Franz Griese
Teólogo de origen alemán (1889-?), que escribió "La desilusión de un
sacerdote" (1933) y La Sinfonía del Universo (1954), que publicó en
la Argentina; en el primero de los cuales negó la divinidad de
Yahvé.
Del libro
La desilusión de un
sacerdote
El Dios de los judíos tenía y tiene el nombre: Jahvé. Al observar lo
que dice la Biblia en el Viejo Testamento de este Dios Jahvé,
debemos francamente confesar, que es imposible reconocer en él el
Ser Supremo.
Nos limitamos a indicar sólo tres razones:
-
Primera: la excesiva
crueldad del Dios Jahvé.
-
Segunda: la amistad
íntima de Jahvé con personas de absoluta inmoralidad y cuyos
instintos perversos son fomentados por él.
-
Tercera: la
exclusiva protección que Jahvé proporciona a su "pueblo
escogido" Israel, exterminando él a los demás.
Respecto del primer
punto encontramos en la Sagrada Escritura del Viejo Testamento una
serie de pruebas tales, que fácilmente se demuestra que Jahvé no es
más que un ídolo nacional cualquiera.
En efecto, la sola expulsión de Adán y Eva del Paraíso,
condenándolos Jahvé a ellos y a toda su posteridad, o sea a toda la
humanidad a sufrimientos, a enfermedades y la muerte, sólo por haber
comido la pareja una manzana, es crueldad digna de un verdugo, pero
no del Ser Supremo. (Gén, 3,1-24).
Otra prueba de esta crueldad es el Diluvio, donde Jahvé
"arrepintiéndose de haber hecho al hombre" (Gén. 6,6) ahogó a todos:
hombres y mujeres, ancianos y niños, salvándose tan sólo la familia
de Noé. Quien imagine un solo momento el cuadro terrible, provocado
por este desastre, no podrá creer que el Ser Supremo haya causado
deliberadamente semejante desgracia.
Pero todavía se nota más esa crueldad de Jahvé, cuando leemos que él
encarga a su pueblo de Israel exterminar a todos sus enemigos con
sus familias.
Así leemos en el libro Deuteronomio (7,16):
"Aniquilarás a todos
los pueblos, que el Señor, tu Dios, te da en tu mano. No los
perdonará tu ojo".
Los judíos, al entrar en
Palestina, cumplieron literalmente con este mandato de Jahvé,
empezando con la ciudad de Jericó:
"Y ellos mataron
toda la gente en la ciudad: hombres y mujeres, tiernos niños y
ancianos"
(Josué 6,21).
Sólo perdonaron la vida
a la ramera Rahab, en cuya casa sus espías habían vivido. Hasta se
encolerizó Jahvé si los judíos -más compasivos que su propio Dios-
alguna vez perdonaron la vida a los vencidos. He aquí lo que leemos
en el libro (Números 31,14):
"Y Moisés enfureció
contra los capitanes del ejército, contra los tribunos y
centuriones, que volvieron de la guerra; díjoles: ¿por qué
habéis dejado vivir a las mujeres?... Matad pues ahora todos los
varones entre los niños y las mujeres que hayan conocido a
hombres acostándose con ellos; pero todas las niñas, que no han
conocido un hombre, dejadlas vivir para vosotros".
Huelga comentario sobre
la barbarie que en este párrafo se le atribuye al Ser Supremo.
Observo expresamente, que no se trata de uno que otro caso aislado
de crueldad, sino que, precisamente en la conquista de Canaan,
hechos idénticos son tan frecuentes que solamente un individuo
dotado de los más bajos instintos puede haber ordenado semejantes
crímenes.
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