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			CAPITULO 
			3
 El "Mar de los Barcos Perdidos"
 
 LAS DESAPARICIONES DE BARCOS DENTRO DEL Triángulo se han producido 
			principalmente dentro de la región del Océano Atlántico Occidental 
			llamada Mar de los Sargazos, una extensión de agua que en gran parte 
			permanece inmóvil y que deriva su nombre del alga marina Sargassum.
 
			  
			Si se necesitase algún elemento para 
			aumentar el misterio del Triángulo, nada más indicado para aportarlo 
			que el Mar de los Sargazos, un misterio de por sí desde que los 
			primeros marinos españoles y portugueses lo descubrieron, hace 500 
			años. Además, si incluimos las que ahora parecen probables 
			penetraciones y travesías de esta zona realizadas por navegantes 
			fenicios y cartagineses, resultaría que el enigma ha sido observado 
			durante miles de años. 
			La característica de esta enorme zona es la presencia de una especie 
			de alga flotante, el sargazo, que marca los límites de este mar 
			dentro de un océano, ya sea flotando en forma separada o en grandes 
			masas. Cuando Colón contempló todas aquellas algas en su primer 
			viaje, dedujo erróneamente que la tierra estaba cerca, y se sintió 
			muy reconfortado. Por cierto, su tripulación no compartía del todo 
			aquel sentimiento.
 
			El límite norte de este mar de algas está constituido por la 
			Corriente del Golfo, que avanza primero hacia el Nordeste y luego 
			hacia el Este. Por el Oeste y el Sur limita con la misma Corriente 
			del Golfo, en su desplazamiento de regreso, y con la Corriente Nord-Ecuatorial. 
			Aunque es algo amorfo, se extiende desde los 37° de latitud Norte, 
			aproximadamente, hasta los 27° de latitud Norte, y desde los 75° 
			Oeste hasta los 40° Oeste.
 
			  
			Bajo sus profundas aguas yacen las 
			llanuras abismales de Hatteras y Nares, la abrupta elevación de 
			Bermuda, numerosas e intrigantes montañas marinas, que se elevan 
			hacia la superficie, pero terminan en cumbres planas, como si en 
			alguna época hubiesen sido islas. En sus límites orientales se 
			encuentra una parte de la cordillera del Atlántico Norte, enorme 
			cadena montañosa en medio del océano Atlántico, cuyas altas cumbres 
			irrumpen a través de la superficie marina para constituir las islas 
			Azores.  
			  
			En otras palabras, se trata de un mar 
			casi estancado y desprovisto de corrientes, excepto en sus límites. 
			Se extiende desde unos 320 km al norte de las Grandes Antillas hasta 
			la Florida y la costa Atlántica; permanece a una distancia de tierra 
			que generalmente no llega a los 320 km, y se desplaza hacia los 
			alrededores del cabo Hatteras, siguiendo luego en dirección de la 
			Península Ibérica y África, hasta la cordillera del Atlántico Norte, 
			para regresar por fin hacia las Américas. 
			Otra de las características de este mar está constituida por sus 
			calmas de muerte, que pueden estar en el origen de la leyenda 
			pintoresca pero inquietante del "Mar de los Barcos Perdidos", el 
			"Cementerio de los Barcos Perdidos" y el "Mar del Miedo".
 
			  
			Cuenta esta creencia de los marinos que 
			existe un gran cementerio en la superficie del Atlántico que 
			contendría barcos de todas las edades de la navegación humana, 
			capturados e inmovilizados en campos de algas y sufriendo una lenta 
			descomposición, pero gobernados todavía por tripulaciones 
			esqueléticas, o más bien por tripulaciones de esqueletos integradas 
			por los infortunados que no consiguieron escapar y debieron así 
			compartir el destino de sus navíos. 
			  
			En esta zona de la muerte habrían de 
			encontrarse buques de vapor, yates, balleneros, clípers, paquebotes, 
			bergantines, barcos piratas y, para que la historia resulte mejor, 
			galeones españoles repletos de tesoros. En sus nuevas y entusiastas 
			versiones de los relatos, los marinos incluían otros barcos que, 
			para la época de la nueva narración ya estaban podridos y 
			desaparecidos, como por ejemplo los dragones de los Vikingos, que se 
			quedaron llenos de esqueletos al mando de los remos, galeras árabes, 
			trirremes romanos, con sus grandes bancos de remeros, navíos de 
			comercio fenicios con anclas de plata e incluso las grandes 
			embarcaciones de la perdida Atlántida, con sus remos cubiertos de 
			láminas de oro. Todos condenados a pudrirse durante centurias en un 
			océano inmóvil. 
			Las primeras leyendas sobre el Mar de los Sargazos podrían haberse 
			originado entre fenicios y cartagineses, quienes tal vez lo cruzaron 
			hace milenios, llegando hasta las Américas, como lo señalan las 
			numerosas inscripciones pétreas halladas en Brasil y en los Estados 
			Unidos, los tesoros de monedas fenicias encontrados en las Azores, 
			las monedas cartaginesas descubiertas luego en Venezuela y en la 
			costa sudoriental de los Estados Unidos, y las antiguas 
			representaciones pictóricas de los que parecen ser visitantes 
			semitas a México.
 
			  
			El siguiente informe del almirante 
			cartaginés Himilco, escrito en el año 500 A.C., toca una cuerda 
			familiar, aunque un tanto sensacionalista, en relación con los mares 
			de algas y la falta de vientos del Mar de los Sargazos: 
				
				No se advierte brisa que mueva el 
				barco, tan muerto está el perezoso viento de este mar quieto...; 
				hay tantas algas entre las olas, que parecen contener al navío, 
				como si fuesen arbustos...; el mar no tiene gran profundidad, la 
				superficie de la tierra está cubierta por muy poca agua...; los 
				monstruos marinos se mueven continuamente, en todas direcciones, 
				y hay bestias feroces que nadan entre los barcos que se 
				arrastran lentos y perezosos... 
			Habría que excusar al almirante Himilco 
			por una cierta exageración, muy comprensible a lo largo de la bóveda 
			de los tiempos y porque tal vez los navegantes fenicio-cartagineses 
			estaban más preocupados de disuadir a otros viajeros de la época de 
			realizar posibles viajes más allá de las Columnas de Hércules 
			(Gibraltar), a la entrada del Mediterráneo, y de internarse hacia el 
			otro océano.  
			  
			Su afán se debía principalmente al deseo 
			de guardar para sí el provechoso comercio que mantenían con las 
			culturas de las costas Atlánticas de Europa y África, e incluso tal 
			vez de más lejos. Los cartagineses llegaron a proclamar la pena de 
			muerte contra aquellos de sus capitanes del mar que dejaran ver sus 
			rutas o incluso su presencia en el Atlántico. Esto explicaría la 
			tendencia cartaginesa a hundir todos los barcos extraños en los 
			alrededores o más allá de Gibraltar, o bien, cuando no eran lo 
			bastante fuertes, a escapar e incluso a hundir sus navíos, si era 
			necesario. 
			Otros escritores de la Antigüedad han embellecido estos primeros 
			informes con sus comentarios acerca de los bancos de arena y las 
			zonas de aguas poco profundas que han dejado en el Atlántico los 
			remanentes de Atlántida, el continente perdido, y también acerca de 
			las algas que se enredaban en los remos y detenían las galeras. Como 
			la mayor parte de las leyendas, el "Mar de los Barcos Perdidos" 
			podría tener alguna base real, aunque mezclada con sueños y 
			fantasías.
 
			  
			El australiano Alan Villiers, marino de 
			toda una vida y que cuando cruzaba el Mar de los Sargazos, realmente 
			pudo ver un barco abandonado entre las algas, señala (en su libro 
			Wild Ocean, 1957) que si un barco quedara paralizado durante un 
			período suficientemente largo como para agotar sus provisiones, se 
			vería, 
				
				"... finalmente cubierto de musgo y 
				lapas, hasta que le resultaría imposible navegar...". Dice 
				también que los gusanos barrenadores del Trópico se 
				introducirían en los costados del navío hasta que, convertido en 
				"... una masa decadente y podrida, tripulada por esqueletos... 
				se deslizaría bajo la cálida superficie del mar inmóvil...". 
			Entre las numerosas embarcaciones 
			abandonadas vistas en el Mar de los Sargazos durante la época 
			moderna hubo algunos que, sin llegar a verse atrapados entre las 
			algas, quedaron paralizados y fueron abandonados, debido a la falta 
			de viento. 
			Incluso el nombre de las Latitudes del Caballo, que atraviesan este 
			mar, es un índice de la calma estancada. Proviene de la época en que 
			los galeones españoles quedaban cogidos por la calma y, al ver 
			reducirse las provisiones de agua, estaban obligados a matar y 
			arrojar al océano sus caballos guerreros.
 
			Los barcos modernos de motor no corren ya el riesgo de caer dentro 
			de una calma, pero ello hace todavía más misteriosas las 
			desapariciones de algunos buques. Naturalmente, todas las pérdidas 
			son misteriosas, puesto que son relativamente pocos los capitanes 
			dispuestos a permitir que se produzcan. Cuando se puede establecer, 
			o incluso presumir lo ocurrido, se acaba el misterio. Pero no ha 
			sido ese el caso de los numerosos barcos desaparecidos en el Mar de 
			los Sargazos.
 
 
			En los primeros días en que se 
			produjeron pérdidas en esta zona y en su colindante, de la Corriente 
			del Golfo, muchas fueron atribuidas a los piratas o al mal tiempo, 
			pese a que los archivos españoles eran sorprendentemente exactos, 
			sin duda por el valor de las cargas de los galeones que componían 
			las flotas anuales que llevaban tesoros a España.  
			  
			Estos barcos, provenientes de México, 
			Panamá y la actual Colombia, hacían escala en La Habana y proseguían 
			rumbo a los Cayos y al Estrecho de Florida, donde muchos solían 
			hundirse a causa de los huracanas y depositaban sus tesoros en el 
			fondo del mar, para beneficio de las futuras generaciones de buzos. 
			Otros eran hundidos, sin dejar huella, por corsarios o simples 
			piratas. 
			 
			Mucho tiempo después de que la piratería 
			dejase de ser una provechosa manera de ganarse la vida, los barcos 
			siguieron desapareciendo en esta zona, incluso con buen tiempo y 
			cada vez con mayor frecuencia, en años recientes, sin depositar 
			restos o cadáveres a lo largo de las playas e islas del Atlántico 
			Occidental. 
			Gran número de estas desapariciones afectaron a la Marina de los 
			Estados Unidos y a otras Armadas. La serie se inició con el buque de 
			los Estados Unidos Insurgent, en agosto de 1800, que llevaba 340 
			hombres a bordo, y prosiguió hasta el desastre debido a causas 
			desconocidas que hizo hundirse al submarino Scorpion, con una 
			tripulación de 99 hombres, en mayo de 1968. Sin embargo, la del 
			Scorpion no fue una "desaparición", puesto que finalmente se le 
			localizó, a una profundidad de unos 3.200 metros y a unos 740 km al 
			sudeste de las Azores.
 
			He aquí otras de las inexplicables desapariciones de barcos 
			ocurridas en esta zona:
 
				
				
				Pickering, buque estadounidense, el 
				20 de agosto de 1880, con una tripulación de 90 hombres, en ruta 
				hacia Guadalupe, en las Indias Occidentales, desde New Castle, 
				Delaware.
				
				Wasp, buque estadounidense, el 9 de 
				octubre de 1814, navegando en el Caribe, con 140 tripulantes. 
				Wild Cat, buque estadounidense, el 28 de octubre de 1824, en 
				ruta desde Cuba hacia la isla Thompson, con catorce hombres a 
				bordo.
				
				Atalanta, buque de guerra británico, 
				en enero de 1880, en ruta hacia Inglaterra desde las Bermudas, 
				con una dotación total de 290 hombres, en su mayoría cadetes 
				navales en curso de entrenamiento. Su desaparición dio lugar a 
				una extensa búsqueda por parte de la Marina británica. Seis 
				barcos de la flota del Canal fueron destacados para desplazarse, 
				en línea y separados entre sí por varios kilómetros, a lo largo 
				de la zona donde se presumía perdido el Atalanta. La operación 
				se prolongó hasta comienzos de mayo, pero sin éxito. Este tipo 
				de rastreo habría de repetirse muchas veces en el futuro, pero 
				utilizando aviones que llevarían a cabo operaciones masivas de 
				búsqueda en la misma región, volando casi ala con ala.
				
				Cyclops, buque estadounidense, el 4 
				de marzo de 1918, en ruta desde Barbados hacia Norfolk, 
				Virginia, con un personal de 309 hombres a bordo. Entre las 
				desapariciones sufridas por la Marina de los Estados Unidos, 
				ésta es la más conocida y también la más desusada, si se piensa 
				en las comunicaciones que se mantenían entre mar y tierra y 
				entre cada barco en la época de la Primera Guerra Mundial.
				   
				Además, hay otros elementos 
				coincidentes: puesto que la guerra estaba aún en pleno 
				desarrollo, primero se pensó que el Cyclops (un barco carbonero, 
				gemelo del Langley, también estadounidense que más tarde fue 
				transformado en portaviones) había chocado con una mina, o había 
				sido atacado por un submarino o alguna nave de superficie 
				alemana. También se consideró la posibilidad de que la 
				tripulación se hubiese amotinado contra el capitán, un hombre 
				despótico al estilo del de "Motín del Bounty". Muchos supusieron 
				sencillamente que el capitán, nacido en Alemania y que había 
				cambiado su nombre Wichmann por el menos teutón de Worley, había 
				defeccionado, entregando el Cyclops al enemigo.    
				En realidad, existían ciertos 
				indicios que avalaban alguna de estas posibilidades, o todas 
				ellas, puesto que al salir del puerto de Barbados, la nave se 
				dirigió inesperadamente hacia el Sur, en circunstancias que 
				debía ir hacia el Norte, y luego, de modo igualmente abrupto, 
				desapareció. Pero la revisión posterior de los archivos alemanes 
				demostró que en aquel momento no había submarinos alemanes en la 
				zona.    
				Sin embargo, un barco británico que, 
				por una coincidencia increíble, se llamaba también Cyclops, fue 
				hundido en el Atlántico Norte por un torpedero. Cuando 
				desapareció, la embarcación norteamericana transportaba una 
				carga de mineral de manganeso y, algún tiempo después de 
				concluida la guerra, los agentes alemanes destacados en 
				Sudamérica aseguraron haber colocado bombas de tiempo en el 
				carguero. Este fenómeno suele producirse en los círculos de 
				inteligencia de los países cuando una operación resulta exitosa. 
			En todo caso, el incidente del Cyclops 
			posee todos los ingredientes de una novela de misterio y aventuras: 
			un barco de la marina de los Estados Unidos al mando de un capitán 
			alemán, que tal vez padecía de perturbaciones mentales, puesto que 
			habitualmente se paseaba por el puente luciendo calzoncillos largos 
			y un sombrero de copa; un grupo de pasajeros entre los que se 
			hallaban el excónsul general de los Estados Unidos en Brasil más 
			tres marineros prisioneros acusados de asesinato, y dos marines 
			desertores. 
			El Vicealmirante de la Marina norteamericana, M. S. Tisdall, elaboró 
			una teoría acerca de la desaparición en un artículo titulado "¿Se 
			dio vuelta de campana el Cyclops?". La teoría se basa en la 
			tendencia del barco a balancearse, y tal vez proporcionó la idea del 
			argumento de la película filmada en 1973, La aventura del Poseidón, 
			en la que el barco de pasajeros se da vuelta de campana, debido a la 
			mala disposición de la carga y a la excesiva velocidad.
 
			  
			El accidente ocurre cuando el barco es 
			azotado por la marea, pese a lo cual no se hunde. Hasta donde pudo 
			averiguarse, el Cyclops no se vio atrapado por un huracán. Sin 
			embargo, pudo haber sido sacudido por una ola oscilante que se 
			presentó de pronto, haciendo que se volcase y provocara un 
			torbellino al hundirse, que arrastró a la tripulación y los 
			pasajeros mientras trataban de salvarse. 
			Sin embargo, lo único seguro acerca del Cyclops es que se desvaneció 
			dentro del Triángulo de las Bermudas, como tantas otras 
			embarcaciones, grandes y pequeñas. Un periódico de los hechos de la 
			Marina dice lo siguiente respecto de este buque:
 
				
				... Desde su partida (de Barbados, 
				el 4 de marzo de 1918), no ha habido señales del navío. La 
				desaparición constituye uno de los misterios más asombrosos de 
				los anales de la Marina, y todos los esfuerzos por localizarlo 
				han resultado inútiles... Se han sugerido muchas teorías, pero 
				ninguna explica satisfactoriamente lo ocurrido... 
			Pese a lo misterioso de su desaparición, 
			el Cyclops influyó notoriamente en los acontecimientos posteriores. 
			Fue el factor directamente responsable del establecimiento de la 
			reserva estratégica nacional, instaurada varios años después del 
			incidente.  
			  
			Durante los debates preliminares en el 
			Congreso, el Cyclops, que llevaba una carga de manganeso necesaria 
			para la producción del acero utilizado en armas y proyectiles, fue 
			citado como un primer ejemplo de los casos que hacían necesario 
			mantener una reserva, ya que era la demostración de que los Estados 
			Unidos no podían depender de las rutas marítimas para el transporte 
			de materiales estratégicos durante un conflicto internacional. 
			Entre las recientes desapariciones de barcos de guerra en tiempos de 
			paz, en los alrededores del Triángulo de las Bermudas, el caso del 
			buque de la Marina brasileña, Sao Paulo, resulta particularmente 
			llamativo. El navío, destinado a chatarra, y con una tripulación de 
			sólo ocho hombres a bordo, era arrastrado por dos remolcadores al 
			sudoeste de las Azores cuando se desvaneció inesperadamente, durante 
			la noche del 3 al 4 de octubre de 1951.
 
			  
			Uno de los remolcadores tuvo que soltar 
			el cable de arrastre, debido a una fuerte marejada, la noche del 3 
			de octubre. Sin embargo, en la madrugada del 4 sobrevino una 
			repentina calma, y pudo advertirse que los cables del segundo 
			remolcador estaban rotos, o habían sido cortados, y que el Sao Paulo 
			había desaparecido.  
			  
			La subsiguiente búsqueda del barco, 
			realizada por buques y aviones, estuvo caracterizada por una serie 
			de informes desusados: durante la noche y en las primeras horas de 
			la mañana se vieron luces extrañas, y luego, a lo largo del 
			siguiente día, los aviones señalaron algunas masas o formas oscuras 
			avistadas sobre la superficie del mar, que desaparecieron 
			rápidamente. Jamás se hallaron señales del Sao Paulo ni de su 
			reducida tripulación. 
			La mayor parte de los comentaristas de los acontecimientos ocurridos 
			dentro del Triángulo de las Bermudas se contentan con presentarlos 
			simplemente como otros tantos misterios no resueltos, aunque varios 
			de los más pertinaces investigadores consideran que las 
			desapariciones inexplicables de aviones, barcos y seres humanos se 
			deben a inteligentes agentes terrestres o extraterrestres. Esta es 
			una creencia compartida tal vez a fuerza de no contar con ninguna 
			otra explicación lógica por un creciente número de observadores.
 
			Una de las teorías, sugerida por Ivan Sanderson y el doctor 
			Manson 
			Valentine, supone la actuación de seres inteligentes que vivirían 
			bajo el mar. Otra de las versiones más populares, que cuenta entre 
			sus más destacados exponentes a John Spencer, un hombre que 
			perteneció a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos durante diez 
			años, concluye que los extraterrestres visitan la tierra y raptan o 
			"arrastran hacia el espacio" a hombres y equipo, para estudiar el 
			estado de nuestro desarrollo tecnológico.
 
			  
			Lo hacen, no para ver si hemos avanzado 
			bastante, sino para calcular el momento en que nos hallemos en 
			peligro de avanzar demasiado. Aunque estas teorías volverán a ser 
			examinadas en las páginas siguientes, resulta interesante, teniendo 
			en cuenta esta sugerencia acerca de la posibilidad de un laboratorio 
			espacial de investigación exterior (o interior), aplicar la versión 
			de Spencer a la desaparición de barcos y, más tarde, aviones.  
			  
			El espacio de tiempo transcurrido entre 
			las desapariciones de barcos de guerra, así como su sustitución por 
			pérdidas de aviones militares, y la cantidad de embarcaciones 
			comerciales o de placer desaparecidas, algunas con carga y otras 
			sólo con pasajeros o con cargamentos especiales, y por último 
			algunos curiosos incidentes relacionados con estas pérdidas, dan 
			lugar a inquietantes consideraciones. 
			Entre los casos de barcos comerciales, uno de los primeros misterios 
			registrados en esta zona se refiere al Rosalie, un navío francés que 
			se dirigía hacia La Habana, en 1840. Sin embargo, no fue el Rosalie 
			el que desapareció, sino sus tripulantes y pasajeros, que dejaron el 
			barco abandonado, con excepción de un canario, con las velas 
			desplegadas y la carga intacta.
 
			  
			De haberse tratado de un caso de 
			piratería, quienes la realizaron estaban más interesados en las 
			personas que viajaban a bordo, que en el barco o en su carga. Si 
			alguna plaga o enfermedad hubiese causado la pérdida de pasajeros y 
			tripulación, habría quedado alguna seña.  
			  
			(Como ejemplo de enfermedades repentinas 
			que hacen abandonar un barco se cita el caso ocurrido durante los 
			días del tráfico de esclavos, en el Mar de los Sargazos, cuando una 
			goleta avistó un barco de esclavos que navegaba a la deriva. Su 
			capitán pidió ayuda a la goleta. Aparentemente, todos los esclavos y 
			la tripulación habían sido atacados por una virulenta enfermedad que 
			producía ceguera. El barco que podía haberles asistido rechazó la 
			llamada de auxilio y abandonó la zona lo más rápido posible, dejando 
			el esclavista, a su tripulación y a los esclavos abandonados a su 
			suerte.) 
			El 26 de febrero de 1855, el James B. Chester, un buque de tres 
			palos, fue hallado por el Marathón dentro del Mar de los Sargazos; 
			navegaba sin destino y sin tripulación, pero con las velas 
			desplegadas. Las investigaciones en la cabina revelaron que las 
			sillas y las mesas estaban volcadas, en medio de un gran desorden y 
			mezcladas con objetos personales.
 
			  
			La carga estaba intacta y los botes 
			salvavidas en su sitio. No había señas de derramamiento de sangre o 
			asalto. Sencillamente, la tripulación se había desvanecido, ya sea 
			porque se vio arrastrada fuera del barco, o porque tal vez —cosa muy 
			improbable— saltó por la borda. Los hombres del Marathón notaron 
			durante su abordaje, sin embargo, la falta de los documentos y 
			compases del James B. Chester. 
			En 1881, la goleta norteamericana Ellen Austin sufrió un accidente 
			casi increíble. Mientras navegaba al oeste de las Azores, encontró 
			una nave similar abandonada. Cuando sus hombres la abordaron, 
			hallaron todo en orden, las velas plegadas y el aparejo intacto.
 
			  
			El capitán de la Ellen Austin resolvió 
			aprovechar su buena fortuna, instalando una tripulación a bordo, 
			para rescatarla como botín. Sin embargo, antes de que pudieran 
			ponerla en movimiento, sobrevino repentinamente una tormenta que 
			hizo que las dos embarcaciones perdieran todo contacto. Pasaron dos 
			días antes de que la Ellen Austin pudiera avistar nuevamente la nave 
			abandonada, y cuando la volvieron a abordar, descubrieron que la 
			nueva tripulación había desaparecido, sin dejar señales acerca de lo 
			que le había ocurrido o adonde se había ido.  
			  
			Pero el capitán era insistente y, tras 
			vencer la considerable reticencia de parte de su tripulación, 
			consiguió un grupo de voluntarios a los que persuadió para que 
			pilotaran aquel misterioso barco, aparentemente lleno de peligros. 
			Poco más tarde volvió a levantarse una tormenta, se volvió a perder 
			contacto y ya no se volvió a ver ni la nave ni a la segunda 
			tripulación. Si todo no resultara tan extravagante, se podría hacer 
			una comparación entre el barco abandonado y una trampa, de la que 
			incluso las tormentas formarían parte. 
			Lo inexplicable es que los barcos abandonados han aparecido en otras 
			numerosas oportunidades en el área del Triángulo. La barcaza alemana 
			Freya, que se dirigía desde Manzanillo, Cuba, hacia varios puertos 
			de Chile, en octubre de 1902, apareció a la deriva y sin su 
			tripulación navegando fuertemente inclinada hacia un costado. Las 
			páginas de su calendario de viaje habían sido arrancadas hasta el 4 
			de octubre.
 
			En aquella época se había producido un violento terremoto en México 
			y se presumió que el choque sísmico produjo una enorme ola que 
			arrastró a la tripulación del Freya, que tal vez volcó parcialmente 
			la barcaza. Luego, cuando el mar volvió a quedar en calma, la propia 
			embarcación recuperó a medias su posición normal.
 
			Las historias acerca de barcos hallados vacíos en el Mar de los 
			Sargazos o en zonas cercanas del Atlántico narran invariablemente el 
			caso de la Mary Celeste, tal vez el más famoso de todos. El 
			incidente no se produjo en el Mar de los Sargazos, aunque la nave 
			pasó por el Norte de dicha zona, rumbo al punto situado también al 
			Norte de las Azores y hacia el cual se dirigía cuando fue hallada 
			por el bergantín inglés Dei Gratia, en noviembre de 1872.
 
			  
			Los marinos ingleses observaron su curso 
			extraviado, le hicieron señas y, al no obtener respuesta, la 
			abordaron y la tomaron en botín. Sus velas estaban desplegadas y la 
			carga de barriles de alcohol yacía bien estibada en la bodega. Había 
			suficientes provisiones de agua y comida, pero su dotación de diez 
			personas, incluyendo al capitán, su esposa y su hija pequeña, habían 
			desaparecido.  
			  
			A bordo quedaron dinero, pipas, objetos 
			personales, e incluso el cuaderno de bitácora. Sólo faltaba el 
			sextante. La cabina principal había sido parapetada con maderas, 
			como si alguien hubiera querido establecer allí una plaza fuerte 
			para repeler un ataque. 
			Este misterio marino ha sido contado y adornado una y otra vez. Se 
			ha convertido en tema de pesquisas y juicios ante los tribunales, 
			pero sigue sin ser resuelto. Se ha explicado la desaparición de sus 
			tripulantes de muchas maneras: ataque de piratas, motín y huida 
			después de asesinar al capitán, temor de que la carga estuviese a 
			punto de estallar, descubrimiento repentino de contrabando o de 
			algún material peligroso en las bodegas, una plaga o un secuestro 
			cometido por supuestos amigos.
 
			  
			El Lloyds de Londres, que pagó el 
			seguro, se inclina por la teoría de que un incendio repentino, pero 
			breve, de la carga de alcohol pudo atemorizar a la tripulación, 
			haciéndola abandonar el barco. Posteriormente, de acuerdo con las 
			características del alcohol, habrían surgido llamas azuladas que se 
			habrían extinguido por sí solas.  
			  
			Para entonces, probablemente la 
			tripulación no pudo regresar desde el bote salvavidas al barco. Otra 
			explicación posible del comportamiento irracional de la tripulación 
			es que el pan se haya mezclado con brotes de centeno en la despensa. 
			En otras ocasiones, el pan infectado por el centeno ha sido la causa 
			de violentos raptos de locura seguida de muerte y precedida por un 
			comportamiento irracional de los marineros.  
			  
			Un caso de locura colectiva como éste 
			podría haber hecho que la tripulación abandonase el barco en medio 
			del pánico y explicaría algunas otras desapariciones de dotaciones 
			completas de "barcos fantasmas" hallados en diversos océanos del 
			mundo. 
			Harold Wilkins, en su libro Strange Mysteries of Time and Space 
			(Extraños misterios del tiempo y el espacio) plantea seriamente la 
			posibilidad de que el barco hubiese sido abordado y secuestrado en 
			el mar por algunas personas conocidas de los tripulantes. Esto 
			implicaría que, posteriormente, se hizo desaparecer a la tripulación 
			y el barco vacío fue "redescubierto" y tomado como botín.
 
			Al desarrollar esta teoría, Wilkins hace ver las numerosas 
			contradicciones de las versiones del capitán y la tripulación del 
			Dei Gratia y el hecho de que este barco permaneció amarrado junto al 
			Mary Celeste en Nueva York, durante una semana, haciéndose a la mar 
			poco después de la partida de la nave condenada.
 
			Tras concluir el procedimiento de legalización del botín, y una vez 
			reacondicionado, el Mary Celeste volvió a navegar, pero con una 
			reputación de "barco de mal agüero", que acarreaba desgracias, 
			destrucción y muerte a quienes navegasen en él.
 
			  
			Finalmente, su último patrón, el capitán 
			Gilman Parker, repartió gran cantidad de licor a la tripulación, 
			bebió generosamente él mismo y luego condujo a propósito —según se 
			dice— al Mary Celeste contra un arrecife cerca de Haití, terminando 
			así con su desgraciada trayectoria. 
			Hay toda una serie de barcos que fueron hallados desiertos y con 
			menores indicios aún acerca de lo que había ocurrido a sus 
			ocupantes. Entre ellos, el Carol Deering, que se varó en una playa 
			de Carolina del Norte en febrero de 1921, y sin que nunca se supiera 
			qué pasó con su tripulación, salvo que había abandonado el buque, o 
			se había visto obligada a dejarlo, en el momento en que se estaba a 
			punto de servir la comida.
 
			El John and Mary apareció desierto en abril de 1932, a 80 kilómetros 
			al sur de las Bermudas. El Gloria Colite, una goleta encontrada sin 
			nadie a bordo el 3 de febrero de 1940, y el Rubicón, un boque cubano 
			que también quedó abandonado (con excepción de un perro hambriento) 
			frente a Cayo Largo, en la Florida, el 22 de octubre de 1944. La 
			última anotación en su cuaderno de bitácora era del 26 de septiembre 
			y señalaba su permanencia hasta entonces en el puerto de La Habana.
 
			  
			La falta de botes salvavidas sugería que 
			la tripulación se había alejado precipitadamente. Ivan Sanderson ha 
			observado que en los casos en que la tripulación abandona el barco 
			resulta muy poco común "que no se lleve la mascota o los animales 
			preferidos. Se ha sugerido que la tripulación fue obligada a 
			desembarcar, tal vez por entes que sólo deseaban hacerse de seres 
			capaces de comunicación oral.  
			  
			Sanderson comenta además que debe 
			señalarse que, así como se han encontrado perros, gatos y canarios 
			en buques de los que las tripulaciones han desaparecido, "...los 
			loros parecen desvanecerse lo mismo que los seres humanos...". Ello 
			se debe tal vez —nos imaginamos— a que el hablar coherente (o 
			incoherente) es una manera fácil de reconocer las especies 
			dominantes en el planeta Tierra. 
			Tripulaciones y pasajeros han desaparecido frecuentemente también de 
			numerosas embarcaciones pequeñas que luego han sido halladas a la 
			deriva y desiertas.
 
			  
			Así ocurrió, por ejemplo, con el yate 
			Conneniara IV, hallado a 640 km al sudoeste de las Bermudas en 
			septiembre de 1955; con el Maple Bank, un velero de 20 metros de 
			largo que apareció desierto y sin rumbo al norte de las Bermudas, el 
			30 de junio de 1969; con The Vagabond, un yate de doce metros 
			pilotado por su dueño, que fue hallado en perfecto estado al oeste 
			de las Azores, el 6 de julio de 1969, pero sin señales de su 
			capitán, Wallace P. Williams, ni de su tripulación.  
			  
			Algunas embarcaciones han desaparecido 
			durante viajes bastante cortos, como fue el caso de Al Snyder, un 
			jockey muy conocido, que llevaba a varios amigos en su motonave en 
			una excursión de pesca que se inició en Miami el 5 de marzo de 1948, 
			rumbo a Cayo Sandy. Aunque el yate apareció, nunca más se supo de 
			sus ocupantes. 
			Aunque algunas de las pequeñas lanchas halladas en alta mar después 
			del triunfo de la Revolución cubana podrían tener alguna relación 
			con las actividades de los cubanos que escapaban y de los que les 
			perseguían, hubo una extraña desaparición que no tuvo nada que ver 
			con la situación de Cuba.
 
			El incidente del Witchcraft es un ejemplo notable de cómo puede una 
			pequeña embarcación desaparecer con la velocidad del rayo, en. 
			circunstancias en que se hallaba no sólo a la vista del puerto, sino 
			atada a una de las boyas. Dan Burack, el dueño del Witchcraft —que, 
			por cierto, gozaba de fama de ser "insumergible"— había invitado al 
			sacerdote Pat Hogan a ver la iluminación navideña de Miami, frente a 
			la costa de Florida, la víspera de la Nochebuena de 1967.
 
			  
			Avanzaron en medio de aguas serenas 
			hasta cerca de dos kilómetros de la playa y se detuvieron a admirar 
			las luces en las inmediaciones de la boya número 7. Desde aquel 
			punto, Burack hizo una sola llamada de emergencia a la Guardia 
			Costera, dando su posición exacta. Una lancha de la Guardia tardó 
			sólo veinte minutos en llegar a la boya número 7, pero ya para 
			entonces no había señales del Witchcraft.  
			  
			Cuando se suspendió la búsqueda, un 
			vocero de la Guardia Costera declaró, de manera un tanto paradójica:
			 
				
				"Presumimos que están extraviados en 
				el mar, pero no desaparecidos". 
			La lista de barcos de carga, 
			embarcaciones de pesca y de placer que se han desvanecido con sus 
			tripulaciones es impresionante. Muchos de ellos han desaparecido en 
			medio de buen tiempo y sin dejar restos flotantes, ni manchas de 
			aceite, ni botes o chalecos salvavidas (con una notable excepción), 
			o cadáveres, ni en el mar ni en playas vecinas donde las aguas 
			pudieran haberlos arrastrado.  
			  
			Al igual que los aviones desaparecidos, 
			los barcos no enviaron mensajes de SOS ni informaron acerca de nada 
			anormal por medio de sus transmisores. 
			Entre los barcos desaparecidos figuran el Cotopaxi, un carguero que 
			se dirigía desde Charleston a La Habana en 1925; el Suduffco, un 
			mercante que navegaba desde el puerto de Newark hacia el Sur, en 
			1926; el Stavenger, con 43 personas a bordo, localizado al sur de la 
			isla Cat en 1931, y el carguero Angla-Australian, que llevaba una 
			tripulación de 39 hombres y que, en marzo de 1938, al pasar por las 
			Azores rumbo al Oeste, envió un mensaje que decía: "Todo bien".
 
			En 1924 se recibió una comunicación radial espectacular del mercante 
			japonés Raifuku Maru, presumiblemente en el momento de su 
			desaparición entre las Bahamas y Cuba, durante el invierno. Las 
			palabras de este mensaje radial constituían un llamado de auxilio 
			muy poco usual:
 
				
				"Corremos peligro de muerte como una 
				daga... Vengan pronto... No podemos escapar...". 
			No se especificaba, sin embargo, cuál 
			era el peligro. Si se trataba de una tormenta repentina o de una 
			tromba marina, lo normal habría sido que el operador de la radio 
			proporcionase una información precisa, que más tarde pudiese servir 
			de ayuda a las operaciones de rescate, en lugar de explayarse en 
			comparaciones imaginativas, por muy estremecedoras que resultaran. 
			Las desapariciones de barcos durante las guerras tienen diversas y 
			satisfactorias explicaciones, como los ataques de submarinos, las 
			explosiones de minas o bombas y los sabotajes, que podrían ser las 
			causas de las pérdidas sin dejar huellas. Sin embargo, mucho tiempo 
			después de concluida la guerra, los grandes barcos siguieron 
			desapareciendo dentro del Triángulo de las Bermudas.
 
			  
			El mercante Sandra, que se dirigía desde 
			Savannah a Puerto Cabello, en junio de 1950, llevando una carga de 
			insecticida, pasó por Saint Agustine, Florida, en medio de buen 
			tiempo. Después, se perdió todo contacto. Como ocurrió en este caso, 
			y en otros, la mayoría de los barcos norteamericanos han 
			desaparecido mientras se hallaban a la vista de tierra.  
			  
			El pesquero Sno' Boy, con cuarenta 
			personas a bordo, se perdió un poco más al Sur, entre Kingston, 
			Jamaica, y Cayo Nordeste, en 1963, sin que mediara explicación o 
			señal de ninguna clase. 
			Entre las numerosas embarcaciones de placer dadas por desaparecidas 
			sin dejar rastro en esta zona, y que han llegado a ocurrir con un 
			promedio de una al mes, el caso del Revonoc mereció, por varias 
			razones, comentarios especiales. Era un yate de carrera, de quince 
			metros, que había ganado premios en la prueba Newport - Islas 
			Bermudas y que desapareció mientras realizaba un crucero entre Key 
			West y Fort Lauderdale, entre Navidad y Año Nuevo de 1967 (como 
			veremos, esta fue una temporada fatal en cuanto a desapariciones).
 
			  
			En primer lugar, el yate estaba diseñado 
			para participar en carreras con cualquier clase de tiempo. Además, 
			el capitán Conover, su dueño y patrón, era un excelente marino, con 
			el título de Comodoro del Cruising Club de los Estados Unidos. Se 
			trataba de "un marino demasiado bueno" como para arriesgarse a 
			sufrir un accidente durante una travesía relativamente tan corta.
			 
			  
			En todo caso, puesto que navegaba tan 
			cerca de tierra, algún vestigio del yate se habría encontrado a lo 
			largo de la playa, en caso de que hubiese chocado con algún 
			arrecife, Tratando de ofrecer alguna explicación lógica, el entonces 
			director de deportes náuticos del Herald Tribune de Nueva York 
			sugirió la posibilidad de que un carguero que se hallaba en la zona 
			en ese momento hubiese arrollado al yate durante la noche, 
			enviándolo al fondo del océano con tripulación y todo, y sin dejar 
			el menor rastro. 
			Más de medio siglo antes de la desaparición de Conover en el Renovoc, 
			Joshua Slocum, otro marino muy conocido por haber sido el primer 
			hombre que circunnavegó el globo solo, en 1909 emprendió un segundo 
			viaje en su yola de once metros, The Spray. Se informó de su ingreso 
			al área del Triángulo, navegando desde Miami hacia el Sur. Poco 
			después, él y The Spray desaparecieron para siempre.
 
			Las pérdidas de embarcaciones de tamaño pequeño y mediano dentro del 
			Triángulo se deben sin duda, en muchos casos, a condiciones 
			meteorológicas. Sobre todo en invierno, cuando se hacen aún más 
			imprevisibles debido a que las masas de aire frío del Ártico chocan 
			con el aire caliente de los trópicos.
 
			  
			Este puede haber sido el caso de la 
			goleta Windfall (17 metros, desaparecida frente a las Bermudas en 
			1962), la Evangeline (16 metros, en ruta desde Miami hacia las 
			Bahamas, en 1962), la Enchantress (17 metros, desaparecida mientras 
			navegaba desde Charleston a Santo Tomás, en 1946) y el queche de 10 
			metros, Dancing Feather (desaparecido entre Nassau y Carolina del 
			Norte, en 1964).  
			  
			Todos se produjeron durante los meses de 
			invierno, cuando grandes olas levantadas por tormentas repentinas 
			hicieron tal vez que aquellas pequeñas embarcaciones se hundieran 
			antes de poder enviar un mensaje por radio. Pero esto, naturalmente, 
			no explicaría la desaparición de barcos en aguas relativamente 
			tranquilas, o las diversas ocasiones en que grandes cargueros o 
			barcos de la Marina se perdieron sin dejar huellas. 
			La pérdida del carguero Marine Sulphur Queen, de 130 metros, que 
			llevaba una tripulación de 39 hombres, se produjo el 2 de febrero de 
			1963, o alrededor de esa fecha, y resulta particularmente notable 
			por el tamaño del barco. Se dirigía a Norfolk, Virginia, desde 
			Beaumont, Texas, con una carga de 15.000 toneladas largas de azufre 
			fundido acarreadas en tanques metálicos. Hacía buen tiempo. La 
			última vez que dio su posición era cerca de Tortugas Secas, en el 
			Golfo de México, un área que está dentro o cerca del Triángulo, de 
			acuerdo con sus límites más bien elásticos.
 
			Lo paradójico es que, en un primer momento, la pérdida del barco no 
			fue notada por sus dueños, sino por una casa de corretajes. Todo 
			ello se debió a una serie de curiosas circunstancias. Uno de los 
			tripulantes del Marine Sulphur Queen había estado especulando en el 
			mercado de corredores, específicamente en ventas de trigo a futuro, 
			y había colocado una orden "de compra" antes de que el barco dejara 
			el puerto.
 
			  
			Este es un pasatiempo que normalmente 
			requiere un contacto más bien estrecho con el agente de Bolsa. 
			Justamente por eso, la casa de corretajes ejecutó la orden y le 
			envió un cable confirmándoselo. Al no recibir respuesta, la casa se 
			puso en contacto con los armadores, diciéndoles que no lograban 
			comunicarse con el barco. Fue la primera indicación de que las cosas 
			no andaban del todo bien y la señal de partida para la infructuosa 
			búsqueda del buque, iniciada por la Guardia Costera el 6 de febrero.
			 
			  
			Sus barcos y aviones recorrieron una 
			amplia zona, desde los cabos de Virginia hasta la parte oriental del 
			Golfo de México. Aunque la búsqueda fue interrumpida el 15 de 
			febrero, cinco días más tarde la Marina informó haber hallado un 
			chaleco salvavidas del Marine Sulphur Queen en el mar, 27 km al sur 
			de Key West.  
			  
			Esto significó la iniciación de un nuevo 
			rastreo, del que resultó solamente el hallazgo de un nuevo chaleco. 
			La investigación posterior examinó una serie de posibilidades: 
			explosión del azufre, zozobra, choque contra una mina, o incluso 
			captura y confiscación por parte de los cubanos (o de simpatizantes 
			cubanos).  
			  
			Una Junta de Investigación de la Marina 
			hizo notar que el Marine Sulphur Queen había "desaparecido en el mar 
			sin transmitir ningún mensaje radial de alarma", pero no ofreció 
			ninguna solución ni adelantó teoría alguna en relación con el 
			desastre. 
			Los relatos acerca del Triángulo de las Bermudas revivieron cuando 
			el submarino atómico estadounidense Scorpion, que llevaba una 
			tripulación de 99 personas, no volvió a su base en el puerto de 
			Norfolk, Virginia, el 28 de mayo de 1968. Había enviado su último 
			mensaje de rutina en el viaje de regreso el 21 de mayo, cuando se 
			hallaba a 400 km al oeste de las Azores. El 5 de junio se le dio por 
			desaparecido, pero varios meses más tarde, un barco de investigación 
			oceanográfica de la Marina localizó algunos restos, a 740 km al sur 
			de las Azores y a una profundidad de más de 3.000 metros.
 
			  
			Puesto que las fotografías submarinas 
			identificaron, aparentemente, al Scorpion, no puede decirse que se 
			haya desvanecido, aunque no se pueda determinar las razones de su 
			pérdida, en el borde del Mar de los Sargazos. Si hubiera algún 
			motivo atribuible a seres inteligentes, como lo han sugerido algunos 
			investigadores, tras las desapariciones o semidesapariciones, la 
			pérdida de varios submarinos atómicos en el Atlántico Occidental 
			daría lugar a pensar en algunas otras posibilidades, aparte de las 
			fallas mecánicas. 
			Si proyectamos el área de las naves desaparecidas al interior del 
			Golfo de México, como lo sugiere John Spencer, habría que incluir 
			una que se produjo en 1966, especialmente teniendo en cuenta la 
			forma de escapar a cualquier amenaza que pueda pesar sobre barcos y 
			aviones en esta zona y que discutiremos más adelante.
 
			  
			En aquel caso, la embarcación afectada 
			fue el remolcador Southern Cities, de 20 metros de largo, que salió 
			de Freeport, Texas, el 29 de octubre de 1966, arrastrando una 
			barcaza de 64 metros. Cuando se advirtió que el Southern Cities no 
			enviaba su informe diario por radio se inició una búsqueda que 
			consiguió ubicar a la barcaza, completa, con su carga de sustancias 
			químicas en orden y con su cable de arrastre intacto hasta su cadena 
			de enganche, pero no se hallaron rastros del remolcador ni de su 
			tripulación.  
			  
			El párrafo del informe subsiguiente de 
			la Junta Marítima de Investigación de la Guardia Costera podría 
			aplicarse también a cualquiera de los numerosos aviones y barcos que 
			han desaparecido:  
				
				"...El hecho de que el barco no 
				enviara un mensaje de emergencia parece justificar la conclusión 
				de que la pérdida del remolcador se produjo de manera tan rápida 
				que la transmisión resultó imposible". 
			Entre las desapariciones más recientes 
			habría que incluir la del Ithaca Island, ocurrida en noviembre de 
			1968, mientras llevaba una carga de grano desde Norfolk a 
			Manchester; la del Milton latrides, en abril de 1970, cuando iba en 
			ruta de Nueva Orleáns a Ciudad de El Cabo, con un cargamento de 
			aceites vegetales y soda cáustica; y la del Anita, un barco de carga 
			muy grande (20.000 toneladas), con una tripulación de 32 personas, 
			que navegaba desde Newport News hacia Alemania, en marzo de 1973, 
			llevando una carga de carbón.  
			  
			Nunca se volvió a saber de él. Después 
			de la característica investigación minuciosa, que determinó que 
			definitivamente el Anita había desaparecido, el Lloyds de Londres 
			pagó a sus dueños un seguro de tres millones de dólares. 
			El barco gemelo del Anita, el Norse Variant, que salió del puerto 
			dos horas antes, envió un mensaje por radio informando que se estaba 
			hundiendo, a 240 km al sudeste del cabo May. Al comienzo se pensó 
			que toda la tripulación estaba perdida, pero hubo un sobreviviente, 
			que se salvó aferrándose a una compuerta de madera.
 
			  
			Según su informe, el hundimiento se 
			produjo en cuestión de minutos. Se levantó un viento extremadamente 
			violento que arrastró todos los objetos movibles que había en los 
			puentes y de pronto se desencadenó una marejada que anegó las 
			bodegas, echó a pique y hundió el buque en un lapso de cinco 
			minutos.  
			  
			Al considerar la diversidad de las 
			cargas que llevaban los distintos barcos desaparecidos, pareciera no 
			existir una relación entre su contenido y la desaparición misma, que 
			pudo ser provocada por actos de piratería, peligro de explosiones, 
			motines o algo semejante. Las pérdidas no presentan ninguna 
			coherencia, pero todas resultaron concentradas en la misma zona. 
			Al comentar las desapariciones de barcos y aviones dentro del 
			Triángulo de las Bermudas, un funcionario de información del Tercer 
			Distrito Naval de los Estados Unidos manifestó una opinión de 
			profesional que es ampliamente compartida, aunque ciertamente tiene 
			un carácter extraoficial:
 
				
				"Esto es un verdadero misterio. En 
				la Marina, nadie se burla de esto. Siempre supimos que había 
				algo extraño respecto de este Triángulo de las Bermudas, pero 
				nadie ha podido descubrir qué es. No parece existir ninguna 
				razón física o lógica. Es casi como si estos buques hubiesen 
				quedado cubiertos de pronto por una especie de red de camuflaje 
				electrónico secreto". 
			Salvo algunas escasas excepciones, casi 
			todos los incidentes relativos a barcos o aviones se han producido 
			dentro o en los alrededores del Mar de los Sargazos y de las aguas 
			costeras que lo bordean. Junto con prevenir acerca de los peligros 
			de concentrar la búsqueda por área alrededor de cualquier "incidente 
			llamativo", Ivan Sanderson comenta los "aspectos agravantes" del 
			hecho de que (la posición de) el Mar de los Sargazos casi coincide 
			con la circunstancia de que, 
				
				"... la mayoría de las 
				desapariciones de los aviones y de la mayoría de los barcos... 
				han ocurrido, desde antiguo, en esta zona de forma oblonga...". 
			Resulta una irónica coincidencia el que 
			esta región, que causó temor desde épocas remotas, según las 
			leyendas que existieron mucho antes de que fuera oficialmente 
			descubierta y luego temida durante cientos de años como un mar 
			condenado, conserva su aureola siniestra y gran parte de su misterio 
			hasta ahora, en plena era espacial, uniendo así, en el asombro, a 
			los personajes que podrían ser situados en los extremos opuestos del 
			aspecto de las grandes exploraciones: Colón y los astronautas del 
			Apolo 12. 
			Colón, a bordo de la Santa María, fue el primer observador que, 
			según nuestros anales, advirtió esa iluminación inexplicable del mar 
			constituida por las brillantes aguas blancas de las Bahamas, cerca 
			de los límites occidentales del Mar de los Sargazos. Pudo verlos 
			durante su primer viaje, el 11 de octubre de 1492, dos horas después 
			de la puesta del sol.
 
			  
			Los astronautas, en cambio, notaron esas 
			mismas rayas luminosas, o especies de vías dentro de las aguas, y 
			ellas fueron las últimas luces terrestres que pudieron observar 
			desde el espacio. Se han dado varias explicaciones acerca de este 
			fenómeno: podría deberse a mangas agitadas por peces, o a bancos de 
			peces, o a alguna otra materia orgánica.  
			  
			Cualquiera que sea su origen, todavía 
			por explicar, esta luz es visible desde la superficie y resulta 
			especialmente notoria desde el aire. 
			El primer viaje a Colón dio lugar a otros misteriosos incidentes que 
			aún hoy provocan sorpresa y comentarios en la zona del Triángulo. El 
			15 de septiembre de 1492, cuando se hallaba dentro de la zona 
			occidental del Mar de los Sargazos, él y su tripulación, que estaba 
			cada vez más nerviosa, observaron cómo un gran arco de fuego cruzaba 
			los cielos y caía o desaparecía en el océano.
 
			  
			Algunos días más tarde, los marineros 
			volvieron a sentir que les embargaba el temor, ante la inexplicable 
			perturbación sufrida por el compás del barco. Este incidente 
			constituyó un curioso presagio, en la víspera del descubrimiento del 
			Nuevo Mundo, de las perturbaciones electromagnéticas que todavía 
			afectan a la navegación aérea y marítima dentro del Triángulo. 
			El desove de las anguilas constituye otro de los numerosos misterios 
			relacionados con el Mar de los Sargazos, y ha intrigado tanto a los 
			observadores modernos como a los antiguos. Aristóteles (384-322 
			A.C.) fue el primer naturalista de la Antigüedad que parece haber 
			planteado la misteriosa cuestión de la reproducción de las anguilas 
			europeas, que, naturalmente, eran las únicas que conocía.
 
			  
			Se sabía que estos animales abandonaban 
			sus estanques, lagos, arroyos y pequeños ríos para luego nadar a lo 
			largo de los ríos mayores y desembocar en el mar. Esto era todo lo 
			que se conocía acerca de los hábitos reproductores, hasta unos 2500 
			años más tarde, cuando un científico danés, el doctor Johanes Smith, 
			descubrió el lugar hacia el cual se habían dirigido las anguilas en 
			sus travesías a lo largo de los siglos transcurridos desde que el 
			fenómeno fue planteado por primera vez. 
			Las anguilas europeas adultas siguen las vías de agua que se vacían 
			en el Atlántico; allí se unen y nadan formando un gran banco, que 
			progresa con lentitud durante unos cuatro meses, acompañado de 
			bandadas de gaviotas y manadas de tiburones, hasta que alcanzan un 
			punto del Mar de los Sargazos en que se detienen para desovar a gran 
			profundidad. Allí los adultos mueren y los recién nacidos comienzan 
			su largo viaje de regreso, dirigiéndose por la Corriente del Golfo 
			en una jornada de regreso a Europa que les toma alrededor de dos 
			años.
 
			El comportamiento de las anguilas del continente americano tienen 
			las mismas características, pero al revés. Nadan en dirección Este y 
			encuentran a las anguilas europeas en las profundidades del Mar de 
			los Sargazos, desde donde los ejemplares jóvenes regresan a sus 
			lares ancestrales en las Américas.
 
			  
			La notable conducta de estas especies y 
			la "nostofilia" (memoria acerca del lugar de origen o de 
			reproducción) que han heredado, dio lugar a algunas teorías en 
			extremo interesantes. Por ejemplo, aquella que sostiene que su 
			región reproductora original estaba en un gran río de un continente 
			que existió en el Atlántico, en los alrededores del Mar de los 
			Sargazos, y que las anguilas están todavía en busca de sus lugares 
			de desove primitivos, en la zona en que alguna vez fluyó el río 
			desaparecido, a través de un continente que ahora estaría a miles de 
			metros bajo el mar.  
			  
			Se ha sugerido incluso que las algas del 
			Mar de los Sargazos serían restos, adaptados a la vida submarina, 
			sobrevivientes de la vegetación del viejo continente atlántico que 
			se hundió con gran rapidez, según la histórica leyenda, arrastrando 
			consigo todos sus lujuriosos bosques y llanuras. 
			Sin embargo, de todos los misterios del Mar de los Sargazos y sus 
			alrededores, el más inquietante es el relativo a los barcos y 
			aviones perdidos y su posible conexión con otros fenómenos, sobre 
			todo porque está relacionado con una zona que es atravesada todos 
			los días por tan gran número de barcos y aviones.
 
			  
			Naturalmente, podría ocurrir que cada 
			una de las desapariciones tuviese una explicación lógica, y que 
			algunos términos, como "aberraciones atmosféricas", "agujeros en el 
			cielo" y "pozos de gravedad", así como las sugerencias de que los 
			aviones y las embarcaciones grandes y pequeñas han sido capturadas y 
			secuestradas por entes desconocidos, constituyen simplemente 
			intentos de explicar lo inexplicable. 
			Hay todavía otro elemento que agregar al misterio. Es muy reciente y 
			resulta bastante inesperado. En las numerosas desapariciones 
			anteriores ocurridas en el Triángulo de las Bermudas, no sólo no ha 
			habido supervivientes, sino que no se ha recuperado ni un solo 
			cadáver de las numerosas víctimas.
 
			  
			No obstante, durante los últimos años, y 
			debido a la divulgación que ha tenido la leyenda del Triángulo de 
			las Bermudas, algunos pilotos y marineros están empezando a perder 
			su comprensible reticencia a discutir lo insólito y a narrar cómo se 
			han librado de las fuerzas que operan dentro del Triángulo. Si se 
			examinan algunos de estos relatos se podrá advertir una cierta 
			tendencia común, que podría explicar cómo (si no el porqué) se han 
			producido algunas de las desapariciones.
 
			
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			CAPITULO 
			4
 Los que escaparon
 
 EN SU YA CITADO LIBRO "INVISIBLE HORIZONS", UN compendio de los 
			misterios del mar, Vicent Gaddis dedica una sección especial al 
			Triángulo de las Bermudas, bajo el título "El Triángulo de la 
			Muerte". Allí relata que, poco después de que escribiera su artículo 
			original sobre esta región (1964), dándole su nombre actual, recibió 
			una carta de un ex aviador llamado Dick Stern que contenía 
			informaciones a la vez muy pertinentes y llenas de sorpresas.
 
			  
			Stern le decía que a fines de 1944 tomó 
			parte en un vuelo con destino a Italia que consistía en un grupo de 
			siete bombarderos y que, a una distancia de unos 480 km de las 
			Bermudas, su avión fue presa de una turbulencia tan inesperada y 
			violenta, que se vio obligado a regresar a los Estados Unidos.
			 
			  
			Cuando esto ocurrió, el tiempo estaba 
			claro y podían verse las estrellas, pero la turbulencia hizo que el 
			aparato diera una voltereta, cabeceando tan violentamente, que la 
			tripulación fue lanzada contra el techo. El bombardero perdió 
			altura, hasta un punto en que casi se estrelló contra el mar.  
			  
			Al regresar a la base supo que sólo uno 
			de los otros siete aviones había regresado, y que no se logró 
			contacto radial con los demás ni se pudo localizar restos de 
			naufragio o supervivientes. Este incidente, ocurrido un año antes de 
			la pérdida del Vuelo 19 y también durante el mes de diciembre, no 
			fue considerado como pérdida inusitada, ya que se produjo en tiempo 
			de guerra y no recibió publicidad alguna. 
			Algunos años después de la guerra, Stern y su mujer viajaban desde 
			las Bermudas a Nassau en un Bristol Britannia cuando ocurrió algo 
			similar. Por una curiosa coincidencia, la señora Stern estaba 
			hablando sobre el incidente anterior en aquel preciso momento. De 
			pronto, el avión sufrió una fuerte caída, tuvo un violento 
			estremecimiento, y la comida que se había servido a los viajeros fue 
			a estrellarse contra el techo. La aeronave continuó estremeciéndose 
			y subiendo y bajando violentamente durante un cuarto de hora.
 
			Este fenómeno podría ser un ejemplo de lo que se conoce como 
			"turbulencias del aire claro" (clear aír turbulence, CAT), un 
			fenómeno que, si es muy intenso y se prolonga demasiado, puede hacer 
			que los aviones se partan y estallen en pedazos sobre el mar.
 
			  
			De cualquier manera, Dick Stern tuvo el 
			privilegio de haberse topado con la misma inesperada y amenazante 
			fuerza en dos ocasiones, casi en el mismo lugar, dentro del 
			Triángulo de las Bermudas, y de haber vivido para contarlo. 
			Joe Talley, capitán de un barco pesquero, el Wild Goose, tuvo una 
			experiencia distinta dentro del Triángulo, aunque en su caso no fue 
			fatal. El hecho se produjo en la Lengua del Océano, una zona 
			extremadamente profunda situada dentro del grupo de las Bahamas.
 
			  
			En este caso, no se trataba de un avión, 
			sino de su propia embarcación, que era arrastrada por otra. La 
			Lengua del Océano no forma parte de los Bancos de las Bahamas, ya 
			que su área, relativamente pequeña, tiene una profundidad de miles 
			de metros. Está constituida por un precipicio marino que cae 
			directamente al este de la isla Andros y ha sido el lugar de 
			numerosas desapariciones. 
			El barco del capitán Talley estaba destinado a la caza de tiburones. 
			Medía 20 metros de largo y se dirigía hacia el sur de la Lengua del 
			Océano, remolcado por el Caicos Trader, de 32 metros. El tiempo era 
			bueno y había un fuerte viento alisio, proveniente del Sudoeste. Las 
			dos embarcaciones se acercaban a la sección sur de la Lengua del 
			Océano, donde este cañón submarino emerge con un gran agujero, 
			similar a un cráter, en su extremo sur, que tiene un diámetro de 74 
			km.
 
			  
			En este punto, la Lengua se ve protegida 
			por una serie de arrecifes y por la cadena Exuma, que se extiende 
			hacia el Este y la deja al abrigo de las marejadas excesivamente 
			altas que pudieran sobrevenir, como consecuencia de los alisios del 
			Sudeste. Era de noche, y el capitán Talley estaba dormido en su 
			litera, bajo cubierta. De pronto se vio despertado por una avalancha 
			de agua.  
			  
			Automáticamente, agarró un chaleco 
			salvavidas y se abrió paso hacia una portezuela que estaba abierta. 
			Mientras luchaba por salir advirtió que se hallaba sumergido, pero 
			encontró un cable y lo siguió hasta la superficie, a lo largo de una 
			distancia que calculó entre 15 y 25 metros. Cuando escapó de su 
			camarote se encontraba ya sumergido a una profundidad de 12 a 15 
			metros. 
			Al llegar al extremo del cable, y a la superficie, vio que el Caicos 
			Trader había seguido su rumbo. Lo que ocurrió fue que la fuerza 
			repentina que arrastró a su barco hacia el fondo, con él dentro, 
			amenazó con hacer zozobrar al Caicos Trader, debido a que se 
			hallaban unidos por el cable de arrastre. La tripulación del 
			remolcador cortó el cable, abandonó la zona y luego regresó, para 
			ver si, por algún milagro, Talley había logrado escapar de la cabina 
			de su barco. Habían visto hundirse al Wild Goose "como si lo 
			arrastrase un remolino".
 
			Cuando llevaba alrededor de media hora en el agua y se hallaba a 
			punto de ahogarse, Talley escuchó con sorpresa que su nombre era 
			voceado por el megáfono del Caicos Trader. Consiguió responder a 
			gritos y finalmente fue rescatado. Puesto que la mayor parte de los 
			capitanes que navegan por esta zona se hallan familiarizados con las 
			numerosas pérdidas de embarcaciones que resultan inexplicables y que 
			a menudo están acompañadas por desperfectos de la radio y el compás, 
			se hizo una investigación acerca del comportamiento del compás 
			durante el incidente. Sin embargo, pudo comprobarse que el timonel 
			fijó el curso y luego abandonó el timón, durante el percance, de 
			manera que no se logró saber si en aquel momento se había producido 
			alguna aberración mecánica.
 
			En esta región se han producido otros incidentes similares en las 
			que los remolcadores han perdido sus remolques. En algunas 
			ocasiones, a diferencia de lo ocurrido con el capitán Talley que 
			sobrevivió para narrar su experiencia, se han perdido también las 
			tripulaciones del barco arrastrado. En otras, el segundo navío se ha 
			visto envuelto por una especie de niebla, mientras el primer sufría 
			alteraciones en el compás y en el sistema eléctrico.
 
			  
			Cabe preguntarse por qué existen 
			testimonios acerca de estas fuerzas, provenientes de remolcadores, y 
			no de barcos aislados. Tal vez ello se debe a que los barcos que 
			viajan solos sencillamente desaparecen, sin dejar testigos, mientras 
			que los remolcadores se hallan lo bastante cerca —al otro extremo 
			del cable— como para observar lo que ocurre.  
			  
			El capitán Don Henry tuvo en 1966 una 
			experiencia que constituye un ejemplo gráfico de un caso de "tira y 
			afloja" entre el remolcador y la fuerza no identificada que, 
			consciente o inconscientemente, trata de capturar su remolque. Henry 
			es dueño de una compañía de salvamento con sede en Miami, llamada 
			Sea Phantom Exploration Company, y tiene muchos años de experiencia 
			como capitán y navegante, y buzo con y sin escafandra. A los 55 
			años, un hombre fuerte, de pecho y brazos poderosos, como 
			corresponde a un buceador de toda la vida.  
			  
			Da la impresión de ser extremadamente 
			vigoroso y, considerando su peso, se mueve con velocidad y ligereza 
			sorprendentes. Cuando habla y quiere subrayar algo, golpea con el 
			puño la palma de su otra mano, o hace un gesto muy ilustrativo, que 
			le deja a uno convencido de que no sería muy bueno hallarse al 
			alcance de sus brazos.  
			  
			Sus ojos, habituados a contemplar el 
			océano, son francos y penetrantes. Lo certero de su conversación y 
			su capacidad para recordar los menores detalles hacen que valga la 
			pena que él cuente lo ocurrido con sus propias palabras: 
				
				...Veníamos de regreso de un viaje 
				entre Puerto Rico y Fort Lauderdale. Habíamos estado fuera 
				durante tres días, arrastrando una gabarra vacía, que acababa de 
				hacer un transporte de nitrato de petróleo. Me hallaba a bordo 
				del Good News, un remolcador que mide unos 50 metros y tiene un 
				motor de dos mil caballos de fuerza. La gabarra que remolcábamos 
				pesaba 2.500 toneladas y se hallaba al extremo de un cable de 
				300 metros. Nos hallábamos en la Lengua del Océano, después de 
				cruzar las Exumas. La profundidad era de alrededor de 1.100 
				metros. 
				Todo ocurrió por la tarde. Hacía buen tiempo y el cielo estaba 
				claro. Había ido a la cabina situada tras el puente, y al cabo 
				de algunos minutos escuché un enorme estruendo. Salí al puente y 
				grité:
 
				—¿Qué diablos pasa?
 
				Lo primero que miré fue el compás, que estaba girando en el 
				sentido de las agujas del reloj sin que hubiera razón. El único 
				lugar en que recordaba haber oído acerca de algo semejante era 
				el río San Lorenzo, en Kingston, donde existe un gran depósito 
				de hierro, o tal vez un meteorito hundido, que hace que los 
				compases giren locamente. No sabía qué pasaba, pero estaba 
				seguro de que era algo gordo. Parecía que el agua se nos 
				abalanzaba desde todas las direcciones.
   
				El horizonte desapareció, no 
				podíamos ver dónde estaba, porque agua, cielo y horizonte eran 
				una misma cosa. No podíamos ver dónde nos hallábamos. 
				Lo que estaba ocurriendo —fuese lo que haya sido— nos arrebató o 
				robó todo el poder de los generadores. Todos ellos dejaron de 
				producir energía, aunque seguían funcionando. El ingeniero trató 
				de encender un generador auxiliar, pero no pudo obtener una 
				chispa.
 
				Yo estaba preocupado por el remolque. Estaba atado, pero no 
				podía verlo. Estaba como cubierto por una nube, y a su alrededor 
				se advertía un oleaje que parecía más fuerte que en otras zonas.
 
				Empujé a fondo los aceleradores, pese a que no podía ver hacia 
				dónde íbamos. Todo lo que deseaba era salir de allí volando. 
				Parecía como si algo estuviese impidiéndonos avanzar, sin 
				lograrlo.
 
				Cuando logramos salir, pareció que veníamos de un banco de 
				niebla. El cable de arrastre permanecía rígido —como en el truco 
				indio de la cuerda— pero al otro extremo, en el lugar cubierto 
				por la niebla, no podía verse nada. Salté al puente de mando y 
				tiré del cable. La condenada gabarra también salió de aquel 
				lugar, que era el único en que había niebla. La verdad es que yo 
				podía ver hasta una distancia de 20 kilómetros. En el área 
				neblinosa el agua estaba muy agitada, aunque las olas no eran 
				muy grandes. No fui ningún héroe la verdad es que no procuré 
				averiguar qué ocurría allí.
 
				¿Han experimentado ustedes alguna vez la sensación de que 
				alguien les tira de los dos brazos a la vez, y en direcciones 
				opuestas? Nos daba la impresión de que estábamos en un lugar o 
				en un punto que alguien o algo deseaba ocupar y de que alguien o 
				algo quería conducirnos a algún sitio diferente de aquel al que 
				íbamos.
 
 PREGUNTA: ¿Notó usted un color verde en el horizonte?
 No, más bien lechoso. Eso es todo lo que le puedo decir. No 
				estaba como para fijarme en colores. Después que nos fuimos de 
				allí hubo que cargar las baterías. Tuve que deshacerme de 
				cincuenta pilas de linterna.
 
 ¿Pensó usted en el Triángulo de las Bermudas?
 Sí. Era lo único que podía pensar en aquel momento. Pensé: ¡Dios 
				mío! ¡Voy a convertirme en una parte de la estadística!
 
 ¿Había tenido antes experiencias como éstas?
 No. He oído que otra gente las ha tenido y que un remolque con 
				gente a bordo se había perdido, después de que el cable se 
				cortó. Pero ésta es mi única experiencia. ¡Una es más que 
				suficiente!
 
			Jim Richardson fue anteriormente piloto 
			de la Marina y ahora es presidente de la compañía Chalk Air Ferry 
			Service, que vuela entre el aeropuerto de Opa-Locka, en Miami, y las 
			Bimini y otros puntos de las Bahamas. Es el servicio de pasajeros 
			más importante de la zona, y él, como presidente y como destacado 
			promotor de Bimini, mantiene lo que se podría llamar una actitud no 
			comprometida respecto de la supuesta amenaza del Triángulo de las 
			Bermudas. Cuando habla acerca de lo mucho que se ha extendido la 
			leyenda se expresa con la enérgica franqueza de un piloto:  
				
				"Es algo de lo que la gente no 
				habla. Dicen que uno está loco si lo hace". 
			Sin embargo, en sus numerosos vuelos a 
			las Bahamas, también se ha encontrado con aberraciones electrónicas 
			y magnéticas. Durante un viaje que realizaba desde Florida a las 
			islas del Turco, una mañana, muy temprano, acompañado por su hijo, 
			el compás del avión comenzó de pronto a girar de izquierda a 
			derecha.  
				
				Preguntó:—¿Qué le pasa al compás?
 A lo cual el hijo replicó, como si fuera una explicación 
				perfectamente natural:
 —Estamos sobre Andros.
 
			Richardson hace notar que esto ha 
			ocurrido frecuentemente, "cada vez que pasamos sobre las profundas 
			aguas que están frente al arrecife Moselle". Por cierto, este 
			arrecife es un lugar al que a menudo se hace referencia, porque por 
			la noche suelen advertirse ciertas luces misteriosas. Entre los 
			pescadores de Bimini tiene fama de lugar "encantado". Dichas luces 
			han sido observadas también por el propio Richardson y por otros 
			pilotos de aviones y barcos. 
			Chuck Wakeley, un piloto profesional de aviones y helicópteros de 
			alrededor de treinta años y que lleva más de diez volando, relató su 
			experiencia acerca de un incidente electrónico todavía más 
			pronunciado, que consistió en que cierto elemento electrónico 
			pareció tomar posesión de su avión en forma temporal, mientras 
			volaba entre Nassau y Fort Lauderdale. Wakeley tiene una experiencia 
			considerable como piloto, y la ha acumulado en buena parte volando 
			solo sobre las selvas de Panamá y Sudamérica, donde a menudo la 
			memoria para los detalles y una fría reacción entre las emergencias 
			son los secretos de la supervivencia.
 
			Además, ha sido entrenado como observador y tiene un certificado del 
			Gobierno de los Estados Unidos que le acredita como hombre de la 
			mayor confianza política. Lo que más impresiona al hablar con él es 
			su sinceridad y sus esfuerzos por narrar su experiencia exactamente 
			como se produjo.
 
			  
			Cuenta las cosas en forma muy expresiva 
			y resulta interesante señalar que no había oído hablar del Triángulo 
			de las Bermudas como tal hasta después de haber sufrido su 
			experiencia: 
				
				En noviembre de 1964 era piloto de 
				la Sunline Aviation, de Miami, y me hice cargo de un vuelo 
				chárter a Nassau, que consistía en llevar hasta allí a algunas 
				personas, y regresar. Dejé a los pasajeros y salí del aeropuerto 
				de Nassau poco después del anochecer. El tiempo era muy claro y 
				brillaban las estrellas. Me estaba guiando por el radiofaro VOR 
				(Variable Omni-range, transmisor de alcance variable) de Nassau, 
				y quería captar el VOR de las Bimini, durante el trayecto. A eso 
				de las 9.30 de la noche pasé por el extremo norte de la isla 
				Andros, y pude ver las luces de algunos de los campamentos. 
				Había alcanzado la altura de crucero a unos 2.500 metros y me 
				disponía a realizar un vuelo de rutina, cuando, a unos 60 a 90 
				kilómetros de Andros, mientras me dirigía hacia las Bimini, 
				empecé a notar algo desusado: una especie de resplandor muy 
				débil sobre las alas. Al comienzo pensé que era una ilusión 
				creada por las luces del tablero, que se reflejaban en el plexi-glass 
				de las ventanas. Las alas parecían transparentes y pintadas de 
				un azul-verde pálido, en circunstancias en que su color real era 
				blanco brillante.
 
				Durante unos cinco minutos, este brillo se hizo más intenso. 
				Tanto, que tuve dificultades para leer mis instrumentos. El 
				compás magnético empezó a dar vueltas, lenta pero regularmente. 
				Los señalizadores del combustible, que al despegue indicaban 
				"medio lleno", ahora apuntaban hacia el "lleno".
   
				El piloto automático electrónico 
				hizo que el avión diera repentinamente un brusco giro hacia la 
				derecha, y tuve que desconectarlo y volar con los controles 
				manuales. No podía confiar en ninguno de los instrumentos 
				electrónicos, puesto que, o habían dejado de funcionar por 
				completo, o se estaban comportando de manera impredecible. Muy 
				pronto, el avión entero resplandecía, pero no era un brillo 
				reflejo, sino proveniente del avión mismo. Cuando observé las 
				alas por la ventanilla, recuerdo que ya no sólo tenían un color 
				azul verdoso, sino que además parecían cubiertas de vellos. 
				Ya en aquel momento no podía confiar en mis instrumentos 
				señalizadores del horizonte o la altura, ni en el giroscopio, y 
				puesto que era de noche y debía volar con un horizonte 
				artificial, resulta que me quedé sin horizonte alguno. El brillo 
				era tan intenso, que no podía ya ver las estrellas, y entonces 
				hice lo único que podía hacer: abandoné los mandos y dejé que el 
				avión volara en la dirección que se le antojara. El resplandor 
				fue en aumento, alcanzando un brillante crescendo luminoso y 
				prolongándose alrededor de cinco minutos, para luego disminuir 
				gradualmente.
 
				En cuanto se disipó aquel extraño brillo, los instrumentos 
				volvieron a funcionar normalmente. Verifiqué todos los circuitos 
				y comprobé que ninguno había estallado. Ninguno de los fusibles 
				se había quemado, y pude comprobar que el equipo funcionaba 
				normalmente, ya que los señalizadores de combustible volvieron a 
				indicar que los tanques estaban llenos hasta la mitad. El compás 
				magnético se estabilizó y mostró que me hallaba sólo algunos 
				grados fuera de mi ruta. Conecté el piloto automático y estaba 
				funcionando normalmente. Antes de aterrizar verifiqué todos los 
				sistemas —velocidad de aterrizaje, flaps y los demás—.
 
				Todo era normal. Por cierto, el aparato mostraba cierta 
				electricidad estática, y debí haber eliminado todos los 
				elementos que la producían.
 
 PREGUNTA: ¿Pensó usted que su experiencia estaba relacionada con 
				el Triángulo de las Bermudas?
 No supe nada acerca del Triángulo de las Bermudas hasta después 
				del incidente. Pensé que lo que había visto era el fuego de San 
				Telmo, pese a que dicho fenómeno no se comporta de esa manera.
 
 ¿Cuándo oyó hablar del Triángulo de las Bermudas?
 Cuando empecé a contar mi experiencia a otros pilotos. A algunos 
				les han ocurrido cosas similares, pero no les gusta hablar de 
				ellas. De todos modos, no hay manera de evitar lo que ellos 
				llaman el Triángulo cuando uno se dirige a lugares como Puerto 
				Rico. A menos que se vuele hacia el Norte de las Bermudas. Ahora 
				se oye hablar mucho más del Triángulo, sobre todo cuando ocurre 
				alguna desaparición de un avión en forma totalmente ilógica.
 
			Pursuit, una revista editada por la 
			Sociedad para la Investigación de lo No Explicado, publicó un 
			informe acerca de una posible observación visual, realizada desde el 
			aire, de lo que sería una fuerza destructiva que actúa dentro del 
			Triángulo de las Bermudas.  
			  
			Robert Duran, el autor del informe, 
			relata un incidente presenciado desde la cabina de mando de un 
			Boeing 707 que volaba desde San Juan a Nueva York, el 11 de abril de 
			1963. El hecho se produjo a 19° 54' de latitud norte, 66° 47' de 
			longitud oeste, en un punto situado muy hacia el interior del 
			Triángulo, sobre la fosa de Puerto Rico, uno de los cañones 
			oceánicos más profundos, en que las aguas llegan a tener una hondura 
			de diez mil metros. 
			El primero que advirtió el extraño fenómeno fue el copiloto, quien 
			prefirió mantenerse en el anonimato. Se produjo a la 1.30 de la 
			tarde, veinte minutos después del despegue, cuando el avión se 
			hallaba a una altura de 10.000 metros. De pronto, el copiloto vio 
			que a unos ocho kilómetros a estribor de la ruta seguida por el 
			aparato, el océano se alzaba formando un gran montículo, como si se 
			hubiese producido una explosión atómica.
 
			  
			Parecía que en el agua hubiese nacido 
			"una gran coliflor". Llamó inmediatamente la atención del capitán y 
			el ingeniero de vuelo y todos lo observaron en detalle, durante unos 
			treinta segundos. Luego soltaron sus cinturones de seguridad y se 
			incorporaron para ver mejor. Según su apreciación, la gigantesca 
			montaña de agua alcanzó un diámetro de unos 1.000 a 1.500 metros, y 
			su altura llegó a ser aproximadamente la mitad de su anchura.  
			  
			Como es fácil de comprender, el capitán 
			no regresó para observar mejor, sino que mantuvo su itinerario. En 
			el momento en que el avión abandonaba la zona, la enorme 
			protuberancia hirviente comenzó a decrecer. Luego, el piloto 
			verificó si algún servicio, como la Guardia Costera o el FBI, o 
			algún especialista en sismología, habían recibido información acerca 
			de algún fenómeno desusado, como terremoto, maremoto, o grandes 
			trombas marinas, pero no recibió confirmación de que algo extraño 
			hubiese ocurrido en la región. 
			Se ha sugerido de diversas maneras, que esta aparente explosión 
			atómica podría estar relacionada con el submarino atómico 
			estadounidense Thresher, que se había perdido el día anterior, o con 
			sus cabezas nucleares, pese a que su desaparición se produjo a miles 
			de kilómetros de distancia.
 
			  
			Naturalmente, esta teoría sólo tendría 
			validez si algunos elementos muy importantes de la pérdida del 
			Thresher se hubiesen mantenido en secreto (lo que es posible), o si, 
			como se ha supuesto de manera informal, algún otro submarino o 
			enemigo potencial hubiera sido hundido en represalia del ataque 
			contra el Thresher. Sin embargo, descontando la hipótesis militar, 
			el punto en que ocurrió el hecho constituye una confirmación más de 
			las fuerzas que operan dentro del Triángulo de las Bermudas. 
			Norman Bean, un inventor ingeniero electrónico, autor de sistemas de 
			televisión submarina en circuito cerrado y de fórmulas de repelentes 
			de tiburones, recibió en fecha reciente el testimonio de unos 
			marinos que protagonizaron lo que podría ser una escapada, a bordo 
			de una embarcación de superficie. Bean reside en Miami, da 
			conferencias sobre OVNIS y es un estudioso de los fenómenos que se 
			producen dentro del Triángulo de las Bermudas.
 
			  
			El incidente se produjo en un atardecer 
			de septiembre de 1972, entre Featherbed Banks y Matheson Hammock, en 
			la bahía Biscayne, y afectó a una embarcación equipada con un motor 
			diesel, que tenía el siniestro nombre de Nightmare (Pesadilla). El 
			Nightmare llevaba tres pasajeros y en aquel momento volvía de un 
			viaje de pesca por la bahía Biscayne. Cuando llegó a la zona de 
			Featherbed Banks, el piloto advirtió que el compás tenía una 
			desviación de alrededor de noventa grados en comparación con las 
			luces de su punto de destino, Coconut Grove.  
			  
			Las luces del barco palidecieron y luego 
			se apagaron, como si una fuerza tremenda hubiera secado las 
			baterías. De inmediato, y sin atender lo que señalaba el compás, el 
			piloto puso rumbo directamente hacia el Oeste, a toda máquina. No 
			obstante, el único cambio de rumbo que se produjo fue en dirección 
			al Norte, como lo demostraban las luces de la costa, que iban 
			desapareciendo hacia el Sur. Durante dos horas, la embarcación 
			siguió orientándose hacia la costa, pero sin conseguir avanzar y, 
			por el contrario, dando la impresión de que retrocedía. 
			Durante todo aquel tiempo, los ocupantes del barco advirtieron un 
			objeto oscuro, muy grande y de forma alargada, que les impedía ver 
			las estrellas ya que se desplazaba entre la embarcación y Matheson 
			Hammock, que estaba a dos o tres kilómetros hacia el Oeste. Mientras 
			lo contemplaban, notaron una luz que se movía y entraba a la zona 
			que estaba a oscuras. Luego de permanecer quieta unos momentos, 
			desapareció. Poco después, la gran sombra desapareció también. 
			Momentos más tarde el compás volvió a funcionar normalmente, el 
			generador recargó las baterías y el barco pudo seguir su marcha.
 
			Uno de los asistentes a una de sus conferencias informó a Bean 
			acerca de un caso similar, ocurrido algunos años antes que el del 
			Nightmare. El individuo era capitán retirado de la Marina 
			norteamericana y no quiso hablar sobre el caso durante la 
			conferencia, pero más tarde se lo contó en privado. Como muchas 
			otras personas que observan fenómenos "inexplicables", no estaba 
			dispuesto a poner en peligro su reputación de hombre veraz y de 
			observador escrupuloso.
 
			El incidente se produjo una semana antes de la Navidad de 1957.
 
			  
			El hombre viajaba como piloto de un 
			barco pesquero de su propiedad, que medía 10 metros de largo y 
			estaba dotado de un motor diesel. Se dirigía hacia Freeport, en las 
			Bahamas, pero no consiguió avanzar durante varias horas, e incluso 
			se vio arrastrado hacia atrás varios kilómetros. El generador, las 
			luces y la radio dejaron de funcionar, y el compás empezó a girar 
			alocadamente.  
			  
			Aunque el motor seguía funcionando, el 
			barco no lograba avanzar. Como en el caso del Nightmare, la 
			tripulación notó que, aunque el agua estaba en calma y brillaban las 
			estrellas, en cierta parte del cielo, delante de ellos y en la 
			dirección que deseaban seguir, podía verse una mancha negra, sin 
			estrellas y perfectamente configurada. Hubo un momento en que vieron 
			tres luces que se movían en fila, entraban a la zona oscura y luego 
			desaparecían.  
			  
			Poco después, la mancha negra se disipó 
			repentinamente y el barco pudo seguir su curso normalmente, con las 
			luces, la radio y el compás funcionando. Más tarde, el capitán y sus 
			cuatro pasajeros se enteraron de que aquella misma noche, a 75 
			kilómetros de distancia, un carguero que navegaba hacia el Sur, 
			dentro de la Corriente del Golfo, terminó encallado en un banco de 
			lodo ubicado hacia el Oeste, cerca de Fort Lauderdale.  
			  
			Su timón había sufrido una desviación de 
			noventa grados. 
			El 15 de noviembre de 1972 se produjo otro incidente, que afectó a 
			un Beechcraft de dos motores que volaba desde George Town, en la 
			isla Gran Exuma, de las Bahamas, y que es un interesante ejemplo de 
			lo caprichosas que pueden ser estas fuerzas. Si pudieran 
			atribuírseles propósitos o motivaciones concretas, éste fue un caso 
			en que pareció que, en lugar de proponerse destruir el avión, 
			procuraron ayudarle. El doctor S. F. Jablonsky, un psicólogo de Fort 
			Lauderdale, hizo el siguiente relato al doctor Manson Valentine:
 
				
				El avión salió de George Town con el 
				crepúsculo. Llevaba nueve personas a bordo; entre ellas, cinco 
				pilotos. El tiempo era bueno, el mar estaba en calma y la 
				visibilidad era excelente. Soplaba una ligera brisa proveniente 
				del Sudeste. 
				Aproximadamente diez minutos después del despegue, cuando el 
				avión se hallaba sobre la Lengua del Océano, al noroeste de 
				Exuma, todos los sistemas eléctricos, el compás, la radio, las 
				luces e incluso los controles hidráulicos, dejaron de funcionar, 
				repentinamente. Las baterías parecían completamente agotadas.
 
 
				La primera reacción del piloto fue 
				tratar de aterrizar en Nueva Providencia (aproximadamente a 100 
				kilómetros al Norte), puesto que podía navegar guiándose por la 
				puesta de sol, hasta que pudiera ver las luces de Nassau. Sin 
				embargo, pensando con más calma, recordó que la radio estaba 
				descompuesta y que no podría informar al aeropuerto acerca de su 
				llegada, ya que, sin luces, tampoco podía señalar su 
				aproximación.    
				Por lo tanto, resolvió dirigir el 
				avión hacia la pista más cercana, en Andros y pronto, todos los 
				viajeros pudieron distinguir el pequeño aeropuerto, cerca del 
				extremo sur de la isla. Luego de dar una vuelta en torno de la 
				pista, en dirección Oeste, para asegurarse de que no había 
				obstáculos y descender con la mayor exactitud posible, 
				considerando el viento y la pista misma, el capitán comenzó a 
				descender planeando.    
				Puesto que el sistema hidráulico no 
				funcionaba, era imposible hacer bajar las ruedas y, 
				naturalmente, no había luces de aterrizaje. Más tarde, el doctor 
				Jablonsky observó que "el avión parecía estar aterrizando como 
				si flotara sobre un colchón de aire". Los extremos de las 
				hélices chocaron contra el suelo, levantando una lluvia de 
				chispas, pero, en lugar de estrellarse, el aparato se posó en 
				tierra. El fuselaje no sufrió daños e incluso los extractores de 
				aire, colocados muy bajo, resultaron intactos. 
				Al día siguiente se enviaron dos hélices nuevas a Andros. Fueron 
				instaladas inmediatamente y se recargaron las baterías. Pero, ya 
				antes, el sistema hidráulico había vuelto a funcionar. El avión 
				despegó y llegó a Fort Lauderdale sin mayores incidentes.
 
			Al momento de imprimir este libro, el 
			trasatlántico de la Cunard Line, Queen Elizabeth 2, acababa de 
			escapar a una cita con el desastre en el centro superior del 
			Triángulo de las Bermudas.  
			  
			El 3 de abril de 1974, debido a la 
			ruptura de tres de sus calderas (atribuida a un escape de aceite) y 
			a la falla del sistema eléctrico, aire acondicionado, etc., el más 
			moderno de los súper transatlánticos permaneció inmovilizado dentro 
			del Mar de los Sargazos, igual que sus predecesores de otras épocas. 
			Mientras esperaban un barco que les rescatase, los pasajeros fueron 
			consolados con bebidas gratuitas ofrecidas por la compañía. 
			En una de las primeras entrevistas hechas por radio a bordo de la 
			nave, un pasajero que era jugador de fútbol profesional dijo: "El 
			capitán me contó que estamos sentados justo en el medio del 
			Triángulo de las Bermudas". En cambio, las informaciones posteriores 
			parecieron eludir cuidadosamente toda referencia a esta funesta 
			región.
 
			Resulta interesante anotar, como corolario del incidente, que un 
			miembro de la tripulación de un cúter de la Guardia Costera que 
			seguía al navío informó haber observado que el Queen Elizabeth 2 
			había desaparecido del radar de su embarcación. El hecho ocurrió 
			cuando el trasatlántico estaba entrando en el Triángulo, a una 
			velocidad de 35 nudos. El cúter dejó de registrarlo en el radar, 
			aunque permanecía visible a simple vista. Poco después desapareció.
 
			  
			La comunicación radial y el contacto por 
			radar entre las dos naves pareció verse afectada en el momento en 
			que el Queen Elizabeth 2 entró en el Triángulo. Aunque hasta ahora 
			no se ha sugerido que las misteriosas fuerzas de esta zona tuvieron 
			alguna relación con las averías del barco de crucero, es posible que 
			la comunicación por radar con el cúter se vieran afectadas por las 
			conocidas anomalías radiales y eléctricas existentes dentro del 
			Triángulo de las Bermudas. 
			Cuando pensamos en el número total de desapariciones de barcos y 
			aviones ocurridas en esta región, así como en la manera en que otras 
			naves han escapado —aparentemente- a las fuerzas que allí imperan, 
			debemos también considerar la posibilidad de que estos sucesos 
			tengan una explicación lógica, o una serie de justificaciones 
			razonables.
 
			  
			Sin embargo, cuanto más profundizamos en 
			el problema, más empezamos a preguntarnos si realmente existe lo 
			que, dentro de nuestro marco de referencia científica conocido, 
			podríamos llamar una explicación lógica.
 
			
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			CAPITULO 
			5
 ¿Existe una explicación lógica?
 
 EL AFÁN DE MINIMIZAR LA IMPORTANCIA DEL Triángulo de las Bermudas, o 
			incluso de negar su existencia, ha hecho decir en algunas ocasiones 
			que no hay tal misterio, puesto que los barcos y los aviones suelen 
			desaparecer en el mundo entero.
 
			  
			Si se proyectase un triángulo sobre 
			cualquier área de rutas marítimas importantes, el resultado sería 
			una perturbadora incidencia de pérdidas, si hiciéramos el triángulo 
			suficientemente amplio. Además, el océano es enorme, los barcos son 
			relativamente pequeños y las aguas están en perpetuo movimiento, 
			tanto en la superficie como en las corrientes submarinas.  
			  
			Hay barcos y aviones pequeños que se han 
			perdido entre las Bahamas y Florida, donde la Corriente del Golfo 
			fluye hacia el Norte a más de cuatro nudos, y luego han aparecido a 
			una distancia tan grande del punto en que se les vio por última vez, 
			que se ha llegado a darlos por desaparecidos. No obstante, la 
			velocidad de esta corriente es conocida por la Guardia Costera, 
			cuyas misiones de búsqueda y rescate la tienen muy en cuenta, al 
			igual que las desviaciones debidas a los vientos, cuando rastrean el 
			área aproximada de la desaparición de alguna nave.  
			  
			Al iniciar una búsqueda, establece de 
			inmediato un radio de rastreo circular que abarca ocho kilómetros si 
			se trata de un barco grande; 16 en el caso de un avión, y 24 en el 
			de una embarcación de tamaño menor. Enseguida, se determinan otros 
			radios que cubren el primero, según las corrientes, los vientos y la 
			dirección o rumbo de la nave. 
			Más aún: algunos barcos se han hundido, para reaparecer luego en 
			otro lugar, como ocurrió con el A. Ernest Miles, que naufragó con 
			una carga de sal frente a la costa de Carolina. Cuando la sal se 
			disolvió, el buque fantasma volvió a la superficie y fue 
			inmediatamente recuperado. La Dahama, otro buque perdido, o 
			fantasma, que resurgió desde el fondo del mar, es mencionado 
			frecuentemente en relación con el Triángulo.
 
			  
			Se le dio por hundido en abril de 1935 y 
			sus pasajeros fueron rescatados por el vapor Rex. Sin embargo, poco 
			después El Aztec lo halló a la deriva frente a las Bermudas. La 
			tripulación del Aztec no sabía que ya antes se había hundido, ni que 
			sus pasajeros habían sido rescatados, y creyeron que La Dahama era 
			un barco perdido hasta que llegaron las noticias del Rex, de regreso 
			en su puerto de Italia. Porqué el buque volvió a la superficie es 
			todavía un misterio. 
			Por otra parte, puede ocurrir muy fácilmente que los restos de, 
			barcos y aviones desaparecidos en el fondo del mar se desvanezcan en 
			medio de bancos de arenas movedizas o queden cubiertos por las 
			tormentas, o que otras tormentas los descubran, hasta ser 
			recuperados por buceadores o submarinos.
 
			  
			Mel Fisher, un viejo buzo y especialista 
			en salvatajes de barcos y cargamentos, lleva algunos años dedicado a 
			la exploración de la plataforma continental de la zona del 
			Triángulo, en el Atlántico y el Caribe. Mientras se hallaba ocupado 
			en la búsqueda de oro español, del que ha acumulado una gran 
			cantidad, hizo otros hallazgos sorprendentes en el fondo del mar. 
			Sin duda, se trataba de objetos que fueron muy buscados en la época 
			de su pérdida, pero que luego quedaron olvidados.  
			  
			Se trata de concentraciones de metales 
			que son detectadas por un magnetómetro, un compás de una intensidad 
			multiplicada por mil, que indica la ubicación del metal sumergido y 
			cuyas virtudes han solido dirigir a Fisher hacia reliquias distintas 
			de los galeones españoles cargados de tesoros que suele buscar 
			habitualmente.  
			  
			(Es importante señalar que el 
			magnetómetro mejorado no estaba en uso en la época en que se 
			produjeron muchas de las desapariciones dentro del Triángulo de las 
			Bermudas.)  
			  
			Cuando los buceadores bajan hasta el 
			fondo del océano, siguiendo las indicaciones del magnetómetro, 
			ocurre a menudo que, en lugar de galeones españoles, encuentran 
			aviones civiles o de guerra desaparecidos, diversos tipos de barcos 
			y, como ocurrió en una ocasión, a muchos kilómetros mar afuera, 
			hasta una locomotora de ferrocarril, que Fisher dejó hundida, para 
			que la encontraran los arqueólogos marinos del futuro. 
			Mel Fisher piensa que algunas de las numerosas desapariciones 
			ocurridas en la zona de Florida - as Bahamas han sido producidas por 
			bombas sin explotar, caídas desde algún avión de la Fuerza Aérea, o 
			por torpedos aún activos, o por minas flotantes que quedaron allí 
			desde guerras pasadas o después de alguno de los actuales ejercicios 
			de combate.
 
			  
			En una oportunidad, mientras buceaba en 
			los alrededores de un barco español cargado de tesoros, empezó a 
			llevar a la superficie lo que creyó era un antiguo cañón, hasta que 
			descubrió que aquel artefacto incrustado de lapas tema un extremo 
			puntiagudo que demostraba que era una bomba. ¡Y activa! 
			Por el número de restos de naufragio no identificados que ha 
			descubierto en el fondo, mientras busca los que le interesan 
			particularmente (dos galeones españoles, La Margarita y La Santa 
			María de Atocha, que contienen un tesoro de un valor estimado entre 
			400 y 600 millones de dólares), Fisher ha llegado a la conclusión de 
			que cientos de navíos se han estrellado contra los arrecifes durante 
			las tormentas y que muchos permanecen enterrados en las arenas 
			frente a la costa.
 
			  
			Para llegar hasta algunos de los barcos 
			con tesoros que ya ha encontrado, ha tenido incluso que excavar el 
			fondo del océano. Señala que en el lugar donde la Corriente del 
			Golfo deja atrás el extremo de Florida existen arenas movedizas, y 
			que allí han sido tragados barcos bastante grandes, que luego quedan 
			atrapados en el fondo arenoso. 
			Los caprichos de las corrientes y el fondo movedizo podrían, pues, 
			explicar algunas de las búsquedas infructuosas de aviones y barcos. 
			Sin embargo, esta zona presenta otras características submarinas que 
			podrían también esconder las huellas de algunas de esas 
			desapariciones.
 
			Existen allí los extraños "agujeros azules", dispersos entre los 
			acantilados de piedra caliza y otras formaciones submarinas 
			semejantes que se encuentran a lo largo de las Bahamas, junto a las 
			anchas cornisas y las caídas abismales. Hace miles de años, estos 
			agujeros eran cuevas de piedra que estaban por sobre la superficie 
			de las aguas.
 
			  
			Cuando el mar subió de nivel, como 
			consecuencia del derretimiento de la tercera generación de 
			glaciares, hace unos 12 a 15 mil años, las cuevas tomaron su forma 
			actual y se convirtieron en un lugar favorito de pesca, en especial 
			para los actuales y osados buceadores. Estas cavernas y pasajes 
			submarinos van directamente hasta el borde de la plataforma 
			continental, y algunos continúan hacia abajo, a través de toda la 
			formación calcárea, hasta una profundidad de 500 metros.  
			  
			Otros están conectados a través de 
			túneles y más cuevas con lagos interiores y grandes charcas situadas 
			en las islas Bahama de mayor extensión. Aunque se encuentran a 
			muchos kilómetros de distancia del océano, estos pequeños pozos de 
			agua suben y bajan de nivel según el ritmo de las mareas. Allí 
			suelen encontrarse algunos peces que son transportados por las 
			corrientes internas de este sistema submarino y aparecen de pronto 
			kilómetros tierra adentro.  
			  
			En una ocasión, en uno de estos 
			tranquilos estanques situados a 35 kilómetros de la costa apareció 
			un tiburón que medía seis metros de largo, causando sensación y gran 
			alarma entre los habitantes de la región, habituados a nadar en 
			aquellas serenas aguas. 
			Los agujeros azules se hallan en el interior del océano y situados a 
			diversas distancias de la superficie. Los buceadores que penetran 
			por estas cavidades submarinas notan que las cámaras de las cavernas 
			parten desde los pasajes, exactamente como ocurre en las cuevas de 
			la tierra.
 
			  
			Las galerías parecen abrirse en muchas 
			direcciones, confundiendo hasta a los pescados, que suelen incluso 
			nadar de arriba hacia abajo. Algunos de los pasajes que comunican 
			las cavernas parecen estar tan simétricamente diseñados que los 
			buceadores han llegado a buscar señales de cincel, para verificar si 
			fueron talladas a mano en la época en que los arrecifes se hallaban 
			por sobre el nivel del mar.  
			  
			También han notado las peligrosas y 
			fuertes corrientes que penetran en los agujeros azules. Esto se debe 
			al flujo de las mareas, que hace que grandes masas de agua entren a 
			las cavidades y creen una especie de efecto de tiraje de chimenea 
			que produce fuertes remolinos en la superficie, a pesar de que en 
			los alrededores no hay tierra sobre el nivel del océano. Semejantes 
			remolinos podrían arrastrar un bote pequeño con su tripulación al 
			interior de uno de los agujeros azules.  
			  
			Esta posibilidad cobró cierto grado de 
			verosimilitud cuando el oceanógrafo Jim Thorne encontró un bote 
			pesquero atrapado en una de las cavidades, a una profundidad de 25 
			metros, mientras participaba en una expedición submarina. Otros 
			exploradores han encontrado también botes de goma y pequeñas 
			embarcaciones dentro de los agujeros.  
			  
			Sin embargo, aunque algunos botes 
			pequeños, o incluso los restos de otros más grandes pudieran haber 
			ido a parar allí, permaneciendo atrapados en el interior de las 
			cavernas, este efecto de remolino no explicaría la desaparición de 
			buques ni, por cierto, la de los aviones. 
			Aunque las vorágines marinas suelen aparecer en distintas zonas del 
			mundo, en épocas diversas, y especialmente dentro de la región de 
			las Bahamas, en el Triángulo de las Bermudas, ninguno de esos 
			fenómenos conocidos podría compararse con el remolino de Noruega, 
			descrito por Edgar Allan Poe en su cuento "Un descenso al Maelstrom", 
			excepto tal vez algunos grandes movimientos sísmicos o 
			perturbaciones atmosféricas. Al describir este torbellino destructor 
			de barcos desde algún punto de su vasta y vertiginosa pared, el 
			narrador dice:
 
				
				...Jamás olvidaré las sensaciones de 
				sobrecogimiento, terror y admiración con que contemplé lo que me 
				rodeaba. Parecía como si la embarcación estuviese colgando, por 
				arte de magia, a medias y apoyada en la superficie interior de 
				un túnel de vasta circunferencia y prodigiosa profundidad, cuyos 
				costados perfectamente lisos podrían haber pasado por 
				superficies de ébano, a no ser por la asombrosa rapidez con que 
				daban vueltas... Al sentir la sacudida del descenso, que me 
				trastornaba, me así instintivamente, con más fuerza... y cerré 
				los ojos..,    
				Ahora, al contemplar la desolada 
				inmensidad a que nos habían conducido, advertí que nuestra barca 
				no era el único objeto atrapado por el abrazo del torbellino. 
				Encima y por debajo de nosotros podíamos ver fragmentos de 
				navíos, grandes masas de madera para construir y troncos de 
				árboles junto a muchos objetos pequeños, como trozos de muebles 
				de hogar, cajas rotas, barricas y duelas. Y entonces comencé a 
				observar, con extraño interés, los numerosos artículos que 
				flotaban en nuestra compañía...   
				De pronto me oí decir: "Este abeto 
				será sin duda el que habrá de desaparecer ahora, en esa terrible 
				zambullida", y luego me sentí decepcionado al comprobar que los 
				restos de un barco mercante holandés se le adelantaban y se 
				hundían primero... 
			 
			Este tipo de narraciones puede haber 
			influido sobre algunas de las teorías en torno de las desapariciones 
			de barcos dentro del Triángulo y sobre las versiones acerca de la 
			forma de "los abismos (que) nos arrastran" en el mar. Las grandes 
			mareas que se levantan repentinamente, o incluso las trombas 
			marinas, o los grandes tornados que se producen en el mar en algunas 
			estaciones, levantando un vasto chorro de agua hacia el cielo, a 
			gran altura, constituyen amenazas más verosímiles para las 
			embarcaciones grandes y pequeñas que recorren esta zona.  
			  
			Una o varias trombas marinas pueden 
			perfectamente destrozar una pequeña embarcación, o un avión que vaya 
			volando bajo, de la misma forma en que los tornados que se 
			desencadenan en tierra firme levantan casas, vallas, vehículos y 
			personas hacia el cielo. Por otra parte, aunque las trombas marinas 
			son visibles durante el día, cuando hay tiempo para eludir el 
			peligro, por la noche son bastante más difíciles de eludir, sobre 
			todo cuando el afectado es un avión que vuela en condiciones de 
			escasa visibilidad.  
			  
			Pero los fenómenos más temidos en 
			relación con los hundimientos repentinos de barcos son las grandes 
			marejadas que se levantan repentinamente, como consecuencia, casi 
			siempre, de terremotos submarinos. La aparición de estas enormes 
			olas depende de varios factores: maremotos, deslizamientos de 
			tierra, presión atmosférica, vientos, tormentas y huracanes, que no 
			se producen necesariamente en una zona vecina, o bien, erupciones de 
			volcanes sumergidos. 
			  
			También pueden aparecer en aguas 
			serenas, por diversas razones, pero las que se levantan en mares 
			tempestuosos suelen alcanzar, según observadores competentes, una 
			altura de por lo menos 40 metros (buque de los EE.UU. Ramapo, 6 de 
			febrero de 1963). 
			Las olas producidas por perturbaciones sísmicas (tsunamis) han 
			llegado a elevarse hasta 60 metros, tan alto como un gran 
			rascacielos. Estas tsunamis pueden sobrevenir sin advertencia previa 
			y son capaces de hundir un barco, si está anclado, o de hacerlo 
			zozobrar si se encuentra navegando. Algunas veces, incluso barcos de 
			gran tamaño se han partido por la mitad ante el embate de estas 
			olas, como resultado de la tensión y según cómo las enfrenten o qué 
			distancia haya entre una y otra.
 
			  
			Aunque las embarcaciones más pequeñas 
			pueden cabalgar sobre la cresta de las olas y deslizarse entre una y 
			otra sin dificultades, se dio el caso de un destructor que resultó 
			partido en dos, porque su largo era equivalente a uno y medio de 
			estos senos que se forman sobre una oleada y la siguiente. Si 
			hubiese medido lo mismo que uno, o dos de ellos, probablemente 
			habría resistido. 
			Existen también otras olas, muy poco usuales, pero muy destructivas, 
			que suelen ser el resultado de deslizamientos submarinos de tierra 
			causados por la ruptura de una falla de la corteza terrestre. Se les 
			conoce con el nombre de seiche y son pequeñas de altura; no son tan 
			espectaculares como las tsunamis, pero tienen un poder inmenso, y 
			son seguidas por grandes masas de agua que se acumula detrás de 
			ellas. Resultan más difíciles de reconocer y, por lo mismo, son 
			todavía más peligrosas. Una de esas olas, presentándose de manera 
			inesperada, podría destrozar un buque y esparcir sus restos a lo 
			largo de grandes extensiones.
 
			Pero, si bien los barcos pueden ser literalmente tragados por una 
			marejada repentina, ¿es concebible que un avión desaparezca en el 
			aire? Algunos observadores dignos de crédito los han visto 
			internarse en una nube sin reaparecer jamás, como si algo los 
			hubiese desintegrado o arrebatado del aire durante el vuelo.
 
			En la atmósfera existen fuerzas que pueden compararse en general con 
			las marejadas, especialmente si un avión las enfrenta a gran 
			velocidad. De la misma manera, como a menudo hay vientos a distintas 
			alturas, un avión puede encontrar, en su trayectoria de ascenso o 
			descenso, corrientes muy fuertes, de dirección contraria a la 
			indicada por los instrumentos del aeropuerto. Si son en extremo 
			violentos, pueden tener consecuencias nefastas para el aparato 
			afectado.
 
			  
			Este factor, semejante a una especie de 
			"tenaza de viento", juega un papel importante en las desapariciones 
			de aviones y, en su forma más violenta, o CAT (turbulencia de aire 
			claro), puede comparársele con las olas tipo "seiche", que se 
			levantan inesperadamente, en un mar generalmente en calma. La 
			turbulencia puede desplazarse hacia arriba, hacia abajo, o en 
			sentido horizontal y, cuando el cambio es suficientemente rápido, ya 
			sea por la fuerza de la CAT o por la velocidad del avión, el efecto 
			es casi como el de un choque contra una pared de piedra. 
			En general, resulta imposible predecir este tipo de turbulencias, 
			aunque suele encontrárselas en los extremos de las corrientes 
			atmosféricas que se mueven por los cielos como lo hace la Corriente 
			del Golfo a través del océano, pero a una velocidad 
			considerablemente mayor: doscientos nudos, frente a los cuatro o 
			menos de cuatro a que viaja la del Golfo. Las CAT podrían explicar 
			quizás la pérdida de algunos de los aviones ligeros dentro del 
			Triángulo de las Bermudas.
 
			  
			O bien los desintegran, según la presión 
			que ejerzan sobre ellos (el factor G), o bien los lanzan al mar, 
			formando un vacío a su alrededor. Las turbulencias mismas son un 
			misterio, ya que aparecen repentinamente, si es que puede utilizarse 
			la expresión "aparecen" para referirse a un fenómeno invisible, y 
			son impredecibles. Sin embargo, resulta dudoso que un cambio 
			repentino de presión haya sido la causa de todas las desapariciones 
			de aviones ocurridas dentro del Triángulo y de la eliminación de sus 
			comunicaciones radiales. 
			Gracias a los nuevos y sofisticados sistemas de rastreo y 
			computación que ahora existen, podría resultar más fácil encontrar 
			las naves aéreas que puedan perderse en esta zona en el futuro. Si 
			las hubiesen llevado, y si hubieran seguido existiendo, muchas de 
			las que se perdieron podrían haber sido recuperadas. Los aviones de 
			hoy llevan también unos sistemas de memoria y computación llamados 
			AIDS (Airborne Integrated Data Systems, sistema de información 
			aeronáutica integrada) que, en caso de desastre, conservan un 
			registro detallado de lo ocurrido al avión.
 
			  
			Actualmente es posible incluso 
			inventariar y grabar en el aeropuerto - base todo lo que se dice en 
			la cabina de un aparato comercial o de cualquier tipo. Cabe 
			recordar, sin embargo, que las conversaciones entre los pilotos del 
			Vuelo 19 fueron escuchadas en la base y que sin embargo, ello no 
			arrojó ninguna luz acerca de lo que le ocurrió.  
			  
			También se están utilizando mecanismos 
			desarrollados durante los vuelos espaciales de la serie Mercurio y 
			en las travesías de los submarinos atómicos, que registran 
			automáticamente la posición y cualquier desviación de un avión o un 
			barco. Existe un nuevo aparato para localizar un avión perdido que 
			se llama baliza "de choque" o "de recuperación".  
			  
			Es un pequeño transmisor de radio capaz 
			de transmitir durante dos o tres días. Se le instala en la cola del 
			aeroplano y es activado por la pérdida del sistema electrónico. 
			Pero, digámoslo una vez más, si los desastres que se producen dentro 
			del Triángulo estuviesen conectados con silencios radiales, cabría 
			suponer que estos nuevos aparatos también se verían neutralizados. 
			El electromagnetismo y los desperfectos en los instrumentos son 
			fenómenos que se repiten una y otra vez en el misterio que rodea a 
			esta región. El ingeniero electrónico Hugh Auchincloss Brown, autor 
			del libro Cataclysms of the Earth (Cataclismos de la Tierra), opina 
			que,
 
				
				"existen buenas razones para 
				relacionar estos incidentes con el campo magnético de la Tierra. 
				A lo largo de la historia de nuestro planeta se han manifestado 
				aprehensiones a ese respecto, en diferentes períodos, y tal vez 
				ahora se está desarrollando otra era de cambio en la situación 
				magnética, que tiene como primeras manifestaciones de 
				advertencia ciertos indicios de terremotos magnéticos que 
				ocurren ocasionalmente. Esto podría explicar las perturbaciones 
				que hacen que los aviones se estrellen y luego desaparezcan, 
				cuando se hunden en aguas profundas. Pero ello no explicaría, 
				naturalmente, las pérdidas de barcos...".  
			El especialista en electrónica Wilbert 
			B. Smith, que dirigió un proyecto sobre magnetismo y gravedad por 
			encargo del Gobierno canadiense, en 1950, ha sugerido que estos 
			elementos son un factor de importancia en la desaparición de 
			aviones.  
			  
			Dijo que había hallado lugares 
			específicos, a los que calificó de "áreas de alcance reducido", que 
			eran relativamente pequeños (alrededor de 300 metros de diámetro, 
			pero extendidos hacia arriba hasta una altura considerable) y que se 
			caracterizaban por una turbulencia tal, que realmente podían 
			destrozar un avión.  
			  
			Las aeronaves no advertirían de antemano 
			estas zonas de perturbaciones magnéticas y gravitacionales no 
			señaladas en los mapas, hasta que ingresaran a ellas, con resultados 
			fatales.  
			  
			Al comentar la aparente movilidad de 
			estas áreas, Smith escribió: 
				
				...No sabemos si estas regiones de 
				alcance reducido se mueven o si sencillamente se desvanecen... 
				Cuando tratamos de localizar algunas de ellas, al cabo de tres o 
				cuatro meses, no pudimos hallar ni señales... 
			Un vocero de la rama de Búsqueda y 
			Rescate del Centro de operaciones de la Guardia Costera de los 
			Estados Unidos, precisó también la importancia que tenían el 
			magnetismo y la gravedad en las investigaciones: 
				
				Francamente, no sabemos lo que 
				ocurre en el llamado Triángulo de las Bermudas. Lo único que 
				cabe, en relación con estas desapariciones inexplicables, es 
				hacer conjeturas. La Marina está tratando de llegar hasta el 
				fondo del misterio, con un programa llamado Proyecto Magnetismo, 
				en el que se están investigando las perturbaciones atmosféricas 
				y de gravitación electromagnética.    
				Algunos expertos piensan que tales 
				perturbaciones podrían haber sido la causa de la desintegración 
				de aquellos aviones, en 1945. Un barco que navegaba por la zona 
				informó haber visto una gran bola de fuego en el cielo, la que, 
				naturalmente, pudo ser también un choque en el aire. Pero eso es 
				algo bastante desusado cuando se trata de cinco aviones. El 
				hecho es que no tenemos una verdadera opinión acerca de esta 
				materia. 
			El Séptimo Distrito de la Guardia 
			Costera, que es el más cercano a la zona, en una carta circular a la 
			que ya nos hemos referido, adopta el criterio de que el Triángulo de 
			las Bermudas, o del Diablo, es una zona imaginaria (ver página 36), 
			y ofrece la reconfortante opinión de que muchas de las 
			desapariciones son, sencillamente, una coincidencia.  
			  
			La carta dice: 
				
				...El "Triángulo de las Bermudas", o 
				"del Diablo", es una zona imaginaria situada frente a la costa 
				Sudoriental atlántica de los Estados Unidos, muy conocida por la 
				alta incidencia de desapariciones inexplicables de barcos, 
				pequeñas embarcaciones y aviones. Según las apreciaciones más 
				generalizadas, sus vértices están constituidos por las Bermudas, 
				Miami (Florida) y San Juan de Puerto Rico. 
				En épocas pasadas, las búsquedas intensivas, pero inútiles, por 
				parte de la Guardia Costera, a que dieron lugar algunos casos de 
				desapariciones notorios, como el de un escuadrón completo de 
				aviones tipo Avenger TBM, poco después de haber despegado en 
				Fort Lauderdale, Florida, o el hundimiento sin dejar rastros del 
				Marine Sulphur Queen, en el Estrecho de Florida, han dado 
				crédito a la creencia popular acerca de los misterios y las 
				cualidades sobrenaturales del "Triángulo de las Bermudas".
 
				Han sido incontables las teorías que se han ofrecido, a través 
				de la historia de esta región, para explicar las numerosas 
				desapariciones. Las más factibles parecen ser aquellas que las 
				atribuyen a fenómenos ambientales y a fallas humanas.
 
				La mayoría de las pérdidas pueden considerarse como debidas a 
				las extraordinarias características de tipo ambiental que 
				presenta la zona. Primero, el "Triángulo del Diablo" es uno de 
				los dos lugares de la tierra en que un compás magnético señala 
				hacia el Norte verdadero. Normalmente indica hacia el norte 
				magnético. La diferencia entre los dos es conocida como 
				variación del compás. El grado de variación cambia hasta 20 
				grados cuando uno circunnavega la Tierra. Si esta variación o 
				error del compás no es compensada, el navegante podría llegar a 
				encontrarse muy alejado de su rumbo y enfrentaría serias 
				dificultades.
 
				Existe una zona llamada "Mar del Diablo" por los marinos 
				japoneses y filipinos que está situada frente a la costa Este de 
				Japón y que también exhibe las mismas características 
				magnéticas. Al igual que el "Triángulo de las Bermudas", es 
				conocida por las misteriosas desapariciones que allí se 
				producen.
 
				Otro factor ambiental es el carácter de la Corriente del Golfo. 
				Es extremadamente veloz y turbulenta y puede borrar rápidamente 
				cualquier evidencia de desastre. Las impredecibles 
				características meteorológicas del Atlántico-Caribe también 
				desempeñan un papel importante. Las repentinas tormentas de 
				truenos y trombas marinas suelen significar a menudo un desastre 
				para pilotos y marinos.
   
				Por último, la topografía del fondo 
				del océano varía mucho, desde los extensos bajíos que rodean las 
				islas hasta algunas de las fosas marinas más profundas del 
				mundo. Con la interacción de las poderosas corrientes que se 
				mueven sobre los numerosos arrecifes, la topografía se halla en 
				un flujo permanente y la navegación enfrenta constantemente 
				nuevos accidentes, que se desarrollan con gran velocidad. 
				Tampoco debe subestimarse el factor fallo humano. Hay una gran 
				cantidad de embarcaciones de placer que navegan por las aguas de 
				la región situada entre la Costa Dorada de la Florida y Las 
				Bahamas. Suelen intentarse muy a menudo travesías con 
				embarcaciones demasiado pequeñas, con un conocimiento 
				insuficiente de los imprevistos que se producen en la zona y 
				falta de pilotaje adecuado.
 
				En pocas palabras, la Guardia Costera no se deja impresionar por 
				las explicaciones sobrenaturales de los desastres que ocurren en 
				el mar. Según nuestra experiencia, las fuerzas combinadas de la 
				Naturaleza y el carácter impredecible del ser humano suelen 
				superar, muchas veces al año, las más ambiciosas narraciones de 
				ciencia ficción...
 
			La carta ofrece, casi inadvertidamente, 
			una pequeña bibliografía en la que el lector encuentra mencionados 
			los artículos de Ivan Sanderson, Leslei Licher, Vincent Gaddis y 
			John Wallace Spencer, como una especie de "contrapeso" respecto de 
			aquellos que creen que el misterio del Triángulo de las Bermudas no 
			tiene una explicación tan sencilla. En el último párrafo de la carta 
			de la Guardia Costera se dice que: 
				
				...No conocemos mapa alguno que 
				delinee los límites del Triángulo de las Bermudas... (aunque 
				agrega que) entre los Mapas Acromagnéticos de la Región Costera 
				de los Estados Unidos, H. O. Serie 17507... los números 9 a 15 
				cubren el "Triángulo de las Bermudas"... 
			Algunos ejecutivos de líneas aéreas de 
			la región coinciden cautelosamente con la opinión de la Guardia 
			Costera. La señora Athley Gamber, presidenta de la Red Aircraft de 
			Fort Lauderdale, es uno de ellos. Morena, muy atractiva, encantador 
			ejemplo de vital y exitosa ejecutiva, es la viuda de un piloto que 
			desapareció en un vuelo entre Fort Lauderdale y las Bahamas.  
			  
			Ha sabido quedarse en el aeropuerto 
			durante muchas operaciones de búsqueda de aviones perdidos y ha 
			tenido motivos y ocasiones de especular acerca de los muchos aviones 
			privados que han desaparecido dentro del Triángulo sin dejar huella. 
			La señora Gamber, colocada en un verdadero punto de observación de 
			la zona, no cree que haya nada misterioso ni siniestro acerca del 
			Triángulo de las Bermudas. Piensa que la razón de que muchos pilotos 
			no hayan enviado un mensaje de SOS o MAYDAY es "que no tenían idea 
			de que se hallaban en dificultades" y agrega que "en el momento en 
			que se hallan en peores circunstancias, el radar deja de funcionar".
 
			  
			Luego acota:  
				
				"La región se caracteriza por un 
				rápido desarrollo de una baja de presión casi espontánea. Los 
				aviones están construidos para soportar una cierta tensión de 
				carga, más allá de la cual se desintegran".  
			Y agrega:  
				
				"Estoy convencida de que la 
				naturaleza humana no podrá jamás enfrentarse a los elementos." 
			Finalmente, estimó que el error del 
			piloto es responsable de por lo menos el 50 por ciento de las 
			desapariciones y que, de los numerosos aviones privados que se han 
			desvanecido, el 25 por ciento sencillamente se quedó sin gasolina. 
			Sin embargo, los aviones comerciales, militares y de pasajeros que 
			desaparecen durante itinerarios normales y sometidos a la revisión 
			constante de pilotos experimentados y personal de vuelo, ciertamente 
			no se quedaron sin gasolina, y los aparatos que desaparecieron en 
			grupos no se encontraron todos al mismo tiempo y a la misma presión 
			con perturbaciones o turbulencias de aire claro.
 
			  
			Tampoco existe una explicación plausible 
			acerca de la razón por la cual no se han hallado restos de tantas 
			desapariciones, en contraste con lo que ocurre en otras regiones de 
			los océanos y playas del mundo entero, ni de por qué han 
			desaparecido tan abruptamente los aviones del cielo. Digamos una vez 
			más, que lo que puede ser aplicable a los aviones no lo es a los 
			barcos y si todas las pérdidas aéreas pudiesen hallar una 
			explicación, las desapariciones de barcos en el Triángulo de las 
			Bermudas, seguirían sumidas en el misterio.  
			  
			Los observadores estiman que hay una 
			relación obvia, por lo menos en cuanto a intensidad, entre los dos 
			tipos de pérdidas y cada explicación satisfactoria parece acarrear 
			una o más preguntas adicionales. Algo similar a lo que ocurría con 
			la Hidra, el monstruo de mil cabezas de aquel otro mito, mucho más 
			antiguo, que, según la leyenda griega, apenas se le cortaba una 
			cabeza era capaz de desarrollar otra, lo cual producía gran desazón 
			entre sus adversarios. 
			El interés cada vez mayor que suscitan los "mitos" del Triángulo de 
			las Bermudas, preocupa grandemente a los habitantes de las playas 
			vecinas, y la preocupación crece con cada caso que surge y se 
			discute. La frecuencia de las desapariciones de pequeñas 
			embarcaciones y aviones, que podrían deberse a numerosas otras 
			razones, hace que resulte imposible adjudicarlas a las temibles 
			fuerzas que operan en el Triángulo, aunque generalmente el público 
			las relaciona.
 
			Robie Yonge, un destacado disc-jockey y comentarista de radio, 
			constituye un claro ejemplo del grado de curiosidad que este 
			misterio ha despertado en numerosos observadores del sur de la 
			Florida. Desde que expresó su interés en el Triángulo de las 
			Bermudas, ha recibido literalmente miles de llamadas, la mayoría 
			durante sus transmisiones, de radioescuchas que tienen alguna 
			historia que contar o desean recibir más información.
 
			  
			Actualmente está interesado en equipar 
			una embarcación con aparatos de control remoto y maniquíes dotados 
			de transmisores, para luego ponerla a la deriva entre Florida y las 
			Bahamas, dentro del área interior del Triángulo y observar lo que 
			ocurre por medio del equipo electrónico de control remoto. El afán 
			de resolver este misterio a través de la investigación y el esfuerzo 
			individuales se ha extendido mucho más al Norte.  
			  
			En los últimos meses de 1974, una 
			organización llamada Centro Isis para la Investigación y el Estudio 
			de las Artes y Ciencias Esotéricas, de Silver Spring, Maryland, 
			debía realizar un crucero con intenciones de seminario, que fue 
			calificado de "fronteras de la ciencia" y que debía realizarse en un 
			barco alquilado, recorriendo las zonas del Triángulo de las Bermudas 
			en que se han registrado los fenómenos más peligrosos.  
			  
			Según el presidente de Isis, Jean Byrd, 
			los participantes en el crucero debían adquirir un seguro especial, 
			debido al elemento de riesgo implícito en el viaje. Además, existía 
			el propósito de practicar tests psicológicos a los miembros de la 
			tripulación mientras navegaban por las zonas "de peligro", y muy 
			especialmente por aquellas en que las alteraciones o falta de 
			funcionamiento del compás evidenciaban muestras de desviación 
			magnética.  
			  
			Los tests tenían por objeto determinar 
			si la actividad mental de los participantes reflejaba las tensiones 
			magnéticas. Anteriormente se ha mencionado esta posibilidad, 
			señalándola como una posible explicación de cómo las personas 
			afectadas mentalmente por ondas magnéticas podían perder el control 
			de aviones o barcos, haciéndolos estrellarse o hundirse, o 
			sencillamente abandonaban la nave, debido a la presión psicológica.
			 
			  
			Sin embargo, hay que señalar que los 
			sobrevivientes que alegaron haber hallado esas fuerzas del Triángulo 
			todavía no identificadas, no recuerdan haber notado perturbación 
			mental alguna, excepto las muy comprensibles reacciones de sorpresa, 
			temor, preocupación extrema y afán de adoptar precauciones en el 
			futuro. 
			Ante la falta de una explicación lógica y aceptable, los 
			investigadores independientes preocupados de las desapariciones han 
			ido aún más lejos.
 
			  
			Algunos han buscado las causas en 
			excepciones a la ley natural, otros han sugerido cambios interdimensionales realizados a través de un conducto equivalente a 
			un "agujero en el cielo" (al que los aviones entran, pero del que no 
			salen), otros creen que todo es obra de entes del espacio interior o 
			exterior, mientras otros, finalmente, ofrecen una teoría o 
			combinación de teorías según las cuales el fenómeno podría ser 
			causado básicamente por complejos poderes de origen humano que aún 
			funcionarían y que corresponderían a una ciencia considerablemente 
			distinta de las nuestras y mucho más antigua. 
			  
			
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