CAPÍTULO 4 - Canto al cuerpo holográfico


Apenas podrás saber quién soy o qué quiero decir, no obstante, seré tu buena salud.
WALT WHITMAN, «Canto de mí mismo».


A un hombre de 61 que llamaremos Frank le diagnosticaron un tipo de cáncer de garganta casi mortal y le dijeron que tenía menos del 5 por ciento de probabilidades de supervivencia.

 

Su peso había bajado de 59 a 45 kilos. Estaba extremadamente débil, apenas podía tragar su propia saliva y tenía problemas para respirar. De hecho, hasta los médicos habían discutido si darle o no radioterapia siquiera, porque existía la clara posibilidad de que el tratamiento sólo le ocasionara más molestias sin incrementar significativamente sus opciones de sobrevivir. Decidieron seguir adelante de todos modos.


Entonces, Frank tuvo la gran suerte de que pidieran al doctor Carl O. Simonton, oncólogo radioterapeuta y director médico del Centro de Investigación y Asesoramiento sobre el Cáncer de Dallas (Texas) que participara en el tratamiento. Simonton sugirió que el propio Frank podía influir en el curso de su enfermedad. Entonces, le enseñó unas cuantas técnicas de relajación y visualización de imágenes mentales que había ideado junto con unos colegas.

 

A partir de ese momento, tres veces al día, Frank se imaginaba el tratamiento de radio que recibía como si fueran millones de minúsculos proyectiles de energía que bombardeaban sus células. También visualizaba sus células cancerígenas y las veía debilitarse y volverse más confusas que las células normales y, por tanto, incapaces de reparar el daño que sufrían.

 

Luego visualizaba los leucocitos - los soldados del sistema inmunológico - irrumpiendo en tropel en las células cancerígenas muertas y moribundas y llevándoselas después hasta el hígado y los riñones para expulsarlas del cuerpo.


El resultado fue espectacular y excedía con mucho lo que ocurría normalmente en los casos en que se trataba a los pacientes sólo con radioterapia. El tratamiento funcionó como si fuera magia. Frank no experimentó prácticamente ninguno de los efectos secundarios negativos - daño en la piel y en las membranas mucosas - que acompañan habitualmente a esa terapia.

 

Recuperó el peso que había perdido y la fuerza y, al cabo de un par de meses nada más, desaparecieron todas las señales del cáncer. Simonton cree que la extraordinaria recuperación de Frank se debió en gran parte al régimen diario de ejercicios de visualización.


En un estudio complementario, Simonton y sus colegas enseñaron sus técnicas de visualización de imágenes mentales a 159 pacientes que tenían un cáncer incurable desde el punto de vista médico. El tiempo de supervivencia estimado para un paciente semejante es de doce meses. Cuatro años después, 63 pacientes seguían vivos.

 

De ellos, 14 no mostraban señal alguna de la enfermedad, en 12 pacientes el cáncer estaba remitiendo y en 17 la enfermedad se hallaba estabilizada. El tiempo medio de supervivencia del grupo en conjunto fue de 24,4 meses, casi el doble del tiempo de la media nacional.


Desde entonces, Simonton ha dirigido varios estudios similares, todos ellos con resultados positivos. A pesar de esos descubrimientos prometedores, su trabajo se sigue considerando controvertido. Por ejemplo, los críticos argumentan que los individuos que participan en sus estudios no son pacientes «media».

 

Muchos buscaron expresamente a Simonton con el propósito de aprender sus técnicas, lo que demuestra que tienen un espíritu extraordinariamente luchador. Sin embargo, numerosos investigadores creen que los resultados de Simonton son lo bastante convincentes como para apoyar su trabajo, y el propio Simonton ha fundado el Simonton Cancer Center, en Pacific Palisades, California, unas exitosas instalaciones para investigación y tratamiento, dedicadas a enseñar su técnica de visualización de imágenes a pacientes que combaten contra diversas enfermedades.

 

El uso terapéutico de imágenes también ha cautivado la imaginación del público; un sondeo reciente ha revelado que es el cuarto tratamiento contra el cáncer más utilizado.


¿Cómo puede ser que una imagen formada en la mente pueda causar efecto sobre algo tan formidable como un cáncer incurable? No es de extrañar que la teoría holográfica del cerebro se pueda usar también para explicar este fenómeno.

 

La psicóloga Jeanne Achterberg, directora de investigación y ciencia de la rehabilitación en el Health Science Center de la Universidad de Texas, en Dallas, y una de las científicas que han ayudado a desarrollar las técnicas de imágenes que utiliza Simonton, cree que la clave está en la capacidad del cerebro para formar imágenes holográficas.


Como ya hemos señalado, todas las experiencias, en última instancia, sólo son procesos neurofisiológicos que tienen lugar en el cerebro.

 

Según el modelo holográfico, el motivo de que experimentemos algunas cosas como realidades internas (como las emociones, por ejemplo) y otras como realidades externas (como el canto de los pájaros o el ladrido de los perros) es que así es como las sitúa el cerebro cuando crea el holograma interno que experimentamos como realidad. No obstante, como también hemos visto ya, el cerebro no siempre puede distinguir entre lo que está «ahí fuera» y lo que cree que está «ahí fuera», y eso explica que las personas con un miembro amputado tengan a veces sensaciones de miembros fantasmas.

 

Dicho de otro modo: en un cerebro que funciona de manera holográfica, la imagen recordada de una cosa puede tener tanto impacto en los sentidos como la cosa misma.


También puede tener un efecto igualmente poderoso en el funcionamiento del cuerpo, una situación que habrá experimentado de primera mano todo aquel que haya sentido alguna vez la aceleración del pulso después de imaginarse que está abrazando al ser amado. O quien haya sentido en alguna ocasión que le sudan las manos tras evocar el recuerdo de una experiencia inusualmente aterradora.

 

A primera vista, puede parecer extraño que el cuerpo no siempre sepa distinguir entre un acontecimiento imaginado y uno real; ahora bien, la situación se vuelve mucho menos desconcertante si tenemos en cuenta el modelo holográfico, un modelo que afirma que todas las experiencias, reales o imaginadas, se reducen a un solo lenguaje común de formas ondulatorias organizadas con arreglo a principios holográficos.

 

O como dice Achterberg,

«cuando las imágenes se contemplan de forma holográfica, se desprende de ellas de manera lógica la influencia omnipotente que ejercen sobre las funciones orgánicas. La imagen, el comportamiento y el estado fisiológico consiguiente constituyen un aspecto unificado del mismo fenómeno».

Bohm se hace eco de esa opinión utilizando su idea del orden implicado, el nivel más profundo y no local de la existencia, del que emerge el universo entero:

«Toda acción comienza en una intención en el orden implicado. La imaginación es ya la creación de la forma; tiene ya la intención y el germen de todos los movimientos necesarios para llevarla a cabo. Y como afecta al cuerpo y demás, cuando la creación tiene lugar de esa manera, desde los niveles más sutiles del orden implicado, los recorre todos hasta que llega a manifestarse en el orden explicado».

En otras palabras: en el orden implicado, como en el propio cerebro, la imaginación y la realidad son indistinguibles al final y, por lo tanto, no debería sorprendernos que las imágenes de la mente puedan manifestarse finalmente como realidades en el cuerpo físico.


Achterberg descubrió que la utilización de imágenes produce efectos psicológicos que, además de poderosos, pueden ser extraordinariamente específicos. Por ejemplo, la expresión «célula blanca sanguínea» se refiere realmente a varios tipos distintos de célula.

 

En un estudio, Achterberg decidió ver si podía entrenar a algunas personas para que incrementaran el número de un sólo tipo de células blancas sanguíneas. Con ese propósito, enseñó a un grupo de alumnos universitarios a imaginar una célula llamada neutrófilo, el mayor componente de la población de las células blancas sanguíneas. Entrenó a un segundo grupo para que se imaginaran células T, un tipo más especializado de células blancas sanguíneas.

 

Al final del estudio, el grupo que aprendió a imaginar neutrófilos tuvo un aumento significativo en el número de neutrófilos, pero ningún cambio en el número de células T. El grupo que aprendió a imaginar células T produjo un aumento significativo en el número de esa clase de células, pero el número de neutrófilos seguía siendo el mismo.


Achterberg dice que la fe es asimismo crucial para la salud de una persona. Según ella, prácticamente todos los que han tenido contacto con el mundo médico conocen al menos una historia de un paciente al que mandaron a casa, a morir, pero como éste «creía» otra cosa, dejó atónito al médico al recuperarse completamente.

 

En su fascinante libro Por los caminos del corazón: pasado, presente y futuro de la visualización como instrumento de curación, describe varios de sus encuentros con casos semejantes. Uno de ellos fue con una mujer que ingresó en el hospital paralizada y en coma y le diagnosticaron un tumor cerebral de gran tamaño. La operaron para reducirlo (extirpar la mayor cantidad posible sin causar un daño mayor), pero como creían que estaba a punto de morir, la enviaron a casa sin administrarle radioterapia ni quimioterapia.


Pero en vez de morir enseguida, se fortalecía día a día. Achterberg pudo observar el progreso de la mujer en su calidad de terapeuta de retroalimentación biológica; al cabo de dieciséis meses no mostraba indicio alguno del cáncer.

 

¿Por qué? Aunque la mujer era inteligente y sabía desenvolverse, su formación era mediana y de hecho desconocía el significado de la palabra «tumor» y de la sentencia de muerte que transmite.

 

De ahí que no creyera que iba a morir y que superara el cáncer con la misma confianza y determinación que había empleado toda su vida para sobreponerse a todas las demás enfermedades, afirma Achterberg. Cuando la vio por última vez, la mujer no presentaba signos de parálisis, había desterrado las muletas y el bastón y hasta había ido a bailar un par de veces.

 

Achterberg respalda su afirmación haciendo notar que la proporción de enfermos de cáncer en personas con retraso mental y con trastornos emocionales - personas que no pueden comprender la sentencia de muerte que la sociedad vincula con el cáncer - también es significativamente inferior. En un periodo de cuatro años, en Texas, sólo alrededor de un 4 por ciento de las muertes producidas en esos dos grupos se debieron al cáncer, en comparación con la norma estatal, que estaba entre un 15 y un 18 por ciento.

 

Es intrigante que no se registrara ningún caso de leucemia en esos dos grupos entre 1925 y 1978. En otros estudios se han obtenido resultados similares en el conjunto de Estados Unidos, así como en diversos países como Inglaterra, Grecia y Rumania, entre otros.


Gracias a esos descubrimientos y a otros semejantes, Achterberg cree que todo el que tenga una enfermedad, aunque sea un simple catarro, debería abastecerse de tantos «hologramas neuronales» de salud como le fuera posible, en forma de creencias, imágenes de bienestar y armonía e imágenes de activación de funciones específicas de inmunización.

 

Cree que debemos exorcizar cualquier creencia e imagen que contenga consecuencias negativas para la salud y saber que nuestros hologramas corporales son algo más que meras imágenes. Contienen un montón de información de distinto tipo, como por ejemplo interpretaciones y discernimientos intelectuales, prejuicios conscientes e inconscientes, miedos, esperanzas, preocupaciones, etcétera.


La recomendación de Achterberg de que nos libremos de las imágenes negativas es acertada, porque hay pruebas de que las imágenes pueden causar enfermedades tanto como curarlas.

 

En Amor, medicina milagrosa, Bernie Siegel dice que a menudo se encuentra con ejemplos en los que parece que las imágenes mentales que utilizan los pacientes para describirse a ellos mismos o sus vidas juegan un papel en la creación de sus dolencias.

 

Entre otros ejemplos incluye los siguientes: una paciente a la que habían practicado una mastectomía que le dijo que «necesitaba sacarse algo fuera del pecho»; un paciente con un mieloma múltiple en la columna vertebral que le dijo que «siempre se consideró que yo no tenía suficiente aplomo», y un hombre con un carcinoma de laringe cuyo padre le castigaba de niño estrujándole el cuello con frecuencia y diciéndole «¡cállate!».


A veces la relación entre la imagen y la enfermedad es tan asombrosa que cuesta entender por qué no es evidente para la persona afectada, como en el caso de un psicoterapeuta al que operaron de urgencia para quitarle muchos centímetros de intestino enfermo y luego comentó a Siegel: «Estoy contento con que haya sido usted mi cirujano.

 

Yo he practicado el análisis didáctico y no podía liberarme ni digerir toda aquella porquería que salía fuera». Incidentes como éstos han convencido a Siegel de que casi todas las enfermedades se originan en la mente, al menos hasta cierto punto; ahora que, en su opinión, eso no hace que sean enfermedades psicosomáticas o irreales.

 

Prefiere decir que son soma-significativas, término derivado del griego soma que significa «cuerpo» y acuñado por Bohm para resumir mejor la relación. A Siegel no le preocupa que todas las enfermedades puedan originarse en la mente. Lo ve más bien como un signo de gran esperanza, como un indicador de que si uno tiene poder para crear enfermedades, también lo tiene para crear bienestar.


La conexión entre la enfermedad y la imagen es tan potente que las imágenes se pueden utilizar incluso para predecir las posibilidades de supervivencia de un paciente.

 

En otro experimento famoso, Simonton y su esposa, la psicóloga Stephanie Matthews-Simonton, junto con Achterberg y el psicólogo G. Frank Lawlis, hicieron una batería de análisis de sangre a 126 pacientes con cáncer avanzado.

 

Luego sometieron a los pacientes a una serie igualmente amplia de tests psicológicos y entre ellos había ejercicios en los que pedían a los pacientes que dibujaran imágenes de sí mismos, de su cáncer, de su tratamiento y de sus sistemas de inmunización. Los análisis de sangre proporcionaron datos sobre la enfermedad de los pacientes, pero no aportaron revelaciones importantes. No obstante, los resultados de los tests psicológicos, y de los dibujos en particular, fueron como verdaderas enciclopedias de información sobre la salud del paciente.

 

En efecto, analizando sólo los dibujos, Achterberg obtuvo un 95 por ciento de aciertos en la predicción de quién moriría en unos cuantos meses y quién vencería la enfermedad y conseguiría que empezara a remitir.

 


Juegos de baloncesto de la mente
Por increíbles que puedan ser los datos obtenidos por los investigadores mencionados anteriormente, no son sino la punta del iceberg en cuanto se refiere al control que ejerce sobre el cuerpo la mente holográfica.

 

Y las aplicaciones prácticas de ese control no se limitan estrictamente a temas de salud. Numerosos estudios realizados en todo el mundo han demostrado que las imágenes tienen también un efecto enorme en el rendimiento físico y atlético.


En un experimento reciente, el psicólogo Shlomo Breznitz, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, hizo que varios grupos de soldados israelíes caminaran cuarenta kilómetros, pero dio a cada grupo una información diferente. Unos grupos anduvieron treinta kilómetros y se les dijo entonces que les quedaban otros diez kilómetros que andar.

 

A otros les dijo que iban a hacer una marcha de sesenta kilómetros, pero en realidad solamente anduvieron cuarenta. A algunos les permitió ver los mojones que marcaban la distancia y a otros no les dio pista alguna sobre lo que habían andado. Al final del estudio, Breznitz descubrió que los niveles hormonales de cansancio reflejaban las estimaciones de los soldados y no la distancia real que habían recorrido.

 

En otras palabras: sus cuerpos no respondían a la realidad, sino a lo que ellos imaginaban que era la realidad.


Según el doctor Charles A. Garfield, antiguo investigador de la NASA y actual presidente del Performance Sciences Institute de Berkeley (California), los soviéticos han investigado exhaustivamente la relación que existe entre las imágenes y el rendimiento físico. En un estudio, se dividió un equipo de atletas soviéticos de élite en cuatro grupos.

 

El primer grupo pasó el cien por cien del tiempo de entrenamiento ejercitando el cuerpo. El segundo pasó el 75 por ciento del tiempo entrenando y el 25 visualizando los movimientos exactos y los logros que querían conseguir en el deporte. El tercero pasó el 50 por ciento entrenando y el otro 50 visualizando, y el cuarto, el 25 por ciento entrenando y el 75 visualizando.

 

Increíblemente, en los Juegos de Invierno de Lake Placid (Nueva York), de 1980, el cuarto grupo mostró la mayor mejora en su actuación, seguido por los grupos tercero, segundo y primero, en ese orden.


Garfield, que ha pasado cientos de horas entrevistando a atletas e investigadores deportivos por todo el mundo, dice que los soviéticos han introducido sofisticadas técnicas de visualización en muchos programas de entrenamiento de los atletas y que creen que las imágenes mentales actúan como precursores en el proceso de generación de impulsos neuromusculares.

 

Según Garfield, la formación de imágenes funciona porque el movimiento se graba en el cerebro según principios holográficos.

 

En su libro Rendimiento máximo: las técnicas de entrenamiento mental de los grandes campeones, declara:

«Estas imágenes son holográficas (tridimensionales) y funcionan principalmente a nivel subliminal. El mecanismo de imágenes holográfico te permite solucionar con rapidez problemas espaciales como montar una máquina compleja, idear la coreografía de un baile rutinario, u organizar imágenes visuales de obras de teatro».

El psicólogo australiano Alan Richardson ha obtenido resultados similares con jugadores de baloncesto.

 

Cogió a tres grupos de jugadores de baloncesto y probó su capacidad para hacer tiros libres. Luego, dijo al primer grupo que pasara veinte minutos al día practicando tiros libres; al segundo grupo le dijo que no practicara, y al tercero, que pasara veinte minutos al día visualizando que estaban haciendo canastas perfectas. Como era de esperar, el grupo que no hizo nada no mostró mejora alguna.

 

El primer grupo mejoró un 24 por ciento; pero el tercer grupo, gracias únicamente al poder de las imágenes, mejoró un asombroso 23 por ciento, casi tanto como el grupo que había practicado los tiros libres.

 


La falta de división entre la salud y la enfermedad
El médico Larry Dossey cree que la formación de imágenes no es la única herramienta que puede usar la mente holográfica para producir cambios en el cuerpo.

 

Otro instrumento es el mero reconocimiento de la totalidad continua que forman todas las cosas. Como observa Dossey, tenemos tendencia a contemplar la enfermedad como algo externo a nosotros. La enfermedad viene de fuera y nos asedia, perturbando nuestro bienestar. Pero si es verdad que el espacio y el tiempo y las demás cosas del universo son inseparables, entonces tampoco podemos hacer distinción entre la salud y la enfermedad.


¿Cómo podemos llevarlo a la práctica?

 

Según Dossey, a menudo mejoramos cuando dejamos de contemplar la enfermedad como algo independiente de nosotros mismos y la vemos en cambio como parte de un todo mayor, de un contexto de conducta, dieta, sueño, modelos de ejercicios y otras relaciones diversas con el mundo en general. A modo de prueba, llama la atención sobre un estudio en el que se pidió a personas que sufrían dolor de cabeza crónico que apuntaran en un diario la frecuencia y la severidad de sus dolores de cabeza.

 

Aunque al principio se pretendía que el informe fuera un primer paso para preparar a los pacientes para seguir un tratamiento, la mayoría de las personas descubrieron que cuando empezaron a llevar el diario ¡sus dolores desaparecieron!


En otro experimento citado por Dossey, se grabó en vídeo a un grupo de niños epilépticos interactuando con sus familias. Durante las sesiones se produjeron algunos momentos de intensa carga emocional que muchas veces venían seguidos de crisis epilépticas reales. Cuando los niños vieron los vídeos y la relación existente entre los momentos emocionales y sus ataques, prácticamente dejaron de tenerlos.

 

¿Por qué? Porque al llevar un diario o al contemplar una cinta de vídeo, tanto los niños como los pacientes pudieron ver su situación en el contexto más amplio de sus vidas.

 

Y cuando esto ocurre, Dossey afirma que la enfermedad deja de ser considerada como,

«una enfermedad intrusa que se origina en alguna parte fuera de mí» y se ve «como parte de un proceso de vida que puede ser descrito con precisión como un todo continuo. Cuando nos centramos en un principio de relación y unidad y nos alejamos de la fragmentación y el aislamiento, sobreviene la salud».

A juicio de Dossey, el término «paciente» es tan equívoco como la palabra «partícula».

 

Más que unidades biológicas independientes y esencialmente aisladas, somos pautas y procesos fundamentalmente dinámicos que, como ocurre con los electrones, no se pueden dividir y analizar por partes. Y, más aún: estamos conectados; conectados con las fuerzas que crean tanto la salud como la enfermedad, con las creencias de nuestra sociedad, con las actitudes de nuestros amigos, nuestra familia y nuestros médicos, con las imágenes, creencias y hasta con las palabras mismas que utilizamos para entender el universo.


En un universo holográfico, también estamos conectados con nuestros cuerpos; en páginas anteriores hemos visto algunas formas en que se manifiestan esas conexiones. Sin embargo, hay muchas otras formas, acaso infinitas.

 

Como afirma Pribram,

«si cada parte de nuestro cuerpo es realmente un reflejo del todo, entonces tiene que haber toda clase de mecanismos que controlen lo que está ocurriendo. Nada hay en firme en relación con este punto».

Dada nuestra ignorancia en la materia, en vez de preguntar cómo controla la mente el cuerpo holográfico, tal vez fuera más interesante preguntar... ¿hasta dónde llega el control? ¿Tiene alguna limitación? ¿Cuál es la limitación en caso de que la tenga?

 

Ahora vamos a dirigir la atención a esta cuestión.

 


El poder curativo de nada en absoluto
Otro fenómeno médico fascinante que nos permite vislumbrar el control de la mente sobre el cuerpo es el efecto placebo.

 

El placebo es un tratamiento médico que no realiza ninguna acción específica sobre el cuerpo, sino que se da para complacer al paciente, o bien como medio de control en un experimento a doble ciego, es decir, un estudio en el que un grupo de personas recibe un tratamiento real y otro grupo recibe un tratamiento falso.

 

En tales experimentos, ni los investigadores ni los sujetos de la prueba saben en qué grupo están, con el fin de poder evaluar con exactitud los efectos del tratamiento-real. Muchas veces se utilizan píldoras de azúcar como placebos en estudios de medicinas; también se usa una solución salina (agua destilada con sal), aunque los placebos no tienen que por qué ser siempre medicinas.

 

Mucha gente cree que los beneficios médicos derivados de cristales, brazaletes de cobre y otros remedios no tradicionales se deben también al efecto placebo.


Hasta la cirugía se ha utilizado como placebo. En la década de 1950, la cirugía era el tratamiento habitual para la angina de pecho, un dolor recurrente en el pecho y en el brazo izquierdo provocado por la disminución del riego sanguíneo en el corazón. Posteriormente, unos médicos resolutivos decidieron hacer un experimento y, en vez de hacer la cirugía acostumbrada que consistía en ligar la arteria mamaria, abrían a los pacientes y después les cosían sin más.

 

Los pacientes sometidos al simulacro de cirugía dijeron que sentían tanto alivio como los que habían sufrido la operación quirúrgica completa. El resultado era que la cirugía completa sólo estaba produciendo un efecto placebo. No obstante, el éxito de la cirugía de pega indica que tenemos la capacidad de controlar la angina de pecho en alguna parte dentro de nosotros.


Y eso no es todo.

 

En la última mitad del siglo veinte, se llevó a cabo una investigación exhaustiva sobre el efecto placebo en centenares de estudios distintos realizados en todo el mundo. Sabemos que de todas las personas a las que se suministra un placebo determinado, en un 35 por ciento de media producirá un efecto significativo, aunque la cifra puede variar mucho de una situación a otra.

 

Entre las dolencias que han respondido al efecto placebo, además de la angina de pecho, cabe citar la migraña, la fiebre, las alergias, el catarro común, el acné, el asma, las verrugas, dolores de varios tipos, las náuseas y mareos, las úlceras pépticas, síndromes psiquiátricos como la depresión y la ansiedad, la artritis reumatoide y degenerativa, la diabetes, el malestar producido por la radioterapia, la enfermedad de Parkinson, la esclerosis múltiple y el cáncer.


Es obvio que entre ellas figuran desde enfermedades que no son serias hasta las que ponen la vida en peligro; pero el efecto placebo puede implicar cambios fisiológicos casi milagrosos hasta en las afecciones más leves.

 

Tomemos por ejemplo la verruga simple.

 

La verruga es un pequeño crecimiento tumoral en la piel provocado por un virus. Es extraordinariamente fácil de curar utilizando placebos, como demuestra el número casi infinito de rituales populares utilizados en diversas culturas para librarse de las verrugas, siendo el propio ritual un tipo de placebo. Lewis Thomas, presidente emérito del Memorial Sloan-Kettering Cáncer Center de Nueva York, habla de un médico que solía librar a sus pacientes de las verrugas limitándose a aplicar sobre ellas un tinte púrpura inofensivo.

 

Thomas cree que explicar ese pequeño milagro diciendo que no es más que la mente inconsciente en funcionamiento, no hace justicia al efecto placebo.

 

Como él dice,

«si mi inconsciente es capaz de descubrir cómo manipular los mecanismos necesarios para esquivar ese virus y para desplegar todas las diversas células en el orden correcto para rechazar el tejido, entonces lo único que tengo que decir es que mi inconsciente está mucho más adelantado que yo».

Asimismo, varía mucho la eficacia del placebo en una circunstancia dada.

 

En nueve estudios a doble ciego realizados para comparar placebos con la aspirina, se demostró que los placebos eran igual de eficaces que el analgésico real. Según esto, se podría esperar que fueran menos efectivos si se comparan con un analgésico mucho más fuerte, como la morfina, y sin embargo no es así. En seis estudios a doble ciego se descubrió que los placebos fueron ¡tan eficaces para aliviar el dolor como la morfina en un 56 por ciento de los casos!


¿Por qué? Un factor que puede influir en la eficacia del placebo es el método con el que se suministre.

 

En general se estima que las inyecciones son más potentes que las píldoras, de ahí que si se da un placebo en forma de inyección, su eficacia puede aumentar. De manera similar, muchas veces se considera que las cápsulas son más eficaces que las pastillas y hasta el tamaño, el color y la forma de una píldora pueden desempeñar un papel.

 

En un estudio concebido para determinar el valor de sugestión del color de una píldora, se descubrió que la gente tiende a creer que las píldoras amarillas o naranjas actúan sobre el estado de ánimo y o bien estimulan o bien deprimen. Se supone que las píldoras de color rojo oscuro son sedantes, las de color lavanda, alucinógenos, y las blancas, calmantes.


Otro factor es la actitud que transmite el médico cuando receta el placebo.

 

El doctor David Sobel, un especialista en placebos del Kaiser Hospital de California, cuenta la historia de un médico que trataba a un paciente de asma que lo estaba pasando especialmente mal tratando de mantener abiertos los bronquios. El médico pidió una muestra de una nueva medicina muy potente a una compañía farmacéutica y se la dio al hombre.

 

En unos minutos, el paciente mostró una mejora espectacular y empezó a respirar con más facilidad. Sin embargo, cuando tuvo el siguiente ataque, el médico decidió ver qué pasaría si le diera un placebo. Esa vez, el hombre se quejaba de que tenía que haber un error con lo que le había recetado el médico porque no le eliminaba completamente la dificultad respiratoria.

 

Aquello convenció al médico de que la medicina de muestra era realmente una nueva medicina muy potente para el asma, hasta que recibió una carta de la compañía farmacéutica en la que le informaban de que ¡en lugar de la nueva medicina, le habían enviado un placebo por error!

 

Aparentemente, lo que explica la diferencia fue el entusiasmo inconsciente del médico por el primer placebo y no por el segundo.


En términos del modelo holográfico, se puede explicar la extraordinaria respuesta de aquel hombre a la medicación placebo para el asma por la incapacidad última de la mente/el cuerpo para distinguir entre la realidad imaginada y la real. El hombre creía que le habían dado una medicina nueva y potente para el asma y esa creencia produjo un efecto fisiológico en sus pulmones tan espectacular como si le hubieran dado una medicina auténtica.

 

La advertencia de Achterberg de que los hologramas neuronales que influyen en nuestra salud son variados y polifacéticos se ve reforzada asimismo por el hecho de que incluso algo tan sutil como una ligera diferencia en la actitud del médico (y quizá en el lenguaje corporal) mientras administraba los dos placebos bastó para hacer que uno funcionara y que el otro fallara.

 

De ahí se puede deducir que hasta la información que recibimos de manera subliminal puede tener una gran participación en las creencias e imágenes mentales que influyen en nuestra salud.

 

Uno se pregunta cuántas medicinas han funcionado o han dejado de funcionar por la actitud que el médico transmitía mientras las administraba.

 


Tumores que se derriten como bolas de nieve sobre una estufa caliente
Es importante entender el papel que juegan esos factores en la eficacia de los placebos, porque muestra cómo configuran nuestras creencias nuestra capacidad para controlar el cuerpo holográfico.

 

La mente tiene poder para librarnos de las verrugas, para aclararnos los bronquios y para remedar la capacidad de la morfina para mitigar el dolor, pero como no somos conscientes de que tenemos ese poder, tenemos que estar engañados para usarlo. Esto podría resultar hasta cómico si no fuera por las tragedias que desencadena con frecuencia el desconocimiento de nuestro propio poder.


Nada podría ser más ilustrativo al respecto que un incidente, hoy famoso, que contaba el psicólogo Bruno Klopfer. Klopfer estaba tratando a un hombre llamado Wright de un cáncer avanzado en los nódulos linfáticos. Habían agotado hasta el final todos los tratamientos habituales y parecía que a Wright le quedaba poco tiempo. Tenía el cuello, las axilas, el pecho, el abdomen y las ingles llenos de tumores del tamaño de naranjas, y el bazo y el hígado se le habían agrandado tanto que todos los días había que sacarle del pecho casi dos litros de un líquido lechoso.


Pero Wright no quería morir. Se enteró de que había una medicina nueva y asombrosa, llamada Krebiozen, y le pidió a su medico que le dejara intentarlo.

 

El médico se negó al principio porque la medicina sólo se había experimentado en pacientes con una esperanza de vida de tres meses por lo menos. Pero Wright se lo suplicaba tan insistentemente que al final el médico cedió. Le puso una inyección de Krebiozen un viernes, aunque en su fuero interno no esperaba que Wright durase el fin de semana. Luego se fue a casa.


Al lunes siguiente, le sorprendió encontrar a Wright levantado de la cama y paseando. Klopfer le contó que sus tumores se habían «derretido como bolas de nieve sobre una estufa caliente» y que tenían la mitad del tamaño original.

 

Era una disminución de tamaño mucho más rápida que la que se podría haber conseguido incluso con la radioterapia más fuerte. Diez días después de la primera inyección de Krebiozen, Wright dejó el hospital y, por lo que podían decir los médicos al menos, se había librado del cáncer. Cuando ingresó en el hospital necesitaba una mascarilla de oxígeno para respirar, cuando salió, estaba lo bastante bien como para volar en su propio avión a doce mil pies de altura sin sentir malestar alguno.


Wright siguió estando bien durante un par de meses aproximadamente, pero entonces empezaron a aparecer artículos afirmando que el Krebiozen no hacía efecto en el cáncer de nódulos del sistema linfático. Wright, que tenía una forma de pensar estrictamente lógica y científica, se deprimió mucho, sufrió una recaída y reingresó en el hospital.

 

Esa vez, el médico decidió intentar un experimento. Le dijo a Wright que el Krebiozen era tan eficaz como parecía, pero que algunas de las remesas iniciales de la medicina se habían deteriorado durante el transporte. Le explicó, no obstante, que tenía una versión nueva de la medicina, muy concentrada, y que podía tratarle con ella.

 

Por supuesto que el médico no tenía una versión nueva de la medicina y lo que se proponía era inyectarle a Wright agua pura. Para crear el clima apropiado creó incluso un procedimiento elaborado antes de inyectarle el placebo.


Nuevamente los resultados fueron espectaculares. Las masas tumorales se derritieron, el fluido del pecho desapareció y Wright no tardó en estar otra vez en pie sintiéndose estupendamente. Estuvo sin síntomas durante otros dos meses, pero entonces la American Medical Association anunció que, en un estudio sobre el Krebiozen realizado en todo el país, se había descubierto que la medicina era totalmente inútil en el tratamiento del cáncer. Aquella vez, la fe de Wright se hizo añicos.

 

El cáncer resurgió otra vez y Wright murió dos días después.


La historia de Wright es una historia trágica, pero tiene un mensaje poderoso: cuando somos lo bastante afortunados como para evitar la incredulidad y utilizar las fuerzas curativas que hay en nuestro interior, podemos hacer que los tumores desaparezcan en una noche.


En el caso del Krebiozen, sólo había una persona implicada, pero hay casos similares en los que existe mucha más gente involucrada. Veamos lo que pasó con una sustancia utilizada en quimioterapia llamada cisplatino. Cuando estuvo disponible por primera vez, se promocionó también como una medicina milagrosa y el 75 por ciento de la gente que la tomó se benefició del tratamiento.

 

No obstante, cuando pasó la ola del entusiasmo inicial y su uso se hizo más rutinario, la proporción de eficacia bajó hasta un 25 o un 30 por ciento.

 

Aparentemente, la mayor parte del beneficio obtenido con el cisplatino fue consecuencia del efecto placebo.

 


¿Funciona realmente alguna medicina?
Estas anécdotas plantean una cuestión importante.

 

Si medicinas como el Krebiozen y el cisplatino funcionan cuando creemos en ellas y dejan de funcionar cuando dejamos de creer en ellas, ¿qué implica esto sobre la naturaleza de las medicinas en general? Es una pregunta difícil de contestar, pero tenemos algunas pistas.

 

Por ejemplo, Herbert Benson, médico de la Facultad de Medicina de Harvard, señala que la gran mayoría de los tratamientos recetados antes del siglo XX era inútil, desde el sangrado con sanguijuelas hasta el consumo de sangre de lagarto, pero que sin duda sirvieron de ayuda al menos durante algún tiempo, debido al efecto placebo.


Benson, junto con el doctor David P. McCallie jr., del Laboratorio Thorndike de Harvard, ha analizado estudios de diversos tratamientos prescritos durante años para la angina de pecho y ha descubierto que, aunque fueron remedios transitorios, la proporción de éxitos fue siempre alta, incluso en tratamientos que hoy en día están desacreditados.

 

Estas dos observaciones ponen de manifiesto que el efecto placebo ha jugado un papel importante en la medicina en el pasado, pero ¿lo sigue jugando en la actualidad? La respuesta es sí, al parecer. La Federal Office of Technology Assessment estima que no se ha hecho un examen científico riguroso a más del 75 por ciento de los tratamientos médicos reales, cifra que sugiere que quizá los médicos sigan suministrando placebos sin saberlo (Benson, por lo pronto, cree que, como mínimo, muchos medicamentos que no requieren receta médica actúan principalmente como placebos).


En función de los datos que hemos visto hasta el momento, casi deberíamos preguntarnos si todas las medicinas son placebos o no. Evidentemente la respuesta es que no. Muchas medicinas son eficaces creamos en ellas o no: la vitamina C libra del escorbuto y la insulina mejora a los diabéticos aun cuando sean escépticos. Pero el asunto no es tan claro como parece.

 

Consideremos lo siguiente.


En un experimento de 1962, los doctores Harriet Linton y Robert Langs dijeron a los sujetos del mismo que iban a participar en un estudio sobre los efectos del LSD, pero les dieron un placebo en vez de LSD. Sin embargo, media hora después de tomarlo empezaron a experimentar los clásicos síntomas de la droga real, pérdida de control, supuesta revelación del significado de la existencia y demás. Aquellos «viajes placebo» duraron varias horas.


Unos cuantos años después, en 1966, el psicólogo de Harvard Richard Alpert viajó a Oriente en busca de hombres santos que pudieran revelarle alguna cosa sobre la experiencia con el LSD. Encontró a varios que estaban dispuestos a probar la droga y, curiosamente, obtuvo diversas reacciones. Un experto le dijo que era buena, pero no tanto como la meditación. Otro, un lama tibetano, se quejó de que sólo le había producido dolor de cabeza.


Pero la reacción que le fascinó fue la de un santo hombrecito arrugado, en las laderas del Himalaya. Como tenía más de 60 años, el primer impulso de Alpert fue darle una dosis suave de entre 50 y 75 miligramos. Pero el hombre mostraba mucho más interés por una de las píldoras de 305 miligramos que Alpert había llevado consigo, una dosis relativamente alta.

 

Alpert le dio a regañadientes una de aquellas píldoras, pero el hombre no se quedó satisfecho. Con un guiño, le pidió otra y luego otra más, y se colocó 915 miligramos de LSD sobre la lengua y se los tragó. Era una dosis masiva desde cualquier parámetro (como dato para comparar, podemos decir que la dosis que utilizaba Grof en sus estudios era, por termino medio, de unos 200 miligramos).


Alpert, horrorizado, le observaba atentamente, esperando que empezara a agitar los brazos y a gritar como una banshee ; pero el hombre se comportaba como si nada hubiera pasado. Siguió así durante el resto del día, con una conducta tan serena e imperturbable como siempre, salvo por las miradas risueñas que lanzaba a Alpert de vez en cuando. Aparentemente, el LSD le hacía muy poco efecto o ninguno.

 

A Alpert le emocionó tanto la experiencia que dejó el LSD, cambió su nombre por el de Ram Dass y se convirtió al misticismo.


Así pues, tomar un placebo bien puede producir el mismo efecto que tomar la droga real, y tomar la droga real podría no producir efecto alguno. Es un mundo al revés que se ha demostrado también en experimentos con anfetaminas. En un estudio, se metieron diez individuos en dos habitaciones. En la primera habitación, administraron una anfetamina estimulante a nueve de ellos y al décimo le dieron un barbitúrico que producía sueño. En la segunda habitación se invirtió la situación.

 

En ambos casos, la persona singularizada se comportó exactamente igual que sus compañeros. En la primera habitación, la única persona que había tomado el barbitúrico, en vez de quedarse dormida, se animó y se aceleró y, en la segunda habitación, el único que había tomado la anfetamina se quedó dormido.

 

También hay un caso registrado de un hombre adicto al estimulante Ritalin, cuya adicción se transfirió después al placebo. En otras palabras: su médico consiguió evitarle todos los efectos desagradables que conlleva la retirada del Ritalin, reemplazando en secreto el medicamento prescrito por píldoras de azúcar.

 

Desgraciadamente, ¡el hombre pasó a mostrar adicción al placebo!


Estos hechos no se limitan a situaciones acaecidas en experimentos. Los placebos desempeñan también un papel en nuestras vidas cotidianas. La cafeína ¿te mantiene despierto por la noche? Alguna investigación ha mostrado que ni siquiera una inyección de cafeína mantendría despierta a una persona sensible a la cafeína si creyera que le están administrando un sedante.

 

¿Alguna vez te ha ayudado un antibiótico a superar un catarro o un dolor de garganta?

 

En caso afirmativo, estabas experimentando un efecto placebo. Los catarros los causan los virus, al igual que los diversos tipos de dolor de garganta, y los antibióticos sólo son eficaces contra las infecciones bacterianas y no contra las infecciones víricas. ¿Has experimentado alguna vez un efecto secundario después de tomar un medicamento?

 

En un estudio sobre un sedante llamado mefenesina se descubrió que entre un 10 y un 20 por ciento de los sujetos de la prueba experimentaron efectos secundarios negativos - como náuseas, sarpullidos y palpitaciones - con independencia de que hubieran tomado la medicina real o un placebo. De manera similar, en un estudio reciente sobre un nuevo tipo de quimioterapia, perdió el pelo el 30 por ciento de las personas que estaban en el grupo de control, cuyos miembros recibieron el placebo.

 

Así que si conoces a alguien que esté recibiendo tratamiento de quimioterapia, dile que intente ser optimista en sus expectativas. La mente es una cosa poderosa.


Además de ofrecernos un destello del poder de la mente, los placebos sustentan también un enfoque holográfico de la relación mente/cuerpo.

 

Como observa la nutricionista y columnista Jane Brody en un artículo en The New York Times,

«la eficacia de los placebos da un apoyo espectacular a la visión "holística" del organismo humano, una visión que está recibiendo cada vez más atención por parte de la investigación médica.


Esa visión sostiene que la mente y el cuerpo interactúan continuamente y están tan inextricablemente unidos que no se pueden tratar como entidades independientes».

El efecto placebo puede estar afectándonos de muchas más maneras de lo que pensamos, como demostró hace poco un misterio médico extraordinariamente sorprendente.

 

Sin duda habrás oído hablar acerca de la capacidad de la aspirina para disminuir el riesgo de un ataque al corazón; hay una gran cantidad de indicios convincentes que sostienen esa idea. Todo esto está muy bien y es bueno. El único problema es que, según parece, la aspirina no tiene el mismo efecto en las personas que viven en Inglaterra.

 

Un estudio de seis años de duración en el que participaron 5.139 médicos reveló que no existían pruebas de que la aspirina redujera el riesgo de un ataque al corazón. ¿Hay un fallo en alguna investigación? ¿O quizá hay que echar la culpa a algún tipo de efecto placebo masivo? Sea como fuere, no dejes de creer en los efectos preventivos de la aspirina.

 

Todavía te puede salvar la vida.

 


Las repercusiones en la salud de la personalidad múltiple
Otra enfermedad que ejemplifica gráficamente el poder de la mente para afectar al cuerpo es el desorden de personalidad múltiple (DPM).

 

Además de tener diferentes patrones de ondas cerebrales, las distintas personalidades de un múltiple presentan características psicológicas muy distintas. Cada personalidad tiene su propio nombre y su propia edad, así como sus propios recuerdos y habilidades. A menudo cada una tiene también su propia caligrafía, un género declarado, una formación cultural y una raza propias, y difieren también sus dotes artísticas, la fluidez en un idioma extranjero y el cociente intelectual.


Aún más dignos de resaltar son los cambios biológicos que tienen lugar en el cuerpo de un múltiple cuando cambia de personalidad. Cuando se impone una personalidad, desaparece misteriosamente una dolencia médica de otra personalidad.

 

El doctor Bennett Braun, de la International Society for the Study of Multiple Personality de Chicago, ha documentado un caso en el que todas las personalidades de un paciente, salvo una, eran alérgicas al zumo de naranja. Si el hombre bebía zumo de naranja cuando el control lo tenía una de sus personalidades alérgicas, le salía una erupción tremenda. Pero si cambiaba a su personalidad no alérgica, la erupción empezaba a desaparecer instantáneamente y podía beber zumo de naranja a placer.


La doctora Francine Howland, psiquiatra de la Universidad de Yale especializada en el tratamiento de la personalidad múltiple, relata un incidente más asombroso aún sobre la reacción de un múltiple a una picadura de avispa. En la ocasión en cuestión, el hombre asistió a su cita programada con la doctora Howland, con el ojo hinchado y completamente cerrado porque le había picado una avispa. Ella pensó que necesitaba atención médica y llamó a un oftalmólogo.

 

Desgraciadamente, el oftalmólogo no podía ver al hombre hasta una hora más tarde, pero como éste tenía un dolor intenso, la psiquiatra decidió intentar algo. Resultó que una de las personalidades alternativas de aquel hombre era «anestésica», que no sentía dolor en absoluto.

 

Ella hizo que la personalidad anestésica tomara el control del cuerpo y el dolor cesó. Pero pasó algo más. Cuando el hombre llegó a su cita con el oftalmólogo, la hinchazón había desaparecido y el ojo había recobrado su aspecto normal. El oftalmólogo, al ver que no necesitaba tratamiento, le mandó a su casa.


No obstante, al cabo de un rato, la personalidad anestésica abandonó el control del cuerpo y regresó su personalidad original, junto con todo el dolor y la hinchazón causados por la picadura de la avispa. Al día siguiente, el hombre volvió al oftalmólogo para que por fin le tratara. Ni la doctora Howland ni el paciente le habían dicho al oftalmólogo que el hombre tenía personalidad múltiple.

 

El oftalmólogo, después de tratar al paciente, llamó por teléfono a la doctora Howland:

«Pensaba que el tiempo le estaba jugando una mala pasada».

La psiquiatra se rió.

«Sólo quería asegurarse de que yo le había llamado realmente el día anterior y que no eran imaginaciones suyas».

Las alergias no es lo único que los múltiples pueden activar y desactivar. Si quedaba alguna duda sobre el control del inconsciente sobre los efectos de las medicinas, la disiparán las prodigiosas dotes farmacológicas que presentan los individuos con personalidad múltiple. Al cambiar de personalidad, un múltiple borracho puede volverse sobrio al instante.

 

Además, las diversas personalidades responden de manera diferente a medicinas diferentes. Braun relata un caso en el que 5 miligramos de un tranquilizante, Diazepam, sedaron a una personalidad, mientras que 100 miligramos hicieron poco efecto o ninguno en otra.


Muchas veces una o varias personalidades son niños, y cuando se da una medicina a una personalidad adulta y luego toma el control la personalidad del niño, la dosis de adulto puede ser demasiado fuerte para el niño y el resultado es una sobredosis. También es difícil anestesiar a algunos múltiples; hay informes de múltiples que se han despertado en la mesa de operaciones cuando toma el control una de sus personalidades «inanestesiables».


Entre otros trastornos que pueden variar de una personalidad a otra figuran las cicatrices, las quemaduras, los quistes, así como el ser zurdo o diestro.

 

También puede ser distinta la agudeza visual, algunos múltiples tienen que llevar dos o tres pares de gafas diferentes para que se adapten a sus personalidades alternantes. Una personalidad puede ser daltónica y otra no y hasta puede cambiar el color de los ojos. Hay casos de mujeres que tienen dos o tres periodos menstruales al mes porque cada una de sus personalidades tiene su propio ciclo.

 

La logopeda Christy Ludlow ha averiguado que el tipo de voz de cada una de las personalidades de los múltiples es diferente, una hazaña que requiere un cambio psicológico muy profundo, pues ni siquiera el actor más hábil puede modificar su voz lo bastante como para disfrazarla. Un múltiple que ingresó en un hospital por diabetes dejó desconcertados a sus médicos porque no mostraba ningún síntoma cuando tomaba el control una de sus personalidades no diabéticas.

 

Hay informes de epilepsias que aparecen y desaparecen con los cambios de personalidad, y el psicólogo Robert A. Phillips Jr. cuenta que incluso pueden aparecer y desaparecer tumores (aunque no especifica qué clase de tumores).


Los múltiples también tienden a curarse antes que las personas normales. Por ejemplo, hay varios casos registrados de curaciones extraordinariamente rápidas de quemaduras de tercer grado. Y lo más espeluznante de todo: al menos una investigadora - la doctora Cornelia Wilbur, la terapeuta cuyo tratamiento pionero a Sybil Dorsett fue descrito en el libro Sybil - está convencida de que los múltiples no envejecen tan deprisa como las demás personas.


¿Cómo pueden ocurrir todas estas cosas? En un simposio sobre el síndrome de la personalidad múltiple, una múltiple llamada Cassandra ofreció una posible respuesta.

 

Cassandra atribuye su capacidad para curarse rápidamente tanto a las técnicas de visualización que practica como a algo que denomina «procesamiento paralelo».

 

Según explica, sus personalidades alternativas son conscientes incluso cuando no tienen el control de su cuerpo. Ello le permite «pensar» en multitud de canales distintos a la vez, hacer cosas como trabajar simultáneamente en varios periódicos de distinta periodicidad e incluso «dormir» mientras otras personalidades le preparan la cena y limpian la casa.


De ahí que, mientras que la gente normal hace ejercicios de visualización de imágenes curativas dos o tres veces al día, Cassandra practica día y noche.

 

Tiene incluso una personalidad llamada Celese que tiene conocimientos sólidos de anatomía y fisiología y cuya sola función consiste en pasar veinticuatro horas al día meditando y visualizando el bienestar de su cuerpo. Según ella, esa dedicación a su salud a tiempo completo le da una ventaja sobre la gente normal. Otros múltiples han reivindicado cosas parecidas.


Atribuimos demasiada importancia al carácter inevitable de las cosas. Si tenemos la vista mal, creemos que tendremos la vista mal de por vida, y si padecemos diabetes, no pensamos ni por un momento que la enfermedad podría desaparecer con un cambio de estado de ánimo o de forma de pensar. Pero el fenómeno de la personalidad múltiple pone esas creencias en tela de juicio y ofrece pruebas de lo mucho que nuestro estado de ánimo puede afectar al cuerpo fisiológicamente.

 

Si la psique de un individuo con un desorden de personalidad múltiple es una especie de holograma de imágenes múltiples, al parecer el cuerpo también lo es y puede cambiar de una situación fisiológica a otra con la misma rapidez con que se barajan las cartas.


Los sistemas de control que tienen que funcionar para explicar todas esas aptitudes son inconcebibles y hacen desmerecer nuestra capacidad de deshacernos de una verruga. La reacción alérgica a una picadura de avispa es un proceso complejo y polifacético que entraña la acción organizada de los anticuerpos, la producción de histamina, la dilatación y rotura de vasos sanguíneos, una descarga excesiva de sustancias inmunitarias, etcétera.

 

¿Qué vías de influencia desconocidas permiten que la mente de un múltiple paralice todos esos procesos de repente? O ¿qué les permite suspender los efectos del alcohol y de otras drogas en la sangre o hacer que la diabetes aparezca y desaparezca?

 

De momento no lo sabemos y debemos consolarnos con un simple hecho: una vez que el múltiple ha seguido una terapia y ha vuelto a ser una totalidad en cierto modo, todavía puede seguir cambiando de personalidad a su antojo. Esto sugiere que en algún lugar de nuestra psique todos tenemos la capacidad de controlar esas cosas.

 

Y, no obstante, eso no es todo lo que podemos hacer.

 


Embarazo, trasplantes de órganos y utilización del nivel genético
Como hemos visto ya, las simples creencias cotidianas también pueden causar un poderoso efecto en el cuerpo.

 

Naturalmente, la mayoría de nosotros carece de la disciplina mental necesaria para controlar totalmente nuestras creencias (y por eso los médicos tienen que utilizar placebos para engañarnos y conseguir así que aprovechemos las fuerzas curativas que tenemos dentro de nosotros).

 

Para recuperar el control, primero tenemos que entender los distintos tipos de creencias que pueden afectarnos, porque también ellas pueden proporcionar una perspectiva única de la flexibilidad de la relación cuerpo/mente.

 


Creencias culturales
Un tipo de creencia es el que nos impone la sociedad en que vivimos.

 

Por ejemplo, los habitantes de las islas Trobriand mantienen libremente relaciones sexuales antes del matrimonio, pero está muy mal visto el embarazo prematrimonial. No utilizan anticonceptivos de ningún tipo y rara vez recurren al aborto, por no decir nunca. Con todo, el embarazo antes del matrimonio es prácticamente desconocido. Esto sugiere que, dadas sus creencias culturales, las mujeres solteras se impiden inconscientemente a sí mismas quedarse embarazadas.

 

Hay indicios de que puede estar pasando algo similar en nuestra propia civilización. Casi todo el mundo conoce a una pareja que ha estado años intentando tener un hijo infructuosamente. Al final adoptan un niño y poco después la mujer se queda embarazada. Esto indica entonces que el tener un hijo posibilitó finalmente que la mujer y/o el hombre superara algún tipo de inhibición que estaba bloqueando los efectos de su fertilidad.


También pueden afectarnos sobremanera los temores que compartimos con otros miembros de nuestra civilización. En el siglo XIX, la tuberculosis mataba a miles y miles de personas, pero, desde el decenio de 1880, la tasa de mortalidad empezó a caer en picado.

 

¿Por qué? Antes de esa década, nadie sabía cuál era la causa de la tuberculosis, lo cual le daba un aura de misterio aterrador.

 

Pero en 1882, el doctor Robert Koch hizo el descubrimiento trascendental de que la causa de la tuberculosis era una bacteria. Una vez que esa información llegó al público en general, la tasa de mortalidad descendió de 600 por 100.000 a 200 por 100.000, a pesar de que todavía faltaba casi medio siglo para que se encontrara un tratamiento médico eficaz.


Aparentemente, el miedo también ha sido un factor importante en la proporción de éxitos obtenidos en los trasplantes de órganos. En la década de 1950, los trasplantes de riñones eran sólo una posibilidad fascinante. Entonces, un médico en Chicago hizo lo que parecía un trasplante exitoso. Publicó sus conclusiones y poco después se hicieron otros trasplantes en todo el mundo. Luego falló el primer trasplante. De hecho, el médico descubrió que en realidad el riñón había sido rechazado desde el principio.

 

Pero no importaba. Siempre que los receptores de los trasplantes creyeran que podían sobrevivir, lo hacían, y la proporción de éxitos aumentó muy por encima de cualquier expectativa.

 


Creencias que encarnamos en nuestras actitudes
Las creencias también se manifiestan en nuestras vidas a través de las actitudes.

 

Hay estudios que han demostrado que la actitud de una madre embarazada con respecto a su bebé, y al embarazo en general, tiene una relación directa con las complicaciones que tendrá durante el parto, así como con los problemas médicos que tendrá su hijo después de nacer. En efecto, en la pasada década, hubo una avalancha de estudios demostrando los efectos de nuestras actitudes en un sinfín de dolencias médicas.

 

Las personas que obtuvieron las puntuaciones más altas en las pruebas concebidas para medir la hostilidad y la agresión tienen siete veces más posibilidades de morir a causa problemas de corazón que las que obtuvieron puntuaciones bajas. Las mujeres casadas tienen sistemas inmunitarios más potentes que las mujeres separadas o divorciadas, y las mujeres felizmente casadas poseen sistemas inmunitarios más potentes todavía.

 

Las personas con sida que muestran un espíritu luchador viven más tiempo que los individuos infectados con sida que tienen una actitud pasiva. La gente con cáncer también vive más tiempo si mantiene un espíritu luchador. Los pesimistas cogen más catarros que los optimistas.

 

El estrés disminuye la respuesta inmunitaria ; la incidencia de la enfermedad aumenta en quienes han perdido a su cónyuge, etcétera, etcétera, etcétera.

 


Creencias que expresamos mediante el poder de la voluntad
Los tipos de creencia que hemos examinado hasta ahora pueden considerarse mayormente creencias pasivas, creencias que permitimos que nos imponga la civilización o nuestros pensamientos en estado normal.

 

Por otra parte, la creencia consciente en forma de una voluntad inflexible e inquebrantable se puede utilizar para conformar y controlar el cuerpo holográfico. En la década de 1970, Jack Schwarz, escritor y conferenciante nacido en Holanda, dejó boquiabiertos a los investigadores de los laboratorios americanos, de una punta a otra de Estados Unidos, con su capacidad para controlar deliberadamente los procesos biológicos internos de su cuerpo.


En estudios realizados en la Fundación Menninger, en el Instituto neuropsiquiátrico Langley Porter de la Universidad de California y en otros lugares, Schwarz asombró a los médicos atravesándose los brazos con agujas gigantescas de las que utilizan los fabricantes de velas, de más de quince centímetros, sin sangrar, sin arredrarse y sin producir ondas cerebrales beta (el tipo de ondas cerebrales que produce normalmente una persona cuando siente dolor).

 

Cuando le quitaron las agujas, seguía sin sangrar y los agujeros de los pinchazos se le cerraron bien. Además, Schwarz alteraba a voluntad el ritmo de las ondas cerebrales, se ponía cigarrillos encendidos contra la carne sin hacerse daño y hasta soportaba carbón en ascuas en las manos.

 

Afirmaba que adquirió esas habilidades mientras estuvo en un campo de concentración nazi y tuvo que aprender a controlar el dolor para resistir los terribles golpes que tuvo que soportar. Cree que cualquiera puede aprender a controlar el cuerpo voluntariamente y asumir así la responsabilidad de su propia salud.


Extrañamente, en 1947 apareció otro holandés que mostraba aptitudes similares. Se llamaba Mirin Dajo y dejaba perplejos a los espectadores que acudían a sus representaciones públicas en el teatro Corso de Zurich. De forma que pudiera verlo todo el mundo, hacía que un ayudante le atravesara completamente el cuerpo con un florete, perforando claramente órganos vitales pero sin causarle daño ni dolor algunos.

 

Al igual que Schwarz, tampoco sangraba cuando se le extraía el florete, y una leve línea roja era la única marca, que señalaba el punto por el que había entrado y salido.


Su actuación provocó tales reacciones nerviosas, que al final un espectador sufrió un ataque al corazón y a Dajo se le prohibió legalmente actuar en público. Pero un médico suizo llamado Hans Naegeli-Osjord oyó hablar de sus supuestas habilidades y le preguntó si podía someterle a un examen científico. Dajo accedió y el 31 de mayo de 1947 ingresó en un hospital de Zurich.

 

Además del doctor Hans Naegeli-Osjord, estaban presentes el doctor Werner Brunner, jefe de cirugía del hospital, así como otros muchos médicos, estudiantes y periodistas. Dajo se desnudó el pecho y se concentró, y después hizo que su ayudante le hundiera el florete en el cuerpo, de modo que pudiera verlo toda la concurrencia.


Como siempre, no manó sangre y Dajo permaneció completamente inalterable. Pero él era el único que sonreía. El resto de la multitud se había quedado estupefacta. Con arreglo a lo que corresponde, los órganos vitales de Dajo deberían haber sufrido daños severos, por lo que su buena salud aparente era demasiado para que pudieran soportarlo los médicos.

 

Llenos de incredulidad, le preguntaron si se sometería a los rayos X. Él accedió y sin esfuerzo aparente por su parte les acompañó escaleras arriba a la sala de rayos X, con el abdomen atravesado aún por el florete. Le hicieron radiografías y el resultado era innegable: Dajo estaba atravesado de verdad. Finalmente, a los veinte minutos cumplidos de que le clavaran el florete, se lo extrajeron dejando sólo dos leves cicatrices.

 

Posteriormente, varios científicos de Basilea le hicieron unas pruebas e incluso dejó que los propios doctores le atravesaran con el florete. Más tarde, el doctor Naegeli-Osjord relató el caso detalladamente al físico alemán Alfred Stelter, y éste lo cuenta en su libro Curación Psi.


Tales proezas tan por encima de lo normal no son exclusivas de los holandeses. En los años sesenta, Gilbert Grosvenor, presidente de la National Geographic Society, su esposa, Donna, y un equipo de fotógrafos de la Sociedad, viajaron a un pueblo de Ceilán para contemplar los supuestos milagros de un taumaturgo local llamado Mohotty.

 

Al parecer, cuando era pequeño, Mohotty rezó a una divinidad ceilandesa llamada Kataragama y le dijo que si libraba a su padre de una acusación de asesinato, él, Mohotty, todos los años haría penitencia en honor de Kataragama. El padre de Mohotty fue liberado y el hijo, fiel a su palabra, hacía su penitencia todos los años.


Ésta consistía en caminar sobre carbón en ascuas, atravesar fuego, clavarse espetones en las mejillas, introducirse espetones en los brazos desde los hombros hasta las muñecas e insertarse profundamente grandes ganchos en la espalda para luego arrastrar por el patio una especie de trineo enorme que estaba atado con cuerdas a los ganchos. Como contaban posteriormente los Grosvenor, los ganchos tiraban de la carne de la espalda de Mohotty tensándola mucho, pero, nuevamente, no había señales de sangre.

 

Cuando Mohotty terminó y le quitaron los ganchos, ni siquiera había rastro de heridas. El equipo fotografió aquella estremecedora exhibición y publicó las fotografías y un relato del episodio en el ejemplar de abril de 1966 del National Geographic.


En 1967, la revista Scientific American publicó un reportaje sobre un ritual anual similar que tenía lugar en la India. En aquel caso, la comunidad local elegía cada año a una persona diferente y, tras una larguísima ceremonia, clavaban en la espalda de la víctima dos ganchos lo bastante grandes como para colgar medio buey de ellos.

 

Tras pasar unas cuerdas por los ganchos, las ataron a las varas de un carro de bueyes y luego la víctima caminaba por los campos trazando arcos inmensos, como ofrenda sacramental a los dioses de la fertilidad.

 

Cuando le quitaron los ganchos, la víctima estaba ilesa, no había sangre y prácticamente ni siquiera tenía señales de los pinchazos en la carne.

 


Creencias inconscientes
Como hemos visto anteriormente, si no somos lo bastante afortunados como para tener el autodominio de Dajo o de Mohotty, podemos acceder a la fuerza sanadora que tenemos dentro de nosotros de otra manera: evitando la gruesa coraza de la duda y el escepticismo que existe en la mente consciente.

 

Una forma de conseguirlo es ser engañados con un placebo. La hipnosis es otra. Un buen hipnotizador - como el cirujano que llega hasta un órgano interno y altera la situación en que se encuentra - puede también llegar hasta la psique y ayudarnos a cambiar la clase más importante de creencias, las creencias inconscientes.


Numerosos estudios han demostrado irrefutablemente que una persona hipnotizada puede influir en procesos que habitualmente se consideran inconscientes.

 

Por ejemplo, al igual que las personas con personalidad múltiple, individuos hipnotizados profundamente pueden controlar reacciones alérgicas, el ritmo de la circulación sanguínea y la miopía. Además, son capaces de controlar el ritmo cardíaco, el dolor, la temperatura corporal e incluso eliminar algunas marcas de nacimiento.

 

La hipnosis se puede utilizar también para conseguir algo tan absolutamente extraordinario como no mostrar herida alguna tras tener un florete clavado en el abdomen.


Ese algo incluye un mal hereditario que desfigura horriblemente, conocido como la enfermedad de Brocq. A las personas que la padecen, les sale en la piel una especie de cubierta callosa y gruesa que se asemeja a las escamas de un reptil. La piel puede llegar a estar tan endurecida y tan rígida que el más mínimo movimiento hace que se raje y sangre.

 

Muchas personas llamadas «piel de cocodrilo» que aparecían en espectáculos circenses padecían en realidad el mal de Brocq; las víctimas de dicha enfermedad solían tener una vida relativamente corta, debido al riesgo de las infecciones.


Hasta 1951, la enfermedad de Brocq era incurable. Aquel año, como último recurso, remitieron a un chico de 16 años con la enfermedad bastante avanzada a un terapeuta hipnotizador, llamado A. A. Mason, que trabajaba en Londres en el Queen Victoria Hospital. Mason descubrió que el chico era un buen sujeto para la hipnosis y que era fácil sumirlo en un trance profundo.

 

Mientras estaba en trance, Mason le dijo que se estaba curando y que pronto desaparecería su enfermedad. Cinco días después, se le cayó la capa de escamas que le cubría el brazo izquierdo, dejando ver la carne blanda y saludable que había debajo. Al cabo de diez días, el brazo era completamente normal. Mason y el chico siguieron trabajando sobre diferentes zonas del cuerpo hasta que desapareció toda la piel escamosa.

 

El chico siguió sin tener síntomas durante cinco años, por lo menos, momento en el cual Mason perdió el contacto con él.


Se trata de un hecho extraordinario porque la enfermedad de Brocq es una afección genética y librarse de ella entraña algo más que el mero control de procesos autónomos, tales como el ritmo de la circulación sanguínea y diversas células del sistema inmunológico. Implica la utilización del plano maestro, esto es, el ADN, programándose a sí mismo.

 

Así pues, podría parecer que cuando accedemos a los estratos adecuados de nuestras creencias, nuestras mentes pueden llegar incluso a hacer caso omiso de la estructura genética.

 


Creencias encarnadas en la fe
Las creencias más poderosas son tal vez las que expresamos a través de la fe espiritual.

 

En 1962, un hombre llamado Vittorio Michelli ingresó en el hospital militar de Verona (Italia) con un gran tumor canceroso en la cadera izquierda. El pronóstico era tan funesto que le mandaron a su casa sin tratamiento y al cabo de diez meses se le había desintegrado completamente la cadera, dejando el hueso superior de la pierna flotando en una masa de tejido blando.

 

El hombre se estaba deshaciendo literalmente. Como último recurso, viajó a Lourdes e hizo que le bañaran en la piscina (por aquel entonces estaba escayolado y sus movimientos eran bastante limitados). Nada más entrar en el agua tuvo una sensación inmediata de calor que se movía por todo el cuerpo. Después del baño, recobró el apetito y sintió una energía renovada.

 

Se dio varios baños más y luego regresó a su casa.


Durante el mes siguiente notó una sensación creciente de bienestar tal, que insistió a los médicos que le volvieran a hacer una radiografía. Descubrieron que el tumor era más pequeño. Estaban tan intrigados que documentaron su mejoría paso a paso. Fue una buena cosa porque cuando le desapareció el tumor, el hueso empezó a regenerarse y la comunidad médica en general considera que eso es imposible.

 

A los dos meses escasos se levantaba y andaba de nuevo y al cabo de varios años se le reconstruyó el hueso completamente.


Se envió un expediente del caso Michelli a la Comisión Médica del Vaticano, un grupo internacional de médicos creado para investigar esa clase de asuntos. Tras examinar las pruebas, la comisión decidió que Michelli había experimentado un milagro ciertamente.

 

En su informe oficial, declaró:

«Se ha producido una reconstrucción extraordinaria del hueso ilíaco y de la cavidad ilíaca. Las radiografías realizadas en 1964, 1965, 1968 y 1969 confirman categóricamente y sin lugar a dudas que ha tenido lugar una reconstrucción ósea imprevista y sobrecogedora, de una clase desconocida en los anales del mundo de la medicina».

¿Fue la curación de Michelli un milagro en el sentido de que violó alguna ley física conocida?

 

Aunque todavía no hay ninguna decisión sobre esta cuestión, parece que no hay un motivo claro para creer que se violara alguna ley. Más bien, la curación de Michelli puede deberse simplemente a procesos naturales que todavía no entendemos.

 

Teniendo en cuenta la gama de capacidades curativas únicas que hemos contemplado hasta ahora, es evidente que hay muchas formas de interacción entre la mente y el cuerpo que todavía no comprendemos.


Si la curación de Michelli se pudiera atribuir a un proceso natural no descubierto, podríamos preguntar: ¿por qué es tan rara la regeneración del hueso? ¿Qué la desencadenó en el caso de Michelli? Tal vez la regeneración ósea sea rara porque lograrla requiere acceder a niveles muy profundos de la psique, niveles a los que normalmente no se accede a través de las actividades normales de la consciencia.

 

Esto parece explicar por qué es necesaria la hipnosis para conseguir que remita la enfermedad de Brocq. En cuanto se refiere a lo que provocó la curación de Michelli, la fe es sin duda la principal sospechosa, dado el papel que desempeña en tantos ejemplos relativos a la flexibilidad de la relación mente/cuerpo. ¿No podría ser que Michelli, mediante su fe en el poder curativo de Lourdes, realizara su propia curación, bien conscientemente, bien por una feliz casualidad?


Hay datos convincentes de que la fe, y no la intervención divina, es el principal agente al menos en algunos de los llamados sucesos milagrosos. Recordemos que Mohotty adquirió un control de sí mismo fuera de lo normal rezando a Kataragama y, a menos que estemos dispuestos a aceptar la existencia de Kataragama, la creencia firme y pertinaz de que estaba protegido por la divinidad parece ser la mejor explicación de sus habilidades.

 

Lo mismo podría decirse de muchos milagros producidos por santos y taumaturgos cristianos.


Un milagro cristiano generado al parecer por el poder de la mente es la estigmatización. La mayoría de los eruditos eclesiásticos están de acuerdo en que san Francisco de Asís fue la primera persona que manifestó espontáneamente las heridas de la crucifixión, pero desde su muerte, ha habido centenares de personas estigmatizadas literalmente.

 

Aunque no hay dos ascetas que muestren los estigmas de la misma manera, todos tienen una cosa en común. Desde san Francisco, todos han tenido heridas en las manos y en los pies que representan los lugares por donde Cristo fue clavado a la cruz. Pero eso no es lo que se esperaría si fuera Dios quien otorgara los estigmas.

 

Como señala D. Scott Rogo, parapsicólogo y profesor de la Universidad John F. Kennedy de Orinda, California, la costumbre romana era insertar los clavos en las muñecas, hecho que corroboran varios restos de esqueletos del tiempo de Cristo.

 

Los clavos insertados en las palmas de las manos no pueden sostener el peso de un cuerpo colgado en una cruz.


¿Por qué san Francisco y todos los estigmatizados que surgieron tras él creían que los agujeros de los clavos atravesaban las manos? Porque ésa es la forma en que los artistas han representado las heridas desde el siglo VIII. Que el arte ha influido en la posición e incluso en el tamaño y la forma de los estigmas es especialmente evidente en el caso de una estigmatizada italiana llamada Gema Galgani, que murió en 1903.

 

Las heridas de Gema reproducían con precisión los estigmas de su crucifijo favorito.


Otro investigador que creía que los estigmas son autoinducidos era Herbert Thurston, un sacerdote inglés que escribió varios volúmenes sobre los milagros. En su obra magna, Los fenómenos físicos del misticismo, publicada póstumamente en 1952, enumeró varias razones por las que pensaba que los estigmas eran producto de la autosugestión.

 

El tamaño, la forma y la situación de las heridas varía de un estigmatizado a otro, una incongruencia que indica que no proceden de una fuente común, a saber, las heridas reales de Cristo. Una comparación de las visiones que tuvieron varios estigmatizados muestra también poca congruencia, lo cual sugiere que no eran representaciones de la crucifixión histórica, sino más bien producto de la propia mente del estigmatizado.

 

Y quizá lo más significativo es que un porcentaje sorprendentemente alto de los estigmatizados sufría también de histeria, lo que Thurston interpretaba como un indicio más de que los estigmas son un efecto secundario de una psique voluble y anormalmente emotiva y no son necesariamente obra de una psique iluminada.

 

A la vista de esta información, no es de extrañar que incluso algunos de los miembros más liberales del liderazgo católico crean que los estigmas son producto de la «contemplación mística», es decir, que los crea la mente durante periodos de meditación intensa.


Si los estigmas son producto de la autosugestión, el control que la mente tiene sobre el cuerpo holográfico debe de ser todavía más amplio. Al igual que las heridas de Mohotty, los estigmas se pueden curar a una velocidad desconcertante. La capacidad que mostraban algunos estigmatizados para desarrollar protuberancias similares a los clavos en mitad de sus heridas pone más de manifiesto aún la casi ilimitada plasticidad del cuerpo.

 

Por otra parte, san Francisco fue el primero en mostrar ese fenómeno.

 

Como escribió Tomás de Celano, testigo de los estigmas de san Francisco y biógrafo suyo,

«sus manos y pies parecían estar atravesados en la mitad por clavos. Estas marcas eran redondas en la cara interna de las manos y alargadas en el otro lado, y se veían ciertos trozos pequeños de carne como los extremos de clavos doblados y clavados hacia atrás, proyectándose desde el resto de la carne».

San Buenaventura, otro contemporáneo de san Francisco, también contempló los estigmas del santo y dijo que los clavos estaban definidos tan claramente que uno podía deslizar un dedo por debajo de ellos y dentro de las heridas.

 

Los clavos de san Francisco, si bien parecían estar formados por carne endurecida y ennegrecida, poseían otra cualidad similar a los clavos. De acuerdo con Tomás de Celano, si se presionaba sobre un clavo por un lado, se proyectaba inmediatamente por el otro, justamente lo que haría un clavo real si se deslizara hacia adelante y hacia atrás por el centro de la mano.


Teresa Neumann, la famosa estigmatizada bávara que murió en 1962, tuvo también protuberancias similares a los clavos. Como las de san Francisco, estaban formadas aparentemente por piel endurecida. Varios médicos las examinaron a conciencia y descubrieron que eran estructuras que le atravesaban completamente las manos y los pies.

 

A diferencia de las heridas de san Francisco, que estaban continuamente abiertas, las heridas de Neumann sólo se abrían periódicamente y en cuanto dejaban de sangrar, enseguida se formaba un tejido blando y membranoso sobre ellas.


Otros estigmatizados presentaron asimismo profundas alteraciones en sus cuerpos. El padre Pío, el famoso estigmatizado italiano que murió en 1968, tenía heridas de los estigmas que le atravesaban las manos completamente. Una herida que tenía en el costado era tan profunda que los médicos que la examinaron temían medirla por miedo a dañar sus órganos internos.

 

La venerable Giovanna María Solimani, una estigmatizada italiana del siglo XVIII, tenía heridas en las manos lo bastante profundas como para sostener una llave en su interior. Sus heridas, como las de todos los estigmatizados, jamás se pudrían, ni se infectaban, ni se inflamaban siquiera.

 

Y otra estigmatizada dieciochesca, santa Verónica Giuliani, abadesa de un convento en Cittá di Castello en Umbría, Italia, tenía una gran herida en el costado que se abría y cerraba cuando se lo mandaban.

 


Imágenes que se proyectan fuera del cerebro
El modelo holográfico ha despertado el interés de investigadores de la Unión Soviética; dos psicólogos soviéticos, los doctores Alexander P. Dubrov y Veniamin N. Pushkin, han escrito extensamente sobre él.

 

Creen que la capacidad de procesamiento de frecuencias por parte del cerebro no prueba en sí misma ni por sí misma la naturaleza holográfica de las imágenes y pensamientos de la mente humana.

 

No obstante, apuntan lo que podría constituir dicha prueba. En su opinión, si se pudiera encontrar un ejemplo en el cual el cerebro proyectase una imagen fuera de sí mismo, quedaría demostrada de manera convincente la naturaleza holográfica de la mente. O, por utilizar sus propias palabras, «una prueba directa de la existencia de hologramas cerebrales sería el registro directo de proyecciones de estructuras psicofísicas fuera de los límites del cerebro».


De hecho, santa Verónica Giuliani nos proporciona esa prueba, según parece. Durante sus últimos años de vida, estaba convencida de que tenía estampadas en el corazón las imágenes de la Pasión. Hizo dibujos de las mismas y anotó incluso dónde estaban situadas. Cuando murió, la autopsia reveló que los símbolos estaban impresos verdaderamente en su corazón, exactamente como ella lo había descrito.

 

Los dos médicos que llevaron a cabo la autopsia firmaron declaraciones juradas atestiguando lo que habían descubierto.


Otros estigmatizados han tenido experiencias similares. Santa Teresa de Ávila tuvo una visión en la que un ángel le atravesó el corazón con una espada y cuando murió se le encontró una profunda fisura en el corazón. Hoy, su corazón, con la herida de la espada milagrosa claramente visible todavía, está expuesto como reliquia en Alba de Tormes, España.

 

Una estigmatizada francesa del siglo XIX, llamada Marie-Julie Jahenny, no dejaba de ver una imagen de una flor en su mente y, al final, le apareció sobre el pecho una imagen de una flor y permaneció ahí durante veinte años. Ese don tampoco es exclusivo de los estigmatizados.

 

En 1913, una niña de 12 años de un pueblo francés llamado Bussus-Bus-Suel, en las cercanías de Abbeville, Francia, ocupó los titulares de los periódicos cuando se descubrió que podía mandar conscientemente que le aparecieran imágenes (de perros y caballos, por ejemplo) en los brazos, piernas y hombros. También podía crear palabras, y cuando alguien le hacía una pregunta, la respuesta le aparecía instantáneamente sobre la piel.


Esas manifestaciones constituyen seguramente ejemplos de proyección de estructuras psicofísicas fuera del cerebro. De hecho, los estigmas (y en especial los que están acompañados de protuberancias de carne a modo de clavos) constituyen en cierto modo ejemplos de que el cerebro proyecta imágenes fuera de sí mismo y las graba en el barro blando del cuerpo holográfico.

 

El doctor Michael Grosso, un filósofo del Jersey City State College que ha escrito largo y tendido sobre el tema de los milagros, ha llegado también a esta conclusión.

 

Grosso, que viajó a Italia para estudiar de primera mano los estigmas del padre Pío, declara lo siguiente:

«Al intentar analizar al padre Pío, una de las categorías consiste en decir que tenía el don de transformar simbólicamente la realidad física. En otras palabras: el nivel de consciencia en el que estaba actuando le capacitaba para transformar la realidad física a la luz de ciertas ideas simbólicas.

 

Por ejemplo, se identificaba con las heridas de la crucifixión y su cuerpo se hizo permeable a esos símbolos físicos cuya forma adoptó gradualmente».

Así pues, parece que el cerebro, mediante la utilización de imágenes, puede decir al cuerpo lo que tiene que hacer, entre otras cosas, que fabrique más imágenes.

 

Imágenes que hacen imágenes. Dos espejos que se reflejan el uno al otro infinitamente.

 

Ésa es la naturaleza de la relación mente/cuerpo en un universo holográfico.

 


Leyes conocidas y leyes desconocidas
Al iniciar el capítulo dije que, en vez de examinar los diversos mecanismos que utiliza la mente para controlar el cuerpo, dedicaría las páginas principalmente a analizar el alcance de ese control.

 

Al hacerlo, no pretendía negar, ni disminuir, la importancia de dichos mecanismos. Son cruciales para comprender la relación mente/cuerpo. Y, al parecer, cada día se hacen nuevos descubrimientos en este campo.


Por ejemplo, en una conferencia sobre psiconeuroinmunología - una ciencia que estudia la forma en que interactúan la mente (psico), el sistema nervioso (neuro) y el sistema inmunitario - Candace Pert, jefa del departamento de Bioquímica del Cerebro del National Institute of Mental Health, anunció que las células inmunológicas tienen receptores de neuropéptidos.

 

Los neuropéptidos son las moléculas que el cerebro utiliza para comunicar, los telegramas del cerebro, si se quiere. Hubo un tiempo en que se creía que sólo había neuropéptidos en el cerebro. Pero la existencia de receptores (los que reciben los telegramas) en las células del sistema inmunológico significa que dicho sistema no es independiente del cerebro, sino que es una extensión del mismo.

 

También se han encontrado neuropéptidos en otras partes del cuerpo, lo cual lleva a la doctora Pert a admitir que ya no puede decir dónde termina el cerebro y dónde empieza el cuerpo.


He excluido esos pormenores no sólo porque me parecía que examinar hasta dónde puede la mente conformar y controlar el cuerpo venía más a propósito de lo que estamos discutiendo, sino también porque los procesos biológicos causantes de las interacciones mente/cuerpo constituyen un tema demasiado amplio para este libro.

 

Al principio del apartado dedicado a los milagros, afirmé que no había ninguna razón evidente para creer que la regeneración del hueso de Michelli no pudiera ser explicada con arreglo a nuestra interpretación actual de la física. Pero esto no es tan cierto en lo relativo a los estigmas. Tampoco parece muy cierto en relación con los diversos fenómenos paranormales que han contado a lo largo de la historia personas creíbles y en los últimos tiempos biólogos, físicos y otros investigadores.


En este capítulo hemos visto las cosas tan asombrosas que puede hacer la mente, cosas que, aunque no se entienden del todo, no parecen violar ninguna ley física conocida.

 

En el siguiente capítulo veremos otras cosas que la mente puede hacer pero que no se pueden explicar con arreglo a los conocimientos científicos actuales. Como veremos, la idea holográfica también puede arrojar luz sobre esas áreas.

 

Aventurarnos en esos territorios implicará adentrarnos alguna vez en lo que, en principio, podría parecer un terreno movedizo; implicará asimismo explicar fenómenos aún más desconcertantes e increíbles que la rápida curación de las heridas de Mohotty o las imágenes grabadas en el corazón de santa Verónica Giuliani.

 

No obstante, veremos de nuevo que la ciencia también está empezando a hacer incursiones en esos campos, a pesar de su carácter amedrentador.

 


Los microsistemas de acupuntura y el hombrecito de la oreja
Antes de acabar, veamos un último indicio de la naturaleza holográfica del cuerpo que merece ser mencionado.

 

El antiguo arte chino de la acupuntura se basa en la idea de que todos los órganos y todos los huesos del cuerpo están conectados con puntos específicos de la superficie corporal. Se cree que activando esos puntos de acupuntura, tanto con agujas como con otras formas de estimulación, se pueden aliviar e incluso curar las dolencias y los desequilibrios que afectan a las partes del cuerpo asociadas con esos puntos.

 

En la superficie del cuerpo hay más de mil puntos de acupuntura organizados en líneas imaginarias llamadas «meridianos».

 

La acupuntura, aunque todavía es un tema polémico, está ganando aceptación en la comunidad médica e incluso se ha utilizado con éxito para tratar el dolor crónico en el lomo de los caballos de carreras.


En 1957, un médico acupuntor francés llamado Paul Nogier publicó un libro titulado Introducción práctica a la auriculoterapia, en el que anunciaba el descubrimiento de la existencia de dos sistemas menores de acupuntura en ambas orejas, además del sistema de acupuntura principal.

 

Los denominó «microsistemas de acupuntura», y observaba que si se juega con ellos a una especie de «conecta los puntos», formaban un plano anatómico de un ser humano en miniatura, en posición invertida como un feto. Aunque Nogier no lo sabía, los chinos habían descubierto al «hombrecito de la oreja» casi cuatro mil años antes, pero no se publicó un mapa del sistema auricular chino hasta después de que Nogier ya hubiera reivindicado la idea.


El hombrecito de la oreja no es sólo una nota graciosa en la historia de la acupuntura. El doctor Terry Oleson, un psicobiólogo de la Pain Management Clinic de la Facultad de Medicina de la Universidad de California, en Los Ángeles, ha descubierto que se puede utilizar el microsistema auricular para diagnosticar acertadamente lo que ocurre en el cuerpo.

 

Oleson ha descubierto, por ejemplo, que un aumento en la actividad eléctrica en uno de los puntos de acupuntura de la oreja indica generalmente una dolencia patológica (tanto presente como pasada) en la zona correspondiente del cuerpo. En un estudio se examinó a cuarenta pacientes para determinar en qué zonas de su cuerpo sentían un dolor crónico.

 

Después del examen, se envolvió a cada paciente en una sábana para ocultar cualquier problema visible. A continuación, un acupuntor que no conocía los resultados les examinó únicamente las orejas. Cuando se compararon los resultados, se vio que los exámenes de las orejas concordaban con los diagnósticos médicos establecidos el 75,2 por ciento de las veces.


Los exámenes de las orejas también pueden revelar problemas en los huesos y en los órganos internos. Una vez que Oleson había salido a navegar con un conocido suyo se dio cuenta de que el hombre tenía una zona anormalmente escamosa en la piel de la oreja. Por su investigación, Oleson sabía que el punto correspondía al corazón y le comentó que le gustaría que le examinaran el corazón.

 

Al día siguiente el hombre acudió al médico y averiguó que tenía un problema cardíaco que precisaba una operación inmediata a corazón abierto.


Oleson también utiliza la estimulación eléctrica de los puntos de acupuntura de la oreja para tratar dolores crónicos, problemas de peso, pérdida de pelo y casi todas las clases de adicción. En un estudio realizado a 14 personas adictas a narcóticos, Oleson y sus colegas utilizaron acupuntura en la oreja para eliminar la necesidad de droga en 12 de ellos, en una media de cinco días y con mínimos síntomas de abstinencia.

 

De hecho, la acupuntura en la oreja ha demostrado un éxito tan grande en la desintoxicación rápida de narcóticos que ahora se utiliza en varias clínicas para tratar a los adictos de la calle tanto en Los Ángeles como en Nueva York.


¿Por qué los puntos de acupuntura de la oreja están alineados siguiendo la forma de un ser humano en miniatura? Oleson cree que se debe a la naturaleza holográfica de la mente y del cuerpo.

 

Así como cada parte de un holograma contiene la imagen del todo, cada parte del cuerpo humano también puede contener la imagen del todo:

«El hológrafo de la oreja, lógicamente, está conectado al cerebro, que, a su vez, está conectado con todo el cuerpo - afirma - usamos la oreja para influir en el resto del cuerpo trabajando con el hológrafo del cerebro».

Oleson cree que probablemente también hay microsistemas de acupuntura en otras partes del cuerpo.

 

El doctor Ralph Alan Dale, director del Acupuncture Education Center en el norte de Miami Beach (Florida), está de acuerdo. Tras pasar las dos últimas décadas recopilando datos clínicos y de investigaciones en China, Japón y Alemania, Dale ha acumulado información sobre dieciocho hologramas distintos de acupuntura en el cuerpo, entre los que figuran los de las manos, los pies, los brazos, el cuello, la lengua y hasta las encías.

 

Como Oleson, Dale piensa que esos microsistemas son «repeticiones holográficas de la anatomía a gran escala» y que todavía hay otros sistemas semejantes en espera de ser descubiertos.

 

Dale defiende la hipótesis de que cada dedo y hasta cada célula puede contener su propio microsistema de acupuntura, idea que recuerda la afirmación de Bohm de que cada electrón contiene de alguna manera el cosmos.


Richard Leviton, editor colaborador de la revista East West, ha escrito sobre las repercusiones holográficas de los microsistemas de acupuntura y piensa que las técnicas médicas alternativas - como la reflexología, una técnica terapéutica de masaje que implica acceder a todos los puntos del cuerpo a través de la estimulación de los pies, y la iridología, una técnica de diagnóstico que consiste en examinar el iris del ojo para determinar el estado del cuerpo - también pueden ser pruebas de la naturaleza holográfica del cuerpo.

 

Leviton admite que ninguno de esos campos ha recibido un respaldo experimental (hay estudios de iridología en concreto que han producido resultados extraordinariamente conflictivos), pero cree que la idea holográfica ofrece una manera de entenderlos en el caso de que se establezca la legitimidad de los mismos.


Leviton cree que podría haber algo incluso en relación con la quiromancia. Por quiromancia no se refiere al tipo de lectura de manos que practican los adivinos que se sientan en escaparates y hacen señas a la gente para que entre, sino a la versión india de esa ciencia que tiene cuatro mil quinientos años de antigüedad.

 

Basa su sugerencia en un encuentro misterioso que tuvo con un indio que leía las manos y vivía en Montreal y que había hecho un doctorado sobre el tema en la Universidad de Agra, India.

«El paradigma holográfico proporciona a las afirmaciones más esotéricas y controvertidas de la quiromancia un contexto para su validación», dice Leviton.

Es difícil juzgar el tipo de quiromancia que practicaba el lector de manos indio citado por Leviton a falta de estudios a doble ciego; la ciencia, no obstante, está empezando a aceptar que las líneas y espirales de la mano contienen al menos alguna información sobre el cuerpo.

 

Herman Weinreb, neurólogo de la Universidad de Nueva York, ha descubierto que un modelo de huella dactilar, llamada «bucle ulnar», aparece con más frecuencia en los pacientes con Alzheimer que en las personas que no tienen esa enfermedad.

 

En un estudio de 50 pacientes con Alzheimer y 50 individuos sanos, el 72 por ciento del grupo Alzheimer tenía el bucle cuando menos en 8 huellas dactilares, frente a sólo un 26 por ciento del grupo de control. De los que tenían el bucle ulnar en las diez huellas dactilares, 14 padecían Alzheimer, pero del grupo de control, sólo lo tenían 4 personas.


Hoy se sabe que diez minusvalías comunes, entre otras el síndrome de Down, también están asociadas con varios dibujos que aparecen en la mano.

 

En Alemania Occidental hay médicos que ahora están usando esa información para analizar huellas de la mano de los padres, con el fin de ayudar a determinar si la madre embarazada debería hacerse una amniocentesis, un examen genético potencialmente peligroso en el que se inserta una aguja en el vientre de la madre para extraer líquido amniótico que será analizado en el laboratorio.


Algunos investigadores del Institute of Dermatoglyphics de Hamburgo (Alemania Occidental) han desarrollado incluso un sistema informático que utiliza un escáner optoeléctrico para hacer una «foto» digitalizada de la mano del paciente.

 

Luego se compara la mano con las otras diez mil imágenes que tiene en la memoria, se explora para buscar los cerca de 50 motivos distintivos que hoy se sabe que están asociados con varias minusvalías hereditarias y se calculan rápidamente los factores de riesgo del paciente. Así pues, quizá no deberíamos apresurarnos a desechar de antemano la quiromancia.

 

Las líneas y espirales de la palma de la mano pueden contener más información sobre todo nuestro ser de lo que pensamos.

 


Aprovechamiento de los poderes del cerebro holográfico
A lo largo de este capítulo destacan dos mensajes con fuerza y claridad.

 

Según el modelo holográfico, la mente/el cuerpo no puede distinguir en última instancia la diferencia que existe entre los hologramas neuronales que utiliza el cerebro para percibir la realidad y los que evoca cuando imaginamos la realidad.

 

Ambos producen un efecto espectacular en el organismo humano, un efecto tan poderoso que puede influir en el sistema inmunológico, duplicar y/o negar los efectos de drogas o medicinas potentes, curar heridas con una rapidez asombrosa, deshacer tumores, invalidar la estructura genética y dar nueva forma a la carne viva de una forma casi increíble.

 

Así pues, éste es el primer mensaje: cada uno de nosotros, al menos en algún nivel, tiene capacidad para influir en la salud y para controlar la forma física de maneras deslumbrantes, nada más y nada menos.

 

Todos somos taumaturgos en potencia, yoguis durmientes y, según las pruebas presentadas en las páginas precedentes, está claro que todos, como individuos y como especie, tenemos la obligación de dedicar mucho más esfuerzo a explorar y aprovechar esas dotes.


El segundo mensaje es que los elementos que entran en la fabricación de los hologramas neuronales son múltiples y sutiles. Entre ellos están las imágenes sobre las que meditamos, nuestras esperanzas y nuestros miedos, las actitudes de nuestros médicos, nuestros prejuicios inconscientes, nuestras creencias individuales y culturales y la fe que tenemos en lo espiritual y en lo tecnológico.

 

Más que simples hechos, son claves importantes, indicadores que señalan lo que debemos conocer y dominar con maestría si tenemos que aprender a desencadenar y a manipular esas capacidades.

 

Hay otros factores implicados, sin duda, otras influencias que conforman y circunscriben esas habilidades, porque hoy debería ser evidente una cosa: en un universo holográfico, un universo en el que un ligero cambio de actitud puede significar la diferencia entre la vida y la muerte, en el que las cosas están conectadas entre sí tan sutilmente que un sueño puede provocar la aparición inexplicable de un escarabajo y los factores causantes de una enfermedad pueden causar también cierto motivo que aparece en las líneas y espirales de la mano, tenemos razones para sospechar que cada efecto produce numerosas causas.

 

Cada conexión es el punto de partida de una docena más, porque, como dijo Walt Whitman, «una vasta similitud une todas las cosas».

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