1 - Las vastas e inciertas fronteras de la manipulación

Reconozcámoslo: en materia de manipulaciones hay - relativamente - muy 'poco' dicho.

 

Será, digo yo, porque el ser humano se siente tan integrado en ellas que considera inútil insistir en definiciones y en clasificaciones de lo que forma, como un quiste, parte de su propia naturaleza.

 

Porque lo cierto es - y que se atreva a venir cualquier pretendido optimista a demostrar lo contrario - que asusta pensar, a veces, hasta qué punto estamos creyendo que obramos a todos los niveles por cuenta propia, cuando la realidad se encarga de demostrarnos que rondan en tomo nuestro un número indefinido de factores que rigen la mayor parte de nuestros actos, de nuestros pensamientos y hasta de nuestros conceptos generales y abstractos respecto al modo de enfocar la realidad del cosmos y nuestra propia existencia.


Los espejos cósmicos
Si tratásemos de definir y de catalogar esas fuerzas que están actuando sobre nosotros, nos podríamos dar cuenta de la escasa libertad que le queda al ser humano a todos los niveles de su existencia.

 

Pero veamos también - y esa distinción me parece fundamental, a la hora de calibrar nuestros límites y nuestras posibilidades - que esa esencial carencia de libertad tiene, al menos, dos vertientes.


Una, la que se deriva directamente de nuestra condición de simple eslabón en la cadena evolutiva cósmica, que impide que saltemos antes del tiempo «reglamentario» por encima de nuestra propia naturaleza para alcanzar grados de esencia y de vivencia que no nos corresponden, al menos en el estado actual de nuestro cuerpo y de nuestra mente.

 

Esta vertiente es. en teoría al menos, insuperable; se encuentra en las coordenadas de la estructura cósmica y en el plano general de las fuerzas que sostienen y justifican el conjunto del universo.

 

Pero es, además de insuperable, imprevisible. Porque, en realidad, desconocemos sus límites.


Sin embargo, el hecho mismo de que se trate de una cadena evolutiva implica la posibilidad de que, en una circunstancia u otra, en uno u otro instante, de manera progresiva o instantánea, por medio de la voluntad o bien obedeciendo a designios superiores, el ser humano salte al estadio siguiente y adquiera conciencia de una nueva realidad a la que no tiene acceso en su estado habitual.

 

Es curioso que ese salto evolutivo sea precisamente el que propician las formas más avanzadas de la religiosidad oriental, en las cuales no se habla jamás de pretendidas creencias ciegas ni de necesarias sumisiones a supuestas divinidades, sino que se indican caminos - eso sí. tantos caminos como escuelas - por los que el hombre puede alcanzar una meta vital por encima de sus condicionamientos sensoriales.

 

Porque los sentidos son. en esencia, los que nos amarran a un conocimiento parcial y erróneo y los que manipulan nuestra percepción de una realidad que permanece así escondida y adulterada, como un paisaje que tuviera que observarse siempre - y olerse y sentirse, y hasta tocarse, si eso fuera posible - a través de una barrera de vidrio deformante, teñido además con sustancias que alterasen sus colores naturales.

 

Significativamente, determinadas escuelas búdicas añaden a los cinco sentidos tradicionales un sexto sentido que, lejos de designar la pretendida percepción instintiva que nuestro lenguaje le atribuye, engarza en su significado al pensamiento mismo, dominado y dirigido por todas las demás sensaciones, a través de las cuales forma y deforma la visión de la realidad.


La otra vertiente de la dependencia humana viene dada por las presiones ejercidas desde sectores determinados y concretos de la misma humanidad, pretendidamente poseedores de unas verdades a las que intentan servir de enlace, masticando su esencia y ejerciendo el papel de intermediarios que propiciarán la salvación física y moral del pobre ser humano desvalido, siempre que éste se pliegue mansamente a los preceptos y a las normas que debe acatar sin preguntarse la razón.

 

O, lo que es peor, aceptando unas razones que llevan en si mismas el germen de su irracionalidad y de su intención decididamente manipuladora.


Lo que resulta más comprometedor para el hombre ante una eventual rebelión contra estas presiones y ante esta servidumbre, es que tales fuerzas de presión - supuestamente religiosas o supuestamente científicas o políticas - actúan como imágenes especulares de esa realidad superior e inaprensible.

 

Y, en consecuencia, aprovechan a su modo la radical ignorancia del ser humano para someterle a reglas y leyes que únicamente conducen al mantenimiento y a la irreversibilidad de su status secular de dependencia.


Si ahora nos preguntásemos por los límites estrictos de nuestra capacidad evolutiva y por el porqué de nuestra radical ignorancia de tales límites, tendríamos que llegar a una conclusión que tal vez nos tranquilizase de inmediato, pero que, a la larga y si somos realmente conscientes de nuestra necesidad de cumplir la evolución, habría de situarnos en la línea de salida de un proceso radical de rebelión irreversible:

una gran parte de nuestra dependencia tiene sus orígenes y su razón en los condicionamientos que nos han sido creados y que se nos siguen creando por parte de esos núcleos puramente sociales de presión - por más implicaciones morales y hasta científicas que pretendan ostentar - que han conseguido privar al hombre, a lo largo de toda su historia, de una libertad de expansión cognoscitiva y vivencial a la que tiene derecho inalienable y para la que sí está dispuesto por su misma estructura natural en el concierto cósmico.

De esta estricta falta de conocimiento en nuestros propios limites deriva la naturaleza de nuestras dependencias, de nuestros tabúes, de eso que hemos dado en llamar creencias, supersticiones, magias, exaltaciones místicas, credos, dogmas, anatemas y religiones.
 

 

El estadio primero de la manipulación
Estamos siendo a la vez testigos y víctimas, a nivel planetario, de una inmensa campaña general que tiende a poner en entredicho cualquier grado de libertad que el ser humano quiera permitirse para elegir voluntariamente su propio destino y, en consecuencia, para evolucionar conforme a su estricta conciencia.

 

Movimientos religiosos, policías paralelas, partidos políticos totalitarios, asociaciones terroristas y grandes empresas comerciales de ámbito multinacional se dedican activamente a vigilar al individuo, a mediatizarlo en cualquier forma, a controlar sus palabras, sus pensamientos y hasta sus movimientos, para obligarle a la obediencia, al consumo, a la sumisión y, en definitiva, al silencio.


Se ha creado a nivel mundial un clima de amenaza moral en el cual prácticamente cada entidad individual asume la sospecha de estar vigilada y en inminente peligro de aniquilación - psíquica o física, eso es lo que menos importa ahora, porque viene a ser lo mismo - a no ser que busque, ruegue y solicite la protección de esas fuerzas efectivas que le rodean y de que acepte ciegamente sus condiciones.

 

La sensación de amedrentamiento y de impotencia ante esos fantasmas de poder omnímodo que surgen a nuestro alrededor vienen a coartar incluso nuestro deseo de pensar y expresarnos libremente. Por ese camino, el ser humano va llegando a la convicción de que sólo entrando a formar parte activa (o pasiva) de una u otra de tales fuerzas de presión - fuerzas, repitámoslo, económicas, religiosas o aparentemente revolucionarias - podrá aspirar a la supervivencia.


La dependencia y su consecuente terror se desarrollan incluso a niveles subliminales. Y así, aun en el caso, a menudo corriente, en que el individuo no tenga conciencia de la extorsión de que está siendo objeto, sigue bajo los condicionamientos de esa fuerza manipuladora, obedeciéndola incluso sin saberlo.

 

Consume lo que le mandan consumir, vota por quienes le indican votar - y no gana el mejor, sino el que tuvo mejor campaña - se adhiere mental y moralmente a los condicionamientos que se le dictan, y, en último extremo, obedece de modo ciego y maquinal a los reflejos que se le suministran desde los órganos de opinión que ha tenido que aceptar por una supuesta - y sólo supuesta, recordémoslo - empatía o por un pretendido - sólo pretendido, repitámoslo - gesto de liberación personal.


¿Qué consecuencias podemos extraer de todo este cúmulo de amenazas veladas y de coacciones estrictas?

 

El ser humano cae, cada vez más, en un estado de absoluta dependencia, del que le es imposible escapar para ejercer siquiera ese conato de libertad cósmica que forma parte de su naturaleza. Se sabe condicionado - incluso muy a menudo a niveles inconscientes - y conforma sus hábitos existenciales a unos parámetros impuestos que le hacen concebir una aparente trascendencia, totalmente falsa, estructurada sobre los mismos condicionamientos que le esclavizan.

 

Se le crean necesidades reflejas, como a los perros de Pavlov, y él, a su vez, crea unos dioses y unas ideas trascendentes donde está siempre presente, lo quiera o no, la imagen sacralizada de ese mundo que le circunda, con toda su carga de manipulación, de tecnología condicionante, de inseguridad personal y de ideas que jamás podrían responder a una auténtica superación mental y anímica, sino a una exacerbación de las situaciones aberrantes entre las que nos ha tocado y nos sigue tocando vivir.


Sobre semejantes esquemas manipulados y manipuladores a la vez, el hombre tiende a interpretar todo aquello que se le presenta y que escapa a su entendimiento racional. Pero esa interpretación está, como todo lo demás que le rodea, condicionada e incluso prevista.

 

Entonces, eso que eventualmente se presenta como insólito y como inexplicable se transforma en un auténtico hito idealizado, para bien o para mal, de todas las estructuras de dominio que vienen actuando sobre nuestra mente, sobre nuestra vida y sobre nuestro encubierto deseo de evolución. Nuestra propia sacralización de la tecnología nos hace concebir supuestos paraísos tecnológicos extraterrestres donde ni siquiera faltarían las marcas y los logotipos de las grandes empresas multinacionales.

 

Y nuestro sentimiento de dependencia irracional nos obliga a superdepender de dioses paternalistas que, en el contexto general del pensamiento humano, seguirán, «afortunadamente», cuidando de nosotros, como padres o como señores feudales de horca y cuchillo, o - ya puestos en la tesitura tecnológica - como amos suprahumanos de láser sabio y cohete hipernuclear galáctico.


El mesianismo como ansia de dependencia
Un sector de la humanidad - por desgracia, no suele ser ni el más capacitado ni el más inteligente - siente visceralmente la artificiosidad inmediata de la manipulación socio-religiosa de la que son objeto la mayoría de los individuos.

 

Pero el hecho de sentirla no supone necesariamente que traten de liberarse de ella. La razón lógica está en que llevamos demasiados milenios de condicionamientos, que nos acompañan desde el útero materno hasta el féretro o el horno crematorio, pasando por la escuela, las conveniencias sociales, los reclamos económicos y las condiciones de trabajo.

 

Por desgracia, sentimos tal necesidad de dependencia que, incluso cuando tratamos de huir, no escapamos - ni parece que queramos escapar tampoco - de esos condicionamientos, sino que, como si todos ellos formasen parte de nuestra naturaleza - y uno se pregunta si, efectivamente, la formarán - salimos de unos para caer sin remisión en otros.

 

Nos basta casi siempre la apariencia de cambio para adquirir una falsa conciencia de libertad y muchas veces, en esa apariencia, va incluida la caída en formas de dependencia incluso eventualmente más graves y más peligrosas que las habituales.


Muy a menudo, basta la sustitución de las fuerzas que cotidianamente manipulan al ser humano por la presencia de determinados sujetos de carne y hueso que, dotados de especial fuerza persuasiva, proclaman su venida como supuestos liberadores del género humano, para que un sector más o menos extenso de la comunidad cambie sus lazos de dependencia y espere una liberación que de ningún modo puede tener lugar.

 

Esta raza especial de mesías y profetas ha proliferado en los últimos tiempos como fuerza niveladora de los desequilibrios de los grupos de presión tradicionales.

 

Como rasgo común a todos ellos, cabria apuntar el hecho de que, siguiendo las más vetustas vertientes de la tradición condicionadora de los reflejos del comportamiento, proclaman sin excepción ser mensajeros o portavoces de entidades superiores que se manifiestan a través de ellos y les comunican los mensajes y las normas de conducta y de pensamiento que deben seguir todos aquellos que pretenden alcanzar un específico tipo de salvación, física o espiritual.


Otras características que suelen acompañar la presencia y el mensaje - casi sin excepción ingenuo y primitivo - de estos intermediarios de la trascendencia, suele ser su instalación en lugares concretos, muy a menudo consagrados por la tradición mágica, desde los cuales concentran - y creo que va a ser importante en el futuro que recordemos este hecho de la concentración - a la masa más o menos gregaria de seguidores y de discípulos, a quienes se les imbuyen las mismas ideas de sumisión y de presunto Apocalipsis que todos aceptan felices, porque no hacen otra cosa que confirmar condicionamientos que ya previamente tenían implantados en el inconsciente colectivo, desde miles y tal vez millones de años.

 

A través del mensajero mesiánico, las fuerzas o entidades que le hacen servir de contacto, transmiten consejos, mitos cosmogónicos, órdenes, verdades de Perogrullo, ritos y normas de conducta que luego los adeptos circunstanciales estarán en la obligación ineludible de cumplir e incluso, eventualmente, de difundir entre el resto de la sociedad en la que están inscritos.

 

La única condición previa a la aceptación de esta nueva forma de manipulación es que, siquiera en apariencia, se enfrente a las otras manipulaciones ya establecidas. Si esa apariencia resulta bastante convincente, importará muy poco a los seguidores el hecho de que sea, en lo esencial, un mero reflejo de los condicionamientos usuales.


El proceso mesiánico se acompaña, muy a menudo, de fenómenos más o menos prodigiosos, de la utilización de señales distintivas simbólicas por parte de los supuestos elegidos y de sus seguidores y, sobre todo, de la acumulación - y aquí reside uno de los grandes misterios de la dependencia - de un considerable poder económico.

 

Este último factor se consigue, a veces, por la aportación personal de los fieles, lo mismo que se conseguía en tiempos pasados por parte de las comunidades religiosas ortodoxas, enriquecidas a base de donaciones y legados.

 

Pero suele darse también el caso, extraño e inexplicable desde las coordenadas de la razón, de una tremenda acumulación de capital económico cuyo origen nunca queda total y satisfactoriamente esclarecido. Este incentivo sirve, fundamentalmente, para conseguir potentes medios de propaganda ideológica, pero también - y más a menudo, si cabe - para el exhibicionismo tumultuario y colosalista de la idea mesiánica que se trata de divulgar.


Una vez despojadas de su contexto pretendidamente humanístico y salvacionista, las ideas propagadas por los presuntos mesías y sus sectas son, en síntesis y sin circunloquios, un retomo claro y sin tapujos a situaciones de fuerza y de poder que, venidas de otro lugar y sin formar parte específica de nuestro entorno, pretenden velar por la humanidad y protegerla, pidiendo a cambio obediencia y solidaridad masiva en el culto propuesto - pretendidamente nuevo, pero viejo como el hombre mismo - y ofreciendo a su vez la promesa sin plazo de una situación edénica que habrá de llegar algún día para premiar a aquellos que cumplan fielmente los preceptos, mientras el resto de la humanidad, los descreídos, se hunde y aniquila en un Apocalipsis imposible de frenar.


El mesías y su movimiento exigen del adepto disciplina ciega, entrega total, compromiso de permanencia y propagación de la idea concreta que se transmite. (Y lo digo en síntesis, aunque dentro de esta exigencia cabe todo tipo de pretensiones, variantes y aparentes amores humanitarios. Se trata únicamente de quitar, aquí y ahora, el oropel de las palabras y dejarlas reducidas a sus estructuras mondas, a la realidad esclavizante que encierran.)

 

A cambio ofrecen, aparte de la salvación futura cuando llegue el desastre, un tipo determinado de dominio sobre el resto de la humanidad, incluso - en ocasiones - un dominio conseguido desde las coordenadas de la caridad o del amor al prójimo.

 

Y hasta se promete la adquisición de poderes pretendidamente suprahumanos - para-normales, podríamos decir - y, sobre todo, el sello de distinción y la convicción de haber entrado a formar parte de una élite intermedia entre la entidad o las entidades emisoras del mensaje y el resto del género humano, abocado al desastre.

 

Es decir, que el ofrecimiento es en estos casos la oportunidad de ejercer un cierto tipo de manipulación sobre los demás, a cambio de aceptar la total y completa manipulación y la dependencia sin restricciones.


Las apariciones como manipulación de la manipulación
La cosa viene de lejos en ese factor dimensional y tan mal conocido que llamamos tiempo.

 

Si hubiera que fijar una fecha media - en lo que al campo de la ortodoxia al uso se refiere - habría que establecerla en torno al siglo XX con ramificaciones y ejemplos que se extienden ampliamente por delante o por detrás.

 

Tienen como rasgo común la circunstancia de ser un medio paranormal de condicionamiento de la conducta humana que ha sido aprovechado por los grupos ortodoxos de presión religiosa para hacer valer sus razones trascendentes, desviando la posible realidad de su verdadero origen y haciendo coincidir, de grado o por tuerza, sus coordenadas con las tesis de poder espiritual - e, indirectamente, material - que guían sus intereses.


Al margen de variantes que, a mi modo de ver, tienen poca importancia, los fenómenos de las apariciones se prolongan hasta nuestros días, hasta hoy mismo.

 

Y aunque afectados de una evidente evolución, que nunca sabremos si es objetiva o subjetiva - evolución muy curiosa, por lo demás, porque se adecúa perfectamente a cada estadio cultural en todos los casos y en todos los tiempos - conservan una serie de factores activos permanentes, constantes e invariables.


Sin que pretenda establecer ahora un orden de preferencias o de frecuencias, el primero de estos factores es que la aparición va acompañada de un número determinado de fenómenos luminosos - e incluso a veces auditivos, olfativos y hasta táctiles - incontrolables y desconocidos.

 

Siempre, antes, después o durante la supuesta aparición, hay al menos luces que la anuncian, la acompañan o la siguen; muy a menudo, surgen aromas indescriptibles - desde el ozono a la rosa - y, menos corrientemente, formas semimateriales que. por regla general, desaparecen o se diluyen cuando el fenómeno da por terminado el histrionismo de su presencia.


El segundo factor es la naturaleza generalmente patológica de los sujetos pasivos de la visión, al menos de la primera visión, puesto que, posteriormente, cabe muy bien que otros seres oficialmente normales participen del prodigio.

 

Pero, sin excepciones apreciables, estos sujetos primeros pasivos son, tanto en lo psíquico como, muy a menudo, en lo biológico y anatómico, seres disminuidos, tarados, primitivos, naturalezas patológicas o, en el mejor de los casos, niños analfabetos que sólo pueden traducir su vivencia con arreglo a los parámetros que les han marcado las escuelas parroquiales o las periódicas sesiones de catequesis.


Tercer factor a tener en cuenta: la insistencia, muy a menudo machacona y hasta con variantes paranormales, de la entidad que forma parte de la aparición por la consagración del lugar donde se ha producido el prodigio, como si fenómenos de esta naturaleza y sus secuelas tuvieran la necesidad absoluta de una ubicación cósmica precisa, que tuviera que mantenerse inalterada a partir del momento en que surge por primera vez.

 

Aunque a propósito de esta circunstancia habría que aclarar que, muy a menudo - y muchas más veces de las que hay testimonio documentado, sin duda alguna - aunque la aparición sea reconocida y aceptada en un determinado instante histórico o cultural, si tenemos la oportunidad de escarbar en la historia anterior del lugar podemos encontrarnos con la sorpresa de que ya antes de su consagración oficial, ese mismo enclave estuvo condicionado por fenómenos inexplicables que incluso a veces otros cultos perdidos también llegaron a consagrar con templos, con peregrinaciones y con ofrendas a divinidades que luego fueron proscritas.


El cuarto factor es la evidente intención aglutinadora del fenómeno. Y ahora viene al caso traer de nuevo la concentración de que antes hablaba, a propósito de los mesías.

 

El prodigio, a través de su mensaje - un mensaje que nunca falta - incita por igual al mantenimiento de una secular situación de dependencia frente a cualquier posible desviacionísmo liberalizador y a la acumulación de masas de personas, peregrinos y penitentes, que deberán reunirse allí, constantemente o en fechas fijas, para rezar en común, para pedir en común, para solicitar en común la remisión de los males del cuerpo y del alma.

 

Fundamentalmente parece importar la aglomeración, la unión de innumerables energías psíquicas en acción.


Creo que este factor es decisivo, consecuencia y motivo a la vez de todos los demás. Y es el que, para defender su mensaje de mansedumbre y de veneración a ultranza, se vale de los otros tres como elementos de choque, más de un quinto que servirá para mantener secularmente la llama viva del prodigio, a través de curaciones, de éxtasis, de estigmas, de (evitaciones y hasta de proyecciones.

 

Todo un cúmulo de fenómenos auténticamente paranormales que habrán de servir de show y de aliciente para que el lugar siga atrayendo por un tiempo indefinido la concentración masiva de creyentes que no preguntan y de indiferentes que acabarán por confesar su impotencia para explicar la naturaleza de los hechos que ya el pueblo manipulado habrá convertido en muestra inequívoca del objeto de su fe.


Crisis de conciencia
Nadie podrá decir si se trata de un descubrimiento o de un redescubrimiento.

 

Lo digo convencido de que una serie de elementos simbólicos de la tradición ocultista y mágica y restos arqueológicos procedentes de culturas remotas pueden hacer pensar en la posibilidad de que alguna cultura perdida más allá de lo que llamamos prehistoria poseyera el secreto, con otros muchos, del código genético que viene a ser el factor físico - molecular o biológico, si queremos - de la evolución.

 

No se trata ahora, sin embargo, de ahondar en la eventual sabiduría arcaica del hombre.

 

Demos provisionalmente por bueno - es un decir - el avance espectacular de la ciencia actual y limitémonos a admitir que ya hoy puede hablarse, sin que se trate de un relato de fantasía futurista, de que el científico - o las fuerzas que sepan manejarlo convenientemente - está en condiciones de intervenir en los procesos elementales que gobiernan la vida: la «mente» e incluso, posiblemente, el «espíritu» de las células.

 

Lean ustedes los trabajos del Premio Nóbel Korana si quieren convencerse de lo que podrá hacerse YA en cuanto a modificación de las características biológicas - y totales - del ser humano.


Esta eventual e inmediata manipulación, que puede estar en puertas de convertirse en una realidad para intervenir decisivamente en la transformación del individuo, nadie lograría decir en las circunstancias actuales si podrá considerarse un bien o un mal irreversibles para la especie.

 

Lo que sí salta a la vista es que será - si la ciencia lo permite - un definitivo condicionamiento, así como la despedida, también definitiva, de toda esperanza de alcanzar la libertad. Pensemos un poco: si la ciencia, en busca de las raíces de la vida, llega a ser capaz de modificar la mente, esa modificación únicamente podrá llevarse a cabo según ¡a preferencia o el ideal humano de alguno de los grupos de presión que gobiernan ya el destino del hombre y coartan su libertad.

 

Y si hoy mismo los condicionamientos psíquicos y morales han hecho del ser humano, en la práctica, esclavo de las circunstancias que le rodean - tecnológicas c ideológicas - hay que empezar a asustarse ante la posibilidad de que esa manipulación se lleve a cabo también desde el área biológica.


No he traído a colación esta eventualidad para extenderme sobre ella.

 

La menciono sólo como muestra de un ideal negativo que, llegue o no a llevarse a la práctica, responde, lo mismo que los demás elementos mencionados hasta aquí, a la radical indefensión del hombre frente a las fuerzas - muchas creadas por él mismo, otras venidas de la siguiente realidad - que actúan sobre él y le trazan la senda irremisiblemente vallada de la que le será difícil escapar para alcanzar su libertad y la realización de su auténtico destino evolutivo.

 

En este contexto de dependencia, el ser humano se ahoga, desconfía de su prójimo y de eso que le hicieron llamar cielo - o dioses, o lo que usted quiera - y, lógicamente, también de los principios que le han venido manejando como a un títere colectivo.


El género humano está haciendo crisis por muchos lados a la vez. Crisis de conciencia en los especímenes más relativamente evolucionados; crisis vital, de pura subsistencia inmediata, en las comunidades de ése que llamamos el Tercer Mundo.

 

Hay una desconfianza radical en la improbable mejoría de una situación que se ha hecho irreversible. El hombre, en medio de esa crisis, se tiene que apoyar necesariamente en aquello que tenga aires de ideales y esperanzas, aunque tales ideales escondan en sus pliegues mayores sumisiones y más graves esclavitudes.

 

El ser humano ha alcanzado una mayoría de edad sólo tecnológica, que no corresponde a su evolución mental.

 

Por eso sigue sujeto a dependencias y ansia, aunque no se atreva a proclamarlo abiertamente, que algo ajeno - partido político, iglesia, secta o entidad extraterrestre venga a resolverle, como se le resuelven a un niño, los problemas que él se siente incluso incapaz de plantearse con frialdad y buenas razones. Por su parte, los grupos de presión más fuertes - que no son siempre los más conocidos y evidentes - fomentan esa inseguridad, sabiendo que el ser humano acaba siempre por entregarse al más poderoso.


Lo más poderoso para el hombre es, sin embargo, aquello que es capaz de atravesar las fronteras de su propia realidad vivencial, aquello que le habla y le somete desde el exterior de su contexto cotidiano.

 

Por eso mismo, la presencia constante del fenómeno paranormal aquí y ahora es, en una doble vertiente, causa y efecto de la crisis de la que estamos hablando ahora.

 

La Otra Realidad, materializada y evidenciada en esos fenómenos, hace acto de presencia para situarnos en nuestra estricta dimensión, para que captemos - y no confundamos captar y comprender - que algo por encima de nuestro entendimiento está ahí, con su radical ruptura de todos nuestros esquemas y con el ejercicio de una voluntad caprichosa que tenemos que acatar, porque toda nuestra razón, tan penosamente implantada en las mentes, seria incapaz de explicarlo, entenderlo y combatirlo - si es que admite el combate - en beneficio de nuestra deseada libertad.
 

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