UNO
El raro fenómeno astrológico que observamos este 16 de agosto de
1986, cuando Venus, Marte y Mercurio se conjuntaron frente al Sol,
no ocurría desde hace más de 20 mil años y ha reactivado diversos
ánimos. Algunas noticias mencionan que en la fecha aludida hizo su
aparición un hombre, un extraño personaje al que se da el título de
Rey del Mundo; de él se dice que ha venido del corazón de la tierra
para anunciar una nueva civilización de paz y abundancia, “de un
modo discreto y sin demostrar”, aunque puede cambiar incluso el
Karma de los seres.
De un misterioso imperio subterráneo, en el siglo XX, se comenzó a
hablar a partir de 1920, cuando científicos y exploradores de otras
regiones se trasladaron a un lugar de Asia Central, cerca del río
Amu Darja, en la frontera de Afganistán, que marca montañas de
lapislázuli: allí una gigantesca red de galerías subterráneas que
parten en el cauce del Amu Darja y se pierde en las altísimas
montañas, indican lo que parece ser una entrada al reino oculto.
Porque según se cree estas galerías se prolongarían a través del
continente asiático, con ramificaciones a todos lugares, formando
parte del remoto sitio cuyo mito se remonta a más de 60 mil años.
Según se dice, dos vecinos que perseguían un oso a través de
galerías secundarias, un verdadero laberinto, se encontraron
repentinamente frente a una pared de vidrio, tras la cual dormía un
gigante rubio rodeado de otros seres igualmente dormidos en estos
sarcófagos de vidrio. Sobre la noticia, que parece remota, no deja
de ser importante mencionar que desde entonces grupos de científicos,
arqueólogos, geólogos y saqueadores viven en las cercanías.
El
profesor inglés W. Agrest, que dedicó varios años de su vida al
sitio, ha afirmado que este lugar marca una de las entradas al reino
de
Shambhala, donde vive el Maitreya llamado
Rey del Mundo:
“Se sabe que este pueblo subterráneo ha vivido junto a nosotros
desde antes, oculto en espera que alcancemos el grado de avance que
ellos poseen. Estos sarcófagos con hombres no distintos a nosotros,
aunque más altos, posiblemente sean humanos de una raza anterior a
la nuestra; científicamente sabemos que el hombre se va achicando, y
estos seres en nada se nos diferencian, a no ser el tamaño: unos
2.80 metros.
El lugar donde conducen estos laberintos es
insospechado, pero todo indica que puede ser una entrada a Shambhala,
y lo que se ha encontrado, una sala funeraria; hay quienes dicen que
estos seres habrían llegado a la Tierra desde un planeta en
extinción en naves aéreas que aterrizaron en una isla del
desaparecido mar de Gobi, aunque esto, hasta ahora, es improbable.
Lo que es verdadero, y basta ver en los libros, es que todas las
religiones hablan de un Maitreya, que en el reino subterráneo se
identifica como el Rey del Mundo”.
Por lo que se sabe, este Rey del Mundo se aparece sin mayor
premeditación, en cualquier época y lugar, aunque, se dice, siempre
de acuerdo a cierta posición del Sistema planetario en relación a la
Tierra. Ahora de dice que el aparecido fue recibido en los
monasterios de Narabanchi y Erdeni Dzo, en la meseta de Tibet, hoy
territorio invadido por China, donde ya estuvo antes. Quienes lo han
visto aseguran que “aunque tiene miles de años, parece muy joven.
Pero no hay nada inmaduro en la luz de poder que brota de sus ojos.
Es ligeramente más grande que el hombre medio sin que exista en su
cuerpo otra diferencia con nosotros, a excepción de la pigmentación
de su piel: es dorado. Los que ahora afirman su presencia cuentan
que posee una nueva ciencia que deberá desarrollarse durante los
próximos 250 años, cuando con el nuevo milenio la humanidad estará
dispuesta para recibir los beneficios que él trae. De acuerdo a la
tradición se sabe que viene del corazón de la Tierra, donde está su
reino subterráneo habitado por la antiquísima civilización oculta
pero vigilante a cuanto ocurre en la superficie del planeta.
Es
cierto que las primeras noticias de este personaje en el siglo XX
las trajo el explorador Ferdynand Ossendowski, en la época de
entreguerras, cuando obtuvo noticias precisas del Rey del Mundo
durante un viaje por Mongolia.
Iba el hombre con su caravana
cruzando ese país, cuando ocurrió algo, según narra:
“¡Deteneos! - murmuró mi guía mongol un día que atravesábamos el
llano cerca de Tzagan Luk-. ¡Deteneos!
Y se dejó resbalar desde lo alto de su camello, que se tumbó sin que
nadie se lo ordenase. El mongol se tapó con las manos la cara en
actitud de orar y comenzó a repetir la frase:
-Om mani padme hung.
Los otros mongoles detuvieron también sus camellos y se pusieron a
rezar. “¿Qué sucede?”, pensé yo, mirando en torno mío la hierba
verde pálido que se extendía por el horizonte hasta un cielo sin
nubes, iluminado por los últimos rayos soñadores del sol poniente.
Los mogoles rezaron durante un momento, cuchicheando entre ellos y
después de apretar las cinchas de los camellos reanudaron la marcha.
-¿No habéis visto - me preguntó el mongol - cómo nuestros camellos
movían las orejas espantados, cómo los caballos guías en la llanura
quedaban inmóviles y atentos, y cómo los carneros y el ganado se
echaban en el suelo? ¿No observasteis que los pájaros dejaron de
volar, las marmotas de correr y los perros de ladrar?
El aire
vibraba dulcemente y tría de lejos la música de una canción que
penetraba hasta el corazón de los hombres, de las bestias y de las
aves. La tierra y el cielo contenían el aliento. El viento cesaba de
soplar; el sol detenía su carrera. En un momento como aquél, el lobo
que se aproximaba a hurtadillas a los carneros hace alto en su
marcha solapada; el rebaño de antílopes, amedrentado, retiene su
ímpetu peculiar; el cuchillo del pastor, dispuesto a degollar al
carnero, se le cae de las manos; el armiño rapaz cesa de arrastrarse
detrás de la confiada perdiz.
Todos los seres vivos transidos de
miedo, involuntariamente sienten la necesidad de orar, aguardando su
destino. Esto era lo que entonces ocurría, lo que sucede siempre que
el Rey del Mundo, en su palacio subterráneo, reza inquiriendo el
porvenir de los pueblos de la tierra.
Así habló el mongol, pastor simple e inculto. Mongolia, con sus
altas montañas áridas y terribles, sus llanuras ilimitadas cubiertas
de los huesos esparcidos de los antepasados, ha dado origen al
misterio; su pueblo, aterrado por las pasiones tormentosas de la
naturaleza o adormecido por la paz de la muerte, lo siente en su
plena magnitud y los lamas, rojos y amarillos, lo perpetúan y
poetizan. Los pontífices de Urga y Lhassa guardan su ciencia y su
posesión. Ha sido durante mi viaje a Asia Central cuando he conocido
por primera vez el misterio de los misterios, pues no puedo llamarlo
de otra manera.
Al principio no le concedí mucha atención, pero
comprendí después su importancia al analizar y comparar ciertos
testimonios esporádicos y frecuentemente sujetos a controversia. Los
ancianos de la ribera del Amyl me refirieron una antigua leyenda,
según la cual una tribu mongola, intentando huir de las exigencias
de Gengis Khan, se ocultó en una comarca subterránea. Más tarde un
lama de los alrededores del lago Nogan Kul me mostró, así que se
disipó una nube de humo, la puerta que sirve de entrada al reino de
Agharti.
Antaño penetró por esa puerta en el reino un cazador, y a
su vuelta empezó a contar lo que había visto. Los lamas le cortaron
la lengua para impedirle hablar de los misterios. Ya viejo, volvió a
la entrada de la caverna y desapareció en el reino subterráneo cuyo
recuerdo tanto encantó y regocijó su corazón de nómada. Obtuve
informes más detallados de los labios del hutuktu Jelyl Dyamsrap de
Narabanchi Kure.
Este me narró la historia de la llegada del
poderoso Rey del Mundo a su salida del reino subterráneo, su
aparición, sus milagros y profecías, y entonces solamente empecé a
comprender que en esta leyenda, esta hipnosis, esta visión colectiva,
de cualquier modo que se le interprete, encierra más de un misterio,
una fuerza real y soberana, capaz de influir en el curso de la vida
política de Asia. A partir de ese momento, comencé mis
investigaciones.
El lama Gelong, favorito del príncipe
Chultan Beyli,
y el príncipe mismo, me hicieron la descripción de ese reino:
- En el mundo -dijo el Gelong-, todo se halla constantemente en
estado de transición y de cambio: los pueblos, las religiones, las
leyes y las costumbres.
Cuántos grandes imperios y brillantes
constituciones han perecido! Lo único que no cambia nunca es el mal,
el instrumento de los espíritus perversos. Hace más de seis mil años,
un hombre santo desapareció con toda un tribu en el interior de la
tierra y nunca ha reaparecido en la superficie de ella. Muchos
hombres sin embargo, han visitado después este reino misterioso: Sakya Muni, Nadur, Gheghen, Paspa, Baber y otros. Nadie sabe dónde
se encuentra situado.
Dicen unos que hay una entrada en el
Afganistán, otros que en la India. Todos los fieles de esta religión
están protegidos contra el mal y el crimen no existe en el interior
de sus fronteras. La ciencia se ha desarrollado en la tranquilidad y
nadie vive amenazado de destrucción. El pueblo subterráneo ha
llegado al colmo de la sabiduría. Ahora es un gran reino que cuenta
con millones de súbditos regidos por el Rey del Mundo.
Este conoce
todas las fuerzas de la naturaleza, lee en todas las almas humanas y
en el gran libro del destino. Invisible, reina sobre ochocientos
millones de hombres que están dispuestos a ejecutar sus órdenes.
El príncipe Chultun Beyli agregó:
- Este reino es Agharti y se
extiende a través de todos los accesos subterráneos del mundo entero.
He oído a un sabio lama decir al Bogdo Jan que todas las cavernas
subterráneas de América están habitadas por el pueblo antiguo que
desapareció de la tierra.
Aún se encuentran huellas suyas en la
superficie. Estos pueblos y estos espacios subterráneos dependen de
gran cosa sorprendente. Sabéis que en los dos océanos mayores del
Este y del Oeste había remotamente dos continentes.
Las aguas se lo
tragaron y sus habitantes pasaron al reino subterráneo. Las cavernas
profundas están iluminadas con un resplandor particular que permite
el crecimiento de cereales y otros vegetales y duran las gentes una
larga vida sin enfermedades. Allí existen numerosos pueblos e
incontables tribus. Un viejo Brahmán budista de Nepal, obedeciendo a
la voluntad de los Dioses, hizo una visita al antiguo reino de Gengis, Siam, y en ella encontró un pescador, quien le ordenó que
ocupase su barca y bogase con él hacia el mar.
Al tercer día
arribaron a una isla donde vivía una raza de hombres con dos lenguas,
que podían hablar separadamente idiomas distintos. Les enseñaron
animales curiosos, tortugas de dieciséis patas y un solo ojo,
enormes serpientes de sabrosa carne y pájaros con dientes que cogían
los peces del mar para sus amos desconocidos. Estos isleños le
dijeron que habían venido del reino subterráneo y les describieron
ciertas regiones.
El lama Turgut, que me acompañó en mi viaje de Urga a Pekín, me
proporcionó otros informes. La capital de Agharti está rodeada de
villas en las que habitan los grandes sacerdotes y los sabios.
Recuerda a Lhassa, donde el palacio del Dalai Lama, el Potala, se
halla en la cima de un monte cubierto de templos y monasterios. El
trono del rey del mundo se alza entre dos millones de Dioses
encarnados. Estos son los santos panditas. El palacio mismo se halla
circundando por la residencia de los Goros, quienes poseen las
fuerzas visibles e invisibles de la tierra, del infierno y del cielo,
y pueden disponer a su antojo de la vida y la muerte de los hombres.
Si nuestra loca humanidad emprendiese la guerra contra ellos, serían
capaces de hacer saltar la corteza de nuestro planeta, transformando
la superficie de éste en desiertos. Pueden secar los mares, cambiar
los continentes en océanos y convertir las montañas en arenales. A
su mando los árboles, las hierbas y las zarzas empiezan a retoñar;
los hombres resucitan. En extraños carros, que nosotros no conocemos,
recorren a toda velocidad los estrechos pasillos del interior de
nuestro planeta.
Algunos brahmanes de la India y ciertos Dalai
Lamas del Tiber han conseguido escalar los picos de las cordilleras,
nunca holladas hasta entonces por pisadas en la nieve y señales de
ruedas de carruajes. El bienaventurado Sayka Muni encontró en la
cima de un monte unas tablas de piedras con letreros que sólo
descifró a edad muy avanzada, y penetró luego en el reino de Agharti
del que trajo las migajas del saber sagrado que pudo retener en la
memoria. Allí en palacios maravillosos de cristal, moran los jefes
invisibles de los fieles: el Rey del Mundo, Brahytma, que puede
hablar con Dios como yo os hablo, y sus dos auxiliares: Nahytma, que
conoce los acontecimientos futuros, y Mahynga, que dirige las causas
de estos acontecimientos.
Los santos panditas estudian el mundo y
sus fuerzas. A veces, los más sabios de ellos se reúnen y envían
delegados a los sitios donde jamás llegó la mirada de los hombres.
Esto lo describe el Sashi Lama, que vivió hace ochocientos cincuenta
años. Los pandistas más altos, con una mano en los ojos y la otra en
la base de cráneo de los sacerdotes más jóvenes, les adormecen
profundamente, lavan sus cuerpos con infusiones de plantas, les
inmunizan contra el dolor, les hacen tan duros como la piedra, les
envuelven en bandas mágicas y se ponen a rezar al Dios poderoso.
Los
jóvenes petrificados, acostados, con los ojos abiertos y los oídos
atentos, ven, oyen y se acuerdan de todo. Enseguida un Goro se
acerca y clava en ellos una mirada penetrante. Lentamente los
cuerpos se levantan de la tierra y desaparecen. El Goro sigue
sentado, con los ojos fijos en el sitio al que los envió. Unos hilos
invisibles les sujetan a su voluntad y algunos de ellos viajan por
las estrellas, asisten a los acontecimientos y observan los pueblos
desconocidos, sus costumbres y condiciones.
Escuchan las
conversaciones, leen los libros y saben de las dichas y las miserias,
de la santidad y los pecados, de la piedad y el vicio… Los hay que
se mezclan a la llama, ven la criatura de fuego, ardiente y feroz,
combaten sin tregua, derriten y machacan los metales en las entrañas
de los planetas, hacen hervir el agua de los geysers y fuentes
termales, funden las rocas y derraman sus materias en fusión sobre
la superficie de la tierra y en los orificios de las montañas.
Otros
se lanzan en busca de los seres del aire, infinitamente pequeños,
evanescentes y transparentes, empapándose en sus misterios y
descubriendo el objeto de su existencia. Algunos se deslizan hasta
los abismos del mar y estudian el reino de las útiles criaturas del
agua que transportan y esparcen el calor saludable por toda la
tierra, rugiendo los vientos, las olas y las tempestades. En el
monasterio de Erdeni Dru vivió antaño Pandita Hutuktu, que estuvo en
Agharti. Al morir habló del tiempo en que moró por voluntad del Goro
en una estrella roja del Este, y de cuando voló en el océano
cubierto de hielos y vagó entre las llamas ondulantes que arden en
las profundidades de la tierra.
Estas son las historias que oí contar en las yurtas de los príncipes
y en los monasterios lamaístas. El tono con que las referían me
impedía formular la menor objeción. Durante mi estancia en Urga
intenté hallar una explicación. Naturalmente el Buda vivo era quien
mejor podía documentarme, y procuré, por tanto, hacerle hablar de
ello. En una conversación con él cité el nombre del Rey del Mundo.
El anciano pontífice volvió bruscamente la cabeza hacía mi lado y
fijó en mi sus ojos inmóviles y sin vida. A mi pesar, me quedé
callado.
El silencio se prolongó y el pontífice reanudó el diálogo
de manera que comprendí no deseaba abordar el tema. En las caras de
las demás personas observé la expresión del asombro y espanto que
mis palabras habían producido, especialmente en el bibliotecario del Bogdo Jan. Se comprenderá fácilmente que todo aquello contribuyó a
aumentar mi curiosidad y afán de profundizar en el asunto. Cuando
salí del despacho del Bogdo Hutuktu, encontré al bibliotecario que
se había ido antes que yo, y le pregunté si consistiría en que
visitase la biblioteca del Buda vivo.
Empleé con él una treta
inocente:
-Sabed, mi querido lama -le dije-, que yo estuve un día en medio del
campo, a la hora en que el Rey del Mundo conversaba con Dios, y
experimenté la conmovedora impresión del momento.
Sorprendiéndose mucho, el viejo lama me repuso con tono sereno:
- No es justo que el budismo y nuestra religión amarilla lo oculten.
El reconocimiento de la existencia del más santo y poderoso de los
hombres del reino bendito, del gran templo de la ciencia sagrada, es
tan consolador para nuestros corazones de pecadores y nuestras vidas
corrompidas, que ocultarlo a la humanidad sería un pecado. Pues bien,
oíd -añadió el letrado-: el año entero el Rey del Mundo dirige el
trabajo de los panditas y goros de Agharti. A veces acude a la
caverna del templo, donde reposa el cuerpo embalsamado de su
antecesor, en un féretro de piedra negra. Esta caverna está siempre
oscura, pero cuando el Rey del Mundo entra en ella, en los muros
surgen rallos de fuego, y de la cubierta del féretro suben lenguas
de llamas. El goro mayor se mantiene junto a él, tapadas la cabeza y
la cara, con las manos cruzadas sobre el pecho. El goro no se quita
nunca el velo del rostro, porque su cabeza es una calavera de ojos
chispeantes y lengua expedita. Comulga con las almas de los difuntos.
El Rey del Mundo habla largo rato, luego se aproxima al féretro,
extendiendo la mano. Las llamas brillan más intensamente, las rayas
de fuego de las paredes se extinguen y reaparecen entrelazándose,
formando signos misteriosos de alfabeto Vatannan. Del sarcófago
empiezan a salir banderolas transparentes de luz apenas visible. Son
los pensamientos de su antecesor. Pronto el Rey del Mundo se ve
rodeado de una aureola de aquella luz, y las letras de fuego
escriben, escriben sin cesar en las paredes los deseos y las órdenes
de Dios. En aquel instante, el Rey del Mundo está en relación con
las ideas de todos los que dirigen los destinos de la humanidad:
reyes, zares, jefes guerreros, grandes sacerdotes, sabios, hombres
poderosos. Conoce sus interiores y sus planes.
Si agradan a Dios, el
Rey del Mundo los favorecerá con su ayuda sobrenatural, si desagrada
a Dios, el Rey provocará su fracaso. Esta facultad la posee Agharti
por la creencia misteriosa de Om, vocablo con el que principian
todas nuestras plegarias. Om es el nombre de un antiguo santo, el
primero de los goros que vivió hace trescientos mil años. Fue el
primer hombre que conoció a Dios, el primero que enseñó a la
humanidad a creer, esperar y a luchar con el mal. Entonces Dios le
otorgó poder absoluto sobre las fuerzas que gobiernan el mundo
visible. Después de su coloquio con su antecesor, el Rey del Mundo
reúne el Supremo Consejo de Dios, juzga las naciones y los
pensamientos de los grandes hombres y les ayuda o les anonada.
Mahytma y Mahynga hallan el puesto de esas acciones e intensiones
entre las causas que manejan el mundo.
Enseguida el Rey del Mundo
entra en el templo, y a solas reza y medita. El fuego brota del
altar, y poco a poco se propaga a todos los altares próximos, y a
través de la llama ardiente se vislumbra cada vez más claro el
rostro de Dios. El Rey del Mundo participa respetuosamente a Dios
las decisiones del consejo, y recibe en cambio las instrucciones
inescrutables del Omnipotente. Cuando abandona el templo, el Rey del
Mundo exhala un resplandor divino.
-¿Ha visto alguien al Rey del Mundo? -pregunté.
-Sí -contestó el lama-. Durante las fiestas solemnes del primitivo
budismo, en Siam y las Indias el Rey del Mundo se apareció cinco
veces. Ocupaba una carroza magnífica tirada por elefantes
engalanados con finísimas telas cuajadas de oro y pedrería. El Rey
vestía un manto blanco y llevaba en la cabeza la tiara roja, de la
que pendían hilos de brillantes que le tapaban la cara. Bendecía al
pueblo con una bola de oro rematada con un áureo cordero. Los ciegos
recobraron la vista, los sordos oyeron, los impedidos echaron a
andar y los muertos se incorporaban en sus tumbas por doquiera
fijaba la mirada el Rey del Mundo.
También se apareció hace ciento
cincuenta años, en Erdeni Dzu, y visitó igualmente el antiguo
monasterio de Sakkai y Narabanchi Kure. Uno de nuestros Budas vivos
y uno de los Tashi Lamas recibieron de él un mensaje escrito de
caracteres desconocidos y en láminas de oro. Nadie podía leer aquel
documento. El Tashi Lama entró en el templo, puso la lámina de oro
sobre su cabeza y empezó a rezar. Gracias a su plegaria los
pensamientos del Rey del Mundo penetraron en su cerebro, y sin haber
leído los enigmáticos signos comprendió y cumplió la regia
disposición.
-¿Cuántas personas han ido a Agharti? -pregunté.
-Muchas contestó el lama-, pero todas guardan el secreto de lo que
vieron. Cuando los Oletas destruyeron Lhassa, uno de sus
destacamentos, recorriendo las montañas del Sudoeste, llegó a los
límites de Agharti. Aprendieron algunas ciencias misteriosas y las
trajeron a la superficie de la tierra. He aquí por qué los Oletas y
los Kalmucos son tan hábiles magos y adivinos. Ciertas tribus negras
del Este se internaron también en Agharti y allí estuvieron varios
siglos. Más tarde fueron expulsados del reino y regresaron a la faz
del planeta poseedores del misterio de los augurios según los
naipes, las hierbas y las líneas de las manos. De esas tribus
proceden los gitanos. Allá, en el Norte de Asia, existe una tribu en
vías de desaparecer que residió en el maravilloso Agharti. Los
miembros de ella saben llamar a las almas de los muertos cuando
flotan en el aire.
El lama permaneció silencioso un buen rato. Luego, como respondiendo
a mis pensamientos, continuó:
-En Agharti, los sabios panditas escriben en tablas de piedra toda
la ciencia de nuestro planeta y de los demás mundos. Los doctos
budistas chinos no lo ignoran. Su creencia es la más alta y pura.
Cada siglo, cien sabios de China se reúnen en un lugar secreto, a
orillas del mar, y de las profundidades de éste salen cien tortugas
inmortales. En sus conchas, los chinos escriben sus conclusiones de
la ciencia divina del siglo.
-Esto me recuerda la historia que me contó un viejo bonzo chino del
templo del Cielo de Pekín. Me dijo que las tortugas viven más de
tres mil años sin aire ni alimento y que ésta es la razón por la
cual todas las columnas del templo azul del Cielo tienen por base
tortugas vivas, a fin de evitar que se pudra la madera.
-Varias veces los pontífices de Urga y Lhassa han enviado embajadas
a la Corte del Rey del Mundo -agregó el lama bibliotecario-; pero
les fue imposible dar con ella. Sólo un cierto caudillo tibetano,
después de una batalla con los Oletos, encontró la caverna con la
célebre inscripción: “Esta puerta conduce a Agharti”. De la caverna
salió un hombre de buena presencia que le mostró una plancha de oro
con letras desconocidas y le dijo:
“El Rey del Mundo aparecerá
delante de todos los hombres cuando llegue la hora de que se ponga
al frente de los buenos para luchar con los malos; pero esa hora no
ha sonado todavía. Los más malos de la humanidad aún están por
nacer”.
El chiang chun, barón Ungern, nombró embajador suyo en el
reino subterráneo al joven príncipe Punzig, pero éste regresó con
una carta del Dalai Lama de Lhassa. El barón le envió de nuevo y la
segunda vez no volvió. Nadie que desee llegar a Agharti podrá
conocerla. Es cierto que sólo anulando el deseo de estar allí es
posible ir, aunque verdaderamente entrar al reino subterráneo es
algo que tiene que ver con la conjunción de las estrellas y la
actitud del corazón.”
Apenas había terminado de decir esto el bibliotecario de Bogdo Jan,
y antes de que Ossendowski pudiera hacer una pregunta, el lama se
movió en silencio y desapareció. El explorador, más adelante en su
relato, continúa así:
“El príncipe Chultun Beyle y yo estábamos dispuestos a abandonar
Narabanchi Kure. Mientras que el Hutuktu oficiaba en honor del Sai,
en el templo de la Bendición, yo me paseé por los alrededores,
recorriendo las angostas sendas que bordean las casas de los lamas
de los distintos grados: Gelongs, Getuls, Chaidje, y Rabdjambe; las
escuelas donde enseñan los sabios doctores en medicina (Ta Lama);
las hospederías de los estudiantes (Bandi); los almacenes, los
archivos y las bibliotecas.
Cuando volví a la yurta del Hutuktu,
éste me aguardaba. Me ofreció un gran hatyk y me propuso dar un
paseo por el monasterio. Su semblante tenía una expresión preocupada
que me hizo comprender que deseaba decirme algo importante. Al salir
de la yurta, el presidente de la Cámara de comercio rusa, recién
puesto en libertad, y un oficial ruso, se unieron a nosotros. El
Hutuktu nos condujo a un pequeño edificio situado precisamente
detrás de un muro de un amarillo deslumbrador.
- En este edificio se han albergado alguna vez el Dalai Lama y Bogdo
Jan; nosotros acostumbramos a pintar de amarillo las casas donde han
habitado estas santas personas. ¡Entrad!
El interior estaba espléndidamente decorado. En la planta baja se
hallaba el comedor, amueblado con mesas de madera maciza, ricamente
talladas, y aparadores cargados de porcelana y bronces. Dos piezas
constituían el piso de arriba: primero, una alcoba aderezada con
pesadas cortinas de seda amarilla; una gran linterna china,
lujosamente engastada de piedras multicolores, colgaba, por medio de
una fina cadena de bronce, de una viga esculpida del techo. Había
allí un amplio techo cuadrado cubierto con almohadones de seda,
edredones y colchas.
La cama era de ébano de China y tenía como
remate de las columnas que sostenían el cielo del techo unas
estatuas bellamente ejecutadas representando como motivo principal
al dragón de la tradición devorando al Sol. Junto a la cama se
alzaba una cómoda completamente cuajada de figuras y grupos
simulando escenas religiosas.
Cuatro butacas que incitaban al reposo
completaban el mobiliario, con el trono oriental bajo, puesto sobre
un estrado en el fondo de la estancia.
-Veis ese trono? -me dijo el Hutuktu-. Una noche de invierno
llegaron al monasterio varios jinetes y pidieron que todos los
gelons y gatuls, con el Hutuktu y el Kanpo a su frente, se
congregaran en esta estancia. Entonces uno de los extranjeros se
subió al trono y se quitó su bachlyk, es decir, su peluca. Todos los
lamas cayeron de rodillas porque habían reconocido al hombre de
quien se viene tratando desde los siglos más remotos en las bulas
sagradas del Dalai Lama, del Thasi Lama y del Bogdo Jan.
Es el
hombre al que pertenece el mundo entero y que ha penetrado en todos
los misterios de la naturaleza. Rezó una corta oración en tibetano,
bendijo a todos los auditores e hizo profecías para la mitad del
siglo siguiente. De esto hace treinta años, y en el intervalo, todas
las profecías. se han cumplido. Durante sus plegarias ante el
pequeño altar, en la sala próxima, la puerta que veis se abrió sola,
los cirios y antorchas que había en el altar se encendieron
espontáneamente, y los incensarios sagrados, sin lumbre, despidieron
al aire vaporosas olas de incienso, que llenaron la habitación.
Luego, sin previo aviso, el Rey del Mundo y sus compañeros
desaparecieron. Tras él no quedó el menor rastro, pues los mismos
pliegues del ropaje de seda que cubría el trono se estiraron,
dejándole como si nadie se hubiese sentado allí.
El Hutuktu penetró en el santuario, se arrodilló tapándose los ojos
con las manos, y empezó a rezar. Miré el rostro tranquilo e
indiferente del Buda dorado, sobre el cual las lámparas vacilantes
proyectaban sombras movedizas, y luego dirigí la vista al lado del
trono. ¡Oh, cosa maravillosa y difícil de creer! Ví realmente ante
mí a un hombre fuerte, musculoso, de tez bronceada y expresión
severa, acentuada en la boca y en las mandíbulas. El brillo de sus
ojos presentaba a su fisonomía extraordinario realce. A través de su
cuerpo transparente, envuelto en una capa blanca, leía las
inscripciones, en tibetano, del respaldo del trono.
Cerré los ojos y
a poco los abrí de nuevo. Ya no había nadie, pero el almohadón de
seda del trono me pareció que se movía.
"Es nerviosismo", me dije,
"una tendencia a la impresionabilidad anormal, producida por una
tensión de espíritu desacostumbrada".
El Hutuktu se volvió a mí y
dijo:
- Dadme vuestro hatyk. Noto que estáis inquieto por la suerte de los
vuestros y quiero rezar por ellos. Orad también, implorad a Dios y
dirigid las miradas del alma al Rey del Mundo, que pasó por aquí y
santificó este lugar.
El Hutuktu colocó el hatyk en el hombro de Buda y, prosternándose
sobre la alfombra delante del altar, murmuró una oración, y dijo:
-Pronto veréis a los que amáis. Fijad vuestra mirada.
Obedecí inmediatamente su orden, dada con voz grave, y fijé la vista
en el nicho sombrío que me había indicado. Pronto en las tinieblas
comenzaron a aparecer unas nubecillas de humo y de hitos
transparentes. Flotaban en el aire haciéndose cada vez más densas y
numerosas, hasta el momento en que, poco a poco, formaron cuerpos
humanos y contornos de objetos.
Vi una habitación que me era
desconocida, en la que se hallaba mi familia rodeada de antiguos
amigos y de otras personas. Conocí incluso el traje que llevaba mi
mujer. Todas las facciones de su querido rostro se mostraron
perfectamente visibles y claras. Luego la visión se atenuó, se
desvaneció entre nubes de humo y de hilos transparentes y
desapareció por completo. Detrás del Buda dorado no había más que
tinieblas.
El Hutuktu se incorporó, quitó mi hatyk del hombro de
Buda y me lo entregó, diciendo estas palabras:
-La fortuna os acompaña. La bondad de Dios jamás os abandonará.
Salimos de la morada del Rey del Mundo, donde este soberano
desconocido rezó por la humanidad entera y predijo el destino de los
pueblos y de los Estados. Grande fue mi sorpresa cuando supe que mis
compañeros habían sido también ellos testigos de mi visión y cuando
me describieron con los más minuciosos detalles el aspecto y los
trajes de las personas que yo había visto en el nicho oscuro detrás
de la cabeza del Buda. A fin de conservar el testimonio de las demás
personas que vieron como yo esa aparición extraordinariamente
emocionante, les rogué detectaran las señas de lo que habían visto.
Tengo estos documentos en mi poder.
Pero este gran misterio de los
misterios continúa siendo impenetrable.”
CORRESPONDENCIA UNO
A.R.Z., El Paso, Texas:
"La obra póstuma de Saint-Yves d'Alveydre titulada “Misión en la
India", publicada en 1910, contiene la descripción de un centro
iniciático subterráneo designado con el nombre de Agartha. Hasta
entonces apenas se había hecho mención en Occidente de este otro
mundo en este mundo. Sólo en 1924 Ferdynand 0ssendowski cuenta las
peripecias del accidentado viaje que hizo en 1920 y 1921 a través de
Asía Central, que usted cita, en que nombra al lugar "Agharti" en
vez de "Agartha”, lo que se explica muy bien viniendo de fuente
mongola la información que Saint-Yves obtuvo de fuente hindú. Contra
lo que se pueda decir, el título otorgado al personaje de "Rey del
Mundo", efectivamente, el primero en usarlo es 0ssendowski.
El
escribe OM, mientras que Saint-Yves escribe AUM; ahora bien, si AUM
es la representación del monosílabo sagrado descompuesto en sus
elementos constitutivos, es, sin embargo OM la trascripción
correcta que corresponde a la pronunciación real, tal como se dice
tanto en la India como en el Tíbet y en Mongolia, desde donde nos
llegó la voz a Occidente. Adversarios de 0ssendowski han querido ver
en la obra de éste sólo un plagio de lo escrito por Saint-Yves,
pretendiendo que había usado una traducción rusa de la "Misión en la
India", traducción cuya existencia es más que dudosa, ya que los
herederos mismos de Saint-Yves lo niegan. Un detalle suficiente para
apreciar la competencia de la fuente que Ossendowski utiliza
originalmente. Mi propósito no es querer hacer una crítica de textos
más o menos vaga, sino aportar indicaciones."
J.L.B., Mexicali, Baja California:
“La afirmación de la existencia de un mundo subterráneo que extiende
sus ramificaciones por todas las partes, bajo los continentes e
incluso bajo los océanos, y por el cual se establecerían
comunicaciones invisibles para nosotros entre todas las zonas de la
tierra, el primero en afirmarlo fue Saint-Yves d'Alveydre, en la
primera década del siglo XX. Hay una similitud con lo que afirma
Ossendowski, sin duda. Pero éste escribe que no sabe qué pensar y lo
atribuye a lo que afirman diversos personajes que encontró a lo
largo de su viaje. Hay, por supuesto, puntos más concretos de
similitud, como el pasaje donde el Rey del Mundo se muestra ante la
tumba de su predecesor, en que se origina la cuestión de las tribus
que pueblan el mundo oculto.
También Saint-Yves dice que son
momentos durante la celebración subterránea de los Misterios
Cósmicos, donde los viajeros que se encuentran en el desierto se
detienen, donde los animales mismos se hacen puro silencio (lo que
tiene cierta relación con el "timor panicus” de los antiguos).
0ssendowski asegura que él mismo ha tenido uno de esos momentos de
recogimiento general. Existe la mención a cierta isla, hoy
desaparecida, en la que vivían hombres y animales extraordinarios:
allí, Saint-Yves cita el resumen del periplo de Jámbulo por Diodoro
de Sicilia, mientras que 0ssendowski cita como fuente a un antiguo
budista de Nepal; y las descripciones, sin embargo, no son muy
distintas, lo que es extraordinario, porque, si verdaderamente
existen dos versiones precedentes de esta historia de fuentes tan
alejadas una de otra, sería válido recogerlas y compararlas con
cuidado.
Hay varias otras comparaciones que se podrían señalar, pero
no son suficientes para que convenzan acerca de la autenticidad de
una versión posterior de algo que ya se sabía, y que 0ssendowski
simplemente ordenó; esto es algo que no interesa más que
medianamente, porque, independientemente de los testimonios que
0ssendowski cita, son relatos corrientes en Mongotia y en toda Asia
central. Por supuesto que existe algo parecido en las tradiciones de
casi todos los pueblos de la Tierra.
Se sabe que el Rey del Mundo (que de ninguna manera se debe
confundir con el Cristo Rey, hijo de Dios, porque el Rey del Mundo
está subordinado a éste), reina efectivamente en Agartha con un
título de Brahatma (sería más correcto escribir Brahmatma), y es
sostén de las almas en el espíritu de Dios. Sus dos asesores son
Mahatma (representante del Alma Universal), y el Mahanga (símbolo de
toda organización material del cosmos): Ossendowski siguiendo la
fuente mongola escribe Brahytma, Nahytma y Mahymga.
En verdad, esta jefatura suprema de Agartha es la división
jerárquica del ternario "espíritu-alma-cuerpo”. Se les ha
representado en los Evangelios como Tres Reyes Magos: el Mahanga
ofrece a Jesús el oro y le saluda como "Rey"; el Mahatma le ofrece
incienso y le saluda como "Sacerdote", y el Brahatma le saluda como
“Profeta” y “Maestro” por excelencia, y le ofrece mirra, el bálsamo
de incorruptibilidad, la Amrita de los hindúes o la Ambrosía de los
griegos, el brebaje o alimento de inmortalidad simbolizado
especialmente por el Soma védico o el Haoma mazdeo.
Así, el homenaje de estos magos al Cristo nacido es reverencia de
los tres mundos que rige, ofrendado por los representantes de la
tradición primordial encabezada por el Rey del Mundo, que es, en sí,
el Invariable Medio, el punto en que se manifiesta la actividad del
cielo. Y sus dos asesores, el macrocosmos y el microcosmos. El
Mahatma conoce los acontecimientos por venir, y el Mahanga dirige
las causas de estos sucesos. Sólo el Brahatma, el Rey del Mundo,
puede hablar a Dios cara a cara, porque por su vitalidad cósmica se
hace Anima Mundi.
Así lo afirma Ossendowski y así es; él escribe “goro” por “guru”,
que es el gran sacerdote del Rey del Mundo, y cita al primero de
éstos: OM. El nombre, en realidad, es AUM, dado que la vocal O, en
sánscrito, estaba formada por la unión de la A y de la U. Esta
deformación es usual a muchas voces del Vatanan, el idioma del
subterráneo, cuyos caracteres corresponden a cierto alfabeto sagrado
que usa sólo tres formas geométricas: línea recta, espiral y punto.
Pero muchas voces del Vatanan nos son completamente desconocidas, y
de otras sabemos muy poco; por ejemplo, OM o AUM, además de ser el
nombre del primer sacerdote es una ciencia secreta de Agartha, y
también se aplica entre ellos como forma de saludo o manera de
salve”.
N.G.S., San Lucas, Baja California Sur:
“El título del Rey del Mundo, tomado en su acepción más completa y
al mismo tiempo rigurosa, se aplica con propiedad a un Legislador
universal, cuyo nombre se encuentra bajo formas diversas entre un
gran número de pueblos antiguos; como el Quetzalcóatl mexicano, el
Mina o Manes de los egipcios, el Menw de los celtas y el Minos de
los griegos.
Entre los griegos, Minos era a la vez el Legislador de
los vivos y el Juez de los muertos; en la tradición hindú estas dos
funciones pertenecen respectivamente a Manu y a Yama, pero además
éstos están representados como hermanos gemelos, lo que indica que
se trata del desdoblamiento de un principio único enfocado bajo dos
aspectos diferentes. El nombre del Rey del Mundo, por lo demás, no
designa en absoluto a un personaje histórico o más o menos
legendario; lo que designa en realidad es un Principio, la
Inteligencia cósmica que formula la Ley (Dharma) propia de las
condiciones de nuestro mundo o de nuestro ciclo de existencia; y es
al mismo tiempo el arquetipo del hombre considerado especialmente en
tanto que ser pensante (en sánscrito Manawa).
Por otro lado, lo que
importa recordar, esencialmente, es lo que, en principio, puede ser
manifestado por un centro espiritual establecido en el mundo
terrestre por una organización encargada de preservar íntegramente
el depósito de la tradición sagrada, la sabiduría primordial que se
comunica a través de los tiempos a quienes son capaces de recibirla.
Hay quienes han relacionado el título del Rey del Mundo con el de
“Princeps hujus mundi”, del cual se trata en el evangelio. Se cae de
su peso que una comparación como ésta es absolutamente errónea y sin
fundamentos. En lo que resta, el Rey del Mundo, se sabe, es una
realidad”.
W.R.E., Phoenix, Arizona:
"Agartha, se dice, no fue siempre subterránea,. y no permanecerá,
siempre oculta. Una profecía que el Rey del Mundo habría hecho en
1986, cuando apareció, como se esperaba, en el encuentro junto a la
desembocadura de los ríos Gila y Colorado, antes de emprendiera su
visita a las bases espaciales del desierto de Mohave, entonces
afirmó que “los pueblos de Agartha saldrán de su interior y
aparecerán sobre la superficie de la tierra.”
Tal como afirmara en
el monasterio de Narabanchi un siglo antes. Hay quienes ahora dicen
que ya hay gente de Agartha viviendo entre nosotros.
De acuerdo a la
extensa comitiva que le acompañó en su aparición del río Colorado en
1986, se hizo claro el impacto que causa en el mundo subterráneo
nuestro propio mundo. Ellos son gentes más humildes que nosotros, y
en ese aspecto tenemos mucho que aprender. Por lo demás son
exactamente iguales a cualquier mortal. Ellos no nombran a su mundo Agartha o de cualquier otra forma, porque simplemente no lo nombran:
les es a tal punto inviolable.
Ciertamente son pueblos de paz y
poseedores de graves adelantos en las ciencias naturales, que han de
revolucionar nuestras ciencias. Sin embargo, se dice, sus recursos
económicos comenzaron a disminuir dramáticamente a partir de nuestro
siglo XX, a raíz de los ensayos atómicos que han tenido enormes
repercusiones en su civilización, donde ahora tierras fértiles
interiores más debajo de las aguas como en la Polinesia, han
decantado en pura muerte. Se dice que Agartha está conformada por
una serie de pueblos que buscó refugió en el interior de nuestro
planeta hace 6000 años, cuando una catástrofe arrasó la superficie;
de aquí que la generalidad de nuestras tradiciones citan algo que se
halla perdido o escondido, refiriéndose al hecho.
Para ellos, esta
fase del cambio de milenio entre nosotros es una época de
oscurantismo y confusión de lenguas, pero la influencia de Acuario
materializará progresivamente el desarrollo en todos los aspectos, a
pasos agigantados, hasta lo que se identifica como una nueva Edad de
oro. Poco más se sabe de ellos, porque no estamos aún en capacidad
de antecedentes para establecer una cronología segura para todo lo
que es anterior al siglo VI antes de nosotros. Al parecer, sin
embargo, cierto lazo consciente con el centro espiritual interior
nunca acabó por romperse, lo que le da su sentido particular a la
tradición.
En 1986 ha afirmado el Rey del Mundo que Agartha nunca estuvo
escondida para todos. Le criticaron que hubiese elegidos y él
respondió que no se trataba de elegidos, se trataba de que quien
deseaba en su corazón llegar Agartha, lo conseguía, nada más era
necesario; sólo el simple deseo del corazón. Dijo: “Siempre cada
cual tiene la posibilidad de encontrar el camino. Nadie se pierde
nunca si realmente desea llegar; cuando la intención es dirigida de
tal manera que, por las vibraciones armónicas que se despiertan (en
lo que se llama acá y allá “ley de acciones y reacciones
concordantes”), se pone en comunicación espiritual efectiva con la
intención del corazón.
Esta Ley, Jesús el Cristo la llegó a aplicar
a la dinámica de Dios mismo: “Buscad y hallaréis, pedid y
recibiréis, llamad y se os abrirá”. Naturalmente, se le preguntó
entonces el Rey del Mundo si existía una fórmula o algo así para
llegar a Agartha con la pura intención. Y respondió: “Se puede
enseñar sin esfuerzo citando la aplicación de una fórmula común: Paz
en la Tierra a los hombres de buena voluntad”.
B.C., Río Verde, San Luis Potosí, Mex.
"Siempre oí hablar de una civilización subterránea bajo la Huasteca
Potosina. Aquí, en Valles y Xilitla de San Luis Potosí, hay famosas
leyendas que hablan de un pueblo oculto de nosotros en el fondo de
la Tierra, donde se puede acceder a través de un camino que existe
en las milenarias galería subterráneas bajo la zona.
Doña Oralia Gutiérrez de Sánchez, directora del Museo Regional de
Valles, S.L.P., ha afirmado en su libro "Leyendas Huastecas" la
existencia de una ciudad escondida, a la que sólo se puede entrar
por algunas cuevas de Xilitla, lo más alto de la Sierra Huasteca; y
relata que algunos habitantes de las tierras bajas comercian con
algunos que salen de la cueva, quienes actúan de manera muy
peculiar: detienen a los comerciantes de caminos y, durmiéndolos,
los llevan a un lugar dentro de la cueva donde hay luz como de día,
donde son despertados con todo cuidado, iniciando el trueque con
polvo de oro que ellos ofrecen a cambio de cosas que aprecian, como
el copal o algunas hierbas medicinales que aparentemente no crecen
hierbas medicinales en el fondo de la Tierra, quizás si porque
necesitan el aire exterior; también suelen hacer trueque por aves de
cría, gallinas, pollos, guajolotes, y ropa de lana cruda que al
parecer aprecian mucho; algunos de estos comerciantes han dicho que
incluso les han comprado sus caballos de tiro, en una experiencia en
que al despertarse creen que todo ha sido un sueño, pero los vuelve
siempre a la realidad el no tener sus cosas, pero sí una bolsita con
polvo de oro, que verificaba el estricto pago de lo que habían
tomado. Hay varios otros testimonios que se pueden consultar en la
obra citada.
En esta zona hay varias otras noticias de vida subterránea. El día
27 de abril de 1974 en publicó en "El Sol de San Luis" una noticia
titulada: "Animales desconocidos salen de una escondida cueva."
Narran que el suceso ocurrió en Charcas, donde "una entrada a una
misteriosa cueva habitada por extraños animales salvajes con
apariencia de simios fue descubierta a un costado del arroyo que
atraviesa el poblado Puente de Jesús, causando conmoción. Realmente
no sólo se trata de una cueva sino de varios túneles de diversos
tamaños que datan de muchos años y de los que nadie sabe dónde van a
dar."
El caso es que unos niños que jugaban en el arroyo de Jesús,
descubrieron que desde una boca oculta de las cuevas que hay en el
sitio, cuya entrada es de aproximadamente un metro y medio de altura
por medio de ancho; salieron unos animales, al parecer dos, a los
que confundieron primero con enormes gatos salvajes, pero luego se
percataron de que más bien parecían simios, los que al verse
descubiertos echaron a correr al interior de su refugio.
Los menores
propagaron la noticia en el poblado, por lo que muchos curiosos
acudieron al lugar y trataron de sacar a los extraños animales, pero
se asegura que muchos de los arriesgados exploradores salieron
despavoridos de la cueva arañados desde la oscuridad por los
presuntos monos. Algunas personas provistas de linternas de mano han
tratado de explorar los túneles pero nunca han logrado llegar al
fondo por temor a lo desconocido".
Regresar al Índice
|