El Libro
de la Serpiente
de agua
Esta es la serpiente de agua; es poderosa. Silenciosa, se desliza
por el Gran Río en búsqueda de su enemigo. Con poder, lucha contra
las innumerables manos de sus cazadores. Rasga sus lazos. Porque es
libre e invencible en su territorio.
1 Los soldados alemanes
1932 - 1945
El Tratado de Versalles trajo modificaciones considerables para
Europa. Bajo la presión de las adversas condiciones económicas,
crecieron nuevas ideologías de carácter autoritario. En 1933, el
Partido Nacional Socialista de Hitler alcanzó el poder en Alemania.
Su implacable política de expansión desembocó en la Segunda Guerra
Mundial, cuyas ramificaciones se entendieron a otros continentes.
En
un principio, los países de América Latina adoptaron una actitud de
espera respecto del nacional socialismo. Tras el inicio de las
hostilidades en 1939, Hitler trató de convencer al presidente
brasileño Vargas a que se aliara con él, y en compensación le
ofreció varias plantas de acero. Sin embargo, y bajo la presión de
los Estados Unidos, en 1942 Brasil declaró la guerra a Alemania. En
el continente sudamericano, las hostilidades se limitaron a acciones
secretas de comandos del ejército alemán, apoyadas por las
importantes colonias alemanas que allí existían.
Durante este período, el destino de los indios no cambió de una
manera sustancial. Por segunda vez, un ejército de cortadores de
caucho avanzó por la región amazónica para proporcionar la valiosa
materia prima a los aliados. La población nativa se retiró aún más
hacia el interior de las regiones inaccesibles de los bosques
vírgenes.
El asalto al poblado de Santa María
La Crónica de Akakor registra todo lo que les ha acontecido a los
Ugha Mongulala, incluso la alianza con los soldados ale manes que
vinieron aquí para quedarse con nosotros para siempre.
Todo ello
está escrito en la crónica:
Numerosos eran los Blancos Bárbaros. Algunos de ellos habíanse
establecido en comunidades. Otros llegaron que recorrieron los
caminos. Gritaban como el gran pájaro de los bosques y rugían como
el jaguar. Deseaban que los Servidores Escogidos se asustaran.
Deseaban ahuyentar a los guerreros y exterminar a los últimos de las
Tribus Escogidas. Y así fue como habló el consejo supremo:
«Hemos de
luchar contra los extranjeros. Hemos de matar a los Blancos
Bárbaros. Asesinan a nuestras mujeres, nos roban nuestras tierras y
adoran a falsos dioses. Agujerearemos sus oídos y sus codos y los
privaremos de su virilidad. Los mataremos, uno a uno, y si los
encontramos solos, los emboscaremos. Esparciremos su sangre por los
caminos, y colocaremos sus cabezas sobre la orilla del río en el que
tantos de nuestros guerreros han caído».
La guerra de conquista de los Blancos Bárbaros terminó con la
retirada de los cortadores de caucho. Únicamente pequeños grupos de
aventureros y de buscadores se atrevieron a penetrar más allá de la
frontera situada en la Gran Catarata. Avanzaron hacia las regiones
interiores de Akakor y se enzarzaron en una feroz lucha con nuestros
exploradores, librada con una crueldad terrible por ambas partes.
Los Blancos Bárbaros atacaron las aldeas de las Tribus Aliadas y
mataron a los hombres, a las mujeres y a los niños. Los Ugha
Mongulala capturaron a los de los puestos más adelantados, les
rasparon sus pies y los arrojaron al río, donde su sangre atrajo a
los peces carnívoros, que los devoraron vivos. Otros fueron atados y
entregados a los animales salvajes de la inmensidad de las lianas.
Las batallas formales eran raras; sin embargo, hubo una en el año
12.417 (1936). Una expedición dirigida por sacerdotes blancos se
había adentrado en el territorio de la Tribu Aliada de los Corazones
Negros. Habían incendiado sus cabañas y abierto las tumbas en busca
de oro. Esto constituía una violación de las leyes divinas que
exigía una expiación. El príncipe Sinkaia, el mismo que había dado
la orden para el ataque de Lima, se puso al frente de los Ugha
Mongulala. Con un grupo de escogidos guerreros atacó un poblado de
los Blancos Bárbaros llamado Santa María y situado en las zonas
altas del Río Negro.
Ordenó que todos los hombres fueran asesinados
y todas las casas incendiadas. Únicamente sobrevivieron las cuatro
mujeres de la aldea, que fueron hechas prisioneras. En un intento de
escapar, tres de ellas se ahogaron en el camino de regreso a Akakor.
La cuarta mujer llegó a la capital del imperio de los Ugha
Mongulala. Con su llegada en el año 12.417, comienza un nuevo
capítulo de la historia de mi pueblo.
Por vez primera, un Blanco Bárbaro no trajo ni el daño ni la
tristeza a los Ugha Mongulala. Y también por vez primera, un
príncipe de las Tribus Escogidas se alió con la sangre de un pueblo
extranjero, en contra de los deseos del consejo supremo, pero con la
aprobación de los sacerdotes.
Reinha, que así era como se llamaba la mujer cautiva, procedía de
un lejano país llamado Alemania. Los sacerdotes blancos la habían
enviado a Brasil para convertir a las Tribus Degeneradas al signo de
la cruz. Su trabajo la había familiarizado con la vida de los
antiguos pueblos del Gran Río. Había contemplado sus miserias y
conocido su desesperada lucha por la supervivencia.
Tras haber sido
tomada prisionera, Reinha se ganó rápidamente la confianza de mi
pueblo. Ayudo a los enfermos y vendó las heridas de los guerreros,
ínter cambió sus conocimientos con los de los sacerdotes y les hablo
sobre la herencia de su pueblo. El príncipe Sinkaia, que la había
observado detenidamente, se sintió profundamente atraído hacia
Reinha. Cuando ella le correspondió con los mismos sentimientos y se
mostró dispuesta a renunciar al signo de la cruz, él la elevó al
rango de princesa de los Ugha Mongulala.
Hablaremos ahora sobre todos los nombres y títulos. Registraremos
los nombres de todos aquellos que acudieron a Akakor para celebrar
la unión entre Reinha y el príncipe. El príncipe de las Tribus
Escogidas era Sinkaia, el hijo primogénito de Urna, el venerable
descendiente de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses. A su lado se
sentaron el sumo sacerdote, Magus, y el supremo señor de la guerra,
Ina. Éstos fueron los primeros en rendir homenaje a la nueva
princesa. A ellos les siguieron el consejo supremo y los señores de
la Casa de Hama, de la Casa
de Magus y de la Casa de Maid. También los guerreros se congregaron.
Hasta el pueblo ordinario asistió a la ceremonia.
Todos saludaron a
la nueva señora con el debido respeto.
Reinha en Akakor
La unión entre Reinha y Sinkaia cambió la vida de mi pueblo. La
nueva princesa de los Ugha Mongulala fue la primera mujer en
compartir el gobierno con el príncipe. Ella asistió a las reuniones
del consejo supremo y propuso importantes decisiones. Bajo su
recomendación, Sinkaia ordenó la igualdad de derechos para todas las
Tribus Aliadas. Hasta la llegada de Reinha a Akakor. éstas habían
estado sometidas a pesadas cargas de tributos y al impuesto de
guerra. Ahora Sinkaia anulaba una de las leyes de los Padres
Antiguos.
Les concedió los mismos derechos que los que disfrutaban
los Ugha Mongulala, tal y como está escrito en la crónica:
Así se introdujo la igualdad para todas las tribus. Los arqueros v
los lanceros, los hondistas v los exploradores, los ancianos v los
señores de la guerra: todos los títulos v todas las funciones,
quedaban ahora abiertas para todos. Únicamente el impuesto de
príncipe y las jerarquías de los sacerdotes quedaron reservadas al
Pueblo Escogido, el legítimo descendiente de los Maestros Antiguos.
Desde este momento, las Tribus Aliadas gozarían de derechos iguales.
Para evitar que pudieran caer en la traición, el
consejo supremo introdujo la pena de muerte. Esto también constituía
una violación del orden de los Padres Antiguos Según su legado, los
mayores crímenes eran castigados con el exilio. Pero la Edad de Oro
era una cosa del pasado, y en vez de los sabios y previsores Dioses,
eran los Blancos Bárbaros quienes determinaban el destino del
continente, gobernaban según sus propias leyes y con su traición y
su astucia habían traído la inquietud a las Tribus Aliadas. Quince
de las tribus más confiadas habían sido ya engañadas por sus
hipócritas promesas y habíanse convertido al signo de la cruz.
El
consejo supremo esperaba evitar el peligro de la traición
introduciendo, por lo menos temporalmente, la pena de muerte. Cuando
la estación de las lluvias del año 12.418 (1937) concluía se produjo
en Akakor un acontecimiento que había sido gozosamente anticipado
durante bastante tiempo:
Reinha trajo un hijo a Sinkaia. Yo, Tatunca
Nara, soy el hijo primogénito de Sinkaia, el legítimo príncipe de
los Ugha Mongulala, tal y como está escrito en la crónica:
Esta es la historia del nacimiento del hijo primogénito de Sinkaia.
Como los rayos del sol al comenzar la mañana, la noticia se extendió
por todo el país. Grande fue la alegría de los Servidores Escogidos.
El entusiasmo colmaba sus corazones. La tristeza desapareció
inmediatamente, y sus pensamientos se mostraban optimistas. Porque
Sinkaia era muy apreciado y su familia muy respetada. La sucesión de
la dinastía de Lhasa quedaba asegurada, ya nunca podría extinguirse.
La raza del príncipe, el supremo servidor de los Maestros Antiguos,
no se perdería. Así hablaba el pueblo, y así hablaban los guerreros.
Únicamente el sumo sacerdote permanecía sentado envuelto en el
silencio. Y él realizó las invocaciones prescritas. Para interpretar el futuro, abrió el árbol.
Pero de él manó una savia roja que cayó sobre la vasija, adquiriendo
la forma de un corazón. Y el jugo que afluía era como sangre real.
Entonces la sangre se congeló. Una costra brillante recubrió la
savia, encerrando un terrible secreto. Había nacido el último
príncipe, el último de la dinastía de Lhasa.
La alianza con Alemania
Cuatro años después de su matrimonio con Sinkaia, Reinha regresó con
su pueblo. No como una refugiada, sino que, por el contrario, partió
como embajadora de los Ugha Mongulala. Tomando una ruta secreta,
alcanzó los poblados de los Blancos Bárbaros situados en la costa
oriental del océano. Un gran barco la transportó a su país. Reinha
permaneció con su pueblo durante doce lunas. Entonces los
exploradores anunciaron su inminente llegada a Akakor. Pero en esta
ocasión, la princesa de las Tribus Escogidas venia acompañada de
tres grandes dirigentes de su pueblo. Sinkaia reunió a los ancianos,
a los señores de la guerra, y a los sacerdotes para darles la
bienvenida.
También los guerreros y el pueblo ordinario se
congregaron para contemplar a los visitantes extranjeros. En los
días que siguieron, el consejo supremo y los dirigentes de los
alemanes celebraron numerosas conversaciones, en las cuales Reinha
estuvo presente. Intercambiaron sus conocimientos y discutieron un
futuro común. Luego llegaron a un acuerdo. Los Ugha Mongulala y los
alemanes adoptaron un acuerdo que una vez más habría dado un giro
completamente diferente al destino de los Ugha Mongulala.
Antes de pasar a relatar los detalles de este acuerdo, he de
describir una vez más la miseria y la desesperación en la que mi
pueblo se encontraba en estos años. La guerra proseguía por las
cuatro esquinas del imperio. Nuestros guerreros caían en enormes
cantidades, alcanzados por las terribles armas de los Blancos
Bárbaros. Tanto presionaban en su avance nuestros enemigos que ya ni
siquiera podíamos enterrar a los muertos de acuerdo con las leyes
antiguas. Sus cuerpos se descomponían sobre la tierra cual capullos
marchitos.
Las quejas y los gritos de dolor de las mujeres llenaban Akakor. En el Gran Templo del Sol, los sacerdotes imploraban a los
Padres Antiguos en solicitud de ayuda. Mas el cielo continuaba
vacío. Las Tribus Escogidas sufrían de hambre. En su desesperación.
rebanaban la corteza de los árboles y comían los líquenes que
crecían en las rocas. Surgieron la discordia y las riñas. Sólo era
cuestión de tiempo el que los Ugha Mongulala tuvieran que abandonar
su lucha contra los Blancos Bárbaros. Como un jaguar que hubiera
sido atrapado, luchaban desesperadamente contra la inminente
destrucción.
Esta era la situación de mi pueblo cuando el consejo supremo
concluyó la alianza con los dirigentes alemanes. Éstos prometieron a
los Ugha Mongulala las mismas poderosas armas que las que utilizaban
los Blancos Bárbaros. Serían enviados a Akakor dos mil soldados para
enseñarles el manejo del equipo. Éstos serían asimismo responsables
de la construcción de grandes fortificaciones y de ganar nueva
tierra cultivable. Pero la parte más importante del acuerdo se
refería a la guerra que había sido planeada para el año 12.425
(1944).
Nuestros aliados tenían previsto desembarcar en la costa
brasileña y ocupar todas las ciudades más importantes. Los guerreros
de los Ugha Mongulala apoyarían la campaña mediante rápidas
incursiones sobre los poblados de los Blancos Barbaros situados en el interior del país. Tras la esperada victoria.
Brasil seria dividido en dos territorios: los soldados alemanes
reclamarían las provincias de la costa; los Ugha Mongulala serían
satisfechos con la región sobre el Gran Río que les había sido dada
por los Dioses 12.000 años antes. Este fue el acuerdo entre el
consejo supremo de Akakor y los dirigentes de Alemania.
Los dirigentes alemanes eran sabios y sus pensamientos tenían
raciocinio. Sus palabras expresaban los sentimientos de sus
corazones. Y entonces dijeron:
«Hemos de partir. Hemos de regresar
allí donde nuestro pueblo está fabricando las poderosas armas. Pero
no os olvidaremos. Recordaremos vuestras palabras. Pronto
regresaremos. Volveremos para destruir a vuestros enemigos».
Así
hablaron cuando partieron. Y luego se marcharon para reencontrarse
con su poderoso país*.
* Debe darse por supuesto que el pueblo de Tatunca Nara nada sabía
sobre Hitler y el Tercer Reich, y que por tanto aceptó agradecido su
ayuda. (N. de! E.)
La alianza con Alemania devolvió su antigua confianza a los Ugha
Mongulala. En un momento de acuciante necesidad habían encontrado un
nuevo aliado para restablecer su imperio. Se armaron nuevamente de
valor. Las penas de las mujeres quedaron olvidadas. Desaparecería
la época del hambre; brillaría de nuevo el sol con todo su antiguo
esplendor. Escriben los sacerdotes que Sinkaia convocó a todo el
pueblo a una gran fiesta en Akakor, y ordenó que fueran distribuidas
las últimas provisiones.
Ordenó que los escribas leyeran en voz alta
fragmentos de la Crónica de Akakor, sobre el renacimiento del imperio bajo
Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses, sobre
la llegada de los godos y sobre la Edad de Oro de los Dioses. Por
vez primera en muchos años, la alegría podía verse de nuevo en los
rostros de los Servidores Escogidos. Los hombres y las mujeres se
adornaron con piedras y con cintas de colores. Danzaron exuberantes
al son de las flautas de huesos y de los tambores.
Dicen los
sacerdotes que la fiesta duró tres días. Después los dirigentes
alemanes abandonaron Akakor y regresaron a su lugar de origen.
Escritura simplificada de los Padres Antiguos tras la llegada de los
soldados alemanes (ejemplo)
Los dos mil soldados alemanes en Akakor
Los primeros soldados alemanes cruzaron la frontera hacia Akakor en
la estación seca del año 12.422 (1941). Continuaron
llegando nuevos grupos durante los años siguientes, hasta alcanzar
la cifra acordada de 2.000. Los últimos alemanes en arribar a la
capital de los Ugha Mongulala lo hicieron en el año 12.426 (1945).
Después de esa fecha, toda comunicación con el gobierno alemán quedó
interrumpida.
Escrito de los Padres Antiguos - Traducción de Tatunca Nara:
A través del matrimonio del príncipe de Akakor se estableció el
contacto con el pueblo alemán. De 1938 a 1945. Durante ese tiempo
llegaron 2.000 soldados a nuestro pueblo, se mezclaron con nosotros
y se quedaron.
Tatunca Nara
Yo aprendí la ruta que los soldados alemanes siguieron des de su
propio país hasta Akakor por sus informes. El punto de partida lo
constituía una ciudad llamada Marsella. Se les decía que su destino
era Inglaterra. Una vez a bordo de la nave, que podía moverse bajo
el agua como un pez. les era revelado su auténtico destino. Después
de viajar durante tres semanas por el océano oriental, llegaban a la
desembocadura del Gran Río.
Aquí les recogía un barco más pequeño,
que los transportaba hasta las zonas altas del Río Negro. En la
última parte de su viaje eran acompañados por exploradores de los Ugha Mongulala. El trayecto hasta la Gran Catarata situada en la
frontera entre Brasil y Perú lo realizaban en canoas, y desde aquí
solamente eran necesarias veinte horas de camino hasta llegar a
Akakor. En conjunto, el viaje de los soldados alemanes duraba unas
cinco lunas.
Así fue cómo los soldados alemanes llegaron a Akakor. Y así fue cómo
se establecieron. Llegaron con el corazón abierto. Trajeron
presentes y mil y una poderosas armas para luchar contra los Blancos
Bárbaros.
Y así fue cómo habló el consejo supremo:
«Este es el
comienzo del renacimiento del imperio. Ya no necesitan los
Servidores Escogidos seguir huyendo. Los guerreros regresan con
honor a la lucha. Ellos vengarán los crímenes de los Blancos
Bárbaros. Porque éstos son servidores de los búhos y codician la
guerra; son mentirosos y blasfemos. Sus corazones son falsos,
blancos y negros al
mismo tiempo. Pero el legado de los Dioses será cumplido. Les espera
la muerte».
La llegada de los soldados alemanes a Akakor dio origen a un período
de intensa actividad. Los nuevos aliados entrenaron a 1.000
guerreros de los Ugha Mongulala en el uso de las nuevas armas, para
las cuales ni siquiera hoy contamos con nombres. En el idioma de
nuestros aliados se llaman rifles, pistolas automáticas, revólveres,
granadas de mano, cuchillos de doble filo, botes inflables, tiendas,
máscaras de gas, telescopios, y otras misteriosas herramientas de
guerra. Escogidos guerreros iban trayendo noticias sobre la
inminente guerra.
Los cazadores almacenaron grandes provisiones de
carne. Las mujeres tejieron e hicieron botas para los hombres. Bajo
la instrucción de los soldados alemanes, prepararon también unos
grandes saquitos de cuero, que eran rellenados con un liquido
parduzco fácilmente inflamable que procedía de unas fuentes secretas
en las montañas sólo conocidas por los sacerdotes.
En caso de un
ataque por sorpresa del enemigo, los guerreros verterían este
líquido en los ríos y le prenderían fuego. Una simple antorcha sería
suficiente para convertir los ríos en un gigantesco mar de llamas.
Mientras estos preparativos para la guerra tenían lugar en Akakor,
en la frontera oriental del imperio, sobre las zonas altas del Río
Rojo y del Río Negro, se concentró un ejército de 12.000 guerreros
bajo el mando de los soldados alemanes. Los hombres esperaban el
signo acordado para el ataque. Querían librar una guerra justa y que
sólo podría terminar con la victoria.
Ahora hablaremos de Akakor, de los festivales en el Gran Templo del
Sol, y de las oraciones de los sacerdotes. Alzaron sus rostros hacia
el cielo; imploraron a
los Dioses en solicitud de ayuda.
Este era el grito de sus
corazones:
«Oh tu: maravillosa, corazón del cielo corazón de la
Tierra, donante de abundancia. Concédenos tu fuerza, danos tu poder.
Permite que nuestros guerreros alcancen la victoria en los caminos y
en los senderos, en los barrancos y en las aguas, en los bosques y
en la inmensidad de las lianas».
La guerra nunca tuvo lugar. Precisamente cuando los dirigentes
alemanes pensaban que la victoria sería suya, fueron derrotados. El
último grupo de soldados alemanes, que venia acompañado de mujeres y
de niños, informó sobre la derrota absoluta de su pueblo. Las
superiores fuerzas del enemigo habían destruido su país y traído la
desolación a la Tierra. Única mente la fuga precipitada les había
permitido salvarse de la cautividad. A partir de este momento ya no
podría esperarse ayuda alguna desde Alemania.
La llegada de los últimos soldados alemanes provocó la desilusión y
la desesperación en mi pueblo. Dado que su aliado ya no podría
desembarcar en la costa oriental de Brasil, la guerra contra los
Blancos Bárbaros tornábanse imposible. La esperanza en el
renacimiento del imperio se desvaneció. El consejo supremo ordenó
que los guerreros regresaran a casa. Junto con los otros miembros de
los Ugha Mongulala, deliberaron sobre el destino de los soldados
alemanes, cuya presencia en la capital estaba relacionada con
problemas casi insolubles.
Éstos pertenecían a un pueblo extranjero
ajeno al legado de los Dioses, vivían según leyes diferentes y no
comprendían ni nuestro idioma ni nuestra escritura. Pero de todos
modos mi pueblo no podía devolverlos a su país de origen. Los
aliados serían hechos prisioneros y revelarían el secreto de Akakor.
Con no excesivo entusiasmo, el consejo supremo decidió acceder a la
petición de Reinha. Los servidores escogidos aceptaron a los
soldados alemanes para siempre.
Al igual que ocurriera 500 años
antes con los godos, se convirtieron en parte integrante de mi
pueblo, unidos con él según el legado de los dioses.
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2 El nuevo pueblo
1945 - 1968
La Segunda Guerra Mundial produjo millones de muertos de
desaparecidos y de heridos. Muchos países del mundo experimentaron
graves desequilibrios económicos y financieros. La desconfianza y el
temor dieron como resultados dos bloques de poder divididos por
ideologías mutuamente hostiles. Hasta el momento, este conflicto no
ha tenido demasiadas repercusiones en el continente sudamericano.
El
exterminio de los indios de los bosques alcanzó un nuevo punto
máximo. Se descubrió que el Servicio Brasileño de Protección India
se había convertido en un mero instrumento de los grupos económicos
de presión para el exterminio de la población nativa. En un período
de tan sólo veinte años, ochenta tribus indias cayeron víctimas de
las intrigas de la potencia blanca y de las enfermedades de la
civilización.
Los supervivientes se retiraron a las regiones
inaccesibles de las cabeceras de los ríos.
La vida de los soldados alemanes en Akakor
Yo soy sólo un hombre, pero hablo con la voz de mi pueblo. Mi
corazón es el de los Ugha Mongulala. Cualquier cosa que agobie su
corazón, la contaré. Las Tribus Escogidas ya no desean la guerra.
Pero no temen morir. Ya no se ocultan detrás de las rocas. Ya no
temen a la muerte, porque forma parte de sus vidas. Los Blancos
Bárbaros temen a la muerte. Sólo cuando se ven sorprendidos por un
ataque o se debilitan sus vidas se acuerdan de que existen poderes
superiores a los suyos y dioses que están por encima de ellos.
Durante el día, la idea de la muerte les molesta, ya que les
alejaría de sus extrañas alegrías y placeres. Los Blancos Bárbaros
saben que su dios no está satisfecho y que deberían postrarse llenos
de vergüenza. Porque no están más que llenos de odio, de avaricia y
de hostilidad. Sus corazones son como enormes garfios afilados
cuando en realidad deberían ser una fuente de luz que derrotara a la
oscuridad e iluminara y diera calor al mundo.
Por consiguiente,
hemos de luchar, tal y como está escrito en la crónica:
Todos se habían reunido, las tribus de los Senadores Escogidos y los
Pueblos Aliados, todas las tribus grandes y las pequeñas. Todos
estaban reunidos en el mismo lugar, esperando la decisión del
consejo supremo. Se mostraban humildes, después de haber llegado
hasta allí con enormes dificultades. Y así fue cómo habló el Sumo
Sacerdote:
«¿Qué delito hemos cometido para que los Blancos Bárbaros
nos persigan como animales e invadan nuestro
país como el jaguar que acecha? Hemos llegado a una triste
situación. Oh, que el sol brille para que nos traiga la paz».
El
Sumo Sacerdote habló con pena y con dolor, con suspiros y con
lágrimas. Porque el consejo supremo deseaba ir a la guerra, la
última guerra en la historia del Pueblo Escogido.
El sueño del renacimiento del imperio saltó por los aires cuando en
el año 12.426 (1945) las comunicaciones con Alemania se
interrumpieron. Una vez más, los Ugha Mongulala volvían a depender
exclusivamente de sus propias fuerzas. Pero por vez primera,
contaban ahora con poderosas armas y con 2.000 experimentados
soldados alemanes dispuestos a luchar con ellos. Sin embargo, el
consejo supremo había estado esperando la llegada de nuevas y más
numerosas fuerzas a la costa oriental de Brasil para atacar a los
Blancos Bárbaros simultáneamente en dos frentes. Tras la derrota de
la Nación Aliada, Akakor tuvo que abandonar este plan y Sinkaia
ordenó que el ejército regresara a la capital.
Por aquel entonces, los 2.000 soldados alemanes comenzaron a
integrarse en el Pueblo Escogido. Era una labor difícil. Estos
aliados no conocían ni el legado de los Dioses, ni nuestro idioma,
ni tampoco nuestra escritura. Para facilitar la unión, los
sacerdotes simplificaron los símbolos escritos de los Padres
Antiguos. Designaron un único signo para cada letra de la escritura
de los soldados alemanes. Utilizaron después estos signos, que eran
comprendidos por las dos naciones, para registrar los
acontecimientos en la Crónica de Akakor.
Los Ugha Mongulala
adoptaron las palabras de los soldados alemanes que describían los
objetos desconocidos hasta entonces por mi pueblo. Aprendieron
asimismo aquellas palabras que expresan una actividad, tales como
correr, hacer o construir.
Muy pronto los soldados alemanes y los Ugha Mongulala se estaban
comunicando en un idioma compuesto de alemán y de quechua.
Con ello, los alemanes podían asistir a las escuelas de los
sacerdotes y aprender el legado de los Dioses. Como eran
experimentados en la batalla, el consejo supremo les confió
importantes puestos en la administración. Dos de sus principales
líderes asumieron los puestos de supremos señores de la guerra.
Otros cinco fueron nombrados miembros del consejo de ancianos. Cada
uno de ellos poseía un voto y podía participar en la toma de
decisiones. Sólo los puestos de príncipe y de Sumo Sacerdote
quedaron reservados explícitamente a los Ugha Mongulala.
Así fue cómo el sumo sacerdote habló a los aliados: «No os sintáis
afligidos porque ya nunca más vayáis a ver a vuestros hermanos. Los
habéis perdido para siempre. Durante toda la eternidad los Dioses os
han separado de ellos. Mas no os desaniméis; sed fuertes. Aquí
estamos nosotros, vuestros nuevos hermanos. Afrontemos juntos
nuestro destino. Juntos serviremos a los Padres Antiguos». Y los
soldados alemanes comenzaron a trabajar. Para hacerse merecedores a
los ojos de los Dioses, tomaron sus herramientas e hicieron el mismo
trabajo que el Pueblo Escogido.
La presencia de los soldados alemanes cambió la vida de los Ugha
Mongulala. Con sus misteriosas herramientas construyeron resistentes
casas de madera, fabricaron sillas, mesas y camas, y mejoraron el
arte de tejer de los godos. Enseñaron a las mujeres cómo preparar
nuevos vestidos que cubrían la totalidad del cuerpo. Mostraron a los
hombres cómo utilizar
sus armas y cómo construir refugios subterráneos. Para poder
disponer de suficientes alimentos durante los momentos de necesidad,
retiraron los matorrales de los valles y plantaron maíz y patatas.
Criaron grandes rebaños de borregos en las altas montañas. De esta
forma, el abastecimiento de carne y de lana quedó asegurado.
Pero la
mayor innovación de los aliados consistió en la producción de un
misterioso polvo producido con arena verde y con piedra. Incluso una
pequeña cantidad era suficiente para destruir toda una casa. Los
alemanes utilizaban esta pólvora negra, así es cómo ellos la
llamaban, para sus armas. Las invisibles flechas las hacían a partir
del hierro colado. Por intermedio de un cedazo lo vertían sobre una
artesa llena de agua fría. Con la inmersión se formaban unas balas
redondas y eran éstas las invisibles flechas de sus cañones.
Con el paso del tiempo, los soldados alemanes fueron integrándose
poco a poco en la comunidad de mi pueblo. Fundaron sus propias
familias y, siguiendo el ejemplo de las Tribus Escogidas, pusieron a
sus hijos los nombres de los animales salvajes, de los árboles
resistentes, de los ríos presurosos y de las montañas elevadas.
Satisfacían sus impuestos de guerra. trabajaban en los campos y
vivían según las leyes de Lhasa. Parecía como si fueran pronto a
olvidar a su propio país. Mas al igual que le sucede al jaguar que
siempre regresa a sus lugares de caza, no podían olvidar la memoria
de Alemania.
Al final de cada luna, se reunían para celebrar una
fiesta en el monte Akai, cantaban las canciones de su pueblo y
bebían jugo de maíz fermentado. Sus dirigentes jugaban al ajedrez.
(Así es cómo los soldados alemanes denominaban un juego con figuras
de madera sobre un tablero pintado.)
Después regresaban de nuevo a Akakor y vivían con sus familias.
Guerras en Perú
En el año 12.444 (1963) se reanudó el avance de los colonos blancos
por el Oeste. Habían descubierto las minas de oro de los incas y
comenzaron a saquearlas. Las noticias sobre el oro atrajeron hacia
la región del Akai a grupos cada vez más numerosos de Blancos
Bárbaros. Nuestros exploradores se vieron obligados a huir. El
consejo supremo tuvo que hacer frente a una difícil decisión: o
abandonar el último territorio sobre las laderas orientales de los
Andes u ordenar a los guerreros que entraran en combate. Ante la
insistencia de los soldados alemanes, se declaró la guerra.
Yo mismo puedo describir con bastante detalle la lucha que
seguidamente se entabló con los Blancos Bárbaros. Como hijo del
príncipe Sinkaia, el consejo supremo me confió el mando de las
fuerzas de los Ugha Mongulala. Un oficial alemán me acompañó en la
campaña. En marchas forzadas, nuestros guerreros penetraron
profundamente en la provincia fronteriza del Perú, expulsaron a los
Blancos Bárbaros y destruyeron las minas de oro incas. Nuestros
enemigos huyeron despavoridos del territorio conquistado.
Pero el
éxito inicial de mis guerreros quedó bruscamente detenido cuando el
ejército blanco montó el contraataque. Sólo una rápida retirada nos
permitió salvarnos de la extinción completa. Los Blancos Bárbaros
que nos perseguían atacaron los asentamientos de la Tribu Aliada de
la Gran Voz. mataron a las mujeres y a los niños y esclavizaron a
los hombres capturados. Parecía inevitable que acabarían por
descubrir Akakor. Fue por esto por lo que el consejo supremo decidió
utilizar las armas de los soldados alemanes.
Por vez primera, los Blancos Bárbaros se encontraron con una guerra
equilibrada. En un rápido contraataque, mis guerreros destruyeron
los puestos avanzados de guardia de los soldados blancos y cercaron
al grueso de sus tropas en la fortaleza llamada Maldonado. Entonces
se inició el asedio. Durante tres días, nuestros enormes tambores de
guerra causaron gran confusión entre las filas del enemigo. Durante
tres días, provocaron el terror y el miedo. Al despuntar el cuarto
día. di la orden de ataque. Abandonamos nuestros ocultos lugares,
escalamos las murallas y avanzamos hacia la fortaleza con sonoros
gritos de guerra. La encarnizada lucha concluyo con la derrota total
de nuestros enemigos. Cuando sus refuerzos llegaron, mis guerreros habíanse ya retirado.
Esta brillante victoria inició una sangrienta guerra de guerrillas
en las fronteras occidentales del imperio y que todavía se está
desarrollando en la actualidad. Pese a que los Blancos Bárbaros han
movilizado un poderoso ejército, no han logrado avanzar hacia
Akakor. Sus soldados han sido repetidamente expulsados o muertos por
nuestros guerreros. También mi pueblo ha sufrido graves pérdidas en
esta lucha. Una innumerable cantidad de hombres ha perdido la vida.
Más de la mitad del fértil territorio de las laderas orientales de
los Andes ha quedado asolado. Nuestras últimas Tribus Aliadas han
perdido la confianza en la fuerza del Pueblo Escogido y se están
alejando de nosotros.
¿Qué es lo que va a suceder? Hambrientas están las Tribus Escogidas.
Han comido de la hierba de los campos. Su alimento eran las cortezas
de los árboles. Nada poseían. Estaban empobrecidas. Las pieles de
los animales, sus únicos vestidos. Pero los Blancos Bárbaros no les
daban respiro. Avanzaban sin misericordia. Brutalmente
fueron derrotados los guerreros.
Los blancos deseaban extirpar al
Pueblo Escogido de la faz de la tierra.
Los doce generales
de los Blancos Bárbaros
La frontera oriental se mantuvo tranquila durante la lucha contra
los buscadores y los colonizadores blancos. Desde la retirada de los
recolectores de caucho, los Blancos Bárbaros se habían limitado a
avances ocasionales a lo largo del Río Rojo. No se atrevían a
avanzar más porque sospechaban de la presencia de espíritus malignos
en la inmensidad de las lianas de los Andes. De este modo, los Ugha
Mongulala estuvieron tranquilos, sin ser molestados, y protegidos
por las supersticiones de los Blancos Bárbaros.
Únicamente en el año 12.449 (1968) se vio interrumpida la paz. Un
aeroplano —según el idioma de los soldados alemanes— se había
estrellado en las zonas altas del Río Rojo. La Tribu Aliada de los
Corazones Negros, que vivía en esta región, tomó prisioneros a los
supervivientes e informó a Akakor. Sinkaia, el príncipe de los Ugha
Mongulala, me ordenó que ejecutara a las Blancos Bárbaros. Pero yo
no cumplí la orden. Para preservar la paz en la frontera oriental,
los dejé libres y los conduje a Manaus, su ciudad, situada sobre el
Gran Río. Dado que no cumplí la orden explícita de mi padre, era
culpable de pena de muerte. Pero, ¿quién me habría castigado? Los
Ugha Mongulala estaban cansados de la eterna guerra y deseaban la
paz.
Nunca olvidaré el tiempo que pasé en Manaus. Allí vi por primera vez
cómo se diferencian las ciudades de los Blancos
Bárbaros de los poblados de los Ugha Mongulala. Las calles estaban
llenas de un sinnúmero de personas que corrían, se empujaban y se
precipitaban. Se lanzaban a través de la ciudad montados en unos
extraños vehículos llamados automóviles como si fueran perseguidos
por espíritus malignos. Estos vehículos son terriblemente ruidosos y
producen unos olores malsanos. Las residencias de los Blancos
Bárbaros son diez y hasta veinte veces más altas que las casas que
mi pueblo construye. Sin embargo, cada familia tan sólo posee una
pequeña parte, en la que apila sus posesiones y sus riquezas.
Todas
estas cosas son objetos que pueden obtenerse en unos lugares
determinados y destinados exclusivamente a este fin. Pero una
persona no puede tomar aquello que necesita y llevárselo. No. para
todo tiene que extender un pequeño trozo de papel que a los ojos de
los Blancos Bárbaros posee un gran valor. Lo llaman dinero. Cuanto
más dinero tenga una persona, más respetada es. El dinero la hace
poderosa y la eleva por encima de las demás como si fuera un dios.
Esto lleva consigo el que todo el mundo trate de engañarse y de
explotarse mutuamente. Los corazones de los Blancos Bárbaros están
llenos de continua malicia, incluso para con sus propios hermanos.
La ciudad de los Blancos Bárbaros es incomprensible para los Ugha
Mongulala. Es como una colonia de hormigas, atareada durante el día
y durante la noche. En cuanto el Sol ha recorrido su curso y ha
desaparecido por detrás de las colinas del poniente, los Blancos
Bárbaros iluminan sus ciudades y sus casas con unas enormes
lámparas, de modo que aquéllas están tan brillantes durante la noche
como durante el día.
Atraídos por las relucientes luces, acuden a
unos grandes salones en los que consiguen la alegría, la
satisfacción y la exuberancia. Otros se sientan en unas salas
oscuras, delante de una pared blanca y con los ojos muy abiertos
contemplan unas
imágenes que se mueven, vivas. Otros, a su vez, se sitúan delante de
cajas de exhibición que se alinean en la parte delantera de los
edificios y admiran los objetos puestos ante ellos.
Yo no comprendo a los Blancos Bárbaros. Viven en un mundo de ficción
y de ilusión. Para prolongar el día, matan la noche con sus
lámparas, de manera que ningún árbol, ninguna planta, ningún animal,
y ninguna piedra logran conseguir su merecido descanso. Trabajan
incansables como la hormiga, y sin embargo suspiran y se quejan como
si fueran a ser aplastados por el peso de la carga. Pueden tener
pensamientos alegres, mas no se ríen; pueden tener pensamientos
tristes, mas tampoco lloran. Son unas personas cuyos sentidos viven
en completa enemistad con sus espíritus, disociados ambos entre sí.
En Manaus supe que mis antiguos prisioneros eran importantes
oficiales. Como muestra de gratitud por su rescate me dieron un
segundo nombre. Nara, Tatunca, mi primer nombre, significa «gran
serpiente de agua». Llevo este nombre desde que vencí a la criatura
más peligrosa del Gran Río. En el idioma de mi pueblo. Nara
significa «yo no sé». Ésta fue mi respuesta cuando los oficiales
blancos me preguntaron por el nombre de mi familia. Así es como
surgió el nombre Tatunca Nara: «gran serpiente de agua yo no sé».
Permanecí en la ciudad de los Blancos Bárbaros sólo por un corto
periodo de tiempo. Apenas una luna después de mi llegada, un
explorador de los Corazones Negros me trajo noticias de Akakor. Mi
padre, el príncipe Sinkaia, había sido gravemente herido en una
batalla contra soldados de los Blancos Bárbaros y exigía mi regreso
inmediato. Me despedí de los oficiales blancos y llegué a los
puestos de avanzada de mi pueblo a comienzos de la estación de las
lluvias del año 12.449. Unos días después, mi padre murió a
consecuencia de sus heridas.
Los Ugha Mongulala habían perdido a su caudillo, tal y como
está escrito en la crónica:
Sinkaia, el legítimo sucesor de Lhasa, el Hijo Elegido de los
Dioses, había muerto. Y los Guerreros Escogidos lloraron amargamente
por él. Entonaron el quejido de la luz, porque Sinkaia, el príncipe
de los príncipes, les había abandonado. No había cometido crimen
alguno ni puesto la injusticia en el lugar de la justicia. Había
sido un digno sucesor de Lhasa y había gobernado como él cuando el
viento vino desde el Sur, cuando el viento vino desde el Norte,
cuando el viento vino desde el Oeste y cuando el viento vino desde
el Este. Y así fue como Sinkaia entró en la segunda vida. Acompañado
por los lamentos de su pueblo, se elevó en el cielo oriental.
El nuevo príncipe
Tres días después de su muerte, Sinkaia, el legítimo príncipe de los
Servidores Escogidos, fue enterrado en el Gran Templo del Sol en Akakor inferior. Los sacerdotes depositaron su cuerpo, adornado de
oro y de joyas, en el nicho labrado que él mismo había esculpido con
sus propias manos sobre la roca. y lo emparedaron. Seguidamente, y
en presencia de los más fieles confidentes del príncipe, el sumo
sacerdote pronunció las palabras prescritas:
Dioses de los cielos y de la tierra que determináis y regís el
destino del hombre, Dioses de la permanencia y de la eternidad,
Príncipes de la eternidad, escuchad mi oración: aceptadle en vuestro territorio. No olvidéis sus actos, los
actos del gran príncipe Sinkaia. Porque su vida regresa a vosotros,
Dioses. Ahora obedece vuestras órdenes. Ya nunca os abandonará.
Permanecerá con vosotros, en el territorio de la eternidad, en el
territorio de la luz.
Durante el funeral del príncipe Sinkaia, signos ominosos aparecieron
en el cielo. Los guerreros de los Ugha Mongulala sufrieron fuertes
derrotas. La Tribu Aliada de los Comedores de Serpientes renunció a
Akakor y se puso al lado de los Blancos Bárbaros. La estación de las
lluvias llegó con tal violencia que ni siquiera los más ancianos
habían conocido nada igual. La desesperación y el temor se
extendieron entre las Tribus Escogidas. Bajo estos signos, el
consejo supremo se reunió para elegir al nuevo príncipe y legítimo
gobernador de los Ugha Mongulala. Siguiendo el legado de los Dioses,
fui citado ante la cámara del trono de las residencias subterráneas
y durante tres días y tres noches el consejo me interrogó sobre la
historia de las Tribus Escogidas. A continuación, el Sumo Sacerdote
me escoltó a las regiones secretas de Akakor inferior. Mi destino se
hallaba ahora en las manos de los Dioses.
Yo entré en el recinto religioso secreto al despuntar la mañana,
poco después de la salida del Sol. Envuelto en el traje dorado de Lhasa, descendí por una espaciosa escalera. Me condujo al interior
de una habitación, y ni aún ahora puedo decir si ésta era grande o
pequeña. El techo y las paredes eran de un color infinitamente
azulado. No tenían ni comienzo ni final. Sobre una losa de piedra
labrada había pan y una fuente de agua, los signos de la vida y de
la muerte. Siguiendo las instrucciones de los sacerdotes, me
arrodillé, comí del pan y bebí del agua. Un profundo silencio
reinaba en la habitación.
Repentinamente, una voz que parecía proceder de todas partes me
ordenó que me levantara y que entrara en la siguiente habitación,
que se parecía al Gran Templo del Sol. Sus paredes estaban
recubiertas de muchos y muy diversos instrumentos. Brillaban y
resplandecían en todos los colores. Tres grandes losas hundidas en
el suelo fosforecían como el hierro. Contemplé maravillado los
extraños instrumentos durante algún tiempo. Luego escuché una vez
más la misteriosa voz. Me llevó a una tercera habitación, aún más
profunda e interior.
Tan deslumbrados estaban mis ojos por la
brillante luz que tardé bastante tiempo en reconocer algo que ya
nunca olvidaré. En el centro de la habitación cuyas paredes
irradiaban la misteriosa luz se encontraban cuatro bloques de piedra
transparente. Cuando, lleno de temor, pude acercarme, descubrí en
ellos a cuatro misteriosas criaturas: cuatro muertos vivientes,
cuatro humanos durmientes, tres hombres y una mujer. Yacían en un
líquido que los cubría hasta el pecho. Eran como los humanos en
todos los aspectos, sólo que tenían seis dedos en las manos y seis
dedos en los pies.
No puedo recordar cuánto tiempo permanecí con los Dioses durmientes.
Sólo sé que la misma voz me ordenó que retornara a la primera
habitación. Me dio consejos llenos de sabiduría y me reveló el
futuro de las Tribus Escogidas. Pero la voz me prohibió que jamás
hablase sobre ello. Tras mi regreso del recinto religioso secreto
trece días después, el Sumo Sacerdote me saludó como el nuevo
legítimo gobernante de los Ugha Mongulala.
El pueblo estalló de
júbilo: yo había pasado la prueba de los Dioses. Sin embargo, la
alegría de los Servidores Escogidos apenas me alcanzaba a mí. Había
quedado profundamente impresionado por las misteriosas criaturas.
¿Estaban vivas o muertas? ¿Eran los Dioses? ¿Quién las había
colocado allí? Ni siquiera el Sumo Sacerdote conocía
la respuesta. El recinto religioso secreto de Akakor interior
contiene el conocimiento y la sabiduría de los Padres Antiguos. A
nosotros únicamente nos entregaron parte del legado. Ellos se
reservaron la verdad definitiva, el secreto real de sus vidas.
Así eran los Dioses. Poseían la razón, el conocimiento y la
perspicacia. Cuando miraban, todo lo veían: cada grano de polvo
sobre la tierra y en el cielo, e incluso las cosas ocultas más
distantes. Conocían el futuro, y planeaban según sus conocimientos.
Mirando por delante de la noche y de la oscuridad, protegían el
destino de la Humanidad.
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3 Tatunca Nara
1968 - 1970
El desarrollo de los grandes depósitos de petróleo existentes en las
regiones de la jungla del Perú preludió la tercera fase de la
exploración económica de la Amazonia por la civilización blanca.
Perú inició la colonización del territorio antiguamente virgen de la
provincia de Madre de Dios, y Brasil, por su parte, decidió la
construcción de la Transamazónica.
Este proceso aceleró aún más la
extinción de las tribus indias, que sucumbieron a las enfermedades
de los colonos blancos y perdieron sus últimos territorios.
Quinientos años después del descubrimiento de América, los ocho
millones de personas que en un tiempo poblaron los bosques habían
quedado reducidos a apenas 1 50.000 supervivientes.
El plan de los señores de la guerra
Cuando mi padre estaba todavía vivo, un día me enseñó la tierra en
el Este y en el Oeste, y no vi más pueblo que los Ugha Mongulala y
sus Tribus Aliadas. Transcurridos muchos años, volví a mirar de
nuevo, y observé que habían llegado pueblos extranjeros para
privarles de sus tierras a sus legítimos propietarios. ¿Por qué?
¿Por qué tienen que abandonar su país los Ugha Mongulala y vagar por
las montañas, deseando que los cielos los aplasten?
En un tiempo,
los Ugha Mongulala fueron un gran pueblo. Pocos sobreviven, y nada
poseen salvo una pequeña extensión de tierra en las montañas. Y
tienen todavía consigo la Crónica de Akakor, la historia escrita de
mi pueblo, el pueblo más antiguo de la Tierra. Hasta el presente, la
crónica no era conocida por los Blancos Bárbaros. Hoy la estoy
revelando para divulgar la verdad, porque éste es mi deber como
caudillo de las Tribus Aliadas y como príncipe del Pueblo Escogido.
Dos años habían pasado desde la muerte de Sinkaia, el príncipe
incomparable. Y los Servidores Escogidos se reunieron, junto con los
soldados alemanes y con las Tribus Aliadas. Todas las clases y razas
se habían congregado para celebrar consejo y buscar la manera de
salvar al pueblo. E incluso aquellos que no tenían casas y que
caminaban solitarios por los bosques, incluso éstos vinieron a
Akakor. Porque su necesidad era grande. El Sol brillaba, mas
débilmente. El cielo estaba cubierto de nubes. El pueblo vivía en la
pobreza, vagaba por los bosques, huyendo de sus enemigos. Alzó su
rostro al cielo e imploró a los Dioses. Solicitó su ayuda en la
lucha contra los Blancos Bárbaros.
Unos pocos meses después de que yo hubiera asumido el poder en
Akakor en el año 12.449 (1968), encendióse de nuevo y con renovada
fuerza la lucha en la frontera occidental. Nuestros enemigos hablan
atacado a la Tribu Aliada de los Corazones Negros y hablan cogido
prisionero a su caudillo. Creían de esta forma que así podrían
desanimar a sus guerreros y forzarles a renunciar a la alianza con
Akakor. Pero una vez mas. los Blancos Bárbaros se equivocaban. A
pesar de sus crueles torturas, no pudieron someter a los guerreros
de esta última y todavía leal aliada. Allí donde un Ugha Mongulala
caía prisionero. éste seguía la regla de los señores de la guerra;
encomendaba entonces su vida a los Dioses y fallecía.
Para impedir el descubrimiento de Akakor por los aeroplanos. di
órdenes de camuflar todos los templos, palacios y casas con bambú y
con esteras de bejucos. Mandé destruir las torres de vigilancia
situadas en los exteriores de Akakor y sustituirlas por trampas.
Transcurridas unas lunas, hasta tal punto había sido cubierta la
capital por los bosques que incluso las Tribus Aliadas tenían
dificultades para localizarla. El acceso a Akakor quedaba así
completamente cerrado para los cazadores y buscadores blancos. En
sus correrías no en contrarían más que ruinas abandonadas.
Sospecharían que era obra de los espíritus malignos y se retirarían
detrás de la frontera en la Gran Catarata.
Pero los «espíritus malignos» no habitaban en los bosques: habitaban
en Akakor. Los señores de la guerra y los dirigentes de los soldados
alemanes observaron con temor el creciente poder de los Blancos
Bárbaros y planearon una campaña contra Cuzco, dentro del territorio
enemigo. Ya habían iniciado los preparativos necesarios. Las Tribus
Aliadas estaban así mismo preparadas. Faltaba únicamente por
recibirse la aprobación del príncipe, tal y como prescribe el legado de los Dioses.
Pese a la insistencia de los soldados alemanes y de los señores de
la guerra, rechacé el plan de guerra. Mi experiencia en Manaus me
había convencido de la inutilidad de semejante empresa.
Nuestros
enemigos eran demasiado numerosos. Mi pueblo no estaba preparado
para su falsedad y su astucia. Además, temía que la lucha se
prolongase. El secreto de Akakor estaba en peligro. De modo que
envié a los impacientes guerreros y a los dirigentes de los soldados
alemanes a las peligrosas fronteras y traté de establecer un
contacto más estrecho con los sacerdotes para reforzar así mi
posición como príncipe. Tampoco ellos creían en el éxito de una
guerra formal y aconsejaban una lenta retirada hacia el interior de
las residencias subterráneas de los Dioses. Mas yo no había perdido
aún todas las esperanzas.
Dado que todas mis acciones militares
habían sido coronadas por el éxito, ahora intentaría conseguir la
paz.
El sumo sacerdote
de los Blancos Bárbaros
Así está escrito en la Crónica de Akakor:
Grande era la miseria de los Servidores Escogidos. El Sol requemaba
la tierra; en los campos se secaban los frutos. Una terrible sequía
se extendió. Las personas morían hambrientas en las montañas y en
los valles, en las llanuras y en los bosques. En esto parecía
consistir el destino de los Servidores Escogidos: en ser
extinguidos, en ser barridos de la faz de la tierra. Ésta parecía
ser la voluntad de los Dioses, quienes ya no se acordaban de sus
hermanos de la misma sangre y del mismo padre.
El año 12.450 (1969) contempló el comienzo de una terrible sequía.
La estación de las lluvias se retrasó en varias lunas. El gamo se
retiró a las regiones del nacimiento de los ríos. En los campos se
secaban las semillas. Para salvar a mi pueblo de la muerte por
hambre, adopté una decisión desesperada. De acuerdo con los
sacerdotes, mas sin el conocimiento ni del consejo supremo ni de los
señores de la guerra, partí para ponerme en contacto con los Blancos
Bárbaros.
Vestido con las ropas de los soldados alemanes, abandoné Akakor y después de un laborioso viaje, llegué a Río Branco. una de
sus grandes ciudades, situada en la frontera entre Brasil y Solivia.
Aquí me dirigí al sumo sacerdote de los Blancos Bárbaros, a quien
había conocido por intermedio de los doce oficiales blancos. Le
revelé el secreto de Akakor y le hablé sobre la miserable situación
de mi pueblo. Como prueba de mi historia, le entregue dos documentos
de los Dioses, y éstos convencieron definitivamente al sumo
sacerdote blanco. Accedió a mi petición y regresó conmigo a Akakor.
La llegada a Akakor del sumo sacerdote blanco provocó violentas
discusiones con el consejo supremo. Los ancianos y los señores de la
guerra rechazaron todo contacto con él. Para evitar cualquier
posible traición, exigieron incluso su cautividad. Solamente los
sacerdotes estaban preparados para discutir una paz justa. Después
de argumentaciones infinitas, el consejo supremo concedió al sumo
sacerdote blanco un período de seis meses, durante el cual expondría
a su propio pueblo la terrible situación de los Ugha Mongulala. Para
que pudiera reforzar su historia, le fueron entregados varios
escritos de los Padres Antiguos. Si no lograba convencer a los
Blancos
Bárbaros, tenía la obligación de devolver los documentos a Akakor.
Durante seis meses, nuestros exploradores esperaron en el lugar
acordado para el encuentro en la zona alta del Río Rojo. El sumo
sacerdote blanco no regresó. (Algún tiempo después me enteraría de
que había muerto en un accidente de aviación. De todos modos, había
enviado los documentos a una lejana ciudad llamada Roma. Esto es lo
que, en cualquier caso, dijeron sus servidores.) Una vez que el
plazo acordado hubo expirado, convoqué al consejo supremo para
discutir el destino de mi pueblo. Los ancianos y los sacerdotes
estaban contrariados y exigían la guerra. Y una vez más, yo me
negué. Rechacé su decisión gracias a mi derecho a tres vetos como
príncipe de los Ugha Mongulala. Lo que el sumo sacerdote blanco no
había conseguido, lo trataría de lograr yo mismo.
Esta es la despedida de Tatunca, el legítimo príncipe de las Tribus
Escogidas. Él era fuerte, él dejó su pueblo. Como la gran serpiente
de agua, se acercó silenciosamente al enemigo.
Partió solo,
protegido por las oraciones de los sacerdotes en el Gran Templo del
Sol:
«¡Oh, Dioses! Defendedle contra sus enemigos en este tiempo de
oscuridad, en esta noche de sombras malignas. Ojalá no desfallezca.
Ojalá que venza el odio de los Blancos Bárbaros y supere su falsedad
y su astucia. Porque el Pueblo Escogido desea la paz».
Y Tatunca
partió por el difícil camino. Acompañado por la mirada de los
Dioses, descendió hasta las cañadas, cruzó el veloz río y no
tropezó. Alcanzó la otra orilla. Siguió adelante hasta que llegó al
lugar donde los Blancos Bárbaros han edificado sus casas hechas de
argamasa y de caliza.
Tatunca Nara en el país de los Blancos Bárbaros
En el año 12.451 (1970) pasé ocho lunas en el territorio de nuestro
peor enemigo. Nunca lo olvidaré. Fue la experiencia más amarga de mi
vida y me mostró claramente cuan diferentes son los corazones de los
dos pueblos. Para los Blancos Bárbaros únicamente cuentan el poder y
la violencia. Sus pensamientos son tan intrincados como los
matorrales de las Grandes Ciénagas, en las que nada verde y fértil
puede crecer. Pero los Ugha Mongulala viven de acuerdo con el legado
de los Dioses. Y éstos asignaron a cada tribu y a cada pueblo un
lugar adecuado y una tierra suficiente para su supervivencia.
Trajeron la luz a la humanidad para su iluminación y para extender
su sabiduría y su conocimiento.
La comprensión de la inflexibilidad de los Blancos Bárbaros fue lo
más difícil de soportar, dado que mis primeros contactos parecían
haber tenido éxito. Los oficiales que yo había rescatado
intercedieron por mi y fui presentado a un alto funciona río
brasileño. Le hablé sobre la miseria de mi pueblo y le pedí ayuda.
El dirigente blanco me escuchó lleno de sorpresa y prometió
transmitir mi informe. Mientras tanto, me envió a Manaus, donde
habría de esperar la decisión del consejo supremo del Brasil.
Durante tres meses viví en un campamento de soldados de los Blancos
Bárbaros. Eran hombres bien entrenados que conocían la vida en los
ríos y en la inmensidad de las lianas. Salían regularmente de
campaña hasta los más alejados territorios del imperio. Por ellos
supe y para mi desgracia que los Blancos Bárbaros estaban peleando
en prácticamente todas
las fronteras. En el Mato Grosso lucharon contra la Tribu de los
Caminantes. En las regiones del nacimiento del Gran Río estaban
incendiando los asentamientos de la Tribu de los Espíritus Malignos.
En el país de los Akahim atacaron a las tribus salvajes y las
empujaron hacia el interior de las montañas.
No había olvidado aún las terribles descripciones de los soldados
blancos cuando fui llamado a la capital del Brasil. Aquí volví a
exponer de nuevo la desesperación y la miseria de mi pueblo. Revelé
la historia de los Ugha Mongulala a los supremos dirigentes de los
Blancos Bárbaros. Mis oyentes estaban sorprendidos. Comprobarían mi
informe y asimismo me pondrían en contacto con un representante
alemán. Éste me recibió con amabilidad y me escuchó con atención.
Pero después dijo que no podía creer mi historia porque nunca había
habido en Brasil una invasión de 2.000 soldados alemanes. Ni
siquiera los nombres que le cité pudieron convencerle. Impaciente,
me sugirió que pusiera el destino de mi pueblo en manos de los
Blancos Bárbaros.
Apenas han transcurrido dos años desde esta conversación. Solamente
en la frontera entre Bolivia y Brasil, siete Tribus Aliadas han sido
exterminadas por los Blancos Bárbaros, entre ellas los orgullosos
guerreros de los Corazones Negros y de la Gran Voz. Cuatro tribus
salvajes han huido al interior de la región del nacimiento del Río
Rojo para escapar a la extinción. La tercera parte de mi pueblo ha
caído víctima de las armas de los Blancos Bárbaros. ¿Es esto lo que
el representante alemán quería decir cuando me aconsejó que pusiera
el destino de mi pueblo en manos de los Blancos Bárbaros?
Así son los Blancos Bárbaros. Sus corazones están llenos de odio.
Crueles son sus actos. No muestran comprensión. Tienen rostro
envidioso y dos corazones, uno
blanco y uno negro al mismo tiempo. Codician la riqueza y el poder.
Planean el mal contra las Tribus Escogidas, que no les han hecho
daño alguno. Pero los Dioses son justos y castigarán a aquellos que
infringen su legado. Los Blancos Bárbaros pagarán caro por sus
crímenes. Expiarán sus pecados. Porque el círculo se está cerrando.
Signos ominosos se muestran en el cielo. La tercera Gran Catástrofe,
que los destruirá como el agua destruye al fuego y la luz destruye
la oscuridad, ya no está lejos.
Ya habían pasado siete lunas en el territorio de los Blancos
Bárbaros. Entonces uno de sus dirigentes me dijo que él me
acompañaría hasta la Gran Catarata, a veinte horas de camino de Akakor. Aquí deseaba establecer el primer contacto con mi pueblo; y
para un año después se planearía una expedición de un grupo más
numeroso de soldados blancos a la capital de los Ugha Mongulala.
Esto me daría a mi tiempo para preparar a mi pueblo para su llegada.
Me sentía feliz; mi misión parecía cumplida. Pero una vez más los
Blancos Bárbaros mostraron sus malvados corazones.
Rompieron el
acuerdo que ellos mismos me habían sugerido y me arrestaron en Río
Branco. Ataron al príncipe de las Tribus Escogidas, al supremo
servidor de los Dioses, como un animal salvaje y lo tuvieron cautivo
en una gran casa de piedra. He de dar gracias a los Dioses porque
lograra escapar. Ellos me dieron la fuerza para librarme de mis
ligaduras. Golpeé a mis confiados guardianes y huí. Ocho lunas
después de mi partida regresé a Akakor con las manos vacías,
decepcionado por las mentiras de los Blancos Bárbaros.
Y los sacerdotes se reunieron. Durante trece días ayunaron en el Gran Templo del Sol. Estaban dispuestos a sacrificar sus
vidas, a ofrendar sus corazones por sus hijos, por sus esposas y por
sus descendientes. Deseaban morir por su pueblo. Este era el precio
que estaban preparados para pagar. Esta era la responsabilidad que
estaban dispuestos a asumir para salvar a las Tribus Escogidas.
Los Ugha Mongulala no aceptaron el sacrificio ofrecido por los
sacerdotes. Durante 12.000 años han repudiado los sacrificios
humanos y han mantenido las leyes de los Maestros Antiguos, de las
que nunca deberán desviarse.
Porque son leyes eternas que determinan
la vida de todo el pueblo de los Servidores Escogidos y asignan a
cada individuo una función en la comunidad, tal y como está escrito
en la Crónica de Akakor, con buenas palabras, con lenguaje claro:
Ocurrió hace un tiempo infinitamente largo. Una piedra del pavimento
estaba colocada en el camino que conducía al Gran Templo del Sol.
Veía pasar a todas las personas que pisaban por encima de ella
cuando iban a hacer ofrendas a los Dioses. Veía pasar a personas que
procedían de las cuatro esquinas del universo. Y a la piedra del
pavimento le sobrevino un deseo vehemente. Y cuando el Sumo
Sacerdote pisaba por encima de ella, le pidió piernas. Mucho se
sorprendió el Sumo Sacerdote.
Pero el hombre sabio, el mago, el
señor de todas las cosas, púsole piernas. Diole cuatro piernas que
nunca pararían de moverse. Y la piedra del pavimento partió. Vagó
por aquí y por allá, por montañas y valles, a través de bosques y
de llanuras, hasta que lo hubo visto todo y se hubo cansado de
mirar. Así que regresó al Gran Templo del
Sol. Y cuando llegó a su antiguo lugar, observó que su sitio ya
había sido ocupado. Y su corazón se entristeció y lloró amargas
lágrimas. Y la piedra del pavimento reconoció la verdad: sólo aquel
que cumple sus deberes para con la comunidad cumple las leyes de los
Dioses.
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4 El regreso de los Dioses
1970 hasta el presente
El mundo está lleno de escepticismo y de incertidumbre. Están
produciéndose cambios en todas las esferas del conocimiento que
amenazan cambios en todas las esferas de los sistemas políticos y
económicos hasta ahora válidos. Los stocks de bombas atómicas y de
hidrógeno son suficientes para destruir toda la vida sobre la
Tierra. La creciente escasez de materias primas ha llevado al asalto
final de las últimas regiones inexploradas.
En la Amazonia, las
carreteras troncales y los aeropuertos han sentado las bases
necesarias para la exploración de las enormes regiones de bosques
vírgenes, restringiendo aún más el espacio vital de la población
nativa. Según las estimaciones de FUNAI, Servicio de Protección
India del Gobierno Brasileño, apenas 10.000 indios de los bosques
verán el año 1985.
La muerte del Sumo Sacerdote
Cuando un hombre no tiene mucho que perder y todos los Caminos hacia
el futuro parecen cegados, se vuelve hacia el pasado. Esto es lo que
yo he hecho al revelar el secreto de! pueblo más antiguo sobre la
Tierra. Pero los Blancos Bárbaros no creyeron en mis palabras. Como
hormigas que todo lo destruyen, nos arrebatan la poca tierra que aún
nos queda. Y de este modo los Ugha Mongulala se están preparando
para su extinción. Porque el final está cerca; el círculo se está
cerrando. La tercera Gran Catástrofe se acerca.
Entonces regresarán
los Dioses, tal y como está escrito en la crónica:
«¡Ay de nosotros! El final está cerca. Hemos llegado a una triste
situación. ¿Qué es lo que los Senadores Escogidos han hecho para
caer tan bajo? Oh, que los Maestros Antiguos regresen.» Así hablaban
los hombres en el consejo supremo. Hablaban con tristeza y con pena,
con suspiros y con lágrimas. Porque el tiempo se acercaba a su
conclusión. Nubes negras cubrían el sol. Un velo ensombrecía la
estrella de la mañana. Y el Sumo Sacerdote se inclinó ante el espejo
dorado. Así fue cómo habló en el Gran Templo del Sol:
«¿Quiénes son
estas personas? ¿Quién las envía? ¿De dónde vienen? Verdaderamente,
nuestros corazones están pesarosos, porque lo que ellos hacen es
malvado. Sus pensamientos son crueles. Sus existencias, llenas de
amenaza. Pero si nos fuerzan a luchar, lucharemos. Lanza en mano,
confiando en el arco y en la flecha, moriremos como los servidores
de los Maestros Antiguos, que pronto regresarán para vengarnos».
En el año 12.452 (1971), unas pocas lunas después de mi regreso a
Akakor, los Ugha Mongulala fueron visitados por otro desastre más:
Magus, el Sumo Sacerdote, había muerto. Se había desplomado tras una
reunión del consejo supremo, abrumado por la pena y por su
conocimiento del inminente peligro. Su muerte era como un signo
ominoso para los Ugha Mongulala, una indicación de que se acercaba
el fin. Acosados por los Blancos Bárbaros que avanzaban, perdían el
valor y su fe en el legado de los Maestros Antiguos.
Las ceremonias de duelo de Magus, el Sumo Sacerdote de las Tribus
Escogidas, duraron tres días. Los sacerdotes se congregaron en el
Gran Templo del Sol y prepararon su cuerpo para el viaje hacia la
segunda vida. Lo envolvieron en un fino traje y lo trasladaron a la
piedra de consagración situada delante del espejo dorado, el ojo de
los Dioses. A sus pies colocaron una hogaza de pan y una fuente de
agua, los signos de la vida y de la muerte. Los ancianos ofrecieron
incienso, miel de abejas y fruta madura.
Los señores de la guerra
recordaron la sabiduría y las acciones del que partía. Seguidamente
los sacerdotes introdujeron su cuerpo en la cámara funeraria
dispuesta al efecto en la parte delantera del Gran Templo del Sol.
Durante tres días, el pueblo desfiló ante Magus y, con pena y con
tristeza, se despidió de él. A la mañana siguiente, antes de que los
rayos del sol hubieran tocado la tierra, los sacerdotes clausuraron
la tumba. Magus, el sabio Sumo Sacerdote que había predicho todas
las guerras y a quien todas las cosas le habían sido reveladas,
había vuelto con los Dioses.
Ahora hablaremos de Magus. Su memoria perdurará para siempre en los
corazones del Pueblo Escogido, pues sólo hizo aquello que era justo
y verdadero. Todo lo que
era falso y confuso era desconocido de su corazón. Dedicó su vida a
los Dioses. Era un maestro del conocímiento. Cada parte de su
cuerpo estaba llena de sabiduría y de verdad. Conocía el equilibrio
de todas las cosas. Podía leer en los corazones de todos los
hombres, y comprendía las leyes de la naturaleza. Sus actos no
estaban sujetos a la influencia de la hora. No conocía ni la
ambición ni la envidia. Obedeciendo las leyes de los Dioses,
completó el círculo.
Y a ellos se ofreció en la hora cíe ¡a muerte
que es irrevocable, como lo es el sol al amanecer que determina la
vida del hombre.
La retirada al interior
de las residencias subterráneas
Magus, el Sumo Sacerdote de los Ugha Mongulala, había muerto. Según
el legado de los Dioses, su posición pasaba a su hijo primogénito.
Éste, al igual que el príncipe, hubo de superar una severa prueba
del consejo supremo y hablar con los Dioses. A los trece días, Uno.
el hijo primogénito de Magus. regresó al Gran Templo del Sol. Los
ancianos le confirmaron como el nuevo Sumo Sacerdote. Las leyes de
Lhasa habían sido cumplidas.
Convoqué al consejo supremo para decidir sobre el futuro de las
Tribus Escogidas. La reunión fue breve. Unánimemente, los ancianos
decidieron trasladarse al interior de las residencias subterráneas
de los Dioses.
Fue así como los Ugha Mongulala regresaron al mismo lugar en el que
sus antepasados habían sobrevivido ya a dos Grandes Catástrofes. Los
hombres se lamentaban a medida
que abandonaban sus casas y cortaban todo contacto con el mundo
exterior. Con su pólvora negra, los soldados alemanes destruyeron
los templos, los palacios y los edificios de Akakor. Los guerreros
incendiaron las últimas aldeas y poblados. No dejaron signo alguno,
ninguna huella que pudiera indicar el camino hacia Akakor.
Abandonaron incluso las pocas bases que aún quedaban en la región
del nacimiento del Gran Río. A las Tribus Aliadas se les ofreció la
opción de unirse a los Ugha Mongulala o de interrumpir las
relaciones. De las siete tribus, seis decidieron continuar en sus
antiguos territorios tribales. Únicamente la Tribu de los Comedores
de Serpientes acompañó a mi pueblo al interior de las residencias
subterráneas. Fue recibida con todos los honores y a su caudillo le
fue ofrecido un asiento en el consejo supremo como muestra de
gratitud por su lealtad hacia los Ugha Mongulala y hacia el legado
de los Dioses.
La retirada está completa. Los Servidores Escogidos se retiraron a
las residencias subterráneas para esperar el regreso de los Dioses.
Entonces sus corazones descansaron. Y hablaron a sus hijos sobre los
días del pasado y sobre la gloria de los Dioses, sobre los poderosos
magos que crearon las montañas y los valles, las aguas y la tierra.
Le hablaron sobre los señores del cielo que son de la misma sangre y
tienen el mismo padre.
Desde que los Servidores Escogidos se retiraron a las residencias
subterráneas en el año 12.452 (1971), únicamente 5.000 guerreros
permanecen en el exterior. Éstos cultivan los campos, introducen las
cosechas, e informan además al consejo sobre el avance de los
Blancos Bárbaros. Pero les ha sido prohibido luchar. Cuando el
enemigo aparece, ellos deben retirarse para preservar el secreto de las residencias subterráneas.
Treinta mil personas están viviendo en las subterráneas Akakor, Bodo
y Kish. Las otras ciudades están desiertas o, como Mu, llenas de
viandas y de material de guerra. La luz artificial todavía ilumina
las trece ciudades de los Dioses. El aire para respirar se filtra a
través de las paredes. Las grandes puertas de piedra todavía pueden
ser movidas tan suavemente como hace 10.000 años. Tras la retirada,
los soldados alemanes trataron de resolver el misterio de Akakor
inferior. Midieron el túnel e hicieron mapas exactos.
A petición de sus dirigentes, yo mismo les abrí el recinto secreto
situado debajo del Gran Templo del Sol. Aquí los soldados alemanes
descubrieron extraños instrumentos y herramientas de los Dioses que se semejaban
a sus propios aparatos. Su impresión era que los Padres Antiguos
habían abandonado las residencias de los Dioses en una huida
precipitada. Pero, de todos modos, nuestros aliados no pudieron
explicar el secreto de Akakor inferior. Porque los Dioses
construyeron las ciudades según sus propios planes, que son
desconocidos para nosotros. Solamente cuando ellos regresen
comprenderán los humanos sus trabajos y sus actos.
Los soldados alemanes ya están resignados a permanecer con nosotros.
Han envejecido o han muerto. Sus hijos piensan y sienten como los
Ugha Mongulala y viven según el legado de los Dioses. Los sacerdotes
celebran los servicios de consagración en el Gran Templo del Sol. El
pueblo ordinario fabrica objetos para su uso diario. Los
funcionarios del príncipe mantienen las comunicaciones con Bodo y
con Kish. Es ésta una época de aprendizaje y de contemplación.
Todo
el pueblo vive de sus memorias, y sus corazones están pesarosos
cuando piensan en los gloriosos días de Lhasa. Nada les queda ahora
salvo la esperanza de protegerse del asalto de los Blancos
Bárbaros sobre las residencias subterráneas. Y tienen la certeza de
que los Dioses pronto regresarán, tal y como prometieron a su
partida.
El regreso de los Dioses
Si los Ugha Mongulala fueran un pueblo como cualquier otro, hace ya
tiempo que su destino se habría cumplido. Pero ellos son los
Servidores Escogidos de los Dioses y confían en su milenario legado.
Viven de acuerdo con las leyes de los Padres Antiguos incluso en las
épocas en las que la necesidad es más acuciante.
Esto les autoriza
para juzgar a los Blancos Bárbaros y avisar a la Humanidad, tal y
como está escrito en la Crónica de Akakor:
Pueblos de los bosques, de las llanuras y de las montañas, escuchad:
los Blancos Bárbaros se están volviendo locos. Se matan los unos a
los otros. Todo es sangre, terror y perdición. La luz de la Tierra
está próxima a extinguirse. La oscuridad cubre los caminos. Los
únicos sonidos que se escuchan son el aletear de los búhos y el
chillar del gran pájaro de los bosques. Hemos de mantenernos fuertes
contra ellos. Cuando uno de ellos se acerque, extended vuestras
manos.
Rechazadle y gritadle:
«Calla, tú el de la potente voz. Tus
palabras son sólo como el retumbar del trueno, nada más. Manténte
alejado de nosotros, tú con tus placeres y tus ambiciones, con tu
codicia de riquezas, con tu avaricia de ser más que quien tienes a
tu lado, con todas tus acciones sin sentido, con la torpeza de tus
manos, con tu curiosidad
en el pensamiento y en el conocimiento, que en realidad nada conoce.
Nada de eso necesitamos nosotros. Estamos contentos con el legado de
los Dioses, cuya luz no nos deslumbra ni nos confunde, sino que en
cambio ilumina todos los caminos para que podamos absorber toda su
gran sabiduría y vivir como humanos».
Yo lo recuerdo. Fue en el año 12.449 cuando por primera vez visité
la tierra de los Blancos Bárbaros. Una y otra vez. los soldados me
preguntaban las mismas cuestiones. Hablaban sobre la vida de los
pueblos del Gran Río, sobre su supuesta pereza y sus supuestos
vicios. Los salvajes, así me dijeron ellos, son congénitamente
estúpidos, astutos y falsos. Tienen poco espíritu y carecen de
nervio. Se matan los unos a los otros por el placer de matarse. Así
era cómo los Blancos Bárbaros hablaban sobre unos pueblos que ya
poseían leyes escritas cuando ellos todavía caminaban por los
bosques en todas las direcciones, tal y como está escrito en la
crónica. Pero yo acepté su maldita conversación; atesoré sus
palabras dentro de mí como el explorador que recuerda las huellas de
sus enemigos.
Mas en las ocho lunas que yo pasé en el país de los Blancos
Bárbaros, no encontré nada que pudiera ser útil para mi pueblo.
Cierto que ellos también han cultivado los campos y construido
ciudades, que han trazado carreteras e inventado poderosos
instrumentos que ningún Ugha Mongulala puede comprender. Pero
desconocen el legado de los Dioses. Con sus falsas creencias, los
Blancos Bárbaros están destruyendo su propio mundo. Hasta tal punto
están cegados que ni siquiera reconocen su origen. Porque sólo aquel
que conoce su pasado puede encontrar el camino del futuro.
Los Ugha Mongulala conocen su pasado, escrito en la Crónica de Akakor. Por tanto también conocen su futuro. Según las
profecías de los sacerdotes, en el año 12.462 (1981) sobrevendrá una
tercera Gran Catástrofe que destruirá la Tierra. La catástrofe se
iniciará allí donde Samón estableciera su gran imperio. En este país
estallará una guerra que lentamente se irá extendiendo por toda la
Tierra. Los Blancos Bárbaros se destruirán los unos a los otros con
armas mas brillantes que mil soles. Solamente unos pocos
sobrevivirán a las grandes tempestades de fuego, y entre ellos se
encontrará el pueblo de los Ugha Mongulala que se ha refugiado en
las residencias subterráneas.
Esto es, en cualquier caso, lo que
dicen los sacerdotes, y así lo han escrito en la crónica:
Un terrible destino le espera a la Humanidad. Una conmoción se
producirá y las montañas y los valles temblarán. La sangre caerá
desde el cielo y la carne del hombre se contraerá y se volverá fofa.
Las personas estarán sin fuerza y sin movimiento. Perderán la razón.
Ya no podrán mirar más hacia atrás. Sus cuerpos se desintegrarán.
Así será cómo los Blancos Bárbaros recogerán la cosecha de sus
actos.
El bosque se llenará de sus sombras, agitadas por el dolor y
por la desesperación. Entonces regresarán los Dioses, llenos de
pesar, por el pueblo que olvidó su legado. Y surgirá un nuevo mundo
en el que los hombres, los animales y las plantas vivirán juntos en
una unión sagrada. Entonces comenzará la nueva Edad de Oro.
Con ello concluye la Crónica de Akakor
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