave, el gen
encargado de su regulación puede provocar cáncer de pecho o
perturbar la formación del hueso, sordera, pérdida de visión,
trastornos cardiacos, exceso o falta de peso, etc.
Lo que resulta interesante a este respecto es que nos encontremos
con una lista de defectos genéticos similares cuando leemos los
textos Sumerios sobre la creación del Trabajador Primitivo por parte
de Enki y con la ayuda de Ninmah. El intento de recombinar las
hebras de ADN de homínidos con las hebras de ADN de Anunnaki para
crear el nuevo ser híbrido fue un proceso de ensayo y error, y los
seres que se produjeron en un principio carecían a veces de órganos
o miembros, o los tenían en exceso.
El sacerdote babilonio Beroso,
que en el siglo III a.C. compiló para los griegos la historia y los
conocimientos de los primitivos Sumerios, habló de los resultados
fallidos de los creadores del Hombre, dando cuenta de que algunos de
los seres de las pruebas tenían dos cabezas en un solo cuerpo.
Estos
«monstruos» ya fueron representados por los Sumerios (Fig. 43a), así
como otra anomalía, la de un ser con una cabeza pero con dos caras
llamado Usmu (Fig. 43b).
En los textos se menciona específicamente a
un ser que no podía retener la orina, y se mencionan diversos
trastornos entre los que están las enfermedades de los ojos y de la
visión, temblor de manos, problemas hepáticos, fallos cardiacos y
«enfermedades de la ancianidad».
En un texto titulado Enki y Ninmah:
La creación de la Humanidad, junto a una lista de distintas
disfunciones (rigidez de manos, parálisis de pies, semen goteante)
también se representaba a Enki como a un Dios solícito que, en vez
de destruir a estos seres deformes, les buscaba una vida útil. Así,
en un caso en que el resultado fue un hombre de visión defectuosa,
Enki le enseñó un arte que no requería de la visión: el arte de
cantar y de tocar la lira.
El texto dice que, a todos ellos, Enki les decretó este o aquel
Hado. Después, instó a Ninmah para que probara con la ingeniería
genética por sí misma. Los resultados fueron terribles: los seres
que creó tenían la boca en otro lugar, ojos ulcerados, dolor de
cuello, mareos, brazos demasiado cortos para llegar hasta la boca,
etc. Pero a base de ensayo y error, Ninmah fue capaz de corregir los
distintos defectos.
De hecho, llegó un momento en que se hizo tan
entendida en los genomas Anunnaki/homínido que alardeaba de poder
hacer al nuevo ser tan perfecto o imperfecto como deseara:
¿Cuán bueno o malo es el cuerpo del hombre? Según me impulse mi
corazón, puedo hacer su hado bueno o malo.
En la actualidad, nosotros también hemos llegado al estadio en el
que podemos insertar o
sustituir determinado gen cuyo papel hayamos descubierto, e intentar
prevenir o curar una
enfermedad o un defecto específicos.
De hecho, ha aparecido una
nueva industria, la
industria biotecnológica, con un potencial en medicina (y en el
mercado de reservas)
aparentemente ilimitado. Ya sabemos realizar lo que se ha dado en
llamar ingeniería transgénica, la transferencia de genes entre especies diferentes,
una hazaña alcanzable debido a que todo el material genético de este
planeta, desde la más pequeña bacteria hasta el ser más complejo (el
Hombre), de todos los organismos vivos que pululan, vuelan, nadan o
crecen, está hecho del mismo ABC genético, de los mismos ácidos
nucleicos que constituyeron la «simiente» que trajo Nibiru a nuestro
Sistema Solar.
Nuestros genes son, de hecho, nuestra conexión cósmica.
Los modernos avances en genética se mueven a lo largo de dos rutas
paralelas pero interconectadas. Una es la de determinar el genoma
humano, la constitución genética total del ser humano; esto implica
la lectura de un código que, aunque está escrito con sólo cuatro
letras (A-G-C-T, iniciales de los nombres dados a los cuatro ácidos
nucleicos que componen todo ADN) está compuesto por innumerables
combinaciones de estas cuatro letras, que forman después «palabras»,
que se combinan en «oraciones» y «párrafos» para, finalmente, hacer
todo un «libro de la vida».
La otra ruta de investigación es
determinar la función de cada gen; ésta es una tarea aún más intimidatoria, facilitada por el hecho de que, si se puede encontrar
el mismo gen («palabra genética») en una criatura más simple (como
una bacteria inferior o un ratón de laboratorio), y se pudiera
determinar experimentalmente su función, es casi seguro que ese
mismo gen en los seres humanos tendría las mismas funciones (o su
ausencia las mismas disfunciones). El descubrimiento de los genes
relacionados con la obesidad, por ejemplo, se ha conseguido de esta
manera.
El objetivo último de esta búsqueda de la causa, y de ahí de la
cura, de las enfermedades y
las deficiencias humanas es doble: descubrir tanto los genes que
controlan la fisiología del
cuerpo como aquellos que controlan las funciones neurológicas del
cerebro.
Descubrir los
genes que controlan el proceso de envejecimiento, el reloj interno
celular del lapso vital (los
genes de la longevidad) y los genes que controlan la memoria, el
razonamiento y la
inteligencia. Los experimentos con ratones de laboratorio, por una
parte, y con gemelos
humanos, por la otra, y las amplias investigaciones intermedias,
indican la existencia de
genes y grupos de genes que dan razón de ambos.
Y se puede ilustrar
cuan tediosos y
esquivos son los objetivos de estas investigaciones mediante las
conclusiones de una
investigación sobre el «gen de la inteligencia» por comparación
entre gemelos: los
investigadores llegaron a la conclusión de que podría haber unos
10.000 «sitios genéticos»
o «palabras genéticas» responsables de la inteligencia y de los
trastornos cognitivos, cada uno de los cuales juega una minúscula
parte.
Ante tantas complejidades, uno desearía que los científicos modernos
pudieran disponer de
un mapa de carreteras proporcionado por -¡sí!- los Sumerios. Los
destacados avances en
astronomía siguen corroborando la cosmogonía Sumeria y los datos
científicos que se
aportan en La Epopeya de la Creación: la existencia de otros
sistemas solares, las órbitas
acusadamente elípticas, las órbitas retrógradas, el catastrofismo y
el agua en los planetas
exteriores, así como las explicaciones de por qué Urano yace sobre
un costado, el origen del
Cinturón de Asteroides y de la Luna, y la cavidad de la Tierra en un
lado y los continentes
en el otro lado. Todo esto se explica en el relato, científicamente
sofisticado, de Nibiru y la Batalla Celestial.
Entonces, ¿por qué no tomarse en serio, como un mapa de
carreteras científico, la otra parte de los relatos Sumerios de la
creación, la de la creación de El Adán?
Los textos Sumerios nos informan, en primer lugar, de que la
«simiente de vida» (el alfabeto genético) se lo impartió Nibiru a la
Tierra durante la Batalla Celestial, hace unos cuatro mil millones
de años. Si los procesos evolutivos en Nibiru comenzaron un mero uno
por cien antes de que fueran lanzados en la Tierra, la evolución
habría comenzado allí cuarenta millones de años antes de que
comenzara en la Tierra. Es por tanto bastante plausible que unos
super-humanos avanzados, los Anunnaki, fueran capaces de viajar por
el espacio hace medio millón de años.
También resulta plausible que,
cuando ellos llegaron aquí, se encontraran en la Tierra con seres
inteligentes paralelos, aunque todavía en el estadio de homínidos.
Pero, proviniendo de la misma «simiente», era posible la
manipulación transgénica, tal como Enki descubrió y sugirió.
«¡El
ser que necesitamos ya existe! -explicó-. Todo lo que tenemos que
hacer es poner nuestra marca [genética] en él.»
Uno debe suponer
que, para entonces, los Anunnaki conocían todo el genoma de los nibiruanos, y eran no menos capaces de determinar el genoma de los
homínidos, igual que hacemos nosotros ahora con los nuestros. ¿Qué
características en concreto optaron por transferir Enki y Ninmah de
los Anunnaki a los homínidos?
Tanto los textos Sumerios como los
versículos bíblicos indican que, mientras los primeros humanos
poseían parte (pero no toda) de la longevidad de los Anunnaki, la
pareja de creadores denegó deliberadamente los genes de la
inmortalidad a El Adán (es decir, la inmensa longevidad de los
Anunnaki, que va en paralelo al período orbital de Nibiru). Por otra
parte, qué defectos quedaron ocultos en las profundidades del
recombinado genoma de El Adán?
Sostenemos la profunda creencia de que, si unos científicos
cualificados estudiaran en detalle los datos registrados en los
textos Sumerios, se podrían obtener valiosas informaciones
biogenéticas y médicas. A este respecto, un caso sorprendente es el
de la deficiencia conocida como síndrome de Williams. Es un
trastorno que afecta a uno de cada 20.000 nacimientos, y sus
víctimas tienen un bajo C.I., que raya en el retraso; pero, al mismo
tiempo, sobresalen en algún campo artístico.
En investigaciones
recientes se ha descubierto que este síndrome, que crea a estos idiot savants (como se les ha llamado muchas veces), viene causado
por una minúscula brecha en el cromosoma 7, que priva a la persona
de alrededor de quince genes. Uno de los defectos más frecuentes es
el de la incapacidad del cerebro para reconocer lo que ven los ojos:
visión defectuosa; uno de los talentos más comunes es el musical.
¡Pero si ése es exactamente el caso registrado en el texto Sumerio
del hombre de visión defectuosa al cual Enki le enseñó a cantar y a
interpretar música!
Dado que, al principio, El Adán no podía procrear (precisando de la
intervención de los Anunnaki para la clonación), tenemos que llegar
a la conclusión de que, en aquel estadio, el ser híbrido poseía sólo
los veintidós cromosomas básicos. Los tipos de enfermedades,
deficiencias (y curas) que la biomedicina moderna esperaría
encontrar en estos cromosomas son del tipo y la gama de los listados
en los textos de Enki y Ninmah.
La siguiente manipulación genética (de la que se hace eco la Biblia
en el relato de Adán y Eva en el Jardín del Edén) fue la que les
concedió la capacidad de procrear: la adición de los cromosomas X
(hembra) e Y (varón) a los 22 cromosomas básicos (Fig. 44).
En
contra de las creencias largo tiempo sostenidas de que estos dos
cromosomas no tienen otra función que la de determinar el sexo del
descendiente, investigaciones recientes han revelado que los
cromosomas juegan más y más amplios papeles.
Por algún motivo, esto
sorprendió a los científicos, en particular en lo referente al
cromosoma Y (el del varón).
Unos estudios publicados a finales de
1997, con titulares como «Coherencia funcional del cromosoma Y
humano», recibieron audaces titulares en la prensa, como «Después de
todo, el cromosoma masculino no es un erial genético» (New York
Times, 28 de octubre de 1997). (Estos descubrimientos confirmaron,
inesperadamente, que también «Adán», al igual que Eva, provenía del
sureste de África.)
¿Dónde obtuvo Enki, el Najash, los cromosomas X e
Y? ¿Y qué hay del
origen del ADNmt? Las insinuaciones dispersas en los textos Sumerios
sugieren que Ninki, la esposa de Enki, representó un papel crucial
en las etapas finales de la creación humana.
Sería ella, así lo
decidió Enki, la que daría a los humanos el toque final, su legado
genético:
El hado del recién nacido, tú pronunciarás; Ninki proveerá la imagen de
los Dioses.
Estas palabras resuenan en la afirmación bíblica de que «a su imagen
y según su semejanza crearon los Elohim a El Adán». Y si en verdad
fue Ninki, la esposa de Enki y madre de Marduk, la que proporcionó
el ADNmt de «Eva», empezaría a tomar sentido la importancia que se
le daba al linaje de la esposa-hermana, pues constituía un vínculo
más con los orígenes cósmicos del Hombre.
Los textos Sumerios afirman que, mientras los Dioses reservaron la
«Vida Eterna» para sí mismos, a la Humanidad le dieron «sabiduría»,
una dosis extra de genes de inteligencia. Y creemos que esa
contribución genética adicional es el tema de un texto que los
expertos llaman
La leyenda de Adapa.
Claramente identificado en el texto como un «hijo de Eridú», el
«centro de culto» de Ea/Enki en el Edin, también se le llama en el
texto «el hijo de Ea»; descendiente, como sugieren ya otros datos,
del mismo Ea/Enki con una mujer que no era su esposa. Por este
linaje, así como por una acción deliberada, a Adapa se le recordó
durante generaciones como el Más Sabio de los Hombres, y recibió el
apodo de «el Sabio de Eridú»:
En aquellos días, en aquellos años, Ea creó al Sabio de Eridú como
modelo de hombres.
Lo perfeccionó con un amplio entendimiento, desvelando los designios
de la Tierra. A él le había dado sabiduría; Vida Eterna no le dio.
Este choque entre Hado y Destino nos lleva al momento en el que
apareció el Homo sapiens-sapiens; Adapa, siendo el hijo de un Dios,
también pidió la inmortalidad; algo que, como sabemos por La Epopeya
de Gilgamesh, se podía obtener ascendiendo hacia el cielo hasta la
morada de los Anunnaki; y eso fue lo que Ea/Enki le contó a Adapa.
Impávido, Adapa le pidió a Enki y recibió de él un «mapa del camino»
para llegar al lugar:
«Hizo que Adapa tomara el camino del cielo, y
al cielo ascendió.»
Enki le dio las instrucciones correctas sobre
cómo ser admitido en el salón del trono de Anu; pero también le dio
instrucciones completamente equivocadas sobre cómo comportarse
cuando se le ofreciera el Pan de la Vida y el Agua de la Vida. «¡Si
los aceptas y los ingieres - advirtió Enki a Adapa -, sin duda
morirás!» Y así, engañado por su propio padre, Adapa rechazó la
comida y las aguas de los Dioses, y terminó sujeto a su Destino de
mortal.
Pero Adapa aceptó una vestimenta que le trajeron y se la puso, y
también aceptó el óleo que le ofrecieron, y se ungió con él. Anu
declaró que Adapa sería iniciado en los conocimientos secretos de
los Dioses. Le mostró las extensiones celestiales, «desde el
horizonte del cielo hasta el cénit del cielo».
Se le haría volver a Eridú sano y salvo, y allí sería iniciado por la Diosa Ninkarrak en
los secretos de «los males que le habían sido asignados a la
Humanidad, las enfermedades que se habían forjado sobre los cuerpos
de los mortales», y ella le enseñaría cómo sanar estas dolencias.
Llegado a este punto, resultaría relevante recordar las garantías
que dio
Yahveh a los israelitas en el desierto del Sinaí. Después de
tres días de marcha sin nada de agua, éstos llegaron a un manantial
cuya agua no era potable. Y Yahveh dijo a los israelitas:
«Si tenéis
en cuenta mis mandamientos, no os impondré las enfermedades de
Egipto»;
«Yo, Yahveh, seré tu sanador»
(Éxodo 15,26).
La promesa de Yahveh de ser el sanador de su pueblo elegido se repite en Éxodo
23,25, donde se hace una referencia específica al consentimiento
para que tuviera hijos una madre que era estéril. (Esa misma promesa
se mantuvo en lo referente a Sara y a otras heroínas del relato
bíblico.)
Dado que estamos tratando aquí de una entidad divina, se podría
asumir también que estamos tratando aquí con una sanación genética.
Y el incidente con
los Nefilim, que habían descubierto en vísperas
del Diluvio que las «Hijas de El Adán» eran compatibles con ellos y
que podían tener hijos juntos, también supone genética.
¿Se les impartirían a Adapa y a otros semidioses o iniciados estos
conocimientos de genética con propósitos curativos? Y si fue así,
¿cómo? ¿Cómo pudieron enseñar a los terrestres el complejo código
genético en aquellos tiempos «primitivos»?
Creemos que, para encontrar una respuesta, tendremos que buscar en
letras y en números.
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