5 - EL NIÑO INTERIOR
«¿Por qué estás tan enfadada, mamá?»
Tu niño interior y tu niño índigo
«Una sociedad en la que los adultos están lejos del mundo de los
niños y a menudo de su propia infancia suele oír lo que dicen los niños como si hablaran en otro idioma, o
como si fuera mentira. [...] Se ha tratado a los niños [...j como si fueran mentirosos, embusteros y soñadores
por naturaleza.» Beatrix Campbell,
periodista británica
Ahora vamos a tocar un tema que es posible que el lector conozca,
pero que es probable que muchos no comprendan del todo. ¿Qué tiene
que ver el trabajo con el niño interior con el tema de educar e
interactuar con los niños índigo? En este análisis, vamos a tratar
de concentrarnos en la pregunta exacta.
¿Qué puede hacer el lector para comprender bien este capítulo?
Aparte de experimentar una sensación cálida y agradable, pensar en
cuando tenía seis o siete años. ¿Qué pasa? ¿Qué no lo recuerda? Pues
allí está la clave, ¿no?
Después de un taller que presentamos hace poco en la costa este de
Estados Unidos, se acercó a Jan un señor y le preguntó si podía
sentarse a su lado durante la comida. Comenzó a hablar con lágrimas
en los ojos. Le explicó que, después de asistir a uno de nuestros
seminarios, un año antes, había experimentado el despertar personal
de su vida.
David tenía unos cincuenta y cinco años y, a diferencia de la
mayoría de los hombres de su edad, se fue emocionando a medida que
contaba su historia. «Jan -dijo -, mi esposa y yo hemos asistido a
muchos talleres vuestros y siempre nos agradan. Sin embargo, en el
último, mencionaste tu experiencia con el descubrimiento de tu niña
interior. Cuando alentaste a los asistentes a ponerse cómodos y
comenzaste la meditación guiada, me dispuse a disfrutar de una
experiencia agradable y relajante. No obstante, esa vez nos llevaste
a explorar esa parte de nosotros que se llama «el niño interior».
Traté de no emitir ningún juicio, aunque la verdad es que no
aceptaba del todo el concepto. Sin
embargo, por respeto a vosotros dos, mantuve los ojos cerrados y
cumplí el programa. Me quedé atónito
cuando se me apareció, mentalmente, un niñito triste, desaliñado y
enfadado que me dijo que lo había
enterrado en el fondo de mi casa desde que regresé de Vietnam.
Estaba muy enfadado conmigo. Me
eché a llorar, a pesar de que no suelo hacerlo.»
David quiso contárselo a Jan y darle las gracias en persona, puesto
que la experiencia le había producido una impresión muy profunda.
Ella le preguntó si esa experiencia había supuesto algún cambio en
su vida habitual. Le dijo que había llegado a un acuerdo con su
«niño» recién encontrado para comprar una moto Harley Davidson, de
modo que «ellos» pudieran emprender viajes largos y divertidos por
el país.
Jan le preguntó:
«¿Alguien te ha acusado de estar pasando por la
crisis «de los cuarenta»?»
Dijo que algunos lo pensaban, pero que,
al responder, su nuevo niño (el pequeño David) adopta una actitud
juguetona, en lugar de ponerse a la defensiva.
El pequeño David suele responder:
«¡Estamos pasando por el
renacimiento que tiene lugar en mitad de la juventud!»
A
continuación, le dijo a Jan que se sentía mucho más espontáneo, como
si fuese otro.
Se sentía travieso y el sentido del humor se había convertido en una
parte de su vida mucho más
importante de lo que era antes.
David dijo:
«Ahora me río mucho.»
«Un hombre infantil no es aquel cuya evolución se ha interrumpido,
sino que, por el contrario, es un hombre
que se ha dado la oportunidad de seguir evolucionando mucho después
de que la mayoría de los adultos se
hayan envuelto en el capullo de los hábitos y los convencionalismos
de la madurez.» Aldous
Huxley
¿Quién es el niño interior? ¿Quién o qué es esa parte de un ser
humano que uno puede enterrar en el fondo durante la mayor parte de
su vida? A veces es un entierro de por vida y ya no vuelve a
aparecer nunca más. ¿Por qué estamos hablando de esto, siquiera?
Después de todo, ¿este libro no se refería a niños de verdad?
Cuando estábamos recopilando información acerca del primer libro de
los índigo, se nos ocurrió una idea interesante, que mencionamos
allí. Llegamos a la conclusión de que los índigo están aquí por
muchos motivos. Uno de ellos, que puede parecer algo delicado, es
que tal vez estén aquí para ayudarnos a encontrar a nuestro propio
niño interior. ¿Por qué? Porque los índigo responderán de forma más
positiva a la «auténtica manera de ser» de sus padres.
En el capítulo 2, Monique LeBlanc escribía que los índigo captan los
sentimientos auténticos. La siguiente historia es muy similar a la
de Monique, pero nos la envía Bea Wragee, a quien conocimos antes.
«¿POR QUÉ ESTÁS TAN ENFADADA, MAMÁ?»
Bea Wragee
Una tarde entré en la habitación de mi hijo de cinco años con algo
de ropa recién lavada. Trey me
miró con curiosidad y preguntó:
«¿Por qué estás tan enfadada, mamá?»
Sorprendida, le respondí:
«No
estoy enfadada, cariño.»
Me miró con esos ojos fascinantes que tiene
y respondió:
«Entonces, ¿por qué
tienes esa cara de enfadada?»
Era su reacción ante la verdad que se manifestaba con toda claridad
en mi rostro. ¡La verdad era la verdad! Estaba enfadada y su
sensibilidad a mi lenguaje corporal y mis expresiones era correcta.
Ahora bien, ¿podía yo ser lo suficientemente adulta para
reconocerlo? ¿Pasaría por alto su realidad o admitiría que su
conciencia no se equivocaba?
Me armé de valor y le dije:
«Tienes razón, cariño, estoy enfadada
por algo que ha sucedido hoy y no te
he dicho la verdad. Te pido perdón.»
El regalo que me hizo mi hijo ese día fue la conciencia de ser un
solo yo y de la necesidad de ser sincera. ¿Cómo podemos enseñarle a
un niño a decir la verdad si no somos capaces de hablar con
franqueza?
¿Se da cuenta el lector de lo intuitivo que era el hijo de Bea? ¿Qué
estaba ocurriendo en ese caso? Los índigo están muy bien preparados
para «ver» la energía de su espejo dentro del adulto. Quieren mirar
a cualquier ser humano, adulto o no, y ver la parte infantil. A eso
lo llamamos el «yo auténtico» o el «yo íntegro », y nos parece que
es el denominador común para la comunicación con los índigo.
Vamos a analizar una definición académica del niño interior según el
doctor Charles L. Whitfield, autor
de Healing the Child Within:6
El concepto del niño que llevamos dentro forma parte de la cultura
mundial hace por lo menos dos mil años. Carl Jung lo llamaba el
«niño divino» y Emmet Fox, el «niño maravilloso». La psicoterapeuta
Alice Miller y Donald Winnicott lo llamaban el «yo auténtico».
Rokelle Learner y otras personas que trabajaban en el campo de la
dependencia de sustancias químicas lo denominan el «niño interior».
El niño que llevamos dentro se refiere a esa parte de cada uno de
nosotros que está viva, llena de energía, es creativa y se siente
realizada; es nuestro yo auténtico, lo que somos realmente.
A medida que vamos creciendo, muchos de nosotros a veces tenemos que
enterrarnos a nosotros mismos, o a una parte, «en el fondo de casa»,
para poder sobrevivir. El «yo auténtico» se retira de nosotros, a
menudo a un lugar tan próximo como el fondo de casa, pero sin estar
en la propia casa, con nosotros. ¿Ha sentido el lector, alguna vez,
como si le faltara algo en la vida? Nos referimos a algo
fundamental, no a una pareja o al dinero. ¿Alguna vez ha sentido
como si le faltara una parte de sí mismo? Esa es la señal de que tal
vez su niño interior esté escondido.
Aquí es donde intervienen los niños índigo de una manera profunda.
El lector recordará que en el primer libro decíamos que los índigo
mantienen, fundamentalmente, un equilibrio entre el hemisferio
izquierdo y el derecho del cerebro. Con su conciencia innata, a
menudo reconocen una «herida» en sus padres. Se dan cuenta de que el
niño interior del padre o de la madre ha desaparecido, o que no es
plenamente consciente. Como ellos anhelan el equilibrio (como ya
hemos dicho), cuando no existe se bloquea la comunicación. Cuando
tenemos enterrado dentro el niño interior, quedamos separados no
sólo de nosotros mismos y de los demás, ¡sino también de nuestros
niños índigo!
¿Hasta qué punto se puede estar «herido»? Planteémoslo así:
supongamos que hemos perdido a nuestro primogénito. Pensémoslo.
¡Sería terrible! Algunos lectores conocen ese tipo de tristeza y
dolor y saben muy bien lo que significa. Es una energía que cambia
la vida y que forma parte de uno para siempre.
Aunque el entierro
del niño interior no se puede comparar con la pérdida de un hijo de
verdad, algunas de las características son las mismas.
-
¿Me aparto de
los demás?
-
¿Oculto mis sentimientos?
-
¿Me cuesta cultivar nuevas
amistades?
-
¿Con frecuencia me encuentro mal?
-
¿Siento cansancio todo
el tiempo?
-
¿Me enfado a menudo sin motivo?
-
¿Tiendo a seguir
corriendo, en lugar de andar o de pararme a respirar, lo cual me
impide observar lo que me rodea?
-
¿Todo me da miedo?
-
¿Me siento solo?
-
¿No tengo sentido del humor en la vida?
-
¿Todo es «una lata» para mí?
Le sugiero al lector que diga si para él lo siguiente es verdadero o
falso: Los adultos trabajan, los niños juegan.
Si ha dicho «verdadero», le aconsejo que siga leyendo, porque se
trata de los clásicos síntomas de la pérdida de amor y también del
entierro del niño que llevamos dentro.
El ejemplo clásico de buscar el pony en el montón de estiércol sigue
siendo la mejor anécdota que podemos citar a este respecto: un niño
entra en la habitación con la esperanza de ver el pony. Le han dicho
que está allí. El estiércol es secundario y no le molesta.
Entusiasmado, el niño escarba buscando el pony, riendo sin parar,
¡hasta que lo encuentra! El adulto también sabe que el pony está
allí, pero suele ver primero el estiércol y, o bien interrumpe el
experimento, o no para de quejarse de lo mal que huele. El
experimento tiene que ver con el estiércol, no con el pony. ¿A quién
se parece el lector en este ejemplo?
De acuerdo: somos adultos. Estamos de acuerdo en que las presiones y
las responsabilidades que tenemos son mucho mayores que las que
experimenta un niño en la vida cotidiana.
Sin embargo, lo que pretendemos aquí es que cada uno haga un examen
de su propio equilibrio, porque, sin el niño interior, puede que no
lo haya. ¿Alguna vez alguien le dijo al lector que era un gruñón o
un aguafiestas? ¿Alguna vez se lo dijo un niño? (¡Seguro que era uno
muy inteligente!)
Algún lector dirá: «yo no. Tuve una infancia feliz.»
Lo cierto es
que muchos de nosotros hemos tenido una infancia imperfecta, algunos
incluso disfuncional, en cierto modo. Es posible que crecer nos haya
resultado doloroso. Ahí es cuando uno decide «cavar el hoyo» y
«saltar dentro», para que algunas partes de nosotros puedan
sobrevivir, a pesar de las situaciones de disfunción. Cuando ocurrió
esto, uno se desconecta del «yo auténtico» y a menudo se aleja de
los que le rodean.
A medida que crecemos, a menudo asumimos como una verdad nuestra lo
que escuchamos decir a los que nos rodean y tienen una posición de
autoridad, como padres, maestros, asesores, e incluso los libros, el
cine y la televisión. Ojalá que hayamos empezado a discernir nuestra
verdad a medida que hemos ido creciendo. Sin embargo, a estas
alturas, sigue presente el viejo condicionamiento, de forma latente
en nuestra personalidad, aunque en realidad ya no nos sirve para
nada. Por ejemplo, es posible que, de niños, nos hayan dicho que no
jugáramos con fuego. Si ahora queremos diseñar esculturas con un
soplete, tendremos que volver a evaluar lo que tenemos «grabado»,
para liberar el miedo o las emociones que nos impedirían poner en
práctica nuestro deseo reciente de esculpir con fuego.
¿Cuál es el atributo principal de un niño interior sano?
No queremos
simplificar demasiado todo esto (puesto que ya se ha escrito mucho
al respecto), pero es el equilibrio. Una persona con un niño
interior sano es espontánea, creativa, juguetona, feliz y capaz de
reír abiertamente de su propia situación. En nuestra opinión,
también es alguien que está en contacto con eso que llaman Dios, un
reconocimiento espiritual del Espíritu. Hay mucho más, pero el
lector ya se hace una idea.
Cuando uno viaja en avión, el auxiliar de vuelo nos explica cómo se
usa la máscara de oxígeno, que se supone que ha de caer del techo si
disminuye la presión en la cabina. Si uno viaja con un niño, las
instrucciones son: «Póngasela primero usted y después al niño».
Nuestro mensaje es el mismo. Teniendo en cuenta las presiones de la
vida, primero tenemos que ocuparnos de nosotros mismos, para poder
atender después esa preciosa carga que el Espíritu nos ha dado para
que nos encarguemos de ella.
Pues entonces, ¿qué es lo que tenemos que hacer? Digamos que la
cabina de ese avión metafórico está a oscuras cuando pierde presión.
Por consiguiente, debemos hacer dos cosas antes de poder ayudar al
niño:
1) encontrar la máscara
2) ponérnosla.
El fondo de casa: encontrar al niño enterrado
Encontrar al niño enterrado es una metáfora que significa reconocer
que el niño no está en nuestra vida. Casi simultáneamente, darnos
cuenta de que el niño que está escondido va a precipitar la búsqueda
y la recuperación. He aquí algo que tenemos que tener en cuenta:
casi siempre que hablamos con un niño suele ser para destacar su
crecimiento.
Centramos la atención en el adulto.
Por ejemplo, cuando
un padre se dirige a un hijo suyo que está llorando, le suele decir:
«No llores, que ya eres mayor».
¿Alguna vez ha escuchado el lector a
una madre decirle a su hijito:
«Eres el hombrecito de mamá»?
El
homenaje parece estar relacionado con el hecho de ser adulto. Aunque
decimos esas cosas a los niños porque pensamos que responderán ante
algo que es evidente (el deseo de ser adultos), a menudo negamos así
la importancia de ser niños. Es hora de reconocer la fértil riqueza
del «yo infantil», tanto en los niños como en nosotros.
Hay bastante ironía aquí. Si realmente pudiéramos conocer los
pensamientos más íntimos de los niños, algunos expertos nos dirán
que ellos son muy listos con respecto a todo esto: que, a pesar de
que anhelan los privilegios relacionados con ser mayores, también
perciben la infelicidad que suele ser inherente a la edad adulta,
que a veces se refleja en su propia experiencia familiar. Puede que,
en realidad, no deseen ser otra cosa más que niños.
De lo que
estamos hablando es de la capacidad de cualquier adulto para
reclamar algunas de las características infantiles que eran tan
fabulosas, muchas de las cuales siguen estando allí, pero
enterradas.
«Para el niño, hacerse viejo es casi una calamidad obscena que, por
alguna razón misteriosa, a él no le ocurrirá nunca. Todos los que
han superado los treinta años son tristes, grotescos, siempre están
preocupados por cosas que no tienen importancia y siguen vivos sin,
al menos por lo que ve el niño, tener nada por lo que vivir.
La única vida real es la de los niños.»
. George Orwell
Quisiéramos informar al lector acerca de un libro estupendo que
habla del descubrimiento del niño enterrado, paso a paso; es uno de
los mejores libros que se han publicado sobre el niño interior.
Se
titula
Recovery of Your Inner Child,7 y la autora es la doctora
Lucia Capacchione, que dice lo siguiente sobre el niño interior,
para darnos una idea de lo importante que es:
«Para ser plenamente humano, el niño que llevamos dentro debe ser
abrazado y se tiene que manifestar.»
¡Vamos a hacer una búsqueda del tesoro! Es probable que las palabras
«búsqueda del tesoro» atraigan al ser interior del lector. Lo que
vamos a hacer es ayudarlo a encontrar el verdadero teso ro, que es
él mismo. Vamos a analizar tan sólo un par de métodos que otras
personas enseñan con todo éxito. Si el lector se lo toma con
seriedad, no debe dejarse desconcertar por la novedad de esos
métodos, ¡porque son efectivos!
Presentamos a continuación una técnica de Sharyl Jackson, una
educadora veterana, con ocho años de experiencia en la escuela
pública. Sharyl creció en una granja de Dakota del Norte, obtuvo la
licenciatura en lenguas en la Universidad de Dakota del Norte y el
doctorado en literatura española en la Universidad de Washington.
Trabajó ocho años como maestra en la enseñanza pública, antes de
ponerse a trabajar con el programa de justicia de menores en
Seattle. Sharyl ha criado a una familia entera de niños índigo, que
ya son mayores, y lleva muchos años en su viaje personal de
recuerdo.
Sus comentarios se publicaron por primera vez en Internet
[www.PlanetLightworker.com] y se utilizan con su autorización.
TU NIÑO INTERIOR Y TU NIÑO ÍNDIGO
Sharyl Jackson
Te sugiero que, para comenzar a comunicarte con tu niño interior,
busques un momento y un lugar tranquilos, seguros y relajados.
También te sugiero que, al principio, hables en voz alta y que
expreses tus intenciones.
Interrumpimos el discurso de Sharyl para proporcionar al lector un
ejemplo de cómo podrían ser esas intenciones.
«Invoco a Dios, el
Espíritu, el amor divino, para que llenen mi ser y les pido, con
toda pureza, que convoquen a mi niño interior.»
El lector puede usar
las palabras que quiera, siempre que tengan sentido para él. No se
trata de una declaración religiosa, sino de invocar sus sentimientos
espirituales básicos para manifestar que sus intenciones son puras
cuando trata de hallar ese tesoro en potencia, que está escondido.
Creo que también es importante hacer borrón y cuenta nueva, por así
decirlo, para anunciar al niño interior que uno quiere iniciar una
nueva forma de comunicación con él [aunque usemos el masculino, ese
«él» puede querer decir tanto «él» como «ella»]. Dile que te
arrepientes de todas las veces que no le prestaste atención, no lo
protegiste, lo abandonaste, lo que se te ocurra que esa parte de ti
quiera y necesite escuchar. Puede que también quieras expresar
verbalmente que lo perdonas por todo el dolor y los sufrimientos
físicos y por todos los bloqueos que ha producido en tu vida. No te
precipites en esta parte del proceso, ya que la comunicación, la
claridad y la confianza son vitales para que salga bien.
Cuando te parezca que has creado el marco idóneo y que estás listo
para el diálogo, lo primero que tienes que hacer es preguntar, en
voz alta o baja, cómo se llama tu niño interior. Acepta lo primero
que escuches, sientas o te parezca, y no te sorprendas por nada.
Continúa la conversación con preguntas sencillas, como las comidas y
los colores preferidos, o lo que sea; es decir, dedica algo de
tiempo a aprender a comunicarte y a crear un ambiente de confianza.
A medida que pase el tiempo podrás mantener conversaciones más
profundas y significativas. Tu misión consiste en crear seguridad
para este niño, además de garantizarle el cariño y el sustento. El
niño te ayudará muchísimo a crear alegría, armonía, salud y
bienestar y, sí, también incluso hará milagros, si quieres
incluirlos en tu vida.
Dedica algo de tiempo a pensar cómo te habría gustado que te
trataran cuando eras niño. Esas son claves importantes para ser un
buen padre, tanto en relación con tu niño interior como con
cualquier niño que tengas a tu cargo. Te puedo asegurar que
cualquier esfuerzo que dediques a trabajar con ese niño interior
será beneficioso para todos. Si tienes dificultades con tu índigo,
pon en práctica estas nuevas habilidades para mejorar la
comunicación. Si eres un padre maravilloso para tus índigo, piensa
en lo que haces por ellos que tal vez no hagas por tu propio niño
interior.
Una vez más, nunca insistiré lo suficiente en lo
importante que es este trabajo para tu propio crecimiento personal,
así como también para la armonía en el hogar y en el mundo.
Volvamos ahora a la experiencia real de hallar el niño interior. En
otro taller que hicimos hace poco, habló con Jan una mujer de
cincuenta y siete años, llamada Jillian. Jillian era diabética desde
hacía treinta años y se inyectaba insulina. Se moría de ganas de
comer dulces, evidentemente, y se daba el gusto a menudo, a pesar de
que siempre se proponía no hacerlo. Aunque se daba cuenta de lo
perjudiciales que eran para ella, muchas veces fracasaba en su
esfuerzo por evitar comer dulces.
Jan le sugirió que se «tranquilizara», que hiciera unas cuantas
inspiraciones profundas y que pidiera ayuda al Espíritu, fuera lo
que fuese lo que eso significase para ella. Jan se dio cuenta de que
Jillian meditaba y que, por tanto, lo que le dijo a continuación
tendría sentido para ella. Le dijo que le preguntara a «la niña
pequeña que llevaba dentro» qué intentaba decirle con respecto a
esos antojos de cosas dulces que, evidentemente, eran perjudiciales
para su salud. Si había algo que a la niña le gustaba tanto como los
dulces, ¿qué era? ¿Podría ponerse en contacto consigo misma, a ese
respecto, para recibir una respuesta?
Jillian lo intentó. Se tranquilizó y, al cabo de un rato, respondió
con una historia. Resultó que había tenido un hermano que había
muerto por una afección cardíaca, antes de que ella naciera.
Cuando era niña, su madre había estado deprimida y no dejaba que
hiciera ninguna actividad física, por
temor a que se repitiera la tragedia de su hijo. Pero Jillian se
moría por ir a clases de ballet, que se
interrumpieron como consecuencia de los temores de su madre. Parece
que la niña interior de Jillian
seguía lamentándolo. Así se dio cuenta de que sus propios síntomas
diabéticos habían comenzado
cuando nació su segundo hijo.
Lo que su niña interior le decía era:
«¡Me encanta bailar! En realidad, echo
de menos poder bailar. Bailar era tan dulce y divertido. ¿No
podríamos bailar?»
En consecuencia, Jillian dedicó más tiempo de su vida al baile y de
ese modo disminuyó su antojo por los dulces, como si su cuerpo
comprendiera, de alguna manera, que había prestado atención y
respetado las necesidades de la niña interior.
En resumen, lo que comenzó con una intención alcanzó una solución
espléndida.
El poder de tu otra mano8
The Power of Your Other Hand es el título de otro libro de la
doctora Lucia Capacchione. También es un método que resume en su libro
Recovery of Your Inner Child,7 que ya hemos mencionado. Si algún
lector no practica la meditación, puede que se pregunte si hay algún
ejercicio que le ayude a encontrar las respuestas, como hizo Jillian. Sí que lo hay; es uno muy divertido que ha ideado la
doctora Capacchione y que le ha venido bien a muchas personas.
Esto
es lo que ella dice:
Nuestra mano no dominante se ha atrofiado por falta de uso y se ha
congelado en una de las primeras etapas del desarrollo. La paradoja
es que esa «otra mano» retrasada puede conducirnos otra vez a
nuestro niño interior. [...]
Estás abriendo el hemisferio derecho
[del cerebro]. [...]
Cada hemisferio del cerebro humano controla el
lado opuesto del cuerpo. Parece que también hay funciones
especializadas para cada hemisferio. El lado izquierdo contiene los
centros del lenguaje que controlan el procesamiento verbal y el
analítico y se ha descrito como el lado lineal y lógico del cerebro. En cambio, parece que el lado derecho es fundamentalmente no verbal
y rige la percepción visual y espacial, así como también la
expresión emocional y la intuición. Según mis observaciones,
escribir con la mano no dominante proporciona un acceso directo a
las funciones del lado derecho del cerebro. [...]
Cuando escribimos
diálogos entre el niño (la mano no dominante) y el adulto o el padre
interior (la mano dominante), es como si mantuviéramos una
conversación entre los dos hemisferios del cerebro.
A raíz de su exhaustivo trabajo sobre el descubrimiento del niño
interior, la doctora Capacchione cree que escribir con la mano
congelada, o sea la no dominante, permite acceder directamente a las
funciones del hemisferio derecho. Una de las técnicas de escritura
que utiliza es lo que ella llama «dialogar con las dos manos».
Nos pide que escribamos una conversación usando las dos manos. Que
uno, como adulto, escriba con la mano dominante (es decir, la que
utiliza normalmente para escribir), mientras que el niño interior
escriba (aunque sea con letra de imprenta) con la otra, la que no es
la dominante. En primer lugar, uno expresa una intención: la de
«llegar a conocerlo». Le preguntamos el nombre y cualquier otra cosa
que él quiera revelarnos; por ejemplo, cómo se siente, cuántos años
tiene y todo lo que quiera comunicarnos.
En segundo lugar, le pedimos que dibuje lo que más desea en ese
momento de la vida. Por último, finalizamos la conversación
preguntándole si quiere comunicarnos algo más. Para acabar, le
damos las gracias y le decimos que seguiremos conversando en otro
momento. Durante la conversación, hemos de recordar que el niño
siempre tiene razón, ya que expresa sentimientos, que no son ni
positivos ni negativos, sino tan sólo sentimientos.
Ya habíamos advertido al lector que esto podía parecer absurdo, pero
los resultados, según la doctora Capacchione, son profundos.
Añadimos que conviene repetir el ejercicio todos los días, aunque
sólo sea durante diez minutos. Hay que dedicarle unos minutos en los
que estemos tranquilos, como justo antes de irnos a la cama. También
sugerimos tener delante una foto del niño, durante la conversación,
porque nos ayuda a concentrarnos en la edad que ha dicho que tenía.
Además, la doctora Capacchione sugiere conservar el dibujo que el
niño haya hecho durante la primera entrevista en todas las sesiones
posteriores.
Cómo conversar con nuestro niño interior (recapitulación)
-
Ir a un lugar seguro, en el cual uno pueda estar tranquilo y en
calma. Respirar profundamente y trasladarse a un lugar bonito de la
mente, donde haya serenidad.
-
Expresar la intención, en voz alta, de conocer y descubrir a nuestro
niño interior.
-
Usar nuestra mano dominante como el adulto que formula las
preguntas.
-
Usar nuestra mano no dominante como el niño que responde.
-
¡Usar la tercera mano para dirigir la orquesta! Vaya por Dios, aquí
se ha colado nuestro niño (ji, ji).
-
Preguntarle al niño su nombre y pedirle que se dibuje a sí mismo.
Hay que tener paciencia y tomarse su tiempo. Y nada de reírse.
Conviene ser cariñosos y pacientes, como lo seríamos con cualquier
niño.
-
Hacer las demás preguntas (que se indican anteriormente).
-
Para acabar, hacer la última pregunta («¿qué quieres comunicarme?»)
y dar las gracias al niño por salir y hablar.
-
Decirle al niño que pronto volverán a conversar.
Si el lector quiere conocer algunas conversaciones maravillosas
entre adultos y niños, le recomendamos que compre el libro de la
doctora Capacchione. Las conversaciones son reveladoras, dulces, a
veces toscas, pero muy satisfactorias.
Replantearnos la relación con nuestros hijos
Ahora que el lector ha encontrado al niño y habla con él, ha llegado
el momento de restablecer la relación que siempre ha querido.
Es lo que se llama «replantearnos la relación con nuestros hijos» y
consiste en «ponerse la máscara», en la metáfora que hemos
presentado antes, haciendo referencia a la máscara de oxígeno del
avión.
¿Qué significa?
Muy sencillo: es el método para establecer las
normas que rigen la manera de criar a ese niño interior que uno,
como niño, siempre ha deseado. ¿Qué haría el «padre perfecto»? El
padre perfecto escucha, dedica tiempo a jugar, cuenta dos cuentos en
lugar de uno y complace al niño, dedicándole tiempo para hablar.
Naturalmente, hay mucho más, pero para eso hace falta librarse de
las «viejas grabaciones», las que convierten al progenitor en el
«padre crítico» o la «autoridad».
Lo bueno de eso es que, a estas alturas de nuestra vida, ya somos
adultos, de manera que todas esas cosas que eran importantes cuando
el niño estaba aprendiendo sobre la vida ya están hechas, con lo
cual, en realidad, el proceso se simplifica.
¿Qué podemos hacer para comenzar a replantearnos la relación con
nuestro hijo? He aquí algunas maneras:
-
Dedicar a la comunicación con el niño interior todo el tiempo que
este quiera.
-
¡Ensuciarse! Sí, sí. Ir a jugar en la tierra. Plantar algo. Dibujar
algo divertido y estúpido. No preocuparse por no salirse de las
líneas, al pintar el dibujo.
-
Cantar, bailar, tocar un instrumento musical, hacer proyectos
artísticos.
-
¡Ponerse a bailar! Si uno no sabe bailar, mejor todavía. Moverse
como un tonto. Los demás no pensarán que somos raros, sino que verán
que uno se divierte y juega. Es probable que nos envidien.
-
No sorprenderse si uno encuentra otros niños por el camino. En ese
caso, jugar con ellos.
-
Dejar que el niño interior nos vista de vez en cuando. (Pues sí,
puede que haya llegado el momento de ponernos esa camiseta tan
ridícula que compramos en Disneyland.)
La película de la Disney, El niño, con Bruce Willis, es un ejemplo
de lo que decimos. El adulto, Bruce Willis, de pronto se encuentra
con su niño interior a la vuelta de la esquina y comienza el proceso
que acabamos de describir, es decir, reconocer y escuchar al niño.
Mientras tanto, descubre que no es tan fácil, pero al final decide
dejar entrar al niño, reelabora y reescribe su pasado, lo cual,
evidentemente, afecta al presente. Comienza la película como el
«padre crítico» y, poco a poco, va cambiando hasta convertirse en el
«padre que nutre».
Aunque se trataba de una película fantástica, la
metáfora relacionada con el concepto encierra una verdad profunda.
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