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  por Alberto Medina Méndez
 
			Marzo 31, 2015 
			del Sitio Web
			
			InformadorPublico 
			  
			  
			  
			Cierta ingenua actitud cívica lleva a 
			creer a muchos que la dirigencia política espera disponer de 
			propuestas viables para tomar las determinaciones necesarias que 
			contribuyan a mejorar la calidad de vida de todos.
 Si bien algunos casos aislados corroboran que es una excepción, la 
			inmensa mayoría de los políticos no siguen la dinámica que la gente 
			imagina. Ellos, por naturaleza, solo intentan sumar votos, usando la 
			demagogia como arma predilecta, para posicionarse de cara a la 
			siguiente elección.
 
 Mucha gente bien intencionada, supone que la clase política no 
			resuelve los problemas porque nadie les acerca proyectos para llevar 
			adelante, o porque no disponen de los conocimientos suficientes para 
			abordar esas obviedades.
 
 Aducen que abunda una inocultable mediocridad imperante y una 
			ignorancia inadmisible de parte de quienes conducen los destinos de 
			todos, sin advertir que sucede algo mucho más simple y evidente. 
			Solo se trata de una postura muy ruin, plagada de gran desinterés y 
			una mezquindad a prueba de todo.
 
 En realidad, lo habitual es que no lo hagan porque no les reditúa 
			desde lo electoral, no les trae votos, o lo que es peor aún, porque 
			de hacerlo, de acceder a la inquietud, pagarían elevados costos 
			políticos privándose de ciertos apoyos esenciales para seguir en la 
			carrera elegida.
 
 Visto así, todo parece ser demasiado negativo. Ellos no quieren 
			soluciones y no harán nada que les implique "pagar" esos costos.
 
			  
			Frente a esto, aparece la resignación y 
			la impotencia se multiplica. Por eso la ciudadanía debe revisar su 
			propia conducta, su recurrente reacción frente a lo cotidiano.
 Los políticos tradicionales saben que la sociedad se mueve por 
			espasmos para luego someterse mansamente, sin dignidad. Ellos saben 
			que si tienen un poco de paciencia, todo pasará y retomarán el 
			control, como siempre
 
 Es menester convertir esa aparente mala noticia, en una ocasión 
			conveniente. Se debe intentar capitalizar ese hecho y revertirlo 
			para transformar el obstáculo en ventaja, la debilidad en fortaleza, 
			utilizándola como una herramienta eficaz que permita impulsar el 
			cambio anhelado.
 
 Entender como razona la política, como piensan los dirigentes, ayuda 
			a superar esa infantil conducta ciudadana que solo consigue aumentar 
			la eterna impotencia, la frustración de rutina, consigue enfadar a 
			todos y no permite direccionar las energías hacia lo posible y 
			positivo.
 
 Si bien no todos los asuntos son susceptibles de este procedimiento, 
			bien vale la pena intentarlo allí cuando sea posible. Incorporar 
			esta visión, ayudará a que la sociedad sea mucho más efectiva en sus 
			demandas y definitivamente convierta sus habituales molestias en una 
			gran oportunidad.
 
 También le será útil a la política, cuando comprenda que ciertos 
			ardides propios de su actividad, ya no tienen la misma vigencia y 
			son insuficientes para disimular las genuinas preocupaciones que la 
			gente esboza con razón.
 
 La labor consiste en evaluar previamente todo, con profundidad en el 
			análisis, pero al mismo tiempo con serenidad e inteligencia. La idea 
			es encontrar una forma de plantear la cuestión de fondo para 
			colocarla, luego, en términos concretos y para que su eventual 
			desatención le genere a la política un costo electoral tal que no le 
			permita ignorar el asunto jamás.
 
 Para que el dirigente tenga que actuar, para que comprenda que no 
			tendrá otra chance que ocuparse, para que el letargo, la abulia y la 
			negligencia no lo invadan, resulta clave acertar en la selección del 
			camino a recorrer.
 
			  
			Por eso esta etapa de adaptación 
			ciudadana puede llevar tiempo y esmero.
 No siempre el abordaje será eficaz. Es probable que ciertos reclamos 
			no encuentren nunca el modo adecuado de "construir" argumentos que 
			signifiquen un circunstancial costo político tan importante que haga 
			revisar la sostenida decisión del mandamás de turno.
 
 Con un diagnostico certero, la ciudadanía puede llevar adelante un 
			plan con expectativas de éxito, reclamar con absoluta contundencia y 
			poner en apuros a toda la dirigencia. Cuando el asunto toma 
			relevancia, cuando la escala del problema es indisimulable, el 
			político tomará nota de lo que ocurre, se interiorizará a fondo y 
			finalmente hará algo al respecto.
 
 Si la estrategia seleccionada no es la pertinente y la 
			implementación es débil, timorata y deficiente, no se puede esperar 
			otra cosa que más de lo mismo. Por eso es central concentrar los 
			esfuerzos en lo correcto. No pasa solo por quejarse y explicitar la 
			bronca. Es bastante más complejo que eso.
 
 Esta no es una fórmula mágica, pero tiene más probabilidades de 
			vulnerar las férreas defensas que la política contemporánea coloca 
			para evitar los embates ciudadanos. Los dirigentes prefieren la 
			calma de los escritorios, la comodidad de las campañas electorales 
			superficiales y no desean enfrentar a un electorado astuto y 
			perseverante que los fastidie a diario.
 
 El desafío es entender como funciona y hacer entonces los deberes 
			como corresponde.
 
			  
			Si los ciudadanos de este tiempo quieren 
			cambiar la perversa inercia vigente, deberán pensar primero y 
			actuar después, teniendo en cuenta como se mueven quienes toman 
			las decisiones importantes. Existen ejemplos cotidianos, aunque no 
			tan frecuentes como sería necesario.
 Después de todo, los políticos son absolutamente predecibles 
			y esa es una ventaja enorme para los ciudadanos.
 
			  
			Hay que recordar que solo registran 
			aquellos asuntos cuya falta de resolución les implica pagar 
			costos políticos.
 
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