12 - El hombre al
encuentro de sí mismo
1. P. D. OUSPENSKY, Fragmento de una enseñanza desconocida. Librería Hachette. Buenos Aires. 4.A .1 en castellano. 1977. de la versión francesa de IV49.
Lo que nos parece ser progreso o evolución es una modificación parcial que puede ser contrabalanceada por una modificación correspondiente en la dirección opuesta.
Para este insólito maestro caucasiano, extrañamente estructuralista, que constituye uno de los ejemplos más recios e independientes de la enseñanza trascendente del siglo XX, el ser humano, en tanto que especie, está irremisiblemente condenado a ser máquina durante su existencia y a dejarse arrastrar por los acontecimientos que se le imponen - por lo que aquí he llamado la manipulación a todos sus niveles - sin que nunca sea capaz de levantarse sobre sus propios condicionamientos para alcanzar estadios evolutivos de la conciencia que puedan colocarle en condiciones de vivir una Realidad acorde con sus presuntas necesidades evolutivas.
Sucede también, en consecuencia, que los maestros - y Gurdjieff lo era y dio muestras patentes de su condición - se sienten a menudo desbordados por la humanidad misma, exactamente igual que el repartidor municipal de caramelos en las fiestas de los pueblos, que tiene en sus manos la milésima parte de los dulces que podrían satisfacer a los niños de la aldea y opta por tirarlos al aire para que los recoja quien sea más listo, o más despierto... o más fuerte, o más bruto y dispuesto a merendarse a los demás.
(Recordemos el ejemplo agárthico. tergiversado y asumido a su imagen y semejanza - léase conveniencia manipuladora - por un nazismo visceral consecuentemente convertido en partido dogmático y mesiánico.)
Porque, queramos o no reconocerlo, existe una diferencia de años luz entre el hombre que busca alcanzar la trascendencia en beneficio propio y para el ejercicio del poder sobre los demás, y aquel otro que se adentra por los entresijos de la propia superación para entregar sus resultados al prójimo, como ayuda para un mundo menos condicionado por l^s innumerables manipulaciones que le acosan.
Se trata, simplemente, de luchar un poco con las palabras con las que hemos de expresarnos - creadas en un contexto dualista, como todo nuestro sistema mental - y extraer de ellas y a pesar de ellas un sentido de solidaridad con la especie humana (y no sólo con un determinado sector elegido de la misma), a la hora de calibrar el porqué de que un determinado individuo o un grupo de individuos aspire a alcanzar el nivel evolutivo que realmente le corresponde a toda la especie y que únicamente las fuerzas manipuladoras, creadoras de la tecnología por un lado y de creencias ciegas por otro, han logrado y siguen intentando impedir con todas sus fuerzas, desde su estrato de potencia abstracta supradimensional.
Un dualismo que forma parte y es consecuencia directa de nuestra percepción sensorial y que ha venido a constituir todo el germen de nuestros sentimientos morales y estéticos, de nuestras ideas religiosas y políticas, y hasta de nuestros principios científicos, afectivos y trascendentes (puesto que. aun sin propósito previo aparente, hemos conferido a nuestra idea - falsa - de la trascendencia unos signos de reconocimiento dualista que son los que han contribuido esencialmente a la incomprensión última del concepto).
Si sucede lo segundo, el ser humano individual o el grupo que ha dado el salto no será en modo alguno una entidad evolucionada en el sentido más amplio y justo del término, sino un vampiro o una secta vampirica que utilizará su posición privilegiada para alimentarse, mediante cualquier tipo de manipulación, de la energía de sus congéneres, del mismo modo que el resto de la humanidad se alimenta de la de los seres reconocidamente inferiores.
Y no caben ahí protestas orgullosos de un supuesto dualismo definitivamente abolido y superado, ni echar mano de estados de conciencia presuntamente superiores que se encuentran ya «más allá del bien y del mal».
El hombre «fuerte» (pienso en el hombre evolucionado, en el que es definitivamente capaz de dar el salto dimensional de su propia evolución) lo es mientras su brazo puede izar a los débiles, no mientras su pie pueda aplastarlos y hundirlos todavía más en el fango de la manipulación.
Usando un ejemplo que sólo el budismo ha
expresado con claridad, aunque esa claridad haya sido tergiversada
repetidamente, no es el auténtico evolucionado el místico que
alcanza el nirvana y se libera definitivamente de las
reencarnaciones, sino el boddhisativa que. pudiéndolo alcanzar,
regresa voluntariamente con los hombres para empujarles y
señalizarles el camino que él ya ha recorrido.
Muchas veces también, determinados «gurús» ávidos de poder sectario - y, al decir gurús, no me refiero exclusivamente a santones de procedencia asiática, sino bilbaína o siciliana, que tanto da - confeccionan sin tino cócteles con las más diversas prácticas, ritos y creencias, sin extraer de ninguna de ellas las esencias fundamentales, y reúnen en ashrams - no de la India, sino de Cáceres o de Euskadi - o centros comunitarios a un grupo más o menos numeroso de ansiosos de la liberación, que pasarán con gusto por cualquier tipo de manipulación personal del pretendido maestro, con tal de alcanzar una migaja de libertad que no será otra cosa que la escapada de un ambiente general neurotizante para lanzarse en picado en una manipulación personal, e incluso a menudo histriónica, no menos condicionadora.
OVNIs o entidades supuestamente salvíficas - ya se encuentran en ellos, manipulando al ser humano y al resto de los seres inferiores desde planos del hiperespacio.
El hombre se debe al hombre y, supongo yo, ¡pobre de quien pretenda cobrarse en beneficio propio esa deuda que tiene contraída!
El hallazgo de un determinado camino que propicie el conocimiento y la experiencia evolutiva (pues conocimiento y experiencia no pueden desligarse en modo alguno a ciertos niveles de trascendencia) y utilizarlo en beneficio exclusivo de la propia persona o del exiguo grupo de adeptos que pueda reunir en torno suyo, es excluir tácita e intencionadamente al resto de la humanidad de sus posibilidades comunes de superación, comenzar a ejercer sobre ella la misma manipulación de la que cree haberse liberado, pasar del estado de «máquina» en la que «suceden cosas» (empleo nuevamente términos utilizados por Gurdjieff) al de ente «activo» que ejercerá tarde o temprano su acción reteniendo al resto de sus semejantes en el estado de especies al servicio de fuerzas cósmicas opresoras, de las cuales ese ente concreto sólo creerá haberse liberado.
El segundo, a cambio del presunto poder adquirido mediante el conocimiento y la experiencia trascendente, intentará integrarse, aisladamente o con su grupo de adeptos, en el nivel de conciencia inmediato, y desde él. exactamente lo mismo que las entidades que forman parte de ese nivel (por razones de evolución y en conjunto de especie), tratará de manipular al resto del género humano al que pertenece, aunque sólo será, con sus seguidores, servidor presuntamente privilegiado de sus intereses y colaborador de segunda fila en una tarea opresora de la humanidad y restrictora de su derecho conjunto a la propia superación.
Estos tres factores son la percepción sensorial, el sentimiento de la dualidad y la concepción del tiempo.
De este modo, la presunta entidad rectora total del ser humano - el cuerpo activo o cuarto cuerpo de que habla también Gurdjieff - queda ausente o permanece anulada por una falsa correlación de las fuerzas que influyen sobre la actitud vital - el estar-en-el-mundo, y la Weltanschauung - del ser humano.
Las diferencias han radicado en los métodos a utilizar, es decir, en el lugar exacto donde se ha intentado insertar la cuña de ruptura con los moldes establecidos, el punto justo desde el cual puede emprenderse todo el proceso de transformación «hacia el entendimiento y la vivencia del siguiente estadio evolutivo.
Existe, tanto en Oriente como en Occidente, en la historia remota de los pueblos llamados salvajes, una actitud iniciática que da comienzo con el dominio de los sentidos, de los impulsos inmediatos, de las necesidades, caprichos y apetencias del cuerpo.
San Simeón Estilita pasó muchos años - ¿cuarenta? - izado sobre una columna que no le permitía sentarse ni echarse. Le subían la comida por medio de un cesto, una vez al día o cada dos o tres días, ya ni se sabe con certeza. Los fakires - algunos fakires - adoptan determinada postura y permanecen en ella, inalterablemente, meses y años, sin hacer el menor movimiento, hasta que los músculos se les anquilosan y los huesos se les quedan soldados y ya no les es posible accionar las articulaciones.
Los derviches, al son de los tambores, emprenden una danza absolutamente irracional, como la de una peonza loca, hasta que se destroza materialmente el sentido del equilibrio y ya no se ve ni se oye ni se palpa la realidad circundante. Hay frailes - pienso yo que los hay todavía - que rodean su cuerpo con cuerdas o con cadenas, o con garfios que se clavan en la carne a cada movimiento.
Y aún hay otros - monjes, yoguis o bonzos - que reducen su alimento a mínimos insospechados y que siguen viviendo, o vegetando, o tal vez trascendiendo, a partir de energías que desarrollan por medios que la medicina no podría prever: el aire, la tierra, el sonido.
Y no olvidemos que la tribu es, para sus miembros, la personificación o la imagen de la humanidad entera o, al menos, del pedazo de humanidad que constituye el mundo del nativo.
En estos casos, a su
modo, el individuo es llevado por los maestros o los brujos del
poblado a trascender su condición de objeto pasivo para integrarse
en la acción común que atañe a toda la comunidad.
La sala, dividida en varias estancias, es todo un museo de arte parietal.
Y no tanto por la perfección de sus figuras - no hay un solo bóvido o un mal reno comparable a la maravilla de Altamira - . sino por la acumulación de signos aparentemente abstractos que han llevado por la calle de la amargura a nuestros investigadores dominados por el espíritu racionalista. Allí abundan los supuestos tectiformes (presuntas cabanas), los retiformes, los fusiformes.
Allí, los investigadores heterodoxos han querido ver incluso OVNIs y marcianos. No importa ahora. El caso es que, en varias de las paredes, se multiplicaron en su momento las huellas de manos y que esas huellas las dejaron allí hombres que dieron cuenta cabal, a su modo, de su estancia en aquel lugar y - me atrevería a añadir - de la transformación que. de una manera u otra, habían sufrido en él.
Un camino que discurría entre sombras y trampas para los sentidos, ¡precisamente para los sentidos, que son los vehículos de la percepción! ¿No era ese motivo suficiente para que el adepto del rito iniciático dejase precisamente al final del proceso la huella de su propia mano, precisamente la huella de aquella parte del cuerpo que maneja o manipula la realidad circundante?
Curiosas torturas, porque - lo mismo que sucede en tantos otros santos del martiriologio - cada una de ellas, sin necesidad de la acumulación de todas las demás, habría servido seguramente para provocarle la muerte, si hubiera sido real.
Lo cual hace pensar - milagros aparte - que, detrás de esas representaciones, hay un retrato no objetivo, sino iniciático también, que está dando cuenta de pruebas de extorsión de los sentidos conducentes a provocar en el santo (en el adepto) una vivencia de muerte física, de la que habría de salir con ese dominio del dolor y de las sensaciones que encontramos, sin solución de continuidad, desde los rituales prehistóricos hasta los simbolizados en las ceremonias de acceso a los distintos grados de determinadas sociedades secretas de nuestros mismos días.
Y aun en otras comunidades que no son, al menos en apariencia, tan
crípticas,
como es el caso de las que se llevan a cabo con los novicios en
ciertas órdenes religiosas y con los recién ingresados en algunos
monasterios Zen.
La que llama del monje correspondería a los métodos de dominio de las emociones y, como consecuencia (consecuencia teórica, al menos), a la anulación consciente de los conceptos dualistas que las originan.
Digo en teoría, porque supongo yo que habría que establecer una distinción dentro de lo que llamamos monacato, puesto que precisamente el monje cristiano, aunque trata de dominar sus emociones dentro de la orden y de la regla por la que se rige, se basa en unos fines dualistas, tan superiores como queramos reconocerlos, pero que no hacen otra cosa que mantener a los miembros en la idea de un dualismo a ultranza. Lo bueno, lo deseable, lo limpio y lo puro está en el mundo de la orden y de la creencia que la inspira; lo malo, rechazable, sucio y obsceno, en el mundo exterior.
Es lo propio de los modos religiosos que tienden al concepto salvifico, porque siempre resulta que. detrás de esa salvación, se esconde la idea (dualista, claro) de una condenación para los demás.
El aislamiento y la estricta vida comunitaria llevan al monje a un sentimiento de permanencia, de estatismo, de observación objetiva de los fenómenos, sin prejuzgarlos por medio de estados emocionales propios de una determinada actitud moral, porque lo moral, como sentimiento mundano, ha quedado superado más allá de las tapias de la lamaseria o del monasterio Zen.
La vida en común se convierte en un mundo aislado del otro y las prácticas ascéticas conducen a una comprensión inmediata, intuitiva y nunca intelectiva, de una realidad que se encuentra más allá de la clasificación dualista de los fenómenos.
La esperanza es un sentimiento
dualista, contrapuesto a la desesperación, pero en el poeta no
existe en modo alguno la asunción de lo contrario, sino únicamente
la aceptación de ese abandono para entender luego algo que habrá de
superarlo con creces.
Si tomamos como ejemplo al pintor, sea cual sea su época o su estilo peculiar, siempre existirá en él una plasmación personal e intransferible de realidades y dimensiones en una superficie - lienzo, papel, pared, cobre o tabla - que. al reducir el mundo de las dimensiones y expresarlas de modo restrictivo (el volumen trasladado al plano es la forma más inmediata y transparente) eliminan, en principio, la dualidad que esa dimensión implica.
Y esa eliminación se lleva a cabo, a su vez, mediante una transformación que. a lo largo de la historia del arte, ha evolucionado de tal forma que puede darnos la pauta de que la expresión estética, si no se conforma con serlo (y el artista verdadero jamás se conforma con ser un esteta), es, efectivamente, un camino para alcanzar la trascendencia evolutiva.
Es una posición diáfana de esas figuras con respecto a su mundo, en paralelo a la concepción de entes de dimensión superior en el mundo nuestro de cada día. compuesto de volúmenes y de perspectivas. La intemporalidad se manifiesta en planos perfectamente equilibrados, esencialmente simétricos, fundamentalmente volcados al estatismo, que es la negación visceral - emocional y sentimental, jamás reflexionada - del concepto dinámico que tenemos de la dimensión tiempo.
Me refiero al arte cubista, que trabajó - sin que sus propios representantes hicieran otra cosa que intuirlo - sobre hiperespacios y metaperspectivas dimensionales, planteando los objetos y los personajes desde puntos de visión múltiples que nunca podrían alcanzarse en nuestro mundo sensible más que a partir de conceptos intuidos, nunca meditados, de una supradimensionalidad.
De ahí que,
desde una perspectiva racionalista, se haya tachado al cubismo de
absurdo e ilógico, lo cual es esencialmente cierto a todos los
niveles, puesto que la supradimensionalidad cae totalmente a
trasmano de los limites de la razón.
Es un sendero con multitud de derivaciones, de variantes, de recovecos, con ramas y hojas y flores y raíces, exactamente como el gran Árbol de la Ciencia que está presente entre los grandes signos del simbolismo universal, que tiene un solo tronco de Sabiduría del cual parte toda la fronda de los caminos a elegir.
Depende ya de la personalidad, de las inclinaciones naturales o del contexto cultural de cada buscador el que se elija una u otra bifurcación, pero, en el fondo, todas ellas abocan a una actitud originaria: la búsqueda del gran tronco del conocimiento, Graal, Libro o Piedra que contiene la clave de ese paso a la comprensión y a la vivencia de la Realidad dimensional sucesiva.
Intenta contraer el concepto del tiempo, transformar su propia dimensionalidad y la del fragmento de Universo sobre el que actúa desde su laboratorio.
Porque ese es el fin del templo o el templo no tiene fin
alguno: o es el lugar sagrado estricto, en el que el hombre
consciente y despierto
puede aduar hacia metas superiores de su proceso evolutivo - ayudado
por la energía de la piedra y por la distribución armónica de las
masas y de los espacios - o es simple parroquia o pura mezquita
funcional, donde se entra a oír una misa ajena o a implorar favores
a un Dios más ajeno todavía.
El astrólogo busca en el cosmos, más allá de meras influencias solares, planetarias o de remotas estrellas, la presencia constante e intemporal de unas fuerzas cósmicas que actúan sobre el ser humano y sobre la naturaleza en clave de eternidad.
Quiero decir que. para ellos, el tiempo no es algo que corre y nos traspasa, dominándonos con un reloj digital o una clepsidra, sino una dimensión que deja su huella y que ha venido dejándola desde toda la infinitud, y que tiene escrito, marcado y perfectamente dosificado eso que llamamos el devenir y que no es más que una interpenetración de fuerzas que actúan «sin tiempo», en espacios eternos.
Luego, con la mente muchas veces confusa a causa de ese mismo paso no habitual que ha realizado, el profeta «regresa» entre nosotros contándonos que «allá» hay una abertura, pero su misma confusión ante una dimensionalidad insólita le impide medirla convenientemente.
Observemos, desde Nostradamus a los más prestigiosos videntes - que a ellos me refiero y no a futurólogos enclaustrados en las redes de la temporalidad y de la predicción a fecha fija - cómo anuncian oscuramente, hasta crípticamente, el que y a menudo el dónde. pero pocas veces el cómo y jamás el cuándo.
Esos son factores que sólo identificaremos después de que la profecía se haya cumplido.
Pero, por desgracia y con razón - es
decir, racionalmente - siempre nos cabrá la duda de si hemos llegado
al mismo derrumbe que anunciaba el profeta o si acaso únicamente la
casualidad ha hecho que lo identifiquemos con otro que ni siquiera
podemos estar seguros - precisamente porque vivimos cada aquí y cada
ahora como una sucesión que nos atraviesa y actúa sobre nosotros -
de que él vio como decía.
Este caso puede darse en individuos dotados que, muy a menudo también, no han tenido la menor necesidad de estudio o de ascesis voluntaria para obtener los poderes que se les atribuye. Yo llamaría a esos casos contactos involuntarios, tirones recibidos desde la otra Realidad, que hacen de ellos, de un modo o de otro, entes manipulados por fuerzas que no dominan y, por tanto, entren por derecho propio en otras fronteras de las que ya hemos tratado: médiums o intermediarios de esa Otra Realidad.
Esas correspondencias que llaman imposibles los racionalistas a ultranza y que denominan magia los crédulos, no son ni lo uno ni lo otro.
Naturalmente, no tienen razón porque forman parte de un universo irracional, de otra dimensión; pero tampoco responden a una pretendida magia condicionante de la ingenuidad humana, sino que pueden corresponderse con leyes que nada tendrían que ver con aquellas otras científicas y racionalistas o pretendidamente divinas, por las que normalmente regimos nuestra existencia.
Ese lenguaje tendría que carecer de toda lógica racional, porque únicamente serviría para expresar realidades que quedan por encima o más allá de lo que el pensamiento racionalista alcanzaría a desvelar. De ahí su aspecto, que induce a la incredulidad precisamente por su falta objetiva de razón, que los hace corrientemente semejantes a un chiste o a un despropósito.
Su explicación, y hasta las causas profundas de su eficacia, habría que investigarlas más allá del mundo circundante y habitual de días y de horas y de minutos, porque, si es que responde a algo - y no cabe duda de que a «algo* responde - ese algo ha de expresarse en un lenguaje ajeno a los sentidos y al universo de apariencias creado por ellos, aunque con «letras» (signos) que forman parte primaria de nuestro entorno más o menos cotidiano.
Nunca, pues, se puede buscar
en ellos la correspondencia literal entre el signo y su significado,
porque nada tienen que ver el uno con el otro, al menos a niveles de
conciencia lógica.
Se les ha acusado de oscuros, de deliberadamente confusos, de una radical falta de coherencia: de ocultismo, en fin.
Y se les ha rechazado por ello o, al menos, se les ha restado la parte de crédito que les correspondía. Habría, pues, que romper una lanza por esa extensa criptografía esencial que ha constituido, a lo largo de la historia de las ideas, el corpus orgánico de la trascendencia.
Salía al escenario una colegiala y comenzaba a recitar:
Aunque puede parecer, así de pronto, una salida de madre, no cabe duda de que el poema místico en cuestión, con toda su carga de lirismo, con toda su belleza estética, se plantea (sin bromas ya) como una adivinanza en clave popular.
Y esto no sucede por casualidad, sino porque la misma expresión de la experiencia trascendente nunca puede ser diáfana, en tanto que cuenta con los medios lógicos de que disponemos: la palabra, la imagen o los objetos que forman parte de nuestro contexto racional.
Por eso se recurre tan a menudo al símbolo y a sus
múltiples significados, o al signo más o menos abstracto (la cruz,
el círculo, la esvástica, el laberinto), que no expresa nada en sí
mismo pero admite, precisamente por ello, todas las posibilidades
que reclama el contexto trascendente.
¿En qué habría convertido su propia vivencia, la misma vivencia que tiene que desear a quien siga su camino?
En la posibilidad de que la Piedra o el Elíxir - que sólo son elementos catalizadores del proceso - se convirtieran en materia de fabricación en serie. Todo el contexto de transformación interior, que sería realmente el que conduciría al ser humano al grado evolutivo buscado, habría desaparecido y, con él, su razón de ser primera y fundamental.
La auténtica ayuda al prójimo llevada a cabo por el ocultista consciente - por el boddhisaltva del ocultismo, podríamos decir, o por el auténtico maestro espiritual - está en ayudar a resolver el problema a los que realmente deseen resolverlo, no en darlo resuelto para que el alumno obtenga así un hipotético aprobado o un sobresaliente al que no se hizo acreedor.
Pero una cosa es encender una llama desde el otro lado, para indicar una meta a la que puede - debe - intentar el acceso quien se encuentre con ánimos y con suficiente deseo visceral para ello y otra, muy distinta, rodear a la humanidad con un cerco de fuego que la mantenga temerosamente en su puesto actual, con la única misión de admirar, venerar y, naturalmente, obedecer a quien lo encendió.
Esa actitud es la realmente enemiga - dualista enemiga - del ser humano, porque no se adopta jamás por deseo o por necesidad de contribuir a la evolución de la especie de la que se forma parte, sino con intención clara de colocarse en un grado del que se tiene conciencia profunda de no formar parte en tanto que ser humano.
No es el intento de izar al hombre, sino la intención tácita de crear, artificialmente por supuesto, al presunto superhombre nietzscheano que le someta definitivamente, sin esperanza de redenciones ni accesos para quien no posea la carta de identidad requerida unilateralmente.
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