A comienzos de la década de 1940, cuando se interesó por ese misterio por primera vez, se creía en general que los recuerdos estaban localizados en el cerebro. Se creía que cada recuerdo (como el recuerdo de la última vez que viste a tu abuela o el de la fragancia de una gardenia que oliste a los dieciséis años) tenía una posición específica en algún lugar de las células cerebrales.
Esos rastros de los recuerdos se llamaban engramas y, aunque nadie sabía de qué estaban hechos - si eran neuronas o quizá algún tipo de molécula - la mayoría de los científicos confiaba en que sólo fuera cuestión de tiempo averiguarlo.
Siempre que el cráneo y el cuero cabelludo estén insensibilizados con anestesia local, se puede operar el cerebro de una persona que esté plenamente consciente sin causarle dolor alguno.
Un hombre revivió de repente una conversación que había tenido con unos amigos en Sudáfrica; un chico oyó a su madre hablar por teléfono y, tras varios toques del electrodo, fue capaz de repetir la conversación entera; una mujer se vio a sí misma en la cocina y podía oír a su hijo jugando en el exterior.
Incluso cuando Penfield intentaba confundir a sus pacientes diciéndoles que estaba estimulando una zona diferente cuando no lo estaba haciendo, descubrió que al tocar el mismo punto siempre evocaba el mismo recuerdo.
De sus investigaciones, Penfield dedujo que todo lo que hemos experimentado alguna vez queda registrado en el cerebro, desde la cara de cada una de las personas desconocidas que hemos vislumbrado en la multitud hasta las telas de araña que mirábamos fijamente de niños.
Pensaba que era ése el motivo de que siguieran surgiendo en su muestreo tantos recuerdos de acontecimientos insignificantes. Si la memoria constituye un registro completo de todas las experiencias diarias e incluso de las más triviales, era razonable suponer que una incursión al azar en una crónica de acontecimientos tan masiva había de producir una gran cantidad de información insignificante.
Durante más de treinta años Lashley había estado inmerso en una búsqueda incesante de los complicados mecanismos causantes de la memoria, y Pribram pudo contemplar de primera mano los frutos de su trabajo. Y se quedó perplejo al descubrir no ya que Lashley no había conseguido encontrar pruebas de engramas, sino que parecía además que sus investigaciones dejaban en el aire los descubrimientos de Penfield.
Su propósito era extirpar literalmente la zona del cerebro que contenía el recuerdo de la habilidad para recorrer el laberinto. Descubrió sorprendido que no conseguía erradicarlo, extirpase lo que extirpase. A menudo resultaba perjudicada la capacidad motriz de las ratas, que se movían a trompicones por el laberinto, pero sus recuerdos seguían pertinazmente intactos incluso cuando les habían quitado trozos enormes de cerebro.
Si los recuerdos ocupan posiciones específicas en el cerebro del mismo modo que los libros ocupan posiciones específicas en los estantes de una biblioteca, ¿por qué no les afectaban los saqueos quirúrgicos de Lashley?
Para Pribram, la única respuesta parecía ser que los recuerdos no estaban ubicados en sitios específicos del cerebro, sino que estaban extendidos o distribuidos de algún modo por todo el cerebro. El problema era que no conocía mecanismo o proceso alguno que pudiera explicar ese estado de cosas.
En 1948 ofrecieron a Pribram un puesto en Yale, pero antes de marcharse ayudó a Lashley a poner en limpio su investigación monumental de treinta años.
Después de todo, pacientes a quienes habían extirpado parte del cerebro por razones médicas, nunca sufrían una pérdida de recuerdos específicos. La eliminación de una gran parte del cerebro podía hacer que la memoria de un paciente se hiciera imprecisa en general, pero nunca nadie había salido de una operación con una pérdida de memoria selectiva.
De manera similar, personas que habían sufrido heridas en la cabeza en colisiones de tráfico y otros accidentes, nunca olvidaban a la mitad de su familia, ni la mitad de una novela que hubieran leído.
Ni siquiera la eliminación de una parte del lóbulo temporal (la zona del cerebro que había desempeñado un papel tan importante en la investigación de Penfield) creaba un vacío en los recuerdos de una persona.
Un holograma se produce cuando un rayo láser se divide en dos rayos distintos. El primero se hace rebotar contra el objeto que va a ser fotografiado, en este caso, una manzana. Luego se permite que el segundo rayo choque con la luz reflejada del primero,
y el patrón de
interferencia resultante se graba en una placa. Las ideas de Pribram se hicieron más firmes al no conseguir, ni él ni otros, duplicar los hallazgos de Penfield estimulando el cerebro de personas que no fueran epilépticas.
Ni siquiera el propio Penfield conseguía repetir sus resultados en pacientes no epilépticos.
La interferencia es un patrón de entrecruzamiento que se produce cuando se cruzan entre sí dos o más ondas, como las ondas del agua. Por ejemplo, si se tira una piedrecita a un estanque se producen una serie de ondas concéntricas que se extienden hacia el exterior. Si se tiran dos piedras a un estanque se obtienen dos juegos de ondas que se extienden y pasan unas a través de las otras.
La organización compleja de crestas y senos que resulta de dichas colisiones se conoce como «patrón de interferencia».
El primero de ellos se hace rebotar contra el objeto que va a ser fotografiado. Luego, se permite que el segundo rayo choque con la luz reflejada del primero. Cuando ocurre la colisión, se crea un patrón de interferencia que se graba después en una placa (véase fig. 1).
La tridimensionalidad de esas imágenes es a menudo misteriosamente convincente. En efecto, podemos andar alrededor de una proyección holográfica y verla desde diferentes ángulos, como haríamos con un objeto real. No obstante, cuando alargamos la mano intentando tocarla, descubrimos que atravesamos la imagen con la mano y que no hay nada en realidad.
Si cortamos por la mitad un trozo de película holográfica que contiene la imagen de una manzana y la iluminamos con láser, descubriremos que ¡cada mitad contiene la imagen entera de la manzana! Y si dividimos ambas mitades una vez más y otra y otra, sigue siendo posible reconstruir la manzana entera en cada trocito de película (aunque las imágenes se vuelven más borrosas a medida que los trozos van siendo más pequeños).
A diferencia de lo que ocurre en las
fotografías normales, cada pequeño fragmento de película holográfica
contiene toda la información grabada (véase fig. 2).
FIGURA 2. A diferencia de lo que ocurre con las fotografías normales, cada parte de una película holográfica contiene toda la información de la totalidad. Así pues, si se rompe en pedazos una placa holográfica,
se puede utilizar
cada trozo para reconstruir la imagen entera. Ésa fue precisamente la característica que entusiasmó a Pribram, porque por fin ofrecía una vía para entender cómo estaban distribuidos los recuerdos en el cerebro, en lugar de ocupar una posición concreta en el mismo.
Si cada parte de la placa holográfica podía contener toda la información necesaria para crear la imagen completa, entonces debería ser igualmente posible que cada parte del cerebro contuviera toda la información necesaria para recordar un recuerdo completo.
Otra de las cosas que había descubierto Lashley era que también los centros visuales del cerebro resistían sorprendentemente la excisión quirúrgica. Tras eliminar hasta el 90 por ciento de la corteza visual de una rata (la parte del cerebro que recibe e interpreta lo que el ojo ve), descubrió que la rata todavía podía realizar tareas que requerían una compleja destreza visual.
De manera similar, la investigación dirigida por Pribram reveló que se puede cortar hasta el 98 por ciento de los nervios ópticos de un gato sin que su capacidad para llevar a cabo tareas visuales complejas quede afectada seriamente.
En otras palabras: se creía que cuando
vemos un cuadrado, la actividad eléctrica de la corteza visual
también tiene la forma de un cuadrado (véase fig. 3).
FIGURA 3 Antes, los teóricos de la visión creían que había uno correspondencia «uno a uno» entre la imagen que el ojo ve y la forma en que esa imagen se representa en el cerebro.
Pribram descubrió que
no es verdad. Aunque parecía que descubrimientos como los de Lashley habían asestado un golpe mortal a esa idea, Pribram no estaba satisfecho.
Mientras estuvo en Yale, ideó una serie de experimentos para resolver la cuestión y se pasó los siete años siguientes midiendo cuidadosamente la actividad eléctrica del cerebro de monos mientras realizaban a cabo diversos ejercicios visuales. Descubrió que no sólo no existía esa correspondencia de «uno a uno», sino que ni siquiera había un patrón reconocible de la secuencia en la que se activaban los electrodos.
Escribió sobre sus hallazgos:
Por otra parte, la resistencia que mostraba la corteza visual con respecto a la escisión quirúrgica indicaba que la visión también estaba distribuida por el cerebro, al igual que la memoria; cuando Pribram supo de la existencia de la holografía empezó a preguntarse si la visión no sería asimismo holográfica.
Lo cierto era que la propiedad del holograma de que «el todo está en cada una de las partes» parecía explicar que se pudiera eliminar una parte muy grande de la corteza visual sin afectar a la capacidad de llevar a cabo tareas visuales. Si el cerebro procesaba imágenes mediante una especie de holograma interno, un trozo muy pequeño del mismo bastaría para reconstruir la totalidad de lo que veían los ojos.
Explicaba asimismo la falta de correspondencia «uno a uno» entre el mundo exterior y la actividad eléctrica cerebral.
Además, si el cerebro utilizaba principios holográficos para procesar la información visual, no existía una correspondencia de «uno a uno» entre la actividad eléctrica y las imágenes vistas, como tampoco la había entre el remolino carente de significado que forman los patrones de interferencia sobre una placa holográfica y la imagen codificada en la misma.
Las neuronas son como pequeños árboles con ramas; cuando un mensaje eléctrico llega al final de una de esas ramas, se irradia hacia fuera como las ondas en un estanque. La concentración de neuronas es tan densa que las ondas eléctricas - igualmente un fenómeno ondulatorio en apariencia - al expandirse, se entrecruzan constantemente unas con otras.
Cuando Pribram lo recordó, comprendió que con toda seguridad las ondas eléctricas creaban una colección caleidoscópica y casi infinita de patrones de interferencia y que éstos a su vez podrían ser lo que confería al cerebro sus propiedades holográficas.
Otros enigmas resueltos por el modelo
holográfico del cerebro
Mientras lo hacía, y al tiempo otros investigadores se enteraban de sus teorías, enseguida cayeron en la cuenta de que el carácter distribuido de la memoria y de la visión no era el único misterio neurofisiológico que podía explicar el modelo holográfico.
John von Neumann, un físico y matemático brillante nacido en Hungría, calculó una vez que, en el curso de una vida humana media, el cerebro almacena del orden de 2,8 x 1020 (280.000.000.000.000.000.000) bits de información. Es una cantidad asombrosa de información; las personas que investigan el cerebro han dedicado mucho tiempo y esfuerzo a dar con el mecanismo que explique esa capacidad tan inmensa.
Se ha calculado que, con ese método, ¡en 2,54 cm2 de película se puede almacenar la misma cantidad de información que en cincuenta biblias!.
Cuando se sostiene una de esas películas en medio de un rayo láser y se inclina hacia adelante y hacia atrás, las diversas imágenes que contiene aparecen y desaparecen en una sucesión oscilante. Se ha sugerido que nuestra capacidad de recordar es como dirigir un rayo láser sobre una película como esa y hacer aparecer una imagen en concreto.
De manera similar, el no ser capaces de recordar algo equivale tal vez a dirigir varios rayos sobre una película con múltiples imágenes sin conseguir encontrar el ángulo correcto para traer/evocar la imagen/recuerdo que estamos buscando.
Al principio se queda perplejo, pero luego, tras un gran esfuerzo, recuerda poco a poco que cuando era pequeño su tía solía darle té con magdalenas; esa asociación fue lo que le refrescó la memoria. Todos hemos tenido una experiencia similar - el olorcillo de una comida en concreto que se está preparando o una ojeada a un objeto olvidado mucho tiempo atrás - que nos evoca de repente una escena del pasado.
Luego se hace que la luz que refleja cada uno de los objetos choque una con otra y entonces se recoge el patrón de interferencia resultante en la placa. Después, cada vez que se ilumine con láser la butaca y que la luz que refleje ésta se pase a través de la película, aparecerá una imagen tridimensional de la pipa. Y a la inversa: cuando se hace lo mismo con la pipa, aparece un holograma de la butaca.
Del mismo modo, si el cerebro funciona de manera holográfica, un proceso similar puede ser lo que provoque que ciertos objetos nos evoquen recuerdos específicos del pasado.
Por ejemplo, la certeza absoluta que sentimos cuando señalamos una cara familiar en medio de una multitud de varios centenares de personas no es solamente una emoción subjetiva; al parecer está causada por un tipo de procesamiento de información extraordinariamente rápido y fiable que tiene lugar en el cerebro.
En la holografía de reconocimiento, se graba una imagen holográfica de un objeto de la manera habitual, salvo por el hecho de que se hace rebotar el rayo láser sobre un tipo especial de espejo, llamado «espejo de enfoque», antes de que se le permita impresionar la película no expuesta a la luz. Si un segundo objeto, similar al primero pero no idéntico, se baña con luz de láser y la luz se refleja en el espejo y sobre la película una vez que ha sido revelada, aparecerá un punto brillante de luz en la película.
Cuanto más brillante y agudo sea el punto de luz, mayor será el grado de similitud entre el primer objeto y el segundo. Si los dos objetos son completamente distintos, no aparecerá punto de luz alguno. Colocando una célula fotoeléctrica sensible a la luz detrás de la película holográfica, el equipo se puede utilizar como sistema mecánico de reconocimiento.
Una vez hecho esto, cualquier rasgo del objeto que haya cambiado desde que se grabó la imagen originalmente reflejará la luz de manera diferente. Mirando a través de la película, se percibe al instante lo que ha cambiado en el objeto y lo que permanece igual.
La técnica es tan sensible que aparece inmediatamente hasta la presión de un dedo sobre un bloque de granito; se ha descubierto que el proceso tiene aplicaciones prácticas en la industria de prueba de materiales.
Las personas con memoria fotográfica pasan un momento visualizando la escena que desean memorizar. Cuando quieren ver la escena otra vez, proyectan una imagen mental de la misma, bien con los ojos cerrados, bien mirando una pared lisa o una pantalla en blanco.
Al estudiar a una de esas personas, una profesora de arte de Harvard llamada Elizabeth, Pollen y Tractenberg descubrieron que las imágenes mentales que proyectaba eran tan reales para ella que cuando leyó la imagen de una página de Fausto de Goethe, sus ojos se movían como si estuviera leyendo una página real.
Y a la inversa: tal vez la mayoría de nosotros tenemos recuerdos mucho menos vívidos porque nuestro acceso está limitado a zonas más pequeñas del holograma de la memoria.
Mientras estás leyendo este libro, tómate un momento y escribe tu nombre en el aire con el codo izquierdo. Quizá descubras que es relativamente fácil de hacer y, sin embargo, es muy probable que no lo hayas hecho nunca.
A pesar de que no te parezca una habilidad sorprendente, sí es un tanto enigmática, ya que, según la visión clásica, varias zonas del cerebro (como la que controla los movimientos del codo) están determinadas genéticamente, o son capaces de realizar tareas únicamente cuando el aprendizaje repetitivo ha hecho que se establezcan las conexiones neuronales apropiadas entre las células cerebrales.
Pribram señala que el misterio tendría una solución fácil si el cerebro convirtiera todos los recuerdos, incluidos los recuerdos de habilidades aprendidas - como escribir - en un lenguaje de formas de onda susceptibles de interferir unas con otras. Un cerebro semejante sería mucho más flexible y podría traducir la información almacenada con la misma facilidad con que un pianista experimentado traslada una canción de una escala musical a otra.
El cerebro, una vez que ha memorizado una cara (u otro objeto o escena cualquiera) y la ha traducido a un lenguaje de formas de onda, puede tumbar el holograma interno, como quien dice, y examinarlo desde la perspectiva que quiera.
Ahora bien, lo que no está tan claro es cómo nos permite el cerebro distinguir entre las dos. Por ejemplo, según Pribram, cuando miramos a una persona, su imagen está realmente sobre la superficie de nuestra retina y, no obstante, no la percibimos como si la tuviéramos en la retina. La vemos como si estuviera en «el mundo ahí fuera».
De manera similar, cuando nos damos un golpe en el dedo gordo del pie, sentimos dolor en el dedo gordo del pie y, sin embargo, el dolor no está ahí en realidad. Es un proceso neurofisiológico que tiene lugar en alguna parte del cerebro.
Entonces, ¿cómo puede el cerebro tomar los numerosos procesos neurofisiológicos que manifiesta como nuestra experiencia, que son procesos internos todos ellos, y hacernos creer engañosamente que algunos son internos y otros están situados más allá de los confines de nuestra materia gris?
Esto se debe a que el holograma es una imagen virtual, una imagen que parece estar donde no está y no tiene más extensión en el espacio que la imagen tridimensional que vemos de nosotros mismos cuando nos miramos en el espejo. Al igual que la imagen del espejo está situada en el azogue que cubre la superficie trasera del espejo, la situación real de un holograma está siempre en la emulsión fotográfica de la superficie de la película que lo registra.
En una serie de experimentos realizados a finales de la década de 1960, Bekesy colocó vibradores en las rodillas de las personas que participaban en el experimento y les vendó los ojos. Luego varió la frecuencia de la vibración de los instrumentos. Con ello descubrió que podía hacer que los sujetos de la prueba tuvieran la sensación de que el punto donde se originaba la vibración saltaba de una rodilla a la otra. Descubrió también que podía hacer que sintieran incluso que el punto origen de la vibración estaba en el espacio entre ambas rodillas.
En resumen, demostró que los seres humanos parecen tener capacidad de experimentar sensaciones en puntos del espacio en los que no tienen receptor sensorial alguno.
Según él, ese proceso podría explicar también el fenómeno del miembro fantasma, o la sensación que experimentan algunas personas con miembros amputados de que sigue estando presente la pierna o el brazo que les falta.
Muchas veces esas personas sienten calambres, dolores u hormigueos extrañamente realistas en esos apéndices fantasmas; pero quizá lo que experimentan es el recuerdo holográfico del miembro, que sigue grabado todavía en los patrones de interferencia de sus cerebros.
El investigador que le proporcionó esas pruebas fue Paul Pietsch, biólogo de la Universidad de Indiana. Curiosamente, Pietsch empezó siendo un incrédulo beligerante con respecto a la teoría de Pribram. Se mostraba escéptico específicamente en lo relativo a la pretensión de que los recuerdos no ocupan una posición específica en el cerebro.
Cuenta esa experiencia en su libro Shufflebrain, una obra reveladora que contiene un informe detallado de sus experimentos.
Cuando Gabor concibió la idea de la
holografía, no estaba pensando en el láser. Su objetivo era mejorar
el microscopio electrónico, que era un artefacto primitivo e
imperfecto en aquel entonces. Gabor utilizó un planteamiento
matemático y un tipo de cálculo inventado por un francés del siglo
XVIII llamado Jean B. J. Fourier. Lo que inventó Fourier fue más o menos la forma matemática de convertir cualquier patrón, por complejo que fuera, en un lenguaje de ondas simples. Mostró asimismo el modo en que esas ondas podían transformarse otra vez en el patrón original. En otras palabras, al igual que la cámara de televisión convierte una imagen en frecuencias electromagnéticas y un aparato de televisión convierte esas frecuencias otra vez en la imagen original, Fourier enseñó cómo hacer un proceso similar utilizando las matemáticas.
Las ecuaciones que desarrolló para convertir imágenes en formas de onda y otra vez en imágenes se conocen como «las transformadas de Fourier».
Por consiguiente, muchos investigadores llegaron a la conclusión de que el cerebro obtiene información de células altamente especializadas, llamadas «detectores de rasgos», y encaja unas con otras de algún modo para proporcionarnos nuestra percepción visual del mundo.
Y descubrieron que las células cerebrales no respondían a los modelos originales, pero sí a las traducciones Fourier de los mismos. Sólo cabía una conclusión: el cerebro utilizaba las matemáticas de Fourier, las mismas que emplea la holografía, para convertir imágenes visuales en las ondas del lenguaje Fourier.
El trabajo de Bekesy había demostrado claramente que la piel es sensible a las frecuencias vibratorias e incluso produjo algún indicio de la posible intervención de un análisis de frecuencia en el sentido del gusto.
Es interesante observar que Bekesy descubriera que las ecuaciones matemáticas, que le permitieron predecir la respuesta de los sujetos de sus pruebas a diversas frecuencias vibratorias, eran también del género Fourier.
En la década de 1930, Bernstein vistió a varias personas con mallas negras y les pintó puntos blancos en hombros, rodillas y otras articulaciones. Luego, les colocó contra un fondo negro y les filmó mientras hacían diversas actividades físicas, tales como bailar, andar, saltar, dar golpes con un martillo y escribir a máquina.
Podía ser que las pautas ocultas aparecieran después de que Bernstein hubiera analizado los movimientos según Fourier porque así era como se almacenaban los movimientos en el cerebro. Era una posibilidad excitante, porque si el cerebro analiza los movimientos fragmentándolos en componentes de frecuencia, así se explica la rapidez con la que aprendemos muchas tareas físicas complejas.
Por ejemplo, no aprendemos a montar en bicicleta memorizando concienzudamente todos los pasos mínimos del proceso, sino comprendiendo el movimiento fluido en su totalidad. Esa totalidad fluida, que ejemplifica la forma en que aprendemos tantas actividades físicas, resultaría difícil de explicar si el cerebro almacenara información poco a poco.
Con todo, sería mucho más fácil de
entender si el cerebro analizara esas tareas con arreglo a Fourier y
las asimilara como un todo.
FIGURA 4 El investigador ruso Nikolai Bernstein pintó unos puntos blancos sobre unos bailarines y después los filmó bailando contra un fondo negro. Cuando trasladó sus movimientos a un lenguaje de formas de onda, descubrió que se podían analizar con las matemáticas de Fourier,
las mismas que había
utilizado Gabor para inventar el holograma.
La reacción de la comunidad científica
Parte del problema es que hay muchas teorías populares sobre el funcionamiento del cerebro y datos que las respaldan a todas. Algunos investigadores creen que el hecho de que la memoria esté distribuida por todo el cerebro se puede explicar por el flujo y el reflujo de varias sustancias químicas cerebrales. Otros sostienen que las fluctuaciones eléctricas que se producen entre grandes grupos de neuronas pueden explicar la memoria y el aprendizaje.
Cada escuela de pensamiento cuenta con defensores acérrimos y probablemente no nos equivoquemos si decimos que los argumentos de Pribram siguen sin convencer a la mayoría de los científicos.
Por ejemplo, el neuropsicólogo Frank Wood de la Bowman Gray School of Medicine de Winston-Salem (Carolina del Norte) piensa que,
Pribram, atónito ante declaraciones como las de Wood, replica diciendo que actualmente tiene un libro en la imprenta con más de 500 referencias a esos datos.
El doctor Larry Dossey, anterior jefe del equipo directivo del Medical City Dallas Hospital, admite que la teoría de Pribram contradice muchas suposiciones antiguas sobre el cerebro, pero señala que,
El neurólogo Richard Restak, autor de la serie televisiva de la cadena PBS El cerebro, comparte la opinión de Dossey.
Advierte de que a pesar de que hay datos abrumadores que muestran que las facultades están dispersas por todo el cerebro de una manera holística, la mayoría de los investigadores continúa aferrándose a la idea de que se pueden localizar en el cerebro del mismo modo en que las ciudades pueden ser localizadas en un mapa.
A su juicio, las teorías basadas en tal premisa no sólo son «supersimplistas», sino que actúan realmente como «corsés conceptuales» que nos impiden reconocer la verdadera complejidad del cerebro.
Según él,
Pribram encuentra a Bohm
Además, había llevado sus ideas al laboratorio y había descubierto que las neuronas de la corteza motora respondían selectivamente a una gama limitada de frecuencias, descubrimiento que respaldaba aún más sus conclusiones. La cuestión que empezaba a preocuparle era que si la imagen de la realidad que se forma en el cerebro no es una imagen sino un holograma, ¿de qué es un holograma?
El dilema planteado por esta cuestión sería como hacer una fotografía con una Polaroid de un grupo de gente sentada alrededor de una mesa y averiguar, una vez que la foto está revelada, que, en torno a la mesa, en vez de gente, sólo hay una nube borrosa de patrones de interferencia. En ambos casos se podría preguntar con razón: ¿cuál es la realidad verdadera, el mundo aparentemente objetivo que experimenta el observador/fotógrafo o la nube borrosa de patrones de interferencia recogida por la cámara/cerebro?
¿Era posible - se preguntaba - que fuera verdad lo que los místicos han estado diciendo durante siglos y siglos, que la realidad es maya, o ilusión, y que ahí fuera no hay sino una inmensa sinfonía plagada de formas de onda, un «dominio de frecuencias» que se transforma en el mundo tal y como lo conocemos, solamente después de que nos entre por los sentidos?
Cuando Pribram lo hizo se quedó anonadado: no sólo encontró la respuesta a su pregunta, sino que descubrió además que, según Bohm, el universo entero es un holograma.
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