I. LA CONSPIRACIÓN
Tras el no final viene un
sí, y de ese sí
depende el futuro del mundo.
WALLACE STEVENS
Una vasta y poderosa red, que carece no
obstante, de dirigentes, está tratando de introducir un cambio
radical en los Estados Unidos. Sus miembros han roto con ciertos
aspectos clave del pensamiento occidental, y pueden incluso haber
quebrado hasta la misma continuidad con la historia.
Esta red es la Conspiración de Acuario. Se trata de una conspiración
desprovista de doctrina política, carente de manifiesto. Está
integrada por conspiradores que buscan el poder tan sólo para
disgregarlo, y que se valen de estrategias pragmáticas, incluso
científicas, pero con una perspectiva tan cercana a la mística, que
apenas se atreven a hablar de ello. Son activistas que plantean
cuestiones de muy diversa índole, que están desafiando al
establishment desde su propio interior.
Más amplia que una reforma, más profunda que una revolución, esta
especie benigna de conspiración en pro de un nuevo programa de
actuación humana ha desencadenado el re-alineamiento cultural más
rápido de toda la historia. El vasto, estremecedor e irrevocable
movimiento que se nos está viniendo encima no es un nuevo sistema
político, religioso ni filosófico. Es una nueva mentalidad, el
surgimiento de una sorprendente visión del mundo, en cuyo marco hay
cabida tanto para la ciencia de vanguardia como para las
concepciones del más antiguo pensamiento conocido.
Los conspiradores de Acuario se alinean a lo largo y a lo ancho de
todos los niveles de renta y educación, desde los más humildes a los
más elevados. Hay maestros y oficinistas, científicos de renombre,
políticos y legisladores, artistas y millonarios, taxistas y
primeras figuras en el campo de la medicina, la educación, el
derecho, la psicología. Algunos se manifiestan abiertamente en su
defensa, y sus nombres pueden resultarnos familiares. Otros
prefieren silenciar su implicación, en la creencia de poder resultar
más eficaces si no les son atribuidas ideas que con frecuencia han
sido mal comprendidas.
Hay legiones de conspiradores. Los hay en corporaciones, en
universidades y en hospitales, entre el profesorado escolar, en
fábricas y en consultorios médicos, en instituciones estatales y
federales, entre concejales de ayuntamientos y miembros de la Casa
Blanca, en las Cámaras legislativas, en organizaciones de
voluntarios, y en prácticamente todos los centros de toma de
decisiones en el país.
Los conspiradores, cualesquiera que sean sus niveles sociales o su
grado de sofisticación, están ligados entre sí, emparentados por sus
descubrimientos y «terremotos» interiores. Uno puede sobrepasar
antiguos límites, superar inercias y miedos pasados, y alcanzar
niveles de plenitud que parecían imposibles..., descubrir raudales
de posibilidades, de libertad y de cercanía humana. Se puede ganar
en productividad y sentirse más cómodo y confiado en medio de la
inseguridad. Los problemas pueden sentirse como retos, como
ocasiones para renovarse, más que como fuentes de estrés. Actitudes
habituales de autodefensa o de preocupación pueden desmoronarse.
Todo puede ser de otra manera.
Cierto que, al principio, la mayoría ni siquiera se proponía cambiar
la sociedad. En ese sentido, se diría que es una especie de
conspiración muy poco apropiada. Pero empezaron a darse cuenta de
que ellos mismos se habían ido convirtiendo en revoluciones
«vivientes». Tras haber experimentado serios cambios personales, se
encontraron a sí mismos replanteándose todo, cuestionándose antiguas
evidencias, viendo con nuevos ojos su trabajo y sus relaciones, la
salud, el poder político y los «expertos» en la materia, sus
objetivos y valores en general.
En cada ciudad, en cada institución, se han ido fusionando en
pequeños grupos, formando lo que alguno ha llamado «inorganizaciones
nacionales». Algunos conspiradores tienen una aguda conciencia del
alcance nacional, e incluso internacional, del movimiento y tratan
activamente de vincular a otros al mismo. Son al mismo tiempo
antenas y transmisores, escuchando y comunicando a la vez. Actúan
como amplificadores de las actividades de la conspiración por medios
muy diversos, como crear nuevas redes, editar folletos, sistematizar
e integrar los nuevos campos de posibilidades en libros,
conferencias, programas escolares, y hasta en sesiones del Congreso
y en los medios nacionales de difusión.
Otros han centrado su actividad en el
campo de su propia especialidad, formando grupos en el seno de
organizaciones e instituciones preexistentes, exponiendo las nuevas
ideas a sus colaboradores, para lo que con frecuencia necesitan
recurrir, en busca de apoyo, de confirmación o de respaldo
informativo, a niveles más amplios de la red. Y hay millones de
otros, que nunca se han considerado a sí mismos partícipes de una
conspiración, pero que sienten que sus propias luchas y experiencias
forman parte de algo más grande, de una transformación social más
amplia, que resulta cada vez más visible, si se sabe mirar en la
dirección apropiada. Normalmente desconocen la existencia de redes
nacionales y de su influencia en puestos elevados; pueden haber
encontrado una o dos personas de mentalidad pareja a la suya en su
lugar de trabajo, entre sus vecinos o en su círculo de amigos. No
obstante, incluso en esos pequeños grupos de dos, de tres, de ocho,
de diez, están ejerciendo un impacto.
Sería en vano buscarles afiliados en formas tradicionales, como
partidos políticos, grupos ideológicos, clubes, o fraternidades. Se
encuentran, por el contrario, en pequeños círculos y en redes
flexibles. Hay decenas de millares de puntos por donde se puede
entrar a formar parte de la conspiración. La gente, cualquiera que
sea el lugar donde comparten sus experiencias, acaban por conectar
más tarde o más temprano unos con otros, y eventualmente con
círculos más amplios. Su número crece cada día.
Por audaz y romántico que pueda parecer este movimiento, veremos
cómo ha evolucionado a partir de una secuencia de acontecimientos
históricos que difícilmente podrían haber conducido a otro lado...
En realidad es la expresión de profundos principios de la
naturaleza, que solamente ahora están siendo descritos y confirmados
por la ciencia. En su estimación de lo que es posible, procede de
forma rigurosamente racional.
«Estamos en un momento apasionante de la historia, tal vez en un
punto decisivo de giro», ha declarado Ilya Prigogine, que obtuvo el
premio Nobel en 1977 por la elaboración de una teoría que describe
las transformaciones, que tienen lugar no sólo en ciencias físicas,
sino también en la sociedad, y en donde se subraya el papel del
estrés y de las «perturbaciones» como desencadenantes de un nuevo
orden a un nivel superior. La ciencia, dice, está comprobando la
realidad de una «profunda visión cultural». Los poetas y filósofos
tenían razón al sugerir que el universo es abierto y creativo.
Transformación, innovación, evolución, son otras tantas respuestas
naturales a cualquier crisis.
Una cosa es cada vez más clara: las crisis de nuestro tiempo
representan el impulso necesario para la revolución en marcha. Y una
vez que comprendemos los poderes transformadores de la naturaleza,
comprendemos que éste es nuestro más poderoso aliado, y no una
fuerza que es preciso temer o mantener a raya. En nuestra misma
patología reside nuestra oportunidad.
En todo tiempo, decía el científico y filósofo Pierre Teilhard de
Chardin, el hombre se ha considerado a sí mismo en un punto decisivo
de la historia.
«Y en cierta medida, en cuanto que siempre ha estado
avanzando y subiendo como en espiral, estaba en lo cierto. Pero hay
momentos en que esa sensación de transformación se acentúa
particularmente, resultando así más justificada.»
Teilhard profetizó
el fenómeno central de este libro: una conspiración de hombres y
mujeres con una nueva perspectiva, capaz de desencadenar un contagio
crítico de la necesidad de cambio.
A lo largo de la historia, prácticamente todos los esfuerzos por
remodelar la sociedad han comenzado siempre por alterar su forma y
su organización exteriores. Se partía de considerar que una
estructura social racional podía ser fuente de armonía, a través de
un sistema de recompensas, castigos y manipulaciones del poder. Pero
los sucesivos intentos periódicos de alcanzar una sociedad justa por
medio de experimentos políticos parecen haber sido frustrados una y
otra vez por el espíritu humano de contradicción... ¿Y ahora qué?
La Conspiración de Acuario constituye el Ahora Qué. Hemos de
movernos hacia lo desconocido. Lo conocido no ha hecho hasta ahora
otra cosa que fallarnos por completo. Tomando una perspectiva más
amplia de la historia, y una evaluación más profunda de la
naturaleza, la Conspiración de Acuario es una forma distinta de
revolución, con un nuevo tipo de revolucionarios. Lo que busca es un
cambio de conciencia en un número crítico de individuos, lo
suficiente para precipitar la renovación de la sociedad entera.
«No
podemos esperar hasta que el mundo cambie», ha dicho la filósofa Beatrice Bruteau, «ni hasta que vengan nuevos tiempos que nos hagan
cambiar a nosotros, ni esperar que llegue la revolución y nos
arrastre en su nueva carrera. El futuro somos nosotros mismos.
Nosotros somos la revolución.»
El cambio de paradigma
Las nuevas épocas históricas
siempre nacen de nuevas perspectivas. La humanidad ha pasado por
muchas y dramáticas revoluciones del conocimiento, grandes saltos,
liberaciones repentinas de límites antiguos. Hemos descubierto el
fuego y la rueda, el lenguaje y la escritura. Hemos aprendido que la
tierra es plana solamente en apariencia, que el sol solamente en
apariencia gira en torno a la tierra, que solamente en apariencia es
sólida la materia. Hemos aprendido a comunicarnos, a volar, a
explorar.
Para describir adecuadamente cada uno de estos descubrimientos, se
dice que han traído consigo un «cambio de paradigma», expresión
introducida por Thomas Kuhn, filósofo e historiador, en su libro
La
estructura de las revoluciones científicas, publicado en 1962, y que
ha hecho época. Las ideas de Kuhn son enormemente útiles, no sólo
porque ayudan a comprender el proceso de emergencia de una nueva
perspectiva, sino también el cómo y el porqué estas nuevas visiones
se tropiezan invariablemente con una terca resistencia a su
aceptación durante un cierto tiempo.
Un paradigma es un marco de pensamiento (del griego paradigma,
«patrón»). Un paradigma es un esquema de referencia para entender y
explicar ciertos aspectos de la realidad. Aunque Kuhn se refería al
terreno científico, el término ha sido ampliamente adoptado. La
gente habla de paradigmas educacionales, paradigmas de planificación
urbana, cambio de paradigma en medicina, y así en otros campos.
Un cambio de paradigma supone un modo nítidamente nuevo de enfocar
antiguos problemas. Por ejemplo, durante más de dos siglos los
pensadores de primera fila daban por sentado que el paradigma de
Isaac Newton, su descripción de las fuerzas mecánicas como algo
predecible, acabaría por explicarlo todo en términos de
trayectorias, fuerzas y gravedad, llegando a penetrar hasta los
últimos secretos del universo concebido como una inmensa «maquinaria
de relojería».
Pero a medida que los científicos han seguido indagando en busca de
las últimas respuestas, permanentemente huidizas, empezaban a
aparecer aquí y allá ciertos datos que simplemente se resistían a
encajar en el esquema newtoniano. Esto sucede típicamente en
cualquier paradigma. Un buen día acaba por apilarse un montón
excesivo de cuestiones enigmáticas que se salen del marco ordinario
de explicación, forzándolo y poniéndolo consiguientemente a prueba.
De pronto surge una nueva y poderosa evidencia que explica las
contradicciones aparentes, introduciendo un nuevo principio..., una
nueva perspectiva. Al forzar la elaboración de una teoría más
comprehensiva, la crisis no resulta destructiva sino instructiva.
La teoría especial de la Relatividad de Einstein constituyó el nuevo
paradigma que vino a suplantar a la física de Newton. Esta teoría
resolvía muchos cabos sueltos, enigmas y anomalías que no encajaban
en la antigua física. Y se trataba de una alternativa que realmente
conmocionaba: las viejas leyes de la mecánica resultaban no ser
universales, no servían al nivel de las galaxias ni al de los
electrones. Nuestra comprensión de la naturaleza hubo de trasladarse
desde un paradigma de relojería a un paradigma de indeterminación,
de lo absoluto a lo relativo.
Todo nuevo paradigma implica un principio que había estado ahí desde
siempre, pero que hasta entonces no habíamos reconocido. Incluye
también la antigua concepción como una verdad parcial, como un
aspecto de la realidad, del modo cómo las cosas funcionan, sin que
ello implique que no puedan también funcionar de otras maneras. En
virtud de su más amplia perspectiva, permite transformar los
conocimientos tradicionales y las rebeldes observaciones nuevas,
reconciliando sus contradicciones aparentes.
El nuevo marco es más útil que el antiguo. Permite predecir con
mayor precisión. Y abre puertas y ventanas a nuevos vientos
exploradores. Dado el mayor poder y el alcance superior de las
nuevas ideas, podríamos esperar que se impusiesen rápidamente, pero
eso casi nunca sucede. El problema es que no se puede abrazar el
nuevo paradigma sin soltar el antiguo. Esta transformación no puede
efectuarse poco a poco, con el corazón partido. «Debe ocurrir de una
vez, como el cambio de forma y fondo en la psicología de la Gestalt»,
dice Kuhn. Uno no se puede «ir imaginando» el nuevo paradigma, es
algo que salta a la vista de repente.
Los nuevos paradigmas son casi siempre recibidos con frialdad,
incluso entre burlas y con hostilidad. Sus descubrimientos son
tachados de herejías. (Recordemos, como ejemplos históricos, a Copérnico, Galileo, Pasteur, Mesmer, etc.) La nueva idea aparece a
primera vista como rara, confusa incluso, entre otras cosas porque
el descubridor puede haber efectuado un salto intuitivo, sin haber
llegado a reajustar el conjunto de los datos. La nueva perspectiva
exige un giro mental tan pronunciado que los científicos
académicamente establecidos raramente llegan a darlo. Como muestra
Kuhn, quienes han trabajado fructíferamente desde la óptica antigua,
están habitual y emocionalmente vinculados a ella. Por lo general,
su fe inconmovible les acompaña hasta la tumba. Incluso confrontados
con una evidencia apabullante, permanecen apegados cerrilmente a la
opinión errónea, por conocida.
Pero el nuevo paradigma va ganando ascendiente. La nueva generación
reconoce su fuerza. Cuando un número crítico de pensadores llega a
aceptar la nueva idea, se produce un cambio colectivo de paradigma.
Al haber un número suficiente de gente que se ha acogido a la nueva
perspectiva, o que ha crecido dentro de ella, brota el consenso.
Después de un cierto tiempo, este paradigma empieza a su vez a
experimentar contradicciones; se producen nuevas grietas, con lo que
el proceso vuelve a repetirse. Es así como la ciencia va quebrando y
ensanchando continuamente sus propias fronteras.
El auténtico progreso en la comprensión de la naturaleza rara vez
tiene lugar de forma lineal. Todos los avances importantes son
intuiciones repentinas, principios nuevos, nuevos enfoques. Este
proceso en base de saltos adelante no resulta plenamente
reconocible, en parte porque los manuales que tratan de las
revoluciones, culturales o científicas, tienden a edulcorarlas.
Describen los pasos adelante como si hubiesen sido lógicos en su
día, en absoluto chocantes cuando acontecieron.
En efecto, mirando retrospectivamente, cómo en los años siguientes
al salto intuitivo se ha ido construyendo penosamente el puente
explicativo de enlace con la situación anterior, las grandes ideas
nuevas pueden aparecer como razonables, incluso como inevitables.
Las damos por sentadas, aunque lo cierto es que al principio
parecían insensatas.
Al haber dado nombre a un fenómeno difícilmente reconocible, Kuhn
nos ha hecho conscientes de los procesos de revolución y
resistencia. Ahora que hemos comenzado a comprender la dinámica de
las tomas de conciencia revolucionaria, podemos aprender a fomentar
saludablemente nuestro propio cambio y podemos cooperar en hacer más
fácil el cambio mental colectivo, sin tener que esperar hasta que la
fiebre haga crisis. Esto podemos hacerlo haciéndonos preguntas de un
modo distinto, es decir, poniendo en cuestión nuestras viejas
evidencias. Estas evidencias son como el aire que respiramos, como
la decoración de nuestra propia casa. Forman parte de nuestra
cultura. No podemos desconocerlas, y sin embargo deben dejar paso a
otras perspectivas más fundamentales, si hemos de descubrir qué es
lo que no funciona y su por qué. Al igual que
los koans que proponen
a sus novicios los maestros Zen, la mayoría de los problemas no
pueden resolverse al nivel en que vienen planteados. Es preciso
enmarcarlos de nuevo, situarlos en un contexto más amplio. Y todo
presupuesto no garantizado, debe ser dejado a un lado.
Con frecuencia tratamos de solucionar de modo irracional los
problemas dentro del antiguo contexto, con nuestras viejas
herramientas, en vez de percatarnos que la crisis que se está
echando encima es solamente un síntoma de nuestra propia y
fundamental testarudez. Por ejemplo, nos preguntamos cómo vamos a
poder garantizar una asistencia sanitaria suficiente a nivel
nacional, teniendo en cuenta el coste creciente de todo tipo de
tratamiento médico. La pregunta nos lleva automáticamente a
identificar la salud con los hospitales, los médicos, las recetas,
la tecnología. En vez de ello, deberíamos por el contrario comenzar
por preguntarnos
por qué la gente se pone enferma o en qué consiste
la salud. Otro ejemplo: discutimos sobre cuáles son los mejores
métodos para la enseñanza de los programas escolares en los
colegios, pero rara vez nos planteamos si esos programas son o no
los adecuados. Y aún más raramente nos preguntamos sobre la
naturaleza del aprendizaje.
Las crisis que padecemos son otras tantas formas de evidenciar la
traición a la naturaleza, perpetrada por nuestras instituciones.
Hemos identificado la buena vida con el consumo material, hemos
deshumanizado el trabajo y lo hemos hecho innecesariamente
competitivo, nos sentimos inseguros acerca de nuestra capacidad de
aprender y de enseñar. Nuestra medicina, salvajemente costosa,
apenas ha conseguido ganar algún terreno frente a las enfermedades
crónicas o derivadas de accidentes, y se ha ido haciendo a la vez
crecientemente impersonal y vejatoria. Los gobiernos se vuelven cada
vez más complejos e irresponsables desde su lejanía, y los sistemas
de seguridad social se encuentran una y otra vez al borde de la
quiebra.
La posibilidad de salvación en este tiempo de crisis no hemos de
buscarla en un golpe de suerte, ni en una posible coincidencia, ni
en una ponderada reflexión. Armados, como estamos ahora, de una
comprensión más adecuada de los procesos de cambio, sabemos hoy que
las mismas fuerzas que nos han llevado al borde del abismo a nivel
planetario, portan en su interior las semillas de la renovación. El
actual desequilibrio, personal y social, prefigura una nueva especie
de sociedad. Los roles, las relaciones, las instituciones, las
viejas ideas... todo está siendo hoy reexaminado, reformulado, y
diseñado de nuevo. Por primera vez en la historia, la humanidad
tiene acceso al panel de control del cambio, a la comprensión de
cómo se produce la transformación. Desde ahora estamos viviendo en
la era del cambio del cambio, una época en que de forma intencionada
podemos ponernos a trabajar codo a codo con la naturaleza para
acelerar el proceso de nuestra propia remodelación y la de nuestras
instituciones desfasadas.
El paradigma de la Conspiración de Acuario concibe a la humanidad
enraizada en la naturaleza. Promueve la autonomía individual en el
seno de una sociedad descentralizada. Nos considera administradores
de todos nuestros recursos, internos y externos. No nos ve como
víctimas ni como peones, no nos considera limitados por condiciones
ni acondicionamientos, sino herederos de las riquezas de la
evolución, capaces de imaginación, de inventiva, y sujetos de
experiencias que apenas si hemos llegado a entrever todavía. La
naturaleza humana no es ni buena ni mala, sino abierta a un proceso
continuo de transformación y transcendencia. Lo único que necesita
es descubrirse a sí misma. La nueva perspectiva respeta la ecología
de cada cosa: nacimiento, muerte, aprendizaje, salud, familia,
trabajo, ciencia, espiritualidad, arte, comunidad, relaciones,
política.
Los Conspiradores de Acuario se sienten atraídos entre sí por sus
descubrimientos paralelos, por cambios de paradigma que los han
convencido de que estaban llevando unas vidas innecesariamente
circunscriptas y limitadas.
Cambios de paradigma personales:
detectar la imagen escondida
El cambio de paradigma, tal como lo experimenta el individuo, puede
compararse al descubrimiento de la «imagen escondida» que suele
aparecer en las revistas infantiles. Uno mira un dibujo que parece
ser un árbol y un estanque. Te dicen entonces que lo mires más de
cerca, que busques en él algo que no tendrías razón para esperar que
se encontrase allí. De repente, vemos aparecer ciertos objetos
camuflados en la escena: las ramas se convierten en un pez o en un
rastrillo, las líneas en torno al estanque resulta que escondían un
cepillo de dientes. Nadie puede hacernos ver las imágenes ocultas a
fuerza de palabras. No se trata de persuadirnos de que los objetos
están allí: una de dos, o los vemos o no los vemos. Pero, una vez
que los hemos visto, están allí para siempre cada vez que miremos el
dibujo. Y nos preguntamos cómo es que no los vimos antes.
Mientras crecíamos, todos hemos experimentado cambios menores de
paradigma: la súbita comprensión de un principio geométrico, por
ejemplo, o de un juego, o un ensanchamiento repentino de nuestras
convicciones políticas o religiosas. Cada una de estas intuiciones
ampliaba nuestro contexto, traía consigo un modo fresco y nuevo de
percibir las conexiones entre las cosas.
La irrupción de un nuevo paradigma hace que nos sintamos humildes y
a la vez tonificados; no es tanto que estuviésemos equivocados,
cuanto que estábamos siendo parciales, algo así como si hubiésemos
estado mirando con un solo ojo. No nos aporta más conocimientos,
sino un modo nuevo de saber.
Edward Carpenter, sociólogo y poeta de fines del siglo diecinueve,
notable por sus cualidades visionarias, describía así este
movimiento de cambio:
“Si se para el pensamiento (y se
persevera en ello), al final se llega a una región de conciencia
situada por debajo o por detrás del pensamiento y se hace uno
consciente de un yo mucho más vasto que aquel al que estábamos
habituados. Y, puesto que la conciencia ordinaria, con la que
funcionamos en la vida cotidiana, se funda ante todo y sobre
todo en ese pequeño yo local..., se sigue que pasar más allá de
él equivale a morir al yo ordinario y al mundo de todos los
días.
Equivale a morir en el sentido ordinario de la palabra, pero en
otro sentido significa despertar y encontrarse con que el “Yo”,
el sí mismo más íntimo y real, se compenetra con el universo y
todos los demás seres.
Esta experiencia es tan maravillosa, que
puede decirse que, a su luz, desaparecen todas las dudas y los
pequeños problemas; y es cierto que en miles y miles de casos, el
hecho de haberlo experimentado una sola vez un individuo ha
revolucionado para siempre su vida y su concepción del mundo”.
Carpenter ha captado la esencia de la experiencia transformadora:
ensanchamiento, conexión, el poder de transformar permanentemente
una vida. Y, como él dijo, esa «región de conciencia» se abre a
nosotros cuando estamos en una actitud de callada vigilancia, más
que cuando nos afanamos en reflexionar y planificar.
A lo largo de la historia, mucha gente ha tenido este tipo de
experiencias, tanto accidentalmente como de forma deliberada. Pueden
ocurrir profundos cambios interiores en respuesta a una
contemplación disciplinada, o con ocasión de una grave enfermedad,
de una travesía por la selva, de una emoción paroxística, o a
consecuencia de un esfuerzo creativo, de ejercicios espirituales, o
de respiración controlada o de técnicas para «inhibir el pensamiento»,
o técnicas psicodélicas, de movimiento, de aislamiento, música,
hipnosis, meditación, o ensoñamiento, o al salir de una intensa
lucha intelectual.
A lo largo de los siglos, en diversas partes del mundo, unos pocos
iniciados en cada generación han compartido entre sí técnicas
diversas, capaces de inducir experiencias semejantes. Fraternidades,
órdenes religiosas y pequeños grupos diseminados han explorado lo
que parecían constituir dominios extraordinarios de la experiencia
consciente. En sus doctrinas esotéricas, hablaban a veces de las
cualidades liberadoras de sus experiencias iluminativas. Pero eran
demasiado pocos, carecían de medios para propagar ampliamente sus
descubrimientos, y la mayor parte de los habitantes de la tierra
estaban lo suficientemente preocupados por sobrevivir, como para
ocuparse de la transcendencia.
Y, de pronto, en esta década, todos estos sistemas y toda esta
literatura de engañosa simplicidad, toda la riqueza de muchas
antiguas culturas, se han hecho accesibles al conjunto de la
población, bien en su forma original, bien adaptados a la
sensibilidad contemporánea. Las estanterías de los grandes almacenes
y los puestos de periódicos de los aeropuertos ofrecen la sabiduría
de las eras pasadas encuadernada en libros de bolsillo. También a
través de clases de extensión universitaria, o en seminarios de fin
de semana, en cursos de educación de adultos o en centros
comerciales, se ofrecen técnicas que ayudan a la gente a conectar
con nuevas fuentes de energía, integración y armonía personales.
Estos sistemas pretenden armonizar cuerpo y mente, ampliar la
sensibilidad del sistema nervioso, conseguir que los participantes
se hagan conscientes del vasto potencial inexplotado que en ellos
reside. Es como dotar a su mente de sonar, radar y poderosas lentes
de aumento, mientras trabajan.
La extensa implantación de este tipo de técnicas, y la
generalización de su uso en la sociedad, fueron predichas por P. W. Martin en los años cincuenta, cuando estaba en sus comienzos la
investigación sobre la «conciencia»:
«Por primera vez en la
historia, el espíritu científico de indagación se está volcando
sobre el otro lado de la conciencia. Hay buenas esperanzas de que
esta vez puedan mantenerse los descubrimientos, de modo que puedan
convertirse, no ya en el secreto perdido, sino en patrimonio vivo de
todos los hombres».
Como veremos en el capítulo II, la idea de una rápida transformación
de la especie humana a partir de un determinado movimiento de
vanguardia, es algo que ha sido expuesto por muchos de los más
dotados pensadores, artistas y visionarios de la historia.
Todos los sistemas de expansión y profundización de la conciencia
emplean estrategias similares y conducen a descubrimientos
personales extrañamente semejantes. Y ahora, por vez primera,
sabemos que estas experiencias subjetivas tienen también sus
correlatos objetivos. La investigación en laboratorio, como veremos,
ha venido a demostrar que estos métodos contribuyen a una mayor
integración de la actividad cerebral, haciéndola menos aleatoria y
provocando en ella un grado mayor de organización. En sentido
literal, los cerebros experimentan una transformación acelerada. Las
técnicas transformativas nos abren el acceso a la creatividad, a la
salud, a la libertad de elección. El don de la intuición, la
capacidad de imaginar nuevas conexiones entre las cosas, privilegio
en otros tiempos de unos pocos afortunados, puede en adelante ser
adquirido por cualquiera que dé pruebas de una sólida voluntad de
experimentación y exploración. En la vida de la mayoría de los
humanos la intuición ha sido algo accidental. Nos ponemos a la
espera de su llegada, un poco como los primitivos aguardaban el rayo
con que poder encender fuego. Pero nuestro instrumento más crucial
de aprendizaje es la facultad de establecer conexiones mentales. Esa
es la esencia de la inteligencia humana: establecer lazos entre las
cosas, ir más allá de lo dado, descubrir patrones, relaciones,
establecer contextos.
La consecuencia natural de estas sutiles ciencias de la mente es la
intuición. El proceso intuitivo puede acelerarse tanto, que podemos
sentirnos aturdidos e incluso asustados ante las posibilidades que
se despliegan de pronto ante nosotros. Cada una de ellas nos permite
comprender mejor y predecir con mayor precisión que alternativas van
a ser favorables para nuestras vidas.
No hay por qué asombrarse que estos cambios de conciencia se
experimenten como despertar, como liberación, como unificación, como
transformación, en una palabra. Vistos los frutos, se comprende que
millones de personas se hayan apuntado a practicar estas técnicas
escasamente en unos pocos años. Todos ellos descubren que no
necesitan esperar a que cambie el mundo de ahí fuera. A medida que
se transforma su mente, se transforman también sus vidas y su propio
entorno. Se dan cuenta que tienen en sí mismos un centro sano, una
fuente de salud, que su interior alberga los recursos necesarios
para luchar contra el estrés y contra la rutina, y que en todas
partes pueden encontrar amigos.
A menudo les resulta difícil dar cuenta a otros de lo que les ha
ocurrido. No aciertan a exponerlo ordenadamente, y pueden llegar a
sentirse un tanto insensatos o pretenciosos al hablar de sus propias
experiencias. Algunos lo describen como un despertar después de años
de haber estado dormido, otros como una reunificación de partes
fragmentarias de su propio ser, otros, en fin, aseguran sentirse
curados o tener la sensación de haber llegado a casa.
Para muchos, la reacción de amigos y parientes puede resultarles
dolorosamente paternalista, no muy distinta de la actitud de unos
padres que previniesen a su hijo adolescente frente a los riesgos de
ser demasiado ingenuo e idealista. Realmente resulta difícil
explicarse a sí mismo.
Confianza, miedo y transformación
Tras haber encontrado una fuente de fuerza y de salud en su
interior, quienes han aprendido a confiar en sí mismos, sienten que
pueden más fácilmente confiar en los demás. Los cínicos, que no
creen en la posibilidad de cambio, suelen ser también cínicos
consigo mismos y con respecto a sus propias posibilidades de cambiar
y mejorar. Como veremos, toda transformación necesita un mínimo de
confianza.
Puede asaltarnos el miedo a perder el control. O bien la sospecha de
que vamos a tropezarnos en nuestro interior con las oscuras fuerzas
inconscientes que describen Freud y las doctrinas religiosas. Puede
que nos preocupe la amenaza de ir a parar demasiado lejos de
nuestros familiares y amigos, y al final, encontrarnos solos.
Y también sentimos un miedo apreciable frente a la posibilidad de
que se cumplan nuestras esperanzas. Consideramos tal cosa un poco
como un truco de prestidigitación, y damos vueltas en torno suyo una
y otra vez, metiendo la mano en sus bolsillos, o tratando de ver
dónde hay dobles fondos o espejos escondidos. Cuanto más sutiles
somos, tanto más suspicaces nos volvemos. Después de todo, a estas
alturas, ya sea en el juego o en la propaganda política, en la lucha
por «una buena causa» o en el caprichoso peloteo de la publicidad,
todos hemos saboreado la decepción, propia o ajena, en formas muy
distintas. Muchas veces ya antes de ahora, nos hemos sentido
decepcionados, nos han timado con promesas que parecían, y eran,
demasiado buenas para ser verdad. Y es indudable, además, que el oro
escondido de la transformación ha atraído e inspirado a toda una
generación de farsantes.
El nuevo muestrario de posibilidades se nos antoja demasiado rico y
variado; sus promesas, demasiado ilimitadas. Convertimos entonces
nuestros temores y preocupaciones en barreras de auto-protección;
con el tiempo, hemos aprendido a identificarnos con nuestros propios
límites. Y ahora, recelosos ante la promesa de un oasis, defendemos
las virtudes del desierto.
«La verdad es, dice Russell Baker,
columnista del New York Times, que casi nunca me siento bien ni
quiero sentirme bien tampoco. Más aún, no llego a comprender por
qué alguien querría sentirse bien.»
Es perfectamente normal no sentirse
bien, dice. En nuestro repertorio de prejuicios culturales, figura
la convicción de que la infelicidad es señal de sensibilidad e
inteligencia.
«Aprendemos a saborear las
cicatrices del remordimiento, dice Theodor Roszak, basta que
finalmente acabamos basando en ellas toda nuestra identidad.
Esto es lo que a muchos de nosotros nos parece más "serio" en
definitiva, lo realmente sólido como una roca: esa adusta
resignación, esa candidez teñida de ictericia... Acabamos por
creer que nuestra más íntima realidad es el pecado... La
desconfianza de sí mismo vuelve a la gente vulnerable y
obediente con más eficacia que una fuerza policial.»
Quienes se inquietan pensando que las
nuevas ideas van a sacudir la cultura hasta sus raíces tienen razón,
dice. Nuestra conformidad hasta ahora se debía en parte al miedo a
nosotros mismos, a la duda sobre la rectitud de nuestras propias
decisiones.
El proceso de transformación, aunque al principio se sienta como
algo extraño, pronto se revela como irrevocablemente acertado. Sean
cuales sean las impresiones negativas iniciales, la entrega personal
no se cuestiona una vez que hemos palpado algo que creíamos haber
perdido para siempre: el camino de vuelta a casa. Y una vez que el
viaje ha comenzado en serio, nada puede disuadirnos de él. Ningún
movimiento político, ninguna organización religiosa podrían pedir
mayor lealtad. Es un compromiso con la vida misma, una segunda
ocasión de encontrarle un sentido.
Comunicación y enlaces
Para que todos estos descubrimientos transformativos puedan
convertirse en patrimonio común de todos nosotros por primera vez en
la historia, es preciso darlos a conocer de la forma más amplia
posible. Es preciso hacer de ellos un nuevo consenso, algo que «todo
el mundo conoce».
A comienzos del siglo diecinueve, Alexis de Tocqueville observaba
que los comportamientos culturales y las creencias no verbalizadas
cambian normalmente mucho antes de que las gentes admitan entre sí
que los tiempos han cambiado. Durante años, e incluso generaciones,
se siguen proclamando de palabra, ideas que en privado se habían
abandonado tiempo atrás. Como nadie conspira contra esos viejos
marcos de creencias, dice Tocqueville, éstas siguen ejerciendo su
influjo y debilitan el ánimo innovador. Incluso mucho tiempo después
de haber perdido su valor un paradigma, éste sigue reclamando una
especie de hipócrita fidelidad. Pero si tenemos el valor de
comunicar a otros nuestras dudas y nuestro abandono del mismo, si
nos atrevemos a exponer lo incompleto, la endeble estructura y los
fallos del viejo paradigma, podemos llegar a desmantelarlo. No
necesitamos esperar a que se desmorone sobre nosotros.
La Conspiración de Acuario está utilizando la influencia de sus
avanzadillas dispersas aquí y allá, para subrayar lo peligroso de
los mitos y la mística implicados en el antiguo paradigma, y para
atacar ideas y prácticas que han quedado obsoletas. Los
conspiradores nos empujan a recuperar el poder al que hace tiempo
renunciamos en manos de la costumbre y de la autoridad, y a
descubrir, bajo la barahúnda de nuestros acondicionamientos, un
núcleo de integridad que trasciende todos los códigos y
convenciones.
Estamos ahora beneficiándonos del fenómeno predicho por Marshall
McLuhan en 1964: la implosión de la información. Todo el planeta es
hoy, efectivamente, un pueblo total. Nadie podía prever la rapidez
con que los individuos iban a poderse beneficiar de la tecnología, e
iban a poder comunicarse y ponerse de acuerdo. El conformismo que
apenaba a Tocqueville está dando paso a una creciente autenticidad,
que reviste caracteres epidémicos sin precedente en la historia. Hoy
día, podemos de hecho ponernos en contacto unos con otros, decirnos
mutuamente qué cosas hemos abandonado y en qué otras creemos ahora.
Podemos conspirar contra las viejas y mortíferas concepciones.
Podemos vivir en contra de ellas. El mundo está rodeado por un
cinturón global de comunicaciones que no deja escapatoria. Todo el
planeta vive hoy en base a enlaces instantáneos, todo el mundo se
apoya mutuamente en base a redes de comunicación y cooperación.
Gente de mentalidad semejante puede hoy unir sus fuerzas con la
rapidez con que podemos fotocopiar una carta, fotografiar una mosca,
hacer una llamada por teléfono, diseñar un parachoques, atravesar
conduciendo una ciudad, formar una coalición, pintar un póster,
volar para tomar parte en un mitin..., o vivir sin más abiertamente
de acuerdo con el cambio operado en su corazón.
«Por primera vez quizás en la
historia del mundo, decía el psicólogo Carl Rogers en 1978, la
gente se está comportando de una forma abierta, y expresan sus
sentimientos sin miedo a ser juzgados. El tipo de comunicación
es cualitativamente distinto al de nuestro pasado histórico, es
más rico, más complejo.»
Los Conspiradores de Acuario, actuando
como catalizadores de la humanidad, aprovechan para exponer sus
ideas en clase, en la televisión, en libros, en el cine, a través
del arte, de la canción, de revistas especializadas, en ciclos de
conferencias, en la pausa del café en el trabajo, en documentos
oficiales, en reuniones, y en nuevas reglamentaciones y
disposiciones de organización. Quienes no se atrevían al principio a
enfrentarse a la opinión predominante, se sienten ahora con ánimo
para ello.
Las nuevas ideas transformadoras aparecen también en forma de
manuales de salud, ocio, deporte, consejos dietéticos, gestión de
negocios, auto-afirmación, estrés, relaciones y mejoramiento
personal. Al revés que los antiguos manuales del tipo de «cómo hacer
esto o lo otro», no se pone el acento en el comportamiento, sino en
la actitud. Los ejercicios y experimentos que en ellos se
recomiendan están diseñados para proporcionar, de un modo u otro,
una experiencia directa de la nueva perspectiva. Porque sólo lo que
sentimos profundamente tiene el poder de cambiarnos. Los argumentos
racionales, por sí solos, no pueden penetrar las capas de miedo y
acondicionamiento que bloquean y entumecen nuestros sistemas de
creencias. La Conspiración de Acuario crea oportunidades para que la
gente experimente cambios de conciencia siempre que sea posible. Es
preciso que la comunicación no sólo sea amplia, sino también
profunda.
El consenso se puede comunicar de muchos modos, incluso a veces con
el silencio, como señalaba Roszak ante una gran audiencia en el
Symposium mundial de la Humanidad celebrado en Vancouver en 1976:
"Se está redactando en nuestro
tiempo un manifiesto secreto. Su lenguaje es una petición que
podemos leer en los ojos de los demás. Es el deseo de conocer
nuestra auténtica vocación en el mundo, de encontrar el modo de
ser y de hacer propio de cada uno...
Estoy hablando del
Manifiesto de la Persona, la declaración de nuestro derecho
soberano al auto-descubrimiento. No puedo decir si son millones
los que han comparecido efectivamente en respuesta a su
convocatoria, pero sí sé que su influjo se nota de forma
significativa en torno nuestro, como una especie de corriente
subterránea en nuestra historia, que despierta en todos aquellos
a quienes toca una sensación embriagadora sobre la profundidad
de las raíces del propio ser y las extrañas fuentes de energía
con que está conectado..."
Descendiendo hasta la misma raíz de los
miedos y las dudas, podemos cambiar radicalmente. Algunos están
comenzando a ocuparse, de palabra y de obra, de problemas sociales,
a un nivel jamás alcanzado por medio de influencias exteriores como
persuasión, propaganda, patriotismo, adscripción religiosa, amenazas
o predicación de la fraternidad. Como siempre han dicho los
místicos, un mundo nuevo es ante todo un espíritu nuevo.
De la desesperación a la esperanza
Muchos críticos sociales contemporáneos hablan con demasiada
frecuencia de su propia desesperanza, o adoptan una especie de
cinismo a la moda, a fin de enmascarar su propia sensación de
impotencia. «El optimismo es de mal gusto», decía hace poco el
filósofo Robert Solomon en la revista Newsweek.
«Lo que aparece como preocupación se
revela por debajo como indulgencia de sí mismo, como una amarga
auto-justificación, que declara "depravada" a la sociedad a fin
de poderse presentar como víctima "cogida" entre sus redes. Se
culpa al mundo de la propia infelicidad, o de los propios
errores políticos.»
Si hemos de abrirnos paso a través de
aguas turbulentas, más nos vale hacernos acompañar de quienes ya
antes han construido puentes en otras ocasiones y han conseguido
pasar más allá de la inercia y la desesperación. Los Conspiradores
de Acuario no son capaces de tener esperanza por saber menos que los
cínicos, sino por saber más, enriquecidos como están por su propia
experiencia personal, por su conocimiento de la ciencia de
vanguardia, o por noticias obtenidas confidencialmente de
experiencias sociales que han tenido éxito en diversas partes del
mundo. Han observado su propio cambio, el de sus amigos, el de su
trabajo.
Son pacientes y pragmáticos, saben ir
atesorando esas pequeñas victorias cuya acumulación debe conducir al
gran despertar cultural; saben que la oportunidad se presenta
disfrazada de muchas formas, que el sufrimiento y la disolución son
etapas necesarias en el proceso de renovación, y que los «fallos»
pueden resultar enormemente instructivos. Conscientes de que
cualquier cambio profundo, en una persona o en una institución,
solamente puede operarse desde su propio interior, no son nunca
violentos al contrastar sus opiniones.
Día tras día actúan y trabajan, afrontan las malas noticias y
continúan trabajando. Han apostado por la vida, sin importarles el
costo. Y, lo que es más, son conscientes de la fuerza que tienen en
conjunto.
La cultura emergente
La sociedad occidental se encuentra en un punto decisivo de giro.
Muchos pensadores de primera línea han experimentado el cambio de
paradigma acerca del modo cómo suceden los cambios de paradigma, han
protagonizado la revolución de comprender cómo comienzan las
revoluciones: en un fermentar de preguntas, en el pacífico
reconocimiento de que lo viejo ya no sirve.
Como serio estudioso de las condiciones necesarias para una
revolución, Tocqueville trató de prevenir a fines de los años 1840 a
las fuerzas gubernamentales francesas sobre la posibilidad de una
subversión. Estaba convencido que el Gobierno y la Justicia habían
ofendido al pueblo hasta tal punto, que las pasiones democráticas
habrían de derrocar pronto al gobierno.
El 27 de enero de 1848, Tocqueville, diputado a la sazón, tomó la palabra en la Cámara de
Diputados:
«Me dicen que no hay peligro porque
no hay disturbios», dijo. «Dicen que como no se observa
perturbación alguna en la superficie de la sociedad, tampoco
existen revoluciones debajo de ella. Permítanme decirles,
Señores, que se equivocan. Los disturbios aún no se han adueñado
de las calles, pero han tomado ya posesión de la mente de las
gentes».
A las cuatro semanas el pueblo se
rebelaba, el rey huía y se proclamaba la Segunda República.
Toda transformación cultural se anuncia por pequeños estallidos aquí
y allá, a los que sirven de detonantes pequeños incidentes, al calor
de las nuevas ideas que han podido estarse como larvas durante
décadas. De hecho se han ido acumulando papel y astillas en muchos
lugares y momentos diferentes, listos para arder en el fuego de la
verdadera conflagración, la que ha de consumir antiguas
demarcaciones y dejar alterado el paisaje para siempre. En La
Democracia en América, Tocqueville escribía que el marchamo de toda
revolución inminente es un período crítico de agitación, en el que
unos cuantos reformadores clave pueden comunicar entre si lo
suficiente como para estimularse unos a otros a que «las nuevas
ideas cambien repentinamente la faz del mundo».
Como veremos, toda revolución se aprecia primeramente observando las
tendencias: conductas y trayectorias inusuales, que son fácilmente
mal comprendidas, al tratar de buscarles explicación dentro del
contexto del viejo paradigma, con lo cual se las toma por algo que
no son. Y para confundir aún más las cosas, estos nuevos
comportamientos pueden ser imitados y exagerados por quienes no
comprenden que su base proviene de un cambio interior. Todas las
revoluciones se convierten en foco de atracción de mercenarios,
sensacionalistas e inestables, que se mezclan con los auténticamente
comprometidos.
Al principio, toda revolución que está tratando de ponerse en
marcha, como en el caso de una revolución científica, suele ser
rechazada por insensata o por sus escasas probabilidades de éxito.
Cuando claramente comienza a hacer progresos, provoca sensaciones de
alarma y de amenaza. Una vez que el poder ha cambiado de mano, al
mirar retrospectivamente, se tiene la impresión que todo estaba
dispuesto de antemano.
Al desconocer el proceso de cambio histórico de los valores y los
marcos de referencia, al no ser conscientes del carácter continuo, y
sin embargo radical, de todo cambio, tendemos a ir de acá para allá,
a la deriva de unas u otras revoluciones culturales, sin saber una
palabra de sus posibles causas u objetivos. No hemos sido entrenados
para saber estar a la expectativa, para presentir los primeros
temblores de la erupción cultural que se aproxima, para apreciar
señales sutiles de oscurecimiento o de aclaración del horizonte.
Todas las revoluciones, sociales, científicas o políticas, cogen
siempre por sorpresa a sus contemporáneos, si exceptuamos a los
«visionarios», quienes parecen poder detectar el cambio que se
avecinda, a partir de informaciones esquemáticas obtenidas desde el
principio. La lógica por si sola no vale demasiado como profeta,
según veremos. Para captar de forma completa la imagen de la
situación, es necesaria la intuición.
Las revoluciones, por definición, nunca son lineales, no avanzan
paso a paso de tal modo que el hecho A conduce al hecho B, y así
sucesivamente. Son muchas las causas mutua y simultáneamente
implicadas entre sí. Las revoluciones aparecen en escena de repente,
como una determinada combinación en un caleidoscopio. No es tanto un
proceso, cuanto una cristalización. «Al ciego todo se le presenta de
golpe», dice un viejo adagio. La revolución que se describe en La
Conspiración de Acuario no pertenece al futuro remoto.
Pertenece más bien al futuro inmediato,
y en muy buena medida forma parte ya de la dinámica de nuestro
presente. Para quienes pueden verla, la nueva sociedad que se está
gestando en el seno de la antigua no constituye una contracultura,
ni tampoco una reacción, sino una cultura emergente, el surgimiento
por fusión de un nuevo orden social. Un grupo inglés la ha
caracterizado como una colección de «culturas paralelas»:
"Somos gente que está de acuerdo en
la necesidad de sobrepasar la alienación y mutua hostilidad
existentes en la sociedad, siguiendo la estrategia de construir
culturas basadas en nuevos valores, que coexistan con las
antiguas y lleguen tal vez a reemplazarlas.
Creemos que la confrontación organizada, las llamadas de
atención al sistema o las reformas paulatinas sólo sirven para
preservar la alienación básica de la sociedad... Por eso, la
mayor parte de nuestras energías están dirigidas positivamente a
la estrategia de construir nuevas culturas.
Consideramos que las luchas por el poder entre
Izquierda-Centro-Derecha se mueven enteramente en una única y
misma dirección dentro de los moldes del antiguo, alienante
estilo de vida. Lejos de ser radicales, los extremos forman
parte de la antigua cultura lo mismo que el statu quo al que se
oponen. La Tercera Vía no es un grupo, ni una estrategia, es
sólo un contexto..., aunque, eso sí, no nos equivoquemos, es un
contexto radical. La lucha en favor de los valores sociales es
una nueva dimensión de la acción social radical, una vía que no
coincide con la Derecha ni con la Izquierda."
The Whole Earth Papers, compuesto por
una serie de monografías, describía el nuevo movimiento como,
«pro-revolucionario... el ascenso de
un cambio de conciencia y de paradigmas... Las crisis que
atravesamos no representan un desmoronamiento (breakdown) sino
una ruptura de líneas (breakthrough) en el proceso de avance de
la comunidad humana».
Michael Lerner, cofundador de la red de
centros de salud Commonwealth (Bienestar común) en California, al
relacionar distintos esfuerzos realizados para atraer la atención
sobre el estrés que nos invade por todas partes, dice:
«No habríamos sido capaces de llevar
a cabo esta oscura indagación, si no sintiéramos que nuestro
trabajo no es sino una diminuta parte más dentro de un
movimiento global... Tal vez otros puedan así reconocer los dos
polos de la experiencia colectiva de nuestro tiempo: por un
lado, el estrés causado por todo lo que nosotros mismos hemos
creado y traído a la existencia, y por otro, la auténtica gracia
del espíritu y el valor que experimentamos cuando buscamos un
camino nuevo».
Estrés y transformación son dos ideas
emparentadas que aparecen una y otra vez como un tema musical, que
se repiten como una letanía, en la literatura de la Conspiración de
Acuario.
La Association for Humanistic Psychology, al anunciar su convención
de Toronto en 1978, se refería a,
«este período de extraordinaria
significación evolutiva... El material a transformar viene dado por
el caos mismo que compone la existencia cotidiana. Hemos de buscar
nuevos mitos y nuevas concepciones del mundo».
Según Arianna
Stassinopoulos, crítica social británica, «la energía de este
movimiento constituye una especie de "campo de fuerza"», que está
aglutinando a todos aquellos que "sacudidos por aspiraciones nacidas
de las nuevas ideas, comienzan a mostrar una fuerza nueva, una
conciencia nueva y un nuevo poder». Ideas que comienzan en unos
pocos y acaban por irradiarse a otros muchos.
Bernard Levin, colaborador del Times de Londres, en un comentario al
«Festival del cuerpo y la mente» celebrado en las afueras de Londres
en 1978, y al que asistieron casi noventa mil personas, preveía una
rápida expansión del interés popular en la transformación:
"Al mundo no le basta la vida que
está llevando en el presente. Ni va a bastarle en el futuro; ni
hay mucha gente ya que siga pensando que si que le va a bastar.
Países como el nuestro están llenos de gente que tienen todo el
confort material que pueden desear, y que, sin embargo, llevan
una vida mortecina de callada (a veces ruidosa) desesperación,
sin comprender nada de nada fuera del hecho de sentir que tienen
un agujero dentro de ellos, y que por mucho que le echen de
comer y de beber, por muchos coches y muchos televisores con que
intenten rellenarlo, por mucho que busquen tapar sus bordes
rodeándose de hijos sanos y amigos leales... sigue doliendo.
Los asistentes al Festival venían buscando algo, no tanto
certidumbre cuanto comprensión: comprensión de sí mismos. Casi
todos los senderos ofrecidos tenían un mismo punto de partida:
el propio interior de cada cual.
La cuestión se está planteando hoy en día con más insistencia
que nunca antes en la historia... Las muchedumbres que fluyen
por las puertas giratorias del olimpo son sólo la primera gota
de la ola que está a punto de romper sobre políticos e
ideólogos, ahogando sus vacíos e inútiles esfuerzos en la
profunda auto confianza nacida de la auténtica comprensión de su
verdadera naturaleza".
Un symposium sobre el futuro de la
humanidad, que se celebró en 1979, anunciaba en su convocatoria:
«El primer reto con el que nos
encontramos es crear un consenso en torno a la idea de que es
posible un cambio fundamental, crear un clima, una estructura
que pueda organizar y coordinar íntegramente las fuerzas que hoy
día luchan por desarrollarse siguiendo caminos aparentemente
separados. Tenemos que crear una imagen irresistiblemente
vibrante, un nuevo paradigma para toda acción humanística
constructiva... Hasta que hayamos creado ese contexto-patrón, no
tiene sentido alguno seguir hablando de estrategias».
Este libro trata de ese contexto-patrón.
Es un libro que pone de relieve la evidencia (a veces
circunstancial, abrumadora en otros casos) que apunta
incontestablemente hacia un cambio profundo, personal y cultural.
Este libro es una guía para discernir paradigmas, hacerse nuevas
preguntas, y comprender los cambios grandes y pequeños que están
teniendo lugar por debajo de toda esta inmensa transformación en
marcha. Este libro trata de la tecnología, los conspiradores y las
redes del cambio, con sus peligros, ambiciones y promesas. También
intenta mostrar que lo que algunos han podido considerar como un
movimiento elitista, es por el contrario profundamente integrador,
abierto a todo el mundo que quiera participar en él.
Exploraremos las raíces históricas de la idea según la cual una
conspiración puede generar una sociedad nueva, buscaremos en el
correr de los años los signos premonitorios de esta transformación.
Pasaremos revista a las señales que evidencian la ingente capacidad
de transformación e innovación que posee el cerebro humano, a los
métodos diversos que se están usando para fomentar esa
transformación, y a una serie de testimonios individuales de
experiencias que han transformado la vida de mucha gente.
Veremos cómo las circunstancias históricas y culturales han
conducido a nuestra sociedad a la situación actual, lista para el
cambio, y cómo en América habían surgido hace tiempo visiones que
anticipaban el actual punto de giro decisivo. Veremos formarse las
líneas definitorias del mundo nuevo a la luz de las nuevas
concepciones de la naturaleza, intuiciones sorprendentes que, al ser
fruto de la convergencia de disciplinas científicas muy diversas,
evidencian resquicios prometedores por donde intuir una nueva era de
descubrimientos.
Estudiaremos las corrientes subterráneas de cambio que están
afectando a la política, y las redes que están surgiendo como nuevas
formas sociales, características de nuestra época, que están dotando
a los individuos de una fuente de poder sin precedentes.
Examinaremos los profundos cambios de paradigma que se avecindan en
el campo de la salud, del aprendizaje, del trabajo y de los valores.
En cada una de estas áreas podremos comprobar la evidente retracción
del apoyo popular a las instituciones establecidas.
Emprenderemos la «aventura espiritual» que es, a fin de cuentas la
Conspiración de Acuario, búsqueda de sentido que acaba siendo un fin
en sí mismo. Seguiremos la huella del efecto poderoso, a veces
perturbador, del proceso transformativo sobre las relaciones
personales. Y finalmente, consideraremos la evidencia de la
posibilidad de un cambio a escala mundial.
Aquí y allá, a lo largo del texto, se
aludirá a proyectos o gentes determinadas, pero sin citarlos nunca
como prueba o como argumento de autoridad. Más bien se ofrecen a
modo de mínimas piezas de un gran mosaico, formado por la abundancia
abrumadora de signos que en este punto de la historia señalan un
cambio de dirección del esfuerzo y el espíritu humano. Para muchos,
esos ejemplos podrán servir de inspiración creadora, como modelos de
cambio, como opciones que puede adaptar a su propia medida.
Estos nuevos paradigmas puede que susciten una serie de preguntas
que muchos preferirían dejar en la sombra. Los lectores pueden verse
enfrentados a cuestiones o consecuencias cruciales para su propia
vida. Las nuevas perspectivas tienen la facultad de desestabilizar
antiguas creencias y valores; pueden socavar resistencias y defensas
largo tiempo acumuladas. Las ramificaciones de una revolución
personal, por mínima que sea, pueden resultarnos más alarmantes que
el gran cambio cultural que se cierne sobre nosotros.
En el curso de este viaje podremos llegar a comprender ciertas ideas
clave, hasta ahora reducto acotado de especialistas y planificadores
de diversas disciplinas, que tienen el poder de enriquecer y
expansionar nuestras vidas. Tendremos que construir puentes entre la
nueva y la vieja concepción del mundo. La comprensión del cambio
básico que se está operando en alguno de los sectores más
importantes, nos ayudará a entender mejor lo que sucede en otros. La
captación de la nueva configuración trasciende cualquier posible
explicación.
El cambio es cualitativo, repentino,
resultado de unos procesos neurológicos demasiado rápidos y
complejos para poder seguir conscientemente su trayectoria. Aunque
quepa dar explicaciones lógicas hasta un cierto punto, las
configuraciones no se captan secuencialmente, sino de golpe. Si
algún concepto nuevo no le encaja en su sitio al tropezarlo por
primera vez, continúe leyendo. Según vaya avanzando en la lectura,
se encontrará con otras ideas relacionadas, o conexiones, ejemplos,
metáforas, analogías e historietas ilustrativas.
A su debido tiempo va a surgir la
configuración, se va a producir el cambio. Miradas desde la nueva
perspectiva, muchas antiguas preguntas van a resultarle
irrelevantes. Después de haber captado la esencia de esta
transformación, acontecimientos y tendencias que apreciamos en
nuestro entorno inmediato o en los periódicos, y para los que no
encontrábamos explicación, nos resultarán pronto coherentes.
Comprenderemos entonces también más fácilmente los cambios que están
sucediendo en nuestras familias o comunidades, o en la sociedad en
general. Al final, muchos de los acontecimientos que juzgábamos
oscuros, acabarán por integrarse en el contexto luminoso de un
cuadro histórico, un poco como hacemos ante una pintura puntillista,
en que tenemos que recular para poder captar su sentido.
Hay en literatura una técnica de eficacia comprobada: el empleo del
Momento Negro, es decir el punto en que todo parece perdido justo
antes de la salvación final. Esta técnica tiene su correlato en la
tragedia: el Momento Blanco, la súbita aparición de la esperanza, la
ocasión salvadora justo antes del desastre final inevitable. Algunos
podrán especular con la idea de que la Conspiración de Acuario, con
su promesa de un cambio en el último minuto, es sólo un Momento
Blanco en la historia de nuestro planeta; un bravo y desesperado
intento que acabará siendo eclipsado por la tragedia total,
ecológica, nuclear. Exit la humanidad. Telón.
Y sin embargo, ¿hay alguna otra opción de futuro que merezca la pena
ensayar?
Estamos al filo de una nueva era, dice Lewis Munford, la edad de un
mundo abierto, una época de renovación en que la liberación de una
fresca energía espiritual sobre la cultura mundial puede dar rienda
suelta a nuevas posibilidades.
«Nuestros días, en suma, son
solamente el comienzo.»
Vista a la luz de unos ojos nuevos, la
vida de cada cual puede dejar de ser un accidente para transformarse
en una aventura. Es posible ir más allá de antiguos
acondicionamientos y expectativas miserables. Contamos hoy con
nuevas maneras de nacer, y nuevos, más humanos y simbólicos modos de
morir, se puede ser rico de otras maneras, existen comunidades
dispuestas a ayudarnos en nuestro propio y singular viaje, tenemos a
nuestro alcance nuevos modos de ser humanos y de descubrir qué somos
los unos para con los otros. Después de las trágicas guerras, la
alienación y las magulladuras sufridas por nuestro planeta, tal vez
ésta es la respuesta a que se refería Wallace Stevens: tras el No
final, viene el Sí del cual depende el futuro del mundo.
El futuro, decía Teilhard, está en manos de quienes pueden ofrecer
razones para vivir y para esperar a las generaciones del mañana. El
mensaje de la Conspiración de Acuario es que estamos maduros para el
Sí.
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