Caso n.° 3
BROMA MACABRA
Antes de entrar de lleno en lo que constituye la médula de este
capítulo quiero poner al lector al corriente de algunos hechos que
le ayuden a comprender lo que narraré al fin y que admito que no es
nada fácil de aceptar si no se está en antecedentes.
Por el mes de noviembre de 1978 hice una visita al Estado de
Tabasco, en el sudeste de la república mexicana. Pues bien, a poco
que uno investigue en aquella región en lo referente a avistamientos
de OVNIS o de seres insólitos, se encuentra con una gran cantidad de
relatos fidedignos provenientes de todas las clases sociales y de
todos los rincones del Estado. Naturalmente que toda esta actividad
ovnística no se circunscribe a los límites de Tabasco, sino que es
abundante en los Estados vecinos de Campeche y Veracruz.
Nos bastó hacerle una visita a don Santiago Gil para salir de allí
con una serie de datos impresionantes de los que él había sido
testigo, con todos los peones de su finca, existiendo de ello muchas
fotografías —actualmente en poder de un periodista que las guarda
con gran celo— que yo pude observar detenidamente.
Uno de los incidentes que más había impresionado a don Chago, a
pesar de que él no es fácilmente impresionable después de haber sido
testigo de muchas cosas extrañas en su finca, fue el hecho ocurrido
el día 9 de septiembre de 1978, muy cerca de las cuadras y casas que
constituyen su granja, situada a 78 kilómetros de Villahermosa,
cerca del alto de Tulijá.
«Lo primero de todo —comienza diciéndonos— oímos un estruendo
enorme, como si un camión hubiese dejado caer de repente toda una
carga de grandes tubos de hierro, de los que la "PEMEX" ("Petróleos
Mexicanos") usa para sus oleoductos. En seguida apareció en medio
del campo, como a unos 50 metros de nosotros, una gran bola de humo
blanco que aplastó el sitio donde cayó, al mismo tiempo que hervía y
se iba haciendo cada vez más grande. La bola cayó —nos decía don
Chago— precisamente en el sitio en donde yo había estado parado a
caballo unos momentos antes, de modo que si no llego a moverme me
aplasta.
»En seguida comenzó a moverse lentamente y daba la impresión de que
quería levantarse y no podía, porque avanzaba dando saltos y ganando
velocidad, pero no lograba elevarse y en su carrera iba arrancando
terrones de tierra y hierba del suelo y lanzándolos a gran
distancia. Todos estábamos pasmados viendo aquello que no podíamos
explicarnos qué podía ser. Sentíamos que era algo que no pertenecía
a este mundo y al mismo tiempo nos daba la impresión de que tenía
vida propia. En su carrera a saltos llegó hasta el extremo de la
finca en donde hay grandes árboles; al llegar a uno de ellos, lo
rodeó y repentinamente vimos cómo el árbol, cuyo tronco tenía bien
unos 70 centímetros de diámetro, fue arrancado con raíz y todo y
allí está todavía para el que lo quiera ver.»
De hecho yo pude ver no sólo este árbol, sino otros muchos a los que
les habían desgajado grandes ramas, al igual que una larga cerca de
alambre que «la bola» fue arrancando en su carrera y lanzando por el
aire a gran distancia. Don Chago se quejaba de que había tenido que
reponer como unos cien metros de alambrada.
La cosa por fin logró despegarse del suelo, aunque sin coger altura.
Entonces se dirigió hacia las casas, y como iba tan baja chocó
contra el techo del jacal que servía de morada a uno de los peones y
lo dejó todo inclinado, tal como podía apreciarse en una de las
fotografías. Por fin ganó un poco más de altura, y cuando iba como a
unos 50 metros del suelo comenzó a echar unos chorros de humo hacia
arriba hasta que se perdió de vista en el horizonte.
Y esta noche no fue, ni de lejos, la única vez que don Santiago Gil
ha tenido en su finca la visita de extraños artefactos.
En otra ocasión, en 1976, por la noche, se vio encima de la finca
una especie de tablero rectangular, vertical, que estaba parado y
suspendido en el aire. De repente salió de él un rayo potentísimo de
luz muy concentrada que se dirigió hacia las montañas, iluminando un
pequeño sector de ellas.
Lo grande del caso es que las montañas a
las que se refería don Chago están a no menos de 20 kilómetros, y
aquel haz de luz fue capaz de mantenerse compacto en toda esa
distancia e iluminar un solo sector de la montaña, como si se
tratase de una linterna eléctrica gigantesca.
«Un día, hace como cinco años —nos decía—, fui con mi hijo al río
Tulijá y vimos, como a cien metros encima de nuestras cabezas, una
especie de cigarro que visto a esa distancia daba la impresión de
medir un metro y medio. Tenía unas luces rojas y azules. Pasó muy
lentamente por encima de nosotros y se perdió en el horizonte.
»Otro día, estando yo por la noche de cabalgata por mi finca, una
luz empezó a darme vueltas y más vueltas, como a cien metros encima
de mi cabeza; yo me paraba y les decía que bajasen, que yo los
esperaba, pero después de dar muchas vueltas se fueron.
»Otra vez, en 1977, vimos un objeto raro que vino del aire y se
metió debajo del agua, en el río. La gente se enteró y vinieron
buzos que estuvieron buscando por todo aquello y no hallaron nada.»
Don Chago nos siguió narrando toda una serie de episodios en que
tanto él como la mayor parte de los miembros de su familia y
empleados de la finca habían sido testigos de las andanzas de los
OVNIS. Y, aparte de don Chago, nos encontramos con otras personas
que nos relataron avistamientos, aterrizajes y encuentros de todas
clases, que se habían producido aquel mismo año o en los años
inmediatamente anteriores.
Con estos antecedentes el lector estará más preparado para oír el
relato que a continuación haremos, sucedido no sólo en el mismo
Estado de Tabasco (que no es muy grande en extensión) sino en la
misma región en donde sucedieron los hechos anteriormente descritos.
El caso a que me refiero sucedió en la noche del 9 de enero de 1978.
Siete hombres —trabajadores todos ellos de «Petróleos Mexicanos»— se
dirigían apretujados, en plan de fiesta, en una furgoneta marca «Gremlin»,
por la carretera del Circuito del Golfo, de Villahermosa a Cárdenas.
Iban muy alegres y dispuestos a divertirse aquella noche, pues
acababan de cobrar. Cuando más divertidos estaban con sus chistes y
bromas, un tremendo impacto sacudió el automóvil, y todos sintieron
en sus rostros el golpear de pequeñas piedras, que luego resultaron
ser los minúsculos pedazos del parabrisas, tal como les sucede a los
vidrios de los automóviles, que cuando reciben un fuerte impacto se
fragmentan en mil pequeños pedazos.
No se habían recuperado de este susto cuando los tres que iban en el
asiento delantero comenzaron a gritar al chófer para que se
detuviera, porque encima de sus piernas sentían el peso de algo que
por la oscuridad no podían saber bien lo que era, pero que daba la
impresión de ser un animal grande o un hombre al que le faltaba una
parte.
El chófer, presa del pánico, en vez de frenar, aceleró más. Fue un
verdadero milagro que en aquellos momentos no chocasen o se saliesen
de la carretera, porque lo que se formó dentro del coche fue
infernal: gritos de espanto y de desesperación de los de delante por
quitarse aquello de encima, empujones de los de atrás al chófer para
que se parase, mientras éste apenas si podía ver tras el impacto de
los cristales del parabrisas en su rostro. La realidad fue que el
vehículo no se detuvo hasta unos tres kilómetros del sitio en donde
había sentido el extraño encontronazo.
Para entonces, ya los que
iban en el asiento delantero habían podido darse cuenta de que lo
que llevaban encima de sus piernas era medio cuerpo humano, al que
habían cortado por la cintura. La parte que ellos llevaban era la
parte superior.
Cuando por fin se detuvieron, más adelante del pueblo de Loma de
Caballo, en medio de la oscuridad de la noche, con una excitación y
un nerviosismo comprensibles y sin saber qué hacer, decidieron
abandonar allí mismo el cadáver de aquel medio hombre y volver al
lugar de donde habían partido.
Naturalmente no fueron capaces de
callar lo que les había ocurrido y como resultado de ello a los
pocos días estaban todos en la cárcel acusados de haber arrollado a
aquel hombre. Todos menos el chófer, llamado Fabián, que
posiblemente más atemorizado que los demás, pues era a él a quien
iban a echarle toda la culpa del suceso, desapareció sin que
pudiesen dar con su paradero. Desde un principio dijo que él en
ningún momento había atropellado a nadie y ponía de testigos a todos
sus compañeros.
La mitad inferior del cuerpo apareció en un sitio cercano al lugar
de la carretera en donde ellos habían sentido el impacto en el
parabrisas, con la consiguiente aparición de la mitad superior del
cuerpo encima de sus piernas. Pero curiosamente no estaba en la
calzada de la carretera o en la cuneta, sino en un campito cercano.
El muerto resultó ser un pobre jornalero.
¿Por qué ponemos este caso como provocado por la intervención de
algún OVNI, cuando los hombres fueron acusados de haberlo
atropellado con su vehículo?
Es cierto que no tengo pruebas concluyentes de que todo el hecho se
le deba achacar a los ovninautas; sin embargo, hay muchas
circunstancias que nos llevan a sospechar que efectivamente se trató
de una broma más de cierto tipo de seres misteriosos, que parece que
se dedican a jugar con los hombres, ejecutando a veces bromas tan
macabras como la descrita y como otras semejantes que conozco y que
no describo aquí porque no las he investigado personalmente como
ésta.
Si fuese el primer hecho de este tipo con el que me encontrase,
ciertamente tendría mucho reparo en admitirlo sin más, pero
desgraciadamente es uno más en una muy larga lista; y esto por más
que les pese a los defensores de los «hermanos mayores del espacio»
o a los que quieren llevar la investigación del fenómeno OVNI con
una metodología y unos estilos científicos «químicamente puros».
He aquí las razones para sospechar que todo el hecho constituyó una
broma macabra de este tipo de entidades malignas a las que nos
referimos anteriormente.
En principio, los testigos inmediatos del caso —los siete hombres
que iban en el auto— juran y perjuran que ellos no arrollaron a
nadie y que el cuerpo cayó verticalmente del aire. Y ciertamente es
muy difícil que alguien que es arrollado por un coche sea partido
por la mitad y que una de las mitades pase por encima del motor y
todavía tenga fuerza para destrozar por completo el parabrisas.
Además, se da la circunstancia de que el parabrisas de los «Gremlin»
está muy inclinado hacia atrás y ofrece poca resistencia a un objeto
que venga de frente, empujándolo más bien hacia el techo del coche.
Lo normal es que el automóvil golpee primero a la persona y si no la
lanza hacia un lado, acabe pasándole por encima. Sin embargo,
admitimos la posibilidad de que hubiese sido arrollado, y no
tendríamos inconveniente en dejar así las cosas si no hubiesen
concurrido otras circunstancias que hacen el hecho muy sospechoso.
Estas circunstancias nos fueron comunicadas por el hijo de la
víctima, al que fuimos a visitar a su casa, aparte de que ya eran
conocidas por las autoridades y por los jueces, cosa que en parte
motivó el que al poco tiempo los dejasen salir a todos de la cárcel,
hasta que se esclareciese todo el extraño suceso.
Lo primero que nos extrañó en nuestra conversación con el hijo del
«arrollado», fue que espontáneamente nos dijese que él no creía que
su padre hubiese sido atropellado en la carretera por el auto. Las
razones que tenía para decir esto eran principalmente dos. La
primera era que su padre era un hombre muy casero y tranquilo y no
tenía nada que hacer a esa hora de la madrugada en un paraje tan
alejado de su casa; ciertamente él no acostumbraba a andar por aquel
lugar solitario a aquella hora y menos aún por el medio de la
carretera.
La otra razón a la cual su hijo le daba más peso era que su padre no
presentaba las heridas normales que tendría que tener alguien que
hubiese sido atropellado por un auto, con la violencia con la que se
supone que su padre fue impactado.
—A mi padre lo aserraron por la cintura. No sé quién. Pero no lo
arrolló ningún coche.
Esta aseveración de su hijo sin que yo le hubiese sugerido nada me
electrizó, pues automáticamente recordé otros incidentes similares
que conocemos los que estudiamos sin prejuicios el fenómeno OVNI.
Según él, su padre daba la impresión de haber sido cortado
cuidadosamente por la cintura con algún instrumento; no había
desgarraduras de ningún tipo en las ropas ni en la carne, a pesar de
que el corte era en una región en la que necesariamente tendría que
haber tejidos colgantes, bien fuese del estómago y sobre todo de]
intestino; tampoco había jirones de tela.
Ropa y carne estaban
cortadas de una manera rectilínea como si lo hubieran hecho con una
gran guillotina o con un cuchillo gigante. Además, todo era
extrañísimo porque no había sangre por ningún lado, cuando lo
natural es que el hombre se hubiese desangrado completamente dejando
un enorme charco.
De hecho, estos inesperados detalles le causaron tanta impresión a
su hijo que ya no pudo observar más y llamó a su mujer para que ella
se encargase de todo, pues él no tenía fuerzas para contemplar
aquello. Su esposa nos corroboró todos estos detalles, incluido algo
que tiene gran importancia en toda esta investigación: la falta de
derramamiento de sangre. Los vestidos tampoco estaban
ensangrentados, lo cual es un detalle muy extraño y altamente
sospechoso para ayudar a esclarecer lo que estamos tratando de
probar; es decir, la injerencia de algún elemento raro en todo este
asunto.
Según me dijo —cosa que no pude comprobar— tampoco había fracturas
de huesos, algo que sería de esperar en alguien que había sido
golpeado de una manera tan violenta; al haber sido partido por la
cintura, el único «hueso» que se rompió fue la columna vertebral y
ésta, según parece, estaba cortada limpiamente sin fracturas en las
vértebras. Como es natural, ni el hijo ni la nuera del muerto me
pudieron dar muchas explicaciones médicas acerca de estos detalles,
y tengo que confesar que me quedé esperando el resultado de la
autopsia practicada por el forense.
Otro detalle fue que la ropa no sólo no estaba manchada de sangre
sino que tampoco estaba desgarrada ni sucia de tierra o polvo. En la
hipótesis de que hubiese sido arrollado estas dos circunstancias no
tienen explicación, ya que lógicamente tendría que haber sido
arrastrado de alguna manera dejando esto huellas inconfundibles en
la ropa. Una de las cosas en que tanto su hijo como su nuera hacían
más hincapié era precisamente ésta: la camisa cortada como con
tijera, sin desgarraduras ni sangre ni suciedad.
La familia simplemente no sabía qué había pasado y me da la
impresión de que el fuerte nerviosismo que se apoderó de su hijo fue
producto de que de una manera confusa cayó en la cuenta de que
aquello no era cosa natural, y en el fondo tenía que ver con
brujería o con algo misterioso que él no podía ni imaginar y por eso
mismo lo aterrorizaba.
No cesaba de decir:
«A mi padre lo
"serrucharon".»
No quiero relacionar aquí detalladamente este caso con otros
semejantes con los que nos encontramos en la abundantísima
casuística OVNI. Ello nos tomaría demasiado espacio y nos apartaría
mucho del tema fundamental del libro. Pero el lector debe saber que
en los anales de los OVNIS se pueden hallar sucesos muy parecidos a
este que aquí hemos descrito, y en aquéllos se llegó a la conclusión
de que el extraño hecho había sido causado por los tripulantes de un
OVNI.
En éste se da la nueva circunstancia de que lo dejaron caer desde
arriba encima del parabrisas de un coche en movimiento, con la
premeditada intención de que lo rompiese y penetrase en el vehículo
asustando a sus ocupantes. Pero aun en este dejar caer desde arriba
cuerpos humanos descuartizados hay antecedentes en la historia del
fenómeno OVNI y de ello me he ocupado en otro libro.
Los detractores de todo el fenómeno y los eternos dubitantes que
siguen diciendo que no hay «hechos comprobados», lo que deberían
hacer es leer un poco más y no hablar de lo que desconocen.
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