El Libro del Jaguar
Este es el jaguar. Potente es su salto y poderosa su zarpa. Es el
señor de los bosques. Todos los animales son sus súbditos. No tolera
la resistencia. Terribles son sus castigos. Destruye al desobediente
y devora sus carnes.
1 El territorio de los Dioses
600.000 - 10.481 a. de C.
Es una cuestión muy debatida la del comienzo de la historia de la
Humanidad. Según la Biblia, Dios creó el mundo en siete días para su
propio honor y para el bien de la Humanidad. Hizo luego al hombre
del barro y le insufló el aliento vital. Pero según el
Popol Vuh, el
libro de los mayas, el hombre sólo emergería por vez primera con la
cuarta creación divina, después de que los tres mundos anteriores
hubieran sido destruidos por terribles catástrofes. La
historiografía tradicional sitúa el comienzo real de la Humanidad
hacia el año 600.000 a. de C., con los primeros humanos primitivos
que no conocían ni las herramientas ni el uso del fuego.
Hacia el
año 80.000 a. de C. aparecería el hombre de Neanderthal, que ya
había avanzado tremendamente: conocía el uso del fuego y había
desarrollado ritos funerarios. La prehistoria, la historia inicial
del hombre, comienza en el año 50.000 a.de C., y, según los
hallazgos arqueológicos, ha sido dividida en las Edades de la
Piedra, del Bronce y del Hierro. Durante la Edad de Piedra, el
hombre era cazador y recolector; cazaba mamuts, caballos salvajes y
renos. Con la lenta regresión del casquete de hielos, el hombre
seguiría gradualmente a los animales que estaban migrando hacia el
Norte.
La agricultura y los animales domesticados les eran todavía
desconocidos. Sin embargo, sus pinturas sobre las paredes de las
cuevas de cobijo evidenciaban un arte sorprendentemente sofisticado
y basado en ritos de caza mágico-religiosos. Se cree que hacia el
año 25.000 a. de C. las primeras tribus del Asia Central cruzaron
los estrechos de Bering hacia América.
Los maestros extranjeros que llegaron de Schwerta
La Crónica de Akakor, la historia escrita de mi pueblo, comienza en
la hora cero, cuando los Dioses nos dejaron. En aquel momento, Ina,
el primer príncipe de los Ugha Mongulala, decidió que todo lo que
fuera a suceder quedase escrito con buenas palabras y con lenguaje
claro. Y así, la Crónica de Akakor da testimonio de la historia del
pueblo más antiguo del mundo, desde sus comienzos, en la hora cero,
cuando los Maestros Antiguos nos dejaron, hasta los tiempos
presentes, cuando los Blancos Bárbaros están tratando de destruir
nuestro pueblo.
Explica el testamento de los Padres Antiguos, sus
conocimientos y su sabiduría. Y describe el origen del tiempo,
cuando mi pueblo era el único que poblaba el continente y el Gran
Río fluía en otra dirección, cuando el país todavía era llano y liso
como la espalda de un cordero. Todo esto está escrito en la crónica,
la historia de mi pueblo desde que los Dioses partieron, en la hora
cero, y que corresponde al año 10.481 a. de C. según el calendario
de los Blancos Bárbaros:
Esta es la historia. Esta es la historia de los Senadores Escogidos.
En el comienzo todo era caos. El hombre vivía como los animales, sin
razón y sin conocimiento, sin leyes y sin cultivar la tierra, sin
vestirse y sin ni siquiera cubrir su desnudez. No conocía los
secretos de la naturaleza. Vivía en grupos de dos o tres, cuando un
accidente los había juntado, en cuevas o en hendiduras de las rocas.
Los hombres caminaron en todas las direcciones hasta que los Dioses
llegaron. Ellos trajeron la luz.
No sabemos cuándo sucedió; de dónde procedían, tan sólo oscuramente.
Un denso misterio cubre los orígenes de nuestros Maestros Antiguos,
que ni siquiera el conocimiento de los sacerdotes puede desentrañar.
Según la tradición, debió ocurrir 3.000 años antes de la hora cero:
13.000 a. de C. según el calendario de los Blancos Bárbaros.
Súbitamente, unas brillantes naves doradas aparecieron en el cielo.
Enormes chorros de fuego iluminaron la llanura. La Tierra se
estremeció y el trueno retumbó sobre las colinas. El hombre se
inclinó lleno de veneración ante los poderosos extranjeros que
llegaban para tomar posesión de la Tierra.
Los extraños dijeron que procedían de un lugar llamado Schwerta,
un
remoto mundo situado en las profundidades del Universo, en el que
vivían sus antepasados y del que habían partido para llevar el
conocimiento a otros mundos. Dicen nuestros sacerdotes que era aquél
un poderoso imperio formado por muchos planetas, tan numerosos que
ambos mundos, el de los Maestros Antiguos y el de la misma Tierra,
se encuentran el uno al otro cada 6.000 años. Es entonces cuando
regresan los Dioses.
Con la llegada a nuestro mundo de los extraños visitantes, se inició
la Edad de Oro. Ciento treinta familias de los Padres Antiguos
vinieron a la Tierra para liberar al hombre de la oscuridad. Y los
Dioses los reconocieron como sus propios hermanos. Ellos asentaron a
las tribus que vagaban errantes; les dieron partes justas de todas
las cosas comestibles. Trabajaron diligentemente para enseñar sus
leyes a los hombres, aun cuando su enseñanza encontró oposición. Por
esta labor, por todo lo que sufrieron por la Humanidad, y por lo que
nos trajeron y nos mostraron, los veneramos como los creadores de
nuestra luz. Y nuestros artistas más sublimes han realizado imágenes
de los Dioses para que den testimonio durante toda la eternidad de
su auténtica grandeza y de su maravilloso poder. Así, la imagen de
los Maestros Antiguos ha permanecido presente en nuestro recuerdo
hasta nuestros idas.
En su aspecto físico, los extraños de Schwerta apenas se
diferenciaban del hombre. Tenían cuerpos agraciados y la piel
blanca. Sus notables rostros, enmarcados por un fino pelo
negro-azulado. Una poblada barba cubría el labio superior y el
mentón. Al igual que los hombres, eran criaturas vulnerables de
carne y hueso. Pero el signo decisivo que distinguía a los Padres
Antiguos de los hombres eran los seis dedos en cada una de sus manos
y los seis dedos en cada uno de sus pies. Constituía la
característica de su origen divino.
¿Quién puede llegar a desentrañar los actos de los Dioses? ¿Quién
puede llegar a comprender sus acciones? Porque seguramente eran
poderosas e incomprensibles para los ordinarios mortales. Conocían
el curso de las estrellas v las leves de la naturaleza.
Verdaderamente, estaban familiarizados con las leyes más profundas
del Universo. Ciento treinta familias de los Padres Antiguos
vinieron a la Tierra y trajeron la luz.
Las Tribus Escogidas
El recuerdo de nuestros más antiguos antepasados me estremece y
entristece. Mi corazón está pesaroso porque ahora estamos solos,
abandonados por nuestros Maestros Antiguos. Todo nuestro
conocimiento, y todo nuestro poder, a ellos se lo debemos. Ellos
llevaron al hombre desde la oscuridad hasta la luz. Antes de que los
extraños de Schwerta llegaran, los hombres vagaban como niños que no
pueden encontrar sus hogares y cuyos corazones no conocen el amor.
Recogían raíces, bulbos y frutas que crecían salvajes; vivían en
cuevas y en agujeros en el suelo; disputaban con sus vecinos por el
botín cazado. Pero entonces llegaron los Dioses e instituyeron un
nuevo orden en el mundo. Enseñaron a los hombres a cultivar la
tierra y a criar animales. Les enseñaron a tejer la tela y asignaron
hogares permanentes a las familias y a los clanes. Así nacieron las
tribus.
Este fue el comienzo de la luz, de la vida y de la tribu. Los Dioses
llamaron a los hombres para que se juntaran. Deliberaron,
reflexionaron y celebraron consejos. Y luego adoptaron decisiones. Y
de entre todas las personas escogieron a sus servidores para que
vivieran con ellos, y a los que les transmitieron sus conocimientos.
Con las familias escogidas, los Dioses fundaron una nueva tribu y le
dieron el nombre de Ugha Mongulala, que en el lenguaje de los
Blancos Bárbaros significa las Tribus Escogidas Aliadas. Y como una
muestra de su alianza eterna, se emparejaron con sus servidores. Por
tanto, y hasta hoy en día, los Ugha Mongulala se parecen físicamente
a sus divinos antepasados. Son altos; sus rostros se caracterizan
por unos pómulos salientes, una nariz nítidamente delineada, y unos
ojos almendrados. Tanto los hombres como las mujeres tienen el mismo
pelo espeso negro-azulado. La única diferencia con los Dioses la
constituyen los cinco dedos de los mortales en las manos y en los
pies. Los Ugha Mongulala son el único pueblo de piel blanca sobre el
continente.
Aunque los Maestros Antiguos retuvieron consigo muchos secretos, la
historia de mi pueblo explica también la historia de los Dioses. Los
extraños de Schwerta fundaron un poderoso imperio. Con sus
conocimientos, su superior sabiduría y sus misteriosas herramientas
les fue fácil modificar la Tierra según sus propias ideas.
Dividieron el país y construyeron caminos y canales. Sembraron
nuevas plantas que el hombre desconocía. Enseñaron a nuestros
antepasados que un animal no sólo es una presa sino que asimismo
puede ser una valiosa posesión e indispensable contra el hambre. Con
mucha paciencia impartieron los conocimientos necesarios para que el
hombre pudiera arrancar los secretos de la naturaleza.
Basados en esta sabiduría, los Ugha Mongulala han sobrevivido
durante miles de años a pesar de catástrofes y de guerras terribles.
Como los Servidores Escogidos de los Maestros Antiguos, han
determinado la historia de la Humanidad durante 12.453 años, tal y
como está escrito en la Crónica de Akakor:
La línea de los Servidores Escogidos no se extinguió.
Aquellos que son llamados los Ugha Mongulala sobrevivieron. Muchos
de sus hijos murieron en guerras devastadoras; catástrofes terribles
visitaron su territorio. Pero la fuerza de los Servidores Escogidos
permaneció intacta. Ellos son los maestros. Ellos son los
descendientes de los Dioses.
El imperio de Piedra
La Crónica de Akakor, la historia escrita del pueblo de los Ugha
Mongulala, comienza con la partida de los Maestros Antiguos en el
año cero. En ese momento, Ina. el primer príncipe de los Ugha
Mongulala, dispuso que todos los acontecimientos quedasen escritos
con buenas palabras y con lenguaje claro, y con la debida veneración
para con los Maestros Antiguos. Pero la historia de los Servidores
Escogidos se remonta más atrás, a la Edad de Oro.
A cuando los
Padres Antiguos todavía gobernaban la Tierra. Muy pocos testimonios
se han conservado de este periodo. Los Dioses debieron haber
establecido un poderoso imperio en el que todas las tribus cumplían
unas tareas determinadas y en el que los Ugha Mongulala ocupaban el
primer lugar. A ellos les fue concedida una sabiduría mayor que los
hizo superiores a todos los demás pueblos. En el año cero, los
Dioses legaron sus ciudades y sus templos a las Tribus Escogidas.
Han durado 12.000 años.
Tan sólo unos pocos de los Blancos Bárbaros han visto estos
monumentos o la ciudad de Akakor, la capital de mi Pueblo. Algunos
soldados españoles que habían sido capturados por los Ugha Mongulala
lograron escapar a través de pasadizos subterráneos. Los aventureros
y los colonos blancos que descubrieron nuestra capital fueron
tomados prisioneros por mi pueblo.
Akakor, la capital del territorio, fue construida hace 14.000 años
por nuestros antepasados con la guía de los Maestros Antiguos.
También el nombre procede de ellos: Aka significa «fortaleza» y
Kor
significa «dos». Akakor es la segunda fortaleza. Nuestros sacerdotes
hablan asimismo de la primera fortaleza, Akanis. Estaba situada
sobre un estrecho istmo en el país que llaman México, en el lugar
donde los dos océanos se tocan. Akahim, la tercera fortaleza, no es
mencionada por la crónica hasta el año 7315. Su historia está muy
unida a la de Akakor.
Nuestra capital está situada sobre un valle elevado en las montañas
en la zona fronteriza entre los países llamados Perú y Brasil. Está
protegida en tres de sus lados por escarpadas rocas. Al Este, una
llanura gradualmente descendente llega hasta la inmensidad de las
lianas de la región de los grandes bosques. Toda la ciudad está
rodeada por una gran muralla de piedra con trece puertas. Éstas son
tan estrechas que únicamente permiten el acceso de las personas de
una en una. La llanura del Este, a su vez, está protegida por
atalayas de piedra en las que escogidos guerreros se hallan
continuamente en vigilancia de los enemigos.
Akakor está dispuesta en rectángulos. Dos calles principales que se
cruzan dividen la ciudad en cuatro partes, que corresponden a los
cuatro puntos universales de nuestros Dioses. El Gran Templo del Sol
y una puerta de piedra tallada de un único bloque están situados
sobre una gran plaza en el centro. El templo mira hacia el Este,
hacia el Sol naciente, y está decorado con imágenes simbólicas de
nuestros Maestros Antiguos. En cada mano, una criatura divina
sostiene un cetro en cuyo extremo superior hay una cabeza de jaguar.
La figura está coronada con un tocado de ornamentos animales. Una
extraña escritura, y que sólo puede ser interpretada por nuestros
sacerdotes, reseña la fundación de la ciudad. Todas las ciudades de
piedra construidas por nuestros Maestros Antiguos tienen una puerta
semejante.
El edificio más impresionante de Akakor es el Gran Templo del Sol.
Sus paredes exteriores están desnudas y fueron construidas con
piedras artísticamente labradas. El techo está abierto de modo que
los rayos del Sol naciente puedan llegar hasta un espejo de oro, que
se remonta a los tiempos de los Maestros Antiguos, y que está
montado en la parte delantera. Figuras de piedra de tamaño natural
flanquean la entrada del templo por ambos lados. Las paredes
interiores están tapizadas con relieves. En una gran arca de piedra
hundida en la pared delantera del templo se encuentran las primeras
leyes escritas de nuestros Maestros Antiguos.
Cerca del Gran Templo del Sol se hallan los edificios para los
sacerdotes y sus servidores, el palacio del príncipe y los
alojamientos de los guerreros. Estos edificios son de forma
rectangular y están construidos con bloques de piedra labrada. Los
techos se componen de una espesa capa de hierba sostenida por
pértigas de bambú.
Durante el reinado de nuestros Maestros Antiguos, otras veintiséis
ciudades de piedra rodeaban Akakor. Todas ellas son mencionadas en
la crónica. Las mayores eran Humbaya y Patite, en el país llamado
Solivia; Emin, en las zonas bajas del Gran Río; y Cadira, en las
montañas del país llamado Venezuela. Pero todas ellas quedaron
completamente destruidas por la primera Gran Catástrofe que ocurrió
trece años después de la partida de los Dioses.
Además de estas poderosas ciudades, los Padres Antiguos erigieron
tres recintos religiosos sagrados: Salazere, en las zonas altas del
Gran Río;
Tiahuanaco, sobre el Gran Lago: y
Manoa, en la llanura
elevada del Sur. Eran las residencias terrestres de los Maestros
Antiguos y un lugar prohibido para los Ugha Mongulala. En el centro
se levantaba una gigantesca pirámide, y una espaciosa escalera
conducía hasta la plataforma en la que los Dioses celebraban
ceremonias desconocidas por nosotros.
El edificio principal estaba
rodeado de pirámides más pequeñas e interconectadas por columnas, y
más allá, sobre unas colinas creadas artificialmente, se situaban
otros edificios decorados con láminas que resplandecían. Cuentan los
sacerdotes que con la luz del Sol naciente las ciudades de los
Dioses parecían estar en llamas. Éstas radiaban una misteriosa luz,
que se reflejaba en las montañas nevadas.
De los tres recintos religiosos sagrados, yo tan sólo he contemplado
con mis propios ojos el de Salazere. Se encuentra situado sobre un
afluente del Gran Río. a una distancia de unos ocho días de viaje
desde la ciudad que los Blancos Bárbaros llaman Manaus. Sus palacios
y sus templos han sido completamente cubiertos por la jungla de
lianas. Únicamente la cumbre de la gran pirámide se destaca todavía
por encima del bosque, cubierta por una densa maleza de matorrales y
de árboles. Incluso los iniciados tienen dificultades para encontrar
el lugar de residencia de los Dioses.
Está rodeado por profundas
marismas, en el territorio de la Tribu que Vive en los Árboles. Esta
tribu, tras su primer contacto con los Blancos Bárbaros, se retiró a
los bosques inaccesibles que rodean Salazere. Allí el pueblo vive en
los árboles como si fueran monos, matando a todo aquel que se atreve
a invadir su comunidad. Yo logré dar con el recinto religioso porque
hace miles de años esta tribu estuvo aliada con los Ugha Mongulala y
respeta todavía los signos secretos del reconocimiento. Estos signos
se encuentran grabados sobre una piedra en el borde superior de la
plataforma de la pirámide. Aunque nosotros podemos copiarlos, hemos
perdido por completo la comprensión de su significado.
También los recintos religiosos son un misterio para mi pueblo. Sus
construcciones son testimonio de un conocimiento superior,
incomprensible para los humanos. Para los Dioses,
las pirámides no
sólo eran lugares de residencia sino también símbolos de la vida y
de la muerte. Eran un signo del sol, de la luz, de la vida. Los
Maestros Antiguos nos enseñaron que hay un lugar entre la vida y la
muerte, entre la vida y la nada, que está sujeto a un tiempo
diferente.
Para ellos, las pirámides suponían una conexión con la
segunda vida.
Las residencias subterráneas
Grande era el conocimiento de los Maestros Antiguos; grande su
sabiduría. Su visión alcanzaba a las colinas, a las llanuras, a los
bosques, a los mares y a los valles. Eran seres milagrosos. Conocían
el futuro. Les había sido revelada la verdad. Eran perspicaces y de
gran resolución. Erigieron Akanis, y Akakor, y Akahim.
Verdaderamente, sus trabajos eran poderosos, como lo eran los
métodos que utilizaron para crearlos: la forma cómo determinaron las
cuatro esquinas del Universo y los cuatro lados. Los señores del
cosmos, las criaturas de los cielos y de la Tierra, crearon las
cuatro esquinas y los cuatro lados del Universo.
Akakor yace ahora en ruinas. La gran puerta de piedra está derruida.
Las lianas crecen en el Gran Templo del Sol. Bajo mis órdenes, y con
el acuerdo del consejo supremo y de los sacerdotes, los guerreros de
los Ugha Mongulala destruyeron nuestra capital hace tres años. La
ciudad habría revelado nuestra presencia a los Blancos Bárbaros, de
modo que decidimos abandonar Akakor.
Mi pueblo ha huido al interior
de las residencias subterráneas, el último regalo de los Dioses.
Tenemos trece ciudades, profundamente ocultas en el interior de las
montañas llamadas los Andes. Su plan corresponde al de la
constelación de Schwerta, el hogar de los Padres Antiguos. En el
centro se sitúa Akakor inferior. La ciudad está edificada sobre una
cueva gigantesca hecha por el hombre. Las casas, dispuestas en
círculo y rodeadas por una muralla meramente decorativa, flanquean
el Gran Templo del Sol, que se destaca en el centro. Al igual que
Akakor superior, la ciudad queda dividida por dos calles que se
cruzan, correspondiendo a las cuatro esquinas de la Tierra y a los
cuatro lados del Universo.
Todos los caminos corren paralelos a
aquellas. El edificio más importante es el Gran Templo del Sol,
cuyas torres sobresalen por encima de las residencias de los
sacerdotes y sus servidores, del palacio del príncipe, de los
alojamientos de los guerreros y de las modestas casas del pueblo. En
el interior del templo hay doce entradas a los túneles que unen Akakor inferior con otras ciudades subterráneas. Éstos tienen las
paredes inclinadas y un techo plano. Los túneles son lo
suficientemente grandes como para que cinco hombres puedan caminar
erectos. Son necesarios varios días para llegar a cualquiera de
estas ciudades desde Akakor.
Esquema de las 13 residencias subterráneas (su plan corresponde al de
la constelación de Schwerta, el hogar de los Dioses)
1) Akakor 2) Sikon 3) Tat 4) Aman 5) Kos 6) Songa 7) Mu 8) Tanum
9) Gudi 10) Boda 11) Riño 12) Kish 13) Budu
Doce de las ciudades —Akakor, Budu, Kish, Boda, Gudi, Tanum, Sanga,
Riño, Kos, Aman, Tal y Sikon— están iluminadas artificialmente. La
luz cambia según la posición del sol. Solamente Mu, la decimotercera
y la más pequeña de las ciudades, tiene unas chimeneas que llegan
hasta la superficie. Un enorme espejo de plata dispersa la luz del
sol sobre el conjunto de la ciudad. Todas las ciudades subterráneas
están recorridas por canales que traen el agua desde las montañas.
Pequeños tributarios abastecen a las construcciones y casas
individuales. Las entradas desde la superficie están cuidadosamente
camufladas. En casos de emergencia, las residencias subterráneas
pueden aislarse del exterior mediante grandes puertas de roca
móviles.
Nada sabemos sobre la construcción de Akakor inferior. Su historia
se pierde en la oscuridad del más remoto pasado. Ni siquiera los
soldados alemanes que se establecieron con mi pueblo pudieron
desvelar este misterio. Durante varios años, midieron las
instalaciones subterráneas de los Dioses, exploraron el sistema de
túneles y buscaron el origen del aire de respiración, pero sin
resultado alguno. Nuestros Maestros Antiguos construyeron las
residencias subterráneas de acuerdo con sus propios planes y leyes,
que no nos fueron revelados. Desde aquí gobernaron sobre su vasto
imperio, un imperio de 362 millones de personas, tal y como está
escrito en la Crónica de Akakor:
Y los Dioses gobernaron desde Akakor. Gobernaron sobre los hombres y
sobre la Tierra. Tenían naves más rápidas que el vuelo de los
pájaros; naves que llegaban a su punto de destino sin velas y sin
remos, tanto por la noche como por el día. Tenían piedras mágicas
para observar los lugares más alejados, de modo que podían ver
ciudades, ríos, colinas y lagos. Cualquier hecho que ocurriera sobre
la Tierra o en el cielo quedaba reflejado en las piedras. Pero lo
más maravilloso de todo lo eran las residencias subterráneas. Y los
Dioses se las entregaron a sus Servidores Escogidos como su último
regalo. Porque los Maestros Antiguos son de la misma sangre y tienen
el mismo padre.
Durante miles de años, las residencias subterráneas han protegido a
los Ugha Mongulala de sus enemigos y soportaron dos catástrofes. Los
ataques de las tribus salvajes se dispersaron ante sus puertas. En
el interior, lo que queda de mi pueblo espera el avance de los
Blancos Bárbaros que suben por el Gran Río en un número incontable
como las hormigas. Nuestros sacerdotes han profetizado que
finalmente descubrirán Akakor y que encontrarán en ella su propia
imagen.
Entonces el circulo se habrá cerrado.
Plano de Akakor superior
1)
Templo 2) Palacio del príncipe 3) Guardia personal v servidumbre de
Palacio
4) Soldados 5) Escuela 6) Sacerdote 7) Servidumbre de los
sacerdotes 8) Pueblo 9) Zona agrícola
Arriba: Túnel subterráneo (corte vertical)
Abajo: Corte vertical de Akakor inferior
1) Recinto secreto del
templo 2) Salida 3) Túnel subterráneo
Plano de Akakor inferior
1) Templo 2) Palacio 3) Sacerdote 4) A arsenal 5) Pueblo
6) Guardia
de palacio 7) Sala del trono 8) Túnel de comunicación 9) Portal de
los Dioses
Regresar al Índice
2 La hora cero
10.481 - 10.468 a. de C.
La milenaria obra épica india Mahabharata cuenta cómo los dioses y
los titanes pelearon entre sí por el gobierno de la Tierra. Según
Platón, el legendario imperio de
la Atlántida alcanzó su apogeo en
este período. El científico germano-boliviano Posnansky cree en la
existencia de un enorme imperio en la región de la ciudad boliviana
en ruinas
Tiahuanaco.
Según los historiadores y los etnólogos, las
principales divisiones raciales del Homo sapiens de la última
glaciación tuvieron lugar hacia el año 13.000 a. de C.: mongoloides
en Asia, negroides en África, caucasoides en Europa. En el
continente europeo, los principales asentamientos se encuentran en
las regiones costeras. Los hallazgos arqueológicos en la región de
Altamira y en la Amazonia confirman por vez primera la existencia de
seres humanos en el continente sudamericano.
La partida de
los Maestros Antiguos
La historia de mi pueblo, escrita en la Crónica de Akakor, se acerca
a su final. Dicen los sacerdotes que el tiempo pronto concluirá, que
solamente nos restan unos pocos meses. Entonces se habrá cumplido el
destino de los Ugha Mongulala. Y cuando contemplo la desesperación y
la miseria de mi pueblo, no puedo por menos que creer en estas
profecías. Los Blancos Bárbaros están penetrando cada vez más
profundamente en nuestro territorio. Vienen desde el Este y desde el
Oeste, como el fuego movido por un viento violento, y extienden
sobre el país un manto de oscuridad para tomar posesión de él.
Pero
si los Blancos Bárbaros reflexionaran, llegarían a comprender que no
podemos tomar nada que no nos pertenezca. Entonces comprenderían que
los Dioses nos dieron a todos una gran mansión para compartirla y
disfrutarla. Pero los Blancos Bárbaros lo desean todo para sí, para
sí solos. Sus corazones no se conmueven ni siquiera cuando realizan
los actos más terribles. Así que nosotros como indios no podemos
hacer otra cosa sino retirarnos y esperar el regreso de nuestros
Maestros Antiguos, tal y como está escrito en la crónica, con buenas
palabras, con lenguaje claro:
El día que los Dioses abandonaron la Tierra llamaron a
Ina. Dejaron
su legado con el más fiel de sus servidores:
«Ina, nos marchamos a
casa. Te hemos enseñado la sabiduría y te hemos dado buen consejo.
Retornamos a casa. Nuestro trabajo está cumplido. Nuestros días
están completos. Consérvanos en tu memoria y no nos olvides. Porque
somos hermanos de la misma sangre y tenemos el mismo padre.
Regresaremos cuando estés amenazado. Mas ahora toma a las Tribus
Escogidas y condúcelas al interior de las residencias subterráneas
para protegerlas de la catástrofe que se avecina».
Estas fueron sus
palabras. Así es cómo hablaron cuando dijeron adiós. E Ina contempló
cómo sus naves los llevaron al cielo con fuego y con estrépito.
Desaparecieron sobre las montañas de Akakor. Solamente Ina contempló
su partida. Pero los Dioses nos dejaron su conocimiento y su
sabiduría. Fueron venerados como sagrados. Fueron un signo para los
Padres Antiguos. E Ina convocó a consejo a los Ancianos del Pueblo y
les habló sobre la última instrucción de los Dioses. Y ordenó un
nuevo reconocimiento del tiempo para conmemorar la partida de los
Maestros Antiguos. Ésta es la historia escrita de los Servidores
Escogidos, la Crónica de Akakor.
En la hora cero (10.481 a. de C. según el calendario de los
Blancos
Bárbaros) los Dioses dejaron la Tierra. Su partida señala un nuevo
capítulo en la historia de mi pueblo. Pero en ese momento ni
siquiera Ina, su más fiel servidor y el primer príncipe de los Ugha
Mongulala, conocía los terribles acontecimientos que iban a suceder.
El Pueblo Escogido estaba afligido por la partida de los Maestros
Antiguos y abrumado por el desaliento.
Únicamente la imagen de los Dioses permaneció en los corazones de
los Servidores Escogidos. Con ojos ardientes miraron hacia el cielo,
pero las naves doradas no regresaron. Los cielos estaban vacíos, sin
brisa, sin sonido alguno. El cielo siguió vacío.
El lenguaje de los Dioses
En el lenguaje de los Blancos Bárbaros, Ugha significa «aliado»,
«juntado»; Mongu significa «escogido», «elegido»; y Lala significa
«tribus». Los Ugha Mongulala son las Tribus Escogidas Aliadas. Una
nueva era comenzada para ellos tras la partida de los Maestros
Antiguos. Nunca más los Dioses superiores gobernarían su imperio,
cuyas fronteras se hallaban entre si a muchas lunas de distancia.
Ahora los Ugha Mongulala gobernaban entre los dos océanos: a lo
largo del Gran Río. en las colinas bajas del Norte y en las lejanas
llanuras del Sur.
Los dos millones que constituían las Tribus
Escogidas gobernaban sobre un imperio de 362 millones de personas,
ya que a lo largo de los siglos los Maestros Antiguos habían
sometido a otras tribus. Los Ugha Mongulala gobernaban sobre
veintiséis ciudades, sobre poderosas fortificaciones fronterizas y
sobre las residencias subterráneas de los Dioses. Únicamente tres
complejos religiosos — Salazere, Manoa y Tiahuanaco— quedaron fuera
de su jurisdicción por instrucciones explícitas de los Padres
Antiguos. Ina, el primer príncipe de los Ugha Mongulala. se veía
frente a enormes tareas.
Sé solamente unos pocos detalles sobre el período que siguió a la
partida de los Maestros Antiguos. La primera Gran Catástrofe cae
como una losa sobre los acontecimientos de los trece primeros años
de la historia de mi pueblo. Según los sacerdotes, Ina gobernó sobre
el más grandioso imperio que jamás haya existido sobre la Tierra.
Estaba dirigido por los Ugha Mongulala. quienes hacían que las leyes
se cumplieran. Sus
guerreros protegían las fronteras de las incursiones de las tribus
salvajes. 360 millones de aliados les debían fidelidad, pero tras la
primera Gran Catástrofe se rebelaron contra el gobierno de los Ugha
Mongulala, rechazaron el legado de los Dioses y olvidaron
rápidamente su idioma y su escritura. Se convirtieron en
degenerados.
El quechua, que es como los Blancos Bárbaros denominan nuestro
idioma, se compone de buenas y sencillas palabras que son
suficientes para describir todos los misterios de la Naturaleza. Ni
siquiera los incas conocen la escritura de los Dioses. Existen
1.400 símbolos, que producen significados diferentes según su
secuencia. Los signos más importantes son el de la vida y el de la
muerte, representados por el pan y por el agua.
Todas las
anotaciones de la crónica comienzan y terminan con estos símbolos.
Tras la llegada de los soldados alemanes en el año 1942, según el
calendario de los Blancos Bárbaros, los sacerdotes comenzaron a
registrar los acontecimientos también en el idioma de las Tribus
Aliadas. El idioma, el servicio a la comunidad, la veneración de lo
antiguo y el respeto al príncipe son las cosas más importantes
documentadas desde los años anteriores a la primera Gran Catástrofe.
Suponen la evidencia de que en los 10.000 años de su historia mi
pueblo se ha guiado por un único objetivo: preservar el legado de
los Maestros Antiguos.
Signos ominosos en el cielo
Había signos extraños en el cielo. El crepúsculo cubría la
superficie de la Tierra. El sol brillaba todavía, mas una bruma
grisácea, grande y poderosa, comenzaba a
oscurecer la luz del día. Signos extraños se mostraban en el cielo.
Las estrellas parecían piedras perezosas. Sobre las colinas se
cernía una niebla venenosa. Los árboles desprendían un fuego
maloliente. Un sol rojo y un sendero negro se cruzaban entre sí.
Negro, rojo, las cuatro esquinas de la Tierra estaban rojas.
La primera Gran Catástrofe cambió la vida de mi pueblo y el aspecto
del mundo. Nadie puede imaginarse qué es lo que entonces, trece años
después de la partida de los Maestros Antiguos, ocurrió. La
catástrofe fue enorme, y nuestra crónica la describe con terror.
Los Senadores Escogidos estaban llenos de espanto y de terror. Ya no
veían ni el Sol, ni la Luna, ni las estrellas. La confusión y la
oscuridad estallaban por doquier. Imágenes extrañas pasaban por
sobre sus cabezas. La resina goteaba desde el cielo y, en el
crepúsculo, los hombres caminaban desesperados en busca de comida.
Mataron a sus propios hermanos. Olvidaron el testamento de los
Dioses. La era de la sangre había comenzado.
¿Qué ocurrió en aquel momento cuando los Dioses nos abandonaron?
¿Quién fue el responsable de la catástrofe que arrojó a mi pueblo a
las tinieblas durante 6.000 años? Una vez más, nuestros sacerdotes
pueden interpretar los devastadores acontecimientos. Ellos dicen que
en el período anterior a la hora cero existía otra nación de dioses
que era hostil a nuestros Maestros Antiguos. Según las imágenes del
Gran Templo del Sol en Akakor. las extrañas criaturas parecían
hombres. Tenían mucho pelo y eran de piel rojiza.
Como
los hombres, tenían cinco dedos en las manos y cinco en los pies;
mas de sus espaldas crecían cabezas de serpientes, de tigres, de
halcones y de otros animales. Dicen nuestros sacerdotes que estos
dioses también gobernaban sobre un enorme imperio y que poseían
asimismo conocimientos que los convertían en superiores a los
hombres e iguales a nuestros Maestros Antiguos.
Las dos razas de
dioses, que están representadas en las imágenes del Gran Templo del
Sol en Akakor, comenzaron a disputar. Quemaron el mundo con calor
solar y trataron de arrebatarse el poder la una a la otra. Sin
embargo, y por primera vez, la providencia de los Dioses salvó a los
Ugha Mongulala. Recordando las últimas palabras de nuestros Maestros
Antiguos anunciando la catástrofe, Ina ordenó la retirada hacia las
residencias subterráneas.
Los ancianos del pueblo se reunieron. Obedecieron la orden de Ina.
«¿Cómo podremos protegernos? Los signos están llenos de amenaza»,
dijeron. «Sigamos la orden de los Dioses y trasladémonos a los
refugios subterráneos. ¿Es que no son suficientes nuestras ideas
para toda una nación? Nadie debe faltar, ni una sola persona.»
Así
fue cómo hablaron y así decidieron. Y la multitud se reunió.
Cruzaron las aguas, descendieron por las cañadas y las atravesaron.
Llegaron hasta la meta final, allí donde se cruzan los cuatro
caminos en las residencias de los Maestros Antiguos, protegidas en
el interior de las montañas.
Esto es lo que cuenta la Crónica de Akakor. Y así fue cómo se
cumplieron las órdenes de Ina. Con confianza en la promesa de los
Maestros Antiguos, el pueblo de los Ugha Mongulala se trasladó a
Akakor inferior para protegerse contra la inminente catástrofe. Aquí permanecieron hasta que la Tierra se hubo
acallado, al igual que hace un pájaro cuando se oculta detrás de una
roca para protegerse de la tormenta que se acerca. Los Ugha
Mongulala se salvaron de la catástrofe porque confiaron en los
Padres Antiguos.
La primera Gran Catástrofe
El año 13 (10.468 a. de C., según el calendario de los Blancos
Bárbaros) es un año trágico en la historia de mi pueblo. Una vez que
se hubo retirado a las residencias subterráneas, la Tierra fue
visitada por la mayor catástrofe de la que la memoria guarda
recuerdo. Superó incluso a la segunda Gran Catástrofe, 6.000 años
después, cuando las aguas del Gran Río afluyeron corriente arriba.
La primera Gran Catástrofe destruyó el imperio de nuestros Maestros
Antiguos y trajo la muerte a millones de personas.
Este es el relato de cómo perecieron los hombres.
¿ Qué es lo que le
ocurrió a la Tierra? ¿ Quién la hizo temblar? ¿Quién hizo bailar a
las estrellas? ¿Quién hizo salir a ¡as aguas de las rocas?
Numerosas
fueron las calamidades que visitaron al hombre; varias las pruebas a
las que estuvo sujeto. Hacía un frío terrible, y un viento helado
soplaba sobre la Tierra; hacía un calor terrible, y las personas se
quemaban con su propio aliento. Los hombres y los animales huían
sobrecogidos por el pánico. Corrían desesperados de un lado a otro.
Intentaban subir a los árboles, pero los árboles los rechazaban;
intentaban llegar a las cavernas, pero ¡as cavernas se desplomaban y los sepultaban.
Lo que estaba abajo se puso arriba, y lo
que estaba arriba se hundió en las profundidades. El sonido y la
furia de los Dioses parecían no tener fin. Incluso los refugios
subterráneos comenzaron a temblar.
La primera mención sobre la forma del continente antes de la
primera
Gran Catástrofe fue hecha después de la partida de los Maestros
Antiguos. En aquel tiempo difería considerablemente de su forma actual. Era mucho más frío y la lluvia caía
regularmente. Podían distinguirse con claridad los periodos de
sequía y los de lluvia. Todavía no existían los grandes bosques. El
Gran Río era más pequeño y afluía hacia los dos océanos. Los
afluentes lo' unían con el lago gigante en el que los Dioses habían
erigido el complejo religioso de Tiahuanaco sobre la costa del Sur.
La primera Gran Catástrofe dio a la superficie de la Tierra un
aspecto diferente. El curso de los ríos quedó alterado, y la altura
de las montañas y la fuerza del sol cambiaron. Hubo continentes que
quedaron inundados. Las aguas del Gran Lago retrocedieron hacia los
océanos. El Gran Río fue desplazado por una nueva alineación
montañosa y afluía ahora rápidamente hacia el Este. En sus orillas
nacieron y crecieron enormes bosques. Un calor húmedo se extendió
sobre las regiones orientales del imperio. En el Oeste, donde
habían surgido unas gigantescas montañas, las personas se congelaron
con el frío cerrado de las elevadas altitudes. La Gran Catástrofe
provocó unas devastaciones terribles, tal y como había sido
anunciado por nuestros Maestros Antiguos.
Y lo mismo ocurrirá en la futura catástrofe que nuestros sacerdotes
han calculado por el curso de las estrellas. Porque la historia de
los hombres sigue unos caminos predeterminados: todo se repite, todo
regresa en torno a un circulo que dura 6.000 años. Nuestros Maestros
Antiguos nos enseñaron esta ley. Nuevamente, 6.000 años han
transcurrido desde la última Gran Catástrofe, y 6.000 años desde que
nuestros Maestros Antiguos nos abandonaron por segunda vez. Una vez
más, signos ominosos aparecen en el cielo. Los animales huyen
perseguidos por el pánico. Han estallado las guerras.
Las leyes se
desprecian o se cumplen con desgana. Mientras los Blancos Bárbaros,
llenos de pura arrogancia, destruyen
las relaciones entre la Naturaleza y el hombre, el destino se acerca
a su conclusión. Los Ugha Mongulala saben que el final está próximo.
Lo saben y lo esperan con resignación. Porque ellos creen en el
legado de sus Maestros Antiguos. Con la imagen de los Dioses en sus
corazones, siguen sus pasos.
Siguen a aquellos que son de la misma
carne y tienen el mismo padre.
Regresar al Índice
3 La era
de la oscuridad
10.468 - 3166 a. de C.
El científico germano-boliviano Posnansky estima que Tiahuanaco fue
destruida hacia 10.000 a. de C. Los geólogos hablan de tremendos
cambios climáticos que podrían haber sido causados por una
desviación del eje de la Tierra. La Era Neolítica, que se inicia
hacia 5000 a. de C., contempló importantes innovaciones culturales y
añadió una transformación económica que iba a tener grandes
repercusiones: la transición a la agricultura y a los sistemas
económicos productivos. El hombre neolítico cultivaba cereales
salvajes y criaba ovejas, cabras y cerdos. Grandes familias se
establecieron en aldeas y posteriormente en pueblos fortificados.
Entre el octavo y el sexto milenio a. de C., Jericó es considerado
como el estadio preliminar de las altas civilizaciones urbanas,
aunque los egiptólogos sospechan de la existencia de una cultura aún
más antigua en el valle del Nilo. Los hallazgos arqueológicos en
Eridu y en Uruk apuntan hacia las primeras construcciones sagradas. Es aquí donde se han hallado las primeras tablillas de
arcilla con inscripciones. La palabra y los signos fonéticos
reemplazaron a la primitiva escritura pictográfica. En todas estas
civilizaciones puede observarse una atención especial a los muertos.
Varias inundaciones y erupciones volcánicas catastróficas,
probablemente hacia 3000 a. de C., son descritas en la Biblia como
El Gran Diluvio.
América del Sur continúa siendo colonizada por
oleadas de inmigrantes procedentes de Asia.
El hundimiento del imperio
Verdaderamente, los Blancos Bárbaros son un pueblo poderoso.
Gobiernan sobre el cielo y sobre la Tierra, y son al mismo tiempo
pájaro, gusano y caballo. Piensan que están viendo la luz, mas sin
embargo viven en la oscuridad y son malvados. Y lo peor de todo es
que niegan a su propio Dios y se esfuerzan por llegar a ser Dioses y
por hacernos creer que ellos son los que gobiernan el mundo. Pero
los Dioses son más grandes y más poderosos que todos los Blancos
Bárbaros juntos. Los Dioses todavía deciden quién de nosotros debe
morir y cuándo.
Todavía el Sol, la Tierra y el fuego les sirven a
ellos antes que a nadie. Porque los Dioses no permiten que sus
secretos les sean arrebatados. Dicen nuestros sacerdotes que un día
enviarán un juicio que liberará a los Blancos Bárbaros del peso de
sus errores. Vendrá una lluvia continua que eliminará la oscuridad
de sus corazones. Las aguas se elevarán cada vez más y se llevarán
su maldad y su codicia de poder y de dinero.
Así sucedió ya en una
ocasión hace miles de años. tal y como queda escrito en la crónica,
con buenas palabras, con lenguaje claro:
Pasaron tres lunas, tres veces tres
lunas. Entonces las aguas se dividieron. La Tierra se
tranquilizó nuevamente. Las corrientes de agua encontraron
cursos diferentes y se perdieron entre las
colinas. Surgieron grandes montarías desafiaron al sol. Cuando los
Servidores Escogidos salieron de las residencias subterráneas, la
Tierra había cambiado. Grande era su tristeza.
Elevaron sus rostros
hacia el cielo. Sus ojos buscaron las llanuras y las colinas, los
ríos y los lagos. Terrible era la verdad, horrible la destrucción. E Ina congregó al consejo de ancianos. Las Tribus Escogidas reunieron
ofrendas: joyas, y miel de abejas, e incienso. Y las sacrificaron
para hacer que los Dioses regresaran a la Tierra. Pero el cielo se
mantuvo vacío. Había comenzado la era del Jaguar: el tiempo de la
sangre en el que todo quedaría destruido. Así, pues, el contacto
entre los Maestros A antiguos y sus servidores había quedado
cortado. Y una nueva vida se iniciaba.
Los años de sangre, el periodo entre el año 13 y el año 7315, son la
época más terrible de la historia de mi pueblo. La Crónica de Akakor
no recoge sus acontecimientos. Durante miles de años, no hay
anotación alguna. Los recuerdos orales son también pobres y están
recorridos por extrañas profecías.
Fue una época terrible. El jaguar salvaje se acercó y devoró la
carne de los hombres. Quebrantó los huesos de los Servidores
Escogidos. Rasgó las cabezas de sus servidores. La oscuridad se
extendió por la Tierra.
Tras la primera Gran Catástrofe, el imperio se encontraba en una
situación desesperada. Las residencias subterráneas de los Maestros
Antiguos habían soportado los tremendos corrimientos de tierras y
ninguna de las trece ciudades quedó destruida, pero muchos de los
pasadizos que unían las fronteras del imperio habían quedado
bloqueados. Su luz misteriosa se había extinguido al igual que la de
una vela apagada por el viento. Las veintiséis ciudades fueron
destruidas por una tremenda inundación.
Los recintos religiosos
sagrados de Salazere, Tiahuanaco y Manoa yacían en ruinas,
destruidos por la furia terrible de los Dioses. Los exploradores que
habían sido enviados al exterior informaron a su vuelta de que tan
sólo unas pocas de las Tribus Escogidas habían sobrevivido a la
catástrofe. Éstas, empujadas por el hambre, abandonaron sus antiguos
asentamientos y penetraron en el territorio de los Ugha Mongulala,
sembrando a su paso la destrucción y la muerte. La desesperación, la
angustia y la miseria se extendieron por todo el imperio. Estallaron
violentas luchas sobre las últimas regiones fértiles. El dominio de
las Tribus Escogidas estaba a punto de concluir.
Este fue el comienzo del ignominioso final del imperio. Los hombres
habían perdido la razón. Se arrastraban por el país en todas las
direcciones. Temblaban de miedo y de terror. Estaban abatidos. Su
espíritu, confundido. Como animales, se atacaron los unos a los
otros. Mataron a sus vecinos v comieron sus carnes. Ciertamente, los
tiempos eran horribles.
El terrible período entre la primera y la segunda Gran Catástrofe,
desde 10.468 a. de C. hasta 3166 a. de C. según el
calendario de los Blancos Bárbaros, puso a mi pueblo al borde de la
extinción. Las Tribus Degeneradas, que con anterioridad a la primera
Gran Catástrofe habían sido aliadas de los Ugha Mongulala, fundaron
sus propios imperios. Derrotaron a los ejércitos de los Ugha
Mongulala y en nuestro año 4130 los empujaron hasta las puertas de
Akakor.
Las tribus de los Degenerados formaron una alianza. Decían:
«¿Cómo
podemos proceder con nuestros antiguos gobernantes? Verdaderamente,
todavía son pode-rosos». De modo que se reunieron en consejo.
«Tendámosles una emboscada. Los mataremos. ¿No somos grandes en
número? ¿No somos más que suficientes para vencerlos?»
Y todas las
tribus se armaron. Reunieron un numeroso ejército.
La vista no podía
alcanzar a ver toda la enorme masa de sus guerreros. Deseaban
conquistar Akakor. Marcharon en formación para matar a Urna, el
príncipe. Mas los Servidores Escogidos se habían preparado.
Esperaron en la cumbre de la montaña. El nombre de la montaña en la
que esperaron era Akai. Todas las Tribus Escogidas se habían
agrupado en torno a Urna cuando los Degenerados se acercaron.
Llegaron dando alaridos, con arcos y con flechas. Cantaban canciones
de guerra. Aullaban y, con sus dedos, silbaban. Y así fue cómo
asaltaron Akakor.
En este punto, la Crónica de Akakor se interrumpe. Cuentan nuestros
sacerdotes que los Ugha Mongulala perdieron la batalla y que Urna
fue asesinado. Los supervivientes se retiraron al interior de las
residencias subterráneas. La derrota en Akai, la montaña del
destino, representa el punto más bajo de la desgracia de mi pueblo.
Al igual que los Blancos
Bárbaros, que niegan a los Dioses y se consideran a sí mismos por
encima de toda ley, los Ugha Mongulala fueron cayendo
progresivamente en la humillación. Confundidos por estos
acontecimientos incomprensibles, comenzaron a adorar los árboles y
las rocas, e incluso a sacrificar animales y seres humanos. Y fue
entonces cuando cometieron el más vergonzoso crimen en los 10.000
años de historia de mi pueblo.
Así es cómo sucedió:
Cuando Urna murió en la batalla contra las
Tribus Degeneradas, el Sumo Sacerdote negó a su hijo Hanán la
entrada en los recintos secretos de los Dioses, lo desterró y
usurpó su poder. Contra las leyes de los Dioses y sin el debido respeto
hacia los Padres Antiguos, comenzó a gobernar al pueblo de la forma
que a él le pareció bien. Éste fue el punto culminante de la era de
la sangre, el período durante el cual el jaguar salvaje señoreaba
por doquier.
¿Por qué sufrió mi pueblo estos crímenes? ¿Por qué toleraron los
ancianos las fechorías del Sumo Sacerdote?
Tan sólo existe una única
explicación. Tras la partida de los Dioses, sólo algunas personas
conocían la sabiduría de los Maestros Antiguos. Los sacerdotes ya no
transmitían su conocimiento. Enseñaban las verdades de los Padres
Antiguos únicamente a sus confidentes más próximos. Su poder se hizo
cada vez mayor a medida que el legado sagrado desaparecía.
Pronto se
sintieron responsables por sí solos de todo lo que ocurriera en la
Tierra y en el cielo. Durante miles de años, los sacerdotes
gobernaron omnipotentemente sobre los Ugha Mongulala. Eso es lo que
dicen nuestros antepasados. Y debe ser verdad, porque sólo la verdad
se conserva en la memoria de los hombres a través de los tiempos.
La segunda Gran Catástrofe
Terrible es la historia. Terrible la verdad. Los Servidores
Escogidos todavía estaban viviendo en las residencias subterráneas
de los Dioses. Cientos de años, miles de años. El legado sagrado
había sido olvidado. Su escritura se había vuelto ilegible. Los
servidores habían traicionado la alianza con sus Dioses. Vivían por
encima de toda norma, como los animales en el bosque. Caminaban en
todas direcciones. Los crímenes eran cometidos a la luz del día. Y
los Dioses se sentían agraviados. Sus corazones se veían llenos de
tristeza por la maldad de los hombres.
Y los Dioses dijeron:
«Castigaremos al pueblo. Lo erradicaremos de la faz de la Tierra —al
hombre y al ganado, a los gusanos y a los pájaros del cielo— porque
ha rechazado nuestro legado».
Y los Dioses comenzaron a destruir al
pueblo. Enviaron una potente estrella cuya roja estela ocultó el
cielo. Y enviaron un fuego más brillante que mil soles juntos. Había
comenzado la gran sentencia. Durante trece lunas cayeron las
lluvias. Crecieron las aguas de los océanos. Los ríos afluyeron
hacia atrás. El Gran Río se convirtió en un enorme lago. Y los
pueblos fueron destruidos. Se ahogaron en la terrible inundación.
Los Ugha Mongulala sobrevivieron a la segunda Gran Catástrofe en la
historia de la Humanidad. Refugiados en las residencias subterráneas
de sus Maestros Antiguos, observaron con terror la destrucción de la
Tierra. Mientras que los Servidores Escogidos se sabían inocentes
durante la primera Gran Catástrofe, ahora se acusaban los unos a los
otros del segundo acontecimiento terrible. Estallaron las disputas y
las
luchas. En Akakor inferior se inició una guerra civil que habría
llevado a mi pueblo a la extinción a no ser porque entonces ocurrió
un hecho que desde hacía tiempo había sido profetizado por los
sacerdotes. Cuando mayor era la necesidad, los Maestros Antiguos
regresaron.
Y con su regreso se inicia un nuevo capítulo en la historia de los
Ugha Mongulala, el segundo libro de la Crónica de Akakor. El primer
libro concluye con las hazañas de Madus, un valeroso guerrero de los
Ugha Mongulala quien, aun en los momentos más difíciles, no había
perdido su fe en el legado de los Dioses, tal y como está escrito en
la crónica:
Madus se atrevió a tomar el camino que conducía a la superficie de
la Tierra. Sin temer ni a la tormenta ni al agua, salió. Contempló
con desolación el devastado país. No vio ni personas ni plantas,
sólo algunos animales y pájaros asustados que volaban sobre la
infinita extensión de agua hasta que se cansaban y caían para
ahogarse. Esto fue lo que Madus vio. Y al mismo tiempo se
entristeció y se enojó.
Arrancó unos troncos de árboles del suelo
inundado, recogió unas maderas a la deriva y construyó una balsa
para ayudar a los animales. Tomó un par de cada: dos jaguares, dos
serpientes, dos tapires, dos halcones. Y las aguas ascendientes
empujaron su balsa cada vez más alto, montañas arriba, hasta la cima
del Monte Akai, la montaña del destino de las Tribus Escogidas. Aquí
Madus permitió que los animales se trasladaran a la Tierra y que los
pájaros se elevaran en el aire.
Y cuando, después de trece lunas,
las aguas retrocedieron de nuevo y el sol dispersó las nubes,
regresó a Akakor e informó del final de la terrible era de la
sangre.
Regresar al
Índice
|