CAPITULO
3
El "Mar de los Barcos Perdidos"
LAS DESAPARICIONES DE BARCOS DENTRO DEL Triángulo se han producido
principalmente dentro de la región del Océano Atlántico Occidental
llamada Mar de los Sargazos, una extensión de agua que en gran parte
permanece inmóvil y que deriva su nombre del alga marina Sargassum.
Si se necesitase algún elemento para
aumentar el misterio del Triángulo, nada más indicado para aportarlo
que el Mar de los Sargazos, un misterio de por sí desde que los
primeros marinos españoles y portugueses lo descubrieron, hace 500
años. Además, si incluimos las que ahora parecen probables
penetraciones y travesías de esta zona realizadas por navegantes
fenicios y cartagineses, resultaría que el enigma ha sido observado
durante miles de años.
La característica de esta enorme zona es la presencia de una especie
de alga flotante, el sargazo, que marca los límites de este mar
dentro de un océano, ya sea flotando en forma separada o en grandes
masas. Cuando Colón contempló todas aquellas algas en su primer
viaje, dedujo erróneamente que la tierra estaba cerca, y se sintió
muy reconfortado. Por cierto, su tripulación no compartía del todo
aquel sentimiento.
El límite norte de este mar de algas está constituido por la
Corriente del Golfo, que avanza primero hacia el Nordeste y luego
hacia el Este. Por el Oeste y el Sur limita con la misma Corriente
del Golfo, en su desplazamiento de regreso, y con la Corriente Nord-Ecuatorial.
Aunque es algo amorfo, se extiende desde los 37° de latitud Norte,
aproximadamente, hasta los 27° de latitud Norte, y desde los 75°
Oeste hasta los 40° Oeste.
Bajo sus profundas aguas yacen las
llanuras abismales de Hatteras y Nares, la abrupta elevación de
Bermuda, numerosas e intrigantes montañas marinas, que se elevan
hacia la superficie, pero terminan en cumbres planas, como si en
alguna época hubiesen sido islas. En sus límites orientales se
encuentra una parte de la cordillera del Atlántico Norte, enorme
cadena montañosa en medio del océano Atlántico, cuyas altas cumbres
irrumpen a través de la superficie marina para constituir las islas
Azores.
En otras palabras, se trata de un mar
casi estancado y desprovisto de corrientes, excepto en sus límites.
Se extiende desde unos 320 km al norte de las Grandes Antillas hasta
la Florida y la costa Atlántica; permanece a una distancia de tierra
que generalmente no llega a los 320 km, y se desplaza hacia los
alrededores del cabo Hatteras, siguiendo luego en dirección de la
Península Ibérica y África, hasta la cordillera del Atlántico Norte,
para regresar por fin hacia las Américas.
Otra de las características de este mar está constituida por sus
calmas de muerte, que pueden estar en el origen de la leyenda
pintoresca pero inquietante del "Mar de los Barcos Perdidos", el
"Cementerio de los Barcos Perdidos" y el "Mar del Miedo".
Cuenta esta creencia de los marinos que
existe un gran cementerio en la superficie del Atlántico que
contendría barcos de todas las edades de la navegación humana,
capturados e inmovilizados en campos de algas y sufriendo una lenta
descomposición, pero gobernados todavía por tripulaciones
esqueléticas, o más bien por tripulaciones de esqueletos integradas
por los infortunados que no consiguieron escapar y debieron así
compartir el destino de sus navíos.
En esta zona de la muerte habrían de
encontrarse buques de vapor, yates, balleneros, clípers, paquebotes,
bergantines, barcos piratas y, para que la historia resulte mejor,
galeones españoles repletos de tesoros. En sus nuevas y entusiastas
versiones de los relatos, los marinos incluían otros barcos que,
para la época de la nueva narración ya estaban podridos y
desaparecidos, como por ejemplo los dragones de los Vikingos, que se
quedaron llenos de esqueletos al mando de los remos, galeras árabes,
trirremes romanos, con sus grandes bancos de remeros, navíos de
comercio fenicios con anclas de plata e incluso las grandes
embarcaciones de la perdida Atlántida, con sus remos cubiertos de
láminas de oro. Todos condenados a pudrirse durante centurias en un
océano inmóvil.
Las primeras leyendas sobre el Mar de los Sargazos podrían haberse
originado entre fenicios y cartagineses, quienes tal vez lo cruzaron
hace milenios, llegando hasta las Américas, como lo señalan las
numerosas inscripciones pétreas halladas en Brasil y en los Estados
Unidos, los tesoros de monedas fenicias encontrados en las Azores,
las monedas cartaginesas descubiertas luego en Venezuela y en la
costa sudoriental de los Estados Unidos, y las antiguas
representaciones pictóricas de los que parecen ser visitantes
semitas a México.
El siguiente informe del almirante
cartaginés Himilco, escrito en el año 500 A.C., toca una cuerda
familiar, aunque un tanto sensacionalista, en relación con los mares
de algas y la falta de vientos del Mar de los Sargazos:
No se advierte brisa que mueva el
barco, tan muerto está el perezoso viento de este mar quieto...;
hay tantas algas entre las olas, que parecen contener al navío,
como si fuesen arbustos...; el mar no tiene gran profundidad, la
superficie de la tierra está cubierta por muy poca agua...; los
monstruos marinos se mueven continuamente, en todas direcciones,
y hay bestias feroces que nadan entre los barcos que se
arrastran lentos y perezosos...
Habría que excusar al almirante Himilco
por una cierta exageración, muy comprensible a lo largo de la bóveda
de los tiempos y porque tal vez los navegantes fenicio-cartagineses
estaban más preocupados de disuadir a otros viajeros de la época de
realizar posibles viajes más allá de las Columnas de Hércules
(Gibraltar), a la entrada del Mediterráneo, y de internarse hacia el
otro océano.
Su afán se debía principalmente al deseo
de guardar para sí el provechoso comercio que mantenían con las
culturas de las costas Atlánticas de Europa y África, e incluso tal
vez de más lejos. Los cartagineses llegaron a proclamar la pena de
muerte contra aquellos de sus capitanes del mar que dejaran ver sus
rutas o incluso su presencia en el Atlántico. Esto explicaría la
tendencia cartaginesa a hundir todos los barcos extraños en los
alrededores o más allá de Gibraltar, o bien, cuando no eran lo
bastante fuertes, a escapar e incluso a hundir sus navíos, si era
necesario.
Otros escritores de la Antigüedad han embellecido estos primeros
informes con sus comentarios acerca de los bancos de arena y las
zonas de aguas poco profundas que han dejado en el Atlántico los
remanentes de Atlántida, el continente perdido, y también acerca de
las algas que se enredaban en los remos y detenían las galeras. Como
la mayor parte de las leyendas, el "Mar de los Barcos Perdidos"
podría tener alguna base real, aunque mezclada con sueños y
fantasías.
El australiano Alan Villiers, marino de
toda una vida y que cuando cruzaba el Mar de los Sargazos, realmente
pudo ver un barco abandonado entre las algas, señala (en su libro
Wild Ocean, 1957) que si un barco quedara paralizado durante un
período suficientemente largo como para agotar sus provisiones, se
vería,
"... finalmente cubierto de musgo y
lapas, hasta que le resultaría imposible navegar...". Dice
también que los gusanos barrenadores del Trópico se
introducirían en los costados del navío hasta que, convertido en
"... una masa decadente y podrida, tripulada por esqueletos...
se deslizaría bajo la cálida superficie del mar inmóvil...".
Entre las numerosas embarcaciones
abandonadas vistas en el Mar de los Sargazos durante la época
moderna hubo algunos que, sin llegar a verse atrapados entre las
algas, quedaron paralizados y fueron abandonados, debido a la falta
de viento.
Incluso el nombre de las Latitudes del Caballo, que atraviesan este
mar, es un índice de la calma estancada. Proviene de la época en que
los galeones españoles quedaban cogidos por la calma y, al ver
reducirse las provisiones de agua, estaban obligados a matar y
arrojar al océano sus caballos guerreros.
Los barcos modernos de motor no corren ya el riesgo de caer dentro
de una calma, pero ello hace todavía más misteriosas las
desapariciones de algunos buques. Naturalmente, todas las pérdidas
son misteriosas, puesto que son relativamente pocos los capitanes
dispuestos a permitir que se produzcan. Cuando se puede establecer,
o incluso presumir lo ocurrido, se acaba el misterio. Pero no ha
sido ese el caso de los numerosos barcos desaparecidos en el Mar de
los Sargazos.
En los primeros días en que se
produjeron pérdidas en esta zona y en su colindante, de la Corriente
del Golfo, muchas fueron atribuidas a los piratas o al mal tiempo,
pese a que los archivos españoles eran sorprendentemente exactos,
sin duda por el valor de las cargas de los galeones que componían
las flotas anuales que llevaban tesoros a España.
Estos barcos, provenientes de México,
Panamá y la actual Colombia, hacían escala en La Habana y proseguían
rumbo a los Cayos y al Estrecho de Florida, donde muchos solían
hundirse a causa de los huracanas y depositaban sus tesoros en el
fondo del mar, para beneficio de las futuras generaciones de buzos.
Otros eran hundidos, sin dejar huella, por corsarios o simples
piratas.
Mucho tiempo después de que la piratería
dejase de ser una provechosa manera de ganarse la vida, los barcos
siguieron desapareciendo en esta zona, incluso con buen tiempo y
cada vez con mayor frecuencia, en años recientes, sin depositar
restos o cadáveres a lo largo de las playas e islas del Atlántico
Occidental.
Gran número de estas desapariciones afectaron a la Marina de los
Estados Unidos y a otras Armadas. La serie se inició con el buque de
los Estados Unidos Insurgent, en agosto de 1800, que llevaba 340
hombres a bordo, y prosiguió hasta el desastre debido a causas
desconocidas que hizo hundirse al submarino Scorpion, con una
tripulación de 99 hombres, en mayo de 1968. Sin embargo, la del
Scorpion no fue una "desaparición", puesto que finalmente se le
localizó, a una profundidad de unos 3.200 metros y a unos 740 km al
sudeste de las Azores.
He aquí otras de las inexplicables desapariciones de barcos
ocurridas en esta zona:
-
Pickering, buque estadounidense, el
20 de agosto de 1880, con una tripulación de 90 hombres, en ruta
hacia Guadalupe, en las Indias Occidentales, desde New Castle,
Delaware.
-
Wasp, buque estadounidense, el 9 de
octubre de 1814, navegando en el Caribe, con 140 tripulantes.
Wild Cat, buque estadounidense, el 28 de octubre de 1824, en
ruta desde Cuba hacia la isla Thompson, con catorce hombres a
bordo.
-
Atalanta, buque de guerra británico,
en enero de 1880, en ruta hacia Inglaterra desde las Bermudas,
con una dotación total de 290 hombres, en su mayoría cadetes
navales en curso de entrenamiento. Su desaparición dio lugar a
una extensa búsqueda por parte de la Marina británica. Seis
barcos de la flota del Canal fueron destacados para desplazarse,
en línea y separados entre sí por varios kilómetros, a lo largo
de la zona donde se presumía perdido el Atalanta. La operación
se prolongó hasta comienzos de mayo, pero sin éxito. Este tipo
de rastreo habría de repetirse muchas veces en el futuro, pero
utilizando aviones que llevarían a cabo operaciones masivas de
búsqueda en la misma región, volando casi ala con ala.
-
Cyclops, buque estadounidense, el 4
de marzo de 1918, en ruta desde Barbados hacia Norfolk,
Virginia, con un personal de 309 hombres a bordo. Entre las
desapariciones sufridas por la Marina de los Estados Unidos,
ésta es la más conocida y también la más desusada, si se piensa
en las comunicaciones que se mantenían entre mar y tierra y
entre cada barco en la época de la Primera Guerra Mundial.
Además, hay otros elementos
coincidentes: puesto que la guerra estaba aún en pleno
desarrollo, primero se pensó que el Cyclops (un barco carbonero,
gemelo del Langley, también estadounidense que más tarde fue
transformado en portaviones) había chocado con una mina, o había
sido atacado por un submarino o alguna nave de superficie
alemana. También se consideró la posibilidad de que la
tripulación se hubiese amotinado contra el capitán, un hombre
despótico al estilo del de "Motín del Bounty". Muchos supusieron
sencillamente que el capitán, nacido en Alemania y que había
cambiado su nombre Wichmann por el menos teutón de Worley, había
defeccionado, entregando el Cyclops al enemigo.
En realidad, existían ciertos
indicios que avalaban alguna de estas posibilidades, o todas
ellas, puesto que al salir del puerto de Barbados, la nave se
dirigió inesperadamente hacia el Sur, en circunstancias que
debía ir hacia el Norte, y luego, de modo igualmente abrupto,
desapareció. Pero la revisión posterior de los archivos alemanes
demostró que en aquel momento no había submarinos alemanes en la
zona.
Sin embargo, un barco británico que,
por una coincidencia increíble, se llamaba también Cyclops, fue
hundido en el Atlántico Norte por un torpedero. Cuando
desapareció, la embarcación norteamericana transportaba una
carga de mineral de manganeso y, algún tiempo después de
concluida la guerra, los agentes alemanes destacados en
Sudamérica aseguraron haber colocado bombas de tiempo en el
carguero. Este fenómeno suele producirse en los círculos de
inteligencia de los países cuando una operación resulta exitosa.
En todo caso, el incidente del Cyclops
posee todos los ingredientes de una novela de misterio y aventuras:
un barco de la marina de los Estados Unidos al mando de un capitán
alemán, que tal vez padecía de perturbaciones mentales, puesto que
habitualmente se paseaba por el puente luciendo calzoncillos largos
y un sombrero de copa; un grupo de pasajeros entre los que se
hallaban el excónsul general de los Estados Unidos en Brasil más
tres marineros prisioneros acusados de asesinato, y dos marines
desertores.
El Vicealmirante de la Marina norteamericana, M. S. Tisdall, elaboró
una teoría acerca de la desaparición en un artículo titulado "¿Se
dio vuelta de campana el Cyclops?". La teoría se basa en la
tendencia del barco a balancearse, y tal vez proporcionó la idea del
argumento de la película filmada en 1973, La aventura del Poseidón,
en la que el barco de pasajeros se da vuelta de campana, debido a la
mala disposición de la carga y a la excesiva velocidad.
El accidente ocurre cuando el barco es
azotado por la marea, pese a lo cual no se hunde. Hasta donde pudo
averiguarse, el Cyclops no se vio atrapado por un huracán. Sin
embargo, pudo haber sido sacudido por una ola oscilante que se
presentó de pronto, haciendo que se volcase y provocara un
torbellino al hundirse, que arrastró a la tripulación y los
pasajeros mientras trataban de salvarse.
Sin embargo, lo único seguro acerca del Cyclops es que se desvaneció
dentro del Triángulo de las Bermudas, como tantas otras
embarcaciones, grandes y pequeñas. Un periódico de los hechos de la
Marina dice lo siguiente respecto de este buque:
... Desde su partida (de Barbados,
el 4 de marzo de 1918), no ha habido señales del navío. La
desaparición constituye uno de los misterios más asombrosos de
los anales de la Marina, y todos los esfuerzos por localizarlo
han resultado inútiles... Se han sugerido muchas teorías, pero
ninguna explica satisfactoriamente lo ocurrido...
Pese a lo misterioso de su desaparición,
el Cyclops influyó notoriamente en los acontecimientos posteriores.
Fue el factor directamente responsable del establecimiento de la
reserva estratégica nacional, instaurada varios años después del
incidente.
Durante los debates preliminares en el
Congreso, el Cyclops, que llevaba una carga de manganeso necesaria
para la producción del acero utilizado en armas y proyectiles, fue
citado como un primer ejemplo de los casos que hacían necesario
mantener una reserva, ya que era la demostración de que los Estados
Unidos no podían depender de las rutas marítimas para el transporte
de materiales estratégicos durante un conflicto internacional.
Entre las recientes desapariciones de barcos de guerra en tiempos de
paz, en los alrededores del Triángulo de las Bermudas, el caso del
buque de la Marina brasileña, Sao Paulo, resulta particularmente
llamativo. El navío, destinado a chatarra, y con una tripulación de
sólo ocho hombres a bordo, era arrastrado por dos remolcadores al
sudoeste de las Azores cuando se desvaneció inesperadamente, durante
la noche del 3 al 4 de octubre de 1951.
Uno de los remolcadores tuvo que soltar
el cable de arrastre, debido a una fuerte marejada, la noche del 3
de octubre. Sin embargo, en la madrugada del 4 sobrevino una
repentina calma, y pudo advertirse que los cables del segundo
remolcador estaban rotos, o habían sido cortados, y que el Sao Paulo
había desaparecido.
La subsiguiente búsqueda del barco,
realizada por buques y aviones, estuvo caracterizada por una serie
de informes desusados: durante la noche y en las primeras horas de
la mañana se vieron luces extrañas, y luego, a lo largo del
siguiente día, los aviones señalaron algunas masas o formas oscuras
avistadas sobre la superficie del mar, que desaparecieron
rápidamente. Jamás se hallaron señales del Sao Paulo ni de su
reducida tripulación.
La mayor parte de los comentaristas de los acontecimientos ocurridos
dentro del Triángulo de las Bermudas se contentan con presentarlos
simplemente como otros tantos misterios no resueltos, aunque varios
de los más pertinaces investigadores consideran que las
desapariciones inexplicables de aviones, barcos y seres humanos se
deben a inteligentes agentes terrestres o extraterrestres. Esta es
una creencia compartida tal vez a fuerza de no contar con ninguna
otra explicación lógica por un creciente número de observadores.
Una de las teorías, sugerida por Ivan Sanderson y el doctor
Manson
Valentine, supone la actuación de seres inteligentes que vivirían
bajo el mar. Otra de las versiones más populares, que cuenta entre
sus más destacados exponentes a John Spencer, un hombre que
perteneció a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos durante diez
años, concluye que los extraterrestres visitan la tierra y raptan o
"arrastran hacia el espacio" a hombres y equipo, para estudiar el
estado de nuestro desarrollo tecnológico.
Lo hacen, no para ver si hemos avanzado
bastante, sino para calcular el momento en que nos hallemos en
peligro de avanzar demasiado. Aunque estas teorías volverán a ser
examinadas en las páginas siguientes, resulta interesante, teniendo
en cuenta esta sugerencia acerca de la posibilidad de un laboratorio
espacial de investigación exterior (o interior), aplicar la versión
de Spencer a la desaparición de barcos y, más tarde, aviones.
El espacio de tiempo transcurrido entre
las desapariciones de barcos de guerra, así como su sustitución por
pérdidas de aviones militares, y la cantidad de embarcaciones
comerciales o de placer desaparecidas, algunas con carga y otras
sólo con pasajeros o con cargamentos especiales, y por último
algunos curiosos incidentes relacionados con estas pérdidas, dan
lugar a inquietantes consideraciones.
Entre los casos de barcos comerciales, uno de los primeros misterios
registrados en esta zona se refiere al Rosalie, un navío francés que
se dirigía hacia La Habana, en 1840. Sin embargo, no fue el Rosalie
el que desapareció, sino sus tripulantes y pasajeros, que dejaron el
barco abandonado, con excepción de un canario, con las velas
desplegadas y la carga intacta.
De haberse tratado de un caso de
piratería, quienes la realizaron estaban más interesados en las
personas que viajaban a bordo, que en el barco o en su carga. Si
alguna plaga o enfermedad hubiese causado la pérdida de pasajeros y
tripulación, habría quedado alguna seña.
(Como ejemplo de enfermedades repentinas
que hacen abandonar un barco se cita el caso ocurrido durante los
días del tráfico de esclavos, en el Mar de los Sargazos, cuando una
goleta avistó un barco de esclavos que navegaba a la deriva. Su
capitán pidió ayuda a la goleta. Aparentemente, todos los esclavos y
la tripulación habían sido atacados por una virulenta enfermedad que
producía ceguera. El barco que podía haberles asistido rechazó la
llamada de auxilio y abandonó la zona lo más rápido posible, dejando
el esclavista, a su tripulación y a los esclavos abandonados a su
suerte.)
El 26 de febrero de 1855, el James B. Chester, un buque de tres
palos, fue hallado por el Marathón dentro del Mar de los Sargazos;
navegaba sin destino y sin tripulación, pero con las velas
desplegadas. Las investigaciones en la cabina revelaron que las
sillas y las mesas estaban volcadas, en medio de un gran desorden y
mezcladas con objetos personales.
La carga estaba intacta y los botes
salvavidas en su sitio. No había señas de derramamiento de sangre o
asalto. Sencillamente, la tripulación se había desvanecido, ya sea
porque se vio arrastrada fuera del barco, o porque tal vez —cosa muy
improbable— saltó por la borda. Los hombres del Marathón notaron
durante su abordaje, sin embargo, la falta de los documentos y
compases del James B. Chester.
En 1881, la goleta norteamericana Ellen Austin sufrió un accidente
casi increíble. Mientras navegaba al oeste de las Azores, encontró
una nave similar abandonada. Cuando sus hombres la abordaron,
hallaron todo en orden, las velas plegadas y el aparejo intacto.
El capitán de la Ellen Austin resolvió
aprovechar su buena fortuna, instalando una tripulación a bordo,
para rescatarla como botín. Sin embargo, antes de que pudieran
ponerla en movimiento, sobrevino repentinamente una tormenta que
hizo que las dos embarcaciones perdieran todo contacto. Pasaron dos
días antes de que la Ellen Austin pudiera avistar nuevamente la nave
abandonada, y cuando la volvieron a abordar, descubrieron que la
nueva tripulación había desaparecido, sin dejar señales acerca de lo
que le había ocurrido o adonde se había ido.
Pero el capitán era insistente y, tras
vencer la considerable reticencia de parte de su tripulación,
consiguió un grupo de voluntarios a los que persuadió para que
pilotaran aquel misterioso barco, aparentemente lleno de peligros.
Poco más tarde volvió a levantarse una tormenta, se volvió a perder
contacto y ya no se volvió a ver ni la nave ni a la segunda
tripulación. Si todo no resultara tan extravagante, se podría hacer
una comparación entre el barco abandonado y una trampa, de la que
incluso las tormentas formarían parte.
Lo inexplicable es que los barcos abandonados han aparecido en otras
numerosas oportunidades en el área del Triángulo. La barcaza alemana
Freya, que se dirigía desde Manzanillo, Cuba, hacia varios puertos
de Chile, en octubre de 1902, apareció a la deriva y sin su
tripulación navegando fuertemente inclinada hacia un costado. Las
páginas de su calendario de viaje habían sido arrancadas hasta el 4
de octubre.
En aquella época se había producido un violento terremoto en México
y se presumió que el choque sísmico produjo una enorme ola que
arrastró a la tripulación del Freya, que tal vez volcó parcialmente
la barcaza. Luego, cuando el mar volvió a quedar en calma, la propia
embarcación recuperó a medias su posición normal.
Las historias acerca de barcos hallados vacíos en el Mar de los
Sargazos o en zonas cercanas del Atlántico narran invariablemente el
caso de la Mary Celeste, tal vez el más famoso de todos. El
incidente no se produjo en el Mar de los Sargazos, aunque la nave
pasó por el Norte de dicha zona, rumbo al punto situado también al
Norte de las Azores y hacia el cual se dirigía cuando fue hallada
por el bergantín inglés Dei Gratia, en noviembre de 1872.
Los marinos ingleses observaron su curso
extraviado, le hicieron señas y, al no obtener respuesta, la
abordaron y la tomaron en botín. Sus velas estaban desplegadas y la
carga de barriles de alcohol yacía bien estibada en la bodega. Había
suficientes provisiones de agua y comida, pero su dotación de diez
personas, incluyendo al capitán, su esposa y su hija pequeña, habían
desaparecido.
A bordo quedaron dinero, pipas, objetos
personales, e incluso el cuaderno de bitácora. Sólo faltaba el
sextante. La cabina principal había sido parapetada con maderas,
como si alguien hubiera querido establecer allí una plaza fuerte
para repeler un ataque.
Este misterio marino ha sido contado y adornado una y otra vez. Se
ha convertido en tema de pesquisas y juicios ante los tribunales,
pero sigue sin ser resuelto. Se ha explicado la desaparición de sus
tripulantes de muchas maneras: ataque de piratas, motín y huida
después de asesinar al capitán, temor de que la carga estuviese a
punto de estallar, descubrimiento repentino de contrabando o de
algún material peligroso en las bodegas, una plaga o un secuestro
cometido por supuestos amigos.
El Lloyds de Londres, que pagó el
seguro, se inclina por la teoría de que un incendio repentino, pero
breve, de la carga de alcohol pudo atemorizar a la tripulación,
haciéndola abandonar el barco. Posteriormente, de acuerdo con las
características del alcohol, habrían surgido llamas azuladas que se
habrían extinguido por sí solas.
Para entonces, probablemente la
tripulación no pudo regresar desde el bote salvavidas al barco. Otra
explicación posible del comportamiento irracional de la tripulación
es que el pan se haya mezclado con brotes de centeno en la despensa.
En otras ocasiones, el pan infectado por el centeno ha sido la causa
de violentos raptos de locura seguida de muerte y precedida por un
comportamiento irracional de los marineros.
Un caso de locura colectiva como éste
podría haber hecho que la tripulación abandonase el barco en medio
del pánico y explicaría algunas otras desapariciones de dotaciones
completas de "barcos fantasmas" hallados en diversos océanos del
mundo.
Harold Wilkins, en su libro Strange Mysteries of Time and Space
(Extraños misterios del tiempo y el espacio) plantea seriamente la
posibilidad de que el barco hubiese sido abordado y secuestrado en
el mar por algunas personas conocidas de los tripulantes. Esto
implicaría que, posteriormente, se hizo desaparecer a la tripulación
y el barco vacío fue "redescubierto" y tomado como botín.
Al desarrollar esta teoría, Wilkins hace ver las numerosas
contradicciones de las versiones del capitán y la tripulación del
Dei Gratia y el hecho de que este barco permaneció amarrado junto al
Mary Celeste en Nueva York, durante una semana, haciéndose a la mar
poco después de la partida de la nave condenada.
Tras concluir el procedimiento de legalización del botín, y una vez
reacondicionado, el Mary Celeste volvió a navegar, pero con una
reputación de "barco de mal agüero", que acarreaba desgracias,
destrucción y muerte a quienes navegasen en él.
Finalmente, su último patrón, el capitán
Gilman Parker, repartió gran cantidad de licor a la tripulación,
bebió generosamente él mismo y luego condujo a propósito —según se
dice— al Mary Celeste contra un arrecife cerca de Haití, terminando
así con su desgraciada trayectoria.
Hay toda una serie de barcos que fueron hallados desiertos y con
menores indicios aún acerca de lo que había ocurrido a sus
ocupantes. Entre ellos, el Carol Deering, que se varó en una playa
de Carolina del Norte en febrero de 1921, y sin que nunca se supiera
qué pasó con su tripulación, salvo que había abandonado el buque, o
se había visto obligada a dejarlo, en el momento en que se estaba a
punto de servir la comida.
El John and Mary apareció desierto en abril de 1932, a 80 kilómetros
al sur de las Bermudas. El Gloria Colite, una goleta encontrada sin
nadie a bordo el 3 de febrero de 1940, y el Rubicón, un boque cubano
que también quedó abandonado (con excepción de un perro hambriento)
frente a Cayo Largo, en la Florida, el 22 de octubre de 1944. La
última anotación en su cuaderno de bitácora era del 26 de septiembre
y señalaba su permanencia hasta entonces en el puerto de La Habana.
La falta de botes salvavidas sugería que
la tripulación se había alejado precipitadamente. Ivan Sanderson ha
observado que en los casos en que la tripulación abandona el barco
resulta muy poco común "que no se lleve la mascota o los animales
preferidos. Se ha sugerido que la tripulación fue obligada a
desembarcar, tal vez por entes que sólo deseaban hacerse de seres
capaces de comunicación oral.
Sanderson comenta además que debe
señalarse que, así como se han encontrado perros, gatos y canarios
en buques de los que las tripulaciones han desaparecido, "...los
loros parecen desvanecerse lo mismo que los seres humanos...". Ello
se debe tal vez —nos imaginamos— a que el hablar coherente (o
incoherente) es una manera fácil de reconocer las especies
dominantes en el planeta Tierra.
Tripulaciones y pasajeros han desaparecido frecuentemente también de
numerosas embarcaciones pequeñas que luego han sido halladas a la
deriva y desiertas.
Así ocurrió, por ejemplo, con el yate
Conneniara IV, hallado a 640 km al sudoeste de las Bermudas en
septiembre de 1955; con el Maple Bank, un velero de 20 metros de
largo que apareció desierto y sin rumbo al norte de las Bermudas, el
30 de junio de 1969; con The Vagabond, un yate de doce metros
pilotado por su dueño, que fue hallado en perfecto estado al oeste
de las Azores, el 6 de julio de 1969, pero sin señales de su
capitán, Wallace P. Williams, ni de su tripulación.
Algunas embarcaciones han desaparecido
durante viajes bastante cortos, como fue el caso de Al Snyder, un
jockey muy conocido, que llevaba a varios amigos en su motonave en
una excursión de pesca que se inició en Miami el 5 de marzo de 1948,
rumbo a Cayo Sandy. Aunque el yate apareció, nunca más se supo de
sus ocupantes.
Aunque algunas de las pequeñas lanchas halladas en alta mar después
del triunfo de la Revolución cubana podrían tener alguna relación
con las actividades de los cubanos que escapaban y de los que les
perseguían, hubo una extraña desaparición que no tuvo nada que ver
con la situación de Cuba.
El incidente del Witchcraft es un ejemplo notable de cómo puede una
pequeña embarcación desaparecer con la velocidad del rayo, en.
circunstancias en que se hallaba no sólo a la vista del puerto, sino
atada a una de las boyas. Dan Burack, el dueño del Witchcraft —que,
por cierto, gozaba de fama de ser "insumergible"— había invitado al
sacerdote Pat Hogan a ver la iluminación navideña de Miami, frente a
la costa de Florida, la víspera de la Nochebuena de 1967.
Avanzaron en medio de aguas serenas
hasta cerca de dos kilómetros de la playa y se detuvieron a admirar
las luces en las inmediaciones de la boya número 7. Desde aquel
punto, Burack hizo una sola llamada de emergencia a la Guardia
Costera, dando su posición exacta. Una lancha de la Guardia tardó
sólo veinte minutos en llegar a la boya número 7, pero ya para
entonces no había señales del Witchcraft.
Cuando se suspendió la búsqueda, un
vocero de la Guardia Costera declaró, de manera un tanto paradójica:
"Presumimos que están extraviados en
el mar, pero no desaparecidos".
La lista de barcos de carga,
embarcaciones de pesca y de placer que se han desvanecido con sus
tripulaciones es impresionante. Muchos de ellos han desaparecido en
medio de buen tiempo y sin dejar restos flotantes, ni manchas de
aceite, ni botes o chalecos salvavidas (con una notable excepción),
o cadáveres, ni en el mar ni en playas vecinas donde las aguas
pudieran haberlos arrastrado.
Al igual que los aviones desaparecidos,
los barcos no enviaron mensajes de SOS ni informaron acerca de nada
anormal por medio de sus transmisores.
Entre los barcos desaparecidos figuran el Cotopaxi, un carguero que
se dirigía desde Charleston a La Habana en 1925; el Suduffco, un
mercante que navegaba desde el puerto de Newark hacia el Sur, en
1926; el Stavenger, con 43 personas a bordo, localizado al sur de la
isla Cat en 1931, y el carguero Angla-Australian, que llevaba una
tripulación de 39 hombres y que, en marzo de 1938, al pasar por las
Azores rumbo al Oeste, envió un mensaje que decía: "Todo bien".
En 1924 se recibió una comunicación radial espectacular del mercante
japonés Raifuku Maru, presumiblemente en el momento de su
desaparición entre las Bahamas y Cuba, durante el invierno. Las
palabras de este mensaje radial constituían un llamado de auxilio
muy poco usual:
"Corremos peligro de muerte como una
daga... Vengan pronto... No podemos escapar...".
No se especificaba, sin embargo, cuál
era el peligro. Si se trataba de una tormenta repentina o de una
tromba marina, lo normal habría sido que el operador de la radio
proporcionase una información precisa, que más tarde pudiese servir
de ayuda a las operaciones de rescate, en lugar de explayarse en
comparaciones imaginativas, por muy estremecedoras que resultaran.
Las desapariciones de barcos durante las guerras tienen diversas y
satisfactorias explicaciones, como los ataques de submarinos, las
explosiones de minas o bombas y los sabotajes, que podrían ser las
causas de las pérdidas sin dejar huellas. Sin embargo, mucho tiempo
después de concluida la guerra, los grandes barcos siguieron
desapareciendo dentro del Triángulo de las Bermudas.
El mercante Sandra, que se dirigía desde
Savannah a Puerto Cabello, en junio de 1950, llevando una carga de
insecticida, pasó por Saint Agustine, Florida, en medio de buen
tiempo. Después, se perdió todo contacto. Como ocurrió en este caso,
y en otros, la mayoría de los barcos norteamericanos han
desaparecido mientras se hallaban a la vista de tierra.
El pesquero Sno' Boy, con cuarenta
personas a bordo, se perdió un poco más al Sur, entre Kingston,
Jamaica, y Cayo Nordeste, en 1963, sin que mediara explicación o
señal de ninguna clase.
Entre las numerosas embarcaciones de placer dadas por desaparecidas
sin dejar rastro en esta zona, y que han llegado a ocurrir con un
promedio de una al mes, el caso del Revonoc mereció, por varias
razones, comentarios especiales. Era un yate de carrera, de quince
metros, que había ganado premios en la prueba Newport - Islas
Bermudas y que desapareció mientras realizaba un crucero entre Key
West y Fort Lauderdale, entre Navidad y Año Nuevo de 1967 (como
veremos, esta fue una temporada fatal en cuanto a desapariciones).
En primer lugar, el yate estaba diseñado
para participar en carreras con cualquier clase de tiempo. Además,
el capitán Conover, su dueño y patrón, era un excelente marino, con
el título de Comodoro del Cruising Club de los Estados Unidos. Se
trataba de "un marino demasiado bueno" como para arriesgarse a
sufrir un accidente durante una travesía relativamente tan corta.
En todo caso, puesto que navegaba tan
cerca de tierra, algún vestigio del yate se habría encontrado a lo
largo de la playa, en caso de que hubiese chocado con algún
arrecife, Tratando de ofrecer alguna explicación lógica, el entonces
director de deportes náuticos del Herald Tribune de Nueva York
sugirió la posibilidad de que un carguero que se hallaba en la zona
en ese momento hubiese arrollado al yate durante la noche,
enviándolo al fondo del océano con tripulación y todo, y sin dejar
el menor rastro.
Más de medio siglo antes de la desaparición de Conover en el Renovoc,
Joshua Slocum, otro marino muy conocido por haber sido el primer
hombre que circunnavegó el globo solo, en 1909 emprendió un segundo
viaje en su yola de once metros, The Spray. Se informó de su ingreso
al área del Triángulo, navegando desde Miami hacia el Sur. Poco
después, él y The Spray desaparecieron para siempre.
Las pérdidas de embarcaciones de tamaño pequeño y mediano dentro del
Triángulo se deben sin duda, en muchos casos, a condiciones
meteorológicas. Sobre todo en invierno, cuando se hacen aún más
imprevisibles debido a que las masas de aire frío del Ártico chocan
con el aire caliente de los trópicos.
Este puede haber sido el caso de la
goleta Windfall (17 metros, desaparecida frente a las Bermudas en
1962), la Evangeline (16 metros, en ruta desde Miami hacia las
Bahamas, en 1962), la Enchantress (17 metros, desaparecida mientras
navegaba desde Charleston a Santo Tomás, en 1946) y el queche de 10
metros, Dancing Feather (desaparecido entre Nassau y Carolina del
Norte, en 1964).
Todos se produjeron durante los meses de
invierno, cuando grandes olas levantadas por tormentas repentinas
hicieron tal vez que aquellas pequeñas embarcaciones se hundieran
antes de poder enviar un mensaje por radio. Pero esto, naturalmente,
no explicaría la desaparición de barcos en aguas relativamente
tranquilas, o las diversas ocasiones en que grandes cargueros o
barcos de la Marina se perdieron sin dejar huellas.
La pérdida del carguero Marine Sulphur Queen, de 130 metros, que
llevaba una tripulación de 39 hombres, se produjo el 2 de febrero de
1963, o alrededor de esa fecha, y resulta particularmente notable
por el tamaño del barco. Se dirigía a Norfolk, Virginia, desde
Beaumont, Texas, con una carga de 15.000 toneladas largas de azufre
fundido acarreadas en tanques metálicos. Hacía buen tiempo. La
última vez que dio su posición era cerca de Tortugas Secas, en el
Golfo de México, un área que está dentro o cerca del Triángulo, de
acuerdo con sus límites más bien elásticos.
Lo paradójico es que, en un primer momento, la pérdida del barco no
fue notada por sus dueños, sino por una casa de corretajes. Todo
ello se debió a una serie de curiosas circunstancias. Uno de los
tripulantes del Marine Sulphur Queen había estado especulando en el
mercado de corredores, específicamente en ventas de trigo a futuro,
y había colocado una orden "de compra" antes de que el barco dejara
el puerto.
Este es un pasatiempo que normalmente
requiere un contacto más bien estrecho con el agente de Bolsa.
Justamente por eso, la casa de corretajes ejecutó la orden y le
envió un cable confirmándoselo. Al no recibir respuesta, la casa se
puso en contacto con los armadores, diciéndoles que no lograban
comunicarse con el barco. Fue la primera indicación de que las cosas
no andaban del todo bien y la señal de partida para la infructuosa
búsqueda del buque, iniciada por la Guardia Costera el 6 de febrero.
Sus barcos y aviones recorrieron una
amplia zona, desde los cabos de Virginia hasta la parte oriental del
Golfo de México. Aunque la búsqueda fue interrumpida el 15 de
febrero, cinco días más tarde la Marina informó haber hallado un
chaleco salvavidas del Marine Sulphur Queen en el mar, 27 km al sur
de Key West.
Esto significó la iniciación de un nuevo
rastreo, del que resultó solamente el hallazgo de un nuevo chaleco.
La investigación posterior examinó una serie de posibilidades:
explosión del azufre, zozobra, choque contra una mina, o incluso
captura y confiscación por parte de los cubanos (o de simpatizantes
cubanos).
Una Junta de Investigación de la Marina
hizo notar que el Marine Sulphur Queen había "desaparecido en el mar
sin transmitir ningún mensaje radial de alarma", pero no ofreció
ninguna solución ni adelantó teoría alguna en relación con el
desastre.
Los relatos acerca del Triángulo de las Bermudas revivieron cuando
el submarino atómico estadounidense Scorpion, que llevaba una
tripulación de 99 personas, no volvió a su base en el puerto de
Norfolk, Virginia, el 28 de mayo de 1968. Había enviado su último
mensaje de rutina en el viaje de regreso el 21 de mayo, cuando se
hallaba a 400 km al oeste de las Azores. El 5 de junio se le dio por
desaparecido, pero varios meses más tarde, un barco de investigación
oceanográfica de la Marina localizó algunos restos, a 740 km al sur
de las Azores y a una profundidad de más de 3.000 metros.
Puesto que las fotografías submarinas
identificaron, aparentemente, al Scorpion, no puede decirse que se
haya desvanecido, aunque no se pueda determinar las razones de su
pérdida, en el borde del Mar de los Sargazos. Si hubiera algún
motivo atribuible a seres inteligentes, como lo han sugerido algunos
investigadores, tras las desapariciones o semidesapariciones, la
pérdida de varios submarinos atómicos en el Atlántico Occidental
daría lugar a pensar en algunas otras posibilidades, aparte de las
fallas mecánicas.
Si proyectamos el área de las naves desaparecidas al interior del
Golfo de México, como lo sugiere John Spencer, habría que incluir
una que se produjo en 1966, especialmente teniendo en cuenta la
forma de escapar a cualquier amenaza que pueda pesar sobre barcos y
aviones en esta zona y que discutiremos más adelante.
En aquel caso, la embarcación afectada
fue el remolcador Southern Cities, de 20 metros de largo, que salió
de Freeport, Texas, el 29 de octubre de 1966, arrastrando una
barcaza de 64 metros. Cuando se advirtió que el Southern Cities no
enviaba su informe diario por radio se inició una búsqueda que
consiguió ubicar a la barcaza, completa, con su carga de sustancias
químicas en orden y con su cable de arrastre intacto hasta su cadena
de enganche, pero no se hallaron rastros del remolcador ni de su
tripulación.
El párrafo del informe subsiguiente de
la Junta Marítima de Investigación de la Guardia Costera podría
aplicarse también a cualquiera de los numerosos aviones y barcos que
han desaparecido:
"...El hecho de que el barco no
enviara un mensaje de emergencia parece justificar la conclusión
de que la pérdida del remolcador se produjo de manera tan rápida
que la transmisión resultó imposible".
Entre las desapariciones más recientes
habría que incluir la del Ithaca Island, ocurrida en noviembre de
1968, mientras llevaba una carga de grano desde Norfolk a
Manchester; la del Milton latrides, en abril de 1970, cuando iba en
ruta de Nueva Orleáns a Ciudad de El Cabo, con un cargamento de
aceites vegetales y soda cáustica; y la del Anita, un barco de carga
muy grande (20.000 toneladas), con una tripulación de 32 personas,
que navegaba desde Newport News hacia Alemania, en marzo de 1973,
llevando una carga de carbón.
Nunca se volvió a saber de él. Después
de la característica investigación minuciosa, que determinó que
definitivamente el Anita había desaparecido, el Lloyds de Londres
pagó a sus dueños un seguro de tres millones de dólares.
El barco gemelo del Anita, el Norse Variant, que salió del puerto
dos horas antes, envió un mensaje por radio informando que se estaba
hundiendo, a 240 km al sudeste del cabo May. Al comienzo se pensó
que toda la tripulación estaba perdida, pero hubo un sobreviviente,
que se salvó aferrándose a una compuerta de madera.
Según su informe, el hundimiento se
produjo en cuestión de minutos. Se levantó un viento extremadamente
violento que arrastró todos los objetos movibles que había en los
puentes y de pronto se desencadenó una marejada que anegó las
bodegas, echó a pique y hundió el buque en un lapso de cinco
minutos.
Al considerar la diversidad de las
cargas que llevaban los distintos barcos desaparecidos, pareciera no
existir una relación entre su contenido y la desaparición misma, que
pudo ser provocada por actos de piratería, peligro de explosiones,
motines o algo semejante. Las pérdidas no presentan ninguna
coherencia, pero todas resultaron concentradas en la misma zona.
Al comentar las desapariciones de barcos y aviones dentro del
Triángulo de las Bermudas, un funcionario de información del Tercer
Distrito Naval de los Estados Unidos manifestó una opinión de
profesional que es ampliamente compartida, aunque ciertamente tiene
un carácter extraoficial:
"Esto es un verdadero misterio. En
la Marina, nadie se burla de esto. Siempre supimos que había
algo extraño respecto de este Triángulo de las Bermudas, pero
nadie ha podido descubrir qué es. No parece existir ninguna
razón física o lógica. Es casi como si estos buques hubiesen
quedado cubiertos de pronto por una especie de red de camuflaje
electrónico secreto".
Salvo algunas escasas excepciones, casi
todos los incidentes relativos a barcos o aviones se han producido
dentro o en los alrededores del Mar de los Sargazos y de las aguas
costeras que lo bordean. Junto con prevenir acerca de los peligros
de concentrar la búsqueda por área alrededor de cualquier "incidente
llamativo", Ivan Sanderson comenta los "aspectos agravantes" del
hecho de que (la posición de) el Mar de los Sargazos casi coincide
con la circunstancia de que,
"... la mayoría de las
desapariciones de los aviones y de la mayoría de los barcos...
han ocurrido, desde antiguo, en esta zona de forma oblonga...".
Resulta una irónica coincidencia el que
esta región, que causó temor desde épocas remotas, según las
leyendas que existieron mucho antes de que fuera oficialmente
descubierta y luego temida durante cientos de años como un mar
condenado, conserva su aureola siniestra y gran parte de su misterio
hasta ahora, en plena era espacial, uniendo así, en el asombro, a
los personajes que podrían ser situados en los extremos opuestos del
aspecto de las grandes exploraciones: Colón y los astronautas del
Apolo 12.
Colón, a bordo de la Santa María, fue el primer observador que,
según nuestros anales, advirtió esa iluminación inexplicable del mar
constituida por las brillantes aguas blancas de las Bahamas, cerca
de los límites occidentales del Mar de los Sargazos. Pudo verlos
durante su primer viaje, el 11 de octubre de 1492, dos horas después
de la puesta del sol.
Los astronautas, en cambio, notaron esas
mismas rayas luminosas, o especies de vías dentro de las aguas, y
ellas fueron las últimas luces terrestres que pudieron observar
desde el espacio. Se han dado varias explicaciones acerca de este
fenómeno: podría deberse a mangas agitadas por peces, o a bancos de
peces, o a alguna otra materia orgánica.
Cualquiera que sea su origen, todavía
por explicar, esta luz es visible desde la superficie y resulta
especialmente notoria desde el aire.
El primer viaje a Colón dio lugar a otros misteriosos incidentes que
aún hoy provocan sorpresa y comentarios en la zona del Triángulo. El
15 de septiembre de 1492, cuando se hallaba dentro de la zona
occidental del Mar de los Sargazos, él y su tripulación, que estaba
cada vez más nerviosa, observaron cómo un gran arco de fuego cruzaba
los cielos y caía o desaparecía en el océano.
Algunos días más tarde, los marineros
volvieron a sentir que les embargaba el temor, ante la inexplicable
perturbación sufrida por el compás del barco. Este incidente
constituyó un curioso presagio, en la víspera del descubrimiento del
Nuevo Mundo, de las perturbaciones electromagnéticas que todavía
afectan a la navegación aérea y marítima dentro del Triángulo.
El desove de las anguilas constituye otro de los numerosos misterios
relacionados con el Mar de los Sargazos, y ha intrigado tanto a los
observadores modernos como a los antiguos. Aristóteles (384-322
A.C.) fue el primer naturalista de la Antigüedad que parece haber
planteado la misteriosa cuestión de la reproducción de las anguilas
europeas, que, naturalmente, eran las únicas que conocía.
Se sabía que estos animales abandonaban
sus estanques, lagos, arroyos y pequeños ríos para luego nadar a lo
largo de los ríos mayores y desembocar en el mar. Esto era todo lo
que se conocía acerca de los hábitos reproductores, hasta unos 2500
años más tarde, cuando un científico danés, el doctor Johanes Smith,
descubrió el lugar hacia el cual se habían dirigido las anguilas en
sus travesías a lo largo de los siglos transcurridos desde que el
fenómeno fue planteado por primera vez.
Las anguilas europeas adultas siguen las vías de agua que se vacían
en el Atlántico; allí se unen y nadan formando un gran banco, que
progresa con lentitud durante unos cuatro meses, acompañado de
bandadas de gaviotas y manadas de tiburones, hasta que alcanzan un
punto del Mar de los Sargazos en que se detienen para desovar a gran
profundidad. Allí los adultos mueren y los recién nacidos comienzan
su largo viaje de regreso, dirigiéndose por la Corriente del Golfo
en una jornada de regreso a Europa que les toma alrededor de dos
años.
El comportamiento de las anguilas del continente americano tienen
las mismas características, pero al revés. Nadan en dirección Este y
encuentran a las anguilas europeas en las profundidades del Mar de
los Sargazos, desde donde los ejemplares jóvenes regresan a sus
lares ancestrales en las Américas.
La notable conducta de estas especies y
la "nostofilia" (memoria acerca del lugar de origen o de
reproducción) que han heredado, dio lugar a algunas teorías en
extremo interesantes. Por ejemplo, aquella que sostiene que su
región reproductora original estaba en un gran río de un continente
que existió en el Atlántico, en los alrededores del Mar de los
Sargazos, y que las anguilas están todavía en busca de sus lugares
de desove primitivos, en la zona en que alguna vez fluyó el río
desaparecido, a través de un continente que ahora estaría a miles de
metros bajo el mar.
Se ha sugerido incluso que las algas del
Mar de los Sargazos serían restos, adaptados a la vida submarina,
sobrevivientes de la vegetación del viejo continente atlántico que
se hundió con gran rapidez, según la histórica leyenda, arrastrando
consigo todos sus lujuriosos bosques y llanuras.
Sin embargo, de todos los misterios del Mar de los Sargazos y sus
alrededores, el más inquietante es el relativo a los barcos y
aviones perdidos y su posible conexión con otros fenómenos, sobre
todo porque está relacionado con una zona que es atravesada todos
los días por tan gran número de barcos y aviones.
Naturalmente, podría ocurrir que cada
una de las desapariciones tuviese una explicación lógica, y que
algunos términos, como "aberraciones atmosféricas", "agujeros en el
cielo" y "pozos de gravedad", así como las sugerencias de que los
aviones y las embarcaciones grandes y pequeñas han sido capturadas y
secuestradas por entes desconocidos, constituyen simplemente
intentos de explicar lo inexplicable.
Hay todavía otro elemento que agregar al misterio. Es muy reciente y
resulta bastante inesperado. En las numerosas desapariciones
anteriores ocurridas en el Triángulo de las Bermudas, no sólo no ha
habido supervivientes, sino que no se ha recuperado ni un solo
cadáver de las numerosas víctimas.
No obstante, durante los últimos años, y
debido a la divulgación que ha tenido la leyenda del Triángulo de
las Bermudas, algunos pilotos y marineros están empezando a perder
su comprensible reticencia a discutir lo insólito y a narrar cómo se
han librado de las fuerzas que operan dentro del Triángulo. Si se
examinan algunos de estos relatos se podrá advertir una cierta
tendencia común, que podría explicar cómo (si no el porqué) se han
producido algunas de las desapariciones.
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CAPITULO
4
Los que escaparon
EN SU YA CITADO LIBRO "INVISIBLE HORIZONS", UN compendio de los
misterios del mar, Vicent Gaddis dedica una sección especial al
Triángulo de las Bermudas, bajo el título "El Triángulo de la
Muerte". Allí relata que, poco después de que escribiera su artículo
original sobre esta región (1964), dándole su nombre actual, recibió
una carta de un ex aviador llamado Dick Stern que contenía
informaciones a la vez muy pertinentes y llenas de sorpresas.
Stern le decía que a fines de 1944 tomó
parte en un vuelo con destino a Italia que consistía en un grupo de
siete bombarderos y que, a una distancia de unos 480 km de las
Bermudas, su avión fue presa de una turbulencia tan inesperada y
violenta, que se vio obligado a regresar a los Estados Unidos.
Cuando esto ocurrió, el tiempo estaba
claro y podían verse las estrellas, pero la turbulencia hizo que el
aparato diera una voltereta, cabeceando tan violentamente, que la
tripulación fue lanzada contra el techo. El bombardero perdió
altura, hasta un punto en que casi se estrelló contra el mar.
Al regresar a la base supo que sólo uno
de los otros siete aviones había regresado, y que no se logró
contacto radial con los demás ni se pudo localizar restos de
naufragio o supervivientes. Este incidente, ocurrido un año antes de
la pérdida del Vuelo 19 y también durante el mes de diciembre, no
fue considerado como pérdida inusitada, ya que se produjo en tiempo
de guerra y no recibió publicidad alguna.
Algunos años después de la guerra, Stern y su mujer viajaban desde
las Bermudas a Nassau en un Bristol Britannia cuando ocurrió algo
similar. Por una curiosa coincidencia, la señora Stern estaba
hablando sobre el incidente anterior en aquel preciso momento. De
pronto, el avión sufrió una fuerte caída, tuvo un violento
estremecimiento, y la comida que se había servido a los viajeros fue
a estrellarse contra el techo. La aeronave continuó estremeciéndose
y subiendo y bajando violentamente durante un cuarto de hora.
Este fenómeno podría ser un ejemplo de lo que se conoce como
"turbulencias del aire claro" (clear aír turbulence, CAT), un
fenómeno que, si es muy intenso y se prolonga demasiado, puede hacer
que los aviones se partan y estallen en pedazos sobre el mar.
De cualquier manera, Dick Stern tuvo el
privilegio de haberse topado con la misma inesperada y amenazante
fuerza en dos ocasiones, casi en el mismo lugar, dentro del
Triángulo de las Bermudas, y de haber vivido para contarlo.
Joe Talley, capitán de un barco pesquero, el Wild Goose, tuvo una
experiencia distinta dentro del Triángulo, aunque en su caso no fue
fatal. El hecho se produjo en la Lengua del Océano, una zona
extremadamente profunda situada dentro del grupo de las Bahamas.
En este caso, no se trataba de un avión,
sino de su propia embarcación, que era arrastrada por otra. La
Lengua del Océano no forma parte de los Bancos de las Bahamas, ya
que su área, relativamente pequeña, tiene una profundidad de miles
de metros. Está constituida por un precipicio marino que cae
directamente al este de la isla Andros y ha sido el lugar de
numerosas desapariciones.
El barco del capitán Talley estaba destinado a la caza de tiburones.
Medía 20 metros de largo y se dirigía hacia el sur de la Lengua del
Océano, remolcado por el Caicos Trader, de 32 metros. El tiempo era
bueno y había un fuerte viento alisio, proveniente del Sudoeste. Las
dos embarcaciones se acercaban a la sección sur de la Lengua del
Océano, donde este cañón submarino emerge con un gran agujero,
similar a un cráter, en su extremo sur, que tiene un diámetro de 74
km.
En este punto, la Lengua se ve protegida
por una serie de arrecifes y por la cadena Exuma, que se extiende
hacia el Este y la deja al abrigo de las marejadas excesivamente
altas que pudieran sobrevenir, como consecuencia de los alisios del
Sudeste. Era de noche, y el capitán Talley estaba dormido en su
litera, bajo cubierta. De pronto se vio despertado por una avalancha
de agua.
Automáticamente, agarró un chaleco
salvavidas y se abrió paso hacia una portezuela que estaba abierta.
Mientras luchaba por salir advirtió que se hallaba sumergido, pero
encontró un cable y lo siguió hasta la superficie, a lo largo de una
distancia que calculó entre 15 y 25 metros. Cuando escapó de su
camarote se encontraba ya sumergido a una profundidad de 12 a 15
metros.
Al llegar al extremo del cable, y a la superficie, vio que el Caicos
Trader había seguido su rumbo. Lo que ocurrió fue que la fuerza
repentina que arrastró a su barco hacia el fondo, con él dentro,
amenazó con hacer zozobrar al Caicos Trader, debido a que se
hallaban unidos por el cable de arrastre. La tripulación del
remolcador cortó el cable, abandonó la zona y luego regresó, para
ver si, por algún milagro, Talley había logrado escapar de la cabina
de su barco. Habían visto hundirse al Wild Goose "como si lo
arrastrase un remolino".
Cuando llevaba alrededor de media hora en el agua y se hallaba a
punto de ahogarse, Talley escuchó con sorpresa que su nombre era
voceado por el megáfono del Caicos Trader. Consiguió responder a
gritos y finalmente fue rescatado. Puesto que la mayor parte de los
capitanes que navegan por esta zona se hallan familiarizados con las
numerosas pérdidas de embarcaciones que resultan inexplicables y que
a menudo están acompañadas por desperfectos de la radio y el compás,
se hizo una investigación acerca del comportamiento del compás
durante el incidente. Sin embargo, pudo comprobarse que el timonel
fijó el curso y luego abandonó el timón, durante el percance, de
manera que no se logró saber si en aquel momento se había producido
alguna aberración mecánica.
En esta región se han producido otros incidentes similares en las
que los remolcadores han perdido sus remolques. En algunas
ocasiones, a diferencia de lo ocurrido con el capitán Talley que
sobrevivió para narrar su experiencia, se han perdido también las
tripulaciones del barco arrastrado. En otras, el segundo navío se ha
visto envuelto por una especie de niebla, mientras el primer sufría
alteraciones en el compás y en el sistema eléctrico.
Cabe preguntarse por qué existen
testimonios acerca de estas fuerzas, provenientes de remolcadores, y
no de barcos aislados. Tal vez ello se debe a que los barcos que
viajan solos sencillamente desaparecen, sin dejar testigos, mientras
que los remolcadores se hallan lo bastante cerca —al otro extremo
del cable— como para observar lo que ocurre.
El capitán Don Henry tuvo en 1966 una
experiencia que constituye un ejemplo gráfico de un caso de "tira y
afloja" entre el remolcador y la fuerza no identificada que,
consciente o inconscientemente, trata de capturar su remolque. Henry
es dueño de una compañía de salvamento con sede en Miami, llamada
Sea Phantom Exploration Company, y tiene muchos años de experiencia
como capitán y navegante, y buzo con y sin escafandra. A los 55
años, un hombre fuerte, de pecho y brazos poderosos, como
corresponde a un buceador de toda la vida.
Da la impresión de ser extremadamente
vigoroso y, considerando su peso, se mueve con velocidad y ligereza
sorprendentes. Cuando habla y quiere subrayar algo, golpea con el
puño la palma de su otra mano, o hace un gesto muy ilustrativo, que
le deja a uno convencido de que no sería muy bueno hallarse al
alcance de sus brazos.
Sus ojos, habituados a contemplar el
océano, son francos y penetrantes. Lo certero de su conversación y
su capacidad para recordar los menores detalles hacen que valga la
pena que él cuente lo ocurrido con sus propias palabras:
...Veníamos de regreso de un viaje
entre Puerto Rico y Fort Lauderdale. Habíamos estado fuera
durante tres días, arrastrando una gabarra vacía, que acababa de
hacer un transporte de nitrato de petróleo. Me hallaba a bordo
del Good News, un remolcador que mide unos 50 metros y tiene un
motor de dos mil caballos de fuerza. La gabarra que remolcábamos
pesaba 2.500 toneladas y se hallaba al extremo de un cable de
300 metros. Nos hallábamos en la Lengua del Océano, después de
cruzar las Exumas. La profundidad era de alrededor de 1.100
metros.
Todo ocurrió por la tarde. Hacía buen tiempo y el cielo estaba
claro. Había ido a la cabina situada tras el puente, y al cabo
de algunos minutos escuché un enorme estruendo. Salí al puente y
grité:
—¿Qué diablos pasa?
Lo primero que miré fue el compás, que estaba girando en el
sentido de las agujas del reloj sin que hubiera razón. El único
lugar en que recordaba haber oído acerca de algo semejante era
el río San Lorenzo, en Kingston, donde existe un gran depósito
de hierro, o tal vez un meteorito hundido, que hace que los
compases giren locamente. No sabía qué pasaba, pero estaba
seguro de que era algo gordo. Parecía que el agua se nos
abalanzaba desde todas las direcciones.
El horizonte desapareció, no
podíamos ver dónde estaba, porque agua, cielo y horizonte eran
una misma cosa. No podíamos ver dónde nos hallábamos.
Lo que estaba ocurriendo —fuese lo que haya sido— nos arrebató o
robó todo el poder de los generadores. Todos ellos dejaron de
producir energía, aunque seguían funcionando. El ingeniero trató
de encender un generador auxiliar, pero no pudo obtener una
chispa.
Yo estaba preocupado por el remolque. Estaba atado, pero no
podía verlo. Estaba como cubierto por una nube, y a su alrededor
se advertía un oleaje que parecía más fuerte que en otras zonas.
Empujé a fondo los aceleradores, pese a que no podía ver hacia
dónde íbamos. Todo lo que deseaba era salir de allí volando.
Parecía como si algo estuviese impidiéndonos avanzar, sin
lograrlo.
Cuando logramos salir, pareció que veníamos de un banco de
niebla. El cable de arrastre permanecía rígido —como en el truco
indio de la cuerda— pero al otro extremo, en el lugar cubierto
por la niebla, no podía verse nada. Salté al puente de mando y
tiré del cable. La condenada gabarra también salió de aquel
lugar, que era el único en que había niebla. La verdad es que yo
podía ver hasta una distancia de 20 kilómetros. En el área
neblinosa el agua estaba muy agitada, aunque las olas no eran
muy grandes. No fui ningún héroe la verdad es que no procuré
averiguar qué ocurría allí.
¿Han experimentado ustedes alguna vez la sensación de que
alguien les tira de los dos brazos a la vez, y en direcciones
opuestas? Nos daba la impresión de que estábamos en un lugar o
en un punto que alguien o algo deseaba ocupar y de que alguien o
algo quería conducirnos a algún sitio diferente de aquel al que
íbamos.
PREGUNTA: ¿Notó usted un color verde en el horizonte?
No, más bien lechoso. Eso es todo lo que le puedo decir. No
estaba como para fijarme en colores. Después que nos fuimos de
allí hubo que cargar las baterías. Tuve que deshacerme de
cincuenta pilas de linterna.
¿Pensó usted en el Triángulo de las Bermudas?
Sí. Era lo único que podía pensar en aquel momento. Pensé: ¡Dios
mío! ¡Voy a convertirme en una parte de la estadística!
¿Había tenido antes experiencias como éstas?
No. He oído que otra gente las ha tenido y que un remolque con
gente a bordo se había perdido, después de que el cable se
cortó. Pero ésta es mi única experiencia. ¡Una es más que
suficiente!
Jim Richardson fue anteriormente piloto
de la Marina y ahora es presidente de la compañía Chalk Air Ferry
Service, que vuela entre el aeropuerto de Opa-Locka, en Miami, y las
Bimini y otros puntos de las Bahamas. Es el servicio de pasajeros
más importante de la zona, y él, como presidente y como destacado
promotor de Bimini, mantiene lo que se podría llamar una actitud no
comprometida respecto de la supuesta amenaza del Triángulo de las
Bermudas. Cuando habla acerca de lo mucho que se ha extendido la
leyenda se expresa con la enérgica franqueza de un piloto:
"Es algo de lo que la gente no
habla. Dicen que uno está loco si lo hace".
Sin embargo, en sus numerosos vuelos a
las Bahamas, también se ha encontrado con aberraciones electrónicas
y magnéticas. Durante un viaje que realizaba desde Florida a las
islas del Turco, una mañana, muy temprano, acompañado por su hijo,
el compás del avión comenzó de pronto a girar de izquierda a
derecha.
Preguntó:
—¿Qué le pasa al compás?
A lo cual el hijo replicó, como si fuera una explicación
perfectamente natural:
—Estamos sobre Andros.
Richardson hace notar que esto ha
ocurrido frecuentemente, "cada vez que pasamos sobre las profundas
aguas que están frente al arrecife Moselle". Por cierto, este
arrecife es un lugar al que a menudo se hace referencia, porque por
la noche suelen advertirse ciertas luces misteriosas. Entre los
pescadores de Bimini tiene fama de lugar "encantado". Dichas luces
han sido observadas también por el propio Richardson y por otros
pilotos de aviones y barcos.
Chuck Wakeley, un piloto profesional de aviones y helicópteros de
alrededor de treinta años y que lleva más de diez volando, relató su
experiencia acerca de un incidente electrónico todavía más
pronunciado, que consistió en que cierto elemento electrónico
pareció tomar posesión de su avión en forma temporal, mientras
volaba entre Nassau y Fort Lauderdale. Wakeley tiene una experiencia
considerable como piloto, y la ha acumulado en buena parte volando
solo sobre las selvas de Panamá y Sudamérica, donde a menudo la
memoria para los detalles y una fría reacción entre las emergencias
son los secretos de la supervivencia.
Además, ha sido entrenado como observador y tiene un certificado del
Gobierno de los Estados Unidos que le acredita como hombre de la
mayor confianza política. Lo que más impresiona al hablar con él es
su sinceridad y sus esfuerzos por narrar su experiencia exactamente
como se produjo.
Cuenta las cosas en forma muy expresiva
y resulta interesante señalar que no había oído hablar del Triángulo
de las Bermudas como tal hasta después de haber sufrido su
experiencia:
En noviembre de 1964 era piloto de
la Sunline Aviation, de Miami, y me hice cargo de un vuelo
chárter a Nassau, que consistía en llevar hasta allí a algunas
personas, y regresar. Dejé a los pasajeros y salí del aeropuerto
de Nassau poco después del anochecer. El tiempo era muy claro y
brillaban las estrellas. Me estaba guiando por el radiofaro VOR
(Variable Omni-range, transmisor de alcance variable) de Nassau,
y quería captar el VOR de las Bimini, durante el trayecto. A eso
de las 9.30 de la noche pasé por el extremo norte de la isla
Andros, y pude ver las luces de algunos de los campamentos.
Había alcanzado la altura de crucero a unos 2.500 metros y me
disponía a realizar un vuelo de rutina, cuando, a unos 60 a 90
kilómetros de Andros, mientras me dirigía hacia las Bimini,
empecé a notar algo desusado: una especie de resplandor muy
débil sobre las alas. Al comienzo pensé que era una ilusión
creada por las luces del tablero, que se reflejaban en el plexi-glass
de las ventanas. Las alas parecían transparentes y pintadas de
un azul-verde pálido, en circunstancias en que su color real era
blanco brillante.
Durante unos cinco minutos, este brillo se hizo más intenso.
Tanto, que tuve dificultades para leer mis instrumentos. El
compás magnético empezó a dar vueltas, lenta pero regularmente.
Los señalizadores del combustible, que al despegue indicaban
"medio lleno", ahora apuntaban hacia el "lleno".
El piloto automático electrónico
hizo que el avión diera repentinamente un brusco giro hacia la
derecha, y tuve que desconectarlo y volar con los controles
manuales. No podía confiar en ninguno de los instrumentos
electrónicos, puesto que, o habían dejado de funcionar por
completo, o se estaban comportando de manera impredecible. Muy
pronto, el avión entero resplandecía, pero no era un brillo
reflejo, sino proveniente del avión mismo. Cuando observé las
alas por la ventanilla, recuerdo que ya no sólo tenían un color
azul verdoso, sino que además parecían cubiertas de vellos.
Ya en aquel momento no podía confiar en mis instrumentos
señalizadores del horizonte o la altura, ni en el giroscopio, y
puesto que era de noche y debía volar con un horizonte
artificial, resulta que me quedé sin horizonte alguno. El brillo
era tan intenso, que no podía ya ver las estrellas, y entonces
hice lo único que podía hacer: abandoné los mandos y dejé que el
avión volara en la dirección que se le antojara. El resplandor
fue en aumento, alcanzando un brillante crescendo luminoso y
prolongándose alrededor de cinco minutos, para luego disminuir
gradualmente.
En cuanto se disipó aquel extraño brillo, los instrumentos
volvieron a funcionar normalmente. Verifiqué todos los circuitos
y comprobé que ninguno había estallado. Ninguno de los fusibles
se había quemado, y pude comprobar que el equipo funcionaba
normalmente, ya que los señalizadores de combustible volvieron a
indicar que los tanques estaban llenos hasta la mitad. El compás
magnético se estabilizó y mostró que me hallaba sólo algunos
grados fuera de mi ruta. Conecté el piloto automático y estaba
funcionando normalmente. Antes de aterrizar verifiqué todos los
sistemas —velocidad de aterrizaje, flaps y los demás—.
Todo era normal. Por cierto, el aparato mostraba cierta
electricidad estática, y debí haber eliminado todos los
elementos que la producían.
PREGUNTA: ¿Pensó usted que su experiencia estaba relacionada con
el Triángulo de las Bermudas?
No supe nada acerca del Triángulo de las Bermudas hasta después
del incidente. Pensé que lo que había visto era el fuego de San
Telmo, pese a que dicho fenómeno no se comporta de esa manera.
¿Cuándo oyó hablar del Triángulo de las Bermudas?
Cuando empecé a contar mi experiencia a otros pilotos. A algunos
les han ocurrido cosas similares, pero no les gusta hablar de
ellas. De todos modos, no hay manera de evitar lo que ellos
llaman el Triángulo cuando uno se dirige a lugares como Puerto
Rico. A menos que se vuele hacia el Norte de las Bermudas. Ahora
se oye hablar mucho más del Triángulo, sobre todo cuando ocurre
alguna desaparición de un avión en forma totalmente ilógica.
Pursuit, una revista editada por la
Sociedad para la Investigación de lo No Explicado, publicó un
informe acerca de una posible observación visual, realizada desde el
aire, de lo que sería una fuerza destructiva que actúa dentro del
Triángulo de las Bermudas.
Robert Duran, el autor del informe,
relata un incidente presenciado desde la cabina de mando de un
Boeing 707 que volaba desde San Juan a Nueva York, el 11 de abril de
1963. El hecho se produjo a 19° 54' de latitud norte, 66° 47' de
longitud oeste, en un punto situado muy hacia el interior del
Triángulo, sobre la fosa de Puerto Rico, uno de los cañones
oceánicos más profundos, en que las aguas llegan a tener una hondura
de diez mil metros.
El primero que advirtió el extraño fenómeno fue el copiloto, quien
prefirió mantenerse en el anonimato. Se produjo a la 1.30 de la
tarde, veinte minutos después del despegue, cuando el avión se
hallaba a una altura de 10.000 metros. De pronto, el copiloto vio
que a unos ocho kilómetros a estribor de la ruta seguida por el
aparato, el océano se alzaba formando un gran montículo, como si se
hubiese producido una explosión atómica.
Parecía que en el agua hubiese nacido
"una gran coliflor". Llamó inmediatamente la atención del capitán y
el ingeniero de vuelo y todos lo observaron en detalle, durante unos
treinta segundos. Luego soltaron sus cinturones de seguridad y se
incorporaron para ver mejor. Según su apreciación, la gigantesca
montaña de agua alcanzó un diámetro de unos 1.000 a 1.500 metros, y
su altura llegó a ser aproximadamente la mitad de su anchura.
Como es fácil de comprender, el capitán
no regresó para observar mejor, sino que mantuvo su itinerario. En
el momento en que el avión abandonaba la zona, la enorme
protuberancia hirviente comenzó a decrecer. Luego, el piloto
verificó si algún servicio, como la Guardia Costera o el FBI, o
algún especialista en sismología, habían recibido información acerca
de algún fenómeno desusado, como terremoto, maremoto, o grandes
trombas marinas, pero no recibió confirmación de que algo extraño
hubiese ocurrido en la región.
Se ha sugerido de diversas maneras, que esta aparente explosión
atómica podría estar relacionada con el submarino atómico
estadounidense Thresher, que se había perdido el día anterior, o con
sus cabezas nucleares, pese a que su desaparición se produjo a miles
de kilómetros de distancia.
Naturalmente, esta teoría sólo tendría
validez si algunos elementos muy importantes de la pérdida del
Thresher se hubiesen mantenido en secreto (lo que es posible), o si,
como se ha supuesto de manera informal, algún otro submarino o
enemigo potencial hubiera sido hundido en represalia del ataque
contra el Thresher. Sin embargo, descontando la hipótesis militar,
el punto en que ocurrió el hecho constituye una confirmación más de
las fuerzas que operan dentro del Triángulo de las Bermudas.
Norman Bean, un inventor ingeniero electrónico, autor de sistemas de
televisión submarina en circuito cerrado y de fórmulas de repelentes
de tiburones, recibió en fecha reciente el testimonio de unos
marinos que protagonizaron lo que podría ser una escapada, a bordo
de una embarcación de superficie. Bean reside en Miami, da
conferencias sobre OVNIS y es un estudioso de los fenómenos que se
producen dentro del Triángulo de las Bermudas.
El incidente se produjo en un atardecer
de septiembre de 1972, entre Featherbed Banks y Matheson Hammock, en
la bahía Biscayne, y afectó a una embarcación equipada con un motor
diesel, que tenía el siniestro nombre de Nightmare (Pesadilla). El
Nightmare llevaba tres pasajeros y en aquel momento volvía de un
viaje de pesca por la bahía Biscayne. Cuando llegó a la zona de
Featherbed Banks, el piloto advirtió que el compás tenía una
desviación de alrededor de noventa grados en comparación con las
luces de su punto de destino, Coconut Grove.
Las luces del barco palidecieron y luego
se apagaron, como si una fuerza tremenda hubiera secado las
baterías. De inmediato, y sin atender lo que señalaba el compás, el
piloto puso rumbo directamente hacia el Oeste, a toda máquina. No
obstante, el único cambio de rumbo que se produjo fue en dirección
al Norte, como lo demostraban las luces de la costa, que iban
desapareciendo hacia el Sur. Durante dos horas, la embarcación
siguió orientándose hacia la costa, pero sin conseguir avanzar y,
por el contrario, dando la impresión de que retrocedía.
Durante todo aquel tiempo, los ocupantes del barco advirtieron un
objeto oscuro, muy grande y de forma alargada, que les impedía ver
las estrellas ya que se desplazaba entre la embarcación y Matheson
Hammock, que estaba a dos o tres kilómetros hacia el Oeste. Mientras
lo contemplaban, notaron una luz que se movía y entraba a la zona
que estaba a oscuras. Luego de permanecer quieta unos momentos,
desapareció. Poco después, la gran sombra desapareció también.
Momentos más tarde el compás volvió a funcionar normalmente, el
generador recargó las baterías y el barco pudo seguir su marcha.
Uno de los asistentes a una de sus conferencias informó a Bean
acerca de un caso similar, ocurrido algunos años antes que el del
Nightmare. El individuo era capitán retirado de la Marina
norteamericana y no quiso hablar sobre el caso durante la
conferencia, pero más tarde se lo contó en privado. Como muchas
otras personas que observan fenómenos "inexplicables", no estaba
dispuesto a poner en peligro su reputación de hombre veraz y de
observador escrupuloso.
El incidente se produjo una semana antes de la Navidad de 1957.
El hombre viajaba como piloto de un
barco pesquero de su propiedad, que medía 10 metros de largo y
estaba dotado de un motor diesel. Se dirigía hacia Freeport, en las
Bahamas, pero no consiguió avanzar durante varias horas, e incluso
se vio arrastrado hacia atrás varios kilómetros. El generador, las
luces y la radio dejaron de funcionar, y el compás empezó a girar
alocadamente.
Aunque el motor seguía funcionando, el
barco no lograba avanzar. Como en el caso del Nightmare, la
tripulación notó que, aunque el agua estaba en calma y brillaban las
estrellas, en cierta parte del cielo, delante de ellos y en la
dirección que deseaban seguir, podía verse una mancha negra, sin
estrellas y perfectamente configurada. Hubo un momento en que vieron
tres luces que se movían en fila, entraban a la zona oscura y luego
desaparecían.
Poco después, la mancha negra se disipó
repentinamente y el barco pudo seguir su curso normalmente, con las
luces, la radio y el compás funcionando. Más tarde, el capitán y sus
cuatro pasajeros se enteraron de que aquella misma noche, a 75
kilómetros de distancia, un carguero que navegaba hacia el Sur,
dentro de la Corriente del Golfo, terminó encallado en un banco de
lodo ubicado hacia el Oeste, cerca de Fort Lauderdale.
Su timón había sufrido una desviación de
noventa grados.
El 15 de noviembre de 1972 se produjo otro incidente, que afectó a
un Beechcraft de dos motores que volaba desde George Town, en la
isla Gran Exuma, de las Bahamas, y que es un interesante ejemplo de
lo caprichosas que pueden ser estas fuerzas. Si pudieran
atribuírseles propósitos o motivaciones concretas, éste fue un caso
en que pareció que, en lugar de proponerse destruir el avión,
procuraron ayudarle. El doctor S. F. Jablonsky, un psicólogo de Fort
Lauderdale, hizo el siguiente relato al doctor Manson Valentine:
El avión salió de George Town con el
crepúsculo. Llevaba nueve personas a bordo; entre ellas, cinco
pilotos. El tiempo era bueno, el mar estaba en calma y la
visibilidad era excelente. Soplaba una ligera brisa proveniente
del Sudeste.
Aproximadamente diez minutos después del despegue, cuando el
avión se hallaba sobre la Lengua del Océano, al noroeste de
Exuma, todos los sistemas eléctricos, el compás, la radio, las
luces e incluso los controles hidráulicos, dejaron de funcionar,
repentinamente. Las baterías parecían completamente agotadas.
La primera reacción del piloto fue
tratar de aterrizar en Nueva Providencia (aproximadamente a 100
kilómetros al Norte), puesto que podía navegar guiándose por la
puesta de sol, hasta que pudiera ver las luces de Nassau. Sin
embargo, pensando con más calma, recordó que la radio estaba
descompuesta y que no podría informar al aeropuerto acerca de su
llegada, ya que, sin luces, tampoco podía señalar su
aproximación.
Por lo tanto, resolvió dirigir el
avión hacia la pista más cercana, en Andros y pronto, todos los
viajeros pudieron distinguir el pequeño aeropuerto, cerca del
extremo sur de la isla. Luego de dar una vuelta en torno de la
pista, en dirección Oeste, para asegurarse de que no había
obstáculos y descender con la mayor exactitud posible,
considerando el viento y la pista misma, el capitán comenzó a
descender planeando.
Puesto que el sistema hidráulico no
funcionaba, era imposible hacer bajar las ruedas y,
naturalmente, no había luces de aterrizaje. Más tarde, el doctor
Jablonsky observó que "el avión parecía estar aterrizando como
si flotara sobre un colchón de aire". Los extremos de las
hélices chocaron contra el suelo, levantando una lluvia de
chispas, pero, en lugar de estrellarse, el aparato se posó en
tierra. El fuselaje no sufrió daños e incluso los extractores de
aire, colocados muy bajo, resultaron intactos.
Al día siguiente se enviaron dos hélices nuevas a Andros. Fueron
instaladas inmediatamente y se recargaron las baterías. Pero, ya
antes, el sistema hidráulico había vuelto a funcionar. El avión
despegó y llegó a Fort Lauderdale sin mayores incidentes.
Al momento de imprimir este libro, el
trasatlántico de la Cunard Line, Queen Elizabeth 2, acababa de
escapar a una cita con el desastre en el centro superior del
Triángulo de las Bermudas.
El 3 de abril de 1974, debido a la
ruptura de tres de sus calderas (atribuida a un escape de aceite) y
a la falla del sistema eléctrico, aire acondicionado, etc., el más
moderno de los súper transatlánticos permaneció inmovilizado dentro
del Mar de los Sargazos, igual que sus predecesores de otras épocas.
Mientras esperaban un barco que les rescatase, los pasajeros fueron
consolados con bebidas gratuitas ofrecidas por la compañía.
En una de las primeras entrevistas hechas por radio a bordo de la
nave, un pasajero que era jugador de fútbol profesional dijo: "El
capitán me contó que estamos sentados justo en el medio del
Triángulo de las Bermudas". En cambio, las informaciones posteriores
parecieron eludir cuidadosamente toda referencia a esta funesta
región.
Resulta interesante anotar, como corolario del incidente, que un
miembro de la tripulación de un cúter de la Guardia Costera que
seguía al navío informó haber observado que el Queen Elizabeth 2
había desaparecido del radar de su embarcación. El hecho ocurrió
cuando el trasatlántico estaba entrando en el Triángulo, a una
velocidad de 35 nudos. El cúter dejó de registrarlo en el radar,
aunque permanecía visible a simple vista. Poco después desapareció.
La comunicación radial y el contacto por
radar entre las dos naves pareció verse afectada en el momento en
que el Queen Elizabeth 2 entró en el Triángulo. Aunque hasta ahora
no se ha sugerido que las misteriosas fuerzas de esta zona tuvieron
alguna relación con las averías del barco de crucero, es posible que
la comunicación por radar con el cúter se vieran afectadas por las
conocidas anomalías radiales y eléctricas existentes dentro del
Triángulo de las Bermudas.
Cuando pensamos en el número total de desapariciones de barcos y
aviones ocurridas en esta región, así como en la manera en que otras
naves han escapado —aparentemente- a las fuerzas que allí imperan,
debemos también considerar la posibilidad de que estos sucesos
tengan una explicación lógica, o una serie de justificaciones
razonables.
Sin embargo, cuanto más profundizamos en
el problema, más empezamos a preguntarnos si realmente existe lo
que, dentro de nuestro marco de referencia científica conocido,
podríamos llamar una explicación lógica.
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CAPITULO
5
¿Existe una explicación lógica?
EL AFÁN DE MINIMIZAR LA IMPORTANCIA DEL Triángulo de las Bermudas, o
incluso de negar su existencia, ha hecho decir en algunas ocasiones
que no hay tal misterio, puesto que los barcos y los aviones suelen
desaparecer en el mundo entero.
Si se proyectase un triángulo sobre
cualquier área de rutas marítimas importantes, el resultado sería
una perturbadora incidencia de pérdidas, si hiciéramos el triángulo
suficientemente amplio. Además, el océano es enorme, los barcos son
relativamente pequeños y las aguas están en perpetuo movimiento,
tanto en la superficie como en las corrientes submarinas.
Hay barcos y aviones pequeños que se han
perdido entre las Bahamas y Florida, donde la Corriente del Golfo
fluye hacia el Norte a más de cuatro nudos, y luego han aparecido a
una distancia tan grande del punto en que se les vio por última vez,
que se ha llegado a darlos por desaparecidos. No obstante, la
velocidad de esta corriente es conocida por la Guardia Costera,
cuyas misiones de búsqueda y rescate la tienen muy en cuenta, al
igual que las desviaciones debidas a los vientos, cuando rastrean el
área aproximada de la desaparición de alguna nave.
Al iniciar una búsqueda, establece de
inmediato un radio de rastreo circular que abarca ocho kilómetros si
se trata de un barco grande; 16 en el caso de un avión, y 24 en el
de una embarcación de tamaño menor. Enseguida, se determinan otros
radios que cubren el primero, según las corrientes, los vientos y la
dirección o rumbo de la nave.
Más aún: algunos barcos se han hundido, para reaparecer luego en
otro lugar, como ocurrió con el A. Ernest Miles, que naufragó con
una carga de sal frente a la costa de Carolina. Cuando la sal se
disolvió, el buque fantasma volvió a la superficie y fue
inmediatamente recuperado. La Dahama, otro buque perdido, o
fantasma, que resurgió desde el fondo del mar, es mencionado
frecuentemente en relación con el Triángulo.
Se le dio por hundido en abril de 1935 y
sus pasajeros fueron rescatados por el vapor Rex. Sin embargo, poco
después El Aztec lo halló a la deriva frente a las Bermudas. La
tripulación del Aztec no sabía que ya antes se había hundido, ni que
sus pasajeros habían sido rescatados, y creyeron que La Dahama era
un barco perdido hasta que llegaron las noticias del Rex, de regreso
en su puerto de Italia. Porqué el buque volvió a la superficie es
todavía un misterio.
Por otra parte, puede ocurrir muy fácilmente que los restos de,
barcos y aviones desaparecidos en el fondo del mar se desvanezcan en
medio de bancos de arenas movedizas o queden cubiertos por las
tormentas, o que otras tormentas los descubran, hasta ser
recuperados por buceadores o submarinos.
Mel Fisher, un viejo buzo y especialista
en salvatajes de barcos y cargamentos, lleva algunos años dedicado a
la exploración de la plataforma continental de la zona del
Triángulo, en el Atlántico y el Caribe. Mientras se hallaba ocupado
en la búsqueda de oro español, del que ha acumulado una gran
cantidad, hizo otros hallazgos sorprendentes en el fondo del mar.
Sin duda, se trataba de objetos que fueron muy buscados en la época
de su pérdida, pero que luego quedaron olvidados.
Se trata de concentraciones de metales
que son detectadas por un magnetómetro, un compás de una intensidad
multiplicada por mil, que indica la ubicación del metal sumergido y
cuyas virtudes han solido dirigir a Fisher hacia reliquias distintas
de los galeones españoles cargados de tesoros que suele buscar
habitualmente.
(Es importante señalar que el
magnetómetro mejorado no estaba en uso en la época en que se
produjeron muchas de las desapariciones dentro del Triángulo de las
Bermudas.)
Cuando los buceadores bajan hasta el
fondo del océano, siguiendo las indicaciones del magnetómetro,
ocurre a menudo que, en lugar de galeones españoles, encuentran
aviones civiles o de guerra desaparecidos, diversos tipos de barcos
y, como ocurrió en una ocasión, a muchos kilómetros mar afuera,
hasta una locomotora de ferrocarril, que Fisher dejó hundida, para
que la encontraran los arqueólogos marinos del futuro.
Mel Fisher piensa que algunas de las numerosas desapariciones
ocurridas en la zona de Florida - as Bahamas han sido producidas por
bombas sin explotar, caídas desde algún avión de la Fuerza Aérea, o
por torpedos aún activos, o por minas flotantes que quedaron allí
desde guerras pasadas o después de alguno de los actuales ejercicios
de combate.
En una oportunidad, mientras buceaba en
los alrededores de un barco español cargado de tesoros, empezó a
llevar a la superficie lo que creyó era un antiguo cañón, hasta que
descubrió que aquel artefacto incrustado de lapas tema un extremo
puntiagudo que demostraba que era una bomba. ¡Y activa!
Por el número de restos de naufragio no identificados que ha
descubierto en el fondo, mientras busca los que le interesan
particularmente (dos galeones españoles, La Margarita y La Santa
María de Atocha, que contienen un tesoro de un valor estimado entre
400 y 600 millones de dólares), Fisher ha llegado a la conclusión de
que cientos de navíos se han estrellado contra los arrecifes durante
las tormentas y que muchos permanecen enterrados en las arenas
frente a la costa.
Para llegar hasta algunos de los barcos
con tesoros que ya ha encontrado, ha tenido incluso que excavar el
fondo del océano. Señala que en el lugar donde la Corriente del
Golfo deja atrás el extremo de Florida existen arenas movedizas, y
que allí han sido tragados barcos bastante grandes, que luego quedan
atrapados en el fondo arenoso.
Los caprichos de las corrientes y el fondo movedizo podrían, pues,
explicar algunas de las búsquedas infructuosas de aviones y barcos.
Sin embargo, esta zona presenta otras características submarinas que
podrían también esconder las huellas de algunas de esas
desapariciones.
Existen allí los extraños "agujeros azules", dispersos entre los
acantilados de piedra caliza y otras formaciones submarinas
semejantes que se encuentran a lo largo de las Bahamas, junto a las
anchas cornisas y las caídas abismales. Hace miles de años, estos
agujeros eran cuevas de piedra que estaban por sobre la superficie
de las aguas.
Cuando el mar subió de nivel, como
consecuencia del derretimiento de la tercera generación de
glaciares, hace unos 12 a 15 mil años, las cuevas tomaron su forma
actual y se convirtieron en un lugar favorito de pesca, en especial
para los actuales y osados buceadores. Estas cavernas y pasajes
submarinos van directamente hasta el borde de la plataforma
continental, y algunos continúan hacia abajo, a través de toda la
formación calcárea, hasta una profundidad de 500 metros.
Otros están conectados a través de
túneles y más cuevas con lagos interiores y grandes charcas situadas
en las islas Bahama de mayor extensión. Aunque se encuentran a
muchos kilómetros de distancia del océano, estos pequeños pozos de
agua suben y bajan de nivel según el ritmo de las mareas. Allí
suelen encontrarse algunos peces que son transportados por las
corrientes internas de este sistema submarino y aparecen de pronto
kilómetros tierra adentro.
En una ocasión, en uno de estos
tranquilos estanques situados a 35 kilómetros de la costa apareció
un tiburón que medía seis metros de largo, causando sensación y gran
alarma entre los habitantes de la región, habituados a nadar en
aquellas serenas aguas.
Los agujeros azules se hallan en el interior del océano y situados a
diversas distancias de la superficie. Los buceadores que penetran
por estas cavidades submarinas notan que las cámaras de las cavernas
parten desde los pasajes, exactamente como ocurre en las cuevas de
la tierra.
Las galerías parecen abrirse en muchas
direcciones, confundiendo hasta a los pescados, que suelen incluso
nadar de arriba hacia abajo. Algunos de los pasajes que comunican
las cavernas parecen estar tan simétricamente diseñados que los
buceadores han llegado a buscar señales de cincel, para verificar si
fueron talladas a mano en la época en que los arrecifes se hallaban
por sobre el nivel del mar.
También han notado las peligrosas y
fuertes corrientes que penetran en los agujeros azules. Esto se debe
al flujo de las mareas, que hace que grandes masas de agua entren a
las cavidades y creen una especie de efecto de tiraje de chimenea
que produce fuertes remolinos en la superficie, a pesar de que en
los alrededores no hay tierra sobre el nivel del océano. Semejantes
remolinos podrían arrastrar un bote pequeño con su tripulación al
interior de uno de los agujeros azules.
Esta posibilidad cobró cierto grado de
verosimilitud cuando el oceanógrafo Jim Thorne encontró un bote
pesquero atrapado en una de las cavidades, a una profundidad de 25
metros, mientras participaba en una expedición submarina. Otros
exploradores han encontrado también botes de goma y pequeñas
embarcaciones dentro de los agujeros.
Sin embargo, aunque algunos botes
pequeños, o incluso los restos de otros más grandes pudieran haber
ido a parar allí, permaneciendo atrapados en el interior de las
cavernas, este efecto de remolino no explicaría la desaparición de
buques ni, por cierto, la de los aviones.
Aunque las vorágines marinas suelen aparecer en distintas zonas del
mundo, en épocas diversas, y especialmente dentro de la región de
las Bahamas, en el Triángulo de las Bermudas, ninguno de esos
fenómenos conocidos podría compararse con el remolino de Noruega,
descrito por Edgar Allan Poe en su cuento "Un descenso al Maelstrom",
excepto tal vez algunos grandes movimientos sísmicos o
perturbaciones atmosféricas. Al describir este torbellino destructor
de barcos desde algún punto de su vasta y vertiginosa pared, el
narrador dice:
...Jamás olvidaré las sensaciones de
sobrecogimiento, terror y admiración con que contemplé lo que me
rodeaba. Parecía como si la embarcación estuviese colgando, por
arte de magia, a medias y apoyada en la superficie interior de
un túnel de vasta circunferencia y prodigiosa profundidad, cuyos
costados perfectamente lisos podrían haber pasado por
superficies de ébano, a no ser por la asombrosa rapidez con que
daban vueltas... Al sentir la sacudida del descenso, que me
trastornaba, me así instintivamente, con más fuerza... y cerré
los ojos..,
Ahora, al contemplar la desolada
inmensidad a que nos habían conducido, advertí que nuestra barca
no era el único objeto atrapado por el abrazo del torbellino.
Encima y por debajo de nosotros podíamos ver fragmentos de
navíos, grandes masas de madera para construir y troncos de
árboles junto a muchos objetos pequeños, como trozos de muebles
de hogar, cajas rotas, barricas y duelas. Y entonces comencé a
observar, con extraño interés, los numerosos artículos que
flotaban en nuestra compañía...
De pronto me oí decir: "Este abeto
será sin duda el que habrá de desaparecer ahora, en esa terrible
zambullida", y luego me sentí decepcionado al comprobar que los
restos de un barco mercante holandés se le adelantaban y se
hundían primero...
Este tipo de narraciones puede haber
influido sobre algunas de las teorías en torno de las desapariciones
de barcos dentro del Triángulo y sobre las versiones acerca de la
forma de "los abismos (que) nos arrastran" en el mar. Las grandes
mareas que se levantan repentinamente, o incluso las trombas
marinas, o los grandes tornados que se producen en el mar en algunas
estaciones, levantando un vasto chorro de agua hacia el cielo, a
gran altura, constituyen amenazas más verosímiles para las
embarcaciones grandes y pequeñas que recorren esta zona.
Una o varias trombas marinas pueden
perfectamente destrozar una pequeña embarcación, o un avión que vaya
volando bajo, de la misma forma en que los tornados que se
desencadenan en tierra firme levantan casas, vallas, vehículos y
personas hacia el cielo. Por otra parte, aunque las trombas marinas
son visibles durante el día, cuando hay tiempo para eludir el
peligro, por la noche son bastante más difíciles de eludir, sobre
todo cuando el afectado es un avión que vuela en condiciones de
escasa visibilidad.
Pero los fenómenos más temidos en
relación con los hundimientos repentinos de barcos son las grandes
marejadas que se levantan repentinamente, como consecuencia, casi
siempre, de terremotos submarinos. La aparición de estas enormes
olas depende de varios factores: maremotos, deslizamientos de
tierra, presión atmosférica, vientos, tormentas y huracanes, que no
se producen necesariamente en una zona vecina, o bien, erupciones de
volcanes sumergidos.
También pueden aparecer en aguas
serenas, por diversas razones, pero las que se levantan en mares
tempestuosos suelen alcanzar, según observadores competentes, una
altura de por lo menos 40 metros (buque de los EE.UU. Ramapo, 6 de
febrero de 1963).
Las olas producidas por perturbaciones sísmicas (tsunamis) han
llegado a elevarse hasta 60 metros, tan alto como un gran
rascacielos. Estas tsunamis pueden sobrevenir sin advertencia previa
y son capaces de hundir un barco, si está anclado, o de hacerlo
zozobrar si se encuentra navegando. Algunas veces, incluso barcos de
gran tamaño se han partido por la mitad ante el embate de estas
olas, como resultado de la tensión y según cómo las enfrenten o qué
distancia haya entre una y otra.
Aunque las embarcaciones más pequeñas
pueden cabalgar sobre la cresta de las olas y deslizarse entre una y
otra sin dificultades, se dio el caso de un destructor que resultó
partido en dos, porque su largo era equivalente a uno y medio de
estos senos que se forman sobre una oleada y la siguiente. Si
hubiese medido lo mismo que uno, o dos de ellos, probablemente
habría resistido.
Existen también otras olas, muy poco usuales, pero muy destructivas,
que suelen ser el resultado de deslizamientos submarinos de tierra
causados por la ruptura de una falla de la corteza terrestre. Se les
conoce con el nombre de seiche y son pequeñas de altura; no son tan
espectaculares como las tsunamis, pero tienen un poder inmenso, y
son seguidas por grandes masas de agua que se acumula detrás de
ellas. Resultan más difíciles de reconocer y, por lo mismo, son
todavía más peligrosas. Una de esas olas, presentándose de manera
inesperada, podría destrozar un buque y esparcir sus restos a lo
largo de grandes extensiones.
Pero, si bien los barcos pueden ser literalmente tragados por una
marejada repentina, ¿es concebible que un avión desaparezca en el
aire? Algunos observadores dignos de crédito los han visto
internarse en una nube sin reaparecer jamás, como si algo los
hubiese desintegrado o arrebatado del aire durante el vuelo.
En la atmósfera existen fuerzas que pueden compararse en general con
las marejadas, especialmente si un avión las enfrenta a gran
velocidad. De la misma manera, como a menudo hay vientos a distintas
alturas, un avión puede encontrar, en su trayectoria de ascenso o
descenso, corrientes muy fuertes, de dirección contraria a la
indicada por los instrumentos del aeropuerto. Si son en extremo
violentos, pueden tener consecuencias nefastas para el aparato
afectado.
Este factor, semejante a una especie de
"tenaza de viento", juega un papel importante en las desapariciones
de aviones y, en su forma más violenta, o CAT (turbulencia de aire
claro), puede comparársele con las olas tipo "seiche", que se
levantan inesperadamente, en un mar generalmente en calma. La
turbulencia puede desplazarse hacia arriba, hacia abajo, o en
sentido horizontal y, cuando el cambio es suficientemente rápido, ya
sea por la fuerza de la CAT o por la velocidad del avión, el efecto
es casi como el de un choque contra una pared de piedra.
En general, resulta imposible predecir este tipo de turbulencias,
aunque suele encontrárselas en los extremos de las corrientes
atmosféricas que se mueven por los cielos como lo hace la Corriente
del Golfo a través del océano, pero a una velocidad
considerablemente mayor: doscientos nudos, frente a los cuatro o
menos de cuatro a que viaja la del Golfo. Las CAT podrían explicar
quizás la pérdida de algunos de los aviones ligeros dentro del
Triángulo de las Bermudas.
O bien los desintegran, según la presión
que ejerzan sobre ellos (el factor G), o bien los lanzan al mar,
formando un vacío a su alrededor. Las turbulencias mismas son un
misterio, ya que aparecen repentinamente, si es que puede utilizarse
la expresión "aparecen" para referirse a un fenómeno invisible, y
son impredecibles. Sin embargo, resulta dudoso que un cambio
repentino de presión haya sido la causa de todas las desapariciones
de aviones ocurridas dentro del Triángulo y de la eliminación de sus
comunicaciones radiales.
Gracias a los nuevos y sofisticados sistemas de rastreo y
computación que ahora existen, podría resultar más fácil encontrar
las naves aéreas que puedan perderse en esta zona en el futuro. Si
las hubiesen llevado, y si hubieran seguido existiendo, muchas de
las que se perdieron podrían haber sido recuperadas. Los aviones de
hoy llevan también unos sistemas de memoria y computación llamados
AIDS (Airborne Integrated Data Systems, sistema de información
aeronáutica integrada) que, en caso de desastre, conservan un
registro detallado de lo ocurrido al avión.
Actualmente es posible incluso
inventariar y grabar en el aeropuerto - base todo lo que se dice en
la cabina de un aparato comercial o de cualquier tipo. Cabe
recordar, sin embargo, que las conversaciones entre los pilotos del
Vuelo 19 fueron escuchadas en la base y que sin embargo, ello no
arrojó ninguna luz acerca de lo que le ocurrió.
También se están utilizando mecanismos
desarrollados durante los vuelos espaciales de la serie Mercurio y
en las travesías de los submarinos atómicos, que registran
automáticamente la posición y cualquier desviación de un avión o un
barco. Existe un nuevo aparato para localizar un avión perdido que
se llama baliza "de choque" o "de recuperación".
Es un pequeño transmisor de radio capaz
de transmitir durante dos o tres días. Se le instala en la cola del
aeroplano y es activado por la pérdida del sistema electrónico.
Pero, digámoslo una vez más, si los desastres que se producen dentro
del Triángulo estuviesen conectados con silencios radiales, cabría
suponer que estos nuevos aparatos también se verían neutralizados.
El electromagnetismo y los desperfectos en los instrumentos son
fenómenos que se repiten una y otra vez en el misterio que rodea a
esta región. El ingeniero electrónico Hugh Auchincloss Brown, autor
del libro Cataclysms of the Earth (Cataclismos de la Tierra), opina
que,
"existen buenas razones para
relacionar estos incidentes con el campo magnético de la Tierra.
A lo largo de la historia de nuestro planeta se han manifestado
aprehensiones a ese respecto, en diferentes períodos, y tal vez
ahora se está desarrollando otra era de cambio en la situación
magnética, que tiene como primeras manifestaciones de
advertencia ciertos indicios de terremotos magnéticos que
ocurren ocasionalmente. Esto podría explicar las perturbaciones
que hacen que los aviones se estrellen y luego desaparezcan,
cuando se hunden en aguas profundas. Pero ello no explicaría,
naturalmente, las pérdidas de barcos...".
El especialista en electrónica Wilbert
B. Smith, que dirigió un proyecto sobre magnetismo y gravedad por
encargo del Gobierno canadiense, en 1950, ha sugerido que estos
elementos son un factor de importancia en la desaparición de
aviones.
Dijo que había hallado lugares
específicos, a los que calificó de "áreas de alcance reducido", que
eran relativamente pequeños (alrededor de 300 metros de diámetro,
pero extendidos hacia arriba hasta una altura considerable) y que se
caracterizaban por una turbulencia tal, que realmente podían
destrozar un avión.
Las aeronaves no advertirían de antemano
estas zonas de perturbaciones magnéticas y gravitacionales no
señaladas en los mapas, hasta que ingresaran a ellas, con resultados
fatales.
Al comentar la aparente movilidad de
estas áreas, Smith escribió:
...No sabemos si estas regiones de
alcance reducido se mueven o si sencillamente se desvanecen...
Cuando tratamos de localizar algunas de ellas, al cabo de tres o
cuatro meses, no pudimos hallar ni señales...
Un vocero de la rama de Búsqueda y
Rescate del Centro de operaciones de la Guardia Costera de los
Estados Unidos, precisó también la importancia que tenían el
magnetismo y la gravedad en las investigaciones:
Francamente, no sabemos lo que
ocurre en el llamado Triángulo de las Bermudas. Lo único que
cabe, en relación con estas desapariciones inexplicables, es
hacer conjeturas. La Marina está tratando de llegar hasta el
fondo del misterio, con un programa llamado Proyecto Magnetismo,
en el que se están investigando las perturbaciones atmosféricas
y de gravitación electromagnética.
Algunos expertos piensan que tales
perturbaciones podrían haber sido la causa de la desintegración
de aquellos aviones, en 1945. Un barco que navegaba por la zona
informó haber visto una gran bola de fuego en el cielo, la que,
naturalmente, pudo ser también un choque en el aire. Pero eso es
algo bastante desusado cuando se trata de cinco aviones. El
hecho es que no tenemos una verdadera opinión acerca de esta
materia.
El Séptimo Distrito de la Guardia
Costera, que es el más cercano a la zona, en una carta circular a la
que ya nos hemos referido, adopta el criterio de que el Triángulo de
las Bermudas, o del Diablo, es una zona imaginaria (ver página 36),
y ofrece la reconfortante opinión de que muchas de las
desapariciones son, sencillamente, una coincidencia.
La carta dice:
...El "Triángulo de las Bermudas", o
"del Diablo", es una zona imaginaria situada frente a la costa
Sudoriental atlántica de los Estados Unidos, muy conocida por la
alta incidencia de desapariciones inexplicables de barcos,
pequeñas embarcaciones y aviones. Según las apreciaciones más
generalizadas, sus vértices están constituidos por las Bermudas,
Miami (Florida) y San Juan de Puerto Rico.
En épocas pasadas, las búsquedas intensivas, pero inútiles, por
parte de la Guardia Costera, a que dieron lugar algunos casos de
desapariciones notorios, como el de un escuadrón completo de
aviones tipo Avenger TBM, poco después de haber despegado en
Fort Lauderdale, Florida, o el hundimiento sin dejar rastros del
Marine Sulphur Queen, en el Estrecho de Florida, han dado
crédito a la creencia popular acerca de los misterios y las
cualidades sobrenaturales del "Triángulo de las Bermudas".
Han sido incontables las teorías que se han ofrecido, a través
de la historia de esta región, para explicar las numerosas
desapariciones. Las más factibles parecen ser aquellas que las
atribuyen a fenómenos ambientales y a fallas humanas.
La mayoría de las pérdidas pueden considerarse como debidas a
las extraordinarias características de tipo ambiental que
presenta la zona. Primero, el "Triángulo del Diablo" es uno de
los dos lugares de la tierra en que un compás magnético señala
hacia el Norte verdadero. Normalmente indica hacia el norte
magnético. La diferencia entre los dos es conocida como
variación del compás. El grado de variación cambia hasta 20
grados cuando uno circunnavega la Tierra. Si esta variación o
error del compás no es compensada, el navegante podría llegar a
encontrarse muy alejado de su rumbo y enfrentaría serias
dificultades.
Existe una zona llamada "Mar del Diablo" por los marinos
japoneses y filipinos que está situada frente a la costa Este de
Japón y que también exhibe las mismas características
magnéticas. Al igual que el "Triángulo de las Bermudas", es
conocida por las misteriosas desapariciones que allí se
producen.
Otro factor ambiental es el carácter de la Corriente del Golfo.
Es extremadamente veloz y turbulenta y puede borrar rápidamente
cualquier evidencia de desastre. Las impredecibles
características meteorológicas del Atlántico-Caribe también
desempeñan un papel importante. Las repentinas tormentas de
truenos y trombas marinas suelen significar a menudo un desastre
para pilotos y marinos.
Por último, la topografía del fondo
del océano varía mucho, desde los extensos bajíos que rodean las
islas hasta algunas de las fosas marinas más profundas del
mundo. Con la interacción de las poderosas corrientes que se
mueven sobre los numerosos arrecifes, la topografía se halla en
un flujo permanente y la navegación enfrenta constantemente
nuevos accidentes, que se desarrollan con gran velocidad.
Tampoco debe subestimarse el factor fallo humano. Hay una gran
cantidad de embarcaciones de placer que navegan por las aguas de
la región situada entre la Costa Dorada de la Florida y Las
Bahamas. Suelen intentarse muy a menudo travesías con
embarcaciones demasiado pequeñas, con un conocimiento
insuficiente de los imprevistos que se producen en la zona y
falta de pilotaje adecuado.
En pocas palabras, la Guardia Costera no se deja impresionar por
las explicaciones sobrenaturales de los desastres que ocurren en
el mar. Según nuestra experiencia, las fuerzas combinadas de la
Naturaleza y el carácter impredecible del ser humano suelen
superar, muchas veces al año, las más ambiciosas narraciones de
ciencia ficción...
La carta ofrece, casi inadvertidamente,
una pequeña bibliografía en la que el lector encuentra mencionados
los artículos de Ivan Sanderson, Leslei Licher, Vincent Gaddis y
John Wallace Spencer, como una especie de "contrapeso" respecto de
aquellos que creen que el misterio del Triángulo de las Bermudas no
tiene una explicación tan sencilla. En el último párrafo de la carta
de la Guardia Costera se dice que:
...No conocemos mapa alguno que
delinee los límites del Triángulo de las Bermudas... (aunque
agrega que) entre los Mapas Acromagnéticos de la Región Costera
de los Estados Unidos, H. O. Serie 17507... los números 9 a 15
cubren el "Triángulo de las Bermudas"...
Algunos ejecutivos de líneas aéreas de
la región coinciden cautelosamente con la opinión de la Guardia
Costera. La señora Athley Gamber, presidenta de la Red Aircraft de
Fort Lauderdale, es uno de ellos. Morena, muy atractiva, encantador
ejemplo de vital y exitosa ejecutiva, es la viuda de un piloto que
desapareció en un vuelo entre Fort Lauderdale y las Bahamas.
Ha sabido quedarse en el aeropuerto
durante muchas operaciones de búsqueda de aviones perdidos y ha
tenido motivos y ocasiones de especular acerca de los muchos aviones
privados que han desaparecido dentro del Triángulo sin dejar huella.
La señora Gamber, colocada en un verdadero punto de observación de
la zona, no cree que haya nada misterioso ni siniestro acerca del
Triángulo de las Bermudas. Piensa que la razón de que muchos pilotos
no hayan enviado un mensaje de SOS o MAYDAY es "que no tenían idea
de que se hallaban en dificultades" y agrega que "en el momento en
que se hallan en peores circunstancias, el radar deja de funcionar".
Luego acota:
"La región se caracteriza por un
rápido desarrollo de una baja de presión casi espontánea. Los
aviones están construidos para soportar una cierta tensión de
carga, más allá de la cual se desintegran".
Y agrega:
"Estoy convencida de que la
naturaleza humana no podrá jamás enfrentarse a los elementos."
Finalmente, estimó que el error del
piloto es responsable de por lo menos el 50 por ciento de las
desapariciones y que, de los numerosos aviones privados que se han
desvanecido, el 25 por ciento sencillamente se quedó sin gasolina.
Sin embargo, los aviones comerciales, militares y de pasajeros que
desaparecen durante itinerarios normales y sometidos a la revisión
constante de pilotos experimentados y personal de vuelo, ciertamente
no se quedaron sin gasolina, y los aparatos que desaparecieron en
grupos no se encontraron todos al mismo tiempo y a la misma presión
con perturbaciones o turbulencias de aire claro.
Tampoco existe una explicación plausible
acerca de la razón por la cual no se han hallado restos de tantas
desapariciones, en contraste con lo que ocurre en otras regiones de
los océanos y playas del mundo entero, ni de por qué han
desaparecido tan abruptamente los aviones del cielo. Digamos una vez
más, que lo que puede ser aplicable a los aviones no lo es a los
barcos y si todas las pérdidas aéreas pudiesen hallar una
explicación, las desapariciones de barcos en el Triángulo de las
Bermudas, seguirían sumidas en el misterio.
Los observadores estiman que hay una
relación obvia, por lo menos en cuanto a intensidad, entre los dos
tipos de pérdidas y cada explicación satisfactoria parece acarrear
una o más preguntas adicionales. Algo similar a lo que ocurría con
la Hidra, el monstruo de mil cabezas de aquel otro mito, mucho más
antiguo, que, según la leyenda griega, apenas se le cortaba una
cabeza era capaz de desarrollar otra, lo cual producía gran desazón
entre sus adversarios.
El interés cada vez mayor que suscitan los "mitos" del Triángulo de
las Bermudas, preocupa grandemente a los habitantes de las playas
vecinas, y la preocupación crece con cada caso que surge y se
discute. La frecuencia de las desapariciones de pequeñas
embarcaciones y aviones, que podrían deberse a numerosas otras
razones, hace que resulte imposible adjudicarlas a las temibles
fuerzas que operan en el Triángulo, aunque generalmente el público
las relaciona.
Robie Yonge, un destacado disc-jockey y comentarista de radio,
constituye un claro ejemplo del grado de curiosidad que este
misterio ha despertado en numerosos observadores del sur de la
Florida. Desde que expresó su interés en el Triángulo de las
Bermudas, ha recibido literalmente miles de llamadas, la mayoría
durante sus transmisiones, de radioescuchas que tienen alguna
historia que contar o desean recibir más información.
Actualmente está interesado en equipar
una embarcación con aparatos de control remoto y maniquíes dotados
de transmisores, para luego ponerla a la deriva entre Florida y las
Bahamas, dentro del área interior del Triángulo y observar lo que
ocurre por medio del equipo electrónico de control remoto. El afán
de resolver este misterio a través de la investigación y el esfuerzo
individuales se ha extendido mucho más al Norte.
En los últimos meses de 1974, una
organización llamada Centro Isis para la Investigación y el Estudio
de las Artes y Ciencias Esotéricas, de Silver Spring, Maryland,
debía realizar un crucero con intenciones de seminario, que fue
calificado de "fronteras de la ciencia" y que debía realizarse en un
barco alquilado, recorriendo las zonas del Triángulo de las Bermudas
en que se han registrado los fenómenos más peligrosos.
Según el presidente de Isis, Jean Byrd,
los participantes en el crucero debían adquirir un seguro especial,
debido al elemento de riesgo implícito en el viaje. Además, existía
el propósito de practicar tests psicológicos a los miembros de la
tripulación mientras navegaban por las zonas "de peligro", y muy
especialmente por aquellas en que las alteraciones o falta de
funcionamiento del compás evidenciaban muestras de desviación
magnética.
Los tests tenían por objeto determinar
si la actividad mental de los participantes reflejaba las tensiones
magnéticas. Anteriormente se ha mencionado esta posibilidad,
señalándola como una posible explicación de cómo las personas
afectadas mentalmente por ondas magnéticas podían perder el control
de aviones o barcos, haciéndolos estrellarse o hundirse, o
sencillamente abandonaban la nave, debido a la presión psicológica.
Sin embargo, hay que señalar que los
sobrevivientes que alegaron haber hallado esas fuerzas del Triángulo
todavía no identificadas, no recuerdan haber notado perturbación
mental alguna, excepto las muy comprensibles reacciones de sorpresa,
temor, preocupación extrema y afán de adoptar precauciones en el
futuro.
Ante la falta de una explicación lógica y aceptable, los
investigadores independientes preocupados de las desapariciones han
ido aún más lejos.
Algunos han buscado las causas en
excepciones a la ley natural, otros han sugerido cambios interdimensionales realizados a través de un conducto equivalente a
un "agujero en el cielo" (al que los aviones entran, pero del que no
salen), otros creen que todo es obra de entes del espacio interior o
exterior, mientras otros, finalmente, ofrecen una teoría o
combinación de teorías según las cuales el fenómeno podría ser
causado básicamente por complejos poderes de origen humano que aún
funcionarían y que corresponderían a una ciencia considerablemente
distinta de las nuestras y mucho más antigua.
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