10 - De cómo el pez
grande vino a comerse al pez chico
Una piedra o un grano de arena, o un objeto natural o artificial inorgánico, está en un lugar preciso, ocupa un espacio limitado y no puede desarrollar la energía necesaria para su autodesplazamiento. Si es que existe en este ser objeto algún tipo de conciencia - y no hay nada que impida pensar que la posee - esa conciencia estará constreñida al punto exacto de su ubicación.
Es, pues, una conciencia que podríamos llamar adimensional (aunque, de hecho, sabemos que ocupa un espacio que contiene las tres dimensiones, si bien no podrá tener conciencia de ello).
Tomo voluntariamente bloques enteros de conciencia y pienso que cada cual podrá representarse, por su cuenta, esas zonas de nadie en las que se produce el paso de un tipo de conciencia al siguiente. Continuando, pues, con la escala iniciada, nos encontraremos ante los seres inferiores del reino animal, que tienen conciencia primaria de desplazamiento superficial, como podría tenerla un supuesto ser de dos dimensiones. Un gusano de seda tiene conciencia de la hoja de moral que devora y por la que se desplaza, pero ignora esencialmente los volúmenes.
Sin embargo, ese mismo gusano, llegado al ápice de su evolución física, deja súbitamente de comer, se envuelve en la seda que él mismo segrega por centenares de metros, hasta formar un capullo, y muere materialmente, se pudre y se seca dentro de su caparazón para resucitar - pues se trata de una auténtica resurrección y hasta he sentido tentaciones de escribirla con letras mayúsculas - en una mariposa de vida precaria que, durante unas horas, es casi capaz de volar, de palpar los limites de una conciencia tridimensional.
Se trata del concepto del tiempo, de la
dimensionalidad temporal que domina el curso de nuestra existencia y
marca la pauta, tengamos o no conciencia clara de ella, de eso que
denominamos nuestra trascendencia.
Carrusel napolitano, tal vez la primera en aquel mundo latino de la segunda posguerra mundial, en la cual, en clave de espectáculo musical, surgían una vez más todas las lacras y los terribles avatares de un mundo que había aprendido algo - no mucho, por desgracia - de los centenares de millones de muertos que habían producido cuatro años de contienda.
A su vez. los animales más evolucionados, lo mismo que los seres humanos, se alimentan indistintamente de materias vegetales y de otros animales, en una especie de síntesis alimentaria y vital que se hace progresivamente complicada, en tanto que ha de nutrir órganos también progresivamente más evolucionados que hace que las funciones vitales exijan una mayor complejidad acorde con los estudios evolutivos de seres con necesidades de nutrición diversas, según los órganos que hayan de mantener.
El mundo exige ese escalonamiento, del mismo modo que lo exigen todos los seres que lo componen, de tal modo que aquello que toman de los estadios inferiores de la evolución supone síntesis cada vez más complejas y. a su vez. hacen entrega de elementos todavía más complicadamente sintetizados a los que forman parte del escalón evolutivo inmediato.
Con escasas variantes, que creo que
sólo servirían para confirmar los hechos, así se establece la
armonía de la naturaleza.
Si, por ejemplo, a una planta le basta con sintetizar los alimentos que le proporciona la tierra y que toma del aire para crecer y echar hojas y ramas y frutos, a una oruga de seda le será necesario tomar de la hoja de la morera sustancias que no sólo le permitan alimentarse y crecer, sino también fabricar la seda que le dará la posibilidad de envolverse en el capullo del que habrá de salir la mariposa con toda su complejidad orgánica.
Un mamífero, por su parte, necesitará K que los alimentos ingeridos le clon robustez de músculos y una B vitalidad sanguínea que le permita regar un cerebro relativamente desarrollado, más toda una serie de vísceras con [ funciones tremendamente complejas y diversificadas.
El ser humano, por su parte, posee una capacidad de raciocinio supuestamente superior a la de cualquier animal. De hecho, el rasgo distintivo de la especie humana es precisáis mente la razón. Pues bien, esa capacidad debe también ser alimentada, porque todos sabemos que surgen cierto tipo de taras cerebrales que son ocasionadas por la carencia de sustancias concretas necesarias para esa particular y compleja función y para nada más.
Pensemos igualmente que. en el caso del ser humano - lo mismo que en el de muchos otros animales y hasta en el de las planta; - la alimentación no se lleva a cabo únicamente por la vía digestiva (directa, podríamos decir), sino por otros muchos caminos. Hay una alimentación producida por el sueño, por la respiración y hasta existen - aunque no siempre se practiquen - una alimentación emocional y una alimentación intelectual, cuya carencia puede también causar trastornos que afecten a la personalidad humana.
Y créase que no lo digo como metáfora, sino que esas necesidades existen realmente como tales, como energías vitales que deben cubrirse y fomentarse, precisamente porque el ser humano, aunque muy a menudo de modo inconsciente, es un sujeto tan inserto en su propia evolución como pueda serlo el gusano de seda, y no podemos pensar en modo alguno que se ha alcanzado un límite evolutivo más allá del cual no podremos pasar.
No sólo no es así, sino que esa evolución forma parte integrante de la naturaleza humana, del mismo modo - sólo que con mucha mayor complejidad - que forma parte de la naturaleza de los animales inferiores la utilización o la absorción de determinados alimentos que les permitirán la conservación de la especie en su lucha continua por sobrevivir a la selección natural.
En líneas generales, el ser que mejor y más razonablemente atienda a sus necesidades vitales y alimentarias será siempre el que tenga mayores probabilidades de supervivencia y. por tanto» de evolución selectiva.
Pero no deja de resultar curiosa esa dificultad progresiva en
los procesos de asimilación; más que curiosa, significativa, puesto
que se acentúa en razón directa con la complejidad orgánica de los
seres a todos sus niveles y, naturalmente, al nivel mismo de su
percepción o conciencia de la dimensionalidad, agudizada al máximo
en el ser humano, que es el ser racional por excelencia.
El ser humano, a cuestas con su conciencia cuatridimensional - por más errada e inexacta que tenga la concepción temporal - es el detentador de la razón.
En esquema, la pauta evolutiva sería así:
El vegetal domina al mineral (a la tierra) y se alimenta de él. Y así sucesivamente hasta el ser humano, que, provisto de su suprema arma mental (la razón en cuestión) domina, manipula y se aprovecha a todos los niveles de los seres que evolutivamente le anteceden. Este factor le confiere lógica (racional) conciencia de superioridad y le hace suponer, por medio de esa suprema arma que tiene consigo, que se encuentra en la cúspide del poder cósmico o, al menos, del poder planetario.
¿Por qué cada especie es vencida y manipulada por las que poseen la conciencia dimensional un grado al menos superior? Creo que la respuesta es casi obvia: porque cada una de las cualidades inferiores ignora visceralmente a las que la siguen, aunque sepa que están ahí.
Y en consecuencia, no puede sustraerse conscientemente a su lógica agresión. Hablando en términos dimensionales - que son precisamente los que nos van a servir para captar en lo sucesivo la manipulación de la que somos nosotros mismos objeto - hemos de admitir que cada conciencia dimensional carece de las condiciones necesarias para captar el ataque y el domino que se ejerce sobre ella desde otro plano dimensional.
Sin embargo, si ese acercamiento lo efectuamos
desde arriba, la oruga será incapaz de captarla y podremos
atravesarlo sin que el pobre bicho llegue a saber nunca desde dónde
le ha llegado la agresión y sin haber podido hacer absolutamente
nada para evitarla o para defenderse de ella.
Y hemos sido tan orgullosos y nos hemos sentido tan satisfechos con nuestras posibilidades que, más allá de esa cúspide sobre la que nos hemos izado, sólo admitimos - y eso no siempre - a un Supremo Hacedor sobre el que descargamos todo aquello que cae fuera de nuestro entendimiento.
Y entonces nos encontramos, como dicen en los pueblos, con el culo al aire; totalmente desasistidos, incapaces de racionalizar los hechos que no tienen razón y sin la menor posibilidad de definirlos, es decir, de transformarlos o de dominarlos y hasta de defendernos de su agresión, cuando la hay. Por el contrario, son fenómenos que nos dominan a nosotros, que juegan a pídola con nuestra suprema razón y la enfangan y la inutilizan lo suficiente como para que empecemos a dudar de ella en tanto que cualidad suprema en la evolución natural de las especies.
¿Creíamos que la razón, nuestra razón, lo podía absolutamente todo? ¡Pues toma irracionalidad a espuertas pudiendo con ella! ¿Nos imaginábamos la cúspide de una escala evolutiva sin más límite que nuestro Dios infantilmente infinito o nuestra no menos deificada razón?
¡Pues toma absurdos fenómenos que se ríen de nosotros y en
nuestras propias barbas y nos dejan inermes frente a una realidad
que, deliberadamente, por orgullo supremo, habíamos tratado de
borrar!
La necesidad
de dar un cauce a los fenómenos evidentemente irracionales es la
que. al fin y al cabo, ha obligado al ser humano a inventarse a
Dios, pero el orgullo de sentirse propietario exclusivo de todo un
planeta es lo que, por su parte, le ha inducido a establecer escalas
serias de comunicación o estadios conscientes de relación con EL ser humano, con toda su aureola de racionalismo, se sentía en la
misma cumbre que había fabricado y todo cuanto no entraba en los
limites de su entorno racional se atribuía - o se sigue atribuyendo
ocasionalmente - a la divinidad abstracta.
Consecuentemente, la cotización divina baja muchos enteros e incluso, en numerosas ocasiones, se ha de declarar en quiebra o, al menos, en suspensión de pagos. Una tormenta puede ser explicada y prevista, como puede explicarse - y dicen va que preverse - un terremoto. Se sabe por qué una hierba (antes milagrosa) o un agua (antes sagrada) pueden curar determinados males. Se sabe por qué se producen fenómenos antes divinizados.
Como consecuencia, surge una segunda explicación a cuanto aún continúa sin ser explicado. O debemos esperar, pues ya llegará en su día el momento de esa explicación, en cuanto la ciencia lo descubra, o se trata de alucinaciones que no son más que producto de mentes temporalmente (o perennemente) afectadas por alguna conexión defectuosa en sus circuitos racionales.
Conociendo - mal, por supuesto - los avances científicos y presuponiendo - todavía peor - las perspectivas que aguardan a la ciencia en el futuro más o menos próximo que se nos avecina, un sector cada vez más numeroso de la humanidad se ha planteado la evidente existencia de oirás humanidades en otros sistemas planetarios del Universo, suposición evidentemente lógica, que a estas alturas no admite duda ni suspicacias y que incluso los remisos del deísmo religioso a ultranza aceptan sin posibilidad de contraponer una negativa racional.
A continuación, han adjudicado a tales humanidades un
grado de avance tecnológico-científico ligeramente superior al
nuestro (suponiendo siglos o milenios de desfase cultural y
tratándose de sólo unos grados, a los que nosotros, sin duda,
llegaremos - o llegarán nuestros científicos, o nuestras
multinacionales manipuladoras - el día menos pensado) y nos las han
traído a nuestro mundo, dispuestas en muchos casos (demasiados) a
asumir el papel de unas divinidades abstractas y moribundas que ya
no cotizan lo suficiente en la bolsa de la credibilidad o de la
credulidad humana.
Y, para más exactitud, haciendo con nosotros exactamente las mismas cosas que nosotros hacemos con los animales o con los vegetales de los que nos servimos y nos nutrimos.
He hablado de nutrición y he querido expresar precisamente eso: nutrición, canibalismo, alimento, comida, subsistencia, vitaminas y proteínas e hidratos de carbono, o la materia o la energía que puede servir de sustitutivo o de complemento nutricio a las entidades que, sin saberlo nosotros racionalmente, están ahí y nos manipulan, porque ése es su derecho dimensional y natural: el de manipularnos, exactamente lo mismo que nosotros - ¡los amos del mundo no lo olvidemos! - estamos o nos consideramos en el derecho de devorar y dirigir y manipular a los seres de conciencia dimensional inferior.
En el fondo, casi me parece mentira la evidencia de que todo en este mundo de conciencias y de dimensiones sea tan terriblemente simple, tan visceralmente captable. Pero lo cierto es - y esto lo supieron ya hace muchos siglos los heterodoxos matemáticos seguidores del místico de los números, Pitágoras - que el universo no es más que numerología.
¡Y
pobre del científico que no sea capaz de comprenderlo y crea que
domina lo que, en realidad, le está dominando a él e indicándole,
por cifras y por líneas y superficies e incógnitas y volúmenes e
integrales. lo que es realmente el Universo!
Nosotros dominamos ese mundo con la razón, que supera al entendimiento de nuestras bestias, pero a nosotros se nos está dominando y se nos manipula mediante una supraracionalidad - o irracionalidad, porque ese mundo no tiene nada de racional ni de razonable - que jamás podríamos ser capaces de comprender.
Decimos de una cosa que es luminosa en tanto que nos la representamos como contraria a la oscuridad. Algo es amable por contraposición con lo que es odioso y algo es negro si no tiene nada de blanco o de color. Si vemos un lado del rostro de una persona no vemos el otro (salvo que seamos cubistas, pero ya volveremos sobre eso), y si decimos que algo está frío es porque sentimos su ausencia de calor.
Nadie de los que se han ocupado del fenómeno, nadie de cuantos lo han vivido o lo han juzgado, han podido zafarse a una pregunta primaria que forma parte de nuestro mundo lógico y cuadriculado de la dualidad: ¿es el fenómeno OVNI bueno o malo para el ser humano?
Si leemos a los investigadores o preguntamos a los testigos, seguro que todos, de un modo o de otro, tienen formada su idea y la defienden a capa y espada.
Pero sucede que esa idea nunca es única; que las opiniones se dividen en un cincuenta por ciento. La mitad responde: es bueno; y la otra mitad jura que es algo malo, perverso, negativo y peligroso para la humanidad.
Para ellos, el fenómeno OVNI es un sustituto de ese Dios que ha muerto a manos de la tecnología científica y, como tal. resume todo cuanto de bueno y deseable queda en las mentes respecto a ese concepto del Paraíso Perdido que fue el cielo, convertido por la astronomía en simple y puro cosmos. Los OVNIS y quienes parecen ir dentro de ellos son criaturas enviadas desde un mundo esencialmente mejor y han llegado hasta nosotros para redimirnos de nuestros pecados, de nuestra incredulidad, de nuestra ciencia equivocada y de los peligros que nosotros mismos estamos provocando.
Pero, fundamentalmente, suponen malo el fenómeno
precisamente a causa de su impenetrabilidad, de su constante juego
con los parámetros racionales, de su negativa a ser explicado,
catalogado, analizado y, en consecuencia, vencido.
¿Nos hemos detenido alguna vez a pensar que nuestro concepto del bien y del mal, del amor y del odio, de lo izquierdoso y de lo derechista, está referido siempre a nosotros y jamás a la naturaleza y al resto de las especies que la componen?
Cuando damos muerte a una res para comerla, o cuando arrancamos una lechuga para hacernos con ella una ensalada, no nos planteamos en modo alguno si somos buenos o malos con el cordero o con la hortaliza, sino que esas cosas son buenas para nosotros.
Lo tonto e ilógico seria detenernos a pensar en si obra mal el leñador con el árbol que abate a golpe de hacha, o el fabricante de seda con las mariposas que no dejará nacer, o el pescador dominguero que vuelve de su jornada con media docena de truchas en la cesta. Sólo pensamos en una eventual mala acción hacia los demás seres de la naturaleza cuando esa acción no reporta provecho alguno a quien ¡a lleva a cabo.
Sutil juicio de valor, porque estamos comprobando ya, día a día - y hoy ha llegado ya a constituir uno de los problemas fundamentales de nuestra supervivencia - que muchos de los actos que ha cometido y sigue cometiendo el ser humano en su supuesto beneficio y siguiendo sus necesidades inmediatas, están comprometiendo seriamente nuestro futuro y nuestra subsistencia.
Pero no se trata de eso aquí y ahora, sino de que hemos conformado nuestra razón y nuestra moral (igualmente racional) a nuestro exclusivo beneficio.
Ante todo, trasponiendo cuanto acabamos de apuntar respecto a nuestro propio concepto moral, tendríamos que prescindir de que se trate de un fenómeno bueno o malo para nosotros, del mismo modo que no nos planteamos si nosotros somos buenos o malos con respecto a las demás especies de la naturaleza.
En todo caso (pero me imagino que sería demasiado pedir)
tendríamos que preguntarnos o tratar de saber, dentro de lo posible
y prescindiendo del pensamiento racional demasiado consciente, si se
trata de un fenómeno o de un conjunto de fenómenos que llega desde
planos dimensionales distintos y si, desde ellos, actúa sobre
nuestra especie y sobre todas las demás y nos las manipula en su
propio provecho, en la única manipulación ante la cual el ser humano
tendría que conformarse irremisiblemente a ser sujeto pasivo.
La cosa que viene de ninguna parte
Decía que, si nos aproximamos a ella desde su propio plano de conciencia - la superficie de la hoja sobre la que vive - advertirá la presencia de un elemento extraño y presuntamente agresor, mientras que si la aproximamos desde arriba, sólo nos advertirá cuando estemos en su propio plano dimensional.
Supongo, siguiendo con la misma experiencia, que si nos aproximamos a la oruga desde abajo y atravesamos la hoja sobre la que se encuentra, sólo captará nuestra presencia (o la presencia del objeto que hayamos empleado, rama, aguja o bisturí) cuando atravesemos ese plano ¡y en ningún otro instante distinto! E incluso entonces, solo se dará cuenta de que allí hay algo e ignorará qué es y de dónde procede.
Y, todavía más allá, ese agujero que eventualmente habremos perforado en su hoja no será tal agujero para la oruga, sino un espacio de nada, puesto que, presuntamente, carece de la capacidad de advertir los planos dimensionales, mientras que un agujero (para nosotros) supone que hay algo, al menos, debajo de él.
Si recordamos el que fue en su día célebre caso del seminarista de Logroño, la entidad ufológica - o lo que fuera aquello - se presentó súbitamente en su cuarto, sin venir de parte alguna, y comenzó a manipular todos los aparatos - radio, tocadiscos y no recuerdo qué más, supongo que hasta el reloj - como siguiendo un juego del absurdo más sorprendente e inexplicable.
O sea racional y lógicamente. O sea, también, que los OVNIs son capaces de romper todas las leyes establecidas a partir del comportamiento de los cuerpos físicos, de los cuerpos tridimensionales, que son los que estamos en disposición de apreciar, calibrar, juzgar, dominar y entender.
Aparentan tenerla muchas veces, surgen a nuestra percepción como naves metálicas - o plásticas, vaya usted a saber - brillantes, con luces muy determinadas, de colores, con unos movimientos precisos, aunque desafían las leyes físicas de la materia. Incluso han dejado y siguen dejando huellas en la tierra, precisas y concretas - huellas que, por otro lado, serían paralelas a las que nosotros dejaríamos sobre la hoja de la morera sobre la que discurre la vida de la oruga de seda - pero falta siempre la prueba de su materialidad concreta.
Y, al decir prueba, me estoy refiriendo al objeto concretísimo, al fragmento preciso, al pedazo o esquirla o resto material de cualquier tipo, a no ser las señales de combustión que surgen, tan a menudo, y que sólo afectan a la materialidad del objeto - plantas o tierra - consumido, quemado y destrozado.
Para mí, y en la mayoría de sus manifestaciones - y no sé si atreverme a decir que en todas sus manifestaciones - el fenómeno es paralelo, al menos en síntesis o estructuralmente, a todos los demás fenómenos de tipo paranormal que se plantean en nuestro mundo de comprensiones parciales.
Por
supuesto, la presencia de OVNIs es equivalente a la de las
apariciones que analizábamos en páginas anteriores, con la
diferencia de que. mientras éstas son asumidas por los grupos de
presión religiosos que manipulan las creencias - y ese hecho de
asumir el fenómeno puede tomarse (dualísticamente) en sentido
positivo o negativo, según acepten o nieguen su eventual sacralidad
- el fenómeno OVNI está siendo acaparado por grupos de neocreyentes,
que cifran su existencia en el hecho de aceptar la presencia de
supuestos extra terrestres semidivinales - o totalmente divinizados
- que llegan a la tierra con la misión específica de salvarnos de
nosotros mismos y de nuestros evidentes y peligrosísimos errores,
que pueden dar al traste con la ecología galáctica o con un
equilibrio (supuestamente racional) establecido por las eventuales
conciencias extra terrestres, mucho más avanzadas -
tecnológicamente, claro - que nosotros. Lo más curioso de este enredo es cómo, en un mundo dominado por la tecnología, que cifra el progreso - confundiéndolo por desgracia con la evolución - en los logros mecánicos de las grandes compañías multinacionales, que son la pauta de nuestra medida presuntamente evolutiva, y en sus equipos de investigación (recordemos y tengamos en cuenta las esperanzas absurdas de la informática, puestas como meta de nuestros próximos años), la mente de muchísimos seres humanos se desvía peligrosamente, asociando la presencia y hasta los presuntos mensajes del mundo supradimensional a humanoides teenólogos que vienen de otros planetas a contarnos (y, naturalmente, a convencernos) de una superioridad mental y científica que nosotros tendríamos la obligación de deificar e incluso de adorar y convertir prácticamente en rito religioso, en acto mágico, en materialísima manipulación salvífica proporcionada por quienes, supuestamente, llegan a este mundo para sacarnos de nuestros errores integrales y enseñarnos el camino de nuestra redención.
Un camino que, en esencia, no difiere un ápice de aquel
otro que les trazara un día Yahvé a los israelitas mosaicos, cuando
les lanzó a tumba abierta por el desierto del Sinaí para sufrir
todas las penalidades posibles que el hombre-piara-ganado puede
resistir a mayor gloria de su presunto dueño y salvador.
(Naturalmente, me estoy refiriendo estrictamente a un puesto que nosotros no hemos elegido, sino que. en cierto modo, nos ha sido asignado. Y del mismo modo que la cabra o la oveja no han elegido libremente su inserción en el contexto del rebaño, pero tienen que aceptarla, porque hay una entidad - el pastor - que las manipula irremisiblemente y al que tienen que obedecer, en persona o a través de sus ayudantes los perros, así nosotros hemos de asumir nuestro papel de ganado alimentario de conciencias situadas dimensionalmente por encima de nosotros.)
Quiero decir que atañen a la humanidad como masa y sólo en tanto que tal humanidad no adquiera conciencia clara y definida de que existe efectivamente una auténtica - y no meramente supuesta - evolución, a la que cósmicamente tiene todo el derecho de acceder.
Pensemos que el ser humano, desde el hombre de Pekín o el australopiteco de hace dos o tres millones de años, ha pasado efectivamente del estadio evolutivo que hoy adjudicamos, con muy pocas variantes, a los animales superiores - con una conciencia dimensional caracterizada únicamente por el predominio de la voluntad - y que llegó a la conciencia racional definida como propia de la humanidad tras una síntesis de la evolución natural de la especie: de todas las especies. Hoy, ese mismo hombre se cree señor absoluto del planeta.
Pues bien, pensemos que esa evolución existe, que es un hecho y que tenemos derecho a ella, en tanto que seres naturales que formamos parte de un Universo en expansión (o sea, en evolución). Sólo fuerzas muy determinadas, que nosotros mismos podríamos alcanzar si no nos vence la "manipulación cósmica" pueden oponerse a que esos estadios evolutivos sean una realidad alcanzable. ¿Por qué?
Pensemos en el pastor una vez más: ¿consentiría en que sus ovejas, sus cabras» sus vacas o sus cerdos comenzasen a expresar su deseo de libertad y de independencia, y se negasen a obedecer sus órdenes o las órdenes secundarias de los perros? ¿Comprendería acaso que esos seres tienen derecho (cósmico derecho, si queremos) a elegir el momento, la circunstancia y el lugar de su propia evolución hacia estados de conciencia superiores?
Supongo también - y la experiencia humana viene a demostrarlo en cierto modo - que ese paso evolutivo no se produce de modo total, ni siquiera masivo. Y que es absolutamente necesario que una minoría abra lentamente el camino, antes de que, poco a poco, a lo largo posiblemente de unos cuantos miles de años, el resto de los componentes de la familia con conciencia dimensional común alcance el siguiente escalón evolutivo.
El avance cultural, en términos generales, es una radical y constante afirmación de las coordenadas científicas, por las que el ser humano se mueve en tanto que conciencia racional y razonante. La cultura es sólo afirmación teórica de un racionalismo que confirma al ente humano en sus esquemas lógicos y en la sublimación - nunca negativa - del mundo sensorial sobre el que se basan los parámetros de la conciencia racionalista!
Lo cual no impide que, en términos generales, una conciencia culturalmente desarrollada esté en mejores condiciones para emprender el camino hacia el siguiente peldaño evolutivo que un cerebro obtuso o insuficientemente preparado en las lides intelectuales.
Y no me refiero únicamente a las que. con plácemes o rechazos de los poderes religiosos establecidos, se manifiestan como contactos divinales de raíz cristiana o de cualquier otro credo, sino a aquellas otras que surgen como presencia de entidades supuestamente extraterrestres que vienen, lo mismo que las vírgenes y los arcángeles, como aparentes portadoras de mensajes de salvación.
En todos estos seres se da igualmente una enorme dosis de credulidad, que se manifiesta inmediatamente, sin dudas y sin ningún tipo de planteamiento critico.
La aparición es asumida en su aparente realidad desde el primer instante y sus mensajes son transmitidos en cuanto comienzan a revelarse. Las órdenes - porque siempre hay ordénese incluso, en muchos casos, órdenes que no admiten réplica - se aceptan sin rechistar y sin poner en duda su autenticidad, y del mismo modo se reemiten a todos cuantos quieran oírlas, presuntamente el mundo entero, aunque su influencia sea generalmente restringida.
Mas para que la misión obtenga resultados satisfactorios, los seres humanos tienen que colaborar intensamente.
¿Cómo? Volviendo a las costumbres buenas, a las creencias convenientes, a la oración positiva, al sacrificio redentor, rechazando de plano al mismo tiempo los malos sistemas políticos, las nefastas teorías racionalistas y los negativos pensamientos que apartan de las viejas y sanas creencias.
Es decir, que se trata de meter en los seres humanos la idea del moralismo dualista a todos los niveles, hacerles ver que existe algo muy malo que se contrapone a lo esencialmente bueno, que es lo que se debe mantener a toda costa.
Hay que promover amor frente al odio, hay que aprender a distinguir (o hay que mantener, cueste lo que cueste) el valor de los contrarios; sostener, fomentar, conservar y defender unos principios esencialmente dualistas que son, no lo olvidemos, la base misma de la realidad sensorial propia del grado evolutivo que hemos recalcado al principio como propio e inherente a la conciencia tridimensional del ser humano.
Unos prodigios sabiamente dosificados y ciertos, como los que ya comentábamos, bastarán para mantener, durante el tiempo que haga falta, la concentración masiva de un conjunto humano que se dará cita allí del mismo modo - y no es metáfora gratuita - que las ovejas se concentran a su hora y bajo las órdenes del pastor, en el redil o en el aprisco.
Por un lado, se condiciona a los fieles - y doy a la palabra su sentido más amplio - para el mantenimiento a ultranza de los principios del dualismo propios de la conciencia dimensional del género humano, es decir, para el mantenimiento a ultranza del status de dependencia frente a cualquier deseo o cualquier intención de evolución.
Por otro lado, se provoca una
fortísima corriente de energía colectiva - enfermos, penitentes,
disciplinantes y corifeos - en un centro presuntamente divinizado
que parece apto, a juzgar por su secular implantación mágica, para
canalizar esa energía hacia un destino que no podemos en modo alguno
adivinar, pero que, sin duda alguna, resulta útil para alguien o
para algo.
En el verano de 1979. los mensajes se hicieron progresivamente esperanzadores para ambos, porque anunciaban la inmediatez de un posible contacto personal con los presuntos maestros.
Un día, la ouijá concretó una cita en uno de los parajes más solitarios y desolados del noroeste de la isla. Allí acudieron los dos chicos en un día tórrido de agosto, recorrieron bajo el sol kilómetros de tierra calcinada sin que llegara a producirse el esperado contacto, hasta que uno de ellos, ya entrada la tarde, comenzó a sentir serios trastornos que, ya anochecido, le obligaron a pedir a su compañero que fuera a buscar ayuda, porque él no podía siquiera moverse.
El pueblo más cercano, San Nicolás, quedaba a unos quince kilómetros, lo cual supuso tres horas largas de camino hasta llegar a él. Ya de madrugada, el chico regresó con un médico y algunos vecinos donde se encontraba su compañero. No encontraron de él más que un montón de despojos carbonizados, que la guardia civil tuvo que recoger con palas, porque se deshacían al menor contacto. El forense dictaminó muerte por insolación aguda y el muchacho superviviente pasó, al poco tiempo, a un hospital psiquiátrico.
En realidad, el absurdo esencial del hecho en sí mismo, la dependencia aparentemente voluntaria del contactado para el resto de sus días, como propagandista directo o indirecto de unas entidades que han surgido precisamente para que él las proclame y sirva de testigo de su existencia y de emisor de energías, que. como en las concentraciones masivas de fieles creyentes, pueden resultar útiles.
Porque, sea cual sea la variante del contacto, existe fundamentalmente una emisión de emociones por parte del contactado, aunque sean mínimas y, en muchos casos, inconscientes. Pero hay, sobre todo, una creación o un intento de creación de cierto ambiente general, que tiende a implantar en las conciencias que lo captan el convencimiento - o eventualmente la prueba - de que hay algo o alguien muy por encima de ellos, algo que deben tener en cuenta para siempre, como entidad superior que domina irremisiblemente al ser humano, física y psíquicamente, más allá de su voluntad.
Algo o alguien que puede hacer de ese ser humano en cuestión lo que le venga en gana en cuanto quiera o en cuanto ese ser humano se desmande e intente ejercer libremente su propia voluntad.
Algo o alguien que. además de todo eso, resulta inaprehensible, incomprensible e imprevisible, tres factores fundamentales de dependencia que dan al hombre la misma inseguridad en sus propias posibilidades evolutivas que la que procede de un dios arbitrario premiador de sus buenos y castigador de sus malos, en épocas de predominio de fe y de poder religiosos.
Aquí se trata también de fef tan fuerte y tan fanática como la otra, pero la diferencia estriba, aparte las presuntas pruebas, en que el objeto de la fe no es ningún espíritu intangible, sino unas entidades que se patentizan como poseedoras de un grado sumo de conocimiento y de poder emanado de un aparente y colosal e incompresible avance en el campo de una tecnología científica imposible de asimilar.
En
estos casos, el choque del contacto directo y dramático,
eminentemente emocional, tiene efectos prolongados y, aunque no
tenga como consecuencia una concentración de seguidores histéricos o
dolientes (los mesías contactados suelen reunir en torno suyo grupos
relativamente reducidos, pero profundamente fieles y convencidos),
el efecto consecuente del contacto marca, lo sepan ellos o no, todos
los actos de la existencia.
Incluso cabe pensar que si esa mente analítica y fríamente científica se tropezase en un momento de su vida con un intento de contacto como los que relatábamos, lo rechazaría como alucinación momentánea y simplemente interna que habría que evitar a toda costa.
Uno de ellos, que ya está extendiéndose de modo alarmante, aunque sus protagonistas suelen guardar silencio por temor a perder el crédito científico de que gozan, se ejerce sobre los investigadores que acceden a estudiar el comportamiento de los contactados del grado anteriormente descrito. Estos científicos comienzan a encontrar extrañas y presuntamente lógicas relaciones de causa a efecto, constatan que los contactos guardan en su inconsciente toda una serie de experiencias y de datos que no salieron a la luz en sus declaraciones aparentemente alucinadas.
Comprueban que se dan coincidencias no tan absurdas, que hay un encadenamiento de hechos que, aun dentro de su contexto esencialmente ilógico, guarda indudables raíces de verosimilitud y, sobre todo, de sinceridad y de experiencia «sin trampa ni cartón».
Y esos hechos, si bien no les afectan (al menos en apariencia) hasta el punto de proclamar sin más la presencia entre nosotros de los «poderosos extraterrestres», les colocan en un estadio de conciencia inquieta y expectante, propicia al fin y al cabo para que, en un instante dado, puedan entregarse de lleno a la convicción de que hay, efectivamente, unas entidades que pueden dominarnos y a cuya voluntad o conocimiento o poderes no hay más solución que plegarse. Dejarse manipular, a la postre.
En líneas generales, puesto que un conocimiento más profundo del caso puede encontrarse ya publicado en varios libros, se trata de una serie limitada de intelectuales, artistas, científicos y hombres de letras, todos ellos serios y con un prestigio indudable en círculos que no pueden dudar de su palabra, que reciben periódicamente comunicaciones escritas, llegadas desde los más distintos lugares, en las que se les va dando cuenta de la existencia y de la presencia en la tierra y entre ellos de un grupo impreciso de personas casi humanas, procedentes de un lugar perfectamente localizable en el mapa celeste.
Estos seres, no se sabe con exactitud con qué fines concretos (aunque, oficialmente, lo explican absolutamente todo), cuentan la historia de su llegada, las circunstancias de su permanencia entre nosotros, sus conocimientos, sus creencias y hasta su estructura fisiológica y vital.
Narran su cosmogonía y su teogonía, su nivel de civilización, el sistema sociopolítico por el que se rigen presuntamente, sus relaciones, sus apuros entre los humanos para no delatarse, su aspecto físico, su idioma (que emplean a menudo» hasta el punto de que ya casi podría confeccionarse una gramática ummita), su sistema numérico y métrico, los principios científicos y tecnológicos de sus naves espaciales e incluso - aunque de un modo un tanto críptico - su manera de actuar y sus métodos para establecer relación con los seres humanos de la tierra.
Muy probablemente olvido algo - tal vez sus relaciones con otros seres de la galaxia - pero, en líneas generales» eso es todo y sólo queda adentrarse en los mensajes para comprobar en lo posible qué revelan, más allá de lo que los presuntos ummitas han intentado contar.
Así vemos:
Cada acto, cada interrogante, cada sospechado absurdo, cada una de las actitudes tiene respuesta para los presuntos ummitas, de tal modo que, sin apenas resquicios y basándose únicamente en las numerosas comunicaciones que llevan enviadas hasta la fecha - aunque hay temporadas de silencio - se podría reconstruir, al menos en sus hitos principales, todo el proceso cultural, histórico, social e incluso psíquico de una raza humanoide de algún punto de la galaxia, que se ha colado de rondón en nuestro entorno para observarnos y - dicho con todo disimulo, evitando palabras directas y aprovechando incluso presuntas dificultades de expresión que dejan las cosas ligerísimamente nubladas - manipularnos, dominarnos, influir sobre nosotros y sobre nuestros esquemas vitales.
Y ello a
pesar de que los presuntos mensajes ummitas están haciendo constante
alusión a sus intenciones manifiestas de no influir un ápice en los
destinos de la humanidad terrestre.
Todo cuanto se deduce de esa ya numerosísima correspondencia es perfectamente coherente y, por si fuera poco, cuando científicos de toda solvencia - físicos, matemáticos o ingenieros - han sido requeridos para contrastar datos, fórmulas o sistemas expuestos en los mensajes, han corroborado, sin lugar a dudas razonables, que ese supuesto mundo tecnológicamente avanzadísimo sobre nuestros actuales logros científicos es perfectamente posible, que nada se opone a su existencia.
La pregunta, la duda, la sospecha visceral ante una trama epistolar tan perfectamente tejida surge, sin embargo, cuando nos planteamos una serie de preguntas que sólo tienen respuestas vagas o carecen simplemente de respuestas. (Porque, ante todo, hay que advertir que la comunicación con los presuntos ummitas es unilateral y que nadie - al menos que yo sepa - ha logrado establecer contacto con ellos por propia voluntad.)
(Una historia que, en líneas generales, no es evolutiva, naturalmente, sino de triunfo más o menos disimulado de ese racionalismo que a nosotros mismos nos está encarcelando dentro de nuestra misma conciencia dimensional. Y fíjese quien esto lea cómo, en una de sus últimas misivas - última a la hora de redactar estas líneas - felicitan a los humanos por los últimos vuelos espaciales norteamericanos y olvidan, porque eso hay que olvidarlo, que suena mejor mentar otras cosas» los millones de seres humanos que se mueren de hambre mientras se dilapidan dólares y rublos en la carrera espacial)
Ummo - yo sólo lo llamaría componente número N de la gran manipulación cósmica a la que el ser humano está sometido desde los albores de la historia, del mismo modo que él ha sometido a las conciencias dimensionales inferiores - es una fuerza que actúa sobre un sector intelectual y culto de la sociedad humana a niveles propios de éste, del mismo modo que actúa sobre los niños de Fátima o del Palmar de Troya a sus correspondientes niveles mentales.
Y tan inteligente es manipular así como tonto sería hacer llegar cartas metafísicas de Ummo a las niñas de Garabandal o hacer aparecerse a la Virgen María y al arcángel Miguel ante cualquiera de los actuales destinatarios de los mensajes ummitas.
En el fondo, es el mismo método que el ser humano sigue con su ganado: no trata del mismo modo a los inquilinos de un corral de gallinas que a un rebaño de vacas, ni le damos el mismo alimento o administramos los mismos estímulos a un perro y a un loro.
Cada especie, como cada estrato cultural en el género humano, necesita una estimulación muy determinada y distinta y específica, acorde con la personalidad y la conciencia de cada grupo genérico o cultural.
Nosotros, los seres humanos, lo sabemos y del mismo modo hemos de presumir que lo saben (y cabe que incluso mucho mejor que nosotros) las entidades de conciencia dimensional inmediatamente superior, que se sirven de nosotros a su placer y hacen que les seamos útiles y que les sirvamos de alimento, tal como nosotros buscamos la utilidad y el alimento en las especies que nos anteceden.
Y, del mismo modo exactamente que no admitiríamos en modo alguno la rebelión de nuestros cerdos si pidieran la reivindicación y el derecho a abolir la festividad de san Martín - que, como todo el mundo sabe, es la fecha fija de ejecución masiva de puercos en los pueblos peninsulares - tenemos que comprender que nuestros presuntos pastores traten a toda costa de impedir nuestro rechazo a la sumisión en la que necesitan mantenernos para dar sentido y razón a su propia, particular y desconocida - para nosotros - existencia.
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