8 «Seréis como Dioses»
Una frase clave
Evolucionemos racionalmente y sin miedo
Una frase clave
Esta famosa frase bíblica, que siempre nos fue presentada como una
mentira con la que Satanás intentó engañarnos a los humanos y
apartarnos de los mandamientos y de la obediencia a Dios, a la luz
de esta nueva manera de ver las cosas, resulta una gran verdad y una
pauta a seguir, si la humanidad quiere superar el calamitoso estado
en que se encuentra actualmente.
La clásica teología cristiana nos dice que Luzbel se rebeló contra
Yahvé y fue derrotado; y nos dice también que, llenó de rabia contra
su vencedor, le sugirió a la primera pareja humana — precisamente
mediante esta frase— que no le hiciese caso a la orden de Dios de no
comer la fruta del «árbol del bien y del mal».
El razonamiento de
Luzbel a nuestros primeros padres fue:
«Os prohíbe comer de esta
fruta, porque la realidad es que si la coméis llegaréis a ser como
él».
Esta frase fue la valiosísima confidencia que, en un momento de
rabia, uno de estos falsos Dioses (Luzbel) nos hizo, para vengarse
de otro falso Dios (Yahvé) que acababa de vencerlo tras una fiera
batalla por el predomino de la raza humana. Esta frase, lejos de ser
una mentira, fue el acto malhumorado de un derrotado que, en
venganza por la guerra que acababa de perder, nos decía un gran
secreto.
La verdad profunda de la famosa frase bíblica, podría ser
interpretada así:
«No le hagáis caso a los mandamientos que os dé;
porque si le hacéis caso, vais a ser sus esclavos por los siglos de
los siglos, ya que sus mandamientos están muy bien pensados para que
no podáis progresar ni llegar, mediante una evolución natural, a ser
unos seres superiores, como lo es él».
Los cálculos de Yahvé, al igual que los cálculos de los demás Dioses
que a lo largo de los milenios han ido prohijando y dándoles
mandamientos a los demás pueblos del mundo, han sido perfectos, tal
como lo demuestra la espantosa historia humana, llena de sangre y de
peleas entre todos los seres humanos. Y como ya hemos visto, una de
las causas directas más importantes para esas peleas y esa sangre,
son los mandamientos religiosos de cada uno de esos pueblos.
Los que
los tienen diferentes, pelean entre sí «para destruir a los infieles
y paganos» y los que los tienen iguales, también pelean entre sí
«para destruir a los herejes». Y cuando no bastan los motivos
religiosos, entran en juego todas las otras estrategias que hemos
descrito ampliamente en capítulos pasados.
La triste verdad es que los nombres, en vez de haber evolucionado en
una línea auténticamente humana, (en la que poco a poco hubiésemos
ido perfeccionando nuestra propia naturaleza y nuestras capacidades
corporales y espirituales) nos hemos pasado los siglos al servicio
de nuestros respectivos Dioses, gastando en su honor lo mejor de
nuestras riquezas y de nuestras energías físicas y empleando en su
adoración y en el cumplimiento de sus deseos lo mejor de nuestras
capacidades intelectuales y espirituales 23.
23 Cada vez que el lector entra en una de nuestras maravillosas
catedrales, debería tener muy presente que semejantes montañas de
piedra, trabajadas con un mimo y una maestría que hoy nos pasman,
suponen un enorme esfuerzo físico y económico totalmente
desproporcionado con las condiciones en que se desenvolvía la vida
de los obreros que lo realizaban. En aquellas épocas el hambre y las
pestes diezmaban a las poblaciones de Europa; pero la mente humana,
obcecada por el fanatismo religioso, en vez de dedicarse a vencer
estas tremendas lacras sociales, dedicaba todas sus energías a
«hacerle una casa digna a Dios». ¡Cómo si el autor de la bóveda
celeste necesitase casas!
Pero seguimos tan
belicosos, tan separados por nuestras
ideas religiosas tan patrioteros, y tan impotentes ante el hambre,
las enfermedades y el dolor como lo éramos hace siglos.
Por eso ha llegado la hora de que despertemos. Yo comprendo que las
ideas que estoy propugnando, y este mismo despertar al que incito no
sólo al lector sino a todos los hombres pensantes y a toda la
sociedad, es algo dificilísimo de ser admitido sin más ni más, ya
que va contra toda una manera de pensar que está implantada
profundamente en nuestro ser.
Cada uno está aferrado a sus
creencias, a sus tradiciones, a su cultura, a su raza, a su patria,
a su lengua, sin caer en la cuenta de que todas estas cosas
«importantísimas» son las que tienen a la humanidad dividida y son
las que no la dejan ser feliz.
Nadie está dispuesto a prescindir de
ellas, porque ello, en las mentes de la mayoría, constituiría una
traición «a principios éticos fundamentales».
Este es el engaño
maestro en que nos han hecho caer los Dioses: hacernos creer que lo
que nos destruye, es «sagrado» e intocable. Y por eso no hay muchas
esperanzas de que todas estas ideas vayan a tener una fácil acogida
en las mentes de la mayoría de la humanidad en breve tiempo.
Pensemos, si no, en la situación actual del Líbano; Irak e Irán se
destrozan mutuamente con una santa ferocidad inspirada por Alá,
aproximándose ya a la espantosa cifra de quinientos mil muertos. El
primero, por vengar viejas ofensas patrias de los iraníes, y éstos,
por el honor nacional y por la extensión de una santa revolución
islámica.
Drusos y cristianos se matan, animados por un heredado
rencor religioso. Los palestinos se aniquilan entre sí, para
demostrar cuál de los dos bandos tiene un mayor ardor patriótico.
Siria y Libia colaboran en la guerra santa contra el gobierno
cristiano del Líbano. Norteamericanos y franceses vuelan por los
aires a impulso de una dinamita empapada de odio racial y religioso;
y en la base de todo este caos, y como origen de todo él, el ciego
fanatismo religioso de Israel, que un buen día y contra todo derecho
(inspirados por las palabras de
Yahvé, ¡pronunciadas hace ya 4.000
años!), despojaron de su patria a los palestinos, convirtiéndolos en
un pueblo errante y desesperado.
De víctimas de los nazis, los
israelíes se han convertido en los nazis del Medio Oriente.
¿Por qué todo este horrendo infierno del Líbano? Por ideas
«sagradas» defendidas con furor por fanáticos irracionales, que en
vez de usar la cabeza, se dejan llevar por sus sentimientos.
Sin embargo, a pesar de las mil dificultades, hay en la actualidad
mejores perspectivas de las que había, por ejemplo, a principios de
siglo. Aceleradamente van apareciendo en todas las sociedades y
naciones más individuos en los que estas ideas caen como en un campo
abonado, y se puede decir que las nuevas generaciones vienen en
cierta manera predispuestas para aceptar muchos de estos nuevos
enfoques, y para lanzar por la borda buena parte de las sacras
tradiciones que heredaron de sus mayores. Y estas nuevas tendencias
ya se van haciendo sentir en nuestra moderna sociedad.
Un ejemplo de esto fueron los 40.000 jóvenes norteamericanos que se
negaron a ir a pelear a la absurda guerra de Vietnam, refugiándose
en el Canadá y enfrentándose así a la estupidez de unos gobernantes
imbuidos de unas rancias ideas patrióticas.
(El día que los jóvenes
de todo el mundo se nieguen a enrolarse en los ejércitos, a los
políticos paranoicos y a los generales patriotas les va a ser mucho
más difícil organizar esos juegos mortales que hasta ahora han
afligido a la humanidad).
Otro ejemplo de esta nueva tendencia, es la creación del Mercado
Común Europeo, —hoy amenazado por la miopía patriotera de algunos
politicastros— en el que podemos ver una clara tendencia hacia una
progresiva integración en una sociedad más unida y coordinada. Este,
en apariencia pequeño logro, es un paso de gigante en una Europa
profundamente dividida por siglos de guerras interminables y
naturalmente separada por culturas, lenguas, patrias y razas.
Algo por el estilo se puede vislumbrar en algún internacional
programa de televisión que hemos visto (y que se transmite
simultáneamente en varios países europeos) en el que discretamente
los jóvenes participantes se mofan de los respectivos patriotismos,
incluido el propio. Es como un comienzo de reflexión y de
autocrítica, en áreas que hasta ahora habían sido consideradas como
«tabú» y por lo tanto intocables e incambiables.
Estamos comenzando la primera etapa que consiste en despertar;
despertar de un sueño de siglos; y por eso no hay que extrañarse de
que sea grande la resistencia, (sobre todo en los políticos viejos
con grandes intereses creados), a salir de la modorra en que la
humanidad ha estado sumida por tanto tiempo.
Cuando uno despierta de
un largo y profundo sueño, tarda tiempo en caer en la cuenta de la
realidad circundante. Estamos cayendo en la cuenta, lentamente, de
la situación en que nos encontramos. Una vez que lo hayamos
conseguido, —y para ello ayudará grandemente el seguir los pasos que
apuntamos en el capítulo anterior— estaremos en posición de
planificar nuestra evolución, en una línea completamente humana,
teniendo como meta nuestro propio perfeccionamiento, tanto en el
orden fisiológico como en el psicológico y espiritual, de modo que
en un futuro, no demasiado lejano, alcancemos el rango y la
categoría a que estamos destinados dentro de nuestra propia escala
cósmica.
Porque el hombre lleva dentro de sí una semilla que tiene
que hacer germinar para continuar así su interrumpida ascensión
hacia esta categoría, libre ya de la esclavitud a que otros seres
«superiores» lo han tenido sometido.
Evolucionemos racionalmente y sin miedo
Por eso las palabras claves para los tiempos futuros serán las
palabras evolución y racionalidad. Por encima de las palabras
patriotismo, tradición, fe y todas las demás que la estulticia o los
intereses creados de unos cuantos (instrumentos de los Dioses) han
ido creando a lo largo de los siglos para tener a los hombres
entontecidos con falsos valores y peleando entre sí.
Una evolución racional y conforme a las necesidades y a las
capacidades humanas, que lejos de excluir todos los otros valores
dignos, los englobará y los realzará, pero colocándolos en el lugar
que les corresponde dentro de la realización total del hombre como
ser autónomo y realmente inteligente.
Y los Dioses, que se busquen algún otro antropoide sobre el que
parasitar. Primero lo perfeccionarán fisiológicamente, para que su
cerebro sea capaz de producir lo que a ellos les interesa, y luego
le darán mandamientos religiosos, principios éticos y ardores
patrióticos, para que su cerebro no siga evolucionando y se limite a
producir las ondas que a ellos les gustan. Y el pobre antropoide
sacralizará esos mandamientos y pensará que el propósito de su vida
es cumplir esos mandamientos... ¡sin saber que esos mandamientos son
los que lo hacen un esclavo!
No quiero terminar sin insistir en algo que considero importante. Ya
hemos dicho que tenemos que evolucionar:
-
Intelectualmente, conociendo cada día más cosas; y capacitándonos
para comprender mejor el mundo y el universo que nos rodea.
-
Moralmente, siendo cada día mejores, más respetuosos de los
derechos de los demás y del recto orden de la naturaleza, y
defendiendo el bien y la justicia que sean beneficiosos para la
humanidad; (no el bien y la justicia que se nos diga en ningún
«libro sagrado»).
Y por fin, y éste es el punto en que quiero hacer hincapié porque ha
sido malamente distorsionado por todos los doctrinarios religiosos,
tenemos también que evolucionar...
-
...estéticamente, cambiando nuestros gustos primitivos y
materialistas en otros más dignos de mentes evolucionadas.
Pero en este evolucionar estético, está incluido algo que ha sido
siempre mirado muy sospechosamente por los ascetas de todas las
religiones, y contra lo que han tronado todos los moralistas
aguafiestas, que tanto han florecido en todas las sectas del
cristianismo: la «fruido», es decir el goce de las muchas cosas
bellas y buenas que hay en este mundo.
No sólo hay que amar la belleza, sino que hay que tratar de crearla
según las fuerzas de cada uno, y hay que disfrutarla; porque la
belleza sólo tiene sentido si es disfrutada por alguien.
Según la teología clásica (la que los Dioses falsos, disfrazados de
Dios verdadero, nos inculcaron) este mundo es un valle de lágrimas a
donde venimos a hacer méritos (mediante el sacrificio y la
renunciación) para la vida futura. Pero según la nueva teología que
estamos empezando a construir, este mundo es un peldaño en el
infinito ascender de todo el Universo, de lo menos perfecto a lo más
perfecto; y el sufrir «para hacer méritos para otra vida» es algo
que no tiene sentido.
Al igual que tampoco tiene sentido el dejar de
disfrutar las cosas buenas y bellas que nos brinda la vida,
pudiéndolas disfrutar sin menoscabo de nadie. No hacerlo, es
menospreciar algo que nos ha sido dado precisamente para que lo
disfrutemos24.
Embellezcamos por tanto nuestro planeta y nuestras vidas todas y
aprendamos a gozar, sin miedo de que al hacerlo estamos yendo contra
algún mandamiento. Quitémonos de la mente el complejo de que todo lo
sabroso es pecado.
Toda la enorme distorsión a que el sexo ha sido sometido en el seno
del cristianismo, se debe, en el fondo, a esta filosofía y al
consiguiente complejo que a lo largo de los siglos ha ido generando
en las mentes y en las almas de los buenos cristianos.
El sexo por
ser una gran fuente de placer, es mirado con recelo por los
doctrinarios cristianos, y la mortificación que produce la privación
antinatural de él, es algo que los Dioses han sabido aprovechar muy
bien, valiéndose de todas las normas de decencia social, de todas
las doctrinas, de todos los votos de castidad, de todas las
virginidades, de todas las «guías de moral» y de todos los
principios de honestidad cristiana con que las sociedades
occidentales han sido santificadas (y mortificadas) durante tantos
siglos.
Usando la terminología de los creyentes en un Dios personal,
disfrutar de la vida sin menoscabo de nadie, es «dar gloria a Dios»,
al usar inteligentemente las cosas que El les ha dado.
No disfrutar
de todos aquellos placeres que están a nuestra mano, bien sea por
«ofrecérselos a Dios», o por la idea de que puede ser pecado, es
actuar neciamente, víctimas de complejos y de ideas absurdas que ya
va siendo hora que sacudamos con decisión de nuestras mentes.
-
¿Qué
clase de Dios es ese que tiene celos del placer de sus criaturas?
-
¿Qué clase de padre es ese que a todos sus hijos, sin excepción, les
exige el sufrimiento?
-
Y, ¿qué clase de creador inmediato es ese que
no ha sido capaz de crear ni un solo ser humano que le haya salido
bueno, puesto que a todos los tiene que hacer sufrir para
purificarlos, y a todos los tiene que «redimir» para «salvarlos»?
Convenzámonos de que Dios que pide dolor y sacrificios, es un Dios
falso; y Dios que pide adoración, es un Dios vanidoso y, por lo
tanto, también falso.
Hombre del siglo XX, ¡rebélate contra tanta aberración que te ha
sido predicada como «palabra de Dios»! Lo que hasta hoy se te ha
presentado como «palabra de Dios», no son más que mentiras de los Dioses.
Rebélate contra ella y contra ellos.
En el Talmud (en donde, como en todo «libro sagrado», hay grandes
verdades mezcladas con grandes falsedades) leemos este curioso
pensamiento:
«En el más allá, el Señor nos juzgará por las cosas
buenas que hayamos dejado de disfrutar, habiéndolas podido disfrutar
con justicia».
Y, en contraposición a este sabio pensamiento,
tenemos la increíble afirmación hecha por Juan Pablo II en el mes de
febrero de 1984 en la que dijo que toda sexualidad que no vaya
dirigida a la procreación es pecaminosa. He aquí un ejemplo de los
muchos aberrantes «axiomas» con que las autoridades de todo tipo,
han ido intoxicando poco a poco las mentes de los humanos.
Comienza a vivir, por fin, como ser racional, usando sin miedo tu
propia mente, que es el gran don que el verdadero Dios te ha dado
para que te defiendas de los Dioses y de los pobres hombres que
aquellos usan como sus representantes.
Luchemos todos por hacer un mundo más feliz en el que en vez de ser
fieles a una fe y a unos principios que nos separan de otros
hombres, seamos fieles a la racionalidad y al amor que nos hace a
todos hermanos.
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