5  Los juegos de los Dioses

Explicación de sus estrategias

Las religiones

Guerras

Patrias

Diversidad de lenguas

Razas

Deportes

Grandes fuegos

Cremaciones de vegetales en la Biblia

Cremaciones de animales en la Biblia

Resumen

 

Confieso que en un principio, el título de este capítulo estaba destinado para ser el título de todo el libro; pero dos cosas me hicieron cambiar de opinión: la primera fue que no tenía una certeza absoluta de que las actividades de los Dioses en nuestro planeta fuesen precisa y exclusivamente por juego, ya que columbro también en ellas el cumplimiento de otras leyes cósmicas profundas que escapan a nuestra comprensión.

 

La segunda razón fue el haber visto en forma de manuscrito, y para ser publicado por una editorial barcelonesa, un libro de Von Daniken, cuyo título es «La estrategia de los Dioses», en el que supuse que el prestigioso autor trataría, desde su punto de vista, este mismo tema 9.

 

9 Después de publicado por la editorial Plaza y Janes, he podido ver que V. Daniken se limita a narrar diversos viajes (para confirmar su tesis de la intervención extraterrestre) sin entrar ordenadamente y a fondo en el lema del título.

Para evitar toda comparación, y para dar en cierta manera un paso de avance en la presentación del tema, escogí para el libro el título que en la actualidad tiene; y tengo que confesarle al lector que me llevé otro sobresalto cuando, regalado por su mismo autor, llegó a mis manos el libro «La gran manipulación cósmica», de Juan G. Atienza.

Conociendo la profundidad del pensamiento de G. Atienza, temí que no me dejase nada por decir. Y en realidad así es, pues Atienza trata el tema en toda su hondura; pero mientras él lo trata como un historiador o sociólogo, filosofando sobre mucho hechos de la vida para confirmar su tesis —con la que comulgué totalmente— yo, de una manera más vulgar, me fijo específicamente en ciertos hechos, haciendo de ellos la médula de trabajo.

Y antes de entrar de lleno en el tema de este capítulo, quisiera recomendarle al lector el libro de F. Jiménez del Oso, titulado «el síndrome OVNI» (Planeta, 1984) en el que el conocido productor de televisión presenta en profundidad el fenómeno ovni, muy por encima de la miopía con que todavía algunos insisten en presentarlo.

 

Jiménez del Oso, demuestra ser un excelente psicólogo que ahonda en el fenómeno más que ningún autor en lengua castellana, sin dejarse absorber por el torbellino de absurdos con que uno inevitablemente tiene que encontrarse cuando se adentra en el tema.
 

 


Explicación de sus estrategias


Hecho este paréntesis a propósito del título del libro, le diré al lector que en este capítulo trataré de mostrarle cómo los Dioses, a lo largo de los siglos, han ido logrando que la humanidad toda —la de hoy y la de tiempos pasados— se amoldase a sus deseos, e hiciese lo que a ellos les convenía; en otras palabras, trataremos de mostrar la estrategia que los Dioses han usado para lograr que unos seres inteligentes, hagan «voluntariamente» y sin caer en la cuenta de que son manipulados, lo que los Dioses quieren.

Recordará el lector que, de una manera genérica, dijimos que estos misteriosos seres interferían en nuestras vidas por placer y en cierta manera por necesidad (por lo menos mientras están en nuestro mundo o en nuestro nivel).

 

Dijimos también que buscaban la sutil energía que produce la máquina más maravillosa que existe en nuestro mundo, que es el cerebro o la mente humana10; y dijimos que además se interesaban en el manipuleo de algunas vísceras de los vertebrados de este planeta y de una manera particular, en la sangre de ellos, porque libera fácilmente una energía que ellos necesitan o apetecen mientras están entre nosotros. Hasta aquí lo que llevamos dicho en los capítulos anteriores.

 

10 Cerebro y mente son dos cosas completamente diferentes. La mente trabaja de ordinario a través del cerebro, pero puede prescindir de él. Para no complicar las cosas he preferido usar las dos palabras indistintamente.

Veamos cuáles pueden ser en teoría los métodos más eficaces para lograr estos fines.

En las baterías de los automóviles, vemos cómo están colocados, unos al lado de otros, una serie de vasos, cada uno de los cuales es capaz de retener y de devolver una determinada cantidad de corriente eléctrica. La batería consiste fundamentalmente en conservar, unificar y devolver unificada toda la energía contenida fragmentariamente en cada uno de los vasos que la componen. Naturalmente, a mayor cantidad de vasos, mayor será la energía que esa batería podrá devolver.

Cada cerebro humano produce y contiene una relativamente pequeña cantidad de energía que, considerada independientemente, apenas si tiene fuerza para nada que no sea hacer funcionar la máquina biológica que es el cuerpo humano al que pertenece ese cerebro. Volviendo a la comparación de antes, si separásemos un vaso de la batería, con toda seguridad él solo no podría hacer arrancar el motor del coche. Pero junto con todos los demás vasos, sí es capaz de hacerlo arrancar; y si lo juntamos con muchos otros vasos, llegará a tener una fuerza suficiente como para levantar el coche en vilo.

La energía producida por un solo cerebro humano es de poca utilidad para los Dioses, pero unida con las energías de muchos otros cerebros, se hace mucho más poderosa y al mismo tiempo se hace más fácilmente extraíble y utilizable. Lograr unir las mentes de muchos humanos, ha sido desde siempre, una de las estrategias de los Dioses. Y esta estrategia está dirigida a unir no sólo sus mentes sino también sus cuerpos, de modo que muchos de ellos estén reunidos en el menor espacio posible. Esto facilitará su propósito de «ordeñar» energéticamente a los humanos.

A un ganadero productor de leche, no le trae cuenta el tener las vacas diseminadas por el monte, teniendo que ir a ordeñarlas una por una, en donde cada una se encuentra.

 

Lo que hace, para ahorrar tiempo y esfuerzo, es tenerlas a todas juntas en el establo con lo que su labor se le facilita grandemente.
 

 


Las religiones


Para lograr el mismo fin, los Dioses idearon uno de los fenómenos sociológicos más antiguos que registra la historia: las religiones.

Fíjese el lector en este curioso detalle: cuando los pueble primitivos no habían desarrollado casi ningún arte, ni había atisbos de que poseyesen algo que pudiese llamarse una cultura, practicaban algún tipo de religión; hasta tal punto, que los arqueólogos lo primero que buscan y que encuentran, cuando estudian los restos de un pueblo, por primitivo que éste haya sido, es algún objeto o resto relacionado con su religión.

 

Uno tiene derecho pensar que aquellos seres con unas inteligencias rudimentarias, lo último de que deberían preocuparse sería de practicar alguna religión, acosados como estaban por el hambre, por las inclemencias del tiempo y hasta por las fieras.

 

Y sin embargo, vemos con asombro que, de una manera o de otra, sus cuerpos se reunían en determinados lugares para sacrificar animales y sus mentes se unían para pedir, para aplacar, para alabar y para temer... porque los Dioses siempre han dado una de cal y una de arena; han ayudado, pero han amenazado y han castigado, si no se obedecían sus mandatos. Así mantenían un temor y una expectación que les ayudaban a conseguir lo que querían de los hombres.

Dejando a un lado a los hombres primitivos, podemos ver que las religiones son el instrumento perfecto aun hoy día, para lograr estos fines.

La idea que estoy exponiendo saltó a mi mente cierta noche ventosa, fría y húmeda, en que desde una altura contemplaba la enorme multitud concentrada en la gran explanada que se extiende ante el santuario de Fátima. Los cientos de miles de velas en la oscuridad, me parecieron por un momento chispas que brotaban de aquellas almas enfervorizadas por el amor a la Virgen, y de aquellos cuerpos martirizados por el húmedo frío que se metía hasta los huesos.

 

Recuerdo que hasta miré hacia arriba a ver si lograba ver a los vendimiadores de toda aquella energía, tan fácilmente recogible por lo apiñada y por lo a flor que la tenían los allí presentes. Mis ojos sólo pudieron ver el negro cielo claveteado de estrellas. Pero ¡qué inmensa batería se extendía a mis pies! Cada una de aquellas mentes aportaba su amor, su ansia, sus deseos, sus angustias, sus remordimientos, sus esperanzas... y su dolor; la gran mortificación que indudablemente sentían en aquel momento, calados de frío, de humedad, y probablemente de hambre y de cansancio; pero con gusto ofrecían todo aquello, movidos por su fervor religioso.

 

Por eso dije anteriormente que aquella energía es fácilmente recogible; porque los que la tienen están deseosos de entregarla.

La religión, —en sus muchos aspectos y considerada en conjunto— es un formidable instrumento para lograr los estados de ánimo principales en los que nuestros cerebros son capaces de emitir esa energía que interesa a nuestros visitantes; y le advierto al lector, que esa energía no es una invención mía, sino que es algo de lo que cada vez se habla más, no sólo en el campo de la parapsicología (telergias, etc.), sino en el campo de la medicina más avanzada (el Dr. Simonton en los Estados unidos está curando cánceres con energías mentales, al igual que el Dr. Benjamín Bibb lo está haciendo con todo tipo de enfermedades, y el mexicano José Silva está creando una verdadera escuela en la que el estado «alfa» cerebral está logrando verdaderos milagros).

Estos estados de ánimo más propicios para que la mente humana emita esas energías son el dolor con sus muchas facetas, la excitación, en la que también puede haber muchos aspectos, y la expectación cuando es profunda y sobre todo constante. Veamos cómo todas las religiones propician estos estados de ánimo y fijémonos de una manera particular en el cristianismo.

El hombre, que tenga un espíritu profundamente religioso, es un hombre expectante. Y más en el cristianismo, en donde la muerte se pone como «el momento del que pende la eternidad»; la eternidad feliz o la eternidad entre tormentos. En los cientos relatos autobiográficos, recogidos por autores como William James, E. D. Starbuck (Psychology of Religión), William B. Sprague (Lectures on Revivals on Religión), el Dr. Leuba (Studies the Psychology of Religious Phenomena), George A. Coe (The Spiritual Life) etc., constantemente nos tropezamos con individuos que sentían una profunda inquietud por dedicar sus vidas enteramente al servicio de Dios; y ello motivado fundamentalmente por el deseo de asegurar su «salvación eterna».

 

Cuando este estado de ánimo se sobreimpone a todos los demás, (aparte del desquiciamiento que puede acarrear para todo el psiquismo) el individuo suele terminar en la llamada «vida contemplativa» es decir, un estado de vida en el que el ánimo del contemplativo desinteresa de los problemas de esta vida y, mientras trata de perfeccionar su alma, se dedica a esperar el momento de encontrarse con Dios.

 

Es el estado de ánimo que resume genialmente la frase de Santa Teresa:

«Que muero porque no muero».

Aparte de este estado de ánimo, en la vida de un hombre profundamente religioso, hay muchos momentos en los que el alma se carga de emoción; a lo largo de los siglos, todas las religiones y todas las sectas han ido desarrollando —con toda buena voluntad— diversos mecanismos para lograr estos estados emotivos con los que se intenta acercar más el alma a Dios y ponerla más incondicionalmente a su servicio: todos los «ejercicios espirituales», retiros, cursillos, reavivamientos, impactos, etc., son un ejemplo de esto.

Esta expectación, en muchos espíritus débiles o enfermizos, es algo rayano en la angustia y a veces en la desesperación, tal como podemos ver muy repetidamente en los autores antes citados.

 

Y al decir esto, entramos en otro campo con el que las religiones tienen mucho que ver: el campo del dolor. Las religiones, sin exceptuar al cristianismo, si bien es cierto que para mucha gente han sido consuelo en las muchas tribulaciones de la vida, y hasta causa de muchas alegrías al proporcionar una seguridad y una paz internas, nadie puede negar que son también causa de muchos sinsabores y molestias en la vida de los individuos y de que han sido causa de muchísimos dolores tísicos y morales en las vidas de los pueblos, tal como enseguida veremos.

Los sinsabores y molestias que en nuestra vida diaria la religión nos causa, como hemos sido educados con ellos desde nuestra infancia, los consideramos como algo completamente natural y por eso apenas si lo notamos; sin embargo, si los observamos en otras religiones con las que no nos unen lazos sentimentales, o que no tienen nuestras mentes condicionadas, los echamos de ver inmediatamente.

Imagine el lector por un momento, que su religión le prohibiese comer carne de vaca, o de puerco, o cualquier tipo de marisco, o que obligase a las mujeres a vestir siempre de falda larga y con la cara tapada, o que no permitiese casi actividad alguna durante todos los sábados del año, o que exigiese abstenerse de comer por el día durante un mes cada año, o que obligase a los hombres a andar siempre con la cabeza cubierta, o que no permitiese a ciertos individuos nacidos en determinada clase social baja, hacer nada por salir de ella, o que prohibiese radicalmente casarse con alguien que no practicase la misma fe, o que no tolerase beber vino o cualquier bebida que contenga algo de alcohol, por poco que sea, o que exigiese que los vestidos fuesen siempre de una sola clase de tela, etc., etc.

 

Todo esto y muchísimas otras cosas, (por ejemplo, en el jainismo no se puede quitar uno de encima un mosquito que le está picando), han sido prohibidas o exigidas por una u otra religión. Y no se puede decir que son «sectas» de locos; todas las prohibiciones y mandatos arriba citados, son de las religiones más extendidas y venerables del mundo; y la mayor parte de ellos pertenecen a religiones anteriores al cristianismo, es decir con varios milenios de existencia.

Trasponga el lector alguno de estos mandamientos a nuestra sociedad y a nuestras circunstancias: ¿se imagina el suplicio que sería para una mujer española el verse obligada hoy a vestir siempre de traje largo hasta los pies, y no poder disfrutar de la playa o por lo menos de algún vestido que, sin ser inmodesto, por lo menos le ayudase a liberarse un poco de los calores del verano? ¿Se imagina el lector lo que sería verse impedido de por vida de comer ninguna clase de marisco y, por añadidura, no poder tampoco comer carne de cerdo?

 

Pues este es el panorama culinario que tienen delante de sí los judíos practicantes, aparte de muchísimas otras peculiaridades restrictivas y absurdas a que fueron sometidas hace ya casi dos mil años, por su «protector» Yahvé.

Los cristianos hemos tenido también durante muchos siglo nuestra participación en estos mandamientos importunos, con 1o ayunos cuaresmales, las abstinencias de carne durante todos los viernes del año hasta hace muy poco tiempo, (lo cual motivó que el Dios bacalao pasase a ocupar un lugar prominente entre los Dioses lares hispánicos), las normas de la decencia cristiana (con las que los Sres. Obispos evitaron durante muchos años que el sol tostase nuestras pecadoras carnes), la prohibición de separarse de cónyuge (aunque el cónyuge, al paso de los años, se hubiese convertido en un energúmeno) etc., etc.

 

«La voluntad de Dios» parece que estaba reñida con los gustos y la felicidad humana.

En la Edad Media, cuando la Iglesia con sus mandamientos y preceptos tenía una total influencia en la sociedad, parece que estaba prohibida la alegría de vivir, y daba la impresión de que todo lo realmente sabroso era pecado.

 

Era la lógica consecuencia de la filosofía del «valle de lágrimas», que tan bien se expresaba en aquel hipocondríaco canto de nuestra infancia:

«Perdona a tu pueblo, Señor... no estés eternamente enojado». (¡Qué triste futuro para la humanidad con un Dios tan cascarrabias!).

Y nadie puede negar que en la ascesis cristiana, el medio más] seguro para llegar a una verdadera amistad con Dios, es el renunciamiento, la mortificación, la «muerte al mundo y a sus vanidades», los votos de pobreza, castidad y obediencia (es decir, la renuncia a tres grandes valores humanos como son la libertad, el bienestar económico y el sexo), etc., etc.

 

Recuerdo no pocas veces, cómo en mi estudio de los místicos, durante mis años de preparación para el sacerdocio, mi alma se llenaba de angustia cuando leía los encendidos párrafos con los que muchos de ellos instan al cristiano a desprenderse de todo, si quiere ser un perfecto seguidor de Cristo.

Oigamos a San Juan de la Cruz:

«Y para mortificar y apaciguar las cuatro grandes pasiones naturales que son: gozo, esperanza, temor y dolor, de cuya concordia y pacificación salen éstos y los demás bienes, es total remedio lo que sigue, y de gran merecimiento y causa de grandes virtudes:

Procure siempre inclinarse: no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso; no a lo más sabroso, sino a lo más desabrido; no a lo más gustoso, sino antes a lo que da menos gusto; no a lo que es descanso, sino a lo trabajoso; no a lo que es consuelo, sino antes al desconsuelo; no a lo más, sino a lo menos; no a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado; no a lo que es querer algo, sino a no querer nada; no andar buscando lo mejor de las cosas temporales, sino lo peor y desear entrar en toda desnudez y vacío y pobreza por Cristo de todo cuanto hay en el mundo»

(«Subida del monte Carmelo». Libro 1º. Capítulo 13, 5-6. Ed. Apostolado de la Prensa, S.A. Madrid).

Y el Santo continúa «animándonos» a que nos despreciemos y deseemos que otros nos desprecien. A que hablemos en detrimento nuestro y deseemos que otros hagan lo mismo. A que tengamos mala opinión propia y nos alegremos cuando otros la tienen, etc., etc.

¿Para qué seguir? Lo que el santo nos propone es una especie de harakiri psicológico, si queremos llegar a ser unos perfectos discípulos de Cristo.

Para los que me digan que esto es distorsionar la ascética y hasta la misma vida cristiana, les diré que me doy cuenta de que el pensamiento de los místicos, es algo así como una super-especialización de la vida cristiana; pero mis críticos tendrán también que admitir que esta super-especialización es también una culminación y está en línea con el pensamiento general de toda la ascética cristiana.

 

Y si no, ahí está para probarlo el gran símbolo y signo del cristianismo: la cruz. La cruz no es símbolo de placer ni de vida; la cruz es símbolo de muerte y de dolor. Y la cruz está y ha estado siempre en el centro del cristianismo11.

11 Confirmando esto y como una culminación a todo este simbolismo quista, están los hechos de Dozulé, una pequeña localidad de Normandía, en la que una vidente ha recibido el mensaje de levantar una gigantesca cruz de 738 mts. de altura con unos brazos de 123 mts. cada uno (!). A pesar de lo descabellado del mensaje, hay en 1984 varios proyectos de una comisión que ha tomado muy en serio el asunto, de modo que —tal como dijo la aparición— «todos los que vengan a arrepentirse al pie de esta Cruz, serán salvados».

Y si del cristianismo nos vamos a otras religiones, nos encontramos tramos con el mismo fenómeno. En ellas, el concepto de ascesis de crecimiento espiritual está muy relacionado con el dolor.

 

Un prueba de esto son las macabras imágenes que todo hemos contemplado en el cine o en revistas, de penitentes hindúes que arrastran pesadas carrozas con las imágenes de sus Dioses, mediante garfios enganchados en su carne. Y sin que tengamos que irnos tan lejos, a todo lo ancho de la geografía española e hispanoamericana tenemos esas bárbaras procesiones de flagelantes histéricos y sangrantes, durante la Semana Santa.

 

Y no digamos nada de yoghis, lamas y gurúes cuyas vidas son el trasunto de lo que más arriba nos predicaba San Juan de la Cruz. Todas las grandes religiones parece que tienen como doctrina común el que para perfeccionarse, hay que renunciar a esta vida. «El dolor lleva a Dios» parece ser un lema en todas ellas.

Sería caricaturizar el tema, el tomar en serio lo que decía un humorista —aunque hay que concederle no poca razón—:

«Dios hizo la mañana del domingo para dormirla; pero sus representantes nos la echan a peder con la Santa Misa».

Pero en detallitos como éste, no podemos dejar de ver lo que antes decíamos: que religión y los líderes religiosos parece que no ven con buenos ojos el que los humanos gocen a plenitud de la vida. En un «valle lágrimas», como que no se ve bien el placer.

Otro aspecto curioso de las religiones es que propician dos cosas que siendo en sí contrarias, son sin embargo ambas buscadas por los Dioses. Las religiones, tal como acabamos de decir, unen a las personas tanto física (recordemos la grandes concentraciones religiosas en los santuarios) como ideológica o mentalmente. Pero al mismo tiempo que logran esta unión (cosa que como vimos conviene mucho a los Dioses) consiguen la desunión y aun el odio hacia todos aquéllos que no piensan igual, por profesar una religión diferente.

 

Enseguida hablaremos de este aspecto.
 

 


Guerras


Dejemos por un momento la consideración sobre el fenómeno religioso, y fijémonos en otra de las grandes estrategias que los Dioses han usado a lo largo de toda la historia humana para conseguir lo que quieren. Y digo que lo dejaremos por un momento, porque enseguida volveremos a insistir en la religión, ya que todavía queda mucho que decir de ella como invención e instrumento de los Dioses, y porque tiene mucha relación con el tema que inmediatamente vamos a tratar.

Me refiero a las guerras. Un visitante de otro mundo evolucionado, que viniese al nuestro y se interesase por saber cuál ha sido la historia de los hombres sobre este planeta, se quedaría pasmado ante un hecho tan repetido, tan absurdo, tan doloroso, y tan perjudicial como son las guerras. Y a pesar de ello y contra toda razón, la historia humana está plagada de guerras de todos tipos.

 

Hoy día, cuando poseemos una tecnología muy sofisticada, la ponemos toda al servicio de la guerra y somos capaces de matar más gente en un segundo, de lo que antes matábamos en un siglo. La electrónica, la química y la ingeniería más avanzada, antes de ponerse al servicio de la gente común para que mejoren sus vidas y faciliten su trabajo, caen en poder de los individuos que en cada país ocupan las altas posiciones militares, y se ponen incondicionalmente al servicio de la guerra.

 

Los «Pentágonos» de cada país —en los que no es raro que haya individuos con mentalidad paranoide— planifican concienzudamente las matanzas humanas que eventualmente tendrán que hacer, por supuesto por motivos «patrióticos». Todos los que planean y dirigen las guerras, (y en caso de que no fuesen suficientes los militares, «Dios» nos manda con frecuencia civiles como Ronald Reagan), creen ser unas dignísimas personas que actúan por muy altos motivos.

Nunca he entendido la «mentalidad castrense», ni me he explicado cómo personas honestas, puedan escoger gustosa y voluntariamente, la «carrera de las armas». Los militares, lo mejor que pueden hacer, es no hacer nada. Porque si hacen lo que saben hacer, harán la guerra. Y la guerra — hoy más que nunca— la guerra de bombas y de balas, y de hambre y de sangre es siempre mala.

 

Por lo tanto ¿por qué escoger una carrera cuyo fin natural es la violencia y cuya culminación lleva a la destrucción y a la muerte de otros seres humanos?

Pero ya dijimos que lo que se tiene en mente para cohonestar; la guerra, es la patria, alrededor de la cual la mente humana ha sido cuidadosamente manipulada y condicionada desde el nacimiento, hasta el punto de perder toda noción de perspectiva, y ver a todos aquellos que no son compatriotas, más como unos enemigos en potencia que como seres humanos exactamente iguales nosotros12.

 

12 He aquí lo que A. Einstein piensa sobre el particular: «Con esto paso a hablar del peor engendro que haya salido del espíritu de las masas: el ejército, al que odio. Que alguien sea capaz de desfilar muy campante al son de una marcha, basta para que merezca todo mi desprecio; pues ha recibido cerebro por error: le basta con la médula espinal. Habría que hacer desaparecer lo antes posible a esa mancha de la civilización. ¡Cómo detesto las hazañas de sus mandos, los actos de violencia sin sentido, y el dichoso patriotismo! ¡Qué cínicas, qué despreciables me parecen las guerras! ¡Antes me dejaría cortar en pedazos que tomar parte en una acción tan vil!»

(Albert Einstein. «Mi visión del mundo». Tusquets editores. 1980 Barcelona).

Si, como dijimos, lo que los Dioses por un lado buscan es dolor, excitación y terror, como medio para que los cerebros humanos produzcan las ondas que a ellos les interesan, y si por otro lado, lo que quieren es vidas humanas tronchadas violentamente, y mejor si es con derramamiento de sangre, entonces tendremos que estar de acuerdo en que la guerra es otro instrumento perfecto para sus fines.

Imagínese el lector, en cualquiera de las infinitas grandes batallas de que nos habla la historia, un campo sembrado de cadáveres y de hombres heridos y agonizantes, desangrándose lentamente. Y recuerde el lector que en este caso, «imaginar» no quiere decir inventar con su imaginación, sino sencillamente recordar un hecho o cientos de hechos que sucedieron en la realidad.

 

Imagínese ¡qué banquete, para estas sanguijuelas y para estos dráculas del espacio! Y ¡qué bien han sabido ellos comerle el cerebro a tantos ilustrísimos de la historia, hasta llegar a convencerlos de que la defensa de la democracia, el honor, la dignidad, la patria, los valores morales, la hacienda o la religión, exigían una matanza! Y de nuevo estamos barajando la palabra religión. Porque, guste o no, la religión ha sido una de las mayores causas de guerras que encontramos en la historia.

 

Con el agravante de que las guerras religiosas son unas guerras que tienen en sí una ferocidad especial. ¡Se trata nada menos que de exterminar a los enemigos de Dios! Y como para defender la honra de Dios todo es lícito, (al menos eso piensan todos los fanáticos), las atrocidades que se cometen en las guerras de religión no tienen paralelo.

Protestantes contra católicos y viceversa, mahometanos contra cristianos, hindúes contra mahometanos, hebreos contra amalecitas y demás pueblos de la «tierra prometida», y todo el mundo contra los judíos. Y dentro de las propias religiones, los fanáticos constituidos en autoridad, organizando toda suerte de tribunales eclesiásticos, Santos Oficios o Inquisiciones para, siempre en nombre de Dios y defendiendo su doctrina, acabar con todos los herejes, brujos, iluminados y reformadores. Se habla mucho de la Inquisición española, y con razón, pero la gente no sabe de las feroces Inquisiciones protestantes y de las no menos «santas» inquisiciones islámicas en las que a veces ardieron los más fervientes servidores de Mahoma.

Y esto no es cosa del pasado. Hoy día, como restos de la negra historia de las guerras religiosas y de las guerras santas, tenemos los casos de Irlanda del Norte en donde el odio religioso —y cristiano por más señas— tiene ya caracteres de enfermedad mental, y es como el rescoldo de toda la contienda patriótica que se ventila en la superficie; el caso de la India contra el Pakistán (hindúes contra mahometanos), el caso de Irán-Irak, porque en el seno del Islam hay las mismas guerras fraternales y santas que tenemos en el cristianismo.

 

En los manuales de historia que estudiamos en nuestra juventud, recordamos perfectamente aquellos tediosos capítulos dedicados a las que se llamaban «Guerras Religiosas».

 

Las religiones, que habían comenzado predicando el «amaos los unos a los otros», y siendo el lazo de unión de muchos pueblos entre sí, degeneraban en odio hacia los que tenían la misma idea de Dios, y en algo tan absurdo en sus propios términos, como son las «guerras santas», con las cuales los mahometanos inundaron de sangre, durante ocho siglos, a tres continentes.

He aquí la manera cándida con que la Liga B'nai Brith (contra la difamación antijudía) enfoca todo este mismo tema —dándonos la razón— en su folleto «Hechos relativos a las mentiras sobre los judíos»:

«El sionismo ortodoxo empezó con el mandato divino hecho de nuestro primer patriarca (Abraham): "levanta tus ojos desde el lugar en que estás y mira hacia el norte, hacia el sur, hacia el este; hacia el oeste, porque toda la tierra que ves yo te la daré a ti y a tus descendientes". Estas palabras, que constituyen nuestro derecho. Palestina, no provienen de la Declaración Balfour [hecha por los ingleses]; estas palabras provienen de la Biblia. Nuestro asentamiento en Palestina es una orden divina que tiene que ser observada como un mandamiento».

Estas increíbles palabras, que resumen fanatismo, son comentadas así, por el autor OID M. Gras en su libro «Deceptions and Myths of the Bible» (Bell, N. York):

«El robo de un país entero (Palestina) y un millón de árabes hambrientos y sin patria, esto es lo que ha traído como resultado la creencia en mitos. A la Biblia en vez de "la palabra de Dios" habría que llamarle "las obras del diablo". Su astucia es tan diabólica, que ha tenido engañado al mundo entero por más de dos mil años, y sus consecuencias han sido dieciséis siglos de tinieblas, Cruzadas e Inquisiciones, prejuicios y fanatismo y en la actualidad una guerra en el mismo lugar en donde todos estos mitos se originaron.

 

Creo que ya va siendo hora de que nos liberemos de un libro causante de tantos enredos. Y creo también que ya va siendo hora de que analicemos a fondo aquella frase tan repetida en la Biblia: "Y dijo Dios: ..."».

En cierta manera las guerras son la culminación de todas las estrategias de los Dioses; y muchas de las otras que vamos a considerar a continuación, no son sino pasos previos o preparativos que poco a poco nos llevan a las guerras, porque en ellas es donde el hombre produce exactamente lo que de él quieren los Dioses.

Pasemos ahora a considerar otra de estas estrategias que han sido y siguen siendo en la actualidad causa de muchas guerras y que son uno de los principales impedimentos para que los hombres nos entendamos mejor.
 

 


Patrias


Un poco más arriba, tocamos someramente el tema de las patrias. Si profundizamos un poco en este tema, que para muchos individuos de mente cerrada es un tema «sagrado», echaremos de ver enseguida que, a pesar de la solemnidad y de la sacralidad de que se lo ha querido investir, es algo completamente artificial y fruto, en muchísimas ocasiones, de meras ambiciones de caudillos del pasado, o de puros accidentes geográficos, o sencillamente de la suerte.

 

Un niño orensano, por ejemplo, imbuido por lo que oye en el hogar, y adoctrinado en la escuela con las enseñanzas tradicionales, automáticamente deberá extender su amor unos 500 kilómetros hacia el Este, es decir a todos los habitantes de España que viven en esa dirección; 150 Km. al Norte y 100 al Oeste, porque allí se acaba la patria y comienza el mar; y tendrá que tener cuidado en ser muy parco en su amor hacia el Sur, porque en esa dirección están enseguida los portugueses; ¡y éstos son extranjeros!; más bien—según los patrióticos manuales de la escuela—fueron unos traidores e ingratos, pues se separaron del regazo de España13.
 

13 Como dato histórico hay que decir que Portugal y España serían hoy una gran nación ibérica, de no haber sido por las necedades de Felipe IV que colmaron la paciencia de los portugueses.


¡Y resulta que los portugueses del Norte, son mucho más próximos racialmente, históricamente y hasta lingüísticamente a los orensanos, que los valencianos o los catalanes, hasta los que el niño tiene que extender su amor! Las líneas fronterizas de /as naciones, que vemos en los mapas, no son más que la absurda caligrafía de la historia.

Es curioso cómo este sentimiento, hasta cierto punto lógico natural, de amar a los que uno tiene al lado, se hace enfermizo irracional, propenso al desprecio de los «extranjeros», y curiosa mente se amolda con exactitud a unos límites que en muchísimos casos son antinaturales y en muchos otros han sido trazados por aventureros ambiciosos o por bribones ilustres. Y es también curioso ver cómo los hijos de los emigrantes, con unas milenarias raíces étnicas y lingüísticas totalmente diferentes, suelen ser más patriotas que los autóctonos del país, olvidándose rapidísima mente del originario país de sus antepasados.

Uno no puede menos de tener la impresión de que hay algo o alguien que manipula este sentimiento —que, como hemos dicho, es lógico— y lo exacerba y exagera hasta convertirlo en irracional, de modo que se defiendan con más ardor los defectos de la patria, que las virtudes de la nación vecina.
 

 


Diversidad de lenguas


Y junto al fenómeno de las patrias tenemos otro hecho histórico omnipresente, que si bien tiene su aspecto perfectamente natural, posee otra cara en la que se puede también sospechar la disimulada intervención de los Dioses: la enorme diversidad de lenguas que se hablan en el planeta.

Los lingüistas tienen sus explicaciones válidas para convencer nos de que el proceso de la creación de lenguas es un proceso natural, y no tenemos inconveniente ninguno en admitirlo. Pero tenemos que recordar lo que ya anteriormente hemos dicho: Los Dioses, en sus interferencias en las vidas de los hombres, usan muchas veces los fenómenos naturales para lograr lo que quieren, sin que los hombres caigamos en la cuenta de su intervención; no caemos en la cuenta de su juego, precisamente porque creemos que el fenómeno es perfectamente natural, cuando en realidad, sin dejar de ser natural, ha sido, en cierta manera, forzado y manipulado para lograr con él lo que pretenden.

 

Y viceversa, muchas veces fenómenos que son totalmente naturales, —pero desconocidos por nosotros— nos los presentan como «milagros» o hechos portentosos debidos a su gran poder, con lo que nos impresionan y nos fuerzan a hacerles caso.

Pero volvamos al fenómeno de la diversidad de lenguas. Le confieso al lector que tenía un poco olvidado lo que la Biblia dice sobre este particular, y cuando fui a consultarla, para ver qué era lo que decía, me encontré con lo siguiente:

«Era la tierra toda de una sola lengua y de unas mismas palabras... y se dijeron: vamos a edificar una ciudad y una torre cuya cúspide toque a los cielos y nos haga famosos, por si tenemos que dividirnos por sobre la faz de la tierra.

Bajó entonces Yahvé a ver la ciudad y la torre que estaban haciendo los hijos de los hombres y se dijo: He aquí un pueblo unido pues tienen una sola lengua. Se han propuesto esto y nada les impedirá llevarlo a cabo. Bajemos pues y confundamos su lengua de modo que no se entiendan unos a otros. Y los dispersó Yahvé por toda la faz de la tierra.»

(Gen. 11.1-9)

Por supuesto que no me voy a apoyar en este texto para «probar» lo que estoy diciendo. Dado mi pensamiento sobre la Biblia sería una total contradicción.

 

Pero no deja de ser curioso que la Biblia corrobore de una manera tan descarada una idea que había asaltado a mi mente como una consecuencia lógica de muchos otros hechos de los que no podemos tener duda alguna. Y de paso, observe el lector el talante de nuestro «padre» Yahve perpetuamente celoso de la felicidad y del progreso de los hombres, y perpetuamente al acecho para ver en qué los podía fastidiar. (Como no fuese a sus niños mimados los israelitas, a los que a pesar de ello, les propinaba también con cierta frecuencia sendos varapalos).

La última frase que vemos en el texto citado es la consecuencia lógica de la diversificación de las lenguas: el «no entenderse» es decir, la falta de comunicación, propicia grandemente no sólo la separación física, sino también la separación anímica, lo cual puede degenerar en último término —y de hecho ha degenerado--en odios, malentendidos y guerras.

 

De las lenguas podemos decir lo mismo que dijimos de las religiones: si por un lado son un instrumento para unir a los pueblos, por otro lado lo son para separar a estos pueblos de otros que hablan otras lenguas diferentes.

Y también quiero hacer notar una cosa: la hasta ahora insalvable dificultad que ha existido para que los hombres nos pusiésemos de acuerdo para crear una lengua común. Nos hemos puesto de acuerdo en cosas que conllevaban una mayor dificultad (pesas y medidas, línea del tiempo, calendario, zonas aéreas y marítimas internacionales, telecomunicaciones, etc.) pero todos los tímidos intentos que en las Naciones Unidas ha habido para encontrar una lengua común, han fracasado aun antes de ser tomados seriamente en consideración.

 

Vemos las fuertes razones que hay para que las respectivas naciones se nieguen a abandonar sus actuales lenguas, pero no se trata de eso. Se trata sencillamente de que los lingüistas hagan de una manera más completa y profesional, lo que el Dr. Esperanto intentó hacer hace ya un siglo, es decir, creen una nueva lengua artificial y neutral que sea usada como la segunda lengua por todos los habitantes cultos del planeta.

 

Cada uno, al igual que cada nación, seguiría usando su propia lengua; pero en las relaciones internacionales la nueva lengua sería la única que se usaría. Y de la misma manera, los turistas y todos aquellos que por negocios tuviesen que salir de su patria, no tendrían que estar aprendiendo diversas lenguas (sin llegar a aprender bien ninguna) sino que concentrarían sus esfuerzos en aprender esta lengua internacional con la que podrían entenderse en cualquier parte del planeta.

Además esta lengua, creada artificialmente y por especialistas, podría ser mucho más sencilla, sin las irregularidades e infinitas excepciones que plagan todas las lenguas, sin que por otro lado, perdiese su capacidad de expresar cualquier idea o sentimiento humano. Con el tiempo esta lengua iría convirtiéndose en la lengua habitual del planeta a medida que la creciente movilidad de los humanos fuese obligándolos a usarla cada vez con mayor frecuencia.

Pero, contra toda lógica, los grandes dirigentes del planeta, nunca han querido prestarle atención alguna a algo tan enormemente útil para la humanidad. Prefieren seguir en sus politiqueos, en su buena vida a costa del pueblo, y en sus juegos de poder, en los que dan rienda suelta a su paranoia. (Porque no se puede negar que en la actualidad, desear ser el dirigente de alguna de las grandes naciones, significa automáticamente tener una regular dosis de paranoia o de masoquismo).

Y antes de salirme del tema de las lenguas como instrumento de los Dioses para dividir y poner a pelear a los hombres entre sí, quiero comunicarle al lector este curiosísimo hecho: entre los toltecas mexicanos, existió la tradición de que sus antepasados intentaron construir una gran pirámide, y mientras estaban en su empeño, la gente comenzó a hablar repentinamente de manera diversa a como lo había hecho hasta entonces; de tal manera, que no se podían entender entre sí y por ello tuvieron que abandonar la construcción de la pirámide.

 

Los detalles acerca de esta tradición han llegado hasta nosotros de una manera muy imprecisa pero nada nos extrañaría que los parientes trasatlánticos de Yahvé actuasen lo mismo que él, en circunstancias parecidas.
 

 


Razas


Otra de las posibles estrategias de que los Dioses se han valido para lograr que los hombres no nos entendamos y peleemos entre nosotros, son la diversidad de razas que existen en la humanidad.

Confieso que en este particular tengo menos hechos en que apoyarme, pero no faltan algunos que nos indican que la mano de los Dioses ha tenido bastante que ver en toda esta gran diversidad de razas que vemos entre los hombres.

La creencia bíblica de que todos venimos de una sola pareja, creada directamente por el mismo Dios en el paraíso, es algo totalmente infantil. Las diferentes razas humanas han ido apareciendo en la superficie del planeta a lo largo de millones de años.

Antes de entrar en el tema, tendremos que admitir, de nuevo, que el hecho de que haya diversas razas humanas tiene explicaciones naturales perfectamente lógicas. Pero una vez más, nos encontramos con ciertas particularidades que nos hacen sospechar que los Dioses han metido su mano en un proceso natural.

Lo primero que las diferencias raciales nos hacen ver con toda claridad es la pluralidad de sus orígenes. Las «primeras parejas» aparecieron en épocas diferentes y en lugares diferentes del planeta. Cuando ya algún antropoide o grupo de antropoides estaban a punto de dar el salto o dicho en otras palabras, cuando entre ellos comenzaban a aparecer mutantes, entonces intervenían los Dioses para programarlos genéticamente, de modo que su evolución y su comportamiento fuese como a los Dioses les convenía.

 

De hecho el Popol Vuh (la Biblia de los quichés) habla de diversas tentativas «de los señores» para crear al hombre y hasta nos habla de intentos fallidos.

Cuando digo que las razas aparecen en la Tierra tras un proceso natural, me refiero a una evolución natural de otras especies no inteligentes. Sin embargo creo que las claras diferencias entre unas razas y otras, se deben no sólo a factores naturales sino también a la intervención de diversos «seres superiores», con mayores o menores poderes y con diversos propósitos en mente.

Me imagino que a muchos todo esto les suene a pura fantasía. Pero les ruego que reflexionen sobre este hecho paralelo del que no tenemos la más mínima duda.

Considere el lector la diferencia que hay entre un perro mastín o un alano (con una envergadura de casi un metro), y un chihuahua. Todos son perros y teóricamente podríamos lograr la fecundación de una hembra de mastín por un macho chihuahua (si alguien hubiese tan ingenioso que lograse semejante «misión imposible»).

 

Pues bien, ¿quién ha hecho tamañas diversidades de perros, que tienen un origen genéricamente común? Lo ha hecho un Dios: el Dios de los perros. Y ¿quién es el Dios de los perros? El Dios de los perros se llama hombre.

Los hombres, a lo largo de los siglos, hemos intervenido en la formación de sus razas de acuerdo a nuestros gustos o a nuestras necesidades. Hemos logrado perros para los diversos tipos de caza, perros para defender la casa, perros para carreras, perros para conducir a las ovejas, perros de pata muy corta y muy mal genio (la familia de los salchichas) para que se meta en las huras y saque a los tejones y zorros, y hasta perros para que nos hagan compañía subidos en un cojín y ocupando poco sitio.

 

Los perros no se dan cuenta de esto; pero lo malo es que los hombres tampoco se dan cuenta de que a ellos también los han manipulado de muchas maneras.

Volviendo a las diferencias entre los humanos, otro hecho que llama la atención, es el ver cómo las diversas razas se circunscriben tan perfectamente a los continentes. África es el continente de los negros; América (que lejos de ser el Nuevo Mundo, es el lugar donde se han encontrado los más viejos restos humanos, con mucho) es el continente de los hombres de piel cobriza, que aunque tengan bastantes diferencias, sin embargo tienen mucho en común; en la mayor parte de Asia, el rasgo común son los ojos oblicuos y finos, en la India nos encontramos con un color de piel y una fisonomía características.

 

Además podríamos señalar una o dos razas mediterráneas; y por último, los rubios: un pueblo sin prehistoria, que desde las brumas del norte de Europa, irrumpió violentamente en la historia hace muy poco tiempo, y que en la actualidad, hablando de una manera general, son los que dominan el mundo. Se diría que son la última creación de los Dioses y hasta los más parecidos a ellos, tal como los describen los escritores griegos y romanos, y tal como los han visto en muchas ocasiones en nuestros días, descendiendo de sus vehículos preferidos, los ovnis.

Este es, descrito de una manera muy simple, el panorama las razas humanas, y vuelvo a decir que no tengo «pruebas» como las que se piden en un tribunal, y hasta puede ser que me equivoque en algunas de mis apreciaciones.

 

Pero de lo que no tengo dudas, es de que mi punto de vista acerca de la aparición del ser humano en el planeta, considerado de una manera general, esta mucho más cerca de la realidad, que las infantilidades que nos dio la religión o que las simplezas que nos dice la ciencia oficial, que niega a admitir un sinnúmero de evidencias que nos convence que la antigüedad del hombre sobre la Tierra es muchísimo mayor de lo que ella dice14.
 

14 Le recomiendo al lector, que lea o repase la larga Nota al pie de página, que se encuentra en el capítulo «La Biblia, ¿palabra de Dios o inventos de los hombres?» de mi libro «Por qué agoniza el cristianismo». En ella encontrará datos fidedignos que nos dicen que en la Era Secundaria ya había hombres como nosotros en el planeta; y si hemos de ser consecuentes con lo que hemos hallado, probablemente antes, por mucho que la ciencia oficial se escandalice.

 

 


Deportes


Fijémonos ahora en otro fenómeno universal que contraste grandemente con el que acabamos de analizar: los deportes. La organización internacional de los deportes conlleva una enorme cantidad de dificultades, precisamente por ser todo el tema competitivo en sí mismo. Pues bien, nos encontramos con que los deportes tienen una organización internacional que ya quisieran para si las mismas Naciones Unidas.

 

Las directrices y órdenes emanadas del Comité Olímpico Internacional o de la FIFA, por poner sólo dos ejemplos, son obedecidas mucho más cuidadosamente que las condenaciones, embargos o resoluciones emitidas por las Naciones Unidas, que con mucha frecuencia son rechazados por los países contra los que van dirigidos.

 

La enorme cantidad de preparativos y de gastos que conllevan unos Juegos Olímpicos, podría hacer pensar que serían un obstáculo insalvable para su celebración. Y sin embargo, vemos con qué regularidad cada cuatro años, todas las naciones del orbe, a pesar de estar enzarzadas en innumerables disputas y hasta guerras, se dan cita en un lugar para competir en un sinnúmero de deportes.

Pero se me podrá preguntar ¿qué relación tienen los deportes con los Dioses? o ¿en qué se benefician éstos de su buena organización?

Recuerde de nuevo el lector lo que habíamos dicho que los Dioses pretendían en primer lugar, para lograr así lo que en último término buscan. Pretenden juntar a la gente y excitarla de alguna manera para así obtener de una manera unificada la energía que emana de sus cerebros. Imagine ahora el lector un estadio un domingo a las tres o cuatro de la tarde, repleto de gente vociferando y gritando hasta enronquecer, presos de la angustia o de la ira, si su equipo está perdiendo, y exultantes de júbilo si su equipo gana.

 

Y piense que a cuarenta o cincuenta kilómetros de distancia, en la ciudad más próxima se está repitiendo el mismo espectáculo; y si pudiese remontarse hasta una gran altura y tener una vista de águila, vería que en toda la nación, en ese mismo momento, hay cientos de campos de deportes y de estadios repletos de gente vociferando con el mismo entusiasmo. Y si se eleva aún más, verá que no sólo en su nación, sino en toda Europa hay miles de campos llenos de gente exultante o aullante.

Lo mismo que las abejas o los abejorros se suspenden en el aire encima de la flor, chupando el néctar que ésta destila, nos imaginamos a estos invisibles seres meciéndose encima de los estadios, con su característico balanceo, mientras «chupan» las sutilísimas radiaciones que en aquellos momentos emanan de los excitados cerebros de toda aquella masa humana.

 

Y esto, domingo tras domingo y año tras año, por encima y al margen de todas las crisis económicas, sociales o políticas; y hasta por encima de las dificultades climatológicas ya que es cosa bastante frecuente, que los partidos se celebren en días ventosos y con temperaturas bajo cero, o con los campos encharcados y aun con nieve, como sucede en el fútbol norteamericano.

Cruzar los telones de acero y las complicadas aduanas que nos separan de los países comunistas, no es cosa fácil; sin embargo, para el deporte no existen semejantes trabas, y lo que no logran comisiones de comercio o culturales y grupos turísticos, lo logran con toda facilidad equipos enteros de deportistas, tanto en una dirección como en otra.

 

Puede ser que el gran confrontamiento bélico Rusia-Estados Unidos, estalle mientras se está celebrando una gran final de baloncesto entre ambos países, en el Madison Square Garden; pero en ambas circunstancias, los grandes beneficiados serán los Dioses; y los ingenuos mortales, no haremos que seguir las normas de conducta que ellos nos han trazado.

Piense por un momento el lector en la llamada «fiesta nacional» (y que conste que no soy un enemigo de ella, sin ser tampoco un aficionado). ¡Qué estrategia genial de algún Dios ibérico para conseguir precisamente lo que todos ellos quieren!

Un coso abarrotado de seres humanos, apiñados y vociferantes, enardecidos por un lado por las bravas embestidas del toro, y angustiados por otro, ante la posibilidad de una cogida mortal. Cada grácil quiebro del diestro genera una onda psíquica, gigante y rítmica, que sale de la plaza y se eleva invisible hacia las alturas. Y para rematar la gran faena que los Dioses nos hacen, en el medio del ruedo —como en un altar imponente— un hermoso toro! (¡exactamente igual al que los Dioses demandaban de sus adoradores de antaño!), soltando chorros de sangre caliente y entregando violentamente en segundos toda su pujante vida al filo del estoque.

Los hombres jugando con el animal, y los Dioses jugando con el hombre. Pero el hombre no se da cuenta.

Para terminar este tema, insistiré en que practicar el deporte, es una cosa completamente natural en los seres humanos; pero una tal organización tan perfecta y tan eficiente (en un mundo tan desorganizado y en el que tantas grandes instituciones funcionan tan mal), que logra llenar semana tras semana, infinidad de estadios, de seres humanos excitados, es algo que lo llena a uno de muchas sospechas.
 

 


Grandes fuegos


Un último fenómeno usado por los Dioses para conseguir lo que buscan en nuestro mundo. Un fenómeno que le va a extrañar al lector, porque probablemente nunca sospechó que pudiese tener tal trastienda, aunque estoy seguro que en más de una ocasión habrá pensado en él con cierta angustia o, si no vive en el campo y no puede ser afectado por él, con algo de curiosidad. Me refiero a los grandes incendios forestales.

 

De nuevo, puede ser que me equivoque en esto, pero hay en este fenómeno, cuando se considera globalmente, muchas circunstancias extrañas.

Hace algunos años, cuando los incendios forestales veraniegos constituían, no solo en España sino en toda Europa, una verdadera preocupación, escribí un artículo titulado «¿Quién quema los montes?».

 

La revista a la que iba destinado, no consideró prudente publicarlo porque pensó que era demasiado audaz. Hoy, después de varios años, cuando los incendios forestales se han convertido en una pesadilla en algunas naciones, sin que ni las autoridades, ni los técnicos hayan sido capaces de encontrarle una causa o una solución, me reafirmo más en mi sospecha de que detrás de causas verdaderamente naturales, puede estar la mano o el aliento de algunos de estos «Dioses», para avivar las llamas. Y en muchos casos, creo que no ha habido ninguna causa natural sino que ellos directamente —y a veces descaradamente— fueron los incendiarios.

Antes de transcribir partes del artículo a que me referí, tengo que recordarle al lector lo que dije al final del capítulo anterior acerca de la energía vital que se libera cuando la materia viva se desintegra violentamente. La materia vuelve a la tierra, pero la vida que la impregnaba, se desprende y se libera en forma de radiaciones o de ondas de una enorme frecuencia, (totalmente incaptables por los instrumentos con que cuenta la ciencia).

Cuando se queman cuerpos de animales, esta energía se desprende rápida y abundantemente, mientras que cuando se quema materia vegetal, se desprende en mucha menor proporción y por eso para lograr alguna cantidad apreciable de esta sutil energía hay que quemar grandes cantidades.

Tengo que confesar —comenzaba mi artículo— que fue una circunstancia trivial lo que me animó a poner por escrito mi sospecha de que los incendios forestales no eran tan naturales como aparentaban ser. Fue un hecho que me sucedió, unos días antes en una montaña gallega, región en la que precisamente se dan con gran abundancia estos inexplicables incendios.

Caminaba yo con dos ancianos por un bosque de pino hablando del gran peligro que hoy constituían los incendios de montes, cuando la anciana dijo espontáneamente:

«Deus nos libre d'unha mala fada» (Dios nos libre de una mala hada).

En labios de la anciana, aquella frase era sólo un instintivo eco con que repetía maquinalmente lo que con toda seguridad habría oído muchos años atrás a sus padres, y en realidad no supo explicarme por qué lo decía.

 

Pero en mis oídos aquello dio pábulo a sospecha. Insisto en que sólo son sospechas, pero por otro lado hay muchos hechos que dan fuerza a estas sospechas; hechos que proceden de campos, épocas y latitudes diferentes.

El año 1979 se reunieron en Orense un grupo de expertos relacionados con la industria de la madera y por lo tanto preocupados por la gran cantidad de incendios forestales; el fin de la reunión era, sobre todo, llegar a algún acuerdo acerca de cual podía ser su origen. Las conclusiones a que llegaron fueron de concertantes: encontraron nada menos de 14 posibles causas.

 

Pero «quod nimis probat, nihil probat»: lo que prueba demasiado, prueba nada.

 

Catorce causas eran demasiadas causas para tomarlas en serio y en cierta manera se destruían unas a otras. realidad eran catorce teorías desesperadas para explicar un hecho inexplicable.

Yo no niego que un bosque pueda arder por causas completa mente naturales, como son la acción de un pirómano, la colilla de un irresponsable, una descarga eléctrica, etc. Pero ninguna de esas causas y ni siquiera todas reunidas, son capaces de explicarnos la enorme cantidad de incendios que estos últimos años se han des encadenado no sólo en España sino en muchas otras naciones del mundo.

Una de las causas que durante mucho tiempo se admitiere como posible explicación, fue que los vidrios o botellas, y en especial los fondos de las botellas rotas abandonadas en el monte hacían de lupa, concentrando los rayos solares y comenzando así el incendio.

 

Esta causa fue estudiada en los Estados Unidos de una manera especial por una Universidad del Oeste, en donde también se dan con mucha frecuencia estos grandes incendios inexplicables, y se halló que de unas 5.000 pruebas que se hicieron (abandonando fondos de botellas en lugares en donde con cierta facilidad pudieran haber provocado un incendio) ninguna resultó en un incendio real. De la mayoría de las otras «14 causas orensanas» podría decirse algo por el estilo.
 
Sí hay que reconocerle una fuerza mayor a las colillas lanzadas por irresponsables a los lados de la carretera, a los restos de hogueras de excursionistas y sobre todo a incendiarios psicópatas o a sueldo; pero ni aún así queda explicado el extraño fenómeno con toda la extensión y abundancia que ha ido alcanzando en los últimos años; y más, teniendo en cuenta que algunos de estos grandes incendios han comenzado muy lejos de carreteras, en lugares a donde nunca llegan los turistas domingueros (que son los más peligrosos) y sobre todo teniendo en cuenta la circunstancia de que, en muchas ocasiones, los incendios han comenzado simultáneamente o con muy poca diferencia de tiempo a todo lo largo de una montaña o cordillera.

He aquí algunos de los indicios que me han ido poniendo en la pista de que nos encontramos ante un hecho paranormal de vastas dimensiones.

El año 1979, cuando viajaba sólo por una región montañosa en los límites de las provincias de Pontevedra y La Coruña, al coronar el alto de una montaña, me encontré de repente con un incendio pavoroso que devoraba un pinar, con llamas de más de diez metros de altura y que avanzaba amenazador hacia la estrecha carretera por la que yo tenía que pasar.

 

Aquella visión dantesca —estaba anocheciendo— me sobrecogió, porque se daba la extraña circunstancia de que desde hacía por lo menos diez minutos, en toda aquella comarca caía una lluvia torrencial. Yo, ante el espectáculo de aquellas enormes llamas insensibles al agua que caía, paré el vehículo e intenté salir de él para convencerme de que era cierto lo que estaba viendo. Sólo pude poner el pie izquierdo en tierra porque el mero intento de salir me dejó completamente empapado.

 

Recuerdo que estuve un rato con la ventanilla baja escuchando el amenazante crepitar de las llamas y contemplar aquel increíble espectáculo15.
 

15 Como un dato extraño —uno más— que añade fuerza a lo dicho en el texto, le diré al lector que varios diarios españoles dieron la noticia de que sólo en la provincia de Pontevedra había habido en un mes, 47 incendios forestales registrados. Pero lo curioso es que fue en el mes de febrero (!) (1984) cuando había llovido abundantemente durante la mayor parte de él.


Al mes de haber sido testigo de este hecho, presencié a miles de kilómetros de distancia (en Los Ángeles, California) otro hecho extraño muy relacionado con éste.

 

Desde uno de los barrios de aquella inmensa ciudad, pude ver cómo en un frente de unos kilómetros, ardía toda la cresta de Beverly Hills, extendiéndose el incendio hasta la orilla del mar. Este incendio fue notorio porque entre las muchas casas que destruyó, estaban las de algunos de los famosos del cine. Lo curioso fue que las autoridades tampoco pudieron explicar cómo había podido comenzar en tantos sitios simultáneamente y cómo se había podido propagar de una manera tan rápida. Conservo los titulares de los periódicos con las conjeturas y la extrañeza ante hecho tan destructor y tan inexplicable.

Esta creencia mía no es tan rara como a primera vista pudiera parecer y tiene una enorme cantidad de antecedentes y de apoye en el campo de la paranormalogía. El hecho de «producir incendios» es algo con lo que a cada paso nos encontramos los que nos dedicamos a la investigación del extraño mundo de lo paranormal

En Galicia hay unos raros incendios que los campesinos llaman «ameigados» es decir, causados por «meigas» o hadas (recordemos la «mala fáda» a la que se refería la campesina). Conozco los detalles de uno de estos fuegos en la provincia de La Coruña, en el que los dueños de una casa de labranza, con su pequeña finca alrededor, estaban en perpetua guardia ante las llamaradas que brotaban, repentina y espontáneamente, de cualquier esquina de la granja, devorando en pocos instantes todo lo que se hallaba i alrededor y amenazando con extenderse al resto de la propiedad si no sé acudía con prontitud.

 

No sólo era pasto de las llamas la materia fácilmente combustible como la paja, sino que el carro de labranza de madera sólida y muy curada, se vio repentinamente envuelto en llamas, quedando de él sólo los restos calcinados.

 

En los fenómenos de poltergeist, que estudiamos en parapsicología, el agente que causa ruidos, rotura de objetos, lanzamiento de piedras y toda suerte de fenómenos raros, es también el causante normal de incendios . Conozco el caso en que los bomberos de una pequeña ciudad de los Estados Unidos, optaron por aparcar uno de sus camiones-bomba frente a una casa en la que cada cuarto de hora se declaraba un incendio inexplicable.

En la demonología, —que no sólo en la mentalidad popular, sino en toda su profunda realidad, está emparentada con todos estos extraños fenómenos— el «causar fuego» es algo que constantemente se le atribuye al «demonio»; (y pongo «demonio» entre comillas porque no admito al demonio tal como nos lo presenta el cristianismo, es decir, algo así como un enemigo personal de Dios. Lo admito, sí, como uno de estos seres suprahumanos, de los que precisamente estamos tratando en este libro y cuyas manifestaciones suelen ser negativas para los humanos).

 

Copio del libro de Nicolás Remy, publicado en 1595, el título del capítulo 13, del Libro 11:

«Los demonios ponen fuego a las casas y a los edificios. Algunos ejemplos».

N. Remy pone ejemplo tras ejemplo de semejantes fuegos que, según la mentalidad de aquellos tiempos, eran atribuidos al «demonio». Naturalmente en parapsicología tenemos que saber distinguir muy bien entre la explicación que los diversos pueblos y personas les puedan dar a estos hechos raros, y la realidad innegable de los hechos mismos.

En la vida de San Juan María Vianney (un santo francés del siglo XVIII) nos encontramos con que el «demonio» causaba extraños y repentinos incendios en su casa, «furioso porque el santo no caía en sus trampas».

En el campo de la ovnística tenemos igualmente que los fuegos son cosa muy relacionada con estos misteriosos visitantes; y hay que decir que no sólo para causarlos, sino en ocasiones hasta par apagarlos, por donde se ve que tienen gran dominio en esta materia. Pero hay que confesar que son mucho más abundantes los casos en que estos intrusos espaciales en vez de apagar fuegos, los causan.

En la oleada de 1975 en Puerto Rico, en la que junto con gran cantidad de ovnis, se vieron en el cielo otras extrañas criaturas parecidas a grandes pájaros, (fenómeno que también ha sucedido en otras partes concomitantemente con el avistamiento de ovnis) conozco de cerca el caso en que una pequeña choza sobre la que se posó una de estas grandes «aves», estalló inexplicablemente en llamas en cuanto el «ave» desapareció.

Pero el caso más aleccionador en este particular, es el famoso «Fuego de Peshtigo» más conocido como el «incendio de Chicago», por haber sido ésta una de sus consecuencias más famosas. Mucha gente no sabe que la misma noche que ardió Chicago (8 de octubre de 1871), ardieron muchos otros pequeños pueblos y aun ciudades como la hoy populosa Greenbay, en la que perecieron alrededor de 3.000 personas abrasadas.

 

Y aquella misma noche ardieron enormes extensiones de terreno en, por lo menos, siete estados de Norteamérica con una superficie como la mitad de la península Ibérica.

¿Causa de este fantástico incendio?

 

Ni más ni menos que lo que hoy llamamos un ovni. Una bola de fuego que cruzó por el norte y el nordeste de los Estados Unidos desde el estado de Nebraska hasta el de Pensylvania siguiendo una línea recta de no menos de 2.000 kilómetros y causando a su paso enormes conflagraciones en miles de kilómetros cuadrados. Según los testigos presenciales, repentinamente bajaba del cielo un calor sofocante que ahogaba a todo aquel que se encontraba en descampado sin tener lugar en que guarecerse. Hasta aquí, partes del artículo no publicado.

Desde entonces para acá he seguido recogiendo datos que han acrecentado mis sospechas. Leemos en el "Excélsior" de México, del día 29 de Sept. de 1979:

«Un total de 25.000 hectáreas de pastizales y bosques de San Pedro Mártir y Sierra Juárez; en el municipio de Ensenada, fueron destruidos por incendios durante la temporada de verano».

Noticias como ésta, pueden hallarse por cientos en todos los periódicos de buena parte de las naciones del mundo, sobre todo de aquéllas en las que abundan los bosques.

 

En los momentos en que escribo estas líneas, un gigantesco incendio forestal hace ya cuatro días que arrasa bosques y pueblos en Australia, habiendo consumido las llamas hasta este momento una superficie aproximada de unos 3.000 kilómetros cuadrados. Naturalmente, las personas que viven en las ciudades apenas si se enteran de estas enormes conflagraciones y para ellas no pasa de ser una noticia más del periódico o de la radio.

 

Cuando en el año 1982 crucé Portugal desde Oporto hasta la ciudad de Cástelo Branco, lo hice a través de kilómetros y kilómetros de montes completamente calcinados en los que no quedaba rastro de vida. Brasil es muy probablemente la nación que cuenta con mayor cantidad de bosques vírgenes de una frondosidad impenetrable.

 

Pues bien, en la década de los años 60 ardió una superficie de bosque comparable a la superficie de toda España. Aunque en el caso del Brasil, se sabe de mucha gente interesada en esta práctica bárbara, con el fin de que los indios que por allí habitan se retiren más al interior del inmenso Mato Grosso y dejen el terreno libre para los aprovechados. (Este genocidio ha sido denunciado repetidas veces en las Naciones Unidas; pero los militares que mal-gobiernan aquel país, están muy ocupados torturando «comunistas» y líderes obreros y no tienen tiempo para esas pequeñeces).

Si bien es cierto que, como dijimos anteriormente, podrá en muchísimos casos encontrarse una causa perfectamente humana y natural para estos fenómenos, también es muy cierto que el caso de los incendios forestales es uno más de los casos en que estos seres «superiores» cubren sus actuaciones en nuestro planeta bajo las apariencias de fenómenos naturales, cuando en realidad son fenómenos causados o avivados por ellos; al igual que, en ocasiones, hacen todo lo contrario, es decir, nos hacen creer que algo es «sobrenatural», cuando en realidad es algo perfectamente natural, pero debido a causas que nosotros desconocemos y que ellos usan a su antojo para impresionarnos; (empezando por sus mismas personas, a las que nos han hecho adorar, como si fuesen o cuando en realidad son únicamente otros seres inteligente Universo).

Sin embargo hay casos en los que no tenemos duda de quienes han sido los causantes de los fuegos. En líneas pasadas y aportado algunos de estos casos.

 

Y para que el lector vea que estos hechos no son sólo cosa del pasado, transcribiré esta noticia aparecida en el diario Crónica de Buenos Aires, el día agosto de 1982 (y referida a mí por el investigador puertorriqueño Noel Rigau).

 

El titular del periódico es: «Un ovni incendiario Catamarca»; y partes de la extensa información dicen así:

«Un incendio registrado hoy en la localidad de Londres y zonas aledañas afectó a 11 viviendas y causó heridas a dos personas amén de importantes pérdidas en plantaciones de nogales, citrus viñedos; y si bien las fuertes ráfagas de viento que se registraban en ese momento, hicieron temer por su seguridad a la población, el fuego se alejó luego hacia los cerros, tras cambiar el viento de dirección. Sin embargo, cuando el origen del siniestro no pasaba aún de conjeturas, un comunicado oficial dejó perpleja a la población. En efecto, la Jefatura de la Policía informó esta noche que un incendio registrado en la ciudad de Londres habría sido causado por un objeto volador no identificado (OVNI) que en dos oportunidades había logrado contactar con la tierra».

El comunicado dado a través del Departamento de Relaciones dice así:

«En la localidad de Londres, Departamento de Belén, se inició anoche un viento zonda con velocidad aproximada de 150 Km. por hora, provocando cuantiosos daños, voladuras de techos de viviendas, caída de nogales y postes de alumbrado público. A las 3,50 se observó un ovni que se desplazaba de oeste a este a una altura de 7 metros, iluminando en una circunferencia de 50 metros con luz amarilla sobre la población».

«Posteriormente se posó en una finca, para luego levantar vuelo, dirigiéndose hacia el noroeste, descendiendo nuevamente por espacio de dos a tres minutos, pudiéndose observar de inmediato que se producía un voraz incendio en el lugar en que se posó; dicho siniestro se expandió a causa del fuerte viento...».

Todavía sigue el diario «Crónica» durante una columna entera dando más detalles del suceso. Y por si tuviésemos duda de que se trata sólo de una noticia sensacionalista más, cuatro días más tarde el diario «Clarín», también de Buenos Aires, abundaba más en el hecho tras su propia investigación:

«ASOMBRA A CATAMARCA UN OVNI INCENDIARIO... Las evoluciones del ovni fueron seguidas con preocupación desde un automóvil patrullero policial, por los agentes provinciales Andrés Soria y Ramón Carpió, en circunstancias en que efectuaban un recorrido de rutina por el pueblo... Toda la provincia de Catamarca está convulsionada por el extraño incendio de campos que se produjo en un extremo del pueblo de Londres a partir de una gran llamarada emitida por un objeto volador no identificado (OVNI), según informó la propia policía local.

 

Mientras comenzaba a soplar un fuerte viento, los policías vieron al objeto detenido y posado sobre la calle, en la esquina de las calles Zurita y Calchaquí. Al detener ellos la marcha del vehículo, el OVNI tomó altura rápidamente, y luego de un zigzagueante recorrido, produjo un violento estampido que derivó en una inmensa llamarada...».

El diario «Clarín» continúa su información aportando más testimonios de testigos presenciales y terminando con esta atemorizante descripción:

«Alberto Seleme, un caracterizado habitante del lugar, corroboró lo expresado y agregó: "Era algo dantesco; la tierra, el viento, el humo, el llanto de la gente que corría, las llamas. La policía tocaba las sirenas. Todo era un infierno"».

Por el contrario, en ocasiones se ha visto a estos misteriosos visitantes del espacio, apagar fuegos. Conozco de cerca un caso acaecido en Tolima (Colombia), en el que el rancho de una muy conocida periodista fue salvada de ser devorada por un incendio, gracias a la oportuna y manifiesta intervención de un ovni. Cuando ella se hallaba aterrada, en compañía de una amiga, viendo cómo las llamas avanzaban devorándolo todo, y estaban ya a muy corta distancia de la casa, un aparato en forma de disco, se fue acercando lentamente, a muy baja altura, hacia las llamas.

 

En unos instantes se sintió un frío intensísimo que no sólo la puso a ella a temblar, junto con todos los peones de la finca que estaban luchando por impedir que el fuego avanzase, sino que hizo que las enormes llamas se extinguiesen en pocos instantes. La propia dueña de la finca me explicó con todos sus detalles, cómo había sido todo el increíble suceso, y me mostró un ejemplar del diario «El Tiempo» en el que había narrado, en una página entera, todo lo sucedido.

Cuando en el año 1931, hubo en el, por muchos conceptos, misterioso Mount Shasta (oeste de los Estados Unidos) un gran incendio forestal que avanzaba rápidamente, devorándolo todo, por una de las laderas del monte, según muchos testigos, se vio aparecer una extrañísima niebla que inexplicablemente lo detuvo. La señal en donde se detuvo el fuego, se pudo ver durante muchos años como una gran curva perfectamente trazada en la mitad de la montaña.

Admito la posibilidad de que esté en un error y de que todas mis sospechas no sean más que imaginaciones mías.

 

Pero de nuevo, viendo en la Biblia y en la historia de muchos pueblos antiguos, el interés y la insistencia que los Dioses tienen con la cremación de las ofrendas que exigían, fuesen éstas animales o vegetales, me reafirmo en mis sospechas.
 

 


Cremaciones de vegetales en la Biblia


Y fíjese el lector que digo «ofrendas vegetales o animales» porque lo cierto es que los Dioses también exigían ofrendas y cremaciones de determinados vegetales, en una cantidad y de una forma específicas, tal como enseguida veremos en los textos bíblicos.

Esto podría, a primera vista, parecer que se contradice con lo que dijimos de que la materia vegetal desprende en menor cantidad estas ondas (la vida) cuando es quemada, y por eso hay que quemar grandes cantidades de ella simultáneamente, para que produzca una cantidad de energía apreciable o utilizable para los Dioses.

Esto, sin dejar de ser cierto, puede muy bien compaginarse con la parvedad y la selectividad que vemos en las ofrendas vegetales exigidas por Yahvé. Recurriendo de nuevo a las comparaciones, podemos ver que los hombres consumimos grandes proporciones de ciertos vegetales (harinas, granos, etc.), mientras que de otros apenas si ingerimos cantidades infinitesimales, como son las especias con las que condimentamos nuestras comidas.

 

La energía producida por la conflagración de un gran bosque, podría ser un «alimento» común y vulgar para muchos de estos seres en un momento determinado, mientras que el quemar determinados vegetales exquisitos, en cantidades específicas, y en momentos y de modos muy determinados, podría ser como el condimento adecuado para la cremación de animales (que es lo que constituye la parte importante de la ofrenda querida por los Dioses).

Puesto en palabras más exactas, las ondas poco comunes que desprenden ciertos vegetales al quemarse en ciertas proporciones, sintonizan con las que se desprenden de la cremación de la materia animal, produciendo en conjunto una vibración que es especialmente agradable para los «paladares» de ciertos espíritus más refinados. Y, a lo que parece, tanto Yahvé como los jefes de todas las bandas de «elohim», eran una especie de «gourmets» espaciales.

Vea el lector con qué exquisitez ordena Yahvé que le sean hechas las ofrendas vegetales; da la impresión de que le está dictando a Moisés recetas de alta cocina con sus medidas exactas:

«Dile a los israelitas que te den una ternera roja sin defecto y que no haya sido uncida nunca, y degüéllala fuera del campo. Entonces, Eleazar el sacerdote, mojará su dedo en la sangre de ella, y lo sacudirá siete veces hacia la tienda de las reuniones. Después será quemada la ternera por completo, pero el sacerdote tomará un poco de madera de cedro, un poco de hisopo [una planta muy aromática antiguamente usada en medicina] y un poco de lino color rojo escarlata (!!) y lo arrojará todo al fuego donde se quema la ternera...»

(Num. 19, 1-7).

En las ofrendas diarias de por la mañana y por la tarde, junto con los animales que había que sacrificar y quemar, Yahvé exigía sin falta, la «ofrenda de cereal», que consistía en la 10a. parte de un «efá» (una medida hebrea) de harina fina, mezclada con 1/4 de «hin» (otra medida) de aceite de aceitunas machacadas, y además había que ofrecerle una libación de 1/4 de «hin» de vino.

Pero Yahvé detallaba bien sus recetas; porque cuando era un toro el animal que se ofrecía, entonces con él había que ofrecer 3 décimos de harina tamizada, mezclada con aceite de oliva; si en vez de un toro era un carnero, entonces la cantidad de harina que había que ofrecer era 2 décimos; si era un cordero, 1 décimo y si era un macho cabrío, entonces no había que ofrecer nada con él. Las cantidades de vino variaban también de acuerdo al animal que se sacrificase.

Pero no sólo eso; Yahvé bajaba a más detalles. Las ofrendas de cereales tenían que ser siempre sin levadura; había que añadirles algo de incienso; tenían que ser con aceite de oliva; había que echarle sin falta, sal («toda ofrenda tiene que ser con sal»), y nunca había que añadirle miel.

 

Además especificaba:

«Cuando el cereal que se me ofrezca, haya sido asado en un horno, tendrá que presentármelo en forma de obleas rociadas con aceite; si ha sido cocinado en una plancha o sartén, entonces habrá que partirlo en trozos y echarles encima el aceite; y si el cereal ha sido preparado dentro de alguna olla, entonces tendrá que ser bien sumergido en aceite para freírlo».

Y todo ello para ser quemado en la hoguera con las ofrendas, a modo de adobo. Lo curioso es que las particularidades que conocemos de las ofrendas que los Dioses mesopotámicos exigían a sus pueblos, se parecen enormemente a éstas que vemos exigidas por Yahvé; no sólo en el grueso de las ofrendas y de las cremaciones de animales, sino también en estos detalles o caprichos de exigir tal o cual hierba o líquido junto con la ofrenda animal.

 

Esto nos hace sospechar mucho en la igualdad de Yahvé con todos los demás «falsos Dioses» y nos da la explicación de sus tremendos celos hacia ellos.
 

 


Cremaciones de animales en la Biblia


En cuanto a las órdenes de Yahvé a Moisés a propósito de la cremación de animales en el altar, podríamos llenar páginas:

«Esta es la ley del holocausto: el holocausto arderá sobre el hogar del altar de la noche a la mañana y el fuego del altar se tendrá siempre encendido... El fuego arderá siempre en el altar sin apagarse; el sacerdote lo alimentará con leña todas las mañanas; pondrá sobre ella el holocausto y quemará allí mismo la grasa de los sacrificios pacíficos. Es fuego perenne que ha de arder en el altar sin apagarse».

(Num. 28,3).

Son interminables los pormenores que Yahvé le dio a Moisés acerca de cómo debía quemar las ofrendas, cuáles eran holocaustos y de cuáles podían comer en parte los sacerdotes, etc.

Pero todavía hay más peculiaridades.

 

A veces parece que la impaciencia de Yahvé era tanta por sentir el «suave olor tranquilizante» de que nos hablan los textos, que sin esperar a que los quemasen, bajaba él mismo a abrasarlos, para captar de cerca lo que de ellos quería:

«Y le dijo Yahvé (a Abraham): Elígeme una vaca de tres años, una cabra también de tres años y un carnero igualmente de tres años y una tórtola y un palomino. Tomó Abraham todo eso y partió los animales por la mitad, pero no las aves; y puso cada una de las mitades enfrente a la otra... Puesto ya el sol, y en densísimas tinieblas, apareció una hornilla humeante y un fuego llameante que pasó por entre las mitades de las víctimas».

(Gen. 15).

Y más adelante en el libro del Levítico:

«Arón alzando la mano bendijo al pueblo y bajó después de haber ofrecido el sacrificio por el pecado, el holocausto y el sacrificio pacifico. Moisés y Arón entraron en el tabernáculo de la reunión y cuando salieron, la gloria de Yahvé [la famosa nube] se manifestó a todo el pueblo, y salió de ella un fuego mandado por Yahvé, que consumió en el altar el holocausto y las grasas. A su vista el pueblo todo lanzó gritos de júbilo y se postraron rostro en tierra».

(Lev. 9).

En esto parece que hay un paralelo con lo que anteriormente dijimos de las matanzas de animales.

 

Da la impresión de que tanto en los sacrificios sangrientos como en los holocaustos, al no haber en la actualidad, entre los pueblos civilizados, quien le haga caso a Yahvé ni a ninguno de los otros Dioses en cuanto a sacrificarles animales y quemarles ofrendas de materia viva, ellos mismos se procuran los sacrificios y los holocaustos; en el caso de los primeros, yendo a las granjas a matar animales, y en cuanto a los holocaustos, provocando los enormes incenDios forestales que cada verano vemos en la prensa de todo el mundo.

Para que el lector vea la importancia que Yahvé le concedía a todo esto (y al mismo tiempo para que lo contraste con el poco o ningún caso que a tales «cosas sacratísimas» se les concede en la actualidad, tanto en el judaísmo como en el cristianismo) oiga estos textos aleccionadores tomados del libro 2º de las Crónicas y, referentes a la consagración del templo por Salomón, es decir alrededor de 300 años después de la muerte de Moisés:

«El rey Salomón con toda la comunidad de Israel que se había reunido en torno a él, sacrificaron ante el arca innumerables ovejas y bueyes en incalculable abundancia... Cuando los sacerdotes salieron del santuario, la Casa se llenó de la nube, la misma Casa de Yahvé... Y los sacerdotes no pudieron continuar en el servicio a causa de la nube, porque la «gloria de Yahvé» llenaba la Casa de Dios.... Cuando Salomón acabó de orar, bajó fuego del cielo que devoró el holocausto y los sacrificios; y la «gloria de Yahvé» llenaba la Casa. Los sacerdotes no podían entrar en la Casa de Yahvé porque la «gloria de Yahvé» estaba en la Casa de Yahvé.

 

Entonces todos los hijos de Israel, viendo descender el fuego y la «gloria de Yahvé» sobre la Casa, se postraron rostro en tierra sobre el pavimento y adoraron a Yahvé "porqué es bueno y porque es eterno su amor". Luego el rey y todo el pueblo ofrecieron sacrificios a Yahvé. El rey Salomón ofreció en sacrificio 22.000 bueyes y 120.000 ovejas. Así inauguraron la Casa de Dios el rey y todo el pueblo...».

(Note de paso el lector la nada simbólica y por el contrario manifiesta y física presencia de Yahvé; el pueblo veía perfectamente la nube, al igual que en nuestros días mucha gente ha visto pequeñas nubes haciendo cosas muy extrañas).

Muy probablemente estas cifras son exageradas; pero aún reduciéndolas a la tercera parte, nos encontramos ante una hoguera en la que se quemaban varias toneladas de carne. Imagine el lector el humo, el penetrante olor a carne quemada y la grasa fluyendo por todas partes.

 

No tiene que imaginárselo porque le bastará con seguir leyendo el resto del capítulo 7:

«Salomón consagró el interior del patio que está delante de la Casa de Yahvé, pues allí fue donde ofreció los holocaustos y las grasas de los sacrificios de comunión, ya que el altar de bronce que había hecho Salomón no podía contener el holocausto, la oblación y las grasas... La fiesta duró siete días...».

Y toda esta increíble carnicería ¿para qué? ¿para congraciarse y para agradar al Dios verdadero, al Dios de la belleza, al Dios del amor, al Dios primera y profunda inteligencia que rige el Universo? De ninguna manera; el Dios verdadero no se deleita con humos ni con grasas.

 

Lógicamente tenemos que llegar a la conclusión de que toda esta carnicería era para satisfacer los gustos de un «Dios» a quien le gustaba la sangre, primo-hermano de Júpiter, de Baal, de Moloc, de Aserá, de Dagón, de Kemos y de todos los demás Dioses mesopotámicos, a los que también sus pueblos adoraban mediante sacrificios de animales o de seres humanos. Ajab, rey de Israel, sacrificó dos de sus hijos a Baal. Estos sacrificios de «su pueblo» a los Dioses rivales (Lev. 18-21), encelaban tremendamente a Yahvé y «encendían su ira».

Todavía un último extraño detalle relacionado con el fuego y también con la irascibilidad y falta de entrañas de Yahvé; por él, podemos ver que estaba muy interesado en que los sacrificios que pedía, fuesen hechos exactamente como él decía, cuando él decía, por las causas que él los pedía y únicamente en los lugares que él señalaba.

Leemos en el libro del Levítico, capítulo 10:

«Los hijos de Arón, Naclab y Abiú, tomaron cada uno un incensario y poniendo fuego en ellos y echando incienso, presentaron ante Yahvé un fuego extraño, cosa que no les había sido ordenada. Entonces salió de ante Yahvé un fuego que los abrasó y murieron ante Yahvé».

Aunque no viene mucho al caso, no resisto la tentación del copiar los versículos siguientes, porque son todo un resumen de los que por siglos ha estado pasando en el alma de millones de seres humanos inteligentes, ante el dogma hueco, absurdo y muchas veces tiránico, propugnado e impuesto por las autoridades religiosas de todas las creencias y de todas las épocas.

La explicación fanática dada por Moisés, ante un hecho tan bárbaro, y el silencio impotente de un pobre padre aplastado por el dolor y por la injusticia de su «Dios», son sólo el eco de miles de hechos parecidos:

«Dijo entonces Moisés a Arón [cuyos hijos acababan de ser abrasados por Yahvé]: "Esto sucedió conforme a lo que Yahvé había dicho: Yo seré santificado en aquellos que se me acerquen y glorificado ante todo el pueblo. Arón calló"» (!!).

¿Qué iba a decir el pobre Arón, incapaz de comprender la «justicia y la bondad» de su «Dios»?

 

Seguramente en aquel momento y en lo profundo de su corazón, debió de blasfemar contra Yahvé. Como han blasfemado contra Dios muchísimos creyentes desesperados, cuando los doctrinarios religiosos le achacan a El cosas con las que El no tiene nada que ver, porque son debidas a causas mucho más cercanas a nosotros.

Lector: si todas estas cosas de las que estamos hablando te parecen bastante extrañas, (por no decir absurdas), no te olvides que son tomadas directamente de la Biblia, el «libro sagrado» que para muchos millones de seres humanos ha sido la guía durante muchos siglos.

 

Con una guía así, en la que se nos presenta a Dios como a un individuo con unos gustos tan animalescos y tan extravagantes, no es nada extraño que nuestra sociedad esté como está y que las ideas religiosas en el mundo judeo-cristiano anden tan a la deriva como andan.
 

 


Resumen


Como resumen de todo este largo capítulo, diremos que lo que los Dioses básicamente procuran en nuestro mundo, es excitarnos y, en cuanto les sea posible, juntarnos en multitudes para así poder extraer más fácilmente la energía en forma de ondas que emiten los cerebros excitados. Ya hemos explicado que esta excitación hay que entenderla de una manera amplia: quieren poner el cerebro humano en estado de tensión o de expectación y esto tratan de hacerlo mientras los seres humanos están congregados.

Para conseguir ambas cosas, han ideado unas estrategias a corto y a largo plazo.

  • A corto plazo, podríamos decir que son las religiones y los deportes, pues consiguen estos estados de ansia y excitación, al mismo tiempo que de aglomeración, con mucha frecuencia.

  • A largo plazo, podrían ser las razas, las lenguas y las patrias, que al fin y a la postre, son las que causan una de las cosas más buscadas por los Dioses, las guerras, ya que en ellas consiguen en abundancia algo que siempre han querido especialmente: dolor, sangre y cuerpos mutilados violentamente.

Vistos todos estos fenómenos sociales desde este punto de vista, no puede uno menos de admirar la inteligencia con que han sido ideados para conseguir los fines que con ellos pretenden. Porque no tenemos que olvidar fue tales estrategias tienen que ser voluntariamente admitidas por un ser inteligente que en muchos otros aspectos de su personalidad, no es nada dócil ni obediente a los dictados de otros.

 

Y por otro lado, tienen que ser admitidas sin que estos seres caigan en la cuenta de que están siendo manipulados y de cuáles son sus verdaderos propósitos.

 

Y sin embargo vemos con qué mansedumbre el hombre se ha dejado embaucar y ha admitido como sagrados e importantísimos toda una serie de principios que, considerados fríamente, han sido desastrosos para la humanidad entera a lo largo de toda su historia.
 

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