XI. LA AVENTURA
ESPIRITUAL: LA CONEXIÓN
CON LA FUENTE
Detrás de la noche... lejos, en algún Jugar,
la tremenda blancura de un incierto amanecer. RUPERT BROOKE
Durante las primeras etapas, la transformación parece fácil, incluso
divertida; no parece esconder, en absoluto, tensiones ni amenazas.
Disfrutamos de una sensación acrecentada de conexión, de vocación,
de libertad, de paz. Utilizamos el proceso como podríamos usar una
grabadora. Nos asomamos a los estados alterados de conciencia, como
podríamos pasar por un gimnasio a tomar un baño a presión. El
biofeedback nos cura las jaquecas, la meditación nos alivia las
tensiones. Disolvemos nuestros problemas de aprendizaje con la ayuda
de técnicas imaginativas.
Pero todas las técnicas transformativas afectan también a la propia
atención. De forma gradual, puede aparecer la sensación de haber
estado traicionando con nuestras actitudes, nuestro comportamiento o
nuestras convicciones, a una especie de mundo interior armonioso. Y
comienza a revelarse por sí mismo todo un campo dotado de un orden
exquisito, y de inteligencia y capacidad creativa. La meditación
comienza ahora a darnos forma. La realidad se abre a espacios más
amplios y más ricos. Ahora ya no es cuestión de ver las cosas de un
modo diferente, sino de ver cosas diferentes.
El lenguaje y los
símbolos fallan a la hora de intentar explicarlo. Es un territorio
demasiado distinto a cuanto antes conocíamos, demasiado paradójico,
algo de lo que podemos hablar en términos de altura o de
profundidad, tan indefensos como el Cuadrado que intentaba explicar
la Tercera Dimensión a sus incrédulos conciudadanos del País del
Plano. Como dice Master Hakuin, un sabio Zen,
«sólo es posible
captarlo experimentándolo, como el sentir frío o calor al beber
agua. Es un fundirse el espacio entero en un abrir y cerrar de ojos,
y recorrer todo el tiempo, desde el pasado hasta el futuro, en un
solo pensamiento».
La conciencia no es un instrumento. Es nuestro propio ser, el
contexto de nuestras vidas, de la vida misma. La expansión de la
conciencia es la más arriesgada de cuantas empresas se pueden
acometer en este mundo. Ponemos en peligro el statu quo. Arriesgamos
nuestra comodidad. Y si carecemos de los nervios necesarios para
resolver los conflictos consiguientes, ponemos en peligro nuestra
propia salud mental. Puede que hayamos atravesado momentos difíciles
en etapas anteriores del proceso transformativo, como cuando nos
hicimos cargo de nuestra propia salud, pero esto es mucho más
fuerte: la transformación del proceso transformador en cuanto tal.
En el capítulo 6 pasamos revista a los descubrimientos científicos
que habían puesto al descubierto la unidad subyacente de la
naturaleza, el papel de la conciencia en la construcción del mundo
de las apariencias, el cerebro como intérprete de pautas
ondulatorias provenientes de un nivel primordial de realidad, el
carácter trascendente del tiempo y el espacio, el impulso evolutivo,
y la reordenación de los sistemas vivientes a niveles de complejidad
y coherencia siempre crecientes.
La experiencia espiritual o mística, que constituye el tema del
presente capítulo, es la imagen en espejo de lo entrevisto por la
ciencia: la percepción directa de la unidad de la naturaleza, el
lado interior de los misterios de la ciencia trata de conocer
esforzadamente desde el exterior. Esta forma de comprensión es
anterior a la ciencia en varios miles de años. Mucho antes de que la
humanidad contase con instrumentos como la lógica cuántica para
describir fenómenos que escapan a la razón ordinaria, las personas
tenían acceso al reino de la paradoja por un simple cambio de
conciencia. Y allí aprendían que lo que no puede ser, es. Millones
de personas que viven hoy han tenido experiencia de aspectos
trascendentes de la realidad, y han incorporado ese saber a sus
vidas.
Una experiencia mística, por breve que sea, puede confirmar en su
empeño a quienes se sienten atraídos hacia la búsqueda espiritual.
La mente conoce ahora lo que sólo era una esperanza que albergaba el
corazón. Pero esa misma experiencia puede resultar profundamente
trastornante para quien no estaba preparado para ella y se encuentra
ante la necesidad de integrarla en un sistema de creencias
inadecuado. La experiencia directa de un nivel más amplio de la
realidad requiere inexorablemente un cambio en la propia vida.
Podemos andarnos con componendas durante un cierto tiempo, pero al
final nos damos cuenta de que querer seguir en la ambivalencia es
como pretender que la ley de la gravedad sólo tenga aplicación en
algunos casos o en ciertos lugares. Este período de transformación
de la transformación, con la aceleración de conexiones y
percepciones que lleva consigo, puede producir miedo. Finalmente,
por etapas, se llega a la acción: hay que ajustar la propia vida a
la propia conciencia. Como dice T. S. Elliot, «es una condición de
lo más sencilla, aunque a cambio nada menos que de todo».
La experiencia mística, al alterar de forma radical los propios
valores y percepciones sobre el mundo, tiende a crear su propia
cultura, una cultura de amplia concurrencia y fronteras invisibles.
Esta cultura paralela parece amenazar al statu quo; la sociedad
occidental se siente ofendida si alguien dedica diariamente a su
alma tanta atención como a su atuendo, decía Alexander Solzhenitsyn.
La conducta y afirmaciones de quienes participan de la nueva cultura
son juzgadas con un sistema de creencias tan ajeno a su experiencia,
como lo fueron para Colón las advertencias de quienes estaban
convencidos de que la tierra era plana.
Quienes los critican les
pueden tachar de narcisistas, sin saber una palabra del carácter
reflexivo de la búsqueda interior; les pueden acusar de aniquilarse
a sí mismos, sin conocer la grandiosidad del Sí mismo al que se
unen; de elitistas, sin saber cuán desesperadamente desean compartir
lo que han visto; de irracionales, sin darse cuenta de que su nueva
visión del mundo es mucho más adecuada para resolver los problemas y
mucho más coherente con la experiencia de cada día.
La búsqueda de sentido
Para la mayoría de la gente, la búsqueda espiritual comienza como
una búsqueda de sentido. Al principio, puede que se manifieste sólo
como un incansable deseo de algo más. Tocqueville, en su lucidez,
notaba la coexistencia en América de un espíritu fuertemente
religioso junto a una ambición material. Pero tal vez, decía, se
trataba de un equilibrio inestable.
«Si alguna vez la gran mayoría
de la humanidad tuviese volcadas sus facultades exclusivamente en la
consecución de objetos materiales, podría predecirse que tendría
lugar una reacción sorprendente en el alma de unos cuantos. Me
sorprendería mucho que el misticismo no se abriera paso enseguida en
una población dedicada enteramente a promover su propio bienestar
material. »
Ciertamente, el apetito imperioso de cosas materiales nos ha
conducido a la saciedad
Zbigniew Brzezinski, presidente del
Consejo
de Seguridad de los Estados Unidos, hablaba de la «creciente
nostalgia por lo espiritual» que sienten las sociedades occidentales
avanzadas, en las que el materialismo se ha revelado
insatisfactorio. La gente está descubriendo, decía, que la felicidad
no consiste en tener un 5 por ciento más de bienes cada año. La
religión tradicional, reconocía, no proporciona el sustituto
necesario.
"Eso es lo que hace que haya una búsqueda de una religión personal,
de una conexión directa con lo espiritual... En último término, todo
ser humano, una vez que ha alcanzado el estadio de auto-conciencia,
desea sentir que su vida tiene un sentido interior y más profundo
que el mero existir y consumir, y una vez que empieza a sentir de
ese modo, desea también que la organización social se corresponda
con ese sentimiento... Esto está sucediendo a escala mundial".
En una encuesta pública, realizada por
Yankelovich, Skelly y White,
el 80 por ciento de los que respondieron manifestaron un fuerte
interés por una «búsqueda interior de sentido». En 1975 la National
Opinion Research Corporation (Instituto de investigación de la
opinión nacional) informó que más del 40 por ciento de los adultos
encuestados creían haber tenido alguna experiencia mística genuina.
Asociaban a estas experiencias alegría, paz, la necesidad de ayudar
a los demás, la convicción de que el amor está en el centro de todo,
una fuerte intensidad emocional, conocimientos imposibles de
comunicar, sentimiento de unidad con los otros, y la sensación de
estar inminente un mundo nuevo. Otra encuesta, realizada por Roper
en 1974, mostró que un 53 por ciento de la gente creía en
la
realidad de psi, con mayores índices de credulidad en los niveles
más elevados de ingresos y de educación. La encuesta Gallup de 1976
informó que el 12 por ciento de la población estaba implicada en
algún tipo de disciplina mística.
Otra encuesta Gallup, dada a conocer en febrero de 1978, informó que
diez millones de norteamericanos tenían que ver en algún aspecto con
alguna de las religiones orientales, y nueve millones practicaban la
curación espiritual. Los implicados en religiones orientales tendían
a ser adultos jóvenes, con educación universitaria, habitantes en
una u otra costa, y en un número aproximadamente igual de hombres
que de mujeres, y de protestantes y católicos.
«Aunque no son
generalmente practicantes de su religión... afirman, por lo general,
que sus creencias religiosas son muy importantes" en sus vidas. »
La experiencia espiritual se había deslizado en las filas del
establishment de una forma tan queda, que sólo las encuestas habían
podido medir el cambio operado. Dirigiéndose a un grupo de alumnos y
profesores colegas de historia de la religión, Jacob Needleman
señalaba irónicamente en 1977 que este tipo de ideas y de prácticas
están ahora
«introduciéndose sin nuestro permiso, por decirlo así,
en las vidas reales de la gente, y están causándoles problemas, por
los efectos reales que están produciendo en sus matrimonios, en sus
carreras, en sus actuaciones políticas, en sus objetivos y en sus
amistades».
Pero los métodos sociológicos no llegan a desvelar
totalmente el alcance de ese cambio espiritual. Como decía William McCready, del Instituto de investigación de la opinión nacional: se
trata de un fenómeno individual.
«Si intentamos medirlo por la
pertenencia a grupos determinados, no llegaremos a verlo. La gente
inclinada a la búsqueda interior no se presta a las estadísticas,
pues no tienden mucho a reunirse en grupos. »
A principios de 1979, Ram Dass se percató de que sus auditorios
habían cambiado considerablemente.
«Últimamente son gente de clase
media fundamentalmente, y los limites de edad se están ampliando de
manera increíble. Mientras que hace cinco o seis años yo trabajaba
con un margen de edades de diez años, con personas procedentes de
culturas alternativas, hoy en día acude toda la masa media de la
sociedad, la gente bien, solíamos decir, y el abanico de edades se
ha ampliado a quince años.
Actualmente, el despertar espiritual es
una realidad para cientos de miles de personas. Puedo ir a Omaha, a
Idaho City, a Seattle, a Buffalo o a Tuscaloosa, y en todas partes
me encuentro a miles de personas dispuestas a escuchar. Crecen
espiritualmente en su vida diaria, sin ponerse vestidos largos ni
llevar cuentas alrededor de su cuello. Su despertar espiritual crece
desde dentro. »
Un conspirador de Acuario perteneciente a un conocido equipo de
pensadores afirmaba:
«Hay toda una nueva tolerancia hacia la
búsqueda de la trascendencia. Yo estoy rodeado de colegas que
marchan en la misma dirección, que valoran el mismo tipo de
exploraciones... Ya no se considera a nadie como una oveja negra
porque se le sepa interesado en la búsqueda espiritual. E incluso se
le envidia un poco, lo que supone todo un cambio en los últimos
quince años».
Para un político de Washington, promotor de una organización de
pacificación internacional, ese reconocimiento recíproco de los
buscadores indicaba un «pequeño misticismo»:
"Se había afianzado en mi vida sin yo quererlo ni buscarlo. Algo
estaba apareciendo y creciendo. Estas pequeñas coincidencias lo
hacían crecer mas aún, y comenzaban a encajarse entre sí. Empecé a
encontrar a Dios en los demás, luego sentía a Dios dentro de mí,
después sentía algo de mí mismo dentro de quienes sentían de alguna
forma a Dios, luego sentía que tanto los otros como yo estábamos en
Dios: toda una misteriosa y compleja serie de transacciones, que ha
producido en mí el curioso efecto secundario de poder reconocer esta
especie de unitarismo en los pequeños místicos. Nos detectamos unos
a otros.
Hasta mis tareas políticas resultaron beneficiadas. Los pequeños
místicos que están en la política «huelen» rápidamente mi posición
secreta, y enseguida se establece un cierto lazo de camaradería,
casi nunca explícito pero no por ello menos efectivo.
Aún no sé cómo es de corriente este pequeño misticismo de salón,
pero me parece que en los últimos cinco años o así resulta más fácil
manifestarse con ciertas esperanzas de ser reconocido..."
Algunos psicólogos occidentales como William James, Carl Jung,
Abraham Maslow y Roberto Assaglioli dedicaron la energía de su
madurez a tratar de comprender la necesidad de trascendencia y el
ansia irreprimible de sentido del ser humano. Por su fuerza, Jung
comparaba el impulso espiritual con la sexualidad.
Aunque existen razones para pensar que todos tenemos una innata
capacidad para la experiencia mística, para la conexión directa, y
aunque la mitad, aproximadamente, de la población atestigua haber
tenido al menos una experiencia espontánea, nunca antes esta
capacidad había sido explorada por la gente en grandes cantidades.
Históricamente, incluso en aquellas partes del mundo que contaban
con las técnicas más elaboradas, India, Tibet, China, Japón, era
sólo una pequeña minoría la que emprendía la búsqueda sistemática
del conocimiento espiritual.
De entre los millones de personas embarcadas hoy en esta búsqueda,
muchas, si no la mayoría, se introdujeron en ella casi sin darse
cuenta, algo así como los ingenuos Hobbits que se ven envueltos en
búsquedas cósmicas en El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien.
De pronto, en toda su inocencia, se dan cuenta que están lejos de
sus lugares familiares.
Sy Safransky, editor de una revista
literaria de Carolina del Norte, describía así su partida de la
realidad del sentido común:
"Soy un periodista, y siempre había sido hábil para tomar notas y
hacer las preguntas pertinentes, hasta que hace unos años esta
habilidad se evaporó en una playa soleada en España, en un momento
en que de pronto me di cuenta que el mundo entero estaba vivo...
Veía respirar a la tierra, sentía sus ritmos, y descubrí que me
faltaba algo de mí mismo.
Como ni el New York Times ni el New
Republic me ofrecían ayuda alguna, y sólo encontraba corroboración
en la literatura que hasta entonces yo había tachado de (aquí viene
un epíteto) religiosa o de absolutamente extraña, comenzó para mí
esta larga y lenta deriva que, apartándome de la corriente
principal, me esta conduciendo a playas para las que aun tengo que
encontrar un nombre".
El pianista Arthur Rubinstein luchaba por definir lo que él llamaba
«eso que está dentro de nosotros, una energía metafísica que emana
de nuestro interior». Según decía, él mismo lo había sentido muchas
veces en sus conciertos, esa energía tangible que llega a envolver
al auditorio. «Es algo flotante, algo desconocido que no tiene por
dónde desaparecer. »
En su discurso de aceptación del premio Nobel, el novelista
Saul
Bellow dijo:
«La sensación de nuestros poderes reales, energías que
parecen provenir del universo mismo, va y viene también... Nos
resistimos a hablar de ello porque no podemos probar nada, porque el
lenguaje nos resulta inadecuado, y porque hay poca gente a quien le
guste arriesgarse a hablar de ello. Eso les obligaría a confesar
"eso es espíritu", y eso es tabú».
Las playas sin nombre, la energía, el espíritu: éste es el tema de
este capítulo. Echaremos una ojeada a la experiencia espiritual de
la América contemporánea, experiencia que tiene poco que ver con el
tipo de religión que ha conocido nuestra cultura. Tiene también poco
que ver con cultos y prácticas exóticos. El movimiento se está
extendiendo calladamente por las bases, con manifestaciones
específicas de cada momento y de cada lugar. La mayoría de sus
seguidores permanecen en el incógnito para quienes quieren
detectarlos ateniéndose a los símbolos convencionales de la
religiosidad.
De la religión a la espiritualidad
La tradición espiritual que está apareciendo no es nueva en la
historia de los Estados Unidos, según afirma Robert Ellwood, becado
para estudiar religiones orientales en la universidad del Sur de
California. Más bien, es la revitalización de una corriente «que se
remonta nada menos que hasta los transcendentalistas».
Sus
seguidores prefieren la experiencia directa, lo que Ellwood llama
una «excursión» al mundo interior, cuya visión infunde todo de vida-
a todo tipo de religión organizada.
A través de sus grandes despertares periódicos, los Estados Unidos
han sido siempre un foco de atracción para místicos y predicadores.
Mucho antes de que surgiera la revolución espiritual hoy visible, la
corriente central del pensamiento norteamericano había sufrido la
influencia de la mística oriental y occidental. Estas ideas eran el
pan cotidiano de los transcendentalistas norteamericanos, tanto como
para la «generación beat».
No obstante, como señala Ellwood, toda
esta importación no sucedía sin pasar por el filtro del psiquismo y
la experiencia norteamericana. El Zen, la Teosofía, la doctrina de
Swedenborg1 o el Vedanta no son hoy en los Estados Unidos lo mismo
que en Japón, en la Inglaterra del siglo dieciocho o en la India del
siglo diecinueve. Sus seguidores norteamericanos pueden usar a veces
símbolos orientales, pero la esencia de su vida espiritual se
comprende mejor siguiendo el linaje norteamericano que representan
Emerson, Thoreau, Whitman, los Shakers2 y otros. «Zen doméstico» es
la expresión que usa Rick Fields para describir el centro de
meditación Zen situado en el corazón de Wilshire, el distrito
comercial de Los Ángeles.
Needleman afirmaba que los occidentales se están apartando de las
formas y signos exteriores del judaísmo y del cristianismo,
«no
porque hayan dejado de buscar una respuesta trascendental a las
cuestiones fundamentales de la vida humana, sino precisamente por
haber intensificado últimamente esa búsqueda más allá de toda
medida»3.
Y están revisando las tradiciones orientales para ver qué
es lo que pueden ofrecer «a nuestra sociedad amenazada y a nuestras
religiones atormentadas».
Si nos volvemos hacia el Este, es buscando
completamos. Whitman lo llamaba «el viaje de vuelta de la mente...
Un pasaje a algo más que a la India». Hesse hablaba de «la eterna
aspiración del espíritu humano hacia el Este, hacia el hogar». El
Este no representa tanto una cultura o una religión cuanto una
metodología para alcanzar una visión liberadora, más amplia. En ese
sentido, el «Este» ha estado siempre presente en las tradiciones
místicas occidentales.
En enero de 1978, la revista McCall's publicó los resultados de una
encuesta realizada con sesenta mil lectores, que demostraban un
escepticismo abrumador con respecto a las religiones organizadas,
incluso entre las personas practicantes. Otra encuesta, encargada
por grupos católicos y protestantes y publicada en junio de 1978,
revelaba lo que Gallup resumía como «una severa acusación frente a
la religión organizada».
El 86 por ciento de los no afiliados a
ninguna iglesia y el 76 por ciento de los practicantes estaban de
acuerdo en que las personas deberían alcanzar sus convicciones fuera
de la religión organizada. Alrededor de un 60 por ciento de los
practicantes declaraba estar de acuerdo con la afirmación:
«La
mayoría de las iglesias han perdido el aspecto realmente espiritual
de la religión».
La religión formal se ha visto sacudida hasta sus cimientos en
Occidente a causa de las defecciones, la división de opiniones, las
rebeldías, la pérdida de influencia y la disminución de apoyos
económicos. A diferencia de las escuelas, las iglesias no son
legalmente obligatorias y su organización no recibe directamente
ningún tipo de ayuda impositiva; no pueden emitir bonos ni cobrar
tributos territoriales. A menos que sepan encontrar algún nuevo
papel que desempeñar en una sociedad en cambio acelerado, pueden
seguir el camino de los ferrocarriles, pero sin Amtrack4.
En una conferencia sobre meditación celebrada en 1976, el teólogo
católico Anthony Padovano señalaba:
"La reacción religiosa que ha tenido lugar en el mundo occidental,
una revolución que nos ha sensibilizado más a las religiones
orientales, supone haber comprendido que toda respuesta debe
provenir del propio interior. La gran agitación que sufren hoy las
religiones se debe a la demanda de interioridad por parte del
espíritu. En Occidente no está muriendo la fe. Simplemente se está
moviendo hacia el interior".
La iglesia católica, la más autoritaria de todas las instituciones
religiosas, ha sufrido lo que el historiador John Tracy Ellis ha
llamado «un estallido de su inmovilidad», trauma que resulta visible
en la reciente diversidad de doctrinas y prácticas entre los
católicos norteamericanos. Según Ellis, «ningún grupo tiene plena
autoridad, ni es capaz de imponerse a los demás». La iglesia
norteamericana se siente «sacudida e insegura en medio de unos
tiempos de ansiedad e incertidumbre».
Los laicos reclaman reformas,
y se han lanzado a evangelizar y a participar en movimientos pentecostalistas y carismáticos; hacia 1979 se consideraba que un
millón y medio de católicos norteamericanos se habían vuelto
carismáticos, hablando en lenguas o enrolándose en prácticas de
sanación. Durante los años setenta, el número de sacerdotes y monjas
decreció espectacularmente, los teólogos divergían en sus opiniones
de la autoridad papal, y los asistentes a las escuelas parroquiales
disminuían en gran medida. Algo semejante ha ocurrido en casi todas
las religiones organizadas, por todo el país.
Una asamblea de dirigentes espirituales leyó ante
las Naciones
Unidas en octubre de 1975 una declaración:
"... Las crisis de nuestro tiempo están desafiando a las religiones
del mundo a que liberen una fuerza espiritual nueva, por encima de
toda frontera religiosa, cultural y nacional, al encuentro de una
nueva conciencia de la unidad de la comunidad humana, a fin de crear
con ello una dinámica espiritual que pueda solucionar los problemas
mundiales... Nosotros afirmamos la necesidad de una nueva
espiritualidad despojada de toda insularidad y orientada a una
conciencia planetaria".
Un número creciente de iglesias y sinagogas han comenzado a
ensanchar su ámbito respectivo, a fin de incluir en él a comunidades
de mutua ayuda orientadas al crecimiento personal, centros de salud
holística, servicios de sanación, talleres de meditación, alteración
de la conciencia por medio de la música, e incluso entrenamiento por
biofeedback.
Los despertares culturales, como señalaba el historiador McLoughlin,
vienen precedidos por una crisis espiritual, por un cambio en la
manera cómo los seres humanos se ven a sí mismos en sus relaciones
con los demás y con lo divino. En los «grandes despertares» se
produce un desplazamiento de las religiones mediatizadas por una
autoridad, a las que proporcionan una experiencia espiritual
directa.
Como era de esperar, algunos grupos religiosos consideran a
la tradición espiritual que está surgiendo, como una temible amenaza
para la tradición judeo-cristiana. La conservadora Coalición
Cristiana de Berkeley, que patrocina el Proyecto relativo a las
Espiritualidades Falsas, dedicaba en agosto de 1978 un número de su
revista a tratar de esta amenaza:
"En este punto de la historia de la cultura occidental, afirmar que
las metafísicas orientales y la Nueva Conciencia han conseguido un
número significativo de seguidores en nuestra sociedad, es decir muy
poco. No hace más de diez años, la asustadiza espiritualidad de los
hippies, basada en las drogas, y el misticismo de los yogis
occidentales se limitaban al campo de la contracultura.
Hoy en día
unos y otros han conseguido introducirse hasta el centro de nuestra
corriente mental y cultural. Las ciencias, las profesiones en torno
a la salud, y las artes, no digamos la psicología y la religión,
están todas dedicándose a reconstruir desde sus cimientos todas sus
premisas fundamentales".
La coalición echa la culpa de la ascensión de la espiritualidad de
la Nueva Era a la timidez de la iglesia cristiana en Estados Unidos:
Por otra parte, las metafísicas orientales y la Nueva Conciencia
derivan en parte su popularidad del hecho de estar desafiando
frontalmente a los fundamentos opresivos de la mentalidad
tecnocrática occidental. No han tenido miedo a echar la culpa a
nuestra cultura racionalista, materialista y mercantil, por haber
degradado la calidad de la vida humana... Los lideres de estos
movimientos no han hecho más que ocupar el vacío dejado por el
silencio profético de la iglesia.
Se atreven a llamar plástico a lo
que es plástico y veneno a lo que es veneno, en una sociedad cuya
economía se basa en convencer a la gente de que ambas cosas son
buenas para ellos. Además, sus seguidores... están trabajando
duramente por desarrollar alternativas viables a la cultura
mortífera que ellos condenan".
El Proyecto se mostraba preocupado por la creciente legitimación que
el movimiento espiritual estaba encontrando ante los ojos de la
medicina establecida, y por su habilidad para granjearse y
asegurarse el apoyo de otros muchos grupos: psicología humanística,
humanismo secular, misticismo oriental, autores como George Leonard,
personalidades médicas relevantes como Jonas Salk.
La Coalición
Cristiana de Berkeley creía ver en todas partes el influjo de
doctrinas no cristianas: el símbolo del yin y el yang que Salk
portaba en la conferencia de San Diego, la actitud favorable a la
meditación que había mostrado Ruth Carter Stapleton, o las
referencias a la kábala y a los chakras hechas por médicos en sus
exposiciones.
La idea de un Dios interior les resultaba
particularmente perturbadora: el punto de vista religioso que
encarna el movimiento de salud holística, decía la Coalición,
«es
parte integrante de la visión mística del mundo que está tratando de
introducirse por todas partes, de forma coordinada, en todos los
aspectos de nuestra conciencia cultural... No se trata de un
capricho pasajero, no va a cejar en su empeño, y es fundamentalmente
hostil a la cristiandad bíblica».
Curiosamente, por ironía, toda religión organizada estuvo basada en
un principio en la pretensión de una o varias personas de haber
tenido una experiencia directa, una revelación, que luego pasa a los
demás en forma de artículos de fe. Todos los que han buscado el
conocimiento directo, los místicos, siempre han sido tratados más o
menos como herejes, tanto los místicos medievales en el seno del
cristianismo, como los sufis dentro del Islam, o los kabalistas en
el Judaísmo.
Hoy en día los herejes están ganando terreno, la doctrina está
perdiendo su autoridad, y el conocimiento está sustituyendo a las
creencias.
El conocimiento directo
«Los estados místicos», decía William James, «parecen ser estados de
conocimiento, a los ojos de quienes los experimentan. Son
incursiones a profundidades de la verdad no sondeadas por el
intelecto discursivo. »
La primera definición que da el diccionario de la palabra mística es
«comunión directa con la última realidad». La segunda acepción es
«vago, incomprensible». Hay aquí un problema central: ¡La
comunicación directa con la realidad última es vaga e incomprensible
para todos aquellos que no la han experimentado!
La palabra mística deriva del griego mystos, «el que guarda
silencio». La experiencia mística revela fenómenos que son por lo
general silenciosos e inexplicables. Esta expansión de la
conciencia, ese saber total, trasciende nuestra capacidad limitada
de descripción. La sensación, la percepción y la intuición parecen
fundirse a fin de crear algo distinto de todas ellas.
Este saber total ha sido denominado Pensamiento Operacional Unitario
por el psicólogo canadiense Herbert Koplowitz, y designa un estadio
que está dos escalones más arriba que el nivel de desarrollo
cognitivo más avanzado según la teoría de Piaget. Los estadios de
Piaget, sensorio-motor, pensamiento preoperacional, pensamiento
operacional concreto, y pensamiento operacional formal, extienden el
espectro del desarrollo mental humano desde el mundo difuso del niño
hasta el pensamiento simbólico y abstracto de un joven adulto
intelectualmente activo.
Pero por encima del pensamiento cognitivo ordinario, Koplowitz
postula un quinto estadio, el Pensamiento Sistémico, en el que el
individuo comprende que a menudo existen causas simultáneas que no
pueden separarse. La ciencia convencional presupone que la causa y
el efecto pueden separarse con toda claridad, por lo que no alcanza
el nivel del pensamiento sistémico.
En el sexto estadio, el del Pensamiento Operacional Unitario,
descubrimos nuestro propio acondicionamiento, comprendiendo que la
manera cómo percibimos el mundo externo es sólo una de las muchas
formas posibles.
«Los opuestos, que siempre se concebían como
separados y distintos, se ven como interdependientes. La causalidad,
concebida siempre como lineal, es percibida como coextensa al
universo entero, conectando unos con otros todos los acontecimientos
que en él ocurren. »
No hay ningún dualismo, no hay separación entre
mente y cuerpo, o entre uno mismo y los demás.
Al haber alcanzado un estadio cognitivo que autoriza una comprensión
más coherente, el Pensador Unitario es, comparado con el adulto
Operacional Formal, lo que un adulto es a un niño.
«Así como el
misticismo no rechaza a la ciencia sino que la trasciende», dice Koplowitz, «tampoco la ciencia supone un rechazo del misticismo,
antes es su precursor. »
El pensamiento unitario es holístico.
Desborda completamente el ámbito en que se mueven las palancas de
nuestra racionalidad, por lo cual sólo puede ser comunicado por
medio de paradojas, por medio de la meditación o a través de la
experiencia.
Según Koplowitz,
«Algunas tradiciones místicas, como la
del Zen, pueden ofrecer los cuerpos de Pensamiento Operacional
Unitario más perfectamente desarrollados que quepa imaginar».
Para experimentar el campo del Conocimiento Unitario, debemos
abandonar primero nuestra antigua y limitada manera de percibir. Tal
como lo expresa el psicólogo Ron Browning:
«Para captar lo que está
más allá de un sistema, es preciso trascender el sistema. Es preciso
salir de lo "lineal" a lo "cuadrado", de la linealidad al plano, y
remontarse o expandirse luego hasta alcanzar la tridimensionalidad
espacio-temporal, y luego el espacio cuatridimensional... Los
cambios aquí suceden a un nivel cercano a la naturaleza pura del
cambio».
A modo de metáfora, Browning nos sugiere imaginar un
sistema que llamaremos «dormido». Y al campo que está más allá de
ese sistema, lo llamamos «despierto».
«Dentro del sistema "dormido"
podemos tener un signo para representar al "despierto", incluso
podemos tener la palabra despierto, o símbolos e imágenes de lo
mismo: todo, salvo el estar realmente despierto. Podemos soñar que
nos despertamos, pero dentro de ese sistema no podemos despertar en
realidad. »
El conocimiento directo nos saca del sistema. Es el
despertar. A su luz, apreciamos el contexto que generaba nuestra
realidad de orden inferior. La nueva perspectiva transforma nuestra
experiencia al cambiar nuestra forma de ver.
Para Jung, por ejemplo, la perspectiva transpersonal, lo que él
llamaba «la subida del nivel de conciencia», capacitaba a algunas
personas para superar problemas que a otros les habrían destruido.
«En su horizonte despuntaba de pronto un interés más amplio o más
elevado», y esa ampliación de su visión hacía que el problema
insoluble perdiera toda su urgencia. No es que recibiera una
solución lógica, adecuada a su planteamiento, sino que simplemente,
en contraste con una nueva tendencia vital más fuerte, se
desvanecía. No se reprimía el problema ni se le confinaba al
inconsciente, sino que simplemente aparecía bajo una luz diferente.
»
La psicología transpersonal, que se nutre de las diversas
disciplinas espirituales existentes en el mundo, no pretende reducir
los sufrimientos a unas dimensiones «normales»; lo que pretende es
trascender el sufrimiento. «Entrar en contacto con los propios
sentimientos» tiene escaso valor si esos oscuros sentimientos no han
sido transformados previamente. La rabia, el miedo, la
desesperación, el resentimiento, los celos, la ansiedad: las
psicologías fundadas en el conocimiento directo son capaces de
cambiar, y no sólo de identificar, todos estos sentimientos.
Uno de los conspiradores de Acuario describía en su respuesta al
cuestionario su propio cambio desde el saber intelectual al
conocimiento directo:
"Uno de los momentos decisivos de mi vida sucedió una mañana al
despertarme de un sueño, que yo interpreté de una forma muy
descorazonadora, hasta el punto de pensar seriamente en
suicidarme... Mientras más pensaba en ello, más bajo me sentía caer,
hasta que finalmente algo se encajó en alguna parte de alguna
manera. No estoy seguro de poder explicarlo de otra forma.
Todo lo
que yo mismo había escrito sobre esto cuatro años antes desde un
nivel conceptual intelectual, de hemisferio izquierdo, era ahora
real en el ámbito de experiencia. Me di cuenta de que, tal como yo y
otros habíamos escrito, mis posibilidades estaban limitadas
solamente por mí mismo y por mi propia percepción de la realidad.
Esto fue a grandes rasgos una experiencia enormemente decisiva en
orden a una mayor conciencia y libertad. Es como si hubiera tenido
que atravesar la noche para llegar al amanecer.
El neurocirujano Karl Pribram ha intentado describir un
cambio perceptual aún mayor:
"No es que el mundo de las apariencias sea falso; no es que no
existan objetos ahí fuera, a un nivel de la realidad.
Es que si penetramos a través de él y contemplamos el universo con
un sistema holográfico, llegamos a un nivel diferente de realidad,
capaz de explicarnos cosas que hasta ahora permanecían
científicamente inexplicables: fenómenos paranormales...
sincronicidades, la coincidencia aparentemente significativa de
acontecimientos distantes".
Para Pribram, la teoría holográfica, tal como considera a la
conciencia, está más cerca del pensamiento oriental y místico que de
nuestra percepción ordinaria.
«Va a tener que pasar algún tiempo
antes de que la gente llegue a encontrarse cómoda con la idea de que
existe un orden de realidad distinto del mundo de las apariencias. »
Pero los descubrimientos científicos han empezado a encontrarles
sentido a las experiencias místicas que desde hace milenios han
descrito algunas personas. Esos descubrimientos apuntan la
posibilidad de participar de ese orden de realidad situado detrás
del mundo de apariencias. Quizá los místicos han atinado con el
mecanismo que les abre la entrada al orden implicado:
«Tengo la
profunda intuición de que a esos otros dominios tenemos acceso a
través de la atención..., que el cerebro puede despojarse de alguna
manera de sus limitaciones ordinarias y acceder al orden implicado».
Semejante cambio, añade, podría venir mediatizado por la conexión
del lóbulo frontal con la región límbica, más antigua, y enlace
entre el córtex y las estructuras profundas del cerebro. Esta región
es uno de los principales reguladores de la atención.
«Quizá podamos
finalmente descubrir las reglas que nos permitan "sintonizarnos" y
saltar a los dominios que trascienden el tiempo y el espacio. »
El físico Fritjof Capra evoca su propia experiencia, en la que
dejando meramente de creer en un universo dinámico, fundado en sus
conocimientos intelectuales, supo que era así. Cuenta que estando
una tarde, a fines de verano, sentado junto al mar, contemplando las
olas y sintiendo el ritmo de su respiración, de pronto sintió todo
lo que le rodeaba como una gigantesca danza cósmica, no como un
concepto tomado de la física, sino como una experiencia viva e
inmediata.
"... vi cascadas de energía bajando del espacio exterior, en las que
las partículas eran creadas y destruidas con un pulso rítmico; vi
los átomos de los elementos y los de mi cuerpo participando de esta
danza cósmica de energía; sentí su ritmo y oí su sonido, y en ese
momento supe que ésta era la danza de Shiva..."
Las disciplinas espirituales están concebidas para sintonizar el
cerebro con ese reino más vasto. De ordinario, el cerebro está
desenfocado y funciona de manera desincronizada. Y está además muy
ocupado en filtrar una enorme cantidad de información que no es
necesaria para la supervivencia; de lo contrario, nos sentiríamos
continuamente bombardeados por la percepción de campos eléctricos,
cambios ligeros de temperatura, radiaciones cósmicas y procesos
internos fisiológicos.
Sin embargo, alterando la química del
cerebro, podemos acceder a unos dominios sensoriales más extensos y
a la dimensión mística. La meditación, los ejercicios de respiración
y el ayuno son algunas de las técnicas más comunes para conseguir un
cambio en el funcionamiento del cerebro5.
Para mucha gente en las diversas culturas, las drogas psicodélicas
han supuesto una vía inicial, sino ya tanto un sendero, hacia la
transformación total. Aldous Huxley, que no se hacía ilusiones sobre
las drogas en cuanto vías permanentes de iluminación, afirmaba que
una experiencia de auto-trascendencia, incluso meramente temporal,
sería suficiente para sacudir a toda la sociedad hasta las raíces de
su racionalidad.
«Aunque estas nuevas formas de alterar la mente
pueden causar al principio cierta perplejidad, a la larga tenderán a
profundizar la vida espiritual de las comunidades.»
Huxley pensaba que la renovación religiosa predicha en los Estados
Unidos desde tiempo atrás arrancaría de las drogas, y no de los
predicadores.
«La religión, de ser una actividad preocupada ante
todo por los símbolos, pasará a interesarse principalmente por la
experiencia y la intuición, se convertirá en un misticismo
cotidiano. »
El mismo decía haberse sentido como electrificado el
día que, bajo el influjo de la mescalina, tuvo una plena comprensión
del sentido radical de la expresión Dios es amor. Uno de los
conspiradores de Acuario contaba:
«Tras muchos años de perseguir la
"realidad" intelectualmente, con mi cerebro izquierdo, al final supe
de las realidades alternativas por medio del LSD, y de pronto todas
las biblias cogieron sentido».
Otros cuentan su impresión de haber
experimentado la naturaleza de la materia, o la unidad de todas las
cosas, o haber sentido la vida como un juego maravilloso o como un
cuento que nos contamos unos a otros. Otro relataba su experiencia
del «tiempo presente dinámico: que el mundo es flujo e
incertidumbre, y no algo estático, como piensa nuestra cultura».
El psiquiatra Stanislav Grof, que ha dirigido más de tres mil
sesiones de LSD y ha tenido acceso a mil ochocientas grabaciones de
sesiones similares dirigidas por colegas suyos, considera que los
psicodélicos son catalizadores o amplificadores de los procesos
mentales.
No hay un solo elemento en las experiencias con LSD que no
se pueda encontrar fuera de la droga. Según Grof, parece que los
psicodélicos facilitan el acceso al campo holográfico que describen
Pribram y David Bohm 6. La persona puede experimentarse a sí misma
como un campo de conciencia más que como una entidad aislada. El
pasado, el presente y el futuro se yuxtaponen.
El espacio en cuanto
tal parece tener múltiples dimensiones y carecer de limites. La
materia deja de percibirse como algo tangible y se desintegra en
patrones de energía. Los sujetos aseguran haber experimentado
directamente el microcosmos y el macrocosmos, las moléculas vibrando
o el girar de las galaxias, haber visto arquetipos y deidades, haber
vuelto a vivir experiencias tempranas de su vida, incluso lo que
parecía ser su propio nacimiento o su vida intrauterina.
«En
experiencias de conciencia de la Mente Universal y del Vacío, con
LSD, los sujetos... encuentran que las mismas categorías de tiempo,
espacio, materia, y todas las leyes físicas son puramente
arbitrarias, privadas en último término de sentido. »
La visión
cartesiano-newtoniana del mundo resulta filosóficamente
insostenible. Se convierte en algo simplista y arbitrario, útil a
los efectos prácticos de la vida cotidiana, pero,
«inadecuada para
los fines de especulación y comprensión filosóficas... El universo
es (ahora) visto como un juego divino y una red infinita de
aventuras de la conciencia».
Caso de poder demostrar que los sujetos que se encuentran en estados
no habituales de conciencia tienen acceso a una información precisa
sobre el universo, si es verdad que lo experimentan según lo retrata
la física quántica-relativista, «podríamos tener que abandonar el
término peyorativo "estados alterados de conciencia"». Al menos
algunos de estos estados podrían ser considerados como fuentes
válidas de información acerca de la naturaleza del universo y de las
dimensiones de la mente humana.
Según Grof, «el conflicto fundamental ya no se da entre ciencia y
misticismo». Más bien se da entre el nuevo paradigma y un paradigma
de «coalición»: el formado por la unión del viejo modelo científico
mecanicista y la conciencia «pedestre» u ordinaria. Dicho de otra
forma, el problema no es tanto que haya datos contradictorios,
cuanto que haya estados contradictorios de conciencia. Conflicto que
Grof piensa que se resuelve con la visión holográfica.
La aventura espiritual
En su relato de un aprendizaje sufí, Reshald Feild cuenta:
"De pronto comprendí hasta qué punto es absolutamente necesario
buscar, plantear la pregunta; en vez de empujar la respuesta cada
vez más lejos por el simple hecho de correr tras ella, es preciso
preguntar y escuchar al mismo tiempo... En ese momento supe que
estaba siendo oído, y que yo me disolvía y me convertía en alimento
del gran proceso transformador que está sucediendo en el universo...
A la vez que moría, estaba naciendo..."
Hamid decía:
«El alma es una sustancia cognoscente».
En Occidente se supone que las cuestiones religiosas se resuelven
por medio de la fe, pero en las tradiciones del conocimiento directo
el maestro hace aflorar las preguntas e incluso las dudas. Esta
espiritualidad demanda de sus candidatos que abandonen toda
creencia, no que añadan a las suyas otras nuevas.
Toda suerte de peligros aguarda al aventurero del espíritu. Ya hemos
hablado de algunos de ellos en el capítulo anterior: conductas
regresivas, experiencias inquietantes, fanatismos, el abandono
pasivo a un maestro indigno, el cambio pendular.
Pero las mismas
disciplinas previenen de otros peligros más sutiles.
«El Camino en
este mundo es como el filo de una navaja», dice un maestro hasídico,
y en el Katha Upanishad encontramos la famosa advertencia: «El
sendero es estrecho... agudo como el filo de una navaja, sumamente
difícil de recorrer».
Mientras que desde fuera la pérdida transitoria del equilibrio
interno del buscador espiritual puede ser considerada como
alarmante, puede que para el maestro sea un paso indispensable. El
mayor peligro, a los ojos del maestro, reside en que el discípulo
pueda sentirse seguro de sus respuestas y se quede ahí, sin llegar
nunca a alcanzar la auténtica incertidumbre.
Respondiendo al cuestionario de la Conspiración de Acuario, que les
pedía, entre otras cosas, expresar algunas ideas que hubiesen
abandonado a consecuencia de su propio proceso transformador, varios
decían: «el cristianismo convencional", o «los dogmas religiosos»; y
un número aproximadamente igual respondió: «el ateísmo», «el
agnosticismo».
Se diría que el Centro Radical obtiene conocimiento de su propia
experiencia espiritual, sin necesidad de doctrinas.
Un buscador espiritual contemporáneo describía así su propia
experiencia:
"Muchas veces había sentido que realmente comprendía lo que estaba
pasando. Luego, varios años mas tarde, tuve que reconocer que había
sido una estupidez por mi parte... Mirado desde mi nueva posición
más ventajosa, resultaba perfectamente claro que no había entendido
una palabra. Supongo que esto es bastante universal.
....Cada vez que se ensancha nuestro conocimiento cada vez que
adquirimos otros nuevos vemos las cosas desde una perspectiva
diferente. No es que lo de antes fuera realmente falso, sino que
ahora se lo ve de una forma completamente diferente, bajo una luz
distinta... Esa es la esencia de la transformación, llegar a esa
parte de nosotros que sabe, que no se siente amenazada ni lucha
contra la metamorfosis..."
Maestros y técnicas deben ser considerados conjuntamente en las
disciplinas espirituales, pues el maestro no imparte conocimientos,
sino técnicas. En eso consiste la «transmisión» del conocimiento por
experiencia directa. La doctrina, por el contrario, es un
conocimiento de segunda mano, es un peligro.
«Manténte por encima,
pasa de largo y sé libre», tal es el consejo de Rinzai, el mismo
sabio que aconsejaba, a todo aquel que busca, matar a los patriarcas
o al mismo Buda, caso de tropezarse con ellos. «No te enredes en
ninguna enseñanza».
Se supone que son los discípulos quienes
encuentran al maestro, y no viceversa. La autoridad del maestro
descansa en su propia liberación personal. Uno no sigue a los
individuos sino a sus cualidades.
El sendero que conduce al conocimiento directo aparece bellamente
ilustrado en una serie de pinturas de la China del siglo XII, que se
conocen como los diez cuadros del cuidado del buey.
-
El buey representa a la «naturaleza
última».
-
Al principio (La búsqueda del
buey), el individuo comienza a buscar algo que sólo entrevé
vagamente.
-
Luego (El hallazgo de huellas), por las huellas de su
propia conciencia, adquiere la primera evidencia de que hay
realmente un buey.
-
Después de un tiempo (Primer atisbo), tiene su
primera experiencia directa: ahora ya sabe que el buey está en todas
partes.
-
A continuación (La caza del buey), emprende una serie de
prácticas espirituales avanzadas para poder enfrentarse a la fuerza
salvaje del buey.
-
Gradualmente (La doma del buey) va alcanzando una
relación más sutil e íntima con la naturaleza última. En esta fase,
el buscador desaprende muchas de las distinciones que le resultaban
útiles en las etapas anteriores. «Ahora el buey es un compañero
libre, no un instrumento para arar el campo de la iluminación»,
escribe Lex Hinon, un maestro de meditación, en el sabroso
comentario que hace de los cuadros.
-
En la etapa de la iluminación
(La vuelta a casa montado en el buey), el antiguo discípulo, sabio
ya, entiende que no había necesidad de ninguna disciplina; la
iluminación habla estado siempre al alcance de la mano.
-
Después de
eso (Solo consigo mismo tras olvidar al buey, y Olvidado del buey y
de sí mismo), se acerca aún más a la conciencia pura, y descubre que
no existe ningún sabio iluminador. No existe la iluminación. No
existe la santidad, porque todo es santo. Lo profano es sagrado.
Todo el mundo es un sabio en potencia, a la espera de que suceda.
-
En
la penúltima fase (La vuelta a la fuente), el sabio, buscador se
funde con los dominios que engendran el mundo de apariencias. Surge
un escenario de montañas, pinos, nubes y olas. «Ese crecer y menguar
de la vida no es ninguna ilusión, sino una manifestación de la
fuente», reza el letrero que hay debajo. Pero hay aún una etapa tras
este idilio.
-
En cuadro final (Entrada en la plaza del mercado
dispuesto a ayudar) evoca la compasión y la acción humanas. Vemos
ahora al buscador como un alegre campesino que va de pueblo en
pueblo. «La puerta de su cabaña está cerrada, y ni aun el más sabio
es capaz de encontrarla.» Se ha zambullido tan hondo en la
experiencia humana que no cabe encontrar sus huellas. Sabiendo ahora
que todos los sabios son uno, ya no sigue a los grandes maestros. Al
contemplar la intrínseca naturaleza del Buda en todos los seres
humanos, incluso en los taberneros y en los pescadores, conduce a
todos a su perfecto florecimiento.
Estas ideas forman parte de todas las tradiciones fundadas en el
conocimiento directo: el atisbo de la verdadera naturaleza de la
realidad, los peligros de las experiencias precoces, la necesidad de
adiestrar la atención, la eventual disociación respecto del ego o
del yo individual, la iluminación, el descubrimiento de que siempre
había estado ahí la luz, la conexión con la fuente que genera el
mundo de las apariencias, y la reunión con todo lo viviente.
Buda comparaba los métodos para alcanzar la liberación con una balsa
que nos conduce a la playa allá a lo lejos. Una vez en la orilla
opuesta, ya no hay necesidad de métodos. De modo semejante, el
maestro es comparado con un dedo que apunta a la luna. Una vez que
hemos visto la luna, una vez que hemos comprendido el proceso, no
tiene sentido seguir mirando al dedo. Lo mismo que necesitamos
hacernos ricos antes de poder descubrir que no necesitábamos
hacernos ricos, las técnicas que aprendemos nos enseñan que no
teníamos necesidad de ellas. Lo sagrado nos devuelve a lo profano,
pero ya nunca lo veremos como profano.
No necesitamos calmar nuestras pasiones, decía Blake, sino solamente
«cultivar nuestra comprensión... Todo lo que vive es santo».
Flujo y totalidad
Hay dos principios claves que parecen surgir en toda experiencia
mística. Podríamos llamarlos «flujo» y «totalidad». El antiguo
maestro tibetano Tilopa se refería a ellos llamándolos «el principio
de no permanencia» y «el principio de no distinción», y recomendaba
no dañarlos en modo alguno. Nuestra cultura ha ido realmente en
contra de estos principios. Tratamos de congelar lo no permanente,
intentamos apresar lo que sólo puede existir en movimiento, en
libertad, en relación. Y traicionamos también a la totalidad, a la
no distinción, desmenuzando todo lo que cae bajo nuestros ojos, de
modo que dejamos de captar la conexión que subyace entre todas las
cosas en el universo.
En la experiencia mística se tiene la sensación de que «así es como
son las cosas». No como deseamos que sean, no tal como nos las
revela el análisis que de ellas hacemos, no como nos enseñaron que
eran, sino la naturaleza de las cosas, el Camino.
Flujo y totalidad se consideran como auténticos principios, no sólo
por lo que respecta al trabajo, a la salud o al crecimiento
psicológico, sino con respecto a la vida entera. El creador de una
especie de aikido para lidiar con los conflictos subrayaba el modo
cómo la técnica de fluir con el contrario produce un cambio gradual
en quien la practica.
«Al principio puede que sea sutil, pero hasta
la gente de espíritu más mezquino comienza a aflojar su actitud
agresiva, pierde toda cólera, y vuelve a conectar con la fuerza de
la vida. »
Estas experiencias místicas, más que solamente un reflejo de la
totalidad fluyente inherente a todo sistema vivo (como muestra la
teoría de las estructuras disipativas), lo son también del flujo o
emanación de nuestro mundo desde otra dimensión, y también de la
tendencia del universo a la creación de totalidades siempre más
complejas. Este conocimiento hace que en la vida cotidiana el marco
del tiempo se desplace de lo temporal a lo eterno; aceptamos la no
permanencia de las cosas, y dejamos de luchar por mantener las cosas
tal como eran, siendo así que deben cambiar. Experimentamos con más
ecuanimidad los golpes y las bendiciones que nos depara la vida.
La inutilidad de nuestro esfuerzo por mantener el control nos impide
gozar del flujo que de otra forma recorrería nuestras vidas. Cuando
consigamos dejar el propio camino, seremos capaces de llegar a ser
nosotros mismos.
«Yo dispongo los ríos libres para toda la
humanidad», dice la más antigua de las escrituras místicas, el Rig
Veda.
«El mundo es un dado dando vueltas», dice un antiguo pasaje hasídico, «... y todo da vueltas, gira y cambia, pues en su raíz
todas las cosas son uno, y la salvación está en el cambio y en el
retornar de las cosas».
Del mismo modo que para nadar es preciso confiar en el agua que
agitamos, así también podemos relajarnos en ese flujo, dejarnos dar
vueltas con el dado que gira. En los monasterios Zen, a los novicios
se les da el nombre de unsui, agua de nube. Se les incita a que se
muevan con libertad, a que adopten una u otra forma de manera
espontánea, a que se abran paso en medio de los obstáculos. En las
tradiciones antiguas, se describe a la misma conciencia como una ola
que surge de la fuente, algo muy parecido a las pautas de
interferencia que postula la teoría holográfica descrita en el
capítulo 6.
El segundo principio, de totalidad o no-distinción, representa
conexión que existe entre todas las cosas, el contexto. Así como la
ciencia demuestra la existencia de una red de relaciones subyacente
a todo cuanto existe en el universo, una parpadeante red que conecta
todos los acontecimientos, así también la experiencia mística de la
totalidad trasciende y abarca toda separación.
«En el espacio libre
no existe la derecha ni la izquierda», dice un maestro hasídico.
«Todas las almas son una. Cada una es una chispa del alma original,
y ésta es inherente a todas las almas. »
El budismo sostiene que
todos los seres humanos son Budas, pero no todos han despertado a su
verdadera naturaleza. Yoga significa, literalmente, «unión». La
plena iluminación es un voto de salvar «a todos los seres capaces de
sentir». Esta totalidad abarca el propio yo, a los otros, a las
ideas.
El amor se siente como un estado de conciencia dinámico, no como una
emoción. Mientras que el miedo es encogido y caótico, el amor es
amplio y coherente en flujo creativo, una armonía, una aceptación de
la fragilidad humana nacida de un profundo auto-conocimiento. Es un
poder sin defensas, es comunicación, es un borrarse los límites, es
llegar al final. El yo queda unido a un gran Sí mismo: tat tvam
assi, «Tú eres Eso».
Y como ese Sí mismo es total, el yo se une en
Él a todos los demás, como expresa en su visión mística William Blake:
¡Despierta! ¡Despierta, oh durmiente del país de las sombras!,
¡Despierta! ¡Expándele! Yo estoy en ti y tú estás en mí, en mutuo amor......
Fibras de amor que van de un hombre a otro... ¡Mira!, somos Uno.
O, como figura en el anagrama personal de un místico contemporáneo,
IMU URI (Somos Uno).
Esta totalidad une a los contrarios. En todas las tradiciones
místicas se describe al Centro Radical: la curación de la separación
que existe entre hombre y hombre y entre el hombre y la naturaleza.
Nicolás de Cusa lo llamaba coincidentia oppositorum, la unión de los
opuestos. En los escritos hasídicos es,
«la unión de cualidades, de
los pares que se oponen el uno al otro, como dos colores... pero que
vistos con el verdadero ojo interior forman una simple unidad».
En
el budismo, es madhya, la vía media trascendente. Los indios
kogi de
Colombia hablan también del Sendero de las Almas que asciende y
desciende a la vez, de la unión de las polaridades, del sol negro.
En estas tradiciones espirituales, el bien y el mal no existen.
Solamente hay luz o ausencia de luz... totalidad y ruptura... flujo
y lucha.
Un joven terapeuta decía:
"Me viene una imagen: una playa en el océano. Un saliente de roca,
robusto y estrecho, se adentra en el mar y, cuando limito
suficientemente mi campo de visión, me parece dividir el agua en dos
masas distintas y separadas. la acción de las olas, rompiendo a uno
y otro lado, produce el efecto de que ambas estuviesen siempre
tendiendo la una hacia la otra, esforzándose por sobrepasar con cada
golpe la muralla de roca que impide su unión... cuando en realidad,
simplemente con dar un paso atrás y mirar mejor, con una perspectiva
que permita abarcarlo todo, con una conciencia expandida, puedo ver
que la separación es solamente una ilusión que ambas olas son y
siempre han formado parte del mismo océano, separadas sólo por la
percepción por mi elegida y por mi idea de tender a la unidad...
Me doy cuenta de que yo estoy ya entero, de que no hay nada que
superar en esos momentos de vaciamiento, de dejarse ir, de estar
completamente en contacto con otro; sé que soy todo lo que puedo
ser".
Está entero, «en su sitio», despierto a lo que
Huxley llamaba la
«Perfección» del mundo, a lo que Milton Mayerhoff describía como
conocimiento de que «la vida basta», a la intuición creativa que
según Rollo May consiste en entender que «ésta es la forma como todo
debe ser».
Estar en casa no es un lugar, sino una experiencia. El
secreto confesado de las disciplinas espirituales es alcanzar la
totalidad, llegar a ser uno mismo, volver a casa.
«El camino que
lleva a casa», dice Colin Wilson en el estudio que hace de varios
místicos y artistas, «es el camino que va hacia adelante para
hundirse más profundamente en la vida».
La Conspiración de Acuario
está, por definición, en el mundo, como los «yoguis ocultos» de los
que hablaba Sri Ramakrishna.
Curiosamente, en esa totalidad podemos adquirir espontáneamente
virtudes que en otro tiempo hemos intentado hallar en vano a través
de principios morales. Resulta más fácil dar, actuar de forma
compasiva.
El Dios interior: la antigua herejía
En la nueva tradición espiritual, Dios no es el personaje de
nuestros tiempos de colegio, sino algo que se aproxima a la
dimensión que describe William James:
"Los limites extremos de nuestro ser se hunden, me parece a mí, en
una dimensión de la conciencia absolutamente distinta del mundo
sensible y meramente «comprensible»...
Pertenecemos a esa dimensión
en un sentido más íntimo que en el que pertenecemos al mundo
visible, pues en el más íntimo sentido pertenecemos a aquello a que
pertenecen nuestros ideales...
A esa parte más elevada del universo, voy a llamarle
Dios".
A Dios se le experimenta como flujo, como totalidad, como infinito caleidoscopio de la vida y de la muerte, como Última Causa,
fundamento del ser, lo que Alan Watts llamaba «el silencio del que
nace todo sonido». Dios es la conciencia que se manifiesta como
lila, el juego del universo. Dios es la matriz organizadora, que
podemos experimentar pero no expresar, lo que da vida a la materia.
En la novela corta de J. D. Salinger, Teddy, un adolescente
espiritualmente precoz recuerda la experiencia de inmanencia de
Dios, que tuvo mientras contemplaba a su hermanita bebiéndose un
vaso de leche.
«... De pronto vi que ella era Dios y que la leche
era Dios. Quiero decir, ella no estaba haciendo otra cosa que verter
a Dios en Dios... »
Una vez que has alcanzado la esencia de la experiencia religiosa,
¿para qué necesitas de las formas?, preguntaba Meister Eckhart.
«Nadie puede conocer a Dios si no se conoce antes a sí mismo», decía
a sus seguidores en la Edad Media. «Adéntrate en las profundidades
del alma, en el lugar secreto... hasta las raíces, hasta las
alturas; pues todo lo que Dios puede hacer se concentra allí. »
El teólogo británico John Robinson habla de un «universo irisado, en
el que espíritu y materia, lo interior y lo exterior, lo divino y lo
humano, destellan como aspectos de una realidad que no puede
separarse ni dividirse». Para Alfred North Whitehead, cuyo influjo
ha crecido como una marea en los últimos años, Dios es,
«la imagen en
espejo de la estructura del mundo (material). El mundo es
incompleto; por su misma naturaleza, re quiere una entidad situada
en la base de todo, que la complete. Esta entidad es Dios, la
naturaleza primordial».
Buckminster Fuller trataba de plasmar la sensación de
Dios como
proceso:
Pues Dios, a mí, me parece ser un verbo,
no un nombre, propio o común; es la articulación,
no el arte... es amar, no amor en abstracto... Sí,
Dios es un verbo,
el más activo de todos, que connota la vasta reordenación armónica del universo a partir del caos de energías desencadenadas.
No es preciso postular ningún objetivo para esta Última Causa, ni
preguntarnos quién o qué fue lo que causó ese gran Big Bang, o lo
que fuera, que dio origen al universo visible. No hay más que la
experiencia. Para Kazantzakis, Dios era la suma total de conciencia
existente en el universo, que se expande a través de la evolución
humana. En la experiencia mística se siente la experiencia de un
amor, una compasión y una energía universales.
Las personas que han
revivido después de haber estado clínicamente muertas describen a
veces haberse sentido descender por un túnel oscuro en dirección a
una luz singular, no terrena, en su fondo, que parecía irradiar amor
y comprensión. Es como si la luz misma fuese una manifestación de la
mente universal.
Las experiencias místicas casi siempre llevan a la convicción de que
la conciencia es en algún aspecto, imperecedera. Una metáfora
budista define la conciencia individual como una llama que arde
durante la noche. No es todo el tiempo la misma llama, pero tampoco
es otra llama. Muchos de los que contestaron el cuestionario de la
Conspiración de Acuario comentaban que sus experimentos les habían
obligado a abandonar su previo convencimiento de que la muerte
corporal ponía fin a la conciencia. A pesar de su falta de
vinculación formal a cualquier religión, un 53 por ciento afirmaron
creer firmemente en esa supervivencia, y otro 23 por ciento aseguró
estar «bastante seguros» de ello: un 75 por ciento en total.
Solamente un 5 por ciento se mostró escéptico, y un 3 por ciento
totalmente incrédulo.
Quienes más firmemente creían eran quienes le
habían visto las orejas a la muerte. Esta fe aparecía fuertemente
correlacionada con la vivencia de experiencias cumbre y con la
práctica de disciplinas espirituales. Una actriz famosa atribuía el
interés que toda su vida había sentido por lo espiritual al hecho de
haber estado a punto de ahogarse cuando tenía tres años:
«La euforia, la música y el color que sentí iban más allá de todo
cuanto se conoce en el estado físico natural».
Aunque en el relato que hizo en 1927 de su famoso vuelo no lo
mencionaba, Charles Lindberg describió más tarde en The spirit of
St. Louis (1953) una experiencia de descorporeización, de
trascendencia del espacio y del tiempo, de pérdida del miedo a la
muerte, y una sensación de saberlo todo y de poder recordar otras
vidas, junto con un cambio duradero en sus propios valores. Lindberg
escribe que cuando llevaba dieciocho horas de vuelo, se sintió como,
«una conciencia desplegada a través del espacio, por encima de la
tierra en dirección al cielo, desligada del tiempo y de toda
sustancia. . .»
Detrás de él, el fuselaje se llenaba de presencias
fantasmales,
«formas vagamente contorneadas, transparentes,
movedizas, que volaban conmigo, sin peso, en el mismo aeroplano».
Él
las podía «ver» detrás de sí, «como sí mi cráneo fuese un gran ojo».
Conversaban con él, le daban consejos sobre problemas de la
navegación, «transmitiéndome mensajes de importancia, inalcanzables
en la vida cotidiana».
Su cuerpo no tenía peso, y el aparato había perdido su solidez. Se
sentía más afín a los espíritus,
«en la frontera entre la vida y
otro reino mayor situado más allá, como cogido en el campo de
gravitación entre dos planetas... ».
Se sentía como sometido a la
acción de fuerzas demasiado débiles para poderlas medir con los
medios ordinarios, «pero que sin embargo representaban una energía
incomparablemente más fuerte que cuantas he conocido». Esas
presencias no le parecían intrusas ni extrañas, eran más bien como
una reunión de familiares y amigos que hace tiempo que no se han
visto, como si las hubiera conocido en alguna encarnación pasada.
«La muerte ya no es el punto final que solía ser, sino más bien la
entrada a una existencia nueva y libre», escribía.
Todos los valores
de sus veinticinco años, incluyendo la importancia acordada a su
vuelo, largamente soñado sufrieron una aguda transformación.
Cincuenta años más tarde, cuando Lindberg yacía en su lecho de
muerte en su casa de Hawai, su mujer le pidió que compartiera con
ella la experiencia de afrontar la muerte. ¿Cómo era eso de
enfrentarse a la muerte?
«No hay nada con qué enfrentarse», dijo.
La visión: la luz y la llegada de la luz
Las experiencias místicas contemporáneas de muchas personas en
diversas partes del mundo se han centrado en los últimos años en una
visión colectiva que crece en intensidad: la sensación de una
transición inminente en la historia humana, una evolución de la
conciencia tan significativa como cualquier otro paso en la larga
cadena de nuestra evolución biológica.
Esta visión consensual, por
encima de sus variaciones, contempla esa transformación de la
conciencia como el momento predicho en las antiguas profecías de
todas las tradiciones fundadas en el conocimiento directo: la muerte
de un mundo y el nacimiento de otro mundo nuevo, apocalipsis, el
período del «fin de los días» de la Kábala, el despertar de un
número cada vez mayor de seres humanos a su propio potencial divino.
«La semilla de Dios está en nosotros», decía
Meister Eckhart. «La
semilla de la pera crece en los perales, la semilla de la nuez en
los nogales, y la semilla de Dios en Dios. »
La visión es siempre de una evolución hacia la luz. En la
experiencia espiritual, la luz es la metáfora más antigua y
universal. Hablamos de iluminación, la ciudad de la luz, la Luz del
Mundo, los hijos de la luz, la «experiencia de la luz blanca».
«Luz... luz», escribía T. S. Elliot, «recuerdo visible de la luz
invisible».
Honorato de Balzac pensaba que la humanidad se
encontraba en vísperas de una gran lucha; las fuerzas están ahí,
insistía:
«Siento en mí mismo una vida tan luminosa que podría
iluminar un mundo entero, y sin embargo estoy encerrado en una
especie de mineral».
Arthur Young, inventor del helicóptero Bell,
ofrece en su obra The reflexive Universe, en términos especulativos,
una idea tan antigua como Platón y los mitos: Nosotros representamos
una «caída» de la luz a la materia, y la ascensión hacia la luz ha
comenzado de nuevo.
Lawrence Ferlinghetti ha escrito un poema sobre la «paradoja de
Olbers», astrónomo erudito que observó que había relativamente pocas
estrellas en las cercanías, y que, en cambio, mientras más lejos
observaba, más estrellas encontraba.
De manera que de esto podemos deducir que en las distancias infinitas tiene que haber un lugar
tiene que haber un lugar en donde todo sea luz y que la luz de ese altísimo
en donde todo es luz simplemente no nos ha llegado todavía...
«Deja que la luz atraviese la oscuridad hasta que la oscuridad
resplandezca y no haya ya más división entre las dos», dice un
pasaje hasídico.
El alma, antes de entrar en el mundo, es conducida
a través de todos los mundos, donde se le muestra la luz primera, a
fin de que pueda esforzarse siempre por alcanzarla. El sadik de la
tradición hasídica, como el bodhisattva en el budismo, es aquel que
ha dejado entrar en sí mismo a la luz y la hace brillar de nuevo
sobre el mundo.
Para Plotino, filósofo místico del siglo III, era «la clara luz en
que Ello consiste». En la danza sufí de los derviches, se «gira» con
la mano derecha elevada, como un símbolo de atraer la luz hacia la
tierra. El chamán consigue un estado de equilibrio perfecto para
poder ver una luz cegadora.
Un apócrifo contemporáneo, El Evangelio Acuario de Jesús el Cristo
7,
expresa en términos poéticos ese sueño de luz y liberación. Según
dice, nuestros templos han sido durante demasiado tiempo tumbas de
cosas escondidas en el tiempo. Nuestros templos, criptas y grutas
son oscuros. No dejan ver lo que esconden.
«En la luz no hay nada
secreto... En el camino hacia la luz no hay peregrinos solitarios.
Los hombres sólo alcanzan las alturas ayudando a otros hombres a
alcanzarlas... »
«Sabemos que la luz se acerca a nosotros sobre las colinas.
Dios
acelera la luz. »
1. Swedenborg: pensador espiritual nórdico del siglo dieciocho que
influyó en Inglaterra y EE.UU. (N. del T.)
2. Shakers: nombre con que se designa a los quáqueros en algunas
regiones de los Estados Unidos. Shake: sacudir, agitar. Quake:
temblar. (N. del T.)
3. Aunque los conspiradores de Acuario no son en absoluto
representativos, por estar más interesados en lo espiritual y ser
más iconoclastas que la mayoría, sus respuestas al cuestionario
ofrecen una pauta que muy bien puede ser un preanuncio del cambio
más general que está por llegar. El noventa y cinco por ciento
tenían algún tipo de trasfondo religioso original, por débil que
fuese (55 por ciento protestante, 20 por ciento judío, 18 por ciento
católico, 2 por ciento otro distinto, y 5 por ciento «ninguno»).
Solamente un 19 por ciento se consideraban activos en su tradición
de alguna manera, porcentaje que incluye a varios clérigos, ex
clérigos y teólogos.
4. Amtrack: La crisis de los ferrocarriles estadounidenses,
claramente visible después de la Segunda Guerra Mundial intentó
paliarse con la creación en los años cincuenta de una sociedad
interestatal con apoyo federal, la Amtrack, para auxiliar a las
compañías de ferrocarriles, muchas de ellas privadas. (N del T.)
5. Los sujetos encuestados por el cuestionario de la Conspiración de
Acuario confesaron tener experiencia en una amplia diversidad de
disciplinas espirituales y meditativas, como Budismo Zen (40 por
ciento), Yoga (40 por ciento), misticismo cristiano (31 por ciento),
Meditación Trascendental (21 por ciento), Sufismo (19 por ciento), y
Kábala (10 por ciento), aparte otras varias docenas de sistemas.
6. Las experiencias místicas no son universales, ni mucho menos,
entre los consumidores de drogas psicodélicas. Ello depende de
muchos factores: la dosificación, las experiencias anteriores, la
capacidad de introspección, el deseo de explorar los estados de
conciencia, el interés previo por lo espiritual, las expectativas, y
un entorno adecuado. El uso casual de la droga, como diversión
ocasional, a menudo sólo produce poco más que alguna alteración
sensorial y una "subida".
7. La edición castellana de este libro de Levi H. Dowling ha sido
publicada por la editorial Eyras, Madrid, 1978. (N. del T.)
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