por Bridgette Grillo, Krystal Alexander, Nicole Fletcher
16 Julio 2012

del Sitio Web VoltaireNet

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Las naciones han llegado al límite y no quieren seguir subsidiando las aventuras militares de los Estados Unidos.

 

Ya en las reuniones de junio de 2009 en Ekaterimburgo, Rusia, líderes mundiales como el presidente chino Hu Jintao y el ruso Dimitri Medvedev, más otros altos funcionarios de la Organización de Cooperación de Shangai, compuesta por seis naciones, dieron un paso decisivo para sustituir el dólar como moneda de reserva del mundo.
 

 


Dimitri Medvedev, el ex-presidente ruso presentó en esa ocasión

la nueva moneda que deberá remplazar el dólar.
 


A los Estados Unidos (EE.UU.) se le negó la entrada a estas reuniones. Si estos líderes mundiales tienen éxito, el valor del dólar se desplomará pronto; el costo de las importaciones, incluyendo el petróleo, se disparará y las tasas de intereses aumentarán.

El mundo considera al Fondo Monetario Internacional (FMI), al Banco Mundial y a la Organización Mundial del Comercio (OMC) como peones de Washington en un sistema financiero respaldado por las bases militares y portaaviones estadounidenses que merodean el mundo. No obstante, esta dominación militar es el vestigio de un imperio estadounidense que ya no es capaz de gobernar a través de la fuerza económica.

 

La potencia militar de EE.UU. es demasiado musculosa, se basa más en el armamento atómico y los ataques aéreos de larga distancia que en operaciones de tierra, las cuales son hoy en día demasiado impopulares, políticamente hablando, como para realizar ataques a gran escala.

Como subrayó Chris Hedges en junio de 2009:

«Los arquitectos de este intercambio mundial se dan cuenta de que si vencen al dólar entonces podrán vencer la dominación militar de los Estados Unidos.

 

El gasto militar de los EE.UU. no puede sostenerse sin este ciclo de grandes préstamos. El presupuesto oficial de defensa estadounidense para el año fiscal 2008 fue de $ 623 mil millones; el presupuesto militar que más se le acercó fue el de China, $65 mil millones, de acuerdo con la Agencia Central de Inteligencia.

Para financiar la permanente guerra económica, EE.UU. ha estado inundando el mundo con dólares.»

Los bancos centrales de los países recipiendarios convierten estos dólares en moneda local y es entonces cuando estos bancos centrales se enfrentan a un problema. Si un banco central no gasta su dinero en los Estados Unidos, la tasa de cambio contra el dólar se incrementa y se penalizan a los exportadores.

 

Esto le ha permitido a EE.UU. imprimir papel moneda sin restricciones: comprar importaciones y compañías extranjeras, financiar la expansión militar, así como asegurar que otras naciones, como China, continúen comprando bonos del tesoro estadounidenses.

En julio de 2009, para ilustrar su convocatoria a la búsqueda de una nueva moneda supranacional que reemplace el dólar, el Presidente Medvédev sacó de su bolsillo una muestra de la «moneda mundial del futuro unido». La moneda, que tiene la inscripción «Unidad en la diversidad», fue acuñada en Bélgica y presentada a los jefes de las delegaciones del G8.

En septiembre de 2009, la conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por su sigla en inglés) propuso la creación una nueva moneda artificial que substituya al dólar como moneda de reserva.

 

Las Naciones Unidas quiere rediseñar el sistema de intercambio internacional de Bretton Woods.

La creación de esta moneda sería el reacondicionamiento monetario más grande desde la Segunda Guerra Mundial. China, por su parte, está enfrascada en acuerdos con Brasil y Malasia para realizar su comercio en yuanes chinos, mientras Rusia propone comenzar a negociar en rublos y monedas locales.

 

Además, nueve países latinoamericanos han acordado la creación de una moneda regional:

el Sucre (Sistema Único de Compensación Regional); esta moneda está dirigida a frenar el uso del dólar estadounidense.

Reunidos en Bolivia, los países del ALBA (Alianza Bolivariana para las Américas), un bloque izquierdista impulsado por el presidente venezolano Hugo Chávez, se comprometieron a seguir adelante con la creación de una nueva moneda para su comercio intrarregional.

 

El Sucre comenzó a desarrollarse en 2010 con un formato no impreso. Los estados miembros del ALBA son Venezuela, Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua, Antigua y Barbuda, Dominica y San Vicente y las Granadinas.

El ciclo que sostiene la permanente economía de guerra de los EE.UU. parece estar llegando a su fin. Una vez que el dólar no pueda inundar los bancos centrales y nadie compre los bonos del tesoro estadounidenses, el imperio militar global de los EE.UU. se hundirá; el impacto sobre la vida diaria de la población de ese país puede ser grave.

Nuestros autores pronostican que junto al incremento de los costos, estados y ciudades (de EE.UU.) verán desaparecer sus fondos para pensiones. El gobierno se verá forzado a vender la infraestructura a las sociedades privadas, incluyendo carreteras y transporte. La gente cargará con los costos de los servicios públicos privatizados que una vez fueron regulados y subsidiados.

 

Las propiedades inmobiliarias comerciales y privadas bajarán a menos de la mitad de su valor actual.

Los valores negativos que ya plagan el 25 por ciento de los hogares estadounidenses aumentarán hasta incluir a casi todos los dueños de propiedades. Será difícil pedir prestado e imposible vender las propiedades inmobiliarias a menos que aceptemos grandes pérdidas. La calles se llenarán de tiendas vacías y casas clausuradas. Las ejecuciones de hipotecas serán una epidemia.

 

Habrá largas colas en los comedores comunitarios y muchos, muchos desamparados.
 

 


Actualización de Michael Hudson

(Global Research)

Los países del mundo buscan hoy la creación de un sistema monetario internacional en el cual los ahorros en los bancos centrales no financien el déficit militar de los Estados Unidos.

 

En estos momentos, las «acciones con el uso del dólar» de otros países toman la forma de bonos del tesoro estadounidense, usados para financiar el déficit presupuestario doméstico (mayormente militar) de los EE.UU.; tal déficit es debido en gran medida a gastos militares.

Rusia, China, India y Brasil tomaron el liderazgo en la búsqueda de un sistema alternativo. Sin embargo, ha sido casi nula la disponibilidad de información sobre este sistema en la prensa estadounidense o europea, excepto una versión más corta de una opinión editorial «desdolarización» que publiqué en el Financial Times de Londres.

Las conversaciones sobre la creación de un sistema monetario alternativo no se han hecho públicas.

 

Fui invitado a China a tratar mis puntos de vistas con funcionarios de este país y a dar conferencias en tres universidades. Posteriormente me solicitaron redactar mis propuestas para el Premier Wen Jiabao, en espera de otra visita, previa a las reuniones a celebrarse ese año entre China, Rusia, India y Brasil, con Irán con el estatus de país invitado.

Todo esto muestra que las otras naciones están en la búsqueda de alternativas. Ahora, que el Euro ha colapsado, quedan pocas posibilidades para el dólar como moneda de reserva. Esto da a entender que no hay moneda nacional que sea un depósito de valores estable para las economías mundiales.

Mientras tanto, los administradores del dinero estadounidense lideran la fuga del dólar a Brasil, China y otros países de «mercados emergentes».

 

Como se ven las cosas, estos países están vendiendo sus recursos y compañías «de gratis», ya que los dólares invertidos van a parar a sus bancos centrales para entonces ser reciclados en forma bonos del tesoro estadounidenses o para utilizarlos para pagar las deudas en euro que se desmoronan en cuanto a su valor internacional.

Las respuestas a estas interrogantes están en la presión por terminar la era de postguerra de «movimiento libre de capital» e iniciar los controles de capital.

Casi no hubo repercusión en la prensa sobre mi artículo, o incluso, del tema en sí mismo. Los grandes medio de los EE.UU. y Europa han tenido éxito al ignorar la propuesta para una alternativa a la situación actual.
 

 


Actualización de Fred Weir

(The Christian Science Monitor)

Este artículo ilustra un aspecto de la búsqueda de la Rusia post-soviética de un lugar en el orden global dirigido por EE.UU., una posición que refleje sus propios intereses geopolíticos distintos y de cómo estos difieren de los de occidente en términos históricos, culturales y en cuanto a nivel de desarrollo económico.

 

Rusia heredó estrechas relaciones de la ex Unión Soviética con muchos países que EE.UU. mira como «estados agresores», incluyendo Irán, Cuba y Venezuela.

El apoyo oficial y público hacia esos países continúa latente, así como su oposición al sistema global de los EE.UU., aun cuando Moscú ya no muestra un gran sentimiento de ideología anti-occidental ni revela ningún objetivo práctico de movilizarse hacia una «alianza» que respondería a los intereses de Rusia.

Bajo la administración de George W. Bush, Moscú sintió la presión de lo que percibió como usurpaciones por parte de occidente hacia el espacio post-soviético, a los que los rusos llamaron el «cercano extranjero».

 

Esta hostilidad tomó la forma de «revoluciones de colores» o a lo que la prensa occidental denominó «levantamientos pro-democráticos» en Georgia, Ucrania y Kirguistán, los cuales derrocaron regímenes corruptos, pero pro-moscovitas, y llevaron al poder otros más francos, activos y pro-occidentales.

El Kremlin, con razón o sin ella, interpretó que estas revueltas eran financiadas por los EE.UU. y que organizaban intentos de rediseñar las lealtades políticas de estos estados cercanos con los cuales Rusia ha tenido lazos históricos profundos.

 

Dos de esos nuevos líderes, Mijaíl Saakashvili de Georgia y Víktor Yúshchenko de Ucrania, intentaron una vía rápida para incorporar a sus países como miembros de la OTAN, una perspectiva que Rusia percibió con alarma, casi con pánico.

Otra iniciativa de la era Bush, que engendró profunda hostilidad en Moscú fue el plan para emplazar interceptores estratégicos antimisiles en la vecina Polonia, con radares asociados en la República Checa.

 

Los expertos militares rusos sugirieron que estos despliegues eran el comienzo de un proceso estratégico que en el futuro podría debilitar las envejecidas armas nucleares rusas de la época (pero Rusia ha recuperado muy rápido e incluso sorprendido con su nueva tecnología, heredadas de la era soviética, como medios de disuasión, lo cual es la principal prioridad de la defensa nacional rusa.

En respuesta a estas amenazas, a veces Rusia parecía desviarse de su manera habitual de cultivar relaciones con otros países con los que los EE.UU. ha tenido desacuerdos, que es precisamente el tema de este artículo.

 

Los rusos también llevaron a cabo ejercicios navales en el Caribe con la marina de guerra venezolana, reanudaron el patrullaje de bombarderos nucleares, al estilo de la era de la Guerra Fría, a lo largo de la costa norteamericana y hablaron de revitalizar las antiguas bases aéreas soviéticas en Cuba (ver vínculos de estas historias abajo).

Hubieron cambios sustanciales en las prioridades de la política exterior del Presidente Barack Obama, la actitud de Moscú se ha relajado un tanto.

 

Obama engavetó el polémico plan para el emplazamiento de armas antimisiles en Polonia (aunque últimamente ha hecho marcha atrás y ha comenzado a instalar sus equipos militares en Polonia y República Checa) y retiró por el momento de la agenda cualquier tema relacionado con la inclusión de Ucrania y Georgia en la OTAN.

El denominado «reajuste» de Obama en las relaciones entre Moscú y Washington parece estar mejorando las perspectivas de cooperación, incluso en temas tan espinosos como Irán, aunque puede que sea demasiado temprano para arribar a conclusiones firmes.