Caso n.° 5
EL NIÑO CURADO POR
«DIOS»
El caso siguiente puede darnos la
clave para explicar de una manera radical el fenómeno religioso.
Naturalmente, en el fenómeno religioso hay que tener en cuenta
muchísimos otros aspectos, pero creemos que en este caso (y en
infinidad de otros similares sucedidos a lo largo de la historia)
hay ciertos elementos que son básicos para enjuiciar de una manera
radical el interesantísimo fenómeno psicosocial llamado religión.
Sucedió en Perú el año 1960, en un lugar llamado Bailanca, a cien
kilómetros al sur de Chimbote y en las inmediaciones de una gran
central hidroeléctrica.
El testigo principal (del cual tengo una grabación minuciosa, no
sólo del hecho que voy a narrar, sino de otros que anterior y
posteriormente le sucedieron en aquella misma región) es un
ingeniero yugoslavo, jefe de mantenimiento en la central y persona
completamente descreída en lo que se refiere a seres extraterrestres
o platillos volantes hasta que le sucedieron los hechos que aquí
narramos. Dotado de un carácter muy fuerte y con una profesión muy
técnica y muy apegada a las leyes de la materia, es el tipo de
persona totalmente opuesto a fabulaciones y a todo aquello que huela
a misticismos o realidades no tangibles.
Su primera relación con el fenómeno OVNI fue un apagón momentáneo, a
medianoche, en la central.
Cuando salió de la oficina furioso para
indagar cuál había sido la causa, oyó que uno de sus ayudantes,
llamado Quirós, decía aterrado con voz entrecortada:
—¡Ha vuelto a bajar esa gente extraña!
Cuando se disponía a
preguntarle de qué gente hablaba, se dio cuenta de que a pesar de
ser medianoche, fuera de la central estaba todo iluminado como si
fuese de día. Se dirigió a toda prisa hacia fuera para investigar la
fuente de la luz cuando vio en el extremo de la explanada una nave
grande en forma de lenteja, y mientras lleno de asombro estaba
contemplándola vio a dos individuos que hablaban entre sí, e
instintivamente cayó en la cuenta de que ellos eran la «gente
extraña» a la que se había referido Quirós.
Sin dudarlo un momento y malhumorado se dirigió hacia ellos y les
preguntó qué hacían allí, con qué permiso habían entrado y si sabían
las consecuencias tan nocivas que produce un apagón, aunque sólo sea
momentáneo. Ellos se sonrieron, trataron de apaciguarlo y le dijeron
que no eran responsables del apagón.
Hablaban con él de una manera pausada, queriendo en todo momento
quitarle el mal humor que abiertamente demostraba, ya que según él
mismo confiesa, les dijo palabras «de las que no se pueden repetir
en público». Le dijeron que el momentáneo apagón había sido
producido por un gallinazo (una especie de buitre o zopilote que por
allí abunda bastante) que había hecho contacto entre dos cables con
sus alas abiertas.
Le añadieron que no venían a hacer daño a nadie y
que ellos estaban viniendo a la Tierra desde hacía muchísimos años
desde su propio planeta llamado Apu.
El yugoslavo, lejos de tranquilizarse con estas explicaciones,
prorrumpió en nuevas impresiones contra ellos porque le parecía que
le estaban tomando el pelo; les dijo que no les creía absolutamente
nada de las tonterías que le estaban diciendo y que tenían que irse
inmediatamente de los terrenos de la central.
Sin oír más explicaciones, dio media vuelta y, siempre furioso, se
dirigió de nuevo hacia el interior del edificio. Pero antes de
entrar, acordándose del extraño vehículo que había visto al extremo
de la explanada, se volvió para ver si estaba todavía allí, rodeado
de aquella luz tan extraordinaria.
El vehículo estaba entonces elevándose verticalmente; cuando llegó a
una altura de unos 1.000 metros, cogió un rumbo más horizontal,
aceleró a gran velocidad y se perdió en seguida en el espacio por
encima de las altas cumbres.
A pesar de todo lo que había visto, nuestro hombre seguía sin dar su
brazo a torcer, aunque no dejaba de darle vueltas en su cabeza a
todos los sucesos de aquella noche. Pero no lo comentó con nadie ni
cambió en nada sus pensamientos ni su régimen de vida, tratando de
olvidar todo el incidente como si hubiese sido un sueño sin
consecuencias.
Poco tiempo después, mientras cazaba venados en alturas de la
cordillera de los Andes superiores a los 4.000 metros, volvió a
tener otro encuentro en el que entró en conversación más amigable
con ellos. Tras este segundo encuentro vinieron otros en los que
siguió recibiendo nuevas noticias e informaciones acerca del planeta
de origen de los extraños visitantes, de la formación de los astros
del sistema solar y de muchos otros temas que a él le interesaban y
que conservo en la cinta grabada a que hice referencia.
Para entonces ya nuestro ingeniero había depuesto su actitud hostil
hacia ellos y se había convencido de que efectivamente se trataba de
seres no humanos aunque por sus formas se parecían mucho a nosotros.
Sin embargo quiero hacer hincapié en uno de sus encuentros con los
«extraterrestres» que, como dije antes, considero clave para
entender un aspecto intrigante de la historia humana.
Cierto día en que nuestro ingeniero se dedicaba a su pasatiempo
favorito, la caza, caminando tras el rastro de venados y osos a más
de 4.000 metros de altura y en lugares muy escasamente poblados por
indios completamente alejados de la civilización, desembocó en un
pequeño valle cerrado, rodeado por cerros altos.
Se extrañó al ver
un grupito de indios en torno a algo que no podía ver muy bien desde
la distancia. A pesar de que él no hablaba quechua, y la mayor parte
de aquellos indios no hablaban castellano, se acercó a ellos para
ver qué era lo que allí sucedía. De ordinario, en sus cacerías lo
acompañaba un empleado de la central, indio puro, que conocía bien
el quechua y que le servía de intérprete para comunicarse con los
nativos; pero en aquella ocasión no lo acompañaba.
Acercándose más, pudo distinguir que los indios estaban todos
reunidos alrededor de un niño que estaba tirado en el suelo y
cubierto con una gran cantidad de ropa ya que el frío era intenso y
había bastante nieve. El niño daba la impresión de estar muy mal,
pues ya no tenía color y todos los indicios eran de que se estaba
muriendo.
El ingeniero fue recibido con gran frialdad y desconfianza y cuando
preguntó por señas qué era lo que le pasaba al niño le dijeron que
se había caído de lo alto de unas rocas y se había fracturado
algunos huesos. Viendo el estado de desesperación en que se
encontraba y viendo al mismo tiempo la tristeza y resignación de sus
padres y familiares les dijo que él se ofrecía a llevar al niño
hasta el hospital más cercano si ellos se lo llevaban hasta su jeep
que estaba mucho más abajo en la montaña, bastante distante. Los
padres del niño se inquietaron mucho con esta oferta de ayuda y
cuando el ingeniero les volvió a insistir en que tenía que llevarlo
al hospital porque el niño estaba muy mal y en un grave peligro,
ellos rehusaron vehementemente.
Intrigado entonces ante aquella actitud de los padres y ante la
oposición a que él hiciese algo, a pesar de que se daban cuenta de
que el niño estaba muy grave, les preguntó que por qué ellos no
querían que fuese llevado al hospital sí sabían que el niño se iba a
morir si no lo hacían.
Entonces ellos le contestaron con toda
simplicidad algo que el ingeniero logró entender pero que al mismo
tiempo lo llenó de estupor:
—Porque «papá» Dios va a venir a curarlo.
Con sus manos señalaban al mismo tiempo hacia lo alto y luego
inmediatamente hacia el niño. Él trataba de imaginar qué tenía que
ver Dios con todo aquello v seguía persuadiéndoles de que le
llevasen al niño hasta su jeep, para que él pudiese transportarlo en
seguida al hospital.
Cuando ya había decidido irse y dejar al niño a
su suerte, oyó que los indios empezaban a dar exclamaciones y a
mirar todos hacia un punto en el cielo. Miró en seguida hacia donde
ellos miraban y vio cómo un vehículo, en todo semejante al que él
mismo había visto meses atrás en la central hidroeléctrica, se
precipitaba a toda velocidad desde la altura posándose suavemente a
poca distancia del grupo de indios. Estos lo recibieron con gritos
de alegría viéndose claramente en sus rostros que eso era lo que
ellos estaban esperando allí desde hacía mucho rato.
En seguida salieron de la nave varios individuos como los que él
había visto en otras ocasiones y entre ellos una mujer, que al igual
que sus compañeros llevaba un traje de mallas no muy ajustadas. Se
dirigieron a donde estaba el niño y con ayuda de sus padres lo
llevaron en seguida hacia la nave en la que permaneció por espacio
de unos 15 minutos. Al cabo de ese tiempo el muchacho salió por su
propio pie por la portezuela de la nave y se dirigió corriendo hacia
sus padres, dando saltos y lanzando piedras para que viesen que no
sólo había recobrado todas sus fuerzas, sino que ya tenía el brazo
completamente bien. Todos los indígenas prorrumpieron en gritos de
júbilo mientras rodeaban al muchacho y lo palpaban para ver si
estaba completamente curado.
La seudoextraterrestre le explicó al ingeniero cómo habían hecho la
operación en tan poco tiempo. Según ella habían desintegrado todas
las partículas enfermas y las habían integrado de nuevo, poniendo
cada cosa en su lugar.
Dije «seudoextraterrestre» porque, según ella misma explicó, había
nacido en nuestro planeta y de muy niña —hacía 47 años— había sido
llevada por los de Apu a su planeta, en donde se había aclimatado
completamente llegando a ser como uno de ellos.
Lo extraño del caso —que a mi me suscita grandes dudas— es que ella
era también yugoslava, ¡y precisamente de la misma región que el
ingeniero!, de modo que los dos hablaban en su dialecto. Esto a él
parece que no le extrañó nada, sobre todo después de las cosas que
ya había visto y que años antes no se las podía imaginar, pero a mí
confieso que me deja del todo perplejo, pues este pequeño detalle se
me parece mucho a otros .«pequeños detalles» sospechosísimos con los
que me he encontrado en otros casos.
Otra de las circunstancias que más nos interesó en toda la larga
narración del ingeniero fue la cantidad de veces que él en sus
correrías por las alturas de la cordillera en busca de caza mayor se
encontró a grupos de indígenas sentados tranquilamente alrededor de
extraterrestres, oyendo atentamente la conversación de éstos, que
por supuesto les hablaban en un perfecto quechua.
Al parecer en
aquellas altitudes, alejadas de nuestra «civilización», la
comunicación de los «dioses» con los indios sigue siendo como lo fue
en tiempos pasados en todo el planeta, cuando las tribus aborígenes
con culturas muy primitivas los consideraban dioses y les rendían
algún tipo de culto.
El hecho de estar esperando con el niño enfermo a que ellos bajaran
nos dice que de antemano sabían de alguna manera que «dios» iba a
venir; bien sea porque solían descender allí en fecha fija
o porque se habían comunicado con alguno de los indios para decirles
cuándo y dónde iban a venir o también porque los indios tenían
alguna manera de llamarlos y de comunicarse con ellos. Lo cierto es
que el ingeniero yugoslavo los sorprendió varias veces en este tipo
de reuniones desconocidas por todos los «civilizados» de su país.
De hecho, en una ocasión en que él los había sorprendido y había
incluso participado en la conversación, cuando ya los
extraterrestres se habían retirado y él se disponía a bajar de la
montaña, uno de los jefes se acercó y le suplicó que no dijese nada
a las autoridades de lo que había visto allí.
Cuando él le preguntó
la razón de esto le dijo que si las autoridades se enteraban era muy
probable que mandasen soldados para ver qué estaba pasando allí y
que iniciasen alguna investigación y esto probablemente haría que
sus amigos del cielo no volviesen más, lo cual a ellos les daría
mucha pena porque se sentían muy protegidos con su amistad.
Como dije al principio de este capítulo, este episodio puede darnos
mucha luz para enfocar desde un punto de vista nuevo muchos de los
relatos bíblicos —sobre todo del Pentateuco— y de todos los libros
sagrados de las grandes religiones, lo mismo que puede servirnos
para interpretar correctamente la enorme cantidad de tradiciones y
leyendas parecidas a ésta de las que está llena la historia de todos
los pueblos.
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