1 - Las vastas e
inciertas fronteras de la manipulación
Será, digo yo, porque el ser humano se siente tan integrado en ellas que considera inútil insistir en definiciones y en clasificaciones de lo que forma, como un quiste, parte de su propia naturaleza.
Porque lo cierto es - y que se atreva a
venir cualquier pretendido optimista a demostrar lo contrario - que
asusta pensar, a veces, hasta qué punto estamos creyendo que obramos
a todos los niveles por cuenta propia, cuando la realidad se encarga
de demostrarnos que rondan en tomo nuestro un número indefinido de
factores que rigen la mayor parte de nuestros actos, de nuestros
pensamientos y hasta de nuestros conceptos generales y abstractos
respecto al modo de enfocar la realidad del cosmos y nuestra propia
existencia.
Pero veamos también - y esa distinción me parece fundamental, a la hora de calibrar nuestros límites y nuestras posibilidades - que esa esencial carencia de libertad tiene, al menos, dos vertientes.
Esta vertiente es. en teoría al menos, insuperable; se encuentra en las coordenadas de la estructura cósmica y en el plano general de las fuerzas que sostienen y justifican el conjunto del universo.
Pero es, además de insuperable, imprevisible. Porque, en realidad, desconocemos sus límites.
Es curioso que ese salto evolutivo sea precisamente el que propician las formas más avanzadas de la religiosidad oriental, en las cuales no se habla jamás de pretendidas creencias ciegas ni de necesarias sumisiones a supuestas divinidades, sino que se indican caminos - eso sí. tantos caminos como escuelas - por los que el hombre puede alcanzar una meta vital por encima de sus condicionamientos sensoriales.
Porque los sentidos son. en esencia, los que nos amarran a un conocimiento parcial y erróneo y los que manipulan nuestra percepción de una realidad que permanece así escondida y adulterada, como un paisaje que tuviera que observarse siempre - y olerse y sentirse, y hasta tocarse, si eso fuera posible - a través de una barrera de vidrio deformante, teñido además con sustancias que alterasen sus colores naturales.
Significativamente, determinadas escuelas búdicas añaden a los cinco sentidos tradicionales un sexto sentido que, lejos de designar la pretendida percepción instintiva que nuestro lenguaje le atribuye, engarza en su significado al pensamiento mismo, dominado y dirigido por todas las demás sensaciones, a través de las cuales forma y deforma la visión de la realidad.
O, lo que es peor, aceptando unas razones que llevan en si mismas el germen de su irracionalidad y de su intención decididamente manipuladora.
Y, en consecuencia, aprovechan a su modo la radical ignorancia del ser humano para someterle a reglas y leyes que únicamente conducen al mantenimiento y a la irreversibilidad de su status secular de dependencia.
De esta estricta falta de conocimiento
en nuestros propios limites deriva la naturaleza de nuestras
dependencias, de nuestros tabúes, de eso que hemos dado en llamar
creencias, supersticiones, magias, exaltaciones místicas, credos,
dogmas, anatemas y religiones.
El estadio primero de la manipulación
Movimientos religiosos, policías paralelas, partidos políticos totalitarios, asociaciones terroristas y grandes empresas comerciales de ámbito multinacional se dedican activamente a vigilar al individuo, a mediatizarlo en cualquier forma, a controlar sus palabras, sus pensamientos y hasta sus movimientos, para obligarle a la obediencia, al consumo, a la sumisión y, en definitiva, al silencio.
La sensación de amedrentamiento y de impotencia ante esos fantasmas de poder omnímodo que surgen a nuestro alrededor vienen a coartar incluso nuestro deseo de pensar y expresarnos libremente. Por ese camino, el ser humano va llegando a la convicción de que sólo entrando a formar parte activa (o pasiva) de una u otra de tales fuerzas de presión - fuerzas, repitámoslo, económicas, religiosas o aparentemente revolucionarias - podrá aspirar a la supervivencia.
Consume lo que le mandan consumir, vota por quienes le indican votar - y no gana el mejor, sino el que tuvo mejor campaña - se adhiere mental y moralmente a los condicionamientos que se le dictan, y, en último extremo, obedece de modo ciego y maquinal a los reflejos que se le suministran desde los órganos de opinión que ha tenido que aceptar por una supuesta - y sólo supuesta, recordémoslo - empatía o por un pretendido - sólo pretendido, repitámoslo - gesto de liberación personal.
El ser humano cae, cada vez más, en un estado de absoluta dependencia, del que le es imposible escapar para ejercer siquiera ese conato de libertad cósmica que forma parte de su naturaleza. Se sabe condicionado - incluso muy a menudo a niveles inconscientes - y conforma sus hábitos existenciales a unos parámetros impuestos que le hacen concebir una aparente trascendencia, totalmente falsa, estructurada sobre los mismos condicionamientos que le esclavizan.
Se le crean necesidades reflejas, como a los perros de Pavlov, y él, a su vez, crea unos dioses y unas ideas trascendentes donde está siempre presente, lo quiera o no, la imagen sacralizada de ese mundo que le circunda, con toda su carga de manipulación, de tecnología condicionante, de inseguridad personal y de ideas que jamás podrían responder a una auténtica superación mental y anímica, sino a una exacerbación de las situaciones aberrantes entre las que nos ha tocado y nos sigue tocando vivir.
Entonces, eso que eventualmente se presenta como insólito y como inexplicable se transforma en un auténtico hito idealizado, para bien o para mal, de todas las estructuras de dominio que vienen actuando sobre nuestra mente, sobre nuestra vida y sobre nuestro encubierto deseo de evolución. Nuestra propia sacralización de la tecnología nos hace concebir supuestos paraísos tecnológicos extraterrestres donde ni siquiera faltarían las marcas y los logotipos de las grandes empresas multinacionales.
Y nuestro sentimiento de dependencia
irracional nos obliga a superdepender de dioses paternalistas que,
en el contexto general del pensamiento humano, seguirán,
«afortunadamente», cuidando de nosotros, como padres o como señores
feudales de horca y cuchillo, o - ya puestos en la tesitura
tecnológica - como amos suprahumanos de láser sabio y cohete
hipernuclear galáctico.
Pero el hecho de sentirla no supone necesariamente que traten de liberarse de ella. La razón lógica está en que llevamos demasiados milenios de condicionamientos, que nos acompañan desde el útero materno hasta el féretro o el horno crematorio, pasando por la escuela, las conveniencias sociales, los reclamos económicos y las condiciones de trabajo.
Por desgracia, sentimos tal necesidad de dependencia que, incluso cuando tratamos de huir, no escapamos - ni parece que queramos escapar tampoco - de esos condicionamientos, sino que, como si todos ellos formasen parte de nuestra naturaleza - y uno se pregunta si, efectivamente, la formarán - salimos de unos para caer sin remisión en otros.
Nos basta casi siempre la apariencia de cambio para adquirir una falsa conciencia de libertad y muchas veces, en esa apariencia, va incluida la caída en formas de dependencia incluso eventualmente más graves y más peligrosas que las habituales.
Esta raza especial de mesías y profetas ha proliferado en los últimos tiempos como fuerza niveladora de los desequilibrios de los grupos de presión tradicionales.
Como rasgo común a todos ellos, cabria apuntar el hecho de que, siguiendo las más vetustas vertientes de la tradición condicionadora de los reflejos del comportamiento, proclaman sin excepción ser mensajeros o portavoces de entidades superiores que se manifiestan a través de ellos y les comunican los mensajes y las normas de conducta y de pensamiento que deben seguir todos aquellos que pretenden alcanzar un específico tipo de salvación, física o espiritual.
A través del mensajero mesiánico, las fuerzas o entidades que le hacen servir de contacto, transmiten consejos, mitos cosmogónicos, órdenes, verdades de Perogrullo, ritos y normas de conducta que luego los adeptos circunstanciales estarán en la obligación ineludible de cumplir e incluso, eventualmente, de difundir entre el resto de la sociedad en la que están inscritos.
La única condición previa a la aceptación de esta nueva forma de manipulación es que, siquiera en apariencia, se enfrente a las otras manipulaciones ya establecidas. Si esa apariencia resulta bastante convincente, importará muy poco a los seguidores el hecho de que sea, en lo esencial, un mero reflejo de los condicionamientos usuales.
Este último factor se consigue, a veces, por la aportación personal de los fieles, lo mismo que se conseguía en tiempos pasados por parte de las comunidades religiosas ortodoxas, enriquecidas a base de donaciones y legados.
Pero suele darse también el caso, extraño e inexplicable desde las coordenadas de la razón, de una tremenda acumulación de capital económico cuyo origen nunca queda total y satisfactoriamente esclarecido. Este incentivo sirve, fundamentalmente, para conseguir potentes medios de propaganda ideológica, pero también - y más a menudo, si cabe - para el exhibicionismo tumultuario y colosalista de la idea mesiánica que se trata de divulgar.
A cambio ofrecen, aparte de la salvación futura cuando llegue el desastre, un tipo determinado de dominio sobre el resto de la humanidad, incluso - en ocasiones - un dominio conseguido desde las coordenadas de la caridad o del amor al prójimo.
Y hasta se promete la adquisición de poderes pretendidamente suprahumanos - para-normales, podríamos decir - y, sobre todo, el sello de distinción y la convicción de haber entrado a formar parte de una élite intermedia entre la entidad o las entidades emisoras del mensaje y el resto del género humano, abocado al desastre.
Es decir, que el ofrecimiento es en
estos casos la oportunidad de ejercer un cierto tipo de manipulación
sobre los demás, a cambio de aceptar la total y completa
manipulación y la dependencia sin restricciones.
Si hubiera que fijar una fecha media - en lo que al campo de la ortodoxia al uso se refiere - habría que establecerla en torno al siglo XX con ramificaciones y ejemplos que se extienden ampliamente por delante o por detrás.
Tienen como rasgo común la circunstancia de ser un medio paranormal de condicionamiento de la conducta humana que ha sido aprovechado por los grupos ortodoxos de presión religiosa para hacer valer sus razones trascendentes, desviando la posible realidad de su verdadero origen y haciendo coincidir, de grado o por tuerza, sus coordenadas con las tesis de poder espiritual - e, indirectamente, material - que guían sus intereses.
Y aunque afectados de una evidente evolución, que nunca sabremos si es objetiva o subjetiva - evolución muy curiosa, por lo demás, porque se adecúa perfectamente a cada estadio cultural en todos los casos y en todos los tiempos - conservan una serie de factores activos permanentes, constantes e invariables.
Siempre, antes, después o durante la supuesta aparición, hay al menos luces que la anuncian, la acompañan o la siguen; muy a menudo, surgen aromas indescriptibles - desde el ozono a la rosa - y, menos corrientemente, formas semimateriales que. por regla general, desaparecen o se diluyen cuando el fenómeno da por terminado el histrionismo de su presencia.
Pero, sin excepciones apreciables, estos sujetos primeros pasivos son, tanto en lo psíquico como, muy a menudo, en lo biológico y anatómico, seres disminuidos, tarados, primitivos, naturalezas patológicas o, en el mejor de los casos, niños analfabetos que sólo pueden traducir su vivencia con arreglo a los parámetros que les han marcado las escuelas parroquiales o las periódicas sesiones de catequesis.
Aunque a propósito de esta circunstancia habría que aclarar que, muy a menudo - y muchas más veces de las que hay testimonio documentado, sin duda alguna - aunque la aparición sea reconocida y aceptada en un determinado instante histórico o cultural, si tenemos la oportunidad de escarbar en la historia anterior del lugar podemos encontrarnos con la sorpresa de que ya antes de su consagración oficial, ese mismo enclave estuvo condicionado por fenómenos inexplicables que incluso a veces otros cultos perdidos también llegaron a consagrar con templos, con peregrinaciones y con ofrendas a divinidades que luego fueron proscritas.
El prodigio, a través de su mensaje - un mensaje que nunca falta - incita por igual al mantenimiento de una secular situación de dependencia frente a cualquier posible desviacionísmo liberalizador y a la acumulación de masas de personas, peregrinos y penitentes, que deberán reunirse allí, constantemente o en fechas fijas, para rezar en común, para pedir en común, para solicitar en común la remisión de los males del cuerpo y del alma.
Fundamentalmente parece importar la aglomeración, la unión de innumerables energías psíquicas en acción.
Todo un cúmulo de fenómenos
auténticamente paranormales que habrán de servir de show y de
aliciente para que el lugar siga atrayendo por un tiempo indefinido
la concentración masiva de creyentes que no preguntan y de
indiferentes que acabarán por confesar su impotencia para explicar
la naturaleza de los hechos que ya el pueblo manipulado habrá
convertido en muestra inequívoca del objeto de su fe.
Lo digo convencido de que una serie de elementos simbólicos de la tradición ocultista y mágica y restos arqueológicos procedentes de culturas remotas pueden hacer pensar en la posibilidad de que alguna cultura perdida más allá de lo que llamamos prehistoria poseyera el secreto, con otros muchos, del código genético que viene a ser el factor físico - molecular o biológico, si queremos - de la evolución.
No se trata ahora, sin embargo, de ahondar en la eventual sabiduría arcaica del hombre.
Demos provisionalmente por bueno - es un decir - el avance espectacular de la ciencia actual y limitémonos a admitir que ya hoy puede hablarse, sin que se trate de un relato de fantasía futurista, de que el científico - o las fuerzas que sepan manejarlo convenientemente - está en condiciones de intervenir en los procesos elementales que gobiernan la vida: la «mente» e incluso, posiblemente, el «espíritu» de las células.
Lean ustedes los trabajos del Premio Nóbel Korana si quieren convencerse de lo que podrá hacerse YA en cuanto a modificación de las características biológicas - y totales - del ser humano.
Lo que sí salta a la vista es que será - si la ciencia lo permite - un definitivo condicionamiento, así como la despedida, también definitiva, de toda esperanza de alcanzar la libertad. Pensemos un poco: si la ciencia, en busca de las raíces de la vida, llega a ser capaz de modificar la mente, esa modificación únicamente podrá llevarse a cabo según ¡a preferencia o el ideal humano de alguno de los grupos de presión que gobiernan ya el destino del hombre y coartan su libertad.
Y si hoy mismo los condicionamientos psíquicos y morales han hecho del ser humano, en la práctica, esclavo de las circunstancias que le rodean - tecnológicas c ideológicas - hay que empezar a asustarse ante la posibilidad de que esa manipulación se lleve a cabo también desde el área biológica.
La menciono sólo como muestra de un ideal negativo que, llegue o no a llevarse a la práctica, responde, lo mismo que los demás elementos mencionados hasta aquí, a la radical indefensión del hombre frente a las fuerzas - muchas creadas por él mismo, otras venidas de la siguiente realidad - que actúan sobre él y le trazan la senda irremisiblemente vallada de la que le será difícil escapar para alcanzar su libertad y la realización de su auténtico destino evolutivo.
En este contexto de dependencia, el ser humano se ahoga, desconfía de su prójimo y de eso que le hicieron llamar cielo - o dioses, o lo que usted quiera - y, lógicamente, también de los principios que le han venido manejando como a un títere colectivo.
Hay una desconfianza radical en la improbable mejoría de una situación que se ha hecho irreversible. El hombre, en medio de esa crisis, se tiene que apoyar necesariamente en aquello que tenga aires de ideales y esperanzas, aunque tales ideales escondan en sus pliegues mayores sumisiones y más graves esclavitudes.
El ser humano ha alcanzado una mayoría de edad sólo tecnológica, que no corresponde a su evolución mental.
Por eso sigue sujeto a dependencias y ansia, aunque no se atreva a proclamarlo abiertamente, que algo ajeno - partido político, iglesia, secta o entidad extraterrestre venga a resolverle, como se le resuelven a un niño, los problemas que él se siente incluso incapaz de plantearse con frialdad y buenas razones. Por su parte, los grupos de presión más fuertes - que no son siempre los más conocidos y evidentes - fomentan esa inseguridad, sabiendo que el ser humano acaba siempre por entregarse al más poderoso.
Por eso mismo, la presencia constante del fenómeno paranormal aquí y ahora es, en una doble vertiente, causa y efecto de la crisis de la que estamos hablando ahora.
La Otra Realidad, materializada y
evidenciada en esos fenómenos, hace acto de presencia para situarnos
en nuestra estricta dimensión, para que captemos - y no confundamos
captar y comprender - que algo por encima de nuestro entendimiento
está ahí, con su radical ruptura de todos nuestros esquemas y con el
ejercicio de una voluntad caprichosa que tenemos que acatar, porque
toda nuestra razón, tan penosamente implantada en las mentes, seria
incapaz de explicarlo, entenderlo y combatirlo - si es que admite el
combate - en beneficio de nuestra deseada libertad.
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