Apéndice V
EL POPOL VUH, Y LOS EBES
Aunque a algunos pueda parecerles que este apéndice no tiene mucho
que ver con el resto del libro y aun que todo él no tiene sentido,
creo, por el contrario, que es altamente esclarecedor para entender
en toda su profundidad lo que llevamos dicho en este libro y en los
dos que le han precedido.
En el
Popol Vuh, de una manera totalmente original e independiente,
vemos confirmada la tesis de que las religiones han sido una gran
estrategia de los «dioses» o extraterrestres a lo largo de los
siglos para tener sometidas las mentes de los humanos. Con ellas
evitan, por una parte, que evolucionen —y no lleguen a «ser como
dioses»—. y por otra logran que los hombres hagan lo que a ellos les
interesa, lo cual no es nada fácil, ya que lo que a los dioses les
interesa que hagamos es con frecuencia muy desagradable para
nosotros.
Pero antes de entrar en materia digamos que el Popol Vuh es. dentro
de la gran cultura maya, el libro sagrado de una de las tribus de
esta cultura, los quichés, que florecieron en el sur de la península
de Yucatán y sobre todo en la actual Guatemala. El Popol Vuh
original fue destruido por el piadoso y feroz fanatismo de los
misioneros franciscanos que ingenuamente querían suplantar los mitos
paganos con el mito cristiano.
En la enorme pira de documentos
indígenas que el obispo Landa hizo en Mérida, en la que se perdieron
para siempre inestimables tesoros de la cultura maya, probablemente
había alguna copia del Popol Vuh original. El que hoy poseemos fue
reescrito ya en tiempos del coloniaje, basándose en el recitado de
algunos de los viejos sacerdotes u hombres sabios que sabían el
texto de memoria.
La traducción que usamos es la de Adrián Recinos, publicada por la
Editorial Universitaria Centroamericana, que es más completa y mejor
hecha que otras publicadas anteriormente por diversos autores.
Popol Vuh significa «El libro del Consejo o del pueblo», y
curiosamente, como una débil señal de la relación que en épocas
remotas existió entre todos los pueblos del planeta, las dos
palabras tienen raíces similares en las lenguas del otro lado del
Atlántico. Popol significa Consejo o Reunión del pueblo, y a lo que
parece es la misma raíz latina que «populus». Vuh o Vuj,
significando libro o compendio de sabiduría, nos lleva en seguida a
la palabra germánica «buch» o inglesa «book».
Pero, raíces aparte, digamos que la lectura del libro sagrado de los
quichés nos deja desde un primer momento perplejos por dos motivos:
En primer lugar, por la similitud de los mitos que en él se narran
con los mitos que leemos en la Biblia, y en segundo lugar, porque en
él nos encontramos a los dioses mayas haciendo con el pueblo quiché
lo mismo que los EBEs hacen con los hombres del siglo XX.
Los quichés, más ingenuos que nosotros, veían a aquellos seres que
se les aparecían, como auténticos «dioses», y se postraban ante
ellos y voluntariamente cumplían las órdenes —a veces terribles— que
les daban. Nosotros, en cambio, con más siglos encima de nuestras
espaldas y mucho más conocedores de las leyes de la naturaleza, ya
no los vemos como «dioses», sino que tratamos de penetrar en los
secretos de su tecnología, dándonos cuenta de que no vienen de
ningún cielo sobrenatural, sino que son un poco más avanzados que
nosotros, con un cuerpo físico, aunque en muchos de ellos sea más
sutil.
En la Biblia,
Yahvé se presentaba como un clásico «Dios Universal y
Único», pero en el fondo pedía las mismas cosas —aunque un poco más
disimuladas— que los dioses de los quichés y cahiqueles, y las
mismas que en la actualidad nos están imponiendo los
extraterrestres. Y las piden porque aunque se presenten como dioses
o entidades de un tipo o de otro, en el fondo tienen las mismas
necesidades hoy que en tiempos pasados; y estas necesidades son las
mismas en unos y en otros, porque a pesar de los siglos de distancia
y de los diversos disfraces, los personajes son genéricamente los
mismos: unas entidades no humanas, habitantes de otras moradas del
Cosmos, con cuerpo físico, más inteligentes que nosotros, que nos
usan igual que nosotros usamos a los animales.
Este es el gran mérito del Popol Vuh: que nos esclarece los
propósitos verdaderos de estos rufianes siderales que ahora se nos
presentan como astronautas, ya sin el disfraz de dioses, pero con
las mismas necesidades, a juzgar por sus acciones.
Por tanto, en los textos que voy a presentar, saltaré de la
semejanza del Popol Vuh con el Yahvé bíblico —otro rufián sideral
que engañó y exprimió al pueblo hebreo— a las semejanzas con los EBEs de hoy; poniendo de manifiesto que no importa el disfraz con
que se presenten, muchos de ellos tienen las mismas necesidades y
todos vienen por su propio interés, y no por el nuestro.
Los paralelos que encontramos del Popol Vuh con la Biblia, o mejor
dicho, con el «extraterrestre» disfrazado de Dios, Yahvé, son
abundantísimas. Nada más comenzar a leer nos saltan a la vista no
una, sino varias Trinidades y oímos a «Dios creador» decir:
«¿Cómo
haremos para ser invocados y para ser recordados sobre la tierra?
¡Hagamos al que nos sustentará y alimentará!... Probaremos ahora a
hacer unos seres obedientes y respetuosos que nos sustenten y
alimenten. Así dijeron...»
Y aquí comienza ya a aflorar algo que estará presente en todo el
libro y de lo que nos ocuparemos en seguida.
Los paralelos son demasiado abundantes como para detenernos en cada
uno de ellos, aparte de que no es éste el propósito de este
apéndice.
Dejaremos, por tanto,
-
otro «paso del mar a pie enjuto» por
haberse retirado las aguas al igual que le sucedió a Moisés;
-
otra
confusión de lenguas como en Babel;
-
otras «arcas» en donde los
dioses moraban y se comunicaban con los jefes de las tribus;
-
otras
concepciones virginales;
-
otros «reyes magos» que en vez de ser tres
eran cuatro, pero que dan la impresión de haber leído lo que sus
congéneres evangélicos habían hecho:
«Grandemente se alegraron Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam
cuando vieron a la Estrella de la mañana. Salió con la faz
resplandeciente cuando salió primero delante del sol. En seguida
desenvolvieron el incienso que habían traído desde Oriente y que
pensaban quemar, y entonces desataron los tres presentes que
pensaban ofrecer.»
Dejemos asimismo la creación del hombre, tan paralela a la de Adán:
«Entonces fue la creación y la formación. De tierra y lodo hicieron
la carne del hombre...»; y dejemos la creación de las «Evas»
«durante el sueño».
Y entremos en la consideración de los pasajes
que nos entroncan directamente con lo que hemos tratado en este
libro: Me refiero en concreto a la constante petición de sangre que
Tohil, Avilix y Hacavitz, la Trinidad de los quichés, les hacía a
los sacerdotes; a las matanzas de reses que ellos tenían que hacer
para sacrificárselas de modo que estuviesen satisfechos; a los
sacerdotes como «alimentadores» de los dioses, y, por último, a la
desaparición constante de personas sin que el pueblo supiese a
ciencia cierta quién era el que las llevaba.
Las frases con que la «Trinidad», representaba muchas veces por
Tohil, pedía a los sacerdotes que les sacrificasen hombres y que
derramasen su sangre delante de sus estatuas —estatuas que
normalmente se convertían en apuestos jóvenes vivos— son
verdaderamente intrigantes, y se repiten constantemente a lo largo
de todo el libro sagrado:
«Dominaréis a todas las tribus; traeréis su sangre y su sustancia
ante nosotros; y los que vengan a abrazarnos, nuestros serán
también... Venid a darnos un poco de vuestra sangre; ¡tened
compasión de nosotros!... De esta manera nacieron los sacrificios de
los hombres ante los dioses... En seguida empezaron a
sacrificarlos..., los de Illocab fueron sacrificados los primeros
ante el dios...»
Los sacerdotes-sacrificadores obedecían puntualmente las órdenes de
sus dioses:
«... se decían en sus corazones: sólo la sangre de los
venados y de las aves tenemos para ofrecerles... Y luego se punzaban
las orejas y los brazos ante la divinidad, recogían su propia sangre
y la ponían en el vaso junto a la piedra. Pero en realidad no era
piedra, sino que se presentaba cada uno en la figura de un joven. Y
se alegraban los dioses con la sangre de los sacerdotes... y les
decían: seguid el ejemplo de los animales sacrificados, ¡ahí está
vuestra salvación!... Y cuando la sangre había sido bebida por los
dioses, al punto hablaba la piedra cuando llegaban los sacerdotes y
sacrificadores.»
Esta sed de sangre se manifiesta en que no sólo piden que les
sacrifiquen hombres y animales, sino que les mandan que ellos mismos
se saquen sangre y se la ofrezcan:
«Disponed lo necesario para sangraros las orejas; picaos los codos,
haced vuestros sacrificios; éste será vuestro agradecimiento a
Dios.» «Está bien, dijeron. Y se sacaron sangre de las orejas.»
¡Cómo nos recuerda este pasaje a aquel
del Éxodo en que Yahvé les
manda a los amos que perforen con una lezna las orejas de sus
esclavos contra la puerta!
Y a aquel otro en que le manda al
sacerdote que unte con la sangre de la res sacrificada su propia
oreja! Estos ritos, que nos parecen absurdos y sin explicación,
pertenecen a la magia cósmica que desafía toda lógica humana y de la
que nada sabe nuestra engreída ciencia.
Este es el pago que Tohil le pedía a su pueblo para ayudarlo. Y, al
igual que Yahvé, si no cumplían sus peticiones y sus mandamientos,
los castigaba con una fiereza nada propia de un padre o de un
protector. Y, por el contrario, si obedecían, les daban poder sobre
las otras tribus.
He aquí las frases de una oración:
«Que se multipliquen y crezcan
los que han de sustentarte y mantenerte... Que sea buena la
existencia de los que te dan el sustento y el alimento a ti, ¡oh
Tohil!... Este es el precio de la vida feliz; el precio del poder y
del mando.»
Como hemos visto a lo largo de todo el libro, y aparte de ser a
estas alturas algo perfectamente conocido entre los investigadores
del fenómeno ovni, las heridas que se ven en los cuerpos mutilados
de las reses que aparecen muertas pueden variar, lo mismo que las
vísceras que les faltan, pero el denominador común es la falta de
sangre. Y no sólo en el ganado, sino en las personas que de vez en
cuando han aparecido muertas tras el avistamiento cercano de ovnis;
el dato de la falta de sangre está prácticamente siempre presente.
En alguno de los documentos aducidos a lo largo del libro hemos
podido ver el aprecio que los Tohil, Avilix y Hacavitz de hoy —los
EBEs— tienen de la sangre. La usan no sólo de alimento, previamente
procesada, sino como materia prima para fabricar sus androides. En
uno de ellos leíamos que un testigo había presenciado cómo ellos
meten las manos en ella como si fuesen una esponja, para absorber
algún tipo de energía.
Y hace ya años que John Keel nos comunicaba
la noticia de que en el Estado de Ohio un ovni hizo esfuerzos
desesperados para llevarse por el aire, mediante unas largas pinzas
que sacaba de los costados, una ambulancia que transportaba todo el
cargamento de sangre recién obtenida en una campaña de donación para
la Cruz Roja. La serenidad del chófer, que aceleró todo lo que pudo
hasta entrar en un área poblada y la ayuda indirecta de otros
automovilistas, evitaron que los alienígenas se salieran con la
suya.
Yahvé no pedía directamente sacrificios de hombres. Pero los pedía
indirectamente cuando le decía a Moisés antes y después de las
batallas que no dejara a nadie de los vencidos con vida:
«Encendióse
la ira de Yahvé porque los guerreros habían dejado con vida a las
lactantes con sus hijos.»
Pero si no se atrevía a pedir directamente
sangre humana, la pedía por toneladas de animales:
«El día de la
consagración del templo Salomón ofreció 20.000 bueyes en sacrificio
y 200.000 ovejas.»
Todo un río de sangre que había que derramar con
un rito especial alrededor del altar y que nadie podría tocar bajo
ningún concepto, «porque la sangre es sólo para Yahvé». Y por lo que
vemos hoy, a los EBEs también les gusta la sangre.
En páginas anteriores nos decían que el número calculado de reses
aparecidas muertas y desangradas en los últimos años sólo en los
Estados Unidos se aproxima a las 300.000, mientras que en el mundo
entero pasa de los dos millones.
Naturalmente, a los habitantes de la ciudad, embotados de fútbol y
de las chusmerías de las «estrellas» y empachados con las mentiras
de los políticos, todo esto les suena a pura anécdota rural. Pero yo
he visto llorar en silencio a un campesino absorto ante sus dos
vacas muertas inexplicablemente en medio del campo. Ellas eran la
mitad de su capital. A los EBEs esto les tiene sin cuidado, como a
nosotros nos importa poco quitarle a la cerda sus crías y venderlas
en el mercado.
El resumen y la conclusión de todo esto es que a ciertas «entidades
biológicas» o «divinas» les gusta igualmente la sangre. ¿No será que
son las mismas aunque con diferentes disfraces?
Pasemos ahora a otra característica interesante que asemeja a los
dioses del Popol Vuh con los EBEs de nuestros días: La desaparición
de gente, hecha además de una manera solapada.
En la actualidad todavía hay muchas personas, empezando por la
dignísimas autoridades, que no se han percatado del fenómeno y por
eso no le dan importancia. En las autoridades es casi lógico que así
sea, porque la feroz lucha que tienen entre ellos para mantenerse en
sus puestos y la febril actividad que desarrollan para oficiar la
liturgia del poder no les deja tiempo para encarar ciertos hechos
ocultos que amenazan a la sociedad y aun al planeta entero.
Pero lo que es triste es que otras personas cultas no se hayan dado
cuenta aún de este fenómeno tan curioso y tan preocupante. Es cierto
que en algunos países sucede más que en otros y es cierto también
que en alguno de ellos por ejemplo, en los Estados Unidos con
relación a los niños desaparecidos ya ha empezado a notarse alguna
preocupación en este sentido.
Pero la verdad es que, de vez en cuando, hay oleadas de
desapariciones, que si bien afectan mucho a los familiares
perjudicados y causan un gran alboroto en los lugares en que
suceden, a los pocos meses ya casi nadie habla del hecho que, por
otra parte, habrá pasado totalmente desconocido para la mayor parte
de los habitantes del planeta.
Los que en nuestros días perpetran semejantes crímenes saben
salpicarlos muy bien a todo lo ancho de la geografía terráquea, de
modo que quede como un hecho aislado y no inquiete demasiado. En
páginas anteriores hemos señalado desapariciones masivas —alrededor
de cien personas de cada vez— en lugares tan apartados entre sí como
Nueva Zelanda, Ecuador, Estados Unidos y el mar Mediterráneo.
Y ¿qué sabemos de las desapariciones de tribus primitivas y
apartadas que no tienen manera de hacérselo saber al mundo y ni
siquiera a sus propias autoridades?
De vez en cuando llegan noticias
de la desaparición de algún pueblo entero —de un pequeño poblado de
esquimales desaparecidos se llevaron hasta los mismos cadáveres
congelados de sus difuntos y no dejaron atrás ni a los perros—; pero
ese tipo de noticias sólo les interesan a los indagadores de lo
paranormal, mientras que para las personas «serias» sólo son cuentos
de camino.
Las estadísticas del Lloyd's de Londres acerca de barcos
desaparecidos misteriosamente son impresionantes. Y no se crea que
éste es un fenómeno de siglos pasados. En la actualidad siguen
desapareciendo barcos, de una manera inexplicable, en todos los
océanos del mundo con una cierta regularidad.
¿Quién se los lleva?
En el caso de los niños, existe la fácil explicación, y aún la
posibilidad, de que los rapten personas desalmadas para utilizarlos
en trasplantes o comerciar de alguna manera con ellos. Los niños son
débiles y por tanto fáciles de manejar. Pero la tripulación de un
barco es gente aguerrida y nada fácil de manipular, aparte de que
sus órganos y tejidos probablemente ya no están en demasiado buenas
condiciones.
Pero, dejando a un lado las personas, ¿a dónde han ido a parar los
propios navíos que han desaparecido con un mar en plena calma?
Este
solo detalle debería hacernos pensar que la causa de las
desapariciones de personas no es normal, ya que no sólo es capaz de
llevárselas a ellas, sino al propio barco con toda su ingente mole.
Y a los que crean que lo lógico es decir que el barco se hundió con
todos sus pasajeros, les preguntaríamos ¿qué tenemos que pensar en
los muchos casos en que el barco ha aparecido intacto pero a la
deriva y sin ninguno de sus pasajeros?
Veamos ahora lo que el Popol Vuh nos dice de la desaparición de
personas y observemos la astucia que los EBEs de aquel tiempo usaban
para aprovecharse de la ingenuidad de aquellos pueblos.
«He aquí cómo comenzó el robo de los hombres... y la matanza de las
tribus. Cogían a uno solo cuando iba caminando o a dos cuando iban
caminando y no se sabía cuándo los cogían y en seguida los iban a
sacrificar ante Tohil y Avilix. Después regaban sangre en el camino
y ponían la cabeza por separado en el camino. Y decían las tribus:
"El tigre se los comió". Y lo decían así, porque eran como pisadas
de tigre las huellas que dejaban, aunque ellos (los sacerdotes) no
se mostraban.»
«Y eran muchos los hombres que habían robado; pero no se dieron
cuenta las tribus hasta más tarde. ¿Si serán Tohil y Avilix los que
se introducen entre nosotros? Ellos deben ser aquellos a quienes
alimentan los sacerdotes y sacrificadores. ¿En dónde estarán sus
casas? ¡Sigamos sus pisadas!, dijeron todos los pueblos.»
«Entonces celebraron consejo. A continuación comenzaron a seguir las
huellas de los sacerdotes y sacrificadores, pero éstas no eran
claras. Sólo eran pisadas defiera, pisadas de tigre lo que veían,
pero las huellas no eran claras. No estaban claras las primeras
huellas, pues estaban invertidas, como hechas para que se perdieran
y no estaba claro su camino. Se formó una neblina; se formó una
lluvia negra y se hizo mucho lodo, y empezó a caer una llovizna.
Esto era lo que los pueblos veían ante ellos. Y sus corazones se
cansaban de buscar y de perseguirlos por los caminos, porque como
era tan grande el poder de Tohil, Avilix y Hacavitz, se alejaban
hasta allá en la cima de las montañas, en la vecindad de los pueblos
que mataban.»
«Así comenzó el rapto de la gente cuando los brujos cogían a las
tribus en los caminos y los sacrificaban ante Tohil, Avilix y
Hacavitz...»
«Reuniéronse todos en gran número y deliberaron entre sí. Y dijeron
preguntándose los unos a los otros: ¿Cómo haremos para vencer a los
de Cavec, por cuya culpa se están acabando nuestros hijos y
vasallos? No se sabe cómo es la destrucción de la gente. Si no
tenemos más remedio que perecer por estos raptos, que así sea; y si
es tan grande el poder Tohil, Avilix y Hacavitz, entonces que sea
nuestro dios este Tohil...»
En tiempos pasados, al igual que en la actualidad sucede con las
tribus más primitivas, los «dioses» se mostraban más descaradamente
y se atrevían a pedir cosas que hoy rechazaríamos de plano si nos
las pidiesen de la misma forma descarnada.
Hoy las matanzas de
hombres ya no las hacen los sacerdotes-sacrificadores; hoy las hacen
los políticos y los militares sacrificadores que estúpidamente
montan guerras sin sentido, y no caen en la cuenta de que sus mentes
están siendo manipuladas. Pero los «dioses» de hoy siguen obteniendo
en los campos de batalla y en las ciudades bombardeadas su ración de
sacrificios y de tejidos humanos.
A lo que parece, los Tohil de los quichés, al igual que los Zeus,
Júpiter, Osiris, Yahvé, Baal o Indra de los pueblos antiguos
euroasiáticos, eran más poderosos que los enanos macrocéfalos de
nuestros días. Aquéllos se presentaban con formas bellas que
inducían a la adoración, mientras que éstos se presentan normalmente
con su fea forma y necesitan usar vehículos materiales para moverse
entre nosotros.
(Aunque no debemos olvidarnos que algunos de ellos,
tal como leímos en algún documento, tienen la capacidad de cambiar
su apariencia física y presentarse como altos y rubios en
determinados momentos.)
Como resumen de este apéndice diremos que si se nos hacía muy
extraño que los ovninautas de hoy, constructores de unos vehículos
tan enormemente avanzados y capaces de vencer distancias tan enormes
en el Universo, tuviesen unas necesidades tan rudimentarias y se
comportasen de una manera tan inexplicable y tan irrespetuosa con
los derechos de los seres humanos, más extraño se nos hace todavía
el encontrarnos con estas mismas necesidades y gustos y con esta
falta de respeto en todos los dioses de la antigüedad, prácticamente
sin excepciones.
Todos piden el dolor y el sacrificio humano como una ofrenda
espiritual y todos quieren carne y, sobre todo, sangre de reses, y
en no pocas religiones, de hombres.
No importa que envuelvan sus peticiones con palabras melifluas de
amor y perdón y armen tremendos tinglados teológicos y litúrgicos
con los que arropar y disimular sus macabros deseos y gustos: En fin
de cuentas, todos quieren dolor, tejidos biológicos y
sangre.
Toda
la teología cristiana gira en torno a la sangre vertida por un
hombre clavado en una cruz.
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