Junio 2013

del Sitio Web ElPuercoEspin

 

 



 

Estambul - Seis Días de Represión y Protestas

Días de Flores, Gases y Travestis
por José Miguel Fernández Layos
Junio 25, 2013



Miércoles 19
 

De un vistazo, Estambul parece más tranquilo que hace unos días, con menos movimiento en el centro. Sin embargo, algo bulle dentro, el ojo del huracán siempre es el punto más quieto. En todo el país surgen convocatorias de eso, de permanecer quietos.

 

Voy a Taksim, y veo a decenas de personas plantadas allí.

 

 

 

 

Frente al tráfico y el ruido de los alrededores, ellos forman un círculo de silencio estremecedor.

 

Algunos están allí veinte minutos; otros, horas. Se van sustituyendo. Siempre hay alguien que está quieto. Una chica con una tarjeta de çapulcu al cuello limpia las colillas de la plaza. Yo casi diría que han vuelto a tomarla de nuevo. En la asamblea de Kadikoy, en el barrio asiático, hay unas 2.000 personas. Hoy han puesto hasta un escenario.

 

Esta noche, se celebran 35 asambleas en distintos parques de Estambul.

“Es una explosión democrática”, me dice un joven.



Jueves 20

En Taksim hay más gente quieta que nunca. Antes han venido cinco personas y se han quedado quietas en frente de ellos con el fin de apoyar al Gobierno. Parece que también quieren polarizar el silencio.

Hoy muchos se han traído un libro, y un señor mayor incluso ha puesto una especie de alfombra y descansa allí, en Taksim, en su casa. Otros han dejado de mirar las banderas y ahora están quietos frente al parque Gezi, frente a la policía que lo protege, diciéndolo todo sin hacer nada.

El parque de Besiktas está a rebosar. Han puesto incluso una carpa con una “exposición de la resistencia” con fotos de estos días, donde algunos juegan al ajedrez.

Una de las diferencias de los nuevos parques con Gezi es que allí se veían algunas banderas de organizaciones y partidos políticos, y aquí no.

 

 

 

 

Me cuentan que han decidido que no haya, y que lo respetan porque saben que no serían bien recibidas. Sí hay personas que están en partidos, pero vienen como personas, no como miembros de ningún colectivo, me dicen.

Una mujer me cuenta que pronto habrá una marcha en Estambul por la diversidad sexual.

“Los travestis y transexuales siempre han estado muy mal vistos, pero han sido los que han liderado la resistencia, junto a los hinchas de fútbol. Fueron los que abrieron sus puertas para salvar a la gente y los que rescataron a cientos de perros y gatos que, si no, hubieran muerto por el gas.”

En la asamblea piensan cuál va a ser su próximo paso. Algunos tienen la mirada puesta en las siguientes elecciones: en crear un partido político nuevo o en apoyar estratégicamente a uno que ya exista, usarlos como ellos les han usado tantas veces.

 

Otros creen que el camino es más a largo plazo, que hay que seguir creando comunidad.

“No podemos ni imaginar cuántos proyectos saldrán de aquí”.



Viernes 21

Hoy, en el parque de Besiktas se dividen por comisiones: Legal, Comunicación, Logística, Mujeres, Salud, Educación, Artes…

 

En las asambleas más grandes, cogen actas y las suben a la web. También han colgado una lista no oficial de principios: “somos pacíficos, ninguna organización nos representa, no tenemos líderes, la libertad es lo único que nos inspira”.

La Plataforma de Solidaridad con Taksim convoca a ir mañana a la plaza, a las 19h, con claveles en la mano, en homenaje a los muertos. La de Besiktas y otras asambleas deciden apoyar la acción.

 

La decisión es rápida: alguien lo propone y las miles de manos levantadas indican que la propuesta es aprobada.



Sábado 22

Taksim vuelve a estar llena de manifestantes, muchos de ellos con claveles, alguno con nariz de payaso, pocos con máscaras de gas.

 

 

 

 

Uno se sube al monumento a la República y le da un clavel a la estatua. Cientos se suben a las escaleras que dan al parque Gezi, frente al cordón policial.

 

Pasa una hora, la policía dice por megáfono:

“Ya os habéis manifestado, ahora iros, tenéis quince minutos”.

Nadie se va.

 

Les gritan:

“Iros vosotros, inmediatamente, el parque es nuestro”.

Pasa el tiempo, salen las tanquetas con el agua a presión, la gente corre, algunos intentan quedarse, varios se quedan frente a las tanquetas para que no pasen, meten claveles en ellas, les dicen a la policías: ¿no sóis personas?.

 

La policía les empuja, avanzan por Istiklal, tiran bombas de gas. En un momento dado, calculan mal su posición y se ven rodeados de manifestantes, se ponen contra la pared, los manifestantes se aplauden, pasan a su lado, no les hacen nada, solo pasan y se aplauden.

Cuando los policías vuelven a coger posiciones, atacan otra vez con gas. Me refugio con otros turistas en una tienda de antigüedades. El dueño nos invita a ir arriba, nos quitamos los zapatos, cruzamos su alfombra, nos sentamos en su sillón. Le han puesto una máscara de gas a una niña que está asustada.

 

Le tranquilizan sonriendo:

“No es nada, ya pasó, dile hello a nuestros amigos”.

El dueño nos dice:

“Estas protestas las han creado las potencias extranjeras porque han visto que estábamos creciendo mucho y haciendo grandes obras, por ejemplo, un aeropuerto, que podría hacer sombra al de Frankfurt; no es nada nuevo, desde que nació Turquía ya intentaron ocuparla y desde entonces vienen haciendo lo mismo”.

Una pareja de turcos, que viven ahora en Estados Unidos, le contestan que este gobierno es demasiado represor, y él admite: “Es verdad que ya no es tiempo de ser tan autoritario, ese tiempo ya pasó”.

Intentamos mirar por la ventana, pero nos advierte: “Quitaos de ahí, no quiero que os vea la policía”. Media hora después, bajamos.
 


 

 

Los manifestantes intentan volver a la gran calle comercial, Istiklal. Tras un par de horas de toma y daca, lo consiguen, hacen una gran barricada, están eufóricos.

No tarda en aparecer una tanqueta lanzando agua a presión y bombas de gas, y empieza la estampida, el caos, dos bombas de gas caen al lado mío, hay que salir de allí como sea, pero somos tantos que nos pisamos, uno se cae, consiguen levantarle, avanzamos lenta pero frenéticamente hasta un café que tiene medio echado el cierre.

 

Consigo entrar arrastrándome. Muchos nos arrastramos, asfixiándonos, sin ver nada, con tal angustia que, de forma intuitiva, me quito las gafas de buceo y la máscara - puta intuición, es mucho peor, me falta el aire.

 

Subo, subimos, a las segunda, a la tercera, a la cuarta a la quinta planta, como gusanos, buscando un poco de aire.

 

Algunos vomitan, gimotean, se oyen gritos de agonía, de auténticos moribundos y ya no hay más plantas que subir, nos tiramos al suelo, rendidos, esperando que todo pase, soñando, no sé muy bien porqué, con un zumo de naranja.

 

Uno me agarra del brazo, me dice algo en turco, le contesto en inglés, me dice al oído:

“Creía que me moría, man“.

Y yo también, my friend, yo también.

Cuando el gas se dispersa, y la policía se dispersa, nosotros respiramos. Hay quien fuma. Istiklal está desierta. Las otras calles, llenas. Yo me bebo el mejor zumo que jamás tomaré en mi vida. Vuelvo a Asia, a casa.

 

Allí, muchos siguen pescando y tomando cerveza.

 


 



Domingo 23

Taksim no descansa. Una marcha de transexuales inaugura el LambdaIstambul, 10 días por los derechos LGTB (lesbian & gay & transexual & bisexual). El lema de este año es “Resistencia”.

 

Miles de personas llenan la plaza con una gran bandera arco-iris que llevan por todo Istiklal y cantan:

“Esto es solo el principio / seguiremos resistiendo”.

Muchos llevan un casco rosa.

Hoy no ataca la policía.

Una chica me cuenta que,

“hay mucha doble moral con los transexuales, incluso hay una presentadora de televisión que lo es”, pero que “si son famosos no hay ningún problema, lo malo es cuando son pobres”.

También dice que,

“sufren muchos ataques violentos, incluso hay vecinos que intentan echarles de sus barrios”.

 



Por la noche, decenas de velas en Taksim recuerdan la masacre de Sivas, cuando en 1993 una multitud de nacionalistas turcos incendió un edificio y murieron 33 intelectuales alevíes.

Una chica dice en un periódico:

“El gobierno oprime a todos los que no correspondan a su ideario social: a las kurdos, a las mujeres y, desde luego, a los homosexuales y transexuales, y por eso todos se han unidos ahora en las protestas”.

Viene a mi mente la palabra “minorías”. Pero son demasiados.

 

Pienso si la minoría no será más bien Erdogan.



Lunes 24

Han liberado al policía que mató a un chico en Ankara. El juez alega que actuó en defensa propia.

 

La asamblea de Kadikoy no está de acuerdo con el juez y decide convocar una marcha de protesta. Más de mil personas toman las calles y muchos vecinos apoyan desde sus ventanas con aplausos y caceroladas, incluso uno, no sé por qué, zarandea un cojín rojo.

 

Los manifestantes les invitan con las dos manos a unirse, mientras cantan:

“Ven, ven, Ven”. Y también: “Ethem está bajo tierra, los asesinos siguen fuera” y “Tahrir, Atenas, Madrid, os enviamos mil saludos”.

A veces se sientan para cortar una carretera y hacen un grito mudo.

 

Cuando pasan por un Starbucks, ponen los brazos en cruz y le hacen el gesto mudo de “en contra”. En un momento dado, gritan “olé, lánzanos gas, olé”, pero hoy tampoco hay policía, no hay gas, no hay disturbios. Tras un par de horas, vuelven al parque y celebran su asamblea.
 

 

 


En el parque de Kadikoy hay ya puestos de alimentación, una biblioteca y una exposición de fotos y dibujos infantiles. En uno dibujo de ellos, hay una máscara de Anonymous sonriente al lado de una de un hombre que llora, y puede leerse:

“Bienvenidos al teatro al aire libre del gas, todo el mundo puede participar”.

Un chico con altavoz recorre el parque pidiendo donaciones de sangre para determinado grupo sanguíneo que necesita urgentemente el hospital del barrio. La consiguen en un tiempo récord.

Unos han hecho una pequeña jaima, otros sacan un acordeón y cantan. Pregunto si antes era habitual pasar las noches en los parques.

”No”, me dicen, “se consideraba peligroso, solo venía la mala gente”.

La mala gente, los çapulcu que ahora salen a la luz, están en todas partes, tomando plazas, conciencias, redes sociales, parques.

Y pienso que, pase lo que pase a partir de ahora, Estambul ya no es la misma, Turquía jamás volverá a ser igual.

 

 

 

 




 



 
Estambul - Taksim No Es Una Revolución
por Carlos F. Chamorro
Junio 28, 2013

 


Foto: Arzu Geybullayeba

 

– Quieres ir a la plaza Taksim… ¿Trajiste tu máscara antigás?– me pregunta a quemarropa Arzu, una periodista turca curtida en la cobertura de la revuelta.

– Solo tengo mis tenis para correr…– le respondo apurado, y así convenimos que al concluir el evento al que nos ha convocado Free Press Unlimited en Estambul, a las 9.30 de la noche nos dirigiremos, junto a otros colegas, hacia el foco de la protesta.



Hace hora y media se venció el ultimátum que lanzó el primer ministro Recep Tayipp Erdogan contra los manifestantes que han ocupado el parque Gezi durante dos semanas, acaparando la atención mundial, pero decenas de miles de personas se pasean con indiferencia en el centro de Estambul.

Los vendedores ambulantes que ofrecen cascos de construcción, blancos y amarillos, y goggles para nadar, con los que cualquier turista devenido en manifestante accidental puede improvisar su propia máscara antigás, son la señal inequívoca de que nos acercamos a la plaza. “Te los dejo en 10 liras turcas”, me reta el comerciante que está listo para el regateo.

Estamos a solo dos cuadras de la plaza-símbolo, tras haber caminado unas veinte a través de la avenida Istiklal (Independencia), un hermoso paseo peatonal de tres kilómetros en el centro de Estambul, desde cuyas alturas se aprecia el majestuoso paisaje del Bósforo, el estrecho de que une a Europa y Asia a través de esta milenaria ciudad, antes conocida como Bizancio o Constantinopla.

Aquí se respira historia en cada esquina, entre mezquitas, templos católicos y monumentos antiguos, pero al llegar a la plaza Taksim el pavimento despide un fuerte olor a orines y en el aire se capta la acidez que ha dejado el bombardeo de los gases lacrimógenos de los días recientes.

Hace dos días hubo una batalla campal, los manifestantes fueron desalojados brutalmente por la policía, con sus cañones de agua y una lluvia de gases, pero han retomado sus posiciones en la plaza y de un momento a otro se espera que empiece una nueva arremetida.

Taksim no es una plaza imponente como el Zócalo de México, sino más bien un mediano espacio rectangular, bordeado por hoteles y edificios comerciales, y alguno del gobierno, desde el que cuelga una gigantesca bandera turca con la imagen de Mustafa Kemal Ataturk, el gran estadista y padre de la nación turca.

 

En uno de sus costados, está el pequeño parque Gezi al que se llega subiendo unas pocas escaleras; en la oscuridad, el último espacio verde del centro de Estambul se advierte por las copas de los árboles que sobresalen en la selva urbana, y por la masa compacta de gente que lo custodia gritando consignas.

 


Foto: Arzu Geybullayeba



 

El corazón de la protesta

“!Aquí estamos las madres!”, clama desafiante un grupo de mujeres mayores, y los jóvenes responden:

“!Esto es solo el principio!”

Las pancartas del omnipresente Ataturk se codean con las del Ché Guevara, que también es símbolo de la protesta turca.

 

Sitiados por centenares de policías agazapados en sus escudos, se mantienen los manifestantes más aguerridos, el núcleo duro de esta protesta sin un líder visible, que empezó el 27 de mayo para preservar el parque cuando Erdogan anunció planes para demolerlo con el fin de crear un centro comercial.

 

Unos cincuenta activistas ambientalistas se plantaron en defensa de Gezi, pero fueron reprimidos con exceso de fuerza por el gobierno.

 

Poco a poco se sumaron los jóvenes que rechazan el conservadurismo musulmán de Erdogan. Auto convocados a través de las redes sociales, aparecieron abogados, periodistas, profesionales, y grupos de izquierda, reclamando libertad de prensa y democracia, hasta sumar decenas de miles, conformando el mayor desafío político que ha enfrentado el régimen de Erdogan en la última década.

“¿Sultán o demócrata?”, pregunta la portada de la revista The Economist sobre el liderazgo de Erdogan, un populista que ha ganado las últimas tres elecciones, primero con el apoyo de los liberales y después en alianza con los musulmanes conservadores.

 

Aunque hace apenas unos años la Unión Europea lo alababa como un demócrata modernizador que puso a raya el poder del ejército, ahora lo perciben como una amenaza potencial para la estabilidad de la democracia en Turquía y su singular milagro económico.

La tensión está a punto de explotar cuando entramos al parque Gezi, a pocos metros de la hilera de policías armados con sus rifles lanza gases.

 

Adentro del parque casi todo mundo porta máscaras de esas que usan los pintores de spray y que se pueden adquirir en cualquier ferretería. En medio de un enjambre de tiendas de campaña, azules y rojas, la gente va y viene en carrera, hay cordones de defensa, mítines relámpago, un pequeño anfiteatro, y un puesto médico. No hay armas a la vista.

 

Los manifestantes se jactan de su pacifismo y alegan que fueron infiltrados por agentes policiales vestidos de civil que atacaron con cocteles molotov a la policía.

 

La escena fue ampliamente difundida por las cadenas de televisión que apoyan al régimen y que hasta entonces habían ignorado las protestas, y la respuesta policial fue una represión violenta e indiscriminada.

 

 Aquí está el corazón de la protesta que desde Estambul se extendió a la capital, Ankara, y a las principales ciudades del país, convirtiéndose en un reclamo nacional contra el estilo autoritario de gobierno de Erdogan.

Nazli, una guapa muchacha de grandes ojos almendrados que trabaja como intérprete y habla perfecto español, dice que está harta del Primer Ministro porque intenta imponer su visión religiosa de la vida y las costumbres, en una sociedad que se jacta de su tradición secular.

 

Erdogan ha impuesto restricciones al consumo de alcohol y denigra a las personas de costumbres liberales, para congraciarse con las iglesias musulmanas.

“No puedo circular libremente vestida de esta manera en toda la ciudad”, se queja Nazli, aludiendo a su camisa sin mangas y su falda corta.

 

“Erdogan quiere controlarlo todo, es un demagogo, está asfixiando nuestras libertades”, reclama esta joven que al concluir su trabajo cada tarde, se cambia de ropa y permanece en la plaza hasta el amanecer.

La ola de protestas que estremeció a Turquía dejó cinco muertos, más de 7.000 heridos y centenares de detenidos, entre ellos decenas de periodistas, abogados, y defensores de derechos humanos.

 

En Turquía hay más de 70 periodistas presos, incluso más que en China, asegura la organización Reporteros sin Fronteras, y muchos ni siquiera enfrentan una acusación formal pues les aplican las leyes “antiterrorismo”.

 

A la protesta que nació en Taksim se sumaron no solo los jóvenes universitarios, las feministas y los intelectuales de la clase media, también hay sindicatos, grupos nacionalistas, y las minorías Alevin, que resienten el creciente poder de los musulmanes tradicionales.

 

Algunos la vivieron con aires de concierto al estilo Woodstock, para otros es el renacimiento de una sociedad civil democrática que se propone ponerle límites al autoritarismo político.

Pero Taksim no ha sido una revolución ni una réplica de la primavera árabe que sacudió a Túnez y Egipto, derribando gobiernos.

 

El régimen de Erdogan, encabezado por el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo), gobierna el país desde el 2002 y ganó la última elección en 2011 con casi el 50% de la votación.

 

Erdogan mantiene una considerable cuota de apoyo popular administrando una economía vigorosa, y aunque algunos manifestantes han pedido su renuncia, en realidad nunca ha estado en juego la legitimidad de su gobierno.

“Esta no es una revolución, o algo parecido, es una protesta turca, europea, para ponerle límites al autoritarismo, y los resultados se verán en la próxima elección, si es que Erdogan no provoca una crisis mayor aferrándose a la represión”, insiste Arjen, un colega holandés que dirige una emisora de radio internacional.



Foto: Arzu Geybullayeba

 

 

 

Un piano en la plaza

Aprieto los tenis en el pavimento, listo para correr.

 

Hemos acordado una ruta de escape en caso de que la policía arremeta con los cañones de agua y los gases lacrimógenos, pero afortunadamente no será necesario. A pesar de las amenazas vociferantes de Erdogan, en un café cerca de la plaza se está celebrando una reunión secreta entre oficiales del gobierno y representantes de la protesta.

 

Erdogan intenta mostrar una cara negociadora y ofrece un referéndum para decidir sobre el destino del parque, pero la represión y el desalojo definitivo llegará sin falta dos días después.

Regresamos a Taksim y nos acercamos al monumento a Ataturk en el centro de la plaza, que está fuertemente custodiado por la policía. A su vez, centenares de manifestantes se despliegan en torno al monumento. De repente cesan las consignas y se escucha la hermosa melodía de un piano en la plaza Taksim.

 

Es una escena surrealista. Hace unos minutos estaba a punto de estallar la batalla, y ahora los manifestantes aplauden, ríen y se abrazan en un improvisado concierto que durará varias horas hasta el amanecer, mientras la policía observa con aire de desconcierto.

Leo la noticia al día siguiente en el International Herald Tribune: el pianista es un artista alemán, Klavier Kunst, un auténtico trotamundos, que en su sitio Web pregunta,

“¿Dónde debería tocar? Qué lugares del mundo les gustaría que visitara con mi piano”, y así llegó a Estambul, a petición del público.

Pero, ¿cómo carajo aterrizó el piano hasta el centro de la plaza?

 

Arzu, la colega turca que nos ha acompañado, tiene una explicación: el “milagro” ha sido posible por esa fusión que suele darse entre la pasión por el fútbol y la política.

 

Resulta que la “barra brava” del Besiktas, un popular equipo de fútbol de Estambul, habituado a enfrentamientos callejeros con la policía después de cada partido, fue uno de los primeros grupos que se solidarizó con los manifestantes del parque Gezi.

“Ellos han estado al frente de la logística para defender a los manifestantes cuando llega la policía”, me cuenta Arzu.

Y en la manifestación más grande que se convocó contra Erdogan, incluso marcharon hombro a hombro con sus archirivales, los partidarios del Galatasaray y el Fenerbachce.

“Ellos, que se odian en los estadios, ese día se prestaban las consignas contra el gobierno”, dice Arzu con picardía.

Y fueron estos mismos muchachos del Beksitas los que trasladaron el piano al centro de la plaza la noche de la protesta.

 

Foto: Arzu Geybullayeba

 

 


POSDATA
 

Dos días después de mi furtiva incursión en el parque Gezi, el sábado 15 de junio, Erdogan hizo cumplir el ultimátum y a las ocho de la noche desalojó a los manifestantes recurriendo a la intervención masiva de la fuerza policial, declarándose víctima de una conspiración internacional.

Ahora los turcos han inventado otras formas originales de manifestarse:

Se ponen de pie en la plaza y durante horas protestan en absoluto silencio, para que el gobierno no pueda acusarlos de terroristas.

La llama de la protesta está encendida, y desde Managua aún escucho el piano, esa melodía libertaria, que suena en la plaza Taksim.