Santiago de Chile, desde luego, parecía zona de guerra: carros
blindados abrían fuego conforme avanzaban a través de los bulevares y los
edificios del gobierno eran atacados por cazas de combate. Pero había algo
extraño en esa guerra: sólo combatía un bando.
La única resistencia procedió del palacio presidencial, La Moneda, y de los tejados a su alrededor, desde donde Allende y sus allegados intentaron con gallardía defender la sede de la democracia chilena.
No se puede decir que fuera una lucha justa: a pesar
de que en el interior del palacio sólo había treinta y seis defensores
fieles a Allende, los militares lanzaron veinticuatro cohetes contra el
palacio.3
Difícilmente podría el shock haber sido mayor. A diferencia de la vecina
Argentina, que había sido dirigida por seis gobiernos militares en los
cuarenta años previos, Chile carecía de experiencia en ese tipo de
violencia: había disfrutado de 160 años de pacífico gobierno democrático,
los últimos 41 ininterrumpidos.
A pocos minutos en coche del palacio
presidencial, Orlando Letelier, que acababa de retornar de Washington para
tomar el puesto de ministro de Defensa de Chile, había ido a su despacho en
el ministerio esa mañana. Tan pronto como entró por la puerta, doce soldados
vestidos con uniforme de combate se echaron sobre él, todos apuntándole con
sus ametralladoras.4
La segunda
teoría es más creíble.
Lo cierto es que fueron los
militares los que se convirtieron en el auténtico enemigo doméstico,
dispuestos a volver sus armas contra la población que habían jurado
proteger.
Los generales estaban convencidos de que sólo podrían retener el poder si lograban que los chilenos vivieran completamente aterrorizados, como había pasado con la población de Indonesia.
En los días que siguieron al golpe, unos trece mil quinientos civiles fueron arrestados, subidos a camiones y encarcelados, según un informe de la CIA recientemente desclasificado.5 Miles acabaron en los dos principales estadios de fútbol de Santiago, el Estadio de Chile y el enorme Estadio Nacional.
Dentro del Estadio Nacional, la muerte reemplazó al fútbol como espectáculo público. Los soldados paseaban entre las gradas al sol acompañados de colaboradores encapuchados que señalaban a los "subversivos" entre los detenidos; los seleccionados eran enviados a los vestuarios o a los palcos, transformados en improvisadas cámaras de tortura.
Cientos fueron ejecutados. Cuerpos sin
vida empezaron a aparecer en las cunetas de las principales carreteras o
flotando en mugrientos canales urbanos.
En cada ciudad y pueblo, Stark y su escuadrón de la muerte itinerante escogían a los prisioneros de perfil más alto, a veces hasta veintiséis a la vez, y los ejecutaban.
El rastro de sangre que dejaron durante esos cuatro días se
conocería como la caravana de la muerte.6 Al, poco tiempo la comunidad
entera había captado el mensaje: la resistencia es mortal.
Sergio de Castro había estado trabajando a
fondo su contacto en la Armada, consiguiendo que aprobara página a página "el ladrillo".
Arturo Fontaine, uno de los editores del periódico, recuerda que las rotativas trabajaron,
Y lo consiguieron, por los pelos.
Las propuestas que aparecen en ese documento final se parecen asombrosamente a las que hace Milton Friedman en Capitalismo y libertad: privatización, desregulación y recorte del gasto social; la santísima trinidad del libre mercado.
Los economistas chilenos educados en Estados Unidos habían tratado de introducir esas ideas pacíficamente, dentro de los confines del debate democrático, pero habían sido rechazadas de forma abrumadora. Ahora los Chicago Boys y sus planes habían vuelto en un clima mucho más permeable a su punto de vista radical.
En esta nueva era no era necesario que nadie más allá de un puñado de hombres uniformados estuviera de acuerdo con ellos.
Sus oponentes políticos más enconados estaban o encarcelados o muertos o huidos; el espectáculo de los cazas de combate y las caravanas de la muerte mantenía a todo el mundo a raya.
Era una descripción adecuada.
El 11 de septiembre de 1973 fue mucho más que el violento final de la pacífica revolución socialista de Allende; fue el principio de lo que The Economist calificaría más tarde de "contrarrevolución", la primera victoria concreta en la campaña de la Escuela de Chicago por recuperar las ganancias que se habían conseguido con el desarrollismo y el keynesianismo.10
A diferencia de
la revolución parcial de Allende, templada y matizada por el característico
tira y afloja de la democracia, esta revuelta, impuesta mediante la fuerza
bruta, tenía las manos libres para llegar hasta el final. En los años
siguientes, las políticas descritas en "el ladrillo" se impondrían en
docenas de otros países bajo la coartada de una amplia gama de crisis. Pero
Chile fue la génesis de la contrarrevolución, una génesis de terror.
Al oír las buenas noticias, regresó a casa,
Según Piñera, que acabaría convirtiéndose en ministro de Trabajo y Minería con Pinochet, ésta era,
Antes del golpe, Augusto Pinochet tenía reputación de ser muy educado, casi demasiado obsequioso, reputación de adular y dar siempre la razón a sus superiores civiles.
Como dictador, Pinochet desveló nuevas facetas de su carácter. Se adueñó del poder con un regocijo indecoroso y adoptó la actitud de un monarca absoluto, declarando que el "destino" le había otorgado su cargo. Sin dilación, dirigió un golpe dentro del golpe para deshacerse de los otros tres líderes militares con los que había acordado dividirse el poder y se hizo nombrar jefe supremo de la nación, además de presidente.
Le
encantaba la pompa y la ceremonia, prueba de su derecho a gobernar, y no
desperdiciaba ninguna ocasión de vestirse con su uniforme prusiano, con capa
y todo. Para moverse por Santiago, escogió una caravana de Mercedes-Benz
dorados y a prueba de balas.12
Desde el principio se produjo una lucha de poder dentro de la Junta entre los que simplemente querían reinstaurar el statu quo anterior a Allende y regresar rápidamente al sistema democrático, y los de Chicago, que presionaban para conseguir una liberalización del mercado de pies a cabeza que tardaría años en imponerse.
A Pinochet, que disfrutaba a fondo de sus nuevos poderes, no le gustaba nada la idea de que su destino fuera una simple operación de limpieza, limitada a "restaurar el orden" y luego marcharse.
La visión de los de Chicago de una remodelación completa del país estaba en sintonía con su recién desatada ambición y, al igual que Suharto con la mafia de Berkeley, de inmediato nombró a varios licenciados de Chicago como sus principales asesores económicos, entre ellos Sergio de Castro, el líder de hecho del movimiento y principal autor del "ladrillo".
Los llamaba los tecnos - los
tecnócratas - lo cual encajaba con la pretensión de los de Chicago de que
arreglar una economía era una cuestión científica y no de elecciones humanas
subjetivas.
Pinochet estaba de acuerdo: la gente, escribió en una ocasión, debe someterse a la estructura porque,
Esta convicción compartida de
obedecer unas leyes naturales superiores formó la base de la alianza
Pinochet-Chicago.
También eliminó el control del
precios, una decisión radical en un país que llevaba regulando el coste de
productos de primera necesidad como el pan y el aceite durante décadas.
En 1974, la inflación alcanzó el 375%, la tasa más alta en todo el mundo y casi el doble de su punto más alto con Allende.17
El precio de productos de primera necesidad como el pan se puso por las nubes. En paralelo, los chilenos perdían su empleo gracias a que el experimento de Pinochet con el "libre mercado" estaba inundando el país de importaciones baratas. Las empresas locales cerraban a docenas, incapaces de competir; el desempleo alcanzó cifras récord, y se extendió el hambre.
El primer
laboratorio de la Escuela de Chicago estaba en caída libre.
La economía no
había podido corregirse sola y volver a un equilibrio armonioso porque
todavía quedaban "distorsiones", consecuencia de casi medio siglo de
interferencias gubernamentales. Para que el experimento funcionase, Pinochet
tenía que acabar con esas distorsiones: más recortes, más privatizaciones y
todo llevado a cabo con más rapidez.
Orlando Sáenz - el presidente de la Sociedad de Fomento Fabril que había sido quien había introducido a los de Chicago en el complot del golpe - declaró que los resultados del experimento constituían,
A los empresarios no les gustaba el socialismo de Allende, pero no tenían ningún problema con una economía controlada por el gobierno.
Con su plan en grave peligro, los de Chicago y los pirañas (que en muchos casos eran las mismas personas) decidieron que había llegado el momento de sacar la artillería.
En marzo de 1975, Millón Friedman y Arnold Harberger
volaron a Santiago invitados por un banco importante para ayudar a salvar el
experimento.
En discursos y entrevistas utilizó un término que hasta entonces jamás se había aplicado a una crisis económica del mundo real: pidió un "tratamiento de choque".
Afirmó que era,
Cuando un periodista chileno apuntó que hasta Richard Nixon, entonces presidente de Estados Unidos, imponía controles para atemperar el libre mercado, Friedman replicó:
Después de su reunión con Pinochet, Friedman escribió unas notas personales sobre el encuentro, que reprodujo décadas más tarde en sus memorias.
Observó que al general,
Llegados a este punto, Pinochet ya se había hecho tristemente célebre en el mundo por ordenar masacres en estadios de fútbol, de modo que el hecho de que al dictador le "preocupara" el coste humano de su terapia de shock debería haber hecho que Friedman reflexionara.
Pero en vez de ello insistió en sus tesis en una carta de seguimiento en la que alabó las decisiones "extremadamente sabias" del general, pero animaba a Pinochet a recortar todavía mucho más el gasto público,
Friedman predijo que los cientos de miles de personas que serían despedidas del sector público pronto encontrarían trabajo en el sector privado, que despegaría espectacularmente gracias a que Pinochet eliminaría,
Friedman aseguró al general que si seguía sus consejos podría anotarse el mérito de un "milagro económico"; podría "acabar con la inflación en unos meses" mientras que el problema del desempleo sería igualmente "breve - cuestión de meses - y la subsiguiente recuperación económica sería rápida".
Pinochet tenía que actuar rápida y decididamente; Friedman subrayó la
importancia del "shock" repetidamente. Usó la palabra tres veces en su carta
y subrayó que el "gradualismo no era factible".24
En su carta de respuesta, el jefe supremo de Chile expresaba su,
Inmediatamente después de la visita de Friedman, Pinochet despidió a su ministro de Economía y entregó el cargo a Sergio de Castro, al que después ascendería a ministro de Finanzas.
De Castro llenó el gobierno de colegas
suyos de Chicago y nombró a uno de ellos director del banco central. Orlando
Sáenz, que se había opuesto a los despidos masivos y al cierre de fábricas,
fue sustituido al frente de la Sociedad de Fomento Fabril por alguien con
una actitud más favorable al shock. "Si hay empresarios que se quejan de
ello, que se vayan al infierno. No les defenderé", declaró el nuevo
director.26
Salud y educación fue lo que más sufrió. Incluso The Economist, una animadora del equipo del libre mercado, calificó lo que sucedía como "una orgía de automutilación".28
De Castro privatizó casi quinientas empresas y bancos estatales, prácticamente regalando muchos de ellos, puesto que lo que quería era ponerlos lo más rápido posible en el lugar que les correspondía dentro del orden económico.29
No se apiadó de las empresas locales y eliminó todavía más barreras arancelarias. El resultado fue la pérdida de 177.000 puestos de trabajo en la industria entre 1973 y 1983.30
A mediados de la década de 1980, la industria como porcentaje de la economía descendió a niveles que no se habían visto desde la Segunda Guerra Mundial.31
"Tratamiento de choque" era un nombre adecuado para lo que Friedman había recetado. Pinochet envió deliberadamente a su país a una profunda recesión, basándose en una teoría sin probar que afirmaba que la súbita contracción haría que la economía recuperase la salud.
En su lógica interna, esta medida
era asombrosamente parecida a la de los psiquiatras que recetaron terapia electroconvulsiva en las décadas de 1940 y 1950, convencidos de que las
conmociones deliberadamente inducidas con las descargas conseguirían
mágicamente reiniciar los cerebros de sus pacientes.
Para poner freno a la inflación no basta con cambiar la política monetaria sino que además hay que cambiar la actitud de los consumidores, empresarios y trabajadores. Lo que hace un cambio súbito y brutal de política es alterar rápidamente las expectativas y señalar al público que las reglas del juego han cambiado dramáticamente: los precios no van a seguir subiendo ni tampoco los sueldos.
Según esta teoría, cuanto antes se consigan
mitigar las expectativas de inflación, más corto será el doloroso período de
recesión y alto desempleo. Sin embargo, particularmente en países en los que
la clase dirigente ha perdido su credibilidad ante el público, se dice que
sólo un shock político enorme y decidido puede lograr "enseñar" al público
esta dura lección.
Lo hizo rápidamente y sin previo aviso, lo que supuso un shock tremendo para la economía alemana, que llevó a una subida masiva del desempleo. Pero ahí es donde terminan las similitudes: las reformas de Erhard se limitaron a los precios y a la política monetaria y no fueron acompañadas de recortes en los programas sociales ni por la rápida introducción del libre mercado, y se tomaron muchas precauciones para proteger a los ciudadanos del shock, entre ellas el aumento de los salarios.
Alemania Occidental, incluso después del shock, se adecuaba con facilidad a la definición que Friedman hacía de un Estado del bienestar casi socialista: ofrecía vivienda de protección oficial, pensiones, sanidad pública y un sistema educativo estatal, mientras que además el gobierno dirigía y subsidiaba casi todo, desde el teléfono a plantas productoras de aluminio.
Concederle a Erhard el mérito de haber inventado la terapia de shock es una historia agradable, puesto que su experimento tuvo lugar después de que Alemania Occidental fuera liberada de la tiranía.
El shock de Erhard, sin
embargo, no se parece en nada a las transformaciones radicales que hoy se
entienden como terapia económica de shock: los pioneros de este método
fueron Friedman y Pinochet, en un país que acababa de perder su libertad.
¿Quién querría
ser responsable de lo que Business Week denominó "un mundo a la doctor
Strangelove en el que se impulsa deliberadamente la recesión"?32
El país, ciertamente, se convulsionaba bajo el "tratamiento". Contrariamente a lo que Friedman predijo con optimismo, la crisis duró años, no meses. Hacia 1986 uno de cada cinco trabajadores industriales había perdido su empleo.34
La Junta, que había adoptado inmediatamente la metáfora de la enfermedad que utilizó Friedman, no se arrepentía de nada y explicaba que,
Friedman estaba de acuerdo. Cuando un periodista le preguntó,
A otro periodista le dijo:
Es interesante saber que la mayor crítica hacia la terapia de shock procedió de uno de los propios ex alumnos de Friedman, André Gunder Frank.
Durante sus años en la Universidad de Chicago en la década de 1950, Gunder Frank - originario de Alemania - oyó hablar tanto sobre Chile que cuando se doctoró en economía decidió ir él mismo al país que sus profesores habían descrito como una distopía desarrollista mal gestionada. Le gusto lo que vio y acabó enseñando en la Universidad de Chile y luego siendo asesor económico de Salvador Allende, hacia el que desarrolló un gran respeto.
Como hombre de Chicago en Chile, Frank tenía una perspectiva privilegiada sobre la aventura económica del país.
Un año después de que Friedman recetara el shock máximo, escribió una airada "Carta abierta a Arnold Harberger y Milton Friedman" en la que utilizó su formación en la Escuela de Chicago,
Calculó lo que significaba para una familia chilena tratar de sobrevivir con lo que Pinpchet afirmaba que era un "sueldo mínimo".
Aproximadamente el 74% de sus ingresos se dedicaban simplemente a comprar pan, lo cual obligaba a la familia a prescindir de "lujos" como la leche y el autobús para ir a trabajar. En comparación, bajo Allende el pan, la leche y el autobús alcanzaban el 17% del sueldo de un empleado público.39
Muchos niños tampoco tenían leche en las escuelas, pues una de las primeras medidas de la Junta había sido eliminar el programa de leche escolar. Como resultado combinado de ese recorte más la situación desesperada de las familias, cada vez más estudiantes se desmayaban en clase, mientras que otros muchos dejaron de acudir a la escuela.40
Gunder Frank vio una relación directa entre las
brutales políticas económicas impuestas por sus antiguos compañeros de
estudios y la violencia que Pinochet había desatado contra el país. Las
recetas de Friedman eran tan dolorosas, afirmó el desafecto hombre de
Chicago, que no podían "imponerse ni llevarse a cabo sin los elementos
gemelos que subyacen a todas ellas: la fuerza militar y el terror
político".41
José Piñera, que fue el artífice del programa, dijo haber tenido la idea después de leer Capitalismo y libertad.42
Suele
concedérsele a la
administración de George W. Bush el mérito de haber sido
los pioneros de la "sociedad de propietarios" cuando, de hecho fue el
gobierno de Pinochet, treinta años antes, el que primero introdujo el
concepto de "una nación de propietarios".
En un artículo titulado "Chile, laboratorio para un teórico", The New York Times destacó que,
Muchos se acercaron a ver en persona el laboratorio chileno, entre ellos el propio Friedrich Hayek, que viajó al Chile de Pinochet en varias ocasiones y que en 1981 escogió Viña del Mar (la ciudad en la que se tramó el golpe) para celebrar la convención regional de la Sociedad Mont Pelerin, la asamblea de cerebros de la contrarrevolución.
Cuando murió Pinochet, en diciembre de 2006 (un mes después de Friedman), The New York Times le elogió por,
Los hechos tras el "milagro chileno" siguen siendo objeto de intenso debate.
Y sucedió porque en 1982, a pesar de su estricta fidelidad a la doctrina de Chicago, la economía de Chile se derrumbó: explotó la deuda, se enfrentaba de nuevo la hiperinflación y el desempleo alcanzó el 30%, diez veces más que con Allende.46
La causa principal fue que las pirañas, las empresas financieras
al estilo de Enron a las que los de Chicago habían liberado de cualquier
tipo de regulación, habían comprado los activos del país con dinero prestado
y acumularon una enorme deuda de 14.000 millones de dólares.47
Al borde de la debacle, casi todos los de Chicago perdieron sus
influyentes puestos en el gobierno, incluyendo a Sergio de Castro. Muchos
otros licenciados de Chicago tenían altos cargos en las empresas de los
pirañas y fueron investigados por fraude, con lo que se desvaneció la
fachada de neutralidad científica tan fundamental para la identidad que se
habían construido los de Chicago.
Si uno consigue apartar el boato y el clamor de los vendedores, el Chile de Pinochet y los de Chicago no fue un Estado capitalista con un mercado libre de trabas, sino un Estado corporativista.
El corporativismo se refería originalmente al modelo de Estado ideado por Mussolini, un Estado policial gobernado bajo una alianza de las tres mayores fuentes de poder de una sociedad - el gobierno, las empresas y los sindicatos - todos colaborando para mantener el orden en nombre del nacionalismo.
Lo que Chile inauguró con Pinochet fue una evolución del
corporativismo: una alianza de apoyo mutuo en la que un Estado policial y
las grandes empresas unieron fuerzas para lanzar una guerra total contra el
tercer centro de poder - los trabajadores - incrementando con ello de manera
espectacular la porción de riqueza nacional controlada por la alianza.
Hacia 1988, cuando la economía se había estabilizado y crecía con rapidez, el 45% de la población había caído por debajo del umbral de la pobreza.50 El 10% más rico de los chilenos, sin embargo, había visto crecer sus ingresos en un 83%.51
Incluso en 2007 Chile
seguía siendo una de las sociedades menos igualitarias del mundo. De las 123
naciones en que Naciones Unidas monitoriza la desigualdad, Chile ocupaba el
puesto 116, lo que le convierte en el octavo país con mayores desigualdades
de la lista.52
Después de pasar un año en las prisiones de Pinochet, Letelier consiguió escapar de Chile gracias a una intensiva campaña de presión internacional.
Al contemplar desde el extranjero el rápido empobrecimiento de su país, Letelier escribió en 1976 que,
Lo que Letelier no podía saber entonces era que Chile bajo el gobierno de la Escuela de Chicago ofrecía un avance del futuro de la economía global, una pauta que se repetiría una y otra vez, de Rusia a Sudáfrica y a Argentina:
En Chile, si estabas fuera de la burbuja de riqueza, el milagro se parecía a la Gran Depresión, pero dentro de su caparazón estanco los beneficios fluían tan libre y rápidamente que el dinero fácil que las reformas estilo terapia de shock hace posible se ha convertido desde entonces en la cocaína de los mercados financieros.
Y es por eso por lo que el mundo financiero no respondió a las obvias contradicciones del experimento chileno reevaluando las premisas básicas del laissez-faire.
En lugar de ello, reaccionó como reacciona un drogadicto: se preguntó dónde conseguir la siguiente dosis.
Brasil estaba ya bajo el control de una junta apoyada por Estados Unidos y muchos de los estudiantes brasileños de Friedman ocupaban puestos clave en el gobierno. Friedman viajó a Brasil en 1973, en la época de mayor brutalidad del régimen y declaró que el experimento económico era "un milagro".54
En Uruguay los militares dieron un golpe de Estado en 1973 y al año siguiente decidieron seguir el rumbo trazado por Chicago.
Ante la falta de uruguayos licenciados en la Universidad de Chicago, los generales invitaron a,
Los efectos sobre la sociedad anteriormente igualitaria de Uruguay fueron inmediatos: los salarios reales descendieron un 28% y hordas de mendigos aparecieron por primera vez en las calles de Montevideo.56
Con ello Argentina, Chile, Uruguay y Brasil - los países que habían sido los abanderados del desarrollismo
- estaban ahora
todos dirigidos por gobiernos militares apoyados por Estados Unidos y se
habían convertido en laboratorios vivos de la Escuela de economía de
Chicago.
Sin embargo, en lo que se refiere a atacar las políticas e
instituciones que habían conseguido elevar a los pobres argentinos a la
clase media, la Junta siguió fielmente el ejemplo de Pinochet, gracias en
parte a la abundancia de economistas argentinos que habían asistido a los
cursos de Chicago.
Pero mientras los de Chicago de la rama argentina fueron partícipes entusiastas del gobierno militar, el principal puesto económico no fue para ninguno de ellos, sino para José Alfredo Martínez de Hoz.
Martínez de Hoz pertenecía a la alta
burguesía rural que formaba parte de la Sociedad Rural, la asociación de
rancheros que desde hacía tiempo controlaba las exportaciones del país. A
estas familias, lo más cercano a una aristocracia que tenía Argentina, el
orden económico feudal les parecía perfecto: no tenían que preocuparse de
que sus tierras se redistribuyeran entre los campesinos ni de que el precio
de la carne se redujera para que todo el mundo pudiera comer.
Cuando
tomó el cargo en el gobierno de la Junta quedó claro que el golpe
representaba una revuelta de las élites, una contrarrevolución contra
cuarenta años de avances de los trabajadores argentinos.
Estas medidas le granjearon poderosos aliados en Washington. Documentos desclasificados muestran que William Rogers, subsecretario de Estado para América Latina, le dijo a su jefe, Henry Kissinger, poco después del golpe:
Kissinger quedó tan impresionado que, "como gesto simbólico", organizó un encuentro de alto nivel con Martínez de Hoz cuando éste visitó Washington.
También se ofreció a hacer un par de llamadas para ayudar a Argentina en sus esfuerzos económicos:
Para atraer inversores extranjeros, Argentina publicó un folleto de treinta y una páginas en Business Week, producido por Burson-Marsteller, un gigante de las relaciones públicas, en el que se declaraba que,
La Junta estaba tan ansiosa por
subastar el país a los inversores que incluso inundó "un 10% de descuento
en el precio de la tierra para construcción durante los próximos sesenta
días".
Aunque sus cazas y sus pelotones de fusilamiento habían sido muy efectivos para extender el terror habían acabado por convertirse en un desastre de relaciones públicas.
Las noticias sobre las masacres de Pinochet provocaron
la indignación del mundo y activistas en Europa y América del Norte
presionaron agresivamente a sus gobiernos para que no comerciaran con Chile.
Era un resultado claramente desfavorable para un régimen cuya razón de ser
era mantener el país abierto a los negocios.
Para conseguir ese objetivo eran necesarias tácticas de represión menos espectaculares, tácticas de perfil bajo que pudieran extender el terror pero que no resultaran tan obvias para los fisgones de la prensa internacional.
En Chile, Pinochet pronto optó por las desapariciones. En lugar de matar abiertamente o incluso de arrestar a su presa, los soldados secuestraban a la víctima, la llevaban a campos clandestinos, la torturaban, muchas veces la mataban y luego negaban saber nada del asunto. Los cuerpos se enterraban en fosas comunes.
Según la Comisión de la Verdad de Chile, creada en mayo de 1990, la policía secreta se deshacía de algunas de sus víctimas arrojándolas al océano desde helicópteros,
Además de
tener un perfil bajo, las desapariciones se demostraron un medio todavía más
efectivo para aterrorizar a la población que las masacres descaradas, pues
la idea de que el aparato del Estado pudiera utilizarse para hacer que la
gente se desvaneciera en la nada era mucho más inquietante.
Muchas de ellas, como sus
equivalentes chilenas, fueron lanzadas desde aviones en las turbias aguas
del Río de la Plata.
En sus primeros días en el poder, la Junta hizo una única y
dramática demostración de su disposición a usar la fuerza de modo letal: un
hombre fue sacado a empujones de un Ford Falcon (el vehículo habitual de la
policía secreta), atado al monumento más famoso de Buenos Aires, el Obelisco
blanco de 67,5 metros, y ametrallado a la vista de todos los transeúntes.
Las desapariciones, oficialmente inexistentes, eran espectáculos muy públicos que contaban con la complicidad silenciosa de barrios enteros. Cuando se decidía eliminar a alguien, una flota de vehículos militares aparecía frente al hogar o lugar de trabajo de esa persona y acordonaba toda la manzana, muchas veces mientras un helicóptero sobrevolaba la zona.
A plena luz del día y a la vista de los vecinos, la policía o los soldados echaban la puerta abajo y se llevaban a la víctima, que a menudo gritaba su nombre antes de que se la llevaran en el Ford Falcon que aguardaba con la esperanza de que la noticia de lo sucedido llegase a su familia.
Algunas operaciones "encubiertas" eran mucho más descaradas: la
policía subía a un autobús abarrotado y se llevaba a pasajeros
arrastrándolos por el pelo; en la ciudad de Santa Fe, una pareja fue
secuestrada en el altar durante su boda, en una iglesia repleta de gente.66
Muchos de ellos estaban situados en zonas residenciales densamente pobladas; uno de los más conocidos ocupaba el local de un antiguo club atlético en una concurrida calle de Buenos Aires, otro estaba en una escuela en el centro de Bahía Blanca y aún otro en un ala de un hospital que seguía funcionando como centro sanitario.
En estos centros de tortura se veían entrar y salir a toda
velocidad vehículos militares a horas extrañas, se podían oír gritos a
través de las mal insonorizadas paredes y se veía entrar y salir extraños
paquetes con forma de persona. Los vecinos eran conscientes de todo ello y
guardaban silencio.
Durante la dictadura, aquel bello lugar
estaba vacío y los vecinos de la ciudad evitaban cuidadosamente oír los
gritos.68
Aparecían cuerpos en cubos de
basura, sin dedos ni dientes (igual que sucede hoy en Irak) o, después de
uno de los "vuelos de la muerte" de la Junta, aparecían cadáveres flotando
en la orilla del Río de la Plata, a veces hasta una docena a la vez. En
algunos casos hasta llovían desde helicópteros y caían en el campo de un
granjero.69
Hay una frase que los argentinos utilizaban para explicar la paradoja del haber visto cosas pero cerrar los ojos ante el terror, que era el estado mental predominante en aquellos años:
Puesto que muchos de los perseguidos por las distintas juntas a menudo se refugiaban en uno de los países vecinos, los gobiernos de la región colaboraron entre ellos en la conocida Operación Cóndor.
Con Cóndor, las
agencias de inteligencia del Cono Sur compartieron información sobre
"subversivos" - ayudadas por un sistema informático de tecnología punta
suministrado por Washington - y dieron mutuamente a sus respectivos agentes
salvoconducto para llevar a cabo secuestros y torturas cruzando la frontera,
un sistema inquietantemente parecido a la actual red de "extradiciones" de
la CÍA.70
En 1941, Hitler decretó
que los miembros de la resistencia que se capturaran en los países ocupados
por los nazis fueran trasladados a Alemania para que "se desvanecieran en la
noche y la niebla". Muchos nazis de alto nivel se refugiaron en Chile y
Argentina tras la Segunda Guerra Mundial, y algunos han especulado con la
posibilidad de que entrenaran a los servicios de inteligencia del Cono Sur
en esas tácticas.
Está perfectamente documentado, además, que Estados Unidos asesoró a las policías brasileña y uruguaya en técnicas de interrogación.
Según un testimonio judicial citado en el informe de la Comisión de la Verdad, Brasil: Nunca Mais, publicado en 1985, oficiales del ejército asistieron a "clases de tortura" impartidas por unidades de la policía militar durante las cuales se les mostraron varias diapositivas que ilustraban diversos métodos atroces.
Durante estas sesiones se hacía venir a prisioneros para "demostraciones prácticas" en las que eran torturados mientras hasta cien sargentos del ejército miraban y aprendían.
El informe afirma que,
Mitrione pasó luego a organizar la formación de la policía en Uruguay donde, en 1970, fue secuestrado y asesinado por los tupamaros.
El grupo de guerrilleros revolucionarios izquierdistas planeó la operación para poner al descubierto la implicación de Mitrione en la enseñanza de la tortura. Según uno de sus ex alumnos, Mitrione insistía, como los autores del manual de la CIA, que la tortura efectiva no se basaba en el sadismo, sino en la ciencia.
Su lema era:
Los resultados de sus enseñanzas se pueden ver con claridad en todos los informes sobre derechos humanos en el Cono Sur realizados en este siniestro período.
Una y otra vez dan testimonio de los métodos característicos codificados en el manual Kunbark:
La soberbia película de
Costa-Gavras
Estado de
Sitio (1972) se basa en estos hechos.
El efecto de las manipulaciones, informaron los prisioneros, fue
que perdieron el sentido de cuándo era de noche y de día y que aumentó la
conmoción y el pánico desencadenados por el golpe y los subsiguientes
arrestos. Fue casi como si el estadio se hubiera convertido en un
laboratorio gigante y ellos en cobayas de un extraño experimento de
manipulación sensorial.
Los prisioneros de la prisión uruguaya Libertad eran enviados a "la isla": pequeñas celdas sin ventanas en las que sólo había una bombilla, que siempre estaba encendida.
Los prisioneros más importantes fueron mantenidos aislados durante más de una década.
Vio el sol durante un total de ocho horas durante once años y
medio. A tal extremo llegó el embotamiento de sus sentidos durante el tiempo
de reclusión que "olvidé los colores: los colores no existían".77
Juan Miranda, que pasó tres meses en la capucha, me contó cómo era ese lugar oscuro.
Otros prisioneros argentinos padecieron la desnutrición sensorial en celdas
del tamaño de un ataúd, llamadas "tubos".
Existían docenas de variantes sobre cómo se aplicaba la corriente al cuerpo del prisionero:
La Junta argentina, formada en buena parte por
rancheros, se enorgullecía de su particular contribución: los prisioneros
eran atados a una cama de metal a la que se llamaba "la parrilla" y se les
aplicaba la "picana".*
Los que no escaparon al exilio se vieron en una lucha minuto a minuto para mantenerse un paso por delante de la policía secreta, llevando una existencia de pisos francos, códigos telefónicos e identidades falsas.
Una de las personas que vivió de ese período en Argentina fue el legendario periodista de investigación Rodolfo Walsh. Hombre renacentista y muy sociable, escritor de novela policíaca y de relatos premiados, Walsh fue también un superdetective capaz de descifrar códigos militares y espiar a los espías.
Obtuvo su mayor
triunfo trabajando como periodista en Cuba, al interceptar y descifrar un
telegrama de la CIA que demolía la coartada de la invasión de Bahía de
Cochinos. Esa información fue la que permitió a Castro prepararse para la
invasión y defenderse de ella con éxito.
Eso le convirtió en el hombre más buscado por los
generales, y cada nueva desaparición conllevaba el temor de que la
información que éstos obtenían a través de la picana llevara a la policía al
piso franco que compartía con su pareja, Lilia Ferreyra, en un pequeño
pueblo a las afueras de Buenos Aires.
El peronismo fue prohibido y Juan Perón, desde el exilio, pidió a sus jóvenes partidarios que tomaran las armas y lucharan por la vuelta de la democracia. Lo hicieron, y los montoneros - aunque tomaron parte en ataques armados y en secuestros - tuvieron un papel importante en conseguir que en 1973 hubiera elecciones democráticas con un candidato peronista.
Pero cuando Perón regresó al poder vio una amenaza en
el apoyo popular que concitaban los montoneros y animó a los escuadrones de
la muerte de la derecha a que fueran a por ellos, por lo que el grupo - objeto de gran controversia
- ya estaba seriamente debilitado cuando se
produjo el golpe de 1976.
Durante el primer año de gobierno
militar docenas de sus amigos íntimos y de sus colegas desaparecieron en los
campos de concentración y su hija de veintiséis años, Vicki, falleció
también, lo que hizo que Walsh enloqueciera de dolor.
Se titularía "Carta abierta de un escritor a la Junta Militar" y estaba escrita con la característica valerosa claridad de Walsh.
La escribió,
La carta sería una decidida condena tanto de los métodos del terrorismo de Estado como del sistema económico al cual servían.
Walsh planeaba distribuir su "Carta abierta" del mismo modo que había distribuido sus anteriores comunicados clandestinos: haciendo diez copias y luego enviándolas desde diez buzones distintos dirigidas a diez contactos cuidadosamente escogidos que se encargarían de seguir distribuyéndolas.
La carta empieza con una descripción de la campaña terrorista de los generales, mencionando su utilización de la "tortura absoluta, intemporal, metafísica", así como la participación de la CIA en la formación de la policía argentina.
Después de enumerar los métodos de tortura y las fosas de forma dolorosamente detallada, Walsh cambia súbitamente de marcha:
El sistema que describía Walsh era el neoliberalismo de la Escuela de Chicago, el modelo económico que se iba a hacer con el mundo.
Conforme sus
raíces se adentraran en la sociedad argentina durante las décadas
siguientes, acabaría por empujar a más de la mitad de la población bajo el
umbral de la pobreza. Walsh no creía que se tratara de un resultado
accidental, sino de la cuidadosa ejecución de un plan, una "miseria
planificada".
A la mañana siguiente, Walsh y Lilia Ferreyra viajaron a Buenos Aires. Se repartieron las diez copias de la carta y las dejaron en buzones de diversos puntos de la ciudad. Unas pocas horas después Walsh asistió a una reunión que había organizado con la familia de un colega desaparecido.
Era una trampa: alguien había hablado bajo tortura y diez hombres armados con órdenes de capturarle esperaban fuera de la casa para tenderle una emboscada.
Walsh, cuyo lema era,
Hirió a uno de los soldados, que respondieron a su fuego.
Para cuando llegó a la Escuela Mecánica de la Armada estaba muerto. Quemaron su cadáver y lo arrojaron a un río.82
En el grado en el que se admitían asesinatos de Estado, las juntas los justificaban con el argumento de que estaban librando una guerra contra peligrosos terroristas marxistas financiados y controlados por el KGB.
Si las juntas utilizaban tácticas "sucias" era porque su enemigo era monstruoso. Con un lenguaje que hoy nos suena inquietantemente familiar, el almirante Massera calificó la situación de,
En los prolegómenos del golpe chileno, la CIA financió una gran campaña propagandística que retrataba a Salvador Allende como un dictador camuflado, como un maquiavélico conspirador que se había servido de la democracia constitucional para hacerse con el poder, pero que se proponía instaurar un Estado policial al estilo soviético del que los chilenos jamás podrían escapar.
En Argentina y Uruguay se presentó a los principales movimientos
guerrilleros de izquierdas - los montoneros y los tupamaros - como amenazas tan graves para la seguridad nacional que no dejaron otra
opción a los generales que suspender la democracia, hacerse con el Estado y
usar los medios que fueran necesarios para aplastarlos.
Entre muchas otras revelaciones, la Investigación que llevó a cabo en 1975 el Senado de Estados Unidos descubrió que los propios informes de los servicios de inteligencia estadounidenses mostraban que Allende no suponía ninguna amenaza para la democracia.84 Por lo que se refiere a los montoneros argentinos y los tupamaros uruguayos, eran grupos armados con un importante apoyo popular, capaces de lanzar atrevidos ataques contra objetivos militares y empresariales.
Pero los tupamaros uruguayos estaban totalmente desarticulados para cuando el ejército tomó el poder absoluto y los montoneros, argentinos desaparecieron en los primeros seis meses de una dictadura que se alargó durante siete años (por eso Walsh tuvo que esconderse).
Documentos desclasificados por el
Departamento de Estado estadounidense demuestran que César Augusto Guzzetti,
el ministro de Exteriores de la Junta, le dijo a Henry Kissinger el 7 de
octubre de 1976 que "las organizaciones terroristas han sido desmanteladas"
y a pesar de ello la Junta seguiría haciendo desaparecer a decenas de miles
de ciudadanos después de esa fecha.85
Cada
vez hay más pruebas de que en Argentina, al igual que en Chile, Washington
sabía que estaba apoyando un tipo de operación militar muy distinta.
En la reunión, William Rogers, subsecretario de Estado para América Latina, le dice a Kissinger que,
Y así fue.
La inmensa mayoría de las víctimas del aparato del terror del Cono Sur no eran miembros de grupos armados sino activistas no violentos que trabajaban en fábricas, granjas, arrabales y universidades.
Eran economistas, artistas, psicólogos y gente leal a partidos de izquierdas. Les mataron no por sus armas (que no tenían) sino por sus creencias.
En el Cono Sur, donde nació el capitalismo contemporáneo, la "guerra contra el terror" fue una guerra contra todos los obstáculos que se oponían al nuevo orden.
En 1976 Orlando Letelier estaba de vuelta en Washington, D.C., ya no como embajador sino como activista trabajando para un think tank progresista, el Institute for Policy Studies.
Destrozado al pensar en los colegas y amigos
que seguían enfrentándose a torturas en los campos de la Junta, Letelier
utilizó su recién recuperada libertad para denunciar los crímenes de
Pinochet y defender el historial de Allende frente a la maquinaria
propagandística de la CIA.
Lo que frustraba a Letelier, que era economista, era que a pesar de que el mundo contemplaba horrorizado los informes de ejecuciones sumarias y electroshocks en las cárceles, no decía nada sobre la terapia económica de shock; o en el caso de los bancos internacionales no sólo no decían nada sino que seguían concediendo una cascada de créditos a la Junta y estaban encantados con que hubiera adoptado los "fundamentos del libre mercado".
Letelier rechazó la noción a menudo repetida de que la Junta tenía dos proyectos distintos y claramente separados: uno, un atrevido experimento de transformación económica y el otro un malvado sistema de crueles torturas y terror.
El ex embajador insistió en que sólo había un proyecto, en el que el terror era la herramienta fundamental de la transformación hacia el libre mercado.
Letelier llegó al extremo de escribir que Milton Friedman como "arquitecto intelectual y consejero no oficial del equipo de economistas ahora a cargo de la economía chilena" era corresponsable de los crímenes de Pinochet.
No concedía valor a la defensa de Friedman de que el cabildeo a favor del tratamiento de choque se limitaba a ofrecer consejos "técnicos".
El "establecimiento de una "economía privada" libre y el control de la inflación "a la Friedman"" dijo Letelier, no se podían llevar a cabo de forma pacífica.
Había, escribió, "una armonía
interna" entre el "libre mercado" y el terror ilimitado.4
Entró cadáver. El ex embajador iba en el coche con una colega americana de veinticinco años, Ronni Moffit, que también perdió la vida en el atentado.5
Fue el crimen más ultrajante y atrevido de Pinochet
desde el propio golpe.
Pero la muerte le dio al dictador la última palabra. Le permitió escapar a todos los juicios y que se publicase una carta postuma en la que defendía el golpe y el uso del "máximo rigor" para impedir una,
No todos los criminales de los años del terror en Latinoamérica han tenido tanta suerte.
En septiembre de 2006, veintitrés años después del final de la
dictadura militar argentina, uno de los principales responsables del terror
fue finalmente sentenciado a cadena perpetua. El condenado fue Miguel
Osvaldo Etchecolatz, que había sido comisario de policía de la provincia de
Buenos Aires durante los años de la Junta.
Despareció. López ya había sido uno de los desaparecidos durante la década de 1970, cuando fue brutalmente torturado y luego liberado. Ahora todo volvía a empezar. En Argentina, López se hizo famoso como la primera persona que "desapareció dos veces".8
A mediados de 2007 seguía desaparecido
y la policía está prácticamente segura de que fue secuestrado como un aviso
a los otros posibles testigos: las mismas viejas tácticas de los años del
terror.
Dijo que la condena que pronunciaba no estaba a la altura de la auténtica naturaleza del crimen y que, en interés de la "construcción de la memoria colectiva" tenía que añadir que todos esos crímenes,
Con esa frase, el juez interpretó su papel en la reescritura de la historia de Argentina:
No fueron tampoco los desaparecidos meramente víctimas de dictadores locos ebrios de sadismo y de poder. Lo que sucedió fue algo más científico, más aterradoramente racional.
Tal y como expresó el juez, existió un "plan de exterminio llevado a cabo
por aquellos que gobernaban el país".10
Reconoció que la Convención de Naciones Unidas sobre el Genocidio define el crimen como un "intento de destruir, en todo o en parte, un grupo nacional, étnico, religioso o racial"; la Convención no incluyó en la definición la eliminación de un grupo unido por sus ideas políticas - que es lo que había sucedido en Argentina - pero Rozanski dijo que no le parecía que esa exclusión fuera legalmente válida.12
Señalando un capítulo poco conocido de la historia de Naciones Unidas, explicó que el 11 de diciembre de 1946, en respuesta directa al Holocausto nazi, la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución de forma unánime prohibiendo los actos de genocidio,
La palabra "políticos" fue eliminada en la Convención dos años después porque Stalin así lo exigió.
Sabía que si destruir un "grupo político" era considerado genocidio, sus
sangrientas purgas y sus encarcelamientos masivos de opositores políticos
entrarían dentro de la definición. Stalin contó con el apoyo de otros
líderes que también querían reservarse el derecho de exterminar a sus oponentes políticos, así que la palabra se eliminó.14
También citó una sentencia de un tribunal español que había juzgado a uno de los torturadores argentinos más conocidos en 1998. Ese tribunal había afirmado que la Junta argentina había cometido un "crimen de genocidio".
Definió el grupo que la Junta había tratado de eliminar como,
El año siguiente, en 1999, el juez español Baltasar Garzón, célebre por haber emitido una orden internacional de arresto contra Augusto Pinochet, argumentó también que Argentina sufrió un genocidio.
Intentó definir qué grupo en concreto se había tratado de exterminar.
El objetivo de la Junta, escribió, era,
Quien no encajaba en el nuevo orden eran,
Los códigos penales de muchos países, entre ellos Portugal, Perú y Costa Rica, prohíben los actos de genocidio y lo definen de forma que claramente incluye los ataques contra agrupaciones políticas o "sectores sociales".
La ley francesa va incluso más
allá y define el genocidio como un plan diseñado para destruir en todo o en
parte "a un grupo definido por cualquier criterio arbitrario".
En estos países las
personas que "estorbaban a la configuración ideal" eran gente de izquierda
de todo tipo: economistas, trabajadores de caridades, sindicalistas,
músicos, organizadores campesinos, políticos... Miembros de todos estos
grupos fueron objeto de una clara y deliberada estrategia, que abarcaba toda
la región y estaba coordinada internacionalmente a través de la Operación
Cóndor, con objeto de erradicar y exterminar a la izquierda.
En el Cono Sur, sin embargo, el
primer lugar en el que la religión contemporánea del libre mercado desbocado
escapó de los sótanos y seminarios de la Universidad de Chicago y se aplicó
en el mundo real, no trajo consigo la democracia; país tras país, se predicó
precisamente al derrocar la democracia. No trajo la paz, sino que requirió
el asesinato sistemático de decenas de miles y la tortura de entre 100.000 y 150.000 personas.
Los de Chicago y sus profesores, que ofrecieron asesoramiento a los regímenes militares del Cono Sur y ocuparon puestos en sus gobiernos, creían en una forma de capitalismo esencialmente purista. El suyo es un sistema basado enteramente en la fe en el "equilibrio" y el "orden", un sistema que, para funcionar, exigía que no existieran "distorsiones".
Debido a estas características, un régimen decidido a aplicar fielmente este ideal no puede aceptar la presencia de puntos de vista alternativos o que aporten matices.
Para alcanzar el ideal buscado es imprescindible un monopolio sobre
la ideología pues, de otro modo, según la tesis principal de la teoría, las
señales económicas se distorsionan y el sistema entero se desequilibra.
Más importante todavía, la región hervía de movimientos populares e intelectuales que habían surgido en oposición directa al capitalismo de laissez-faire. Este punto de vista no era marginal, sino el típico de la mayoría de los ciudadanos, y así se reflejaba en las sucesivas elecciones de los distintos países.
Una transformación según los parámetros
de la Escuela de Chicago tenía tantas posibilidades de ser bien recibida en
el Cono Sur como una revolución proletaria en Beverly Hills.
Salvador Allende, mientras veía cómo los tanques avanzaban para poner cerco al palacio presidencial, pronunció un último discurso radiofónico, imbuido de la misma actitud desafiante:
Los comandantes de la Junta en la región y sus cómplices económicos eran perfectamente conscientes de esas verdades.
Un veterano de varios golpes de Estado argentinos explicó cuál era la opinión dentro del ejército:
En toda la región sucedió lo mismo: el problema era amplio y profundo.
Eso quería decir que si la revolución neoliberal quería triunfar, las juntas tenían que lograr lo que Allende consideraba imposible: segar definitivamente la semilla que se sembró durante el auge de las izquierdas latinoamericanas.
En su declaración de principios, publicada después del golpe, la dictadura de Pinochet afirmó que su misión era "una acción profunda y prolongada [para] cambiar la mentalidad de los chilenos", un eco de la idea que Albion Patterson, de USAID, padrino del Proyecto Chile, había hecho veinte años antes:
Pero ¿cómo se consigue eso?
La semilla a la que Allende se refería no consistía en una sola idea ni en un grupo de partidos políticos y sindicatos.
En los años sesenta y principios de los setenta, la izquierda era la cultura popular dominante en América Latina. Era la poesía de Pablo Neruda, la música de Víctor Jara y Mercedes Sosa, la teología de la liberación de Sacerdotes para el Tercer Mundo, el teatro emancipador de Augusto Boal, la pedagogía radical de Paulo Freiré, el periodismo revolucionario de Eduardo Galeano y el mismo Walsh.
Eran los héroes y mártires legendarios del pasado y la historia reciente desde José Gervasio Artigas, pasando por Simón Bolívar hasta el Che Guevara.
Cuando las juntas
trataron de desafiar la profecía de Allende y arrancar de raíz el
socialismo, estaban declarando la guerra a toda esta cultura.
El día del golpe, Pinochet se refirió a Allende y su gobierno como "escoria que iba a arruinar el país".21
Un mes después se comprometió a,
Durante el golpe, Gunder Frank informó que,
Cuando la Junta se hizo con el poder en Argentina, grupos de soldados entraron en la Universidad Nacional del Sur en Bahía Blanca y arrestaron a diecisiete miembros del claustro acusados de "enseñanzas subversivas"; también en este caso la mayoría fueron del Departamento de Economía.25
Un total de ocho mil educadores
de izquierdistas, "de ideología sospechosa", fueron purgados como parte de
la Operación Claridad.27 En los institutos se prohibieron las presentaciones
en grupo, que eran muestra de un espíritu colectivo latente peligroso para
la "libertad individual".28
Para asegurarse de que no se convirtiera en una inspiración más allá de su muerte, el régimen ordenó que se destruyeran las grabaciones originales de sus discos.
Era el exterminio deliberado de
toda una cultura.
Exigía la limpieza total e inmediata de los graffiti de izquierdas:
En Chile, Pinochet estaba decidido a quitar a su pueblo la costumbre de echarse a la calle.
Hasta las reuniones más pequeñas eran dispersadas con cañones de agua, el arma favorita de Pinochet para el control de las masas. La Junta tenía cientos de ellos, lo bastante pequeños para ir por las aceras y lanzar su chorro contra los grupos de escolares que repartían panfletos; la represión alcanzaba incluso a los funerales, si eran demasiado movidos.
Bautizados como "guanacos", por una llama famosa por su costumbre de
escupir, los omnipresentes cañones de agua limpiaban la gente tomo si
tratara de basura humana, dejando las calles relucientes, limpias y vacías.
Algunos de verdad eran opositores, pero
a muchos se los veía como simplemente representantes de valores contrarios a
la revolución del libre mercado.
Según Brasil: Nunca Mais, fueron enviados a la cárcel, donde muchos fueron torturados,
Este informe de la Comisión de la Verdad, basado en las actas judiciales de los propios militares, destaca que la Confederación General del Trabajo (CGT), la principal asociación de sindicatos, aparece en los procedimientos judiciales de la Junta "como un demonio omnipresente que debe ser exorcizado".
El informe concluye claramente que el motivo por el que "las autoridades que tomaron el poder en 1964 tuvieron especial cuidado en "limpiar" este sector" es porque,
Tanto en Chile como en Argentina los gobiernos militares utilizaron el caos inicial del golpe para lanzar con éxito su ataque contra el movimiento sindical.
Claramente se trató de operaciones planeadas con mucha antelación, pues las redadas sistemáticas empezaron el mismo día del golpe. En Chile, mientras todas las miradas se dirigían al asediado palacio presidencial, otros batallones fueron enviados a,
En 1976, el 80% de los
prisioneros políticos de Chile eran obreros y campesinos.34
Entre la lista de ataques a las fábricas, un testimonio es particularmente revelador de cómo el "terrorismo" se usó como pantalla de humo para perseguir a activistas pro obreros no violentos.
Graciela Geuna, prisionera política en el campo de tortura conocido como La Perla, describió cómo los soldados que la vigilaban empezaron a ponerse nerviosos con una huelga que iba a tener lugar en una central eléctrica.
La huelga iba a ser "un ejemplo importante de resistencia a la dictadura militar" y la Junta no quería que tuviera lugar.
Así que, recordó Geuna, los,
Los huelguistas no tenían nada que ver con los montoneros, pero eso no importaba.
Los panfletos se convirtieron entonces en la "prueba" necesaria para secuestrar y asesinar a los líderes sindicalistas.36
En ocasiones los ataques a los líderes sindicales estaban coordinados con
los propietarios de los lugares de trabajo. Demandas interpuestas en los
últimos años han aportado algunos de los ejemplos mejor documentados de
intervención directa de filiales locales de multinacionales extranjeras.
La suerte de tales empresas cambió
radicalmente cuando la Junta tomó el poder y aplicó las políticas de la
Escuela de Chicago; ahora podían inundar el mercado local de importaciones,
pagar salarios más bajos, despedir a trabajadores libremente y enviar los
beneficios a casa sin trabas legales.
En el primer Año Nuevo del gobierno militar en Argentina, Ford Motor Company publicó en los periódicos un anunció de felicitación en el que abiertamente se alienaba con el régimen:
Las empresas extranjeras hicieron más que dar las gracias a las juntas por un trabajo bien hecho: algunas participaron activamente en las campañas de terror.
En Brasil, varias multinacionales se unieron y financiaron escuadrones de tortura privados. A mediados de 1969, justo cuando la Junta entraba en su fase más brutal, se lanzó una fuerza policial extralegal llamada Operación Bandeirantes, conocida por sus siglas, OBAN.
Formada por oficiales del ejército, OBAN fue fundada, según Brasil: Nunca Mais,
Al estar
fuera de las estructuras militares y policiales oficiales, OBAN disfrutaba
de "flexibilidad e impunidad respecto a los métodos de interrogatorio",
afirma el informe, y pronto su sadismo sin igual se hizo tristemente
célebre.39
El psicólogo y dramaturgo argentino Eduardo Pavlovsky describió el coche como,
Mientras Ford suministraba coches a la Junta, la Junta le correspondió con un favor: eliminar las cadenas de producción de problemáticos sindicalistas.
Antes del golpe, Ford se había visto obligada a realizar importantes concesiones a sus trabajadores: una hora libre para comer en lugar de veinte minutos y un 1% de lo obtenido por la venta de cada coche para dedicarlo a programas de servicios sociales.
Todo eso cambió abruptamente cuando empezó la contrarrevolución, el día del golpe.
La fábrica de Ford en las afueras de Buenos Aires se convirtió en una fortaleza armada; en las semanas siguientes se llenó de vehículos militares, tanques incluidos, y sobre ella se oían constantemente los rotores de los helicópteros.
Los obreros han testificado que hubo un batallón de cien soldados destinado permanentemente a la fábrica.41
Los soldados rondaban por las instalaciones, agarrando y encapuchando a los sindicalistas más activos, a los que el capataz de la fábrica tenía la amabilidad de señalar.
Pedro Troiani se contó entre los que fueron sacados de la cadena de montaje.
Recuerda que,
Más sorprendente fue lo que pasó a continuación: en lugar de llevarlos rápidamente a alguna cárcel cercana, Troiani y los demás dicen que los soldados les llevaron a unas instalaciones de detención que habían sido construidas dentro del perímetro de la fábrica.
En su lugar de trabajo, en el mismo lugar en el que tan sólo unos días atrás habían estado negociando contratos, esos trabajadores fueron golpeados, pateados y, en dos casos, sometidos a electroshocks.44
Fueron conducidos luego a prisiones fuera de la fábrica donde las torturas continuaron durante semanas y, en algunos casos, durante meses.45
Según los abogados de los trabajadores, al menos veinticinco
representantes sindicales en Ford fueron secuestrados en este período, la
mitad de ellos detenidos en la misma empresa en unas instalaciones que los
grupos de defensa de los derechos humanos en Argentina están presionando
para que se incluya en una lista oficial de antiguos centros clandestinos de
detención.46
Mercedes-Benz (una filial de DaimlerChrysler) se
enfrenta a una investigación similar a causa de alegaciones de que la
empresa colaboró con el ejército en la década de 1970 para purgar una de sus
fábricas de sindicalistas, supuestamente dando nombres y direcciones de
dieciséis trabajadores que luego desparecieron, catorce de ellos para
siempre.48
Tanto Ford como Mercedes-Benz
niegan que sus ejecutivos tomaran parte en la represión. Los juicios siguen
abiertos.
Los soldados utilizaban las baterías de los camiones para dar electricidad a sus picanas, volviendo aquel ubicuo utensilio campesino contra los propios granjeros.
Un sacerdote argentino que colaboró con la Junta explicó cuál era la filosofía que les guiaba:
Ese "peligro de una nación nueva" ayuda a explicar por qué tantas de las víctimas de las juntas fueron jóvenes.
En Argentina, el 81% de los treinta mil desaparecidos tenían entre dieciséis y treinta años.53
Entre los más jóvenes estaban un grupo de estudiantes de instituto que, en septiembre de 1976, se agruparon para pedir una bajada del billete de autobús.
Para la Junta, aquella acción colectiva demostraba que los adolescentes estaban contagiados del virus del marxismo, y respondió con furia genocida, torturando y matando a seis de los estudiantes que se habían atrevido a plantear aquella subversiva demanda.55
Miguel Osvaldo Etchecolatz, el comisario de policía finalmente sentenciado en 2006, fue uno
de los personajes clave de aquella operación.
Víctor Emmanuel, el ejecutivo de relaciones públicas de Burson-Marsteller encargado de vender al resto del mundo el nuevo régimen favorable a las empresas instaurado por las juntas, explicó a un investigador que la violencia era necesaria para abrir la economía "proteccionista y estatalista" de Argentina.
Sergio de Castro, el ministro de Economía de Pinochet de la Escuela de Chicago que supervisó la aplicación del tratamiento de choque, dijo que nunca podría haberlo hecho sin el apoyo del puño de hierro de Pinochet.
De Castro también ha dicho que un "gobierno autoritario" es el
más capacitado para salvaguardar la libertad económica gracias a su uso "impersonal" del poder.57
Estaban, en otras palabras, en estado de shock.
Así que cuando los shocks económicos hicieron que los precios se dispararan y los salarios se hundiesen, las calles de Chile, Argentina y Uruguay siguieron despejadas y en calma. No hubo disturbios por la falta de comida ni huelgas generales.
Las familias sobrellevaron la penuria saltándose en silencio algunas
comidas, alimentando a sus bebés con mate, un té tradicional que quita el
apetito, y despertándose antes del amanecer para caminar durante horas hasta
su puesto de trabajo y así ahorrarse el billete de autobús. Los que morían
de malnutrición o de fiebre tifoidea eran enterrados discretamente.
Ahora los ricos y los pobres se movían en mundos económicos totalmente distintos, con los ricos accediendo a la ciudadanía honorífica en el estado de Florida y el resto empujados hacia el subdesarrollo en un proceso que se agudizaría durante las "reestructuraciones" neoliberales de la era posterior a las dictaduras.
Si no ya ejemplos a seguir, estos países se convirtieron en ejemplos aterradores de lo que les sucede a las naciones pobres que creen que pueden prosperar por sus propios medios hasta salir del Tercer Mundo.
Fue una conversión paralela a la que sufrieron los prisioneros en los centros de tortura de la Junta: no bastaba con hablar, se les exigía además que abjuraran de sus creencias más queridas, que traicionaran a sus amantes e hijos. A los que se rendían se les llamaba "quebrados".
Eso fue lo que le sucedió al Cono Sur.
La región no sólo fue derrotada: fue quebrada.
Como un editorial de la Junta argentina subrayó en 1976,
Muchos torturadores adoptaban el papel de un doctor o un cirujano. Igual que los economistas de Chicago con sus shocks dolorosos pero necesarios, estos interrogadores imaginaban que sus electroshocks y demás tormentos eran terapéuticos, que administraban una especie de medicina a sus presos, a los que muchas veces se referían dentro de los campos como "apestosos", es decir, como los sucios o enfermos.
Les iban a curar de la enfermedad del socialismo, del impulso hacia la acción colectiva.
Sus "tratamientos" eran atroces, cierto, puede que incluso letales, pero eran por el bien de los pacientes.
Con ello, la electroterapia regresaba a su anterior encarnación como técnica de exorcismo.
El primer uso
registrado de la electrocución médica fue por un médico suizo que ejerció en
el siglo XVIII. Ese médico creía que las enfermedades mentales las causaba
el diablo, así que hacía que el paciente sujetara un cable al que daba
potencia con una máquina de electricidad estática. Administraba una descarga
de electricidad por cada demonio que habitaba en el cuerpo del paciente y
luego lo declaraba curado.
Para la mayor parte de los latinoamericanos de izquierdas, ese principio fundamental era lo que el historiador radical argentino Osvaldo Bayer llamó,
Los torturadores entendían perfectamente la importancia de la solidaridad y se aplicaron a destruir ese impulso de interconexión social entre sus prisioneros.
Se da por supuesto que todo interrogatorio consiste en obtener información valiosa y, por lo tanto, forzar una traición, pero muchos prisioneros informan que sus torturadores estaban bastante poco interesados en la información, que ya solían tener de antemano, y mucho más interesados en conseguir el acto de traición en sí.
Lo importante del ejercicio era lograr que los prisioneros
sufrieran una lesión irreparable en aquella parte de ellos que creía que
ayudar a los demás era el valor supremo, la parte que les hacía activistas,
y reemplazarla por una sensación de vergüenza y humillación.
El prisionero argentino Mario Villani, por ejemplo, llevaba su agenda encima cuando fue secuestrado.
En ella estaban las señas de una reunión que había acordado con un amigo. Los soldados se presentaron en su lugar y otro activista desapareció en la maquinaría del terror.
En la mesa de interrogación, los interrogadores de Villani le torturaron con el dato de que,
Los actos de rebelión más extremos en este contexto consistían en pequeños gestos de bondad entre prisioneros, como tratar de curar las heridas de los demás o compartir la escasa comida.
Cuando se descubría alguno de esos gestos, el castigo era durísimo. Se machacaba a los prisioneros para que fueran lo más individualistas posible y se les ofrecían constantemente tratos fáusticos, como escoger entre más torturas insoportables para ellos mismos o más torturas para otro de sus compañeros de celda.
En algunos casos los prisioneros fueron quebrados hasta tal punto que aceptaron aplicar la picana a sus compañeros presidiarios o abjurar por televisión de sus creencias anteriores.
Estos prisioneros representaban el triunfo final de sus torturadores: no sólo los prisioneros habían abandonado cualquier idea de solidaridad sino que, para sobrevivir, habían sucumbido al ethos despiadado que era el núcleo del capitalismo de laissez-faire,
La manifestación contemporánea de este proceso de destrucción de la personalidad se halla en la forma en que se utiliza el islam como arma contra los prisioneros musulmanes en las prisiones dirigidas por Estados Unidos.
De entre el alud de pruebas que se han filtrado de Abu Ghraib y de la bahía de Guantánamo, dos formas concretas de maltrato a los prisioneros aparecen una y otra vez: el desnudo y la interferencia deliberada con las prácticas islámicas, sea obligando a los prisioneros a afeitarse la barba, dando patadas a un Corán, envolviendo a los prisioneros en banderas israelíes, forzándoles a adoptar posturas homosexuales o incluso tocando a los hombres con sangre de menstruación simulada.
Moazzam Begg, que estuvo recluido en Guantánamo, dice que le obligaron a afeitarse con frecuencia y que un guardián le decía:
Se profana el islam no porque los guardianes lo odien (aunque bien puede ser así) sino porque los prisioneros lo aman.
Puesto que el objetivo de la tortura es destruir la
personalidad, todo lo que comprende la personalidad de un prisionero debe
ser sistemáticamente robado: desde su ropa hasta sus creencias más queridas.
En la década de 1970 eso llevaba a atacar la solidaridad social; hoy conduce
a agredir al islam.
Friedman comparó su trabajo en Chile al de un médico que ofrecía "consejos médicos técnicos al gobierno chileno para ayudar a curar una epidemia médica", la "epidemia de la inflación".64
Arnold Harberger, director del programa sobre Latinoamérica en la Universidad de Chicago, fue incluso más allá.
En una conferencia que pronunció en Argentina frente a un público formado por jóvenes economistas, mucho después de que la dictadura hubiera terminado, dijo que los buenos economistas son en sí mismos el tratamiento, pues funcionan,
El ministro de Exteriores de la Junta argentina, César Augusto Guzzetti, dijo que,
Este lenguaje tiene, por supuesto, el mismo andamiaje intelectual que permitía a los nazis afirmar que al asesinar a los miembros "enfermos" de la sociedad estaban curando "el cuerpo de la nación".
Como dijo el doctor nazi Fritz Klein:
Los jemeres rojos utilizaron el mismo lenguaje para justificar su masacre en Camboya:
La Convención de las Naciones Unidas sobre el Genocidio declara que entre las prácticas genocidas más habituales está,
Se estima que nacieron unos quinientos niños en los centros de tortura argentinos.
Esos bebés fueron alistados inmediatamente en el plan para rediseñar la sociedad y crear una nueva raza de ciudadanos modelo. Tras un breve período de guardería, cientos de bebés fueron vendidos o entregados a parejas, la mayor parte de ellas con vínculos directos con la dictadura.
Según el grupo de defensa de los derechos humanos Abuelas de la Plaza de Mayo, que con gran esfuerzo ha localizado a docenas de aquellos bebés, los niños fueron criados según los valores del capitalismo y el cristianismo que la Junta consideraba "normales" y saludables.69
Los padres de los bebés, considerados demasiado enfermos como para poder ser salvados, fueron casi siempre asesinados en los campos. El robo de bebés no fue producto de excesos de personas individuales, sino parte de una operación estatal organizada.
En un caso llevado a los tribunales se presentó como prueba un
documento oficial del Departamento del Interior titulado "Instrucciones
sobre procedimientos a seguir con los niños menores de edad de líderes
políticos o sindicales cuando sus padres son detenidos o desaparecen".70
En 1987 un equipo de rodaje estaba filmando en el sótano de Galerías Pacífico, uno de los centros comerciales más lujosos del centro de Buenos Aires, cuando descubrieron horrorizados un centro de tortura abandonado. Resultó ser que durante la dictadura, el Primer Cuerpo del Ejército escondió a algunos de sus desaparecidos en las tripas del centro comercial.
En las paredes de las mazmorras todavía se
podían ver las marcas desesperadas que habían hecho los prisioneros muertos
hacía tiempo: nombres, fechas, súplicas de ayuda.71
Techos abovedados y suntuosos frescos sirven de marco a una
larga serie de tiendas de marca, desde Christian Dior a Ralph Lauren pasando
por Nike, con precios inalcanzables para la gran mayoría de los habitantes
del país pero que parecen una ganga a los extranjeros que acuden a la ciudad
atraídos por las ventajas de su devaluada divisa.
Capítulo 5
Durante un breve período pareció que el movimiento neoliberal no podría desentenderse de los crímenes que había cometido en el Cono Sur y que éstos le desacreditarían por completo antes que pudiera expandir su primer laboratorio.
Después del trascendental viaje de Milton Friedman a Chile en 1975, el columnista del New York Times Anthony Lewis formuló una pregunta tan sencilla como incendiaria:
Después del asesinato de Orlando Letelier, los activistas de base respondieron a su llamamiento para exigir responsabilidades por el coste humano de sus políticas al "arquitecto intelectual" de la revolución económica chilena.
Durante aquellos años Milton Friedman no podía dar una
conferencia sin que alguien le interrumpiera citando a Letelier y se vio
obligado a entrar por la puerta de la cocina en varios eventos celebrados en
su honor.
Como un padre orgulloso, Friedman alardeó en Newsweek en 1982 de que,
Harberger dijo:
Ninguno de los dos, sin embargo, alcanzaba a ver relación alguna entre los "milagros" que sus estudiantes habían realizado y el coste humano que habían tenido.
En sus memorias, Friedman afirmó que Pinochet trató, durante los primeros dos años, de llevar la economía él solo y que no fue hasta,
Se trata de un caso descarado de revisionismo: los Chicago Boys trabajaron con los militares incluso desde antes de que tuviera lugar el golpe y la transformación económica empezó el mismo día en que la Junta llegó al poder.
En otros momentos Friedman llegó a afirmar que todo el reinado de Pinochet - diecisiete años de dictadura con decenas de miles de víctimas de tortura - no fue un violento intento de destruir la democracia, sino todo lo contrario.
Tres semanas después de que Letelier fuera asesinado, sucedió algo que acabó con el debate sobre la relación entre los crímenes de Pinochet y el movimiento de la Escuela de Chicago.
Milton Friedman fue galardonado en 1976 con el premio Nobel de Economía por su "original e influyente" trabajo sobre la relación entre la inflación y el desempleo.9
Friedman utilizó su discurso
de aceptación para defender que la economía era una disciplina científica
tan rigurosa y objetiva como la física, la química o la medicina, y que se
basaba en el examen imparcial de los hechos disponibles. Ignoró
convenientemente el hecho de que las hipótesis fundamentales por las que
estaba recibiendo el Premio Nobel se estaban demostrando falsas de manera
muy gráfica en las colas para comprar pan, los brotes de tifus y los cierres
de fábricas de Chile, el régimen que había sido lo bastante despiadado como
para poner sus ideas en práctica.10
LA ANTEOJERA DE
LOS "DERECHOS HUMANOS"
Contribuyó a afianzarlo la forma particular en que estos actos de terror se calificaron como actos "contra los derechos humanos" en lugar de como herramientas con fines claramente políticos y económicos.
En parte fue así porque el Cono Sur en los años setenta no fue sólo un laboratorio para un nuevo modelo económico, sino también para un nuevo modelo de activismo: el movimiento de base internacional por los derechos humanos. Ese movimiento fue indudablemente decisivo para obligar a la Junta a poner fin a sus peores abusos.
Pero al centrarse puramente en los crímenes
y no en las razones que los motivaron, el movimiento de defensa de los
derechos humanos también ayudó a la Escuela de Chicago a escapar de su
primer sangriento laboratorio prácticamente sin un rasguño.
En 1967,
investigaciones periodísticas desvelaron que la Comisión Internacional de
Juristas, el grupo más importante que investigaba las violaciones soviéticas
de los derechos humanos, no era el arbitro imparcial que proclamaba ser,
sino que recibía financiación secreta de la CIA.12
Para demostrar que no usaba los derechos humanos con ningún fin político, cada grupo local de Amnistía Internacional fue instruido para que "adoptara" a la vez tres presos de conciencia,
La posición de Amnistía
Internacional, emblemática de la de todo el movimiento de defensa de los
derechos humanos en aquellos tiempos, fue que puesto que las violaciones de
estos derechos eran algo universalmente reconocido como pernicioso, malas en
sí y por sí mismas, no era necesario determinar por qué se estaban
produciendo, sino documentarlas tan meticulosa y fiablemente como fuera
posible.
Constantemente vigilados y acosados por la policía secreta, los grupos pro derechos humanos enviaron delegaciones a Argentina, Uruguay y Chile para entrevistar a cientos de víctimas de torturas y a sus familias; también consiguieron acceder en la medida de lo posible a las prisiones.
Puesto que los medios de comunicación independientes estaban
prohibidos y las juntas negaban sus crímenes, estos testimonios formaron la
documentación primaria de un relato que los gobiernos de la zona hubieran
deseado que nunca se escribiera. Fue un trabajo muy importante, pero
limitado: los informes son listas jurídicas de los métodos más horribles de
represión cruzados con los artículos de los tratados de Naciones Unidas que
esos métodos violan.
A pesar de su meticulosidad, el informe no aporta ninguna idea sobre por qué se cometieron esos abusos. Sí formula la pregunta de "hasta qué punto son las violaciones explicables o necesarias" para garantizar "la seguridad", exactamente el motivo oficial con el que la Junta justificó la "guerra sucia".14
Después de examinar las pruebas, el informe
concluyó que la amenaza que suponían las guerrillas de izquierdas no se
correspondía en absoluto con el nivel de represión utilizado por el Estado.
De hecho, en su informe de noventa y dos páginas no hizo ninguna mención al hecho de que la Junta había emprendido un proceso para rehacer el país sobre unos parámetros radicalmente capitalistas. No manifestaba ninguna opinión sobre la cada vez más extendida pobreza ni sobre la dramática reversión de los programas de redistribución de riqueza, aunque fueran las piedras de toque del gobierno de la Junta.
El informe enumera cuidadosamente todas las leyes y decretos de la Junta que redujeron los sueldos y aumentaron los precios, violando así el derecho a comida y techo, que está reconocido en la Declaración de Naciones Unidas.
Hubiera bastado un examen superficial del proyecto económico
revolucionario de la Junta para evidenciar por qué fue necesaria aquella
extraordinaria represión, así como para explicar por qué tantos de los
presos de conciencia registrados por Amnistía eran pacíficos sindicalistas y
trabajadores sociales.
Sin un estudio del plan general para imponer el capitalismo "puro" en América Latina y de los poderosos intereses que impulsaban el proyecto, los actos de sadismo documentados en el informe no tienen sentido:
Todas las facetas del movimiento de defensa de los derechos humanos operaban bajo circunstancias extremadamente restringidas, aunque por motivos distintos.
En los países afectados, los primeros que hicieron sonar las alarmas sobre el terror fueron los amigos y parientes de las víctimas, pero existían severos límites a lo que se les permitía decir. No podían hablar sobre los planes políticos o económicos que había tras las desapariciones porque hacerlo significaba arriesgarse a que ellos también les desaparecieran.
Las activistas más famosas que emergieron en estas circunstancias fueron las Madres de la Plaza de Mayo, conocidas en Argentina como las Madres. En sus manifestaciones semanales frente a la sede del gobierno en Buenos Aires, las Madres no se atrevían a llevar pancartas, sino que mostraban las fotografías de sus hijos desaparecidos sobre una leyenda que rezaba "¿Dónde están?".
En lugar de cantar consignas, desfilaban en silencio, con la cabeza cubierta
por pañuelos blancos con el nombre de sus hijos bordados. Muchas de las
Madres tenían firmes convicciones políticas, pero se cuidaban mucho de
presentarse como nada que no fuera madres angustiadas, desesperadas por
conocer el paradero de sus inocentes hijos.
Para no convertirse en las siguientes víctimas del régimen abandonaron las consignas habituales de la vieja izquierda contra la burguesía y aprendieron a utilizar el nuevo lenguaje de los "derechos humanos universales".
Despojada de toda referencia a ricos y pobres, a débiles y fuertes, al Norte y al Sur, esta forma de explicar el mundo, tan popular en América del Norte y Europa, simplemente afirmaba que todo el mundo tiene derecho a un juicio justo y a no ser tratado de forma cruel, inhumana o degradante. No se preguntaba por qué, sólo afirmaba.
En la
mezcla de lenguaje jurídico e historia de interés humano que caracteriza el
léxico de los derechos humanos, aprendieron que sus compañeros encarcelados
eran en realidad presos de conciencia cuyos derechos a la libertad de
pensamiento y expresión, protegidos por los artículos 18 y 19 de la
Declaración Universal de Derechos Humanos, habían sido violados.
En Argentina la Junta envió a uno de sus más infames torturadores para que se infiltrara entre las Madres fingiendo ser un pariente de una de las víctimas. En diciembre de 1977 el grupo sufrió un ataque.
Doce madres desaparecieron para siempre, entre ellas la líder del
grupo, Azucena de Vicenti, junto con dos monjas francesas.
Aunque se puede interpretar la reticencia de Amnistía como un esfuerzo por mantener la imparcialidad entre las tensiones de la Guerra Fría, hubo, para muchos otros grupos, otro factor en juego: el dinero. La principal fuente de financiación de su trabajo, con gran diferencia, era la Fundación Ford, entonces la mayor organización filantrópica del mundo.
En la década de 1960, la organización gastaba sólo una pequeña parte de su presupuesto en derechos humanos, pero en las décadas de 1970 y 1980 la fundación gastó la sorprendente cifra de 30 millones de dólares en la defensa de los derechos humanos en Latinoamérica.
Con esos fondos la fundación apoyó a grupos latinoamericanos como el Comité
de la Paz chileno así como a otros grupos con sede en Estados Unidos, entre
ellos Americas Watch.15
Frank Sutton, vicepresidente segundo de la división internacional de Ford, explicó la filosofía de la organización:
Aunque totalmente en sintonía con la lógica de la Guerra Fría de intentar
fomentar una alternativa al marxismo revolucionario, la mayoría de las becas
académicas de Ford no mostraban una tendencia a la derecha. Se enviaron
estudiantes latinoamericanos a un amplio abanico de universidades de Estados
Unidos, entre ellas grandes universidades públicas con reputación
progresista.
Como se ha visto antes, la Fundación Ford fue la principal fuente de financiación del Programa de Investigación y Formación económica para Latinoamérica de la Universidad de Chicago, que produjo cientos de Chicago Boys latinos.
Ford
también financió un programa paralelo en la Universidad Católica de
Santiago, diseñado para atraer estudiantes universitarios de economía de los
países vecinos para que estudiaran con los Chicago Boys. Eso hizo que la
Fundación Ford, conscientemente o no, se convirtiera en la principal fuente
de financiación de la difusión de la ideología de la Escuela de Chicago por
toda América Latina, superando incluso al gobierno de Estados Unidos.18
Los Chicago Boys habían sido becados como parte de la misión de la Fundación de,
Ahora las instituciones económicas que Ford había ayudado a construir tanto en Chicago como en Santiago estaban jugando un papel central en el derrocamiento de la democracia chilena y sus ex estudiantes estaban procediendo a aplicar su educación obtenida en Estados Unidos en un contexto descarnadamente brutal.
Todavía peor para la fundación es que aquélla era la
segunda vez en pocos años que sus protegidos escogían hacerse con el poder
de forma violenta, como ya había sucedido con el meteórico ascenso de la
mafia de Berkeley en Indonesia después del sangriento golpe de Suharto.
Prácticamente no quedó nadie para enseñar a las nuevas hornadas de estudiantes.20
En 1974 se produjo en
Indonesia una revuelta nacionalista contra la "subversión extranjera" de la
economía y la Fundación Ford se convirtió en objetivo de la ira popular. Fue
la fundación, recordaron muchos, la que había instruido a los economistas de Suharto que habían vendido la riqueza petrolera y minera de Indonesia a las
multinacionales extranjeras.
Aunque Ford no podía haber sabido que las ideas en las
que formaba a sus graduados se llevarían a la práctica con aquel salvajismo,
se vio objeto de preguntas incómodas sobre por qué una fundación dedicada a
la paz y a la democracia estaba metida hasta el cuello en dictaduras y
violencia.
A mediados de los años setenta, Ford se transformó
de una productora de "asesoría técnica" para el llamado Tercer Mundo en la
principal financiadora del activismo en defensa de los derechos humanos. Ese
cambio radical fue particularmente dramático en Chile e Indonesia.
La fundación favoreció decididamente a los grupos que presentaban sus trabajos como una lucha legal por el "imperio de la ley", la "transparencia" y el "buen gobierno".
Como dijo un alto cargo de la Fundación Ford, la actitud de la organización en Chile fue,
No se trataba solamente de que Ford fuera una institución intrínsecamente conservadora, acostumbrada a trabajar codo con codo, no frente a frente, con la política exterior oficial de Estados Unidos.
Sucedía además que cualquier investigación seria de los
objetivos a los que servía la represión en Chile conduciría inevitable y
directamente hasta la Fundación Ford y revelaría el papel fundamental que
había jugado la fundación en el adoctrinamiento de los dirigentes de aquel
país en una secta económica fundamentalista.
Amnistía no recibió
financiación de la Fundación Ford, así como tampoco la recibieron las
defensoras más radicales de los derechos humanos en Latinoamérica, las
Madres de la Plaza de Mayo.
La fundación empezó en 1936 con una donación de acciones de tres ejecutivos de Ford Motor, entre ellos Henry y Edsel Ford.
Al aumentar su patrimonio, la fundación empezó a operar independientemente,
pero su independencia de las acciones de Ford Motor no se completó hasta
1974, el año siguiente al golpe en Chile y varios años después del golpe en
Indonesia, y en su consejo de administración siguió habiendo miembros de la
familia Ford hasta 1976.22
A través de su financiación de las campañas a favor de los derechos humanos, la Fundación Ford salvó muchas vidas esos años.
Y merece al menos que se le conceda parte del mérito de persuadir al Congreso de Estados Unidos para que interrumpiera la ayuda militar a Argentina y Chile, lo que gradualmente obligó a las juntas del Cono Sur a abandonar algunas de sus tácticas de represión más agresivas. Pero Ford no acudió al rescate gratuitamente.
Su ayuda, conscientemente o no, tuvo un precio: la honestidad intelectual del movimiento de defensa de los derechos humanos.
La decisión de la fundación
de implicarse en la defensa de los derechos humanos "sin meterse en
política" creó un contexto en el que era prácticamente imposible formular la
pregunta que subyacía a la violencia que estaban documentando: ¿por qué
había sucedido todo aquello? ¿A quién beneficiaba?
Igual
que los economistas de Chicago no tenían nada que decir sobre la tortura (no
estaba relacionada con las áreas en las que asesoraban), los grupos de
derechos humanos tenían poco que decir sobre las transformaciones radicales
que estaban teniendo lugar en la esfera económica (estaban más allá del
limitado ámbito legal en el que habían decidido trabajar).
Significativamente, ésta es la única Comisión de la Verdad que publicó un informe independiente tanto del Estado como de fundaciones extranjeras. Está basado en los registros de los tribunales militares, fotocopiados en secreto a lo largo de los años por abogados y activistas de la Iglesia tremendamente valientes mientras el país estaba todavía bajo la dictadura.
Tras detallar algunos de los crímenes más horrendos, los autores plantean la cuestión fundamental que otros se habían tomado tanto trabajo en eludir: ¿por qué?
Su respuesta es directa:
El modelo económico radical que echó raíces durante la dictadura se demostraría más resistente que los generales que lo habían puesto en práctica.
Mucho después de que los soldados hubieran regresado a sus
barracones y los latinoamericanos pudieran elegir de nuevo a sus gobiernos,
la lógica de la Escuela de Chicago seguía firmemente atrincherada en los
países de la zona.
Al final, como predijo Rodolfo Walsh, muchas más vidas serían arrebatadas por la "miseria planificada" que por las balas.
En cierta manera, lo que sucedió en América Latina en los años setenta es que fue tratada como la escena de un asesinato cuando, en realidad, era la escena de un robo a mano armada extraordinariamente violento.
El debate sobre si los "derechos humanos" pueden de verdad separarse de la política y la economía no es exclusivo de América Latina; éstas son cuestiones que emergen a la superficie siempre que un Estado utiliza la tortura como instrumento político.
A pesar de la mística que rodea la tortura, y a pesar del comprensible impulso de tratarla como una conducta aberrante que está más allá de la política, no se trata de algo particularmente complicado o misterioso.
Es una herramienta de la coerción más despiadada y es fácil predecir que se utilizará siempre que un déspota local o un ocupante extranjero carece del consenso "social necesario para gobernar:
Se podrían añadir muchos más ejemplos a la lista.
Los abusos generalizados a los presos son la prueba del algodón de que los políticos tratan de imponer un sistema - sea político, religioso o económico - que un enorme número de sus gobernados rechaza.
Del mismo modo que los
ecologistas definen los ecosistemas por la presencia de ciertas "especies
indicadoras" de plantas y pájaros, la tortura es un indicador de que un
régimen está sumido en un proyecto profundamente antidemocrático, aunque ese
régimen haya llegado al poder mediante las urnas.
Fue por este motivo por el que, en los
años cincuenta y sesenta, muchos argelinos se impacientaron con los
liberales franceses que expresaban su indignación ante las noticias de que
sus soldados estaban electrocutando y ahogando a los que luchaban por la
liberación y que, sin embargo, no hacían nada por acabar con la ocupación
que era la razón de esos abusos.
Simone de Beauvoir, escribiendo sobre el mismo tema, se mostró de acuerdo:
Lo que quería decir es que la ocupación no podía realizarse de una forma humanitaria.
No hay ninguna forma humanitaria de gobernar a la gente contra su voluntad.
Hay solo dos opciones, escribió Beauvoir: aceptar la ocupación y todos los métodos necesarios para implementarla,
Hoy esa dura elección se produce en Irak y en Israel/Palestina, y esa dura elección era la única opción en el Cono Sur en los años setenta.
Igual que no existe ningún modo amable y bondadoso de ocupar un país contra la voluntad de su pueblo, no hay ninguna forma pacífica de arrebatarles a miles de ciudadanos lo que necesitan para vivir con dignidad, que es exactamente lo que los Chicago Boys estaban decididos a hacer.
El robo, fuera de tierras o de modo de vida, requiere el uso de la fuerza o al menos una amenaza creíble de violencia.
Es por eso por lo que los ladrones llevan armas y a menudo las usan. La tortura es asquerosa, pero muchas veces es un medio racional de conseguir un objetivo específico, quizá incluso el único medio de conseguirlo. Se plantea entonces una cuestión más profunda, una pregunta que muchos en aquellos tiempos en América Latina no podían formular.
¿Es el neoliberalismo una
ideología inherentemente violenta, hay algo en sus objetivos que exija el
ciclo de brutal purificación política seguida por las operaciones de
limpieza de las organizaciones de derechos humanos?
* Por este relato estoy en deuda con
el excelente libro de Marguerite Feitlowitz,
A Lexicon of Terror.
En mayo de 1990, Tomasella subió al autocar nocturno que iba de la provincia rural de Corrientes hasta Buenos Aires para aportar su voz al Tribunal contra la Impunidad, que escuchaba los testimonios sobre abusos a los derechos humanos durante la dictadura.
El testimonio de Tomasella fue distinto del de las demás víctimas.
Se presentó ante el público urbano con sus ropas de granjero y sus botas de trabajo y explicó que él era una víctima de una larga guerra, una guerra entre los campesinos pobres que querían trozos de tierra para formar cooperativas y los todopoderosos rancheros que poseían todas las tierras de su provincia.
Insistió en que los abusos que habían sufrido tanto él como los demás miembros de las Ligas Agrarias no podían aislarse de los grandes intereses económicos a los que benefició que se torturaran sus cuerpos y se disolvieran sus redes de activismo.
Así que en lugar de dar los nombres de los soldados que le torturaron, prefirió dar los de las empresas, nacionales y extranjeras, que se habían beneficiado de la prolongada dependencia económica de Argentina.
El público rompió a aplaudir. Tomasella concluyó su testimonio con las siguientes palabras:
La primera aventura de los Chicago Boys en la década de 1970 debió haber servido de aviso a la humanidad: sus ideas eran peligrosas.
Al no hacer responsable a la ideología de los crímenes cometidos en su primer laboratorio, se dio inmunidad a esta subcultura de ideólogos impenitentes y se les liberó para que recorrieran el mundo en busca de su próxima conquista.
Hoy vivimos de nuevo en una era de masacres corporativas, con países que son víctima de una tremenda violencia militar combinada con intentos de rehacerlos como economías de "libre mercado" modélicas; vemos cómo las desapariciones y las torturas han vuelto con mayor intensidad que nunca.
Y también ahora parece que no se sepa ver ninguna relación entre el
objetivo de conseguir crear nuevos mercados libres y la necesidad de
utilizar la violencia para lograrlo.
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