Caso n.° 8
BOMBEROS CELESTIALES
Terminaré esta serie de casos con uno altamente positivo para borrar
el mal sabor de boca que nos pueda haber dejado el anterior y para
que se vea que las actividades de estas entidades de las que estamos
tratando son variadísimas y en cierta manera impredecibles.
El hecho sucedió en Colombia, en 1976, y me fue relatado por la
misma señora a la que le sucedió, que es una persona muy conocida en
su país por escribir en uno de los diarios de la capital y tener a
su cargo una página entera cada semana, dedicada a temas culturales.
Esta periodista, cuyo nombre es Inés de Montaña, no ha hecho de su
experiencia, como tantos otros, un secreto.
El lugar del suceso fue una hacienda llamada Honda, en el
Departamento de Tolima, situado hacia el centro de la república de
Colombia. Inés de Montaña se hallaba con su amiga Jovita Caicedo,
hacia la madrugada, en la vieja casa de la hacienda de sus
antepasados, cuando se despertaron sofocadas por el humo y aterradas
ante el resplandor siniestro de un gran incendio que avanzaba hacia
la casa arrasando árboles y cosechas.
Los peones de la hacienda
corrían aterrados por todas partes en busca de hachas y ramas ya que
no había agua para apagar las llamas. A los pocos minutos, desde la
galería comenzaron a verse en la cresta de la colina unas enormes
llamaradas que levantaban hacia el cielo una espesa humareda.
Los peones habían luchado desesperadamente para que el fuego no se
propagase pero habían ya desistido ante el avance rápido de las
llamas y el enorme calor que producían. La abundante hojarasca seca
hacía que aquéllas ganasen rápidamente intensidad y altura y que
avanzasen cada vez más aprisa en dirección a la vieja casa de la
hacienda, que por ser en buena parte de madera sería devorada en
pocos minutos.
Cuando doña Inés contemplaba con desolación cómo el fuego avanzaba
rugiendo, «de repente —y cito sus palabras— apareció por Occidente
algo inimaginable. Era como un helicóptero de luz.
Venía lentamente
y su fulgor no era como el del diamante, sino con tonalidades
azulosas y se podía mirar fijamente. Todo mi ser se volvió sólo ojos
para contemplarlo.
»—Señora Inesita, ¡mire, mire! —gritaba Jovita.
»—Estoy viendo —fue lo único que pude decir.
«Entonces ella, impulsada por la angustia, comenzó a exclamar
levantando los brazos hacia el cielo:
»—¡Señores marcianos, ayúdennos! ¡Esta tierra de la señora Inesita
no se puede quemar! ¡Salven los animalitos, que son benditos!
»Yo escuchaba sus súplicas como si vinieran de lejos, mientras
aquello —no sé cómo llamarlo— avanzaba opacando las estrellas de
aquel cielo de verano. Tuve la impresión de que iba a aterrizar
sobre nosotros, pero a la altura de las palmas de coco volvió a
elevarse. Se alejó despacio dejando una estela luminosa semejante a
la cola de un cometa que se movía armoniosamente, como al compás de
un vals de Strauss.
«Desde entonces cuando cierro los ojos para recordar, lo vuelvo a
ver como algo jamás sospechado ni soñado en mi vida.»
¿Qué había pasado?
Había pasado lo inexplicable: el OVNI había lanzado una ola de frío
intensísimo —cuando la temperatura era de unos 40 grados— que no
sólo apagó casi instantáneamente las llamas, sino que puso a temblar
a todos los atónitos espectadores. Doña Inés tuvo que ir corriendo a
buscar «la gabardina de viajar a Bogotá» y con ella puesta pudo ver
cómo las llamas cedían rápidamente.
El OVNI se había detenido
primeramente unos segundos y en seguida empezó a moverse muy
lentamente a lo largo de todo el frente de las llamas. A medida que
avanzaba éstas se extinguían, como si arrojasen sobre ellas
toneladas de agua.
Cuando llegaron Luis, Chepe y Julio, los peones que habían estado en
el otro lado de la colina luchando para contener el fuego y que por
esta razón no habían visto al OVNI, comentaban maravillados cómo el
frío repentino había acabado con las llamas.
Doña Inés, en su artículo de El Espectador de Bogotá, recordaba las
palabras de Luis:
«Fue que el frío estuvo muy macho. Fue un frío tan templao que se la
pudo a las llamas. Yo lo único que pude hacer fue bajarme las mangas
de la camisa.»
Cuando el OVNI llegó al extremo de la línea de fuego ésta se había
extinguido por completo y únicamente salía un humo mortecino de
donde momentos antes brotaban unas llamaradas de veinte metros de
altura,
Y termina doña Inés de Montaña su escrito:
«Lo anterior es mi verdad respaldada por el testimonio de cuatro
personas que sintieron conmigo el efecto de un extraño fenómeno y
porque en más de 30 años nadie ha podido decir que en los centenares
de cuartillas por mí escritas haya existido fantasía, ficción o
mentira.»
Hasta aquí lo que me narró y escribió doña Inés de Montaña.
Como el lector puede ver, de este hecho soy sólo testigo secundario
y tengo que fiarme de la persona que me lo contó. Pero esta testigo
directa me dio toda clase de pormenores y nombres de personas con
las que yo podría verificar la veracidad de todo lo sucedido. Aparte
de que en el diario en que trabajó por muchos años, pude comprobar
que gozaba de toda credibilidad y era tenida en muy alta reputación
por sus jefes.
De no ser así, no le hubiesen permitido publicar la
historia en una página completa.
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