contribución de Ángela Francos
extracto de
La Gaceta - N° 523 del Sitio Web FondoDeCulturaEconomica
En marzo de este año, cuando apenas comenzaba la "Pikettymania" - según la denominación de Business Week - Paul Krugman consideró que 'El Capital en el Siglo XXI'
era "el libro de economía más importante
del año (y tal vez de la década)". donde detalla porqué juzga que la obra de Piketty transformará las discusiones en torno a
la distribución del ingreso y la riqueza
A pesar de ello, su influencia es profunda.
Se ha convertido en lugar común decir que hoy vivimos una segunda Edad de Oro - o, como a Piketty le gusta llamarla, una segunda Belle Époque - definida por el increíble aumento del "1 por ciento".
No obstante, es sólo gracias al trabajo de Piketty que la frase se ha vuelto un lugar común.
Para ser más precisos, él y algunos colegas (especialmente Anthony Atkinson, de Oxford, y Emmanuel Saez, de Berkeley) han abierto brecha en técnicas estadísticas que permiten rastrear la concentración del ingreso y la riqueza desde tiempos remotos:
El resultado fue una revolución en nuestro entendimiento de las tendencias de la desigualdad a largo plazo.
Antes de esta revolución, la mayoría de las discusiones sobre la disparidad económica por lo general ignoraban a los muy ricos.
Algunos economistas (por no hablar de los políticos) trataron de callar por completo cualquier mención de la desigualdad:
Pero incluso aquellos que estaban dispuestos a abordar la desigualdad en general se centraban,
...y no en el rápido crecimiento de los ingresos de los ejecutivos y banqueros...
Por lo tanto, fue una revelación cuando Piketty y sus colegas mostraron que la verdadera gran noticia en el aumento de la desigualdad son los ingresos del ahora famoso "1 por ciento", y de grupos aún más reducidos.
Este descubrimiento llegó con una segunda revelación:
Particularmente en Estados Unidos la proporción del ingreso nacional que se concentra en ese 1 por ciento ha delineado un gran arco en forma de U.
Antes de la primera Guerra Mundial, el 1 por ciento recibió alrededor de la quinta parte de los ingresos totales, tanto en la Gran Bretaña como en los Estados Unidos; para 1950 esa proporción se había reducido en más de la mitad.
Sin embargo, a partir de 1980 el 1 por
ciento ha visto cómo su parte del ingreso vuelve a aumentar, y en
los Estados Unidos ya volvió a sus niveles de hace un siglo.
¿Acaso la élite económica de la actualidad no es gente que se ha ganado su posición?
Pues bien, Piketty nos dice que esto no es tan cierto como podríamos pensar, y que en todo caso la situación podría no resultar tan duradera como sí lo fue la de la sociedad de clase media que se desarrolló durante una generación después de la segunda Guerra Mundial.
La gran idea detrás de 'El Capital en el
Siglo XXI' es que no sólo hemos retrocedido a los niveles de
desigualdad de ingresos del Siglo XIX, sino que también estamos en
el camino de regreso al "capitalismo patrimonial", en el que los
puestos de mando de la economía no están bajo el control de
individuos talentosos, sino de dinastías familiares.
Sin embargo, antes de abordar el asunto permítaseme decir de inmediato que Piketty escribió un libro verdaderamente espléndido. Es una obra que combina un gran alcance histórico - ¿cuándo fue la última vez que escuchamos a un economista invocar a Jane Austen y a Balzac? - con un laborioso análisis de datos.
Y aunque Piketty se burla de la profesión del economista por su "pasión infantil hacia las matemáticas", subyace en su análisis un tour de force de la modelización económica, un enfoque que integra el análisis del crecimiento económico con el de la distribución del ingreso y la riqueza.
El de Piketty es un libro que cambiará
tanto la forma en que pensamos sobre la sociedad como la forma de
hacer economía.
¿Qué sabemos acerca de la desigualdad económica y de cuándo data tal conocimiento?
Hasta antes de que la revolución de Piketty se extendiera por el campo, la mayor parte de lo que sabíamos acerca de la desigualdad de ingresos y riqueza provenía de encuestas, en las que a hogares elegidos al azar se les pedía llenar un cuestionario y sus respuestas eran posteriormente computadas para producir un retrato estadístico del conjunto.
El patrón de referencia internacional para este tipo de encuestas es la encuesta anual realizada en los Estados Unidos por la Oficina del Censo.
La Reserva Federal también realiza
una encuesta trienal de la distribución de la riqueza.
Entre otras cosas, desde hace tiempo han apuntado hacia un cambio drástico en el proceso de crecimiento económico de los Estados Unidos, un cambio que comenzó alrededor de 1980.
Antes de eso, las familias de todos los niveles veían cómo sus ingresos aumentaban más o menos en la misma medida en que crecía la economía en su conjunto.
Sin embargo, después de 1980 la mayor
parte de las ganancias se fue al extremo superior de la distribución
del ingreso y las familias situadas en la mitad inferior comenzaron
a rezagarse.
Además, la creciente disponibilidad de datos provenientes de encuestas comparables entre naciones ha dado lugar a nuevos conocimientos importantes.
En particular, ahora sabemos que los Estados Unidos tienen una distribución de ingresos mucho más desigual que otros países avanzados y que gran parte de esta diferencia en los resultados puede atribuirse directamente a la acción gubernamental.
Las naciones europeas en general tienen ingresos muy desiguales en lo que a la actividad del mercado se refiere, igual que los Estados Unidos, aunque posiblemente no en la misma medida.
Sin embargo, éstas llevan a cabo una
redistribución a través de impuestos y transferencias mucho mayor
que la de los Estados Unidos, lo que da como resultado mucha menos
desigualdad en los ingresos disponibles.
Además, su profundidad histórica es
limitada; incluso los datos de las encuesta realizadas en los
Estados Unidos no van más allá de 1947.
Ésta no es una idea nueva; de hecho, los análisis tempranos de la distribución del ingreso se basaban en datos fiscales porque sus opciones eran limitadas.
Sin embargo, Piketty et al. han encontrado la manera de combinar los datos fiscales con otras fuentes para producir información que complementa de manera crucial la evidencia presentada por las encuestas.
En particular, los datos fiscales nos dicen mucho acerca de la élite, y las estimaciones basadas en los impuestos pueden llegar a momentos en la historia mucho más lejanos:
El aprovechamiento de estos datos no es simple.
Sin embargo, al utilizar todos los
trucos del oficio, además de algunas conjeturas eruditas, Piketty es
capaz de producir una síntesis de la caída y el ascenso de la
extrema desigualdad en el transcurso del siglo pasado.
Pero ¿cómo sucedió?
Piketty arroja de inmediato el guante intelectual ya desde el propio título de su libro: ¿Acaso a los economistas todavía se les permite hablar así? No es sólo la obvia alusión a Marx lo que vuelve este título tan sorprendente.
Al invocar el capital desde el
principio, Piketty rompe filas con la mayoría de los debates
modernos sobre desigualdad y se remonta a una tradición más antigua.
Piketty muestra, en cambio, que aún hoy en día son los ingresos provenientes del capital, y no los salarios, los que predominan en la parte superior de la distribución del ingreso.
También muestra que en el pasado - durante la Belle Époque europea y, en menor medida, en la Edad Dorada de los Estados Unidos - la apropiación desigual de los bienes, y no la paga desigual, fue el principal impulsor de las disparidades en la renta.
Argumenta, además, que estamos en el camino de regreso a ese tipo de sociedad y, a decir verdad, no se trata de especulaciones fortuitas de su parte.
Con todo, 'El Capital en el Siglo XXI' es un trabajo empírico impregnado de consideraciones morales, en gran medida impulsado por un marco teórico que trata de unificar la discusión del crecimiento económico y la distribución tanto de los ingresos como de la riqueza.
Básicamente, Piketty ve la historia
económica como la historia de una carrera entre la acumulación de
capital y otros factores que impulsan el crecimiento, sobre todo el
crecimiento demográfico y el progreso tecnológico.
En vísperas de la primera Guerra Mundial, Europa había acumulado capital equivalente a seis o siete veces el ingreso nacional. Sin embargo, durante las cuatro décadas siguientes una combinación de destrucción física y desvío de los ahorros hacia los esfuerzos bélicos cortó por la mitad esa relación.
La acumulación de capital se reanudó después de la segunda Guerra Mundial, pero éste fue un periodo de crecimiento económico espectacular - los Trente Glorieuses o Glorious Thirty - por lo que la proporción entre el capital y el ingreso se mantuvo baja.
A partir de la década de 1970, sin embargo, la desaceleración del crecimiento supuso un aumento de la proporción del capital, por lo que éste y la riqueza mostraron una tendencia constante hacia el regreso a los niveles de la Belle Époque.
Tal acumulación de capital, según
Piketty, finalmente recreará la desigualdad característica de ese
periodo, a menos que encuentre oposición por parte de una política
fiscal progresiva.
Casi todos los modelos económicos nos dicen que si 'g' cae - algo que ha sucedido desde 1970, y se trata de un descenso que probablemente continúe debido a un menor crecimiento de la población en edad de trabajar y a un todavía más lento progreso tecnológico - 'r' caerá también, aunque Piketty afirma que 'r' caerá menos que 'g'.
Esto no tiene por qué ser cierto.
Sin embargo, si reemplazar trabajadores con máquinas es suficientemente fácil - si, para usar la jerga técnica, la elasticidad de sustitución entre capital y trabajo es mayor que uno - el lento crecimiento, y el consiguiente aumento de la proporción entre capital e ingresos, de hecho ampliará la brecha entre 'r' y 'g'.
Piketty argumenta que esto es lo que
sucederá, según su análisis de los registros históricos.
Durante mucho tiempo la sabiduría convencional ha dictado que no debemos preocuparnos por esa posibilidad, pues a lo largo del tiempo la proporción entre capital y trabajo, en los ingresos totales respectivamente, se ha mantenido muy estable.
Sin embargo, a muy largo plazo la situación es diferente.
En la Gran Bretaña, por ejemplo, la participación del capital en el ingreso - ya sea en forma de beneficios corporativos, dividendos, rentas o venta de propiedades - se redujo de alrededor de 40 por ciento antes de la primera Guerra Mundial a apenas 20 por ciento alrededor de 1970, y desde entonces ha dado saltos de regreso casi hasta la mitad.
El arco histórico es menos claro en los Estados Unidos, aunque allí también hay en curso una redistribución a favor del capital.
En particular, los beneficios
empresariales se han disparado desde que comenzó la crisis
financiera, mientras que los salarios, incluidos los salarios de los
trabajadores altamente cualificados, se han estancado.
Los efectos, sin embargo, no terminan allí, pues cuando la tasa de rendimiento del capital es muy superior a la tasa de crecimiento económico,
...la sociedad tiende inexorablemente hacia la dominación por parte de la riqueza heredada.
Considérese, pues, cómo funcionaba esto en la Europa de la Belle Époque.
En aquel entonces los propietarios del capital podían llegar a ganar entre 4 y 5 por ciento de sus inversiones, con el mínimo pago de impuestos; mientras tanto, el crecimiento económico se situaba sólo alrededor del 1 por ciento.
Así, los individuos adinerados podían
reinvertir con facilidad lo suficiente de sus ingresos para
asegurarse de que su riqueza, y por lo tanto sus ingresos, creciera
más rápido que la economía, lo que reforzaría su dominio económico,
incluso mientras esquilmaban lo suficientemente como para vivir en
gran lujo.
El dinero transferido a la siguiente generación representaba de 20 a 25 por ciento de los ingresos anuales; el grueso de la riqueza, en torno al 90 por ciento, se heredaba antes que provenir del ahorro de los ingresos obtenidos.
Y esta riqueza heredada se concentraba en manos de una minoría muy reducida:
No es de extrañar, entonces, que los novelistas del Siglo XIX estuvieran obsesionados con la herencia.
Piketty analiza a profundidad la lección que el sinvergüenza Vautrin da a Rastignac en Papá Goriot, de Balzac, cuyo argumento es que la carrera más exitosa no podría proveer más que una fracción de la riqueza que Rastignac podría obtener de golpe al casarse con la hija de un hombre rico.
Y resulta que Vautrin tenía razón: estar
en lo alto del 1 por ciento con los herederos del Siglo XIX, y
simplemente vivir de su riqueza heredada, le daba a la persona
alrededor de dos veces y media el nivel de vida que podría lograr
escalando hasta el 1 por ciento de los trabajadores mejor
remunerados.
En Francia - nos muestra Piketty - la porción heredada del total de la riqueza se redujo drásticamente durante la época entre guerras y el rápido crecimiento de la posguerra; alrededor de 1970 era inferior a 50 por ciento, pero hoy ha vuelto a 70 por ciento y sigue en aumento.
En consecuencia, se ha producido una caída y luego un aumento en la importancia de la herencia como factor que concede el estatus de élite: el nivel de vida del 1 por ciento heredero cayó por debajo del correspondiente al 1 por ciento de los asalariados entre 1910 y 1950, pero comenzó a aumentar de nuevo después de 1970.
No ha llegado a los niveles de Rastignac,
pero, de nueva cuenta, es generalmente más valioso nacer en la
familia adecuada (o casarse para conseguir a los suegros correctos),
que tener el trabajo indicado.
Piketty sugiere que es el tamaño mismo de las fortunas heredadas lo que de alguna manera las hace invisibles:
Éste es un muy buen punto, aunque seguramente no es la explicación completa, pues el hecho es que el ejemplo más conspicuo de la elevada desigualdad en el mundo de hoy - el aumento del muy rico 1 por ciento en el mundo anglosajón, especialmente en los Estados Unidos - no tiene casi nada que ver con la acumulación de capital, al menos hasta ahora.
Se relaciona más bien con las
remuneraciones y los ingresos notablemente altos.
En momentos en que la concentración de
la riqueza y los ingresos en manos de unos pocos ha resurgido como
una cuestión política central, Piketty no sólo ofrece información
muy valiosa de los acontecimientos y con una profundidad histórica
inigualable, sino que también ofrece lo que equivale a una teoría de
campo unificada de la desigualdad, una teoría que integra el
crecimiento económico, la distribución del ingreso entre el capital
y la fuerza de trabajo, y la distribución de la riqueza y el ingreso
entre los individuos bajo un mismo marco.
Con todo, aquí está:
Piketty es, por supuesto, un economista demasiado bueno y demasiado honesto como para tratar de encubrir los hechos inconvenientes.
A decir verdad, lo que hemos visto en los Estados Unidos y comenzamos a ver en otros lugares es algo "radicalmente nuevo":
El capital sigue siendo importante; en los estratos más altos de la sociedad, el ingreso a partir del capital conserva su supremacía frente a los ingresos por sueldos, salarios y bonificaciones.
Piketty estima que el aumento de la desigualdad de las rentas del capital representa alrededor de un tercio del aumento generalizado de la desigualdad en los Estados Unidos. No obstante, los ingresos salariales en la parte superior también se han disparado.
Los salarios reales de la mayoría de los trabajadores de los Estados Unidos han aumentado poco o nada desde principios de 1970, pero los salarios del 1 por ciento de los asalariados se han incrementado 165 por ciento, y aun los salarios del 0.1 por ciento se han incrementado 362 por ciento.
Si Rastignac viviera hoy, Vautrin tal
vez podía admitir que de hecho es posible arreglárselas igual de
bien convirtiéndose en gestor de fondos de inversión que casándose
con alguien rico.
Algunos economistas estadounidenses sugieren que el aumento está impulsado por los cambios en la tecnología.
En un famoso artículo de 1981 titulado "The
Economics of Superstars" [La economía de las
superestrellas], el economista de Chicago Sherwin Rosen
sostiene que la tecnología moderna de las comunicaciones, mediante
la ampliación del alcance de las personas con talento, crea mercados
de tipo "el ganador se lo lleva todo" en los que un puñado de
individuos excepcionales cosecha enormes frutos, incluso si sólo son
ligeramente mejores en lo que hacen que sus rivales peor pagados.
Como él mismo señala, a los economistas conservadores les encanta hablar de la elevada remuneración que reciben artistas de un tipo u otro, como las estrellas de cine y los deportes, como una forma de sugerir que los altos ingresos en verdad son merecidos.
Sin embargo, en realidad esos individuos representan sólo una pequeña fracción de la élite de las ganancias.
En lugar de esto, lo que encontramos
principalmente son ejecutivos de un tipo u otro: personas cuyo
rendimiento es, de hecho, bastante difícil de evaluar o al que es
complejo asignarle un valor monetario.
Pues bien, por lo general existe un comité de compensaciones, designado por el propio director general, y de hecho - Piketty sostiene - los ejecutivos de alto nivel se asignan su propio sueldo, limitados por las normas sociales más que por algún tipo de disciplina de mercado, y atribuye los estratosféricos salarios en la parte superior a la erosión de tales normas.
Por tanto, imputa los altísimos ingresos
salariales en la parte superior a las fuerzas sociales y políticas,
y no estrictamente a las económicas.
Si bien un alto directivo podría esperar mantener sólo una pequeña fracción de los ingresos obtenidos dándole la vuelta a las normas sociales y asignándose un gran sueldo, podría también decidir que el oprobio resultante no lo valdría. Córtese la tasa marginal de impuestos de manera drástica y la situación podría ser diferente.
Además, a medida que aumenta el número
de asalariados que desobedecen las normas, éstas terminarán por
cambiar.
Además, no creo que 'El Capital en el Siglo XXI' responda adecuadamente a la crítica más elocuente de la hipótesis del poder de los ejecutivos: la concentración de ingresos muy altos en las finanzas, donde el desempeño en verdad puede, de cierto modo, ser evaluado.
Mi mención de los gestores de fondos de inversión no fue en vano: a estas personas se les paga sobre la base de su capacidad para atraer clientes y lograr el rendimiento de las inversiones.
Usted bien puede cuestionar el valor
social de las finanzas modernas, pero los
Gordon Gekkos que andan sueltos
por ahí claramente son buenos en algo, y su ascenso no puede
atribuirse sólo a las relaciones de poder, aunque supongo que se
podría argumentar que la disposición a participar en tejemanejes
moralmente dudosos, al igual que la disposición a desobedecer las
normas de pago, es fomentada por lo bajo de las tasas marginales con
que se determinan los impuestos.
Pero, como ya he dicho, su análisis en
esta parte carece del rigor de su análisis primario, por no hablar
de su grande y estimulante elegancia intelectual.
Es probable que la generación actual de
los más ricos en los Estados Unidos consista en gran parte en
ejecutivos y no en rentistas - personas que viven del capital
acumulado - pero estos ejecutivos tienen herederos, y en dos décadas
los Estados Unidos podría ser una sociedad dominada por rentistas
aún más desigual que la Belle Époque europea.
En realidad, 'El Capital en el Siglo XXI' deja claro que la política pública puede producir una enorme diferencia:
El punto clave es que, cuando hacemos la comparación fundamental entre la tasa de rendimiento de la riqueza y la tasa de crecimiento económico, lo que importa es el rendimiento de la riqueza después de pagar impuestos.
Así, los impuestos progresivos - en particular, sobre el patrimonio y la herencia - pueden ser una poderosa fuerza para limitar las desigualdades y, de hecho, Piketty concluye su obra maestra con un alegato en favor de tal forma de tributación.
Por desgracia, la historia que su propio
libro abarca no alienta el optimismo.
El triunfo de la política fiscal
progresiva durante el Siglo XX, afirma, fue "un resultado efímero
del caos". De no haberse dado en Europa las guerras y agitaciones de
la moderna "Guerra de los Treinta Años", sugiere, nada de esto
habría ocurrido.
La ideología oficial de la república era
altamente igualitaria; pese a esto, la riqueza y los ingresos
estaban casi tan concentrados, y los privilegios económicos tan
dominados por factores hereditarios, como en la aristocrática
monarquía constitucional al otro lado del Canal de la Mancha.
Pues bien, tanto entonces como ahora las grandes riquezas compraban grandes influencias, no sólo sobre las políticas, sino también sobre el discurso público.
Upton Sinclair pronunció la célebre frase:
Piketty, al mirar la historia de su propia nación, hace una afirmación similar:
Hoy en día podemos ver el mismo fenómeno.
Y, de hecho, un aspecto curioso de la escena estadounidense es que en todo caso las políticas de desigualdad parecen llevarle la delantera a la realidad. Como ya lo hemos visto, en este punto la élite económica de los Estados Unidos debe su estado principalmente a los salarios y no a las rentas del capital.
Sin embargo, la retórica económica
conservadora ya destaca y celebra el capital en lugar del trabajo;
celebra a los "creadores de empleo" y no a los trabajadores.
Tal vez doblegado por la reacción, según los informes, sintió la necesidad de recordar a sus colegas, al retractarse posteriormente a nombre del Partido Republicano, que la mayoría de las personas no son dueñas de sus propios negocios.
No obstante, esto en sí mismo demuestra
cuán plenamente ese partido se identifica con el capital, incluso
hasta llegar a la virtual exclusión de la fuerza laboral.
Las cargas fiscales sobre los estadounidenses de altos ingresos han pesado en todos los ámbitos desde la década de 1970, pero las reducciones más grandes han recaído en las rentas del capital - incluida una fuerte caída de los impuestos a las empresas, lo cual beneficia indirectamente a los accionistas - y la herencia.
En ocasiones parece como si una parte sustancial de la clase política estadounidense estuviera trabajando activamente para restaurar el capitalismo patrimonial del que habla Piketty.
Y si ponemos atención en las fuentes de
las donaciones a los partidos políticos - muchas provienen de
familias adineradas - esta posibilidad es mucho menos extravagante
de lo que parece.
Es fácil mostrarse escéptico ante la posibilidad de que algo así suceda, pero sin duda el diagnóstico magistral de Piketty de dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos hace tal cosa bastante más probable y convierte 'El Capital en el Siglo XXI' en un libro muy importante en todos los frentes.
Piketty ha transformado nuestro discurso económico:
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