12 - LOS DIOSES DE LAS LÁGRIMAS DE ORO

Algún tiempo después del 4000 a.C, el gran Anu, soberano de Nibiru, vino a la Tierra en visita de estado.

No era la primera vez que hacía tan arduo viaje espacial. Unos 440.000 años terrestres antes -sólo 122 años de Nibiru-, su hijo primogénito, Enki, había liderado el primer grupo de 50 anunnaki que llegaron a la Tierra. Su objetivo era obtener oro, con el cual había sido bendecido este séptimo planeta.

 

En Nibiru, la naturaleza y la tecnología se habían combinado para enrarecer y dañar la atmósfera del planeta, una atmósfera que no sólo necesitaba respirar, sino también cubrir al planeta como un invernadero, para evitar que se disipara el calor interno. Y sus científicos concluyeron que, para evitar que Nibiru se convirtiera en un globo helado y sin vida, habría que suspender partículas de oro en las partes altas de la atmósfera.

Enki, el brillante científico, amerizó en el Golfo Pérsico y estableció su base, Eridú, en sus costas. Su plan consistía en extraer el oro de las aguas del golfo; pero no consiguieron suficiente de esta manera, y la crisis en Nibiru se agudizó. Cansado de las promesas de Enki de que su proyecto sería un éxito, Anu llegó a la Tierra para ver las cosas con sus propios ojos.

 

Con él, venía su heredero legal, Enlil, que, aunque no era el primogénito, tenía el derecho de sucesión porque su madre, Antu, era hermanastra de Anu. Él carecía de la brillantez científica de Enki, pero era un excelente administrador; no le fascinaban los misterios de la naturaleza, pero creía que podía hacerse cargo y conseguir que las cosas funcionaran. Y lo que había que hacer, todos los estudios lo indicaban, era extraer el oro allí donde era abundante: en el sur de África.

Se desencadenaron las más airadas discusiones, no sólo en lo referente al proyecto en sí, sino también entre los dos hermanastros rivales. Anu llegó incluso a pensar en quedarse en la Tierra y dejar a uno de sus hijos como regente en Nibiru; pero la idea aún provocó más discordias. Al final, lo echaron a suertes. Enki se iría a África y organizaría las labores de extracción, mientras que Enlil se quedaría en el E.DIN (Mesopotamia) y construiría las instalaciones necesarias para refinar los minerales y embarcar el oro en dirección a Nibiru. Y Anu volvió al planeta de los anunnaki. Aquélla fue su primera visita.

Y, después, vino la segunda visita, provocada por otra emergencia. Cuarenta años de Nibiru después del primer aterrizaje, los anunnaki que habían sido destinados para trabajar en las minas de oro se amotinaron. En qué medida tuvo lugar por el arduo trabajo en las profundas minas y en qué medida reflejaba la envidia y las fricciones entre los dos hermanastros y sus contingentes, es algo que sólo se puede adivinar. Lo cierto es que los anunnaki supervisados por Enki en el sur de África se amotinaron, se negaron a seguir trabajando, y tomaron a Enlil como rehén cuando fue allí para neutralizar la crisis.

Todos estos acontecimientos quedaron registrados; se los contaron a los terrestres milenios después, para que supieran cómo había comenzado todo. Se convocó un Consejo de Dioses. Enlil insistía en que Anu viniera a la Tierra a presidirlo, para que pronunciara sentencia contra Enki. En presencia de los líderes reunidos, Enlil detalló la cadena de acontecimientos y acusó a Enki de haber dirigido el motín. Pero, cuando los amotinados relataron su historia, Anu sintió simpatía por ellos. Eran astronautas, no mineros; y su trabajo había terminado por hacerse insoportable.

Pero, ¿es que no era necesario hacer este trabajo? ¿Cómo iban a sobrevivir en Nibiru si no se extraía el oro? Enki tenía una solución: ¡crearemos unos trabajadores primitivos, dijo, que se harán cargo de los trabajos duros! Ante la asombrada asamblea explicó que había estado llevando a cabo experimentos con la ayuda de la oficial médico jefe, Ninti/Ninharsag. En la Tierra, en el este de África, existe un ser primitivo -un hombre-simio.

 

Este ser debió de evolucionar en la Tierra a partir de la propia Simiente de Vida de Nibiru, que pasó de Nibiru a la Tierra durante la ancestral colisión celeste con Tiamat. Existe compatibilidad genética; lo que hace falta es implementar mejoras en este ser, dándole algunos de los genes de los anunnaki. Entonces, se convertirá en una criatura a imagen y semejanza de los anunnaki, capaz de utilizar herramientas, lo suficientemente inteligente como para obedecer órdenes.

Y así fue como se creó el LULU AMELU, el «trabajador mezclado», por medio de la manipulación genética y la fertilización del óvulo de una mujer-simio en una probeta de laboratorio. Pero los híbridos no podían procrear; las hembras anunnaki tenían que hacer de diosas del nacimiento en cada ocasión, por lo que Enki y Ninharsag perfeccionaron a los híbridos por medio de un sistema de ensayo-error, hasta que lograron el modelo perfecto.

 

Le llamaron Adam, «el de la Tierra» -terrestre. Con estos siervos fértiles, se produjo oro en abundancia. Los siete asentamientos se convirtieron en ciudades, y los anunnaki -600 en la Tierra y 300 en las estaciones orbitales- se acostumbraron a una vida relajada. Algunos, incluso, y a pesar de las objeciones de Enlil, tomaron por esposas a las Hijas del hombre, y tuvieron hijos con ellas. Para los anunnaki, la tarea de extraer oro ya no era una tarea con lágrimas; pero, a Enlil, todo aquello se le empezaba a antojar una misión pervertida.

Todo terminó con el Diluvio. Durante mucho tiempo, las observaciones científicas venían advirtiendo que la capa de hielo que estaba creciendo en el continente antártico se estaba haciendo inestable; la próxima vez que pasara Nibiru por las cercanías de la Tierra, entre Marte y Júpiter, su atracción gravitatoria podría hacer que esa tremenda masa de hielo se deslizara fuera del continente, generando una marea de proporciones globales, cambiando abruptamente los océanos y las temperaturas de la Tierra, provocando tormentas sin precedentes. Después de consultar con Anu, Enlil dio la orden:

¡disponed las naves espaciales, estad preparados para abandonar la Tierra!

Pero, ¿qué iba a pasar con la humanidad?, se preguntaban sus creadores, Enki y Ninharsag. Dejad que perezcan, dijo Enlil, e hizo jurar a todos los anunnaki que guardarían el secreto, para que los desesperados terrestres no interfirieran en los preparativos de partida de los anunnaki.

 

Enki, aunque reacio, juró también; pero, simulando que hablaba con una pared, dio instrucciones a su fiel seguidor, Ziusudra, para que construyera un Tibatu, una nave sumergible, en la cual él, su familia y bastantes animales podrían sobrevivir a la avalancha de agua, para que la vida en la Tierra no pereciera. Y le proporcionó a Ziusudra un navegante, para que llevara la nave hasta el Monte Ararat, la montaña más visible de Oriente Próximo.

Los textos de la Creación y del Diluvio que los anunnaki les dictaron a los sumerios ofrecen relatos mucho más detallados y concretos que las versiones bíblicas, más concisas, con las que estamos familiarizados. Llegado el momento, tuvo lugar la catástrofe.

 

Pero en la Tierra no sólo había semidioses; algunas de las principales deidades, miembros del círculo sagrado de Doce, eran también, de alguna forma, terrestres: Nannar/Sin e Ishkur/Adad, los hijos más jóvenes de Enlil, habían nacido en la Tierra; lo mismo ocurría con los hijos gemelos de Sin, Utu/Shamash e Inanna/Ishtar.

 

Enki y Ninharsag (con la cual él pudo compartir su secreta «Operación Noé») se unieron a los demás para sugerir que los anunnaki no dejaran la Tierra por las buenas, sino que permanecieran en órbita terrestre durante un tiempo para ver lo que ocurría. Y así, después de que la inmensa ola hubiera ido y venido, y de que cesaran las lluvias, las cumbres de la Tierra comenzaron a verse, y los rayos del Sol, brillando a través de las nubes, pintaron arco iris en los cielos.

Enlil, al descubrir que la humanidad había sobrevivido, se enfureció en un principio, pero después se ablandó. Se dio cuenta de que los anunnaki aún podrían vivir en la Tierra; pero, si tenían que reconstruir sus centros y reanudar la producción de oro, al hombre habría que permitirle proliferar y prosperar, y habría que dejar de tratarlo como a un esclavo para empezar a hacerlo como a un compañero.

En los tiempos antediluvianos, el espaciopuerto para la ida y venida de los anunnaki y de los suministros, así como para el embarque del oro, estaba en Mesopotamia, en Sippar. Pero todo aquel fértil valle entre el Eufrates y el Tigris tenía ahora encima miles de millones de toneladas de lodo. Utilizando todavía la doble cumbre del Ararat como punto focal sobre el cual anclar el ápice del Corredor de Aterrizaje, erigieron dos montañas artificiales gemelas en el paralelo 30, a orillas del Nilo -las dos grandes pirámides de Gizeh-, para que hicieran de balizas de aterrizaje del espaciopuerto postdiluviano de la península del Sinaí. Estaba tan cerca, incluso más, de las fuentes de oro africanas de lo que había estado el espaciopuerto de Mesopotamia.

Para que los terrestres pudieran sobrevivir, multiplicarse y ser útiles a los anunnaki, se les concedió la civilización en tres estadios. Se trajeron de Nibiru semillas para cultivos vitales, se domesticaron variedades silvestres de cereales y animales, se les enseñaron las tecnologías de la arcilla y el metal. Esta última fue de gran importancia, pues tenía que ver con el propio éxito de los anunnaki a la hora de reanudar el suministro de oro, ahora que las viejas minas estaban atascadas de lodo y agua.

La primera vez que Nibiru pasó por las cercanías de la Tierra después del Diluvio se recibieron materiales vitales de allí, pero poco de valor se pudo enviar de vuelta. En las fuentes de oro de antaño había que encontrar filones nuevos, hacer túneles en las laderas, excavar pozos en la tierra, perforar las rocas. Había que dotar de herramientas a la humanidad -herramientas duras- para que pudieran extraer lo que los anunnaki podían localizar y perforar con sus pistolas de rayos.

 

Afortunadamente, la avalancha de agua también había hecho algo bueno, pues había expuesto filones, los había lavado y había llenado los lechos fluviales de pepitas de oro, mezcladas entre el lodo y la grava. Hacerse con este oro podría abrir nuevas fuentes, más fáciles de trabajar, pero de más difícil acceso y transporte, pues el lugar en donde había pepitas de oro en grandes cantidades estaba al otro lado de la Tierra: allí, a lo largo de unas cadenas montañosas frente al gran océano, habían quedado expuestas riquezas indecibles. Y estaban allí para hacerse con ellas, si los anunnaki iban allí; si se podía encontrar un modo de embarcar aquel oro.

Y ahora que Nibiru se había acercado de nuevo a la Tierra, el gran Anu, con su esposa Antu, venía a la Tierra en visita de estado, para ver con sus propios ojos cómo iban las cosas. ¿Qué se había conseguido al conceder a la humanidad los dos metales divinos, AN.NA y AN.BAR, con los cuales hacer herramientas duras? ¿Qué se había conseguido al extender las operaciones al otro lado del mundo? ¿Estaban los almacenes llenos de oro, como se había dicho, listo para ser embarcado hacia Nibiru?

«Después de que el Diluvio barriera la Tierra, cuando se trajo la Realeza desde el Cielo, la Realeza estuvo primero en Kis».

Así comienza la relación, en las Listas de los Reyes Sumerios, de las distintas dinastías y capitales de la primera civilización en Oriente Próximo. Y lo cierto es que la arqueología ha confirmado la preeminente antigüedad de esta ciudad sumeria. De sus 23 soberanos, uno lleva un nombre-epíteto que podría indicar que fue metalúrgico; se dice con toda claridad que el vigésimo segundo soberano, Enmen-baragsi, fue el «que se llevó como botín el arma fundida de Elam».

 

Elam, en las montañas al este y al sudeste de Sumer, era uno de los lugares en donde comenzó la metalurgia; y la mención del preciado botín, un arma fundida, confirma las evidencias arqueológicas de una metalurgia totalmente desarrollada en Oriente Próximo poco después del 4000 a.C.

Pero «Kis fue herida por las armas», quizás por los mismos elamitas cuya tierra había sido invadida; y la realeza, la capital, se transfirió a una flamante ciudad llamada Uruk (la bíblica Erek). De sus doce reyes, el más conocido fue Gilgamesh, de heroico renombre. Su nombre significaba «a Gibil, dios de la Fundición [consagrado]».

 

Parece ser que la metalistería fue importante para los reyes de Uruk. Uno de ellos que tenía la palabra herrero, describe el motivo por el cual era famoso. El primer soberano, cuyo reinado comenzó cuando Uruk no era más que un recinto sagrado, tenía el prefijo MES -«Maestro fundidor»- como parte de su nombre. La inscripción de este rey resulta ser inusualmente larga:

Mes-kiag-gasher, hijo del divino Utu,
se convirtió en sumo sacerdote del Eanna así como en rey...
Meskiaggasher entró en el Mar Occidental
y partió hacia las Montañas.

Esta información, en la que se registra una hazaña renombrada, es muy importante, habida cuenta de la longitud de la inscripción, cuando lo normal es que se pusiera solamente el nombre del rey y la duración de su reinado. Qué mar cruzó Meskiaggasher, el Maestro Fundidor, y a qué montañas llegó, nunca lo sabremos seguro; pero los términos parecen sugerir el otro lado del mundo.

Podemos comprender la urgencia por traer la metalurgia a Uruk: tenía que ver con la inminente visita de estado de Anu. Quizás para hacerle ver que todo iba bien, que la ciudad, Uruk, se había construido en su honor, y presumir de logros metalúrgicos. En el centro del recinto sagrado se construyó un templo de muchos niveles, con las esquinas hechas de metal fundido. Su nombre, E.ANNA, se suele interpretar como «casa de Anu»; pero también podía significar «casa de estaño». Los textos en los que se detalla el protocolo y el programa de la visita real a Uruk nos muestran un lugar pródigo en oro.

Las tablillas encontradas en los archivos de Uruk, que, según lo que anotó el escriba, eran copias de textos sumerios anteriores, se pueden leer sólo a partir de la mitad.

 

Anu y Antu ya están sentados en el patio del templo, contemplando una procesión de dioses que lleva el cetro dorado. Mientras tanto, unas diosas preparan los dormitorios de los visitantes en la E.NIR -«casa de la Brillantez»- que estaba cubierta con la «hechura de oro del Mundo Inferior». Al oscurecer el día, un sacerdote ascendió hasta el nivel más alto del zigurat para observar la esperada aparición de Nibiru, el «gran planeta de Anu del Cielo».

 

Después de que se recitaran los himnos correspondientes, los visitantes se lavaron las manos en sendas jofainas de oro y se les sirvió la cena en siete bandejas de oro; cerveza y vino les escanciaron en recipientes de oro. Y, después de algunos himnos más ensalzando «al planeta del Creador, el planeta que es el héroe del Cielo», una procesión de antorchas portadas por dioses acompañó a los visitantes hasta su «recinto dorado» para pasar allí la noche.

A la mañana siguiente, los sacerdotes llenaron los incensarios de oro durante los sacrificios, mientras se despertaba a los dioses para servirles un elaborado desayuno servido en fuentes de oro. Cuando llegó el momento de partir, una procesión de dioses llevó a los visitantes hasta el muelle en donde estaba amarrado su barco, acompañados por los cantos de los sacerdotes.

 

Dejaron la ciudad a través de la Puerta Elevada, bajaron por la avenida de los dioses y llegaron a «el muelle sagrado, el dique del barco de Anu», que tenía que llevarlos por «el sendero de los dioses». En una capilla llamada Casa de Akitu, Anu y Antu se unieron a los dioses de la Tierra en sus oraciones, recitando las bendiciones siete veces. Y después, «agarrándose las manos», los dioses partieron.

Si, en la época de esta visita de estado, los anunnaki ya habían estado buscando oro en el Nuevo Mundo, ¿Anu y Antu habrían incluido en su itinerario una visita a las nuevas tierras del oro? Y los anunnaki de la Tierra, ¿no habrían intentado impresionarles con sus nuevos logros, con sus nuevas perspectivas, con la promesa de suministrar a Nibiru el vital metal en cantidades suficientes, de una vez por todas?

Si la respuesta es sí, entonces se podría explicar la existencia de Tiahuanacu y de otras muchas cosas más; pues si en Sumer se fundó una nueva ciudad con un flamante recinto sagrado, con un recinto de oro y una avenida de los dioses y unos muelles sagrados para la visita de Anu a la Tierra de Antaño, sería de suponer que se fundara también una nueva ciudad con un flamante recinto de oro y una avenida sagrada y muelles sagrados en el corazón de las Nuevas Tierras.

 

Y, como en Uruk, sería de esperar encontrarse con un observatorio para determinar el momento de la aparición de Nibiru en los cielos nocturnos, seguida por la elevación del resto de los planetas.

Creemos que un paralelismo así podría explicar la necesidad de un observatorio como el Kalasasaya, por su precisión y por su fecha: hacia el 4000 a.C. Sugerimos que sólo una visita de estado de estas características podría explicar la elaborada arquitectura de Puma-Punku, sus regios muelles y, sí, su recinto chapado en oro. Pues eso es exactamente lo que los arqueólogos han encontrado en Puma-Punku: evidencias incontrovertibles de que no sólo se cubrió con placas de oro parte de los pórticos (como los paneles traseros de la Puerta del Sol en Tiahuanacu), sino que se chapó en oro la totalidad de las paredes, entradas y cornisas.

 

En muchos bloques de piedra pulidos, Posnansky encontró y fotografió hileras de pequeños agujeros redondos que «servían para sujetar las placas de oro que los cubrían, a través de clavos, también de oro». Y, cuando en 1943, pronunció una conferencia sobre el tema en la Sociedad Geográfica, presentó uno de estos bloques con cinco clavos de oro todavía clavados en él (los otros clavos se los habían llevado los buscadores de oro cuando arrancaron las placas).

La posibilidad de que en Puma-Punku se hubiera erigido en la época más remota un edificio con las paredes, el techo y las cornisas recubiertas de oro, tal como lo había sido la E.NIR en Uruk, se hace más significativa cuando descubrimos que los bajorrelieves que decoran las puertas ceremoniales en Puma-Punku, así como algunas de las gigantescas estatuas del Gran Dios en Tiahuanacu, tenían incrustaciones de oro.

Posnansky descubrió y fotografió los agujeros de sujeción, «algunos de dos milímetros de diámetro, alrededor de los relieves». Una importante puerta de Puma-Punku, llamada la Puerta de la Luna, tenía «incrustado en oro» tanto el relieve de Viracocha como el rostro del dios en la franja inferior, «lo cual hacía que los jeroglíficos principales resaltaran con gran brillantez».

No menos importante fue el descubrimiento de Posnansky de que, en el lugar de los ojos del dios, el oro incrustado y los clavos «sujetaban unos redondeles de turquesa en las hendiduras de los ojos. Hemos descubierto -proseguía Posnansky-, muchas de estas piezas de turquesa perforadas en el centro, en los estratos culturales de Tiahuanacu», detalle que le llevó a creer que, no sólo los relieves de las puertas, sino también las gigantescas estatuas de piedra de los dioses que se encontraron en Tiahuanacu, tenían el rostro incrustado en oro y los ojos en turquesa.

Este descubrimiento es de lo más significativo, pues no existen turquesas -ni piedras semipreciosas azules verdosas- en ningún lugar de Sudamérica. Es un mineral cuya más antigua extracción se sitúa a finales del quinto milenio a.C, en la península del Sinaí y en Irán. Además de esto, las técnicas de incrustación eran puramente de Oriente Próximo, y no se encuentran en ningún otro lugar de las Américas -ciertamente, no en aquéllas épocas.

Figura 131
 

Virtualmente, la totalidad de las estatuas que se han encontrado en Tiahuanacu muestran a los dioses con tres lágrimas en cada ojo. Las lágrimas estaban incrustadas en oro, como se puede ver todavía en algunas de las estatuas que se exhiben hoy en el Museo del Oro de La Paz. Hay una famosa estatua, que recibió el apodo de «el Fraile» (Fig. 131a), y que tiene alrededor de tres metros de altura, que se talló, como el resto de estatuas gigantes de Tiahuanacu, en arenisca; esto sugiere que todas ellas pertenecen al período más antiguo de Tiahuanacu.

 

La deidad sostiene una herramienta serrada en la mano derecha; las tres estilizadas lágrimas de cada ojo, que indudablemente estuvieron incrustadas en oro, se pueden ver con toda claridad (como en el dibujo, Fig. 131b).

 

Esas tres lágrimas también se pueden ver en el rostro de la Cabeza Gigante (Fig. 131c), que los buscadores de tesoros desgajaron de una colosal estatua a causa de la creencia local de que los constructores de Tiahuanacu «poseían el secreto de hacer piedra», y que las estatuas no se tallaron de la piedra, sino que se fundieron a través de un proceso mágico que les permitía ocultar oro en el interior de las estatuas.

Esta creencia quizá se sustentara por las incrustaciones de oro de las lágrimas de los dioses, un práctica que podría explicar por qué el pueblo andino (al igual que los aztecas) llamaba a las pepitas de oro «lágrimas de los dioses». Debido a que todas estas estatuas estaban representando a la misma deidad de la Puerta del Sol, en donde también se le muestra derramando lágrimas, a este dios se le terminó llamando «El dios llorón».

 

Con estas evidencias, creemos que estaría justificado llamarle el «dios de las lágrimas de oro». En un gigantesco monolito grabado que se encontró en un lugar cercano (Wancai), se representa a este dios con un tocado cónico y con cuernos -el típico tocado de los dioses mesopotámicos- y con rayos en el lugar de las lágrimas (Fig. 132), con lo que se identifica claramente al dios de la tormenta.

Figura 132
 

Uno de los bloques de piedra de Puma-Punku chapados en oro, con «misteriosas cavidades» y un profundo surco en su interior, tenía una esquina cortada a modo de embudo, y Posnansky supuso que formaría parte de un altar de sacrificios.

 

Sin embargo, hay uno de esos lugares satélites de Tiahuanacu, cuyos restos de piedra lo convierten en un pequeño Puma-Punku y en donde se han encontrado objetos de oro, que se llama Chuqui-Pajcha, que en aymara significa «donde el oro líquido pasa por el embudo», y que sugiere que, más que libaciones sacrificiales, lo que había allí era un proceso de producción de oro.

La disponibilidad y la abundancia de este oro en Tiahuanacu y sus satélites no sólo es evidente en sus leyendas, relatos o nombres de lugares, sino también en los restos arqueológicos. Muchos objetos de oro clasificados por los expertos como Tiahuanacu clásico, a causa de sus formas u ornamentaciones (imágenes estilizadas del dios de las lágrimas de oro, escaleras, cruces), se encontraron en lugares cercanos e islas en el transcurso de las excavaciones de las décadas de 1930, 1940 y 1950.

 

Dignas de mención fueron las misiones arqueológicas patrocinadas por el Museo Americano de Historia Natural (liderada por William C. Bennett), el Museo Peabody de Arqueología y Etnología Americana (liderada por Alfred Kidder II) y el Museo Etnológico de Suecia (liderada por Stig Rydén, junto con Max Portugal, entonces conservador del Museo Arqueológico de La Paz.)

Entre los objetos había copas, vasos, discos, tubos y alfileres (uno de éstos, de unos 15 cm de longitud, tenía una cabeza con la forma de un penacho de tres brazos). Los objetos de oro encontrados durante excavaciones más antiguas en las dos islas sagradas, Titicaca (Isla del Sol) y Coatí (Isla de la Luna), los describió Posnansky en su Guía General de Tiahuanacu y su entorno, y también A. F. Bandelier (The Islands of Titicaca and Koati).

 

Los descubrimientos de Titicaca tuvieron lugar en su mayor parte en unas ruinas inidentificables cercanas a la Roca Sagrada y su cueva; los expertos no se ponen de acuerdo acerca de si los objetos pertenecen a los períodos primitivos de Tiahuanacu o, como algunos sostienen, provienen de tiempos incas, pues se sabe que los incas iban a la isla para dar culto y erigir santuarios durante el reinado de Mayta Capac, el cuarto soberano inca.

Los descubrimientos de objetos de oro y bronce en Tiahuanacu y sus alrededores no dejan lugar a dudas de que el oro precedió al bronce (es decir, al estaño) en esta región. Posnansky fue muy enfático al relegar el bronce al tercer período de Tiahuanacu, y mostró casos en los que se habían utilizado grapas de bronce para reparar estructuras de la época del oro.

 

Dado que en las montañas cercanas existen evidencias claras de que el mineral de estaño y el oro se obtenían en los mismos lugares, es probable que el descubrimiento del oro, seguido por su minería de placer en la región de Titicaca, fuera el que revelara la existencia de la casiterita: ambos se encuentran mezclados en los mismos lechos de ríos y arroyos.

 

En un informe oficial boliviano (titulado Bolivia y la apertura del canal de Panamá, 1912), se afirmaba que, tanto el río Tipuani como el río que baja del Monte Illampu, además de tener mineral de estaño, «son famosos por la presencia de gravas en donde hay inmensas cantidades de oro»; a profundidades de más de 90 metros, no se puede encontrar el fondo rocoso. Y «la proporción de oro se incrementa con la profundidad de la grava».

 

El informe señalaba que el oro del río Tipuani era de entre 22 y 23,5 quilates, es decir, oro casi puro. La lista de lugares en donde hay oro en Bolivia es casi interminable, aun después de tantos siglos de explotación desde la conquista de América. Sólo los españoles, entre 1540 y 1750, extrajeron de las fuentes bolivianas más de 100 toneladas de oro.

Antes de que en el siglo XIX se hiciera independiente lo que ahora llamamos «Bolivia», se le conocía como Alto Perú y formaba parte de los dominios peruanos de los españoles. Los recursos minerales no sabían, ciertamente, de fronteras políticas, y ya hemos hablado en anteriores capítulos de las riquezas de oro, plata y cobre que los españoles encontraron en Perú, y de la creencia europea de que «el filón madre» de todo el oro del oeste de las Américas, norte y sur, se encontraba en los Andes peruanos.

Si echamos un vistazo a un mapa de los recursos minerales de América del Sur, tendremos una imagen clara. Hay tres bandas de diversa amplitud de filones de oro, plata y cobre que serpentean a lo largo de la cordillera andina con una inclinación noroeste-sudeste, desde Colombia, en el norte, hasta Chile y Argentina, en el sur. Punteados a lo largo de estas bandas, están algunos de los veneros de estos metales más famosos del mundo, algunos de ellos considerados como montañas casi puras de mineral.

 

Las lentas fuerzas de la naturaleza, y sin duda la inmensa avalancha de agua del Diluvio, sacaron los metales y sus minerales de los filones incrustados en la roca, exponiéndolos y lavándolos por las laderas y los lechos fluviales. Y dado que los ríos más grandes de América del Sur nacen en las estribaciones orientales de los Andes y discurren por las inmensas llanuras de Brasil hasta el Océano Atlántico, no debe sorprender que también hubiera oro y cobre en grandes cantidades en esta parte del continente.

Pero, en última instancia, el origen de todos los metales ornamentales y de extracción minera estuvo siempre en los filones de la cordillera andina; y, si se observan estas bandas de filones que se entrecruzan, y se delimitan con colores diferentes en el mapa, la imagen que queda se parece mucho a la de la estructura helicoidal doble del ADN, entrelazada en sí misma y con su homólogo el ARN, las cadenas genéticas de vida y herencia de todo lo que vive en la Tierra.

En el interior de estas bandas, se encuentran dispersos otros valiosos minerales, algunos de ellos raros -platino, bismuto, manganeso, wolframio, hierro, mercurio, azufre, antimonio, asbesto, cobalto, arsénico, plomo, zinc y, muy importantes para la fundición y el refinado, tanto antiguos como modernos, carbón y petróleo.

Algunos de los filones más ricos de oro, en parte lavados en los lechos fluviales, se encuentran al este y al norte del lago Titicaca. Allí, en la Cordillera Real, que rodea el lago desde el nordeste al sudeste, una cuarta banda de filones se une a las demás: una banda de estaño en forma de casiterita. Esta banda se halla presente en la costa oriental del lago, gira hacia el oeste a lo largo de la cuenca del Titicaca para, después, correr hacia el sur casi en paralelo al río Desaguadero. Se une a otras tres bandas de filones cerca de Oruro y del lago Poopó, y allí desaparece.

Cuando Anu y su esposa llegaron para ver las riquezas minerales, la zona sagrada de Tiahuanacu, su recinto sagrado y sus muelles, todo estaba preparado. ¿A quiénes enrolaron y llevaron allí los anunnaki, hacia el 4000 a.C, para construir todo aquello?

 

Para entonces, los pueblos de las montañas que rodeaban Sumer tenían ya una rudimentaria tradición en trabajos metalúrgicos y de cantería, y pudieron estar entre los artesanos que se llevaron allí. Pero la verdadera tecnología metalúrgica, incluida la fundición, la tecnología de construcción a partir de planos arquitectónicos y la de seguimiento de orientaciones estelares, estuvo en manos de los sumerios.

La efigie central del semisubterráneo recinto sagrado es la de un hombre barbado, como lo son muchas de las cabezas de piedra que se sujetaron al muro del recinto y que retratan a dignatarios desconocidos. Muchas de ellas llevan turbante como los que llevaban los dignatarios sumerios (Fig. 133).

Figura 133


Figura 134
 

Habría que preguntarse dónde y cómo asimilaron los incas, continuando con la costumbre del Imperio Antiguo, las normas de sucesión de los sumerios (o, lo que es lo mismo, las de los anunnaki).

 

¿Por qué, en sus conjuros, los sacerdotes incas invocaban al Cielo pronunciando las palabras mágicas Zi-Ana, y a la Tierra, con las palabras Zi-ki-a, términos absolutamente sin significado en quechua o en aymara (según S.A. Lafone Quevedo, Ensayo mitológico), pero que en sumerio significaban «vida celeste» (ZI. ANA) y «vida de tierra y agua» (ZI.KI.A)?

 

¿Y por qué los incas conservaron de la época del Imperio Antiguo el término Anta para los metales en general y para el cobre en particular -un término que es sumerio, AN.TA, se habría clasificado junto con AN.NA (estaño) y AN.BAR (hierro)?

A estas reliquias lingüísticas de la metalurgia sumeria (que las tomaron prestadas sus sucesores) se les sumó el descubrimiento de pictogramas sumerios de la minería. Los arqueólogos alemanes dirigidos por A. Bastian se encontraron con estos símbolos grabados en las rocas de las riberas del río Manizales, en la región aurífera central de Colombia (Fig. 134a); y una misión del gobierno francés, bajo la dirección de E. André, se encontró, mientras exploraban los lechos fluviales de la región oriental, con símbolos similares (Fig. 134b) grabados en las rocas que había por encima de unas cuevas que se habían profundizado artificialmente.

 

Muchos petroglifos de los centros auríferos andinos, las rutas que llevan hasta éstos o a los lugares en donde aparece el término Uru como componente del nombre, disponen de símbolos que tienen todo el aspecto de pictogramas o de escritura cuneiforme, como los de la cruz radiante (Fig. 134c) encontrada entre unos petroglifos al noroeste del lago Titicaca -un símbolo que los sumerios utilizaban para representar al planeta Nibiru.

Y añadamos a todo esto la posibilidad de que algunos de los sumerios llevados al lago Titicaca pudieran haber dejado descendientes hasta nuestros días. En la actualidad, sólo quedarían unos cuantos centenares de ellos; viven en algunas de las islas del lago, navegando con sus botes de juncos. Los aymarás y los kollas, que componen la mayor parte de los habitantes de la región, los consideran los remanentes de los más antiguos pobladores de la zona, forasteros de otra tierra a la que llaman Uru. Dicen que significa «Los de antaño»; pero, ¿no se llamarán así porque vinieron de la capital sumeria, Ur?

Según Posnansky, los urus hablan de cinco deidades o Samptni:

  • Pacani-Malku, que significa Señor de Antaño o Grande;

  • Malku, que significa Señor;

  • y los dioses de la Tierra, de las Aguas y el Sol.

El término malku tiene un obvio origen en Oriente Próximo, donde significaba (y sigue haciéndolo en hebreo y árabe) «rey». W. La Barre, en uno de los pocos estudios que se han hecho sobre los urus (American Anthropologist, vol. 43), dice que los «mitos» uru cuentan que,

«nosotros, la gente del lago, somos los más antiguos en la Tierra. Estamos aquí desde hace mucho tiempo, desde antes de que el Sol se escondiera... Antes de que el Sol se ocultara, nosotros ya llevábamos mucho tiempo aquí. Después vinieron los kollas... Ellos utilizaban nuestros cuerpos para los sacrificios cuando hacían los cimientos de sus templos... Tiahuanaco se construyó antes del tiempo de la oscuridad».

Hemos determinado ya que el Día de la Oscuridad, «cuando el Sol se escondió», tuvo lugar hacia el 1400 a.C. Ya hemos explicado que fue un acontecimiento global que dejó su huella en las escrituras y en la memoria de los pueblos de ambos lados del mundo. Esta leyenda uru, o su memoria colectiva, afirma que Tiahuanacu se construyó antes de este suceso, y que los urus ya estaban allí desde mucho antes.

 

Hasta el día de hoy, los aymarás navegan en canoas de juncos que, según dicen, aprendieron a construirlas de los urus. La notable similitud de estos botes con los botes de juncos sumerios llevaron a Thor Heyerdahl a hacer una réplica de estos y embarcarse en los viajes de la Kon-Tiki (un epíteto de Viracocha), para demostrar que los antiguos sumerios pudieron haber cruzado los océanos.

La extensión de la presencia sumeria/uru en los Andes se puede percibir en otros detalles, como el hecho de que uru signifique «día» en todas las lenguas andinas, tanto en aymara como en quechua, el mismo significado («luz del día») que tuvo en Mesopotamia. Otros términos andinos, como uma/mayu, que es agua, khun, que es rojo, kap, que es mano, enu/ienu, que es ojo, makai, que es golpe, tienen un origen mesopotámico tan evidente que Pablo Patrón (Nouvelles études sur les langues americaines) concluyó que,

«está claramente demostrado que las lenguas quechua y aymara de los indígenas de Perú tuvieron un origen sumerio-asirio».

El término uru aparece como componente de muchos nombres geográficos bolivianos y peruanos, como en el del importante centro minero Oruru, el Valle Sagrado de los Incas de Urubamba («Llanura/valle de los Urus») y su conocido río, y otros muchos. De hecho, en unas cuevas que hay en el centro del Valle Sagrado, aún viven los remanentes de una tribu que se considera descendiente de los urus del lago Titicaca; y se niegan a abandonar las cuevas para ir a vivir en casas porque, según dicen, las montañas se derrumbarán si ellos dejan de vivir en su interior, provocando con ello el fin del mundo.

Existen otros vínculos aparentes entre la civilización de Mesopotamia y la de los Andes.

  • ¿Cómo explicar, por ejemplo, el hecho de que, como en el caso de Tiahuanacu, la capital sumeria, Ur, estuviera circundada por un canal con un puerto en el norte y otro en el suroeste (un canal que llevaba al Eufrates)?

  • ¿Y cómo explicar que el Recinto Dorado del templo de Cuzco tuviera las paredes cubiertas con placas de oro, al igual que los de Puma-Punku y Uruk?

  • ¿Y cómo la «Biblia en Imágenes» del Coricancha, en donde se representa a Nibiru y su órbita?

También estaban las muchas costumbres que llevaron a los recién llegados españoles a ver en los indígenas a los descendientes de las Diez Tribus de Israel. Estaban las ciudades costeras y sus templos, que recordaron a los exploradores los recintos sagrados y los zigura-ts de Sumer.

  • ¿Y cómo explicar los tejidos, increíblemente adornados, de los pueblos costeros cercanos a Tiahuanacu, únicos en las Américas, salvo si se comparan con los tejidos sumerios, concretamente con los de Ur, que fueron famosos en la antigüedad por sus colores y sus exquisitos diseños?

  • ¿Por qué se representaba a los dioses con tocados cónicos, y a una diosa con la cuchilla umbilical de Ninti?

  • ¿Por qué un calendario como el mesopotámico, y un Zodiaco como en Sumer, con la precesión de los equinoccios y doce casas?

Sin la intención de hacer un refrito de todas las evidencias que llenan los capítulos anteriores, se nos antoja que todas las piezas del rompecabezas de los comienzos andinos encajan en su sitio, si reconocemos la mano de los anunnaki y la presencia en esta región de los sumerios (solos o con sus vecinos) hacia el 4000 a.C.

 

Las leyendas de la ascensión a los cielos del Creador y sus dos hijos, la Luna y el Sol, desde la roca sagrada de la Isla del Sol (la Isla Titicaca) bien pueden ser recuerdos de la partida de Anu, de su hijo Sin y de su nieto Shamash: después de hacer un corto viaje en barco desde Puma-Punku hasta un vehículo aéreo de los anunnaki que esperaba en la isla.

En aquella memorable noche en Uruk, en cuanto se divisó Nibiru, los sacerdotes encendieron las antorchas como señal para las poblaciones cercanas. Y, así, se fueron encendiendo hogueras, hasta que todo Sumer resplandeció, celebrando la presencia de Anu y Antu, y el avistamiento del Planeta de los Dioses.

Tanto si la gente era consciente como si no de que estaban presenciando un avistamiento celeste que sólo ocurría una vez cada 3.600 años terrestres, lo que sí que debían saber era que se trataba de un fenómeno que sólo tendrían ocasión de verlo una vez en sus vidas. La humanidad no ha dejado de anhelar el regreso de aquel planeta, y simplemente recuerda aquella era como una Era de Oro: no sólo en términos físicos, sino también porque culminó un período de paz y de progresos sin precedentes para la humanidad.

Pero tan pronto (en términos anunnaki) Anu y Antu regresaron a Nibiru, la pacífica división de la Tierra entre los clanes anunnaki se vio alterada. Fue hacia el 3450 a.C, según nuestros cálculos, cuando tuvo lugar el incidente de la Torre de Babel: una intentona de Marduk/Ra por conseguir la supremacía de su ciudad, Babilonia, en Mesopotamia.

 

Aunque frustrada por Enlil y Ninurta, aquel intento por involucrar a la humanidad en la construcción de una torre de lanzamiento trajo la decisión de los dioses de dispersar a la humanidad y confundir sus lenguas. Aquella civilización y aquella lengua únicas se dividieron, y tras un período caótico que duró unos 350 años, se formó la civilización del Nilo, con su propia lengua y su propia escritura, aunque rudimentaria. Esto sucedió, según nos dicen los egiptólogos, hacia el 3100 a.C.

Frustrado en sus esfuerzos por hacerse con la supremacía en el civilizado Sumer, Marduk/Ra se valió de que se hubiera concedido la civilización a los egipcios para volver a aquella tierra y reclamar su soberanía a su hermano Thot, con lo que éste quedó como un dios sin pueblo; y nuestra hipótesis es que, acompañado por algunos fieles seguidores, eligió una morada en los Nuevos Reinos -en Mesoamérica.

Y sugerimos también que no sólo sucedió «hacia el 3100 a.C», sino exactamente en el 3113 a.C. -la época, el año e, incluso, el día en que los mesoamericanos comenzaron su Cuenta Larga.

Contar el paso del tiempo tomando como punto de arranque del calendario un acontecimiento importante no es nada extraño. El calendario occidental cristiano cuenta los años a partir del nacimiento de Cristo. El calendario musulmán comienza con la Hégira, la huida de Mahoma desde La Meca a Medina. Echando un vistazo a los muchos ejemplos de tierras y monarquías precedentes, mencionaremos el calendario judío, que es, en efecto, el antiguo calendario (el más antiguo de todos) de Nippur, la ciudad sumeria consagrada a Enlil.

 

En contra de la idea generalizada de que los judíos cuentan los años (5.748 en 1988) desde el «principio del mundo», el calendario judío cuenta realmente los años desde el comienzo del calendario nippuriano, en el 3760 a.C. -momento, suponemos, en que tuvo lugar la visita de estado de Anu a la Tierra.

¿Por qué no aceptar entonces nuestra hipótesis de que la llegada de Quetzalcóatl, es decir, la Serpiente Alada, a su nuevo reino se tomara como punto de arranque de la Cuenta Larga del calendario mesoamericano, especialmente por ser el dios que introdujo el calendario en estas tierras?

Figura 135
 

Tras ser derrocado por su propio hermano, Thot (conocido en los textos sumerios como Ningishzidda -Señor del Árbol de la Vida) se convirtió en el aliado natural de los adversarios de su hermano, los dioses enlilitas y su Guerrero Jefe, Ninurta.

 

En los registros sumerios se dice que, cuando Ninurta le pidió a Gudea que le hiciera un templo-zigurat, fue Ningishzidda/Thot el que diseñó los planos de construcción; también especificó los extraños materiales necesarios para ello, y se ocupó de suministrarlos. Como amigo de los enlilitas, tuvo que mantener buenas relaciones con Ishkur/Adad, y con el reino andino que se puso bajo su control en la región del Titicaca; y, probablemente, sería bien recibido allí como invitado.

De hecho, podemos discernir evidencias de que un dios Serpiente y sus seguidores africanos echaron probablemente una mano en el desarrollo de algunos de los emplazamientos satélites de procesamiento de metales de los alrededores de Tiahuanacu.

 

Existen algunas estelas y esculturas de piedra de la época entre los Períodos I y II de Tiahuanacu que están decoradas con símbolos de serpientes -un símbolo que, por otra parte, es extraño y desconocido en Tiahuanacu; y algunas de las esculturas de personas encontradas en lugares cercanos (Fig. 135), así como dos colosales bustos que los nativos se llevaron al pueblo de Tiahuanacu para decorar la entrada de la iglesia (Fig. 136), muestran, aún en tan erosionado estado, rasgos negroides.

Figura 136
 

Posnansky, herido por las críticas de su «fantástica» antigüedad, no intentó fechar la transición desde el Período I, cuando se utilizó la arenisca para la construcción y el santuario, hasta el Período II, más sofisticado, cuando se empezó a utilizar una piedra más dura, la andesita.

 

Pero el hecho de que este cambio marcara también un giro en el centro de atención de Tiahuanacu desde el oro al estaño, nos sugiere la época del 2500 a.C. Si, como suponemos, los dioses enlilitas a cargo de los dominios montañosos de Oriente Próximo (Adad, Ninurta), se encontraban entonces en el Nuevo Reino, ocupados con la fundación de la colonia casita, esto explicaría por qué, más o menos en la misma época, Inanna/Ishtar usurpó el poder en Oriente Próximo y lanzó una sangrienta ofensiva contra Marduk/Ra para vengar la muerte de su amado esposo Dumuzi (provocada, según ella, por Marduk).

Fue en aquella época, y probablemente como consecuencia de la inestabilidad de los Viejos Reinos, cuando los dioses involucrados se decidieron a crear una nueva civilización lejos de todas las demás: en los Andes. Mientras Tiahuanacu era el centro del suministro de estaño, los suministros de oro eran casi inagotables a lo largo de las vertientes andinas. Todo lo que había que hacer era darle al hombre andino los conocimientos y las herramientas necesarias para hacerse con el oro.

Y así fue como, hacia el 2400 a.C. -justo como dijo Montesinos-, se le dio a Manco Capac la varita de oro en Titicaca y se le envió a la región del oro de Cuzco.

¿Qué forma tenía y para qué servía esta varita mágica? Uno de los más concienzudos estudios sobre el tema es Corona incaica, de Juan Larrea. Analizando objetos, leyendas y representaciones pictóricas de los soberanos incas, llegó a la conclusión de que era un hacha, un objeto llamado Yuari, que, cuando se le entregó a Manco Capac, se le dio el nombre de Tupa-Yuari, Hacha Real (Fig. 137a). Pero, ¿era un arma o una herramienta?

Para encontrar la respuesta, tendremos que ir al antiguo Egipto. El término egipcio para «dioses, divino» era Neteru, «Guardianes», que, no obstante, era el término que se utilizaba para designar a Sumer (en realidad, Shumer) -«tierra de los guardianes»; y en las primeras traducciones de los textos bíblicos y pseudobíblicos al griego, el término Nefilim (alias Anunnaki) se tradujo por «guardianes».

 

El jeroglífico de esta palabra era un hacha (Fig. 137b); E. A. Wallis Budge (The Gods of the Egyptians), en un capítulo especial titulado «El hacha como símbolo de Dios», llegó a la conclusión de que estaba hecha de metal, y mencionó que el símbolo (como el término Neter) se había tomado prestado de los sumerios. Y eso es, precisamente, lo que se puede vislumbrar en la Fig. 133.

Figura 137
 

Así se puso en marcha la civilización andina: dándole al hombre andino un hacha con la cual extraer el oro de los dioses.

Los relatos de Manco Capac y de los hermanos Ayar marcan también, con toda probabilidad, el fin de las fases mesopotámica y del oro en Tiahuanacu. A continuación, hubo una pausa, que se prolongó hasta que el lugar volvió a la vida como capital mundial del estaño. Llegaron los casitas y empezaron a enviar estaño, o bronce ya hecho, a través de la ruta del Pacífico. Con el tiempo, se pusieron en marcha otras rutas.

 

La existencia de poblaciones con una abundancia sorprendente de objetos de bronce apunta a una posible ruta por el río Beni, en dirección este, hasta la costa atlántica de Brasil, para desde ahí, con la ayuda de las corrientes oceánicas, alcanzar el Mar de Arabia y llegar a Egipto a través del Mar Rojo, o a Mesopotamia a través del Golfo Pérsico.

 

Pudo haber, y probablemente hubo, una ruta a través del Imperio Antiguo y el río Urubamba, como sugieren los emplazamientos megalíticos y el descubrimiento de un trozo de estaño puro en Machu Picchu. Esta ruta llevaba al Amazonas y al extremo nororiental de Sudamérica, para cruzar después el Atlántico y llegar a África Occidental, y por último al Mediterráneo.

Y después, en el momento en que Mesoamérica alcanzó un mínimo de poblaciones civilizadas, se ofreció una tercera alternativa más rápida, a través del estrecho cuello de botella que establecía un puente de tierra virtual entre el Océano Pacífico y el Atlántico cruzando el Caribe -ruta que seguirían más tarde, pero al revés, los conquistadores.

Esta tercera ruta, la de la civilización olmeca, debió convertirse en la preferida a partir del 2000 a.C, como se evidencia por la presencia de mediterráneos, pues, en el 2024 a.C, los anunnaki, dirigidos por Ninurta, destruyeron con armas nucleares el espaciopuerto del Sinaí, por temor a que cayera en manos de los seguidores de Marduk.

La mortífera nube nuclear avanzó imparable hacia el este por todo el sur de Mesopotamia, devastando Sumer y su última capital, Ur. Y, como si el destino lo hubiese decretado, la nube se desvió hacia el sur perdonando a Babilonia; y Marduk, sin perder el tiempo, marchó con un ejército de seguidores cananeos y amorreos, declarando la realeza en Babilonia.

Creemos que fue entonces cuando se tomó la decisión de conceder la civilización a los seguidores africanos de Ningishzidda/Thot/Quetzalcóatl en su reino centroamericano.

Uno de los extraños estudios académicos que admiten que los olmecas eran negroides africanos fue África and the Discovery of America, de Leo Wiener, profesor de eslavo y otras lenguas en la Universidad de Harvard. Basándose en los rasgos raciales y en otras consideraciones, pero principalmente en el análisis lingüístico, concluyó que la lengua olmeca pertenecía al grupo de lenguas mande, que tuvieron su origen en el oeste de África, entre los ríos Niger y Congo.

 

Pero este estudio lo realizó en 1920, antes de que se conocieran los restos de la verdadera época olmeca, por lo que atribuyó su presencia en Mesoamérica a los marinos y los traficantes de esclavos árabes de la Edad Media.

Más de medio siglo tendría que pasar hasta que se abordara este tema en otro importante estudio académico, Unexpected Faces in Ancient America, de Alexander von Wuthenau. Con una gran aportación de fotografías de rostros de semitas y negroides del legado artístico de Mesoamérica, Wuthenau supuso que los primeros vínculos entre el Viejo y el Nuevo Mundo se desarrollaron durante el reinado del faraón egipcio Ramsés III (siglo XII a.C), y que los olmecas eran cusitas de Nubia (la principal fuente de oro de Egipto).

 

Pensó que algunos otros negros africanos pudieron llegar a América a bordo de «barcos fenicios y judíos», entre el 500 y el 200 a.C. Ivan van Sertima, cuyo estudio They Came Before Columbus estableció un puente sobre el vacío de medio siglo entre los dos trabajos académicos anteriores, se inclinó por la solución cusita: fue cuando los reyes negros de Kush ascendieron al trono de Egipto en el siglo VIII a.C, conformando la vigesimoquinta dinastía, y comerciando con plata y bronce que, probablemente como consecuencia de los naufragios, dominaban en Mesoamérica.

Esta conclusión vino propiciada por la idea de que las gigantes cabezas olmecas eran, más o menos, de aquella época; pero ahora sabemos que los comienzos de los olmecas se remontan al 2000 a.C. Entonces, ¿quiénes fueron estos africanos?

Sostenemos que los estudios lingüísticos de Leo Wiener son correctos, pero no así su marco temporal. Cuando uno compara los rostros de las colosales cabezas olmecas (Fig. 138a) con las de los africanos occidentales (como éste del líder nigeriano, General I. B. Banagida -Fig. 138b), un puente de obvia similitud cruza el abismo de los milenios.

 

Es de esta parte de África de la que Thot pudo llevarse a sus seguidores expertos en minería, pues es allí donde son abundantes el oro, y el estaño y el cobre con los cuales alear el bronce.

Figura 138
 

Nigeria es famosa por sus figurillas de bronce -fundidas con el mencionado proceso de Cera Perdida- desde hace milenios; en unas investigaciones recientes, en las que se ha hecho dataciones con radiocarbono, se ha comprobado que las más antiguas pueden ser de alrededor del 2100 a.C.

También allí, en África Occidental, lo que hoy se conoce como Ghana, recibió durante siglos el nombre de Costa de Oro, pues eso es lo que era, una fuente de oro conocida incluso por los fenicios. Y después tenemos la región del pueblo ashanti, famosa en todo el continente por su orfebrería; entre sus trabajos se suelen ver objetos de oro con la forma de pirámides escalonadas en miniatura (Fig. 139), en unos países en donde no han existido nunca estas construcciones.

Creemos que, cuando el orden en el Viejo Mundo quedó trastocado, Thot se llevó consigo a sus seguidores expertos: para comenzar una nueva vida, una nueva civilización y unas nuevas operaciones mineras.

Con el tiempo, como hemos demostrado, estas operaciones y esos mineros, los olmecas, se trasladaron hacia el sur, primero a las costas mexicanas del Pacífico, y luego, a través del istmo, a la parte norte de América del Sur. Su destino final sería la región de Chavín, donde se encontrarían con los mineros del oro de Adad, el pueblo de la varita de oro.

Figura 139
 

La edad de oro de los Nuevos Reinos no duraría para siempre. Los emplazamientos olmecas de México fueron destruidos; los mismos olmecas y sus barbados compañeros tuvieron un fin brutal. La cerámica mochica nos muestra a unos esclavizados gigantes y a unos dioses alados combatiendo con hojas de metal. El Imperio Antiguo presenció choques tribales e invasiones, y en las alturas del Titicaca, las leyendas aymara recordarían a unos invasores que subieron a las montañas desde la costa y mataron a los hombres blancos que aún quedaban allí.

  • ¿Sería esto el reflejo de los conflictos entre los anunnaki, conflictos en los cuales fueron involucrando cada vez más a la humanidad?

  • ¿O todo esto comenzó a suceder después de que los dioses se fueran -navegando por el mar, ascendiendo al cielo?

Fuese lo que fuese que sucediera, lo que es cierto es que, con el tiempo, los vínculos entre los Viejos y los Nuevos Reinos se rompieron. En el Viejo Mundo, las Américas se convirtieron en no más que un borroso recuerdo -insinuado por este o aquel autor clásico, de los relatos de la Atlántida escuchados a los sacerdotes egipcios, incluso de asombrosos mapas que dibujaban continentes desconocidos.

 

¿Acaso era todo un mito, que hubiera tierras de oro y estaño más allá de las Columnas de Hércules?

 

Con el tiempo, los Nuevos Reinos se convertirían en los Reinos Perdidos, al menos para los occidentales. Allí, en los Nuevos Reinos, el pasado de oro se convirtió sólo en un recuerdo legendario con el transcurso de los siglos. Pero los recuerdos no morirían, y los relatos persistirían; los relatos de cómo y dónde comenzó todo, de Quetzalcóatl y Viracocha, de cómo volverían algún día.

Cuando nos encontramos ahora con cabezas colosales, muros megalíticos, emplazamientos abandonados, una solitaria puerta con un dios llorón, nos debemos preguntar: ¿no tendrían razón los pueblos de América al decirnos que aquellos dioses estuvieron entre ellos, al esperar su regreso?

Figura 140
 

Pues, hasta que el hombre blanco llegó otra vez, trayendo con él el caos, los pueblos de los Andes, donde todo comenzó, sólo podían mirar en los vacíos recintos dorados y conservar la esperanza de ver de nuevo, alguna vez, a su alado dios de las lágrimas de oro.

 

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