IV. LA TRANSICIÓN -
GENTES EN CAMBIO
No hay más que una historia importante: la historia de lo que en otro tiempo
creíamos y de lo que ahora creemos. KAY BOYLE
Toto, tengo la sensación de que ya no estamos en Kansas.
Dorothy
La diferencia que existe entre una transformación accidental y una
transformación sistemática es semejante a la que existe entre un
rayo y una lámpara. Ambos pueden iluminar, pero el uno es incierto y
peligroso, mientras que la otra es relativamente segura, controlable
y disponible.
Los desencadenantes intencionales de experiencias transformativas
son innumerables, pero todos tienen una cualidad en común: el
enfocar la conciencia sobre la conciencia, un cambio crítico de por
sí. Por debajo de su aparente diversidad, la mayoría de esos
mecanismos desencadenantes implican concentrarse en algo demasiado
extraño, complejo, difuso o monótono, como para que pueda hacerse
con la mitad analítica, intelectual, del cerebro: por ejemplo, en la
respiración, en un movimiento físico repetitivo, en una música, en
el agua, en una llama, en un sonido desprovisto de significado, en
una pared vacía, en un koan o en una paradoja.
El cerebro
intelectual no puede dominar el campo de la conciencia más que
cuando se centra sobre algo definido y limitado. Las señales del
otro lado de la mente pueden hacerse oír si se le consigue capturar
por medio de una concentración difusa y monótona.
Entre los desencadenantes de este tipo de experiencias, citados por
los individuos que respondieron al cuestionario de la Conspiración
de Acuario, se encuentran los siguientes:
- Aislamiento sensorial y sobrecarga sensorial, porque toda profunda
alteración del input sensorial se traduce en un cambio de
conciencia. - Biofeedback: uso de máquinas que proporcionan información visual o
auditiva de procesos corporales como son la actividad eléctrica
cerebral, la actividad muscular, la temperatura cutánea, porque para
aprender a controlar estos procesos se requiere un estado no
habitual de relajación y de atención. - Entrenamiento autógeno: método nacido en Europa hace más de
cincuenta años, fundado en autosugestiones de relajación, de
respiración por sí mismo, etc., dirigidas al cuerpo. - Música (a veces combinada con imaginación o meditación), a causa
de la sensibilidad del cerebro a la tonalidad y al ritmo, y porque
la música implica al hemisferio derecho. También el canto, la
pintura, la escultura, la cerámica, y otras actividades semejantes
que proporcionan a quienes las practican la oportunidad de perderse
en el proceso creativo. - Improvisación dramática, que requiere una atención y una
espontaneidad totales. El psicodrama, porque acentúa la conciencia
de los roles y la interpretación de los mismos. La contemplación de
la naturaleza y otras experiencias estéticamente sobrecogedoras. - Las estrategias de «ampliación de conciencia» de diversos
movimientos sociales que centran la atención en los antiguos modos
de pensar. - Redes y movimientos de autoayuda o de ayuda mutua, como por
ejemplo los Alcohólicos Anónimos, y otros semejantes, cuyas reglas
incluyen el prestar atención a los propios procesos conscientes y de
cambio, y el reconocimiento de que podemos elegir nuestra conducta y
cooperar con las «fuerzas superiores» mirando hacia adentro. - La hipnosis y la auto hipnosis. - Meditación de cualquier tipo: Zen, Budismo tibetano, caótica,
trascendental, cristiana, cabalista, kundalini, raja yoga, tantra
yoga, etc. También la psicosíntesis, sistema que combina la
imaginación con el estado meditativo. - Cuentos sufíes, koans y danza de los derviches. Asimismo diversas
técnicas chamánicas y mágicas sobre focalización de la atención. - Seminarios diversos, como Control Mental Silva, Realización, y
Manantial de Vida, que intentan romper el acondicionamiento cultural
y abrir al individuo a nuevas opciones. - Los diarios de sueños, ya que los sueños son el medio más
asequible para obtener información de los dominios situados más allá
de la gama ordinaria de conciencia. - La teosofía y los sistemas de Arica y otros inspirados en
Gurdjieff, que sintetizan muchas tradiciones místicas diferentes y
enseñan técnicas para alterar la conciencia. - Psicoterapias contemporáneas, como la Logoterapia de Viktor Frankl,
que comprende la búsqueda de sentido y el uso de la «intención
paradójica», en un enfrentamiento directo con la fuente del miedo.
La Terapia Primal y sus derivados, que provocan la reviviscencia de
tempranos sufrimientos infantiles. El proceso de Fischer-Hoffman,
que parte de una vuelta semejante a las ansiedades infantiles,
seguida de intenso empleo de la imaginación orientada a una
reconciliación y perdón de los propios padres, en relación con
tempranas experiencias negativas. La Terapia de la Gestalt, que
provoca suavemente el reconocimiento de pautas significativas o
cambios de paradigma. - La Ciencia de la Mente, método de curación y autocuración. - Un curso sobre los milagros, enfoque cristiano contemporáneo y
poco ortodoxo, basado en un cambio profundo de la percepción. - Innumerables disciplinas y terapias corporales, como Hatha yoga,
terapia Reichiana, sistema de Bates para mejorar la visión, T'ai Chi
Ch'uan, Aikido, Karate, footing, danza, Rolfing, bioenergética,
métodos de Feldenkrais y de Alexander, kinesiología aplicada. - Experiencias intensivas de cambio personal y colectivo en Esalen (Big
Sur), grupos de sensibilización en los National Training
Laboratories de Washington, grupos de encuentro, grupos informales
de apoyo amistoso. - El deporte, el montañismo, el piragüismo, y otras actividades
similares físicamente estimulantes, que causan un cambio cualitativo
en la sensación de estar vivo. También los retiros a lugares
salvajes, los vuelos en solitario y la práctica de la vela también
en solitario, que favorecen el auto-descubrimiento y la sensación de
intemporalidad.
Todos estos métodos pueden recibir el nombre de psicotécnicas, esto
es, sistemas por los que se puede obtener un cambio deliberado de
conciencia. Lo que no quita que algunos individuos puedan descubrir
por su cuenta nuevas maneras de fijar la atención, y puedan aprender
a inducir tales estados por métodos diseñados por ellos mismos. Todo
puede funcionar.1
Como señalaba William James hace tres cuartos de siglo, la clave de
la expansión de la conciencia es el abandono. Cuando se abandona la
lucha, el combate está ganado. «Para ir más deprisa, es preciso
disminuir la velocidad», decía un héroe de Shockware River, novela
futurista de John Brunner. Un investigador de biofeedback, jefe del
departamento de psiquiatría en un centro médico famoso, decía a sus
colegas: "Para ganar este tipo de carreras, hay que quitar el pie
del acelerador".
La complejidad de un método no debería confundirse con su
efectividad. Ciertas disciplinas altamente estructuradas o el uso de
un simbolismo complicado pueden ser útiles a algunas personas,
mientras que otras pueden experimentar cambios profundos sobre la
base de una tecnología de lo más simple. Métodos que funcionan
durante un tiempo pueden de pronto resultar inadecuados, o bien, al
contrario, puede parecer que tal método no era especialmente
significativo, y sin embargo, visto retrospectivamente, uno se da
cuenta que han ocurrido cosas importantes.
Nuestros sistemas nerviosos difieren en cuanto a su organización;
podemos encontrarnos en estados de salud diferentes; tenemos
historias distintas en cuanto a introspección, sueños, rigidez,
ansiedad. Así como hay quienes naturalmente son atletas, también hay
personas que experimentan cambios de conciencia con más facilidad.
El estado de atención difusa y relajada, que es clave en todas estas
técnicas, no debe ser forzado, sino simplemente permitido. El
esfuerzo interfiere con el proceso, y alguna gente siente dificultad
precisamente en dejarse ir.
Mucha gente parece ofrecer resistencia neurológica a las
psicotécnicas, tal vez a causa de una mayor sensibilidad al dolor
cuando eran niños, o por haber sufrido experiencias más dañinas.
Estos tienen mayores probabilidades de desconexión del hemisferio
derecho, por su mayor sensibilidad a la emotividad y al sufrimiento.
Otros muestran una mayor elasticidad, quizá por haber sido
innovadores y exploradores desde que nacieron, o por tener
temperamentos más flexibles, o haber aprendido a enfrentar el miedo
y el dolor en una época temprana de su vida.
A causa de esa ventaja o desventaja inicial, según la diversidad de
sistemas nerviosos, parece a primera vista que los ricos se
enriquecen aún más, mientras que los pobres se desaniman. Pero todo
el mundo puede hacer progresos, lo mismo que podemos, con la
práctica, mejorar nuestra destreza como nadadores o como
esquiadores, sea cual sea la habilidad natural con que contemos. Al
igual que el ejercicio físico, las técnicas tienen un efecto
progresivo, pero los cambios operados en el cerebro no se pierden
como sucede con el desarrollo muscular, en caso de falta de
constancia.
«Ningún espejo se convierte de nuevo en hierro, decía el
poeta sufí Rumi, ni ninguna uva madura se torna otra vez en agraz. »
Las etapas de la transformación
Ningún sistema puede garantizar el paso del estado humano ordinario
de fragmentación a un estado de claridad mental que persista las
veinticuatro horas del día. La transformación es un viaje que no
tiene destino final. Pero en ese viaje hay etapas, que
sorprendentemente pueden señalarse en el mapa con facilidad, sobre
la base de los miles de relatos que nos han llegado de tiempos
pasados o a la proliferación de informaciones que nos llegan de
buscadores contemporáneos. Todo viaje individual atraviesa trampas,
grutas, arenas movedizas, y cruces peligrosos, que son
exclusivamente propios, pero también hay desiertos, picos, y ciertos
extraños montículos que son observados por prácticamente todos los
que perseveran en el recorrido. Así pues, aun reconociendo que el
mapa no es el territorio mismo de la transformación, describiremos
el proceso distinguiendo en él cuatro etapas principales.
La primera etapa es preliminar y casi fortuita: un medio de acceso.
En la mayor parte de los casos, el medio de acceso sólo puede
identificarse mirando retrospectivamente. La entrada puede
desencadenarla cualquier cosa que conmueva la vieja concepción
respecto del mundo, las antiguas escalas de valores. Algunas veces
tiene su origen en un gesto mínimo, hecho por aburrimiento, por
curiosidad o por desesperación: un libro de bolsillo, un mantra
recibido en un cursillo, un curso de perfeccionamiento en la
universidad. Para un buen número, el detonante ha sido una
experiencia mística o psíquica espontánea, tan difícil de explicar
como de negar. O la intensa sensación de una realidad alternativa,
propiciada por una droga psicodélica.
Es imposible sobre estimar el rol histórico que han desempeñado para
mucha gente los psicodélicos como medio de entrada hacia otras
técnicas transformativas. Para decenas de miles de «zurdos
cerebrales», ingenieros, químicos, psicólogos y estudiantes de
medicina, incapaces hasta entonces de comprender a sus hermanos
«diestros», más espontáneos e imaginativos, las drogas fueron, sobre
todo en los años sesenta, un visado para Xanadú. Los cambios
operados por los psicodélicos en la química del cerebro ocasionan
una metamorfosis del mundo que consideramos familiar.
Esos cambios
dejan paso a una rápida sucesión de imágenes, a una desacostumbrada
profundidad en la percepción visual y auditiva, a una avalancha de
«nuevos» conocimientos, que al mismo tiempo parecen muy antiguos,
como provenientes de una penetrante memoria primordial. A diferencia
de los estados mentales producidos por el sueño o la bebida, la
conciencia psicodélica no es confusa, antes con frecuencia es más
intensa que la conciencia ordinaria de vigilia. Solamente a través
de ese estado profundamente alterado se han hecho algunos plenamente
conscientes del papel de la conciencia como creadora de la realidad
cotidiana.
Quienes habían ingerido psicodélicos pronto se daban cuenta que los
relatos históricos más cercanos a sus propias experiencias
provenían, bien de la literatura mística, bien del país de las
maravillas de la física teórica, visiones complementarias de «el
todo y la nada», lo más real de las dimensiones, que no puede ser
medida en términos de metros ni minutos. Como señalaba un cronista
de los años sesenta, «el LSD proporcionó una experiencia religiosa a
toda una generación».
Pero el satori químico es efímero, y sus
efectos son demasiado avasalladores para poder integrarlos en la
vida cotidiana. Las psicotécnicas que funcionan sin drogas ofrecen
un movimiento continuo y controlado en dirección a esa misma
espaciosa realidad. Los anales de la Conspiración de Acuario están
llenos de relatos de tránsitos del LSD al Zen, del LSD a la India,
del psilocibo a la psicosíntesis. Fueran cuales fuesen los
esplendores escondidos en los hongos o en los terrones de azúcar
impregnados, no eran más que un atisbo, atracciones para abrir boca
pero no el número fundamental.
La experiencia que sirve de medio de entrada es un indicio de que la
vida tiene una dimensión más brillante, más rica, más plena de
significado. Algunos, acosados por la visión alcanzada en ese
atisbo, se esfuerzan por ver más. Otros, menos serios, se quedan
cerca de la entrada, jugando al ocultismo, a las drogas, o a los
múltiples juegos de alteración de la conciencia. Algunos tienen
miedo de continuar, de cualquier forma. El enfrentamiento con lo
no-racional es desconcertante.
La mente, libre de sus cadenas, sufre
aquí una especie de agorafobia, un miedo sobrecogedor a sus propios
espacios. Quienes sienten una fuerte necesidad de control pueden
sentirse asustados al tocar unos dominios en que la realidad se
vuelve múltiple, en donde se puede ver de varias maneras. Con más
gusto, se quedarían pegados a su versión de un mundo hecho de blanco
y negro y de buenos y malos, reprimiendo toda visión que pueda
contradecir su antiguo sistema de creencias.
Algunos vacilan, al no saber qué hacer a continuación. A otros les
detiene el miedo a la crítica. Podrían parecer tontos, pretenciosos,
o incluso locos, a sus familiares, a sus amigos, a sus compañeros de
trabajo. Les preocupa que el viaje hacia su propio interior pueda
parecer narcisista o escapista. Realmente, quienes perseveran más
allá del punto de entrada tienen que superar un prejuicio cultural
generalizado frente a la introspección.
A menudo la búsqueda del
propio conocimiento es mirada como un intento de darse importancia,
como un ocuparse de la propia psique a expensas de las propias
responsabilidades sociales. La crítica popular dirigida a las
psicotécnicas se concreta típicamente en la expresión «el nuevo
narcisismo», acuñada por Peter Marin en un artículo en el Harper, y
en la de «la década del yo», usada peyorativamente por Tom Wolfe en
la revista New York.2
La sensación de soledad de quienes se inician en el proceso
transformativo se agrava por su propia dificultad para explicar cómo
se sienten y por qué siguen en la brecha. Sin intentar describir la
sensación de haber descubierto una especie de «bienestar» interior,
un yo potencialmente completo y sano, a la espera de ser liberado,
tienen miedo de resultar egoístas.
Hay un miedo a ser rechazado.
El conocimiento que se obtiene en
estas experiencias es con frecuencia huidizo, difícil de
reconstruir. ¿Y si todas las percepciones que he tenido no fueran
más que fantasmas, ilusiones? En el pasado hemos creído en promesas,
que luego no se cumplieron. Hemos visto disolverse espejismos de
esperanza, al intentar echarles mano. El recuerdo de todas estas
decepciones, grandes y pequeñas, nos advierte:
"No te fíes..." .
Más común aún es el miedo a nuestras propias potencialidades más
elevadas, como ha señalado Abraham Maslow.
«Disfrutamos y hasta nos
estremecemos de gozo ante las posibilidades quasi divinas que
descubrimos en nosotros mismos en ciertos momentos culminantes. Y,
no obstante, al mismo tiempo, temblamos de debilidad, de estupor y
de miedo ante esas mismas posibilidades. »
A menudo, la aparente
falta de curiosidad no es más que una defensa. «El miedo a saber no
es, en lo más hondo, más que un miedo a hacer», decía Maslow. El
conocimiento entraña responsabilidad.
Hay un miedo a sí mismo, una resistencia a fiarse de las necesidades
propias más profundas. Tememos caer en manos de los propios aspectos
impulsivos. Imagínate que nos encontramos con que lo que realmente
queremos en la vida resulta ser peligrosamente diferente de lo que
tenemos. Y hay también un miedo, relacionado con ello, a sentirnos
absorbidos en un torbellino de experiencias extrañas, y, peor aún, a
que pudieran gustarnos. O miedo a verse implicado en alguna técnica
demasiado exigente: si empezamos a hacer meditación, igual tenemos
que empezar a levantarnos a las cinco de la mañana o hacernos
vegetarianos.
El hombre tiene miedo de cosas que no pueden hacerle daño, y ansía
cosas que no pueden ayudarle, dice un texto hasídico. «Pero ahora
tanto lo que teme como lo que ansía se encuentra dentro de él. »
Tememos y ansiamos a un tiempo llegar a ser verdaderamente nosotros
mismos. En algún punto, a la entrada, nos damos cuenta de que si
continuamos tras este Santo Grial, ya nunca será todo exactamente
como antes. Siempre podemos darnos la vuelta en el lugar de entrada.
La oportunidad de retirarse está a la mano, como esa puerta de
emergencia que hay en lo alto de la montaña rusa en Disneylandia,
que abre el escape a quienes se lo piensan por segunda vez.
Para quienes siguen adelante, la segunda etapa es la exploración, el
Sí después del No final. Con cautela o con entusiasmo, después de
haber sentido que hay algo que merece la pena encontrar, el
individuo parte en su búsqueda. Este primer paso, aunque pequeño,
dado con seriedad, es fortificante y significativo. La misma
búsqueda, como dice un maestro espiritual, es ya la transformación.
Esta exploración consiste en ese «dejarse ir deliberado» que
describe el psicólogo Eugene Gendlin. Ese dejarse ir permite emerger
el conocimiento interior. Es un soltar intencionado, como cuando
aflojamos deliberadamente el agarre que mantenemos sobre algo. El
agarre aquí es una contracción de la propia conciencia, un espasmo
psíquico, que es preciso soltar antes para que pueda ocurrir algún
cambio. Las psicotécnicas están diseñadas precisamente para liberar
ese rígido aferramiento, a fin de poder flotar, de la misma forma
que un salvavidas permite a una persona que se está ahogando
soltarse de aquello a que se aferra contraído por el pánico,
haciendo posible su rescate.
No sin ironía, participamos en las experiencias transformativas de
la única forma que sabemos hacerlo: como consumidores, como
competidores, operando aún desde la escala de valores del antiguo
paradigma. Comparamos nuestra experiencia con las de los otros, nos
preguntamos si lo estamos «haciendo bien», si vamos lo
suficientemente deprisa, si hacemos progresos. Puede que intentemos
tener de nuevo alguna experiencia que nos resultó especialmente
gratificante o motivadora. Durante esta fase, numerosos individuos
prueban muchas técnicas y maestros, comparando los productos como
buenos consumidores. En una era de viajes supersónicos y
comunicaciones vía satélite, tenemos tendencia a esperar una
gratificación instantánea, un resultado o un feedback inmediatos.
Tal vez el proceso transformativo está hirviendo por debajo como un
géiser, pero no podemos verlo y nos consumimos de impaciencia por
falta de acción.
Algunos caen al comienzo en el cambio pendular. El primer método que
conocen, sea la Meditación Trascendental, el footing, el
Rolfing, o
lo que sea, les parece la panacea contra todos los males,
despreciando todas las demás técnicas. En este falso amanecer de
certezas, surge a menudo un intenso afán de proselitismo. Los
apóstoles en ciernes aprenden rápidamente que ninguna técnica vale
para todo el mundo, y que los mismos métodos, a través de su
insistencia en la concentración consciente, conducen finalmente a la
conclusión de que no hay que esperar últimas respuestas.
Como dice
el escritor de ciencia-ficción Ray Bradbury,
«todos andamos en la
misma búsqueda, tratando de resolver el viejo misterio. Por
supuesto, nunca llegaremos a resolverlo. Trataremos de subir hasta
él por otros lados. Finalmente, llegaremos a habitar en el
misterio... ».
En la tercera etapa, la integración, se habita en el
misterio.
Aunque pueda preferir unos a otros métodos o maestros, el individuo
confía en un «gurú» interior.
En las primeras etapas habla probablemente una cierta disonancia, un
conflicto agudo entre las nuevas creencias y las viejas
concepciones. Como una sociedad, que ha sufrido perturbaciones,
lucha por rehacerse a sí misma echando mano de sus viejos
instrumentos y estructuras, así el individuo intenta al principio
mejorar la situación más que cambiarla, procura reformar antes que
transformar.
Puede ahora haber una oscilación entre el entusiasmo y la sensación
de soledad, porque el miedo se centra en el efecto de rompimiento
que el proceso transformativo comienza a ejercer en el antiguo, y
por ello querido, itinerario que uno se había trazado: la
orientación de la propia carrera, relaciones, objetivos, valores...
En medio de la vieja cultura emerge un nuevo yo. Pero surgen también
nuevos amigos, nuevas gratificaciones, nuevas posibilidades.
En este período se emprende un nuevo tipo de trabajo, más reflexivo
que la búsqueda atareada de la etapa de exploración. Así como un
cambio de paradigma científico viene seguido por una operación de
«limpieza», tratando de encajar los cabos sueltos en el nuevo marco
de referencia, de igual forma quienes emprenden el camino de la
transformación personal padecen una necesidad de saber, que proviene
de su cerebro izquierdo. El conocimiento intuitivo se ha adelantado
a la comprensión. ¿Qué es lo que realmente ha ocurrido? El individuo
experimenta, depura y somete a prueba sus ideas, las agita, les saca
punta, deja que se expandan.
Muchos bucean en temas en los que nunca antes habían mostrado
interés o aptitud, en un intento de aprender algo acerca de los
cambios en la experiencia consciente. Pueden asomarse al campo de la
filosofía, de la física cuántica, de la música, la semántica, la
investigación sobre el cerebro o la psicología. De vez en cuando el
«científico» neófito se retira durante un cierto tiempo para tratar
de asimilar lo aprendido. La apertura ha sido inmensa. Todo le
interesa ahora.
Curiosamente, mientras menos necesidad se experimenta de validación
o justificación externa, tanto más el propio cuestionamiento puede
alcanzar niveles realmente inquisitoriales. Generalmente, el
individuo emerge robustecido, con una nueva sensación de fuerza y de
seguridad, confirmado en su propósito.
En el punto de entrada el individuo descubría la existencia de otros
modos de conocimiento. En la exploración, se encontraba con una
diversidad de técnicas capaces de hacerle conectar con esas otras
formas de conocimiento. En la integración, después de haber
comprobado que muchos de sus antiguos hábitos, ambiciones y
estrategias no resultaban adecuados a sus nuevas convicciones,
aprendía que existen otras formas de existir.
Ahora, en la cuarta etapa, la conspiración, descubre otras fuentes
de poder y el modo de usarlo en beneficio de su propia plenitud y al
servicio de los demás. El nuevo paradigma no solamente funciona en
su propia vida, sino que parece también funcionar para los demás. Si
la mente es capaz de sanar y transformarse, ¿por qué no pueden
unirse las mentes de unos y otros para sanar y transformar a la
sociedad? Antes, cuando intentaba comunicar las ideas de la
transformación, se trataba más que nada de explicarse a sí mismo o
de empujar a amigos y familiares a emprender el proceso. Ahora las
vastas implicaciones sociales de la transformación le resultan
evidentes.
Se trata de una conspiración para facilitar la transformación. No se
trata de imponerla a quienes no están maduros para ella ni
interesados en ella, sino de hacerla posible para aquellos que
sienten hambre de ella. Michael Murphy, cofundador de Esalen,
sugería que hasta las mismas disciplinas estaban conspirando en
favor de la renovación.
«Hagamos patente esa conspiración. Podemos
transformar nuestra vida ordinaria de todos los días en ese baile
que es la razón de ser de este mundo. »
Paradójicamente, en este período en el que el individuo se plantea
sus propias responsabilidades, roles y directrices, puede producirse
un hiato en relación con su propio activismo social.
Después de todo, si tiene el poder de cambiar la sociedad, aunque
sea en pequeña medida, más le vale considerar las cosas con toda
atención. Puede así someter a total reconsideración ideas como
poder, jerarquía y liderazgo. Hay un miedo a destruir una gran
oportunidad de transformación social por caer en viejos patrones de
conducta: conducta defensiva, egoísmo o timidez.
Ninguna narración individual del propio proceso transformativo
puede, con propiedad, considerarse como típica, ya que cada una es
única como una huella digital. Pero el avance de etapa en etapa si
es algo que se repite frecuentemente en las historias individuales.
Un joven que trabajaba como psicólogo clínico en un hospital del
estado añadió, como apéndice a su respuesta al cuestionario de la
Conspiración de Acuario una carta de cuatro páginas en la que
describe el clásico proceso a que nos estamos refiriendo.
En primer
lugar, el medio de entrada:
"En la primavera de 1974 estaba justamente terminando mi tesis de
licenciatura desde una perspectiva psicológica behaviorista... Una
tarde, otro compañero de estudios y yo decidimos experimentar con
LSD. Esa tarde tuve una experiencia que me resultaba difícil de
explicar o de describir: la súbita sensación de un vórtice que se
abría en mi cabeza y terminaba en algún lugar por encima de mí.
Comencé a seguir esta sensación con mi atención. Según me elevaba
empecé a perder el control y a sentir mucha presión y ruidos, y
sensaciones corporales de flotar, de alejarme en ascensión, etc. De
pronto, salté fuera del vórtice.
Lo que antes había contemplado como un complejo no muy atractivo de
viviendas universitarias para estudiantes casados, se me
representaba ahora como un conjunto de edificios de increíble
belleza, que aún ahora no puedo describir. Había un orden, una
sencillez y complejidad al mismo tiempo, como si todo tuviera
sentido por sí mismo y encajara a la perfección con los restantes
elementos del entorno. En el fondo de esta experiencia, yo tenía una
fuerte sensación de que no se debía exclusivamente al hecho de haber
tomado la droga".
En los días que siguieron, se dedicó a preguntar a sus compañeros y
profesores acerca de su experiencia, y fue «inmediatamente tachado
de pirado». Al continuar preguntando, un compañero le instó
repetidas veces para que leyera los libros de
Don Juan de Carlos
Castañeda. Al principio, se sentía escéptico. «Yo me consideraba un
verdadero científico, y esas historias sobre un brujo indio me
resultaban demasiado excéntricas. » Pero buscaba desesperadamente
una respuesta. Dejó de lado sus protestas intelectuales, y entró de
lleno en la etapa siguiente, la exploración:
"Cogí en mis manos el primer libro y a las pocas páginas me di
cuenta de que alguien sabía también de las mismas experiencias. Me
leí los restantes libros y decidí especializarme en esta área con
vistas a mis exámenes y a mi exposición doctoral. En ese punto, yo
no estaba aún seguro en qué me iba a especializar concretamente, ni
sabía el nombre de lo que estaba buscando.
Después de un verano de lectura y ampliación de mis experiencias
personales, había conseguido fijar la tarea que iba a emprender:
utilizar la meditación como procedimiento estandarizado de
exploración de la conciencia humana".
Aquel mismo verano comenzó a anotar en un diario sus ideas y
experimentos, y estudió sus propios campos de percepción bajo los
efectos del LSD (diez sesiones); usó también de diversas estrategias
en orden a alcanzar alteraciones espectaculares de la conciencia.
Ciertos episodios negativos, y que a veces hasta asustaban, le
indujeron a dejar las drogas y a poner freno a la práctica de juegos
psíquicos.
«La meditación era un camino más prudente y seguro para
procurarme la exploración de la conciencia y sus cambios, de una
forma profunda y estable. »
A fines de 1974, comenzó el período de
integración:
"Durante el otoño y la primavera continué mi búsqueda personal
usando como vehículo la meditación. Estaba redactando un informe
sobre mi posición en torno a la meditación y la conciencia, enfocado
a mis exámenes de doctorado. Probé algunas de las cosas sobre las
cuales estaba leyendo, como experiencias fuera del cuerpo, por
ejemplo, y decidí que había allí una realidad, para la que no me
sentía aún preparado. Además, yo sabía por mis lecturas que la
meditación debe ser practicada de una forma más creativa".
Como puede observarse, actúa más seriamente. Han dejado de
intrigarle los trucos y las habilidades paranormales, y ha dejado de
preguntarse cuáles podrían llegar a dominar, para pasar ahora a
preguntarse por lo que él mismo puede ser.
Una noche tuvo una experiencia extraordinaria. Había estado
meditando antes de irse a dormir, y se despertó viendo una
estructura tridimensional circular que estaba latiendo ante sus
ojos.
Al día siguiente hizo unos dibujos de la imagen, que más tarde
pudo identificar como un mantra, esto es una forma usada en la
contemplación en escuelas espirituales del oriente. Cuando se enteró
de que Carl Jung había escrito acerca de la emergencia de formas
semejantes desde el inconsciente colectivo, se sintió aún con más
fuerza para defender la importancia psicológica de la meditación,
incluso ante los profesores más escépticos de su universidad.
En 1975 expuso su tesis, basada en un estudio experimental de
personas que habían estado practicando meditación, técnicas de
relajación y biofeedback. Fue capaz de exponer sus descubrimientos
en presencia del tribunal que debía juzgar su tesis, en el que se
encontraba «un psicólogo behaviorista acérrimo» y un profesor
profundamente introducido en el estudio de la conciencia.
En 1976 pasó a trabajar en un hospital del estado. Hacia 1977 se
encontraba sin pensarlo en la cuarta etapa: la conspiración.
"A partir de este punto, el resto de mi relato se orienta, creo yo,
hacia una síntesis, entrando en lo que usted llama la Conspiración
de Acuario. Deseo continuar trabajando en psicología transpersonal,
en meditación, en biofeedback, y en meditación con música, todo ello
dentro del campo de la psicología clínica.
He trabajado con constancia, tratando de levantar la bandera
transpersonal en este hospital, aunque lentamente, ya que en este
estado no soplan los mismos vientos progresistas que en el área de
la bahía y en Los Angeles. No obstante, el trabajo con la meditación
musical ha progresado hasta tal punto que el hospital nos ha dado
una subvención... Ayer oí de gente que se interesaba por esto en una
institución de Ohio, y hoy de gente de Washington.
Estoy encantado con el rumbo por donde me ha ido llevando mi
meditación, e intento no olvidarme de «apresurarme despacio» en este
camino. Poco a poco estamos infiltrándonos en el bloque granítico
del tratamiento clínico que se hace por aquí... Estamos empleando el
tratamiento experimental en la unidad de tratamientos intensivos, y
hemos podido comprobar que funciona incluso con esquizofrénicos
severamente enfermos"
Más tarde juntó sus esfuerzos con los de un psiquiatra perteneciente
al staff del hospital (era de Oklahoma y había asistido durante un
tiempo a un centro de meditación Zen en California), y con un
psicólogo interno. Los tres habían estado trabajando durante más de
un año en la necesidad de reformar el hospital, que estaba
sobresaturado. Frustrados ante la continua resistencia de la
administración, acudieron a presentar sus ideas a un máximo
dirigente estatal, responsable de las instituciones.
El personaje, después de escucharles hasta el fin, les miró con toda
franqueza: «Tal vez puedan sacarlo adelante». Y a continuación les
sorprendió con esta cita, tomada de Carlos Castañeda: «Tal vez sea
éste su centímetro cúbico de suerte».3
El plan de reorganización del hospital fue aceptado, prácticamente
intacto, y el empleo de las psicotécnicas fue recomendado
oficialmente como parte integrante del tratamiento clínico. Todo
ello provocó un jaleo interno, a consecuencia de la cual fueron
cesados o cambiados de destino varios de los supervisores, mientras
que al psicólogo le fue ofrecido el puesto de administrador de una
de las unidades. Finalmente se negó a aceptarlo.
«Me di cuenta de
que realmente yo no quería el dinero ni el status que ello
representaba; que lo que yo quiero en realidad es trabajar con los
pacientes. »
Hoy en día trabaja en su propia clínica privada, y es consultor en
una prisión del Estado. También pertenece a un consejo oficial
encargado de evaluar los servicios que se ocupan de la salud mental.
"Es interesante observarme a mí mismo en este cambio reciente en mi
vida, desde que realmente me lancé al vado... Es curioso observar
cómo voy asumiendo riesgos, sin saber a dónde me pueden conducir. La
antigua sensación negativa de un posible fracaso siempre está ahí a
la vuelta de la esquina, pero mi creciente sensación de centramiento
acaba siempre por borrar del mapa estos fantasmas molestos surgidos
de las sombras. Estaré atento a mi próximo centímetro cúbico".
Este tránsito de la experimentación fortuita al interés serio, al
compromiso y a la conspiración, no es ni típico ni raro.
Los descubrimientos
Las psicotécnicas, actuando a modo de picos, azadas, compases o
prismáticos, han ayudado a restablecer señales interiores de
demarcación que han recibido nombres diversos en las diversas
culturas a lo largo del tiempo. Para comprender mejor el proceso
transformativo, vamos a contemplar los paisajes descubiertos a la
luz de esas señales. Los descubrimientos, como veremos, son
mutuamente dependientes y se refuerzan entre sí, sin que puedan
aislarse claramente unos de otros. Tampoco son necesariamente
secuenciales; algunos ocurren simultáneamente. También se
profundizan y se modifican; ninguno de ellos se puede considerar
acabado de una vez por todas.
Históricamente, la transformación ha sido descrita como un
despertar, como una nueva cualidad de la atención. Y de la misma
forma que nos admiramos de haber tomado como real el mundo de
nuestros sueños una vez que hemos salido de él, así quienes han
experimentado un ensanchamiento de su conciencia se sorprenden de
haber creído estar despiertos cuando no hacían más que andar como
sonámbulos. Toda persona se siente temerosa hasta que despierta su
humanidad, decía Blake.
«Si limpiásemos las puertas de la
percepción, veríamos el mundo tal como es, esto es, infinito. »
Y el
Corán advierte:
«Los hombres están dormidos. ¿Tienen que morir antes
de despertar?».
El estado de ensanchamiento de la conciencia recuerda a muchos
sensaciones tenidas en la infancia, cuando sus sentidos estaban
claros y abiertos y el mundo parecía cristalino. Realmente, los
individuos que mantienen una continua lucidez en su edad adulta son
escasos. Investigaciones realizadas sobre el sueño han demostrado
que la mayoría de los adultos muestran signos fisiológicos de
somnolencia a lo largo de sus horas de vigilia, y sienten que ese
estado es perfectamente normal.
En su famosa Oda sobre los indicios de inmortalidad, William Wordsworth describe esa progresiva cerrazón de los sentidos: el
esplendor y el sueño se marchitan, la casa-prisión se cierra en si
misma tras la infancia, y se viene encima la costumbre, «pesada como
el hielo». La prisión es nuestra atención fragmentada, controladora,
irritada, siempre planeando o recordando pero no siendo. Ante la
necesidad de bregar con los problemas cotidianos, sacrificamos la
conciencia del milagro de la conciencia. Como decía el apóstol
Pablo, vemos a través de un espejo, oscuramente, no cara a cara.
Una
y otra vez resurge la metáfora del despertar aplicada a la nueva
vida. Estábamos muertos dentro del vientre, no habíamos nacido.
Uno de los conspiradores de Acuario, un acaudalado agente
inmobiliario, informaba en su respuesta al cuestionario:
"Fue en mi primer viaje a Esalen, hace unos cuantos años. Acababa de
hacer una sesión de Rolfing, y había salido a dar un paseo.
De pronto me sentí sobrecogido por la belleza de cuanto veía. Esta
experiencia vívida y trascendente abría, desgarrándola, la
limitación de mi visión. Nunca había creído que la exaltación
emocional fuera posible. Pero en esta experiencia en solitario, de
media hora de duración, me sentí unido a todo, sentí la conexión, el
amor universal. Este rato grandioso destruyó de forma definitiva mi
antigua visión de la realidad".
Y se preguntaba, como muchos otros: Si me ha sucedido esto una vez,
¿Por qué no va a sucederme más veces?.
Se descubre así una nueva comprensión de sí mismo, algo que tiene
muy poco que ver con el ego, con el egoísmo. Hay múltiples
dimensiones en uno mismo; la sensación de estar recién integrado
como individuo... , la sensación de estar ligado con los otros como
si fueran uno mismo... y la fusión con un Sí mismo aún más universal
y primario.
Al nivel individual, descubrimos un sí mismo al que no le gusta
competir. Es curioso como un niño, y disfruta poniendo a prueba sus
fuerzas cambiantes. Es además ferozmente autónomo. No persigue
ganancia alguna, sino conocerse mejor a sí mismo, sabiendo que nunca
llegará a alcanzar el fondo de sus propias posibilidades. Como decía
un ex alcohólico,
«la única persona que necesito ser es yo mismo.
Puedo hacer esto bien. Realmente, nunca podré fracasar si me limito
a ser yo y dejar que tú seas tú».
La redefinición de sí mismo
desplaza toda competición.
«El gozo de esta búsqueda no está en el
triunfo sobre los otros, decía Theodore Roszak, sino en el cultivo
de las cualidades que compartimos con ellos y de la propia unicidad,
lo cual nos eleva por encima de toda competición. »
El conocimiento de sí mismo es una ciencia; cada uno de nosotros es
un laboratorio, nuestro único laboratorio, nuestra más cercana
visión de la naturaleza en sí misma.
«Si las cosas van mal en el
mundo, algo va mal dentro de mí», decía Jung. «Por tanto, si soy
sensible, primero trataré de ponerme bien yo mismo. »
El sí mismo liberado por el proceso transformativo reúne en si
aspectos que habían sido relegados. Algunas veces esto lo
experimenta la mujer como capacidad de actuar (el principio
masculino), y el hombre como la aparición de sentimientos maternales
(el principio femenino). La literatura budista describe
pintorescamente esta reunión como sahaja, «nacidos juntos».
A medida
que la naturaleza innata se reafirma, la turbulencia emocional
disminuye. La espontaneidad, la libertad, el equilibrio y la armonía
parecen aumentar. «Es como hacerse real», decía alguien al responder
el cuestionario. Sufríamos una división en todos los niveles,
incapaces de poner paz en medio de pensamientos y sentimientos
contradictorios. Poco antes de su suicidio, el poeta John Berryman
expresaba el deseo universal: «unificar mi alma múltiple... ».
Cuando respetamos y aceptamos nuestras identidades fragmentadas,
entonces hay reunión y renacimiento.
Si hay un renacimiento, ¿qué es lo que muere? Tal vez el actor. Y
las ilusiones: de que uno es una víctima, de que tiene razón, que es
independiente, o que es capaz de obtener todas las respuestas. La
«ilusionectomía» puede ser una operación dolorosa, pero es rica en
recompensas.
«Conocerás la verdad, dice un personaje de la obra de Brunner Shockwave River, y la verdad te hará ser tú. »
Un conspirador de Acuario hablaba de la experiencia de,
«una
potenciación interna, una mayor competencia que parece provenir de
una mayor apertura emocional, de ser capaz de echar mano de todos
los aspectos de uno mismo. Cuando decimos que alguien es fuerte,
parecemos estar hablando de alguien que no necesita ir pidiendo
excusas. No tiene nada que ver con su posición, tampoco. Todo el
mundo puede ser fuerte en este sentido».
La directora de una revista de Boston declaraba que su experiencia
transformativa más viva había sido aprender a ver sin las gafas que
había estado usando durante dieciocho años. Usando el método de
reducción del stress mental diseñado por William Bates, había tenido
un «flash» de claridad visual.
"Cuando tuve el primer flash, una fuerza poderosa parecía decirme en
mi interior: «Ahora que nos has dejado ver un poco, insistimos en
querer llegar a ver perfectamente». Me di cuenta de que todos somos
completos y perfectos desde este mismo momento, y que si no
experimentamos esa integridad es porque la hemos tapado.
Se requiere menos energía para sentirse libre y dejarse ir que para
mantenerse bloqueado por el estrés, y hay algo dentro de nosotros
que ansía experimentar y expresar esa sensación de fluir con
libertad. Aprendemos a base de soltarnos y dejarnos ir, no a base de
añadirnos cosa alguna."
Esa perfección, esa integridad, no se refiere a ningún logro
superior, ni tiene nada que ver con la rectitud moral ni con la
personalidad. No pertenece al plano de lo que se puede comparar, ni
siquiera es algo personal. Más bien es una captación intuitiva de la
naturaleza, de la integridad de forma y función en la vida misma, la
conexión con un proceso perfecto en sí mismo. Es reconocernos a
nosotros mismos, aunque sea brevemente, como hijos de la naturaleza,
no como extraños en este mundo.
Más allá de la reunificación personal, de la reconexión interna y de
la recuperación de porciones perdidas de uno mismo, está la conexión
con un Sí mismo aún más amplio, con ese invisible continente sobre
el que todos construimos nuestro hogar. En su respuesta al
cuestionario de la Conspiración de Acuario, un profesor de
universidad contaba cómo le había afectado profundamente una larga
estancia en zonas remotas de las islas de Indonesia, donde sintió
«una especie de círculo mágico, una unidad intacta con la vida
entera y con los procesos cósmicos, en donde se incluía mi propia
vida».
El sí mismo separado es una ilusión. Muchos de los que respondieron
al cuestionario hacían hincapié en el hecho de haber abandonado la
idea de que eran individuos encapsulados. Una psicóloga afirmaba
haber abandonado la idea del sí mismo en continua lucha,
«la idea de
que el yo existía de la forma que ingenuamente había supuesto, y de
que ese yo alcanzaría algún día el premio de la iluminación».
El sí
mismo es un campo dentro de otros campos más amplios. El poder surge
de la unión del sí mismo con el sí mismo. La fraternidad se apodera
del individuo como un ejército, no los lazos obligatorios de
familia, nación o iglesia, sino una conexión viva y vibrante, el
yo-tú unificador de Martin Buber, una fusión espiritual. Este
descubrimiento transforma a los extraños en hermanos, y nos hace
conocer un mundo nuevo y amistoso.
Viejas palabras, como «compañerismo» o «comunidad» adquieren nuevos
significados. La palabra «amor» puede aparecer en el vocabulario con
una frecuencia creciente; pese a su ambigüedad y a sus connotaciones
de sentimentalismo, no hay otra palabra que exprese de forma más
aproximada la nueva sensación de conexión e interés por los demás.
Surge una nueva y diferente conciencia social, que un hombre
expresaba en términos de hambre apremiante:
"No puedo seguirme protegiendo frente a la realidad del hambre que
sufre mucha gente, simplemente pretextando que son extranjeros que
no tienen nombre ni cara para mí. Ahora sé quiénes son. Son
justamente como yo, sólo que ellos están pasando hambre. No puedo
seguir pretendiendo que ese conjunto de acuerdos políticos que
llamamos «países», me separe del niño que llora, muerto de hambre,
en medio mundo".
El grupo es el sí mismo del altruista, ha dicho alguien alguna vez.
Cuando se aviva la empatía, la sensación de participar en el
conjunto de la vida, y se siente más tristeza y más alegría junto a
la inquietante conciencia de la multiplicidad y la complejidad de
las causas, resulta bastante difícil creerse mejor que los demás y
estar dispuesto a juzgar a los otros.
Más allá incluso del sí mismo colectivo, de la conciencia de la
propia vinculación con los otros, está el Sí mismo trascendente,
universal.
El paso de lo que Edward Carpenter llamaba «el pequeño yo
local» al Sí mismo que penetra el universo entero, ha sido también
descrito por Teilhard como su primer viaje al «abismo»:
"Me di cuenta de que estaba perdiendo contacto conmigo mismo. A cada
paso que descendía, se iba descubriendo en mi interior una nueva
persona, de cuyo nombre no podía ya estar seguro y que había dejado
de obedecerme. Y cuando hube de detenerme en mi exploración, al
desaparecer el camino bajo mis pies, me encontré con un abismo sin
fondo ante mí, del que brotaba, sin yo saber de dónde, la corriente
que me atrevo a llamar mi vida".
La cuarta dimensión no es otro lugar; es este lugar, y es inmanente
a nosotros, es un proceso.
La importancia del proceso es otro descubrimiento. Los objetivos y
los puntos finales importan menos. Urge más aprender que almacenar
información. Es mejor cuidar de algo que guardar algo. Los medios
son los fines. El destino es el viaje. Comenzaremos a darnos cuenta
de qué formas hemos pospuesto la vida, sin prestar nunca atención al
momento.
Cuando la vida se convierte en proceso, desaparecen las viejas
distinciones entre ganar y perder, entre éxito y fracaso. Cualquier
cosa, incluso un resultado negativo, puede enseñarnos algo,
impulsándonos a proseguir la búsqueda. Estamos experimentando,
explorando. En el paradigma ampliado no existen «enemigos», sólo
cierta gente útil, aunque irritante, cuya oposición atrae la
atención hacia determinados puntos de conflicto, a modo de espejo
que agrandase las figuras.
Viejos adagios, que en otro tiempo eran solamente poesía, parecen
ahora profundamente verdaderos. Como Santa Catalina de Siena: «Todo
el camino que conduce al cielo es cielo». Cervantes: «El camino es
mejor que la posada». García Lorca: «Nunca llegaré a Córdoba.». C.
P. Cavafy: «Itaca te ha proporcionado un hermoso viaje», y
Kazantzakis: «Itaca es el viaje mismo» .
Cuando disfrutas del camino, la vida resulta más fluida, menos
segmentada; el tiempo se vuelve más circular y sutil. A medida que
el proceso gana en importancia, los antiguos valores comienzan a
modificarse, como líneas onduladas frente a un espejo de papel de
plata. Los enfoques cambian: lo que era grande puede parecer
pequeño, distante, y lo que era trivial puede sobresalir como
Gibraltar.
Y descubrimos que todo es proceso. El mundo sólido es un proceso,
una danza de partículas subatómicas. Una personalidad es un conjunto
de procesos. El miedo es un proceso. Un hábito es un proceso. Un
tumor es un proceso. Todos estos fenómenos aparentemente fijos se
recrean a cada momento, y pueden ser cambiados, reordenados y
transformados de mil maneras.
La conexión cuerpo-mente es un descubrimiento relacionado con el
proceso. No solamente el cuerpo es un reflejo de todos los
conflictos de la mente, pasados y presentes, sino que la
reorganización del uno lleva aparejada la del otro. Técnicas
psicoterapéuticas como la terapia reichiana, la bioenergética y el
Rolfing operan la transformación a través de una reestructuración y
realineamiento del cuerpo. Cualquier intervención en el bucle
dinámico que forma el cuerpo-mente afecta al conjunto.
Un joven adepto de un método de trabajo corporal llamado
Neurokinestesia, describía así su propia transformación:
"Estoy asombrado de cómo ha cambiado y cómo sigue cambiando mi vida.
Hay numerosos cambios físicos, y estoy aprendiendo a detectar claves
corporales provenientes de diferentes sistemas, incluso de los que
se supone que son autónomos. Al mismo tiempo me siento mejorar en mi
relación con la gente...
A principios de los años setenta yo y mis amigos nos sentíamos
descontentos con el mundo. Nuestras «soluciones» eran
intelectualizaciones radicales y retóricas, estudios provenientes
básicamente de la propia frustración. Sabíamos que el mundo tenía
que cambiar, pero nuestras respuestas no eran satisfactorias, porque
no estábamos abordando el sufrimiento humano en el nivel adecuado.
No podemos hacernos cargo de una situación, si no somos capaces de
controlar el entorno, esto es, nuestros propios cuerpos, físico,
mental y espiritual. Ahí está el verdadero sufrimiento.
No necesitamos estar en tensión. Podemos estar en armonía con el
entorno, mirando el mundo con una perspectiva clara. A medida que
nuestros cuerpos aprenden a fluir, tanto mas libremente podemos
relacionarnos con otros seres, con otra gente, con las situaciones".
Una mayor conciencia implica ante todo una conciencia mayor del
cuerpo. Según nos vamos sensibilizando a los efectos que producen en
el cuerpo, momento a momento y día a día, las emociones estresantes
de todo tipo, aprendemos también a manejar el estrés de forma más
directa. Descubrimos nuestra capacidad para controlar el estrés,
incluso cuando tiende a aumentar, respondiendo en su presencia de un
modo diferente.
El cuerpo puede ser también un medio de transformación. Poniendo a
prueba los propios limites en la práctica del deporte, la danza o
ejercicios diversos, descubrimos que el propio ser físico es un
sistema bioeléctrico fluido y plástico, y no una cosa. Al igual que
la mente, alberga potenciales asombrosos.
Uno de los descubrimientos más dulces es el de la libertad, la
entrada en ese lugar que las Upanishads sitúan «más allá de penas y
peligros». En el seno de la propia biología, se encuentra la llave
de la prisión que supone el miedo al miedo, la ilusión de estar
aislado. El saber que proviene del cerebro completo nos muestra la
tiranía de la cultura y de la costumbre. Restablece nuestra
autonomía, integrando nuestro dolor y nuestra ansiedad. Tenemos
libertad para crear, para cambiar, para comunicar. Tenemos libertad
para preguntar «¿por qué?» Y «¿por qué no?».
«Justamente el hecho de ser un poco más consciente modifica nuestra
forma de actuar», dice Joseph Goldstein, maestro de meditación.
«Una
vez que hemos entrevisto lo que sucede, es muy difícil dejarnos
coger en las mismas viejas trampas... En el trasfondo, hay una
vocecita que dice: "¿Qué estás haciendo?".»
Las psicotécnicas ayudan a romper la «hipnosis cultural», la ingenua
pretensión de que los emblemas y postulados de nuestra propia
cultura representan verdades universales o un punto culminante de la
civilización, de alguna manera. El robot se rebela, la estatua de
Galatea se torna en carne viviente, Pinocho se pincha un brazo y se
da cuenta de que no es de madera.
Un sociólogo de cincuenta y cinco años describía así el amanecer de
su libertad:
"Un sábado por la mañana, a fines de septiembre de 1972, me dirigía
a una pista de tenis para jugar por enésima vez. De pronto, me dije
a mí mismo: "¿Para qué hago esto?"... Súbitamente me hice consciente
de que el mundo de las actividades convencionales y de las
interpretaciones socialmente aceptadas de la realidad era
superficial e insatisfactorio.
Me había pasado cuarenta y ocho años luchando sin éxito por alcanzar
felicidad y plenitud desde las diversas identidades que socialmente
me eran asignadas, en la prosecución de objetivos que contaban con
el beneplácito de la sociedad.
Siento haber alcanzado ahora la libertad, tan plena y realmente como
podría sentirlo un esclavo fugitivo en el período anterior a la
guerra civil. En un momento dado, me sentí libre del miedo y la
culpabilidad asociados a mi educación religiosa. En otro momento,
hubo un cambio cuando comencé a identificarme a mí mismo no por mi
nombre, mi status o mi rol, sino como un ser libre innominado".
Toda sociedad, con su repertorio de juicios automáticos, limita la
visión de sus miembros. Desde nuestra más tierna infancia, nos vemos
sometidos a la seducción de un sistema de creencias, que acaba por
injertarse en nuestra experiencia de un modo tan inextricable, que
somos incapaces de distinguir entre cultura y naturaleza.
El antropólogo Edward Hall afirmaba que la cultura es un medio que
afecta a todos los aspectos de la vida: lenguaje corporal,
personalidad, manera de expresarnos, modo de diseñar la propia
comunidad. Somos incluso prisioneros de nuestra propia idea del
tiempo. Nuestra cultura, por ejemplo, es «monocrónica», cada cosa a
su tiempo; mientras que en otras muchas culturas que existen en este
mundo el tiempo es «policrónico».
En un tiempo policrónico, las
tareas y los acontecimientos empiezan y acaban de acuerdo con el
tiempo natural que tardan en terminarse, más que a tenor de pautas
rígidas preestablecidas.
"Para la gente criada en la tradición monocrónica del norte de
Europa, el tiempo es lineal y segmentado, como una carretera o una
cinta que se extiende hacia delante en el futuro y hacia atrás en el
pasado. Es también tangible. Hablan de él como de algo que se puede
ahorrar, gastar, perder, recuperar, acelerar, enlerdar, y que puede
hasta escurrirse o correr".
Aunque el tiempo monocrónico es algo arbitrario, algo que aprendemos
o que nos es impuesto, tendemos a considerarlo como si estuviera
inscrito en el universo. El proceso transformativo nos vuelve más
sensibles a los ritmos y a los impulsos creativos de la naturaleza,
así como a las oscilaciones de nuestro propio sistema nervioso.
Otro tipo de liberación, la libertad frente a los «apegos», es
quizá, para muchos occidentales, la idea menos comprensible de la
filosofía oriental. El «desapego» nos suena a sangre fría, y la
«ausencia de deseos» nos resulta poco deseable.
De forma más adecuada, debería entenderse el desapego como
no-dependencia. Nuestra agitación interna es, en buena medida,
reflejo del miedo que tenemos a perder algo: dependemos,
efectivamente, de ciertas personas, de determinadas circunstancias,
o de cosas que escapan a nuestro control.
En algún nivel sabemos que
la muerte, la indiferencia, el rechazo, o un cambio de fortuna
pueden dejarnos desnudos, tirados por la marea alta una mañana sobre
la playa. Y sin embargo, seguirnos aferrándonos desesperadamente a
cosas que en definitiva no podemos retener. El desapego es la
actitud más realista que podemos adoptar. Consiste en liberarse de
andar siempre pensando en lo que desearíamos, de andar siempre
queriendo que las cosas fuesen de otro modo.
Al hacernos conscientes de la futilidad de pensar en lo que se
desea, las psicotécnicas nos ayudan a liberarnos de insanas
dependencias. Crece nuestra capacidad de amar sin negociaciones ni
expectativas, y la capacidad de gozar sin ningún tipo de hipotecas
emocionales. Al mismo tiempo, la conciencia incrementada es capaz de
dar lustre a las cosas y a los sucesos más simples de cada día, de
modo que lo que puede parecer un cambio hacia un tipo de vida más
austero, supone con frecuencia el descubrimiento de otras riquezas
más sutiles y menos perecederas.
Otro descubrimiento: no nos liberamos hasta que no liberamos a los
demás. Mientras tenemos necesidad de controlar a otros, por buenos
que puedan ser nuestros motivos, estamos prisioneros de esa
necesidad. Al darles libertad, nos liberamos nosotros mismos. Y
ellos quedan libres para crecer a su manera.
André Kostelanetz recordaba cómo Leopoldo Stokowski revolucionó la
forma orquestal simplemente liberando a los músicos:
"Dispensó a las cuerdas del movimiento uniforme del arco, Sabiendo
que la fuerza de la muñeca es diferente en cada músico, y que para
sacar de sus cuerdas la más rica tonalidad, cada músico debe contar
con un máximo de elasticidad. Leopoldo animaba también a los
instrumentistas de viento a que respiraran a su antojo. Como él
decía, no le preocupaba cómo tocaran, con tal de que la música
resultase hermosa".
Los lazos culturales son con frecuencia invisibles, y sus paredes
son de cristal. Podemos creer que somos libres. No podemos salir de
la trampa hasta darnos cuenta de que estamos en ella. Solamente
nosotros, observaba hace mucho tiempo Edward Carpenter, somos los
"guardianes y carceleros". Una y otra vez, la literatura mística
describe la miserable condición humana como una prisión innecesaria;
es como si la llave estuviera siempre a nuestro alcance a través de
los barrotes, pero jamás nos preocupamos de buscarla.
Otro descubrimiento: la incertidumbre. No ya la incertidumbre
momentánea, que puede pasar, sino la incertidumbre oceánica, el
misterio que baña para siempre nuestra orilla. Aldous Huxley decía
en Las puertas de la percepción:
"El hombre que vuelve a atravesar la Puerta del Muro nunca será ya
igual al hombre que salió por ella. Será más sabio, pero menos
jactancioso; más feliz, pero menos complacido de sí mismo; más
humilde en reconocer su ignorancia, y sin embargo estará mejor
equipado para comprender las relaciones entre las palabras y las
cosas, entre la razón y el Misterio insondable que trata para
siempre en vano de abarcar".
O bien, como lo expresaba Kazantzakis, el verdadero significado de
la iluminación es «contemplar todas las oscuridades con ojos
iluminados».
Las psicotécnicas no "causan" la incertidumbre, como tampoco
fabrican la libertad. Solamente abren nuestros ojos a una y otra. Lo
único que se pierde es la ilusión. Lo único que ganamos es lo que ya
era nuestro desde siempre, aunque no lo reclamáramos. James Thurber
lo sabía muy bien: «La seguridad no está en los números ni en
ninguna otra cosa». En realidad nunca tuvimos seguridad alguna, sólo
su caricatura.
Mucha gente ha vivido toda su vida tranquilamente envuelta en el
sentido de misterio. Otra, que han perseguido la certeza como un
cazador persigue a su presa, puede sentirse sacudida al encontrarse
con la misma razón convertida en boomerang. No solamente la vida
cotidiana está llena de sucesos inexplicables, ni solamente se
comporta la gente de maneras que podríamos tachar de irracionales,
sino que incluso las avanzadillas del pensamiento racional, la
lógica formal, la filosofía formalista, las matemáticas teóricas, la
física, están minadas de paradojas.
Un gran número de conspiradores
de Acuario afirmaban haber descubierto los límites del pensamiento
racional a partir de su propia preparación científica. He aquí
algunas respuestas típicas a la pregunta:
«¿Qué ideas principales se
vio usted obligado a abandonar?» «La prueba científica como único medio de comprensión. » «Que el racionalismo lo era todo. »
«La fe en lo puramente racional.
» «Que la lógica era todo lo que había realmente. » «La perspectiva lineal. » «La visión mecanicista de la ciencia, en la que fui siempre formado.
» «La realidad material. » «La causalidad. » «Comprendí que la ciencia había limitado su forma de conocer la
naturaleza. » «Tras muchos años de búsqueda intelectual de la realidad, con el
hemisferio izquierdo, una experiencia con LSD me enseñó que había
otras realidades alternativas. »
Efectivamente, todos ellos habían abandonado la certeza.
En su obra Zen and the Art of Motorcycle Maintenance (El Zen y el
arte de cuidar motocicletas), Robert Pirsig describía el riesgo de
presionar la razón hasta el límite, donde ésta se repliega sobre sí
misma.
«En las regiones elevadas de la mente, observaba, es preciso
adaptarse a los aires más finos de la incertidumbre y a la enorme
magnitud de las cuestiones planteadas... »
Cuanto más significativa sea la pregunta, tanto menos probable es
encontrarle una respuesta inequívoca. El reconocimiento de la propia
incertidumbre nos anima a experimentar, y son las experiencias las
que nos transforman. Somos libres de conocer la respuesta, tenemos
libertad para cambiar de posición, e incluso para no adoptar ninguna
posición. De esa forma, aprendemos a reformular nuestros problemas.
Seguir haciéndonos una y otra vez la misma pregunta sin encontrar
respuesta es como seguir buscando lo que hemos perdido en los sitios
donde ya hemos mirado. La respuesta, como los objetos perdidos, se
encuentra en alguna otra parte. Una vez que nos descubrimos capaces
de poner en cuestión los presupuestos escondidos tras nuestras
viejas preguntas, podemos fomentar nuestros propios cambios de
paradigma.
Aquí, como en muchos otros sitios, los descubrimientos están
entrelazados. El reconocimiento del proceso permite soportar la
incertidumbre. La sensación de libertad requiere incertidumbre:
porque necesitamos tener libertad para cambiar, modificar, o
asimilar la nueva información, según vamos avanzando. La
incertidumbre es el compañero inseparable de todo explorador.
Paradójicamente, cuando renunciamos a la necesidad de certeza en
términos de control o de respuestas fijas, encontramos en
compensación un nuevo tipo de certeza, no apoyada en hechos, sino en
la sensación de ser dirigido.
Comenzamos a fiarnos de la intuición,
de ese conocimiento de todo el cerebro, al que el científico y
filósofo Michael Polanyi da el nombre de «tácito saber». A medida
que sintonizamos con las señales interiores, éstas parecen hacerse
más fuertes.
Quien se inicia en la práctica de las Psicotécnicas se da pronto
cuenta que aquellas pulsiones y "atisbos" interiores no contradicen
a la razón, sino que representan un modo trascendental de razonar,
debido a la capacidad de análisis simultáneo que posee el cerebro,
que no podemos seguir ni comprender conscientemente. Saul Bellow
describía en su obra Mr. Sammler´s Planet la forma en que
generalmente frustramos ese modo de conocimiento:
"El hombre intelectual se había convertido en una fuente de
explicaciones. Los padres explicaban a sus hijos, las mujeres a sus
maridos, los conferenciantes a los oyentes... , la historia, las
estructuras, los porqués. La mayor parte de las veces, por un oído
les entraba y por otro les salía. El espíritu quería lo que quería.
Tenía su propio modo de conocimiento natural. Y se sentía
desgraciado, sentado sobre la superestructura de la explicación,
como un pobre pájaro, sin saber hacia dónde volar".
Las psicotécnicas nos conducen a fiarnos más del «pobre pájaro», a
dejarlo volar. La intuición, ese modo de «conocimiento natural», se
convierte en compañero cotidiano, depositario de nuestra confianza
para dejarnos guiar por él incluso en decisiones de menor entidad,
lo que genera una sensación creciente de estar fluyendo y actuando
de la forma más adecuada.
Íntimamente unida a la intuición está la vocación, literalmente la
«llamada». Como decía Antoine de Saint Exupéry de la libertad: «No
existe más libertad que la de quien se abre paso para llegar a
algo».
La vocación es el proceso de abrirse paso para llegar a algo. Es la
dirección más que el objetivo. Una conspiradora, una ama de casa que
se dedicó después a hacer películas, decía después de haber tenido
una experiencia cumbre:
«Me sentía como si hubiera sido llamada para
servir a un plan de alguien en favor de la humanidad».
Los
conspiradores típicamente afirman sentirse colaborar con los
acontecimientos más que controlarlos o sufrirlos, de un modo
semejante a cómo un maestro de aikido aumenta su fuerza a base de
aprovechar las fuerzas en juego, incluso las que se le oponen.
El individuo descubre una nueva forma de voluntad flexible que le
ayuda a seguir la vocación. A esa voluntad se le ha dado a veces el
nombre de «intención». Es lo opuesto a algo accidental, supone una
cierta deliberación, pero no posee esa cualidad férrea, que
normalmente asociamos con la voluntad.
Para Buckminster Fuller, el compromiso tiene «algo de místico. En el
momento que uno empieza a hacer lo que quiere hacer, realmente se
inaugura una especie de vida diferente». Resaltando el mismo
fenómeno, W. H. Murray decía que todo compromiso parece alistar en
su favor a la misma Providencia.
«Ocurre toda suerte de cosas en
ayuda de uno, que de otro modo jamás habrían ocurrido. La decisión
pone en marcha toda una cadena de acontecimientos, que hacen surgir
en favor de uno toda especie de incidentes y encuentros imprevistos
y ayudas materiales que nadie podría haber soñado que llegaran de
ese modo. »
La vocación es una mezcla curiosa de voluntariedad e
involuntariedad, de elección y de abandono. La gente señala que a la
vez que se sienten fuertemente empujados en una dirección o a
realizar ciertas tareas, están también convencidos de que de alguna
manera «tenían» que dar justamente esos pasos.
Un poeta y artista,
M. C. Richards, decía:
«La vida se desenvuelve siempre en una u otra
frontera, haciendo incursiones a lo desconocido. Su camino nos lleva
siempre más allá, hacia la verdad. Y no podemos decir que sea un
inútil deambular sin dejar huella, pues según va apareciendo el
camino parece haber estado allí a la espera de los pasos... , hay
pues sorpresas, pero hay también continuidad».
Después de su viaje a la luna, el ex astronauta
Edgar Mitchell se
interesó hondamente en promover el estudio de los estados de
conciencia, y fundó una organización con el fin de recoger fondos
para ese objeto. En un momento dado, hizo esta observación a un
amigo:
«Me siento como si estuviera obrando al dictado... Justo
cuando pienso que todo está perdido, y tengo que poner el pie sobre
el abismo... algo surge para sostenerlo en el preciso momento».
Para algunos hay un momento consciente en el que se elige. Para
otros, el compromiso sólo resulta reconocible al mirar hacia atrás.
Dag Hammarskjóld describía así el tránsito operado en su propia
vida, de ser algo ordinario a ser algo pleno de sentido:
"No puedo decir de quién o de qué partió la pregunta, ni tampoco
cuándo fue hecha. Ni siquiera recuerdo haberla contestado. Pero en
un cierto momento se que respondí a alguien o a algo. Y desde ese
punto tuve la certeza de que la existencia tiene pleno sentido y
que, por tanto, vivir en el abandono daba a mi vida un objetivo".
Jonas Salk, descubridor de la primera vacuna contra la polio, y
comprometido también con un modelo evolutivo de transformación
social, aseguraba en cierta ocasión:
«Frecuentemente he sentido no
tanto haber yo elegido, cuanto haber sido elegido. ¡Y algunas veces
he deseado con todas mis fuerzas desentenderme de ello!».
Pero
añadía que, incluso así, todo cuanto se sentía compelido a hacer a
pesar de sus racionalizaciones en contra, resultaba al final
inmensamente satisfactorio.
Hablando de su propia experiencia, Jung decía: «La vocación actúa
como una ley divina, de la que no hay escapatoria». La persona
creativa está como poseída, cautivada por un demonio que la dirige.
A menos que asintamos al poder de esa voz interior, la personalidad
no puede evolucionar. Aunque a veces tratamos mal a quienes escuchan
esa voz, decía, son ellos sin embargo quienes «se convierten en
héroes de leyenda».
Al aumentar nuestra sensibilidad consciente con respecto a las
señales interiores, las psicotécnicas favorecen el sentido
vocacional, esa dirección interna que espera ser descubierta y
liberada.
Frederich Flach señalaba que cuando una persona ha
resuelto sus problemas y está dispuesta a enfrentarse al mundo con
energía e imaginación, las cosas se ordenan por sí mismas, como si
entre las personas y los acontecimientos se diera una colaboración
que incluyera la cooperación del destino como aliado:
"Carl Jung llamó «sincronicidad» a ese fenómeno. Lo definió como
«ocurrencia simultanea de dos acontecimientos conectados entre sí
por su significado pero sin ningún tipo de conexión causal entre
ellos...»
En el mismo momento en que luchamos por mantener un
sentimiento de autonomía personal, nos vemos cogidos también en el
flujo de fuerzas vitales mucho más poderosas que nosotros, de modo
que mientras seguimos siendo los protagonistas de la propia vida,
figuramos también como extras, como portadores de lanzas, en otro
drama mucho más amplio...
Este fenómeno nos suena a místico tan sólo porque no lo
comprendemos. Pero supuesto el marco mental correcto, la apertura,
hay innumerables claves disponibles, la posibilidad de sintetizar
las claves en un todo".
Cantidad de conspiradores describen una fuerte sensación de tener
una misión que cumplir. He aquí un relato típico:
"Un día, en la primavera de 1977, mientras daba un paseo después de
haber estado meditando, tuve una sensación eléctrica, que duró unos
cinco segundos, durante los cuales me sentí enteramente integrado en
la fuerza creativa del universo. Pude "ver" el tipo de
transformación espiritual que estaba intentando realizar, la misión
que tenía que cumplir en mi vida, y diversos caminos alternativos
por donde podría llevarlo a cabo. Elegí uno de ellos, y estoy
haciendo que suceda..."
El sueño que todo hombre lleva en su corazón, decía en cierta
ocasión Saul Bellow, es encontrar un cauce significativo para su
vida. La vocación nos ofrece ese cauce.
Un descubrimiento que nos induce a la moderación es, no ya la culpa
ni el deber, sino la responsabilidad en el más puro sentido de su
raíz latina: el acto de devolver, de responder. Podemos escoger el
modo de participar en el mundo, el modo de responder a la vida.
Podemos ser coléricos, bondadosos, humorísticos, compasivos o
paranoicos. Al darnos cuenta de nuestras formas habituales de
respuesta, podemos ver las maneras cómo hemos perpetuado nuestras
propias tribulaciones.
Las psicotécnicas, al focalizar la atención en los propios procesos
de pensamiento, nos muestran en qué proporción generamos nuestra
experiencia sobre la base de respuestas automáticas y a prejuicios.
Un abogado de Los Ángeles recordaba la percepción cegadora que tuvo
de la responsabilidad en los años sesenta, cuando era estudiante de
primer año de Derecho y se prestó corno voluntario para participar
en un experimento sobre los efectos del LSD que se realizaba en la
universidad:
"De pronto tuve un vislumbre, breve e impreciso al principio, de mí
«verdadero» yo. Llevaba semanas sin hablarme con mis padres; me daba
cuenta ahora de que, por un orgullo estúpido, los había herido
innecesariamente al prolongar una pelea que no tenía ya ningún
sentido. ¿Cómo es que no me había dado cuenta de esto antes?
Momentos después tuve otra revelación, más clara y dolorosa. Pude
ver toda la riqueza de posibilidades que había malgastado, al romper
con una joven por razones que en aquel momento me parecieron buenas.
Ahora me daba cuenta de todos los celos que sentía, mi posesividad,
mi suspicacia... ¡Dios mío! Fui yo quien mató nuestro amor, no ella.
Sentado allí en el restaurante, me veía a mí mismo bajo una luz
distinta, más "objetiva"... Nadie me estaba engañando ni
manipulando. La única fuente de problemas era yo, sólo yo, siempre
había sido yo. Comencé a sollozar sin poderme contener. El peso de
años de autodecepción parecía aliviarse...
Ciertamente aquella experiencia no me «curó» de los rasgos
destructivos de mi personalidad, pero sin embargo, aquel solo día me
proporcionó percepciones valiosísimas que iban a permitirme, por
primera vez en mi vida, mantener una relación sentimental a pesar de
todos sus altibajos. Probablemente no fue una coincidencia el que
unas semanas mas tarde conociera a la mujer que llegó a ser, y sigue
siendo mi esposa."
Nunca más volvería a tomar LSD, decía, pero la experiencia le liberó
de la esclavitud con respecto a su propia superestructura emocional.
"Desde entonces me sentí libre para luchar consciente y
continuamente contra ella, lucha que aún hoy día continúa."
Con frecuencia hablamos despectivamente del «sistema», refiriéndonos
a una estructura de poder establecida. En realidad, si pensamos que
formamos parte de un sistema dinámico, en el que cualquier acción
afecta al todo, tenemos poder para cambiarlo. Un recién graduado
afirma haber reaccionado ante este pensamiento con una mezcla de
sentimientos:
"Muchas mañanas me despertaba con la sensación de tener el miedo
agarrado al plexo solar en forma de una piedra gris y fría: miedo a
sí importar en realidad... , miedo a que el hecho de tenerlo no sea
ya capaz de detenerme. Pero aparte de asustarme, el descubrimiento
también me ha despertado. Me habla de mí mismo en unos términos que
me muestran que tengo integridad y dignidad. No sólo me dicen que
puedo aportar algo diferente, sino que lo diferente en el mundo soy
yo mismo."
Michael Rossman recuerda el descubrimiento colectivo hecho por los
organizadores del Movimiento en favor de la Libre Expresión, en el
sentido de darse cuenta de que podían realmente cambiar las cosas.
"Nada era ya lo que antes parecía. Objetos, encuentros,
acontecimientos, todo era ahora misterioso... No cabría ignorar la
sensación, aunque sé que a mucha gente le daba pánico. Casi nunca lo
mencionábamos, ni tampoco lo comprendíamos, pero nos sentíamos como
los oyentes y actores de la antigua tragedia griega, haciendo
nuestro papel de personajes libres en un argumento inexorable que
todos sabíamos de memoria. No hay palabras que puedan describir esa
torturante simultaneidad de libre arbitrio y de destino.
Bien puede ser que cada vez que actuamos conjuntamente, aunque sea
en pequeña medida, tratando de convertir este mundo en algo nuevo y
sorprendente, nos deslizarnos hacia una apertura a otro plano de la
realidad. ¿Será que el hecho de querer cambiar la realidad social en
un empeño colectivo puede quebrar profundamente las estructuras
perceptivas individuales?"
Cada uno de nosotros es, potencialmente, lo diferente en este mundo.
Un descubrimiento tardío, y que causa por cierto una angustia
considerable, es el de que nadie puede convencer a nadie para que
cambie. Todos somos guardianes de nuestra propia puerta del cambio,
que sólo puede abrirse desde el interior. Nadie puede abrir la
puerta de otro, ni basándose en argumentos ni con llamadas a la
sensibilidad.
Para la persona que se mantiene bien resguardada tras su propia
puerta del cambio, el proceso transformativo es amenazador, incluso
visto en otros. Las nuevas creencias y percepciones de los otros
suponen un desafío a la realidad "correcta" de la persona
inamovible; algo en él podría tener que morir. Semejante perspectiva
resulta aterradora, pues nuestras identidades se apoyan realmente
más en nuestras propias creencias que en nuestros propios cuerpos.
El ego, esa colección de convicciones e inquietudes, teme su propio
deceso. En efecto, toda transformación es una especie de suicidio,
supone matar ciertos aspectos del ego para salvar un sí mismo más
fundamental.
En algún punto temprano de nuestras vidas decidimos hasta qué punto,
justamente, deseamos ser conscientes.
Establecemos un umbral de
conciencia. Escogemos la fuerza mínima que deberá tener una verdad
para que nos permitamos admitirla a nuestra conciencia, elegimos
hasta qué punto vamos a estar dispuestos a examinar las
contradicciones que puedan aparecer en nuestra vida y en nuestras
creencias, y hasta qué nivel de profundidad vamos a querer penetrar.
Lo que vemos y oímos está sujeto a la censura de nuestro cerebro,
podemos filtrar la realidad para acomodarla al nivel de nuestro
valor. En cada nueva encrucijada volvemos a elegir en el sentido de
una conciencia mayor o menor.
Quienes no pueden comunicar sus propios hallazgos liberadores pueden
sentirse a veces distanciados de las personas que les rodean más
íntimamente. Finalmente, aunque a contrapelo, aceptan la naturaleza
inviolable de la opción individual. Si, por la razón que sea, otra
persona ha escogido en su vida la estrategia de la negación, con
todos los costes que ello acarrea, no podemos revocar su decisión;
ni podemos aliviar a otros del malestar crónico que engendra el
vivir una realidad censurada.
Pero hay un descubrimiento compensador. Poco a poco, quienes
emprenden el proceso transformativo descubren la existencia de una
vasta red de apoyo mutuo. «Es un camino solitario, pero uno no está
solo en él», decía uno de los conspiradores. Esa red es algo más que
una mera asociación de personas de mentalidad semejante. Ofrece
apoyo moral, opiniones sobre uno mismo, oportunidades de
descubrimiento y robustecimiento mutuos, ambiente cómodo, íntimo,
festivo, ocasiones de compartir experiencias o intercambiar piezas
del puzzle.
Erich Fromm, en sus planes de transformación social, subrayaba la
necesidad de apoyo mutuo, especialmente en pequeños grupos de
amigos:
«La solidaridad humana es condición necesaria para el
despliegue de cualquier individuo».
«Sin tales amigos, no hay
transformación, no hay Supermente», decía el narrador de la novela
de Michael Murphy Jacob Atabet, novela basada en parte en las
exploraciones y experiencias de Murphy y sus amigos.
«Somos
comadrones unos de otros. »
Las amistades que se forman entre personas seriamente interesadas en
proseguir la evolución de la conciencia procuran inmensas
satisfacciones, imposibles de describir, decía en una ocasión
Teilhard de Chardin. Barbara Marx Hubbard llamaba «supra-sexo» a esa
intensa afinidad, ese deseo casi sensual de comunión con otras
personas que comparten una misma y más amplia visión de la realidad.
La psicóloga Jean Houston hablaba, un tanto forzadamente, de
«enjambres», a este respecto, y un conspirador concebía «la red como
una fraternidad».
Según una carta firmada por John Denver, Werner Erhard y Robert
Fuller, antiguo presidente de la Universidad de Oberlin, y fechada
en 1978, había una conspiración que tenía por objeto hacer menos
arriesgadas para la gente las experiencias transformativas:
"El hecho de reconocer ante vosotros, y ante nosotros mismos, que
formarnos parte de esa «conspiración» que trata de hacer del mundo
un lugar más seguro para la transformación personal y social nos
proporciona una claridad de objetivos y una sensación de cercanía
que nos ayudan a continuar nuestro empeño.
De hecho, el significado original de la palabra conspirar es
«respirar juntos», lo cual expresa con toda exactitud nuestra
intención. Estamos juntos."
La novela Shockwave Rider describe la pesadilla de una sociedad
totalmente monitorizada por computadoras en el siglo veintiuno. El
único santuario de intimidad, individualidad y humanidad es
Precipicio, un pequeño pueblo formado a partir de las chabolas y
cabañas de los supervivientes del terremoto de la Gran Bahía. Sus
ciudadanos lo protegen como un oasis, como un prototipo del escape a
la deshumanización. A todo lo ancho del país hay una corriente
subterránea de simpatizantes que conocen su existencia. Freeman,
fugitivo del sistema autoritario, recibe ayuda de esos
simpatizantes. Más tarde, hace esta observación:
«Precipicio es un lugar terriblemente grande cuando aprendes a
reconocerlo».
Así es la conspiración. A medida que crecen sus efectivos, se hace
más fácil encontrar amigos en quienes apoyarse, incluso en el
ambiente sofocante de las instituciones y los pueblos pequeños. El
sentido comunitario, el compartir mutuamente las experiencias,
preparan al individuo para proseguir una empresa que de otra forma
sería solitaria. La red, como decía Roszak, es un vehículo de
auto-descubrimiento.
«Al buscar la compañía de quienes comparten
nuestra identidad más íntima y prohibida, comenzamos a encontrarnos
a nosotros mismos como personas »
Un breve encuentro es suficiente para reconocerse. Las respuestas a
una pregunta del Cuestionario acerca del modo como se tropezaban con
aliados, ofrecen una significativa variedad de relatos:
- Por medio de contactos privados, amigos de amigos. - Por sincronicidad, como «guiados»: «Parecían asomar cuando los
necesitaba». - Dando a conocer sus intereses: por medio de charlas, escribiendo,
organizando o dirigiendo centros. Pero incluso quienes no llegan a
eso tampoco se mantienen secretos, por lo general. - Con mayor frecuencia, en conferencias, seminarios, u otros sitios
en donde suelen reunirse quienes tienen intereses similares. - «¡En todas partes!» En los ascensores, en los supermercados, en
los aviones, en reuniones de amigos, en las oficinas.
Algunos
conspiradores dicen que a veces cuentan una anécdota en presencia de
extraños o de compañeros de trabajo, para ver cómo reaccionan, para
ver si comprenden. Como los primitivos cristianos, como los
federalistas, como un movimiento de resistencia, los individuos se
unen en grupos, siguiendo el dicho budista: «Buscad la fraternidad».
En su libro On waking up, Marian Coe Brezic describía a sus nuevas
amistades como «un ramillete de practicantes místicas de base»:
"Tienen hipotecas por amortizar y jefes a quienes tener contentos, y
probablemente también un compañero que se pregunta dónde se ha
metido...
Mientras tanto, sin embargo, se dedican a rebuscar en la antigua
sabiduría, nuevamente descubierta y compartida...
Esa clase de ideas que no son para explicar durante el desayuno,
pero que de algún modo iluminan la vida. Te los encuentras en los mercados, amigos y amigas metafísicos, en
todo semejantes a esos vecinos que te hablan del precio de las peras
o de qué esta pasando con el café, a menos que compartas su propia
búsqueda..."
Tienen un profundo sentido de familia, una familia no fundada en los
vínculos de sangre, como decía el novelista Richard Bach, sino en el
respeto y la alegría recíprocos como seres humanos:
«Rara vez los
miembros de una misma familia crecen bajo el mismo techo».
La
comunidad presta gozo y aliento en la aventura. Como dice en su
manual el grupo Culturas Paralelas, «necesitamos ayuda a medida que
cambiamos de valores, y para ello nos tenemos unos a otros».
El descubrimiento más sutil es la transformación del miedo. El miedo
ha sido siempre nuestra prisión: miedo de sí mismo, miedo a perder
algo, miedo al miedo.
«¿Qué es lo que nos cierra el paso?»
Preguntaba el escritor Gabriel Saul Heilig.
«Temblamos aún ante
nosotros mismos como niños ante la oscuridad. Sin embargo, una vez
nos hayamos atrevido a penetrar hasta el interior de nuestro
corazón, descubriremos que hemos entrado en un mundo en el que la
profundidad conduce a la luz, y en el que la entrada no tiene fin.»
El miedo al fracaso se transforma al darnos cuenta de que nuestro
compromiso consiste en un aprendizaje y una experimentación
continuos. El miedo a la soledad se transforma al descubrir la red
de apoyo. El miedo a la ineficacia desaparece gradualmente a medida
que miramos más allá del tiempo monocrónico de nuestra cultura y
cambian nuestras prioridades. El miedo a ser engañado o a parecer
insensato se transforma con el súbito reconocimiento de que no
cambiar, no explorar, es una posibilidad aún más real y
terrorífica.4
El dolor y la paradoja dejan de intimidarnos una vez comenzamos a
cosechar los frutos de su resolución, y empezamos a considerarlos
como síntomas recurrentes, indicadores de una necesaria
transformación de las desarmonías que aún subsisten en nosotros.
Cada vez que conseguimos sobrevivir y pasar más allá, encontramos el
valor necesario para nuevos encuentros.
Quien sobrevive sabe que es
verdad lo que afirma Viktor Frankl:
«Sólo se puede iluminar a costa
de arder».
El miedo a abandonar este o aquel aspecto del inventario cotidiano
de la propia vida se desvanece al considerar que todo cambio se debe
a una elección. No hacemos sino dejar lo que ha dejado ya de
interesarnos. El miedo a investigar las propias profundidades se
supera al comprobar que el sí mismo no era esa oscura fuente de
impulsos, contra la que siempre se nos había precavido, sino un
centro fuerte y sano.
Cuando, como sucede a veces, un bebé ha logrado el equilibrio para
mantenerse de pie pero sigue teniendo miedo a andar, los adultos
tratan de tentarle a que ande ofreciéndole a distancia un juguete
apetecible. En cierto sentido, las psicotécnicas son trucos para
hacernos buscar nuestro propio equilibrio interior. Finalmente, la
confianza otorgada a estos sistemas se convierte en auto confianza,
o, por mejor decir, en confianza en el proceso mismo de cambio.
Aprendemos que el miedo, lo mismo que el dolor, no es más que un
síntoma.
El miedo es una pregunta: ¿De qué tienes miedo y por qué?
Así como la enfermedad lleva en sí el germen de la salud, pues la
enfermedad proporciona información, también nuestros miedos son un
tesoro de auto-conocimiento, si nos atrevemos a explorarlos. Algunas
veces llamamos a nuestros miedos por otros nombres: decimos que
estamos cansados o enfermos, que estamos enfadados, que somos
realistas, que «conocemos nuestros límites». Descubrir qué es lo que
nos produce miedo puede romper el círculo de muchas conductas y
creencias autodestructivas.
Una vez hemos experimentado la transformación de un miedo, no nos
resulta fácil recuperarlo, como si nos hubiéramos apartado del fuego
lo suficiente como para ver que los edificios en llamas son sólo
parte de la decoración, o que el humo se debe a un mago que lo está
creando entre las bambalinas. Se hace evidente que el miedo es un
«efecto especial» de nuestra conciencia. Seguiremos tropezándonos
con miedos y problemas el resto de nuestra vida, pero ahora contamos
con una herramienta que hace que todo sea diferente.
La vida transformada
En el curso del proceso transformativo, nos hacemos artistas y
científicos de nuestras propias vidas. La conciencia ampliada
favorece la aparición de los rasgos que caracterizan a la persona
creativa: captación global de las cosas, percepción fresca como los
niños, sentido lúdico, sensación de fluidez. Capacidad de riesgo.
Habilidad para focalizar la atención de forma relajada, para
perderse en el objeto de la contemplación. Facultad de manejar
muchas ideas complejas al mismo tiempo. Disposición a disentir de la
opinión de la mayoría. Acceso al material preconsciente. Percibir lo
que hay, más que lo que se espera o se está acondicionado para ver.
El yo transformado cuenta con nuevas herramientas, nuevos dones y
sensibilidades. Como un artista, sabe espiar la aparición de los
rasgos configurantes; sabe extraer significados y guardar su propia,
inconfundible originalidad.
«Toda vida, decía Hesse, tiene encima su
propia estrella.»
Como buen científico, el yo transformado experimenta, especula,
inventa y disfruta con lo inesperado.
El sí mimo, después de haber trabajado en el campo de las
psicotécnicas, se revela como aficionado a la psicología popular.
Consciente ahora de sus propios acondicionamientos culturales,
intenta comprender la diversidad con la curiosidad e interés de un
antropólogo. Los hábitos y prácticas de otras culturas sugieren
posibilidades humanas inagotables.
El yo transformado es también un sociólogo, interesado en el estudio
de los lazos que unen a las comunidades y a la conspiración misma.
Como físico, acepta en último término la incertidumbre como un hecho
real en la vida, y adivina la existencia de otros dominios más allá
del tiempo lineal y del espacio inerte exterior. Como biólogo
molecular, se queda estupefacto ante la capacidad de renovación, de
cambio y de complejidad de la naturaleza.
El yo transformado es también un arquitecto, diseñador de su propio
entorno. Es un visionario, capaz de imaginar otros futuros
alternativos.
Como poeta, se esfuerza por sacar de las profundidades del lenguaje
verdades metafóricas originales. Es también un escultor, empeñado en
moldear su propia imagen sobre la roca misma de la costumbre.
Intensificando su atención y su flexibilidad, se convierte a la vez
en dramaturgo y en toda su propia compañía teatral: payaso, monje,
atleta, heroína, sabio, niño...
Con su diario, se convierte en autobiógrafo. Al cernir su pasado en
busca de algún resto interesante, actúa como un arqueólogo. Es
compositor, instrumento... y música.
Muchos artistas han afirmado que el día que la vida sea plenamente
consciente, el arte tal como lo conocemos desaparecerá. El arte es
sólo un sustitutivo temporal, un esfuerzo imperfecto por arrancar
significado a un entorno en el que casi todo el mundo anda como
sonámbulo.
El artista siempre encuentra su material al alcance de la mano.
«Vivimos al borde del milagro», decía Henry Miller. En cuanto a
T.
S. Elliot, escribía que al final de nuestra exploración llegaremos
al punto de partida para conocerlo por primera vez. Para Proust,
descubrir no consistía en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con
ojos nuevos. Whitman preguntaba:
«¿Partes para alguna búsqueda
lejana? Al final volverás para encontrarte con las cosas que mejor
conoces, y encontrarás la felicidad y el conocimiento, no en otro
lugar, sino en este lugar..., no en otra hora, sino en esta hora».
Ya hemos jugado demasiado tiempo a juegos que no nos importaban con
reglas en las que no creíamos. Si había algo de arte en nuestras
vidas, no era más que brocha gorda. La vida vivida como arte se abre
paso por sí misma, hace sus propios amigos y compone su propia
música, ve con sus propios ojos. «Voy por ahí palpando adónde ir,
obediente a mi propia mano iluminada», escribía el poeta Eric Barker.
Para el yo transformado, como para el artista, el éxito no es nunca
un lugar donde quedarse, sino tan sólo un regalo momentáneo. El gozo
está en el riesgo, en lo nuevo.
Eugene O'Neill despreciaba el
«simple» éxito:
"Quienes después de haber tenido éxito no siguen exponiéndose a
fracasos mayores, pertenecen a la clase media espiritual. El hecho
de detenerse a consecuencia del éxito prueba la insignificancia de
su capacidad de compromiso. ¡Qué bonitos debieron de ser un día sus
Sueños!... Sólo en lo inalcanzable puede encontrar el hombre una
esperanza digna de vivir y morir por ella, y encontrarse así a sí
mismo".
Un ingeniero de diseño advertía:
«Haced las cosas con espíritu de
investigador en diseño. Estad dispuestos a aceptar las
equivocaciones, volviendo a hacer un nuevo diseño. Así no cabe el
fracaso».
Si asumimos la visión de la vida de los artistas y científicos, no
cabe el fracaso. Toda experiencia tiene unos resultados. De ellos
podemos aprender. Desde el momento en que adquirimos por ello mayor
comprensión y destreza, no puede decirse que hayamos perdido aunque
salga mal. Descubrir es otro experimento.
Como científicos populares, nos volvemos sensibles a la naturaleza,
a las relaciones, a las hipótesis. Por ejemplo, podemos aprender a
distinguir experimentalmente los impulsos temerarios de las
intuiciones genuinas, por una especie de biofeedback de amplio
espectro aplicado a esa sensación interna de estar actuando
correctamente.
El cuestionario de los Conspiradores de Acuario pedía elegir los
cuatro instrumentos más importantes para el cambio social a partir
de una lista de quince. La respuesta reproducida con mayor
frecuencia fue: «El ejemplo personal». Hace más de una década que Erich Fromm advertía que ninguna idea radical podría sobrevivir a
menos que estuviera encarnada por personas cuyas vidas fueran el
mismo mensaje.
El yo transformado es el medio. La vida transformada, el mensaje.
1. Muchas de las críticas que se dirigen a las psicotécnicas se
basan en la visible contradicción existente entre la conducta de
ciertos individuos y su pretensión de haber sufrido un cambio
personal. Mucha gente habla de su supuesta nueva conciencia, como si
se tratara de una dieta o de la última película que han visto; pero
esta fase puede en realidad ser sólo algo previo al auténtico
cambio. Alguna gente siente como si estuviera cambiando de una forma
que no resulta evidente a los demás.
Otros atraviesan cambios
aparentemente negativos, períodos de retraimiento o de excesiva emocionabilidad, antes de conseguir un nuevo equilibrio. Sólo
podemos conjeturar los cambios que sufren las demás personas; la
transformación no es un deporte para ser contemplado desde la grada.
Y podemos incluso equivocarnos sobre lo que a nosotros mismos nos ha
sucedido, dándonos cuenta sólo retrospectivamente del cambio que
hemos sufrido; o podemos creer que hemos cambiado de forma
definitiva, sólo para percatarnos de que a la menor ocasión hemos
vuelto a recaer en pautas y conductas que creíamos superadas.
2. El filósofo William Bartley se extraña de la acusación de
irresponsabilidad social y política dirigida al movimiento de
conciencia, sobre todo ante el hecho del empleo de las técnicas
propias de éste por parte de muchos movimientos sociales. 'No hay
nada narcisista, decía, en el hecho de querer trascender aquellas
cosas de la vida que llevan a la gente al narcisismo. »
Los excesos de algunos individuos relacionados con las
psicotécnicas, las pretensiones extravagantes de algunos adeptos
sinceros y otros convertidos en mercachifles del espíritu, la
tiranía de ciertos supuestos gurús y maestros dividen a la opinión
pública. La magnificación de lo sensacionalista, de lo trivial, de
lo menos significativo, impide comprender un fenómeno que es extenso
y profundamente social.
De modo semejante, muchas veces se critica a
las psicotécnicas por ciertos incidentes individuales, como
individuos que han sufrido crisis psicóticas. Tomar demasiado el sol
produce quemaduras, pero no por ello le echamos la culpa al sol.
Todos estos métodos se nutren de una fuente de energía de la que
cabe también abusar.
La mutua critica y la autocrítica existente en el propio movimiento
de conciencia afronta estos problemas con más rigor e interés que
las críticas provenientes del exterior.
3. De Viaje a Ixtlan: «Todos nosotros, seamos o no guerreros,
tenemos un centímetro cúbico de suerte que salta ante nuestros ojos
de tiempo en tiempo. La diferencia entre un hombre común y un
guerrero es que el guerrero se da cuenta, y una de sus tareas
consiste en hallarse alerta, esperando con deliberación, para que
cuando salte su centímetro cúbico él tenga la velocidad necesaria,
la presteza para cogerlo».
4. La única contra conspiración proviene del miedo y de la inercia.
El 44% de los Conspiradores de Acuario encuestados consideraron que
la mayor amenaza a la implantación de una amplia transformación
social era el miedo generalizado al cambio». Otros factores
sugeridos fueron «la repulsa conservadora» (20%), «las excesivas
exigencias de quienes abogan por el cambio» (18%) y las «divisiones»
entre estos últimos (18%).
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