Junio 2013 del Sitio Web ElPuercoEspin
Estambul - Seis Días de Represión y Protestas
Días de Flores, Gases y Travestis
De un vistazo, Estambul parece más tranquilo que hace unos días, con menos movimiento en el centro. Sin embargo, algo bulle dentro, el ojo del huracán siempre es el punto más quieto. En todo el país surgen convocatorias de eso, de permanecer quietos.
Voy a Taksim, y veo a decenas de personas plantadas allí.
Frente al tráfico y el ruido de los alrededores, ellos forman un círculo de silencio estremecedor.
Algunos están allí veinte minutos; otros, horas. Se van sustituyendo. Siempre hay alguien que está quieto. Una chica con una tarjeta de çapulcu al cuello limpia las colillas de la plaza. Yo casi diría que han vuelto a tomarla de nuevo. En la asamblea de Kadikoy, en el barrio asiático, hay unas 2.000 personas. Hoy han puesto hasta un escenario.
Esta noche, se celebran 35 asambleas en distintos parques de Estambul.
Me cuentan que han decidido que no haya, y que lo respetan porque saben
que no serían bien recibidas. Sí hay personas que están en partidos, pero
vienen como personas, no como miembros de ningún colectivo, me dicen.
En la asamblea piensan cuál va a ser su próximo paso. Algunos tienen la mirada puesta en las siguientes elecciones: en crear un partido político nuevo o en apoyar estratégicamente a uno que ya exista, usarlos como ellos les han usado tantas veces.
Otros creen que el camino es más a largo plazo, que hay que seguir creando comunidad.
En las asambleas más grandes,
cogen actas y las suben a la web. También han colgado una lista no oficial
de principios: “somos pacíficos, ninguna organización nos representa, no
tenemos líderes, la libertad es lo único que nos inspira”.
La decisión es rápida: alguien
lo propone y las miles de manos levantadas indican que la propuesta es
aprobada.
Uno se sube al monumento a la República y le da un clavel a la estatua. Cientos se suben a las escaleras que dan al parque Gezi, frente al cordón policial.
Pasa una hora, la policía dice por megáfono:
Nadie se va.
Les gritan:
Pasa el tiempo, salen las tanquetas con el agua a presión, la gente corre, algunos intentan quedarse, varios se quedan frente a las tanquetas para que no pasen, meten claveles en ellas, les dicen a la policías: ¿no sóis personas?.
La policía les empuja, avanzan por Istiklal, tiran bombas de gas.
En un momento dado, calculan mal su posición y se ven rodeados de
manifestantes, se ponen contra la pared, los manifestantes se aplauden,
pasan a su lado, no les hacen nada, solo pasan y se aplauden.
Le tranquilizan sonriendo:
El dueño nos dice:
Una pareja de turcos, que viven ahora en Estados Unidos, le contestan que
este gobierno es demasiado represor, y él admite: “Es verdad que ya no es
tiempo de ser tan autoritario, ese tiempo ya pasó”.
Los manifestantes intentan volver a la gran calle comercial,
Istiklal. Tras un par de horas de toma y daca, lo consiguen, hacen una gran
barricada, están eufóricos.
Consigo entrar arrastrándome. Muchos nos arrastramos, asfixiándonos, sin ver nada, con tal angustia que, de forma intuitiva, me quito las gafas de buceo y la máscara - puta intuición, es mucho peor, me falta el aire.
Subo, subimos, a las segunda, a la tercera, a la cuarta a la quinta planta, como gusanos, buscando un poco de aire.
Algunos vomitan, gimotean, se oyen gritos de agonía, de auténticos moribundos y ya no hay más plantas que subir, nos tiramos al suelo, rendidos, esperando que todo pase, soñando, no sé muy bien porqué, con un zumo de naranja.
Uno me agarra del brazo, me dice algo en turco, le contesto en inglés, me dice al oído:
Y yo también, my friend,
yo también.
Allí,
muchos siguen pescando y tomando cerveza.
Miles de personas llenan la plaza con una gran bandera arco-iris que llevan por todo Istiklal y cantan:
Muchos llevan un casco rosa.
También dice que,
Viene a mi mente la palabra “minorías”. Pero son demasiados.
Pienso si la
minoría no será más bien Erdogan.
La asamblea de Kadikoy no está de acuerdo con el juez y decide convocar una marcha de protesta. Más de mil personas toman las calles y muchos vecinos apoyan desde sus ventanas con aplausos y caceroladas, incluso uno, no sé por qué, zarandea un cojín rojo.
Los manifestantes les invitan con las dos manos a unirse, mientras cantan:
A veces se sientan para cortar una carretera y hacen un grito mudo.
Cuando
pasan por un Starbucks, ponen los brazos en cruz y le hacen el gesto mudo de
“en contra”. En un momento dado, gritan “olé, lánzanos gas, olé”, pero hoy
tampoco hay policía, no hay gas, no hay disturbios. Tras un par de horas,
vuelven al parque y celebran su asamblea.
Un chico con altavoz recorre el parque pidiendo
donaciones de sangre para determinado grupo sanguíneo que necesita
urgentemente el hospital del barrio. La consiguen en un tiempo récord.
La mala gente, los çapulcu que ahora salen a la luz, están en todas partes,
tomando plazas, conciencias, redes sociales, parques.
En uno de sus costados, está el pequeño parque Gezi al que se llega
subiendo unas pocas escaleras; en la oscuridad, el último espacio verde del
centro de Estambul se advierte por las copas de los árboles que sobresalen
en la selva urbana, y por la masa compacta de gente que lo custodia gritando
consignas.
El corazón de la protesta
Las pancartas del omnipresente Ataturk se codean con las del Ché Guevara, que también es símbolo de la protesta turca.
Sitiados por centenares de policías agazapados en sus escudos, se mantienen los manifestantes más aguerridos, el núcleo duro de esta protesta sin un líder visible, que empezó el 27 de mayo para preservar el parque cuando Erdogan anunció planes para demolerlo con el fin de crear un centro comercial.
Unos cincuenta activistas ambientalistas se plantaron en defensa de Gezi, pero fueron reprimidos con exceso de fuerza por el gobierno.
Poco a poco se sumaron los jóvenes que rechazan el
conservadurismo musulmán de Erdogan. Auto convocados a través de las redes
sociales, aparecieron abogados, periodistas, profesionales, y grupos de
izquierda, reclamando libertad de prensa y democracia, hasta sumar decenas
de miles, conformando el mayor desafío político que ha enfrentado el régimen
de Erdogan en la última década.
Aunque hace apenas unos años la Unión Europea
lo alababa como un demócrata modernizador que puso a raya el poder del
ejército, ahora lo perciben como una amenaza potencial para la estabilidad
de la democracia en Turquía y su singular milagro económico.
Adentro del parque casi todo mundo porta máscaras de esas que usan los pintores de spray y que se pueden adquirir en cualquier ferretería. En medio de un enjambre de tiendas de campaña, azules y rojas, la gente va y viene en carrera, hay cordones de defensa, mítines relámpago, un pequeño anfiteatro, y un puesto médico. No hay armas a la vista.
Los manifestantes se jactan de su pacifismo y alegan que fueron infiltrados por agentes policiales vestidos de civil que atacaron con cocteles molotov a la policía.
La escena fue ampliamente difundida por las cadenas de televisión que apoyan al régimen y que hasta entonces habían ignorado las protestas, y la respuesta policial fue una represión violenta e indiscriminada.
Aquí está el corazón de la
protesta que desde Estambul se extendió a la capital, Ankara, y a las
principales ciudades del país, convirtiéndose en un reclamo nacional contra
el estilo autoritario de gobierno de Erdogan.
Erdogan ha impuesto restricciones al consumo de alcohol y denigra a las personas de costumbres liberales, para congraciarse con las iglesias musulmanas.
La ola de protestas que estremeció a Turquía dejó cinco muertos, más de 7.000 heridos y centenares de detenidos, entre ellos decenas de periodistas, abogados, y defensores de derechos humanos.
En Turquía hay más de 70 periodistas presos, incluso más que en China, asegura la organización Reporteros sin Fronteras, y muchos ni siquiera enfrentan una acusación formal pues les aplican las leyes “antiterrorismo”.
A la protesta que nació en Taksim se sumaron no solo los jóvenes universitarios, las feministas y los intelectuales de la clase media, también hay sindicatos, grupos nacionalistas, y las minorías Alevin, que resienten el creciente poder de los musulmanes tradicionales.
Algunos la vivieron con aires de concierto al
estilo Woodstock, para otros es el renacimiento de una sociedad civil
democrática que se propone ponerle límites al autoritarismo político.
El régimen de Erdogan, encabezado por el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo), gobierna el país desde el 2002 y ganó la última elección en 2011 con casi el 50% de la votación.
Erdogan mantiene una considerable cuota de apoyo popular administrando una economía vigorosa, y aunque algunos manifestantes han pedido su renuncia, en realidad nunca ha estado en juego la legitimidad de su gobierno.
Un piano en la plaza
Hemos acordado una ruta de escape en caso de que la policía arremeta con los cañones de agua y los gases lacrimógenos, pero afortunadamente no será necesario. A pesar de las amenazas vociferantes de Erdogan, en un café cerca de la plaza se está celebrando una reunión secreta entre oficiales del gobierno y representantes de la protesta.
Erdogan intenta mostrar una cara negociadora y ofrece un
referéndum para decidir sobre el destino del parque, pero la represión y el
desalojo definitivo llegará sin falta dos días después.
Es una escena surrealista. Hace unos minutos estaba a punto de
estallar la batalla, y ahora los manifestantes aplauden, ríen y se abrazan
en un improvisado concierto que durará varias horas hasta el amanecer,
mientras la policía observa con aire de desconcierto.
Pero, ¿cómo carajo aterrizó el piano hasta el centro de la plaza?
Arzu, la colega turca que nos ha acompañado, tiene una explicación: el “milagro” ha sido posible por esa fusión que suele darse entre la pasión por el fútbol y la política.
Resulta que la “barra brava” del Besiktas, un popular equipo de fútbol de Estambul, habituado a enfrentamientos callejeros con la policía después de cada partido, fue uno de los primeros grupos que se solidarizó con los manifestantes del parque Gezi.
Y en la manifestación más grande que se convocó contra Erdogan, incluso marcharon hombro a hombro con sus archirivales, los partidarios del Galatasaray y el Fenerbachce.
Y
fueron estos mismos muchachos del Beksitas los que trasladaron el piano al
centro de la plaza la noche de la protesta. Foto: Arzu Geybullayeba
Dos días después de mi furtiva incursión en el parque Gezi, el sábado 15 de
junio, Erdogan hizo cumplir el ultimátum y a las ocho de la noche desalojó a
los manifestantes recurriendo a la intervención masiva de la fuerza policial,
declarándose
víctima de una conspiración internacional.
La llama de la
protesta está encendida, y desde Managua aún escucho el piano, esa melodía
libertaria, que suena en la plaza Taksim. |