del Sitio Web GazzettaDelApocalipsis
Si tienes hombros anchos y caderas estrechas, eres una manzana. Si tienes, en cambio, poco pecho y caderas anchas eres una pera. Si estás delgada y eres una mujer con pocas curvas, entonces eres… ¡un plátano!
Y si tienes pecho y caderas de tamaño mediano y una
cintura muy marcada, ¡enhorabuena! Eres un reloj de arena.
Bien, pues resulta que tras decenas de milenios de evolución humana, aquí una servidora no es más que una vulgar pera.
Y para colmo de males… ¡ser una pera es malo! ¡Muy malo! Lo ideal es ser un reloj de arena. Por tanto, debo vestirme para disimular y "esconder" la verdadera forma de mi cuerpo, y parecer un reloj de arena (que es lo bueno).
Para ello, debo usar sujetadores con relleno,
chaquetas con hombreras, llevar escotes en forma de V y evitar usar
pantalones o faldas ajustadas.
Y lo segundo:
Si yo hubiera nacido en la época del Renacimiento, mi cuerpo encajaría perfectamente con el canon de belleza de entonces.
Los artistas de la época se pegarían por retratar mi
cuerpo de pera en su máxima desnudez, naturalidad y esplendor; y los
"relojes de arena" se morirían de envidia y tratarían de parecer una
pera como yo, vistiendo apretados corsés y voluminosos miriñaques.
Que deberías parecerte a otra persona, o a otra cosa.
¿Cuál sería la reacción más lógica?
Lo más lógico sería que ese hombre, de una forma u otra, se defendiera argumentado,
Sin embargo, por desgracia, esa reacción no suele ser la más habitual.
En este caso, lo más probable es que nuestro hipotético fracasado acuda corriendo a pedir un préstamo y a comprar algún objeto que le haga aparentar que tiene más éxito, que es más poderoso. Que le haga imitar a un futbolista o un afortunado hombre de negocios.
Cuando en realidad sigue siendo un triste mortal, un
esclavo bajo la ilusión de que el Iphone X le hará parecer un hombre
libre.
Pero estas chorradas tienen graves y profundas
consecuencias...
Y esto nos impide dejar de estar en un segundo plano,
y abandonar la posición de esclavas sumisas y obedientes a la que
siempre nos ha tenido relegadas la sociedad.
Él y ella, al igual que la mayoría de nosotras y nosotros, han crecido bajo la pesada losa de su entorno y tienen una fuerte programación mental que les hace reaccionar de esa manera. Además, una autoestima demasiado herida puede nublar la visión de una persona e impedirla razonar correctamente.
Pero la realidad es que este hombre y esta mujer, sin ser conscientes de ello, sin tan siquiera quererlo, están alimentando dos bestias: el poder de las multinacionales y el machismo.
Y lo peor es que estas dos consecuencias son tan sólo
la punta del iceberg.
Y lo que es peor: nos despersonalizan, nos quitan lo poco o mucho que tengamos de seres humanos. Nos convierten en caricaturas, en arquetipos, en satíricos personajes de este absurdo y burlesco teatro que es la sociedad en la que vivimos.
Sin un trasfondo, sin un pasado, ni presente, ni
futuro. Sin identidad, sin ideas propias, sin personalidad, sin
sueños, sin libertad, sin amor, sin voluntad, sin destino.
Abandonemos este huracán de estupidez e hipocresía, y dejemos de tapar las etiquetas que nos ponen con otras etiquetas, o colgando esas mismas etiquetas a los demás. Hemos de arrancarlas, tirarlas al suelo, pisotearlas con todas nuestras fuerzas y prenderles fuego para siempre.
Quitarnos esta venda de prejuicios y apariencias que llevamos colocada sobre los ojos, y mirar al mundo real, nuestro mundo:
Yo, por mi parte, hace ya tiempo que desperté de esta insana ceguera y me dejé de ver a mí misma como una pera.
Y también dejé de ver a las otras mujeres como bananas, manzanas o relojes de arena. Las comencé a ver, simplemente, como mujeres, o mejor dicho aún: como personas.
Comencé a ver miradas, sonrisas, tesón, energía, fuerza; compañeras en la lucha por cambiar el rumbo y desviarnos de este matadero al que nos están conduciendo silenciosamente.
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