APÉNDICE
 


Explicaciones suplementarias, ejemplos y referencias
 


El origen del hombre latinoamericano

Todo empezó con Cristóbal Colón. Cuando el navegante italiano descubrió el nuevo mundo a finales del siglo XV, estableció contacto con unos pueblos completamente desconocidos hasta entonces. Dado que Colón y sus compañeros habían estado buscando el camino de las Indias Occidentales, estaban convencidos de que los nativos eran los indios. Pese a que el error sería corregido poco después, el nombre se conservó. En los últimos 500 años, los hallazgos arqueológicos y las investigaciones etnológicas han dado lugar a las más extravagantes teorías acerca del origen del hombre americano.

 

Gregorio García, funcionario de la Inquisición Española, incluso suponía que los habitantes del Nuevo Mundo eran de origen bíblico. Se creía que un hijo de Noé, Isabel, había poblado América hasta Perú mientras que otro de sus hijos, Jobal, se había establecido en Brasil. (Esta leyenda sudamericana es obviamente una versión de la historia de Noé.)

 

En el siglo XVII García escribía:

«Los nativos no reconocen a Jesucristo. No nos están agradecidos por el bien que les hacemos. Por tanto, únicamente pueden ser infieles».

Las explicaciones de algunos autores populares no son menos imaginativas. Éstos relacionan el origen de la población nativa de América con el legendario continente de la Atlántida, el cual, según el filósofo griego Platón, quedó sumergido en el año 9500 a. de C. Los proponentes de varias oleadas migratorias desde Egipto, Asia Menor y Europa pertenecen al mismo grupo.

Walter Raleigh cambió el nombre del príncipe de los incas, Manco Capác, por el de Inglés Capác. Por su parte, los seguidores del sabio alemán Wegener creen en el origen africano de la población indígena americana. En un tiempo en el que África y América estaban unidas, los indios habrían llegado a la Amazonia a pie.

Existe una evidencia histórica mayor para la teoría del especialista germano-boliviano Posnansky. Después de veinte años de investigaciones en las ruinas bolivianas de Tiahuanaco, llegó a la conclusión de que los primeros americanos se desarrollaron en el continente con independencia de los pueblos europeos y asiáticos. Posteriormente, el investigador británico Fawcett apoyó la teoría de Posnansky, considerando que Tiahuanaco era uno de los numerosos asentamientos de un poderoso imperio de los bosques.

En la actualidad, los especialistas están divididos en dos escuelas claramente separadas: los que proponen una migración desde Asia a través del estrecho de Bering, y los que creen en el desarrollo autónomo del hombre americano. Ambos grupos han presentado innumerables pruebas científicas, pero que, sin embargo, no han contribuido a clarificar los dos problemas básicos: ¿Dónde se desarrollaron las primeras naciones americanas?, y ¿cuál fue el proceso del desarrollo diferenciado de la población nativa que alcanzó su apoteosis cultural y política con los imperios azteca, maya e inca?

Estas preguntas apenas pueden ser contestadas científicamente, ya que se carece de eslabones esenciales en la cadena de evidencias. Lo que se ha establecido es que en un período muy inicial, hace probablemente más de 10.000 años, varias tribus gobernaban América y que éstas debían tener el mismo origen o estaban en comunicación las unas con las otras. Esto lo sabemos por los hallazgos arqueológicos de los misteriosos sambaquis, los enterramientos funerarios de los indios de América del Norte y de América del Sur.

 

Una evidencia adicional nos la pueden proporcionar los antiguos ritos mortuorios de los incas y de los mayas. Mas para todas estas coincidencias no existe explicación alguna, a no ser que nos sumerjamos en las leyendas y sagas de estos pueblos.
 


Mitos y leyendas mayas

Según el Chilam Balam, el libro de los sacerdotes del jaguar, de los mayas, la historia comienza en el año 3113 a. de C. El especialista alemán en temas mayas Wolfgang Cordan relaciona esta fecha con un misterioso acontecimiento histórico de gran importancia. La historiografía tradicional, sin embargo, únicamente la menciona como una curiosidad del complicado calendario maya. De una manera bastante sorprendente, las tradiciones escritas de las naciones de América Central coinciden con las leyendas de los indios de la jungla. Los toltecas y los mayas hablan sobre la aparición de dioses y de héroes, quienes, sin esfuerzo aparente, realizaban actos extraordinarios.

 

Los aruak de la Amazonia describen asimismo la llegada y partida de portadores de frutas cubiertos con extrañas máscaras. Algún acontecimiento histórico similar parece haber influenciado a todos los pueblos que vivían en aquel tiempo. De ello somos conscientes en la actualidad, y aunque pueda presentarse envuelto en un manto de mitología, se basa indudablemente en hechos reales.

La única relación directa entre la historia comprensible y los mitos latinoamericanos se encuentra en las leyendas de los quiche-maya y de los ugha mongulala, salvo en que sus tradiciones se refieren distintamente a Dioses-Reyes y a Padres Antiguos poseedores de unas asombrosas cualidades físicas. Son éstos los descendientes de una misteriosa raza estelar; seres muy superiores a los hombres y que tras su muerte entran en una segunda vida que les está vetada a los mortales ordinarios.

«Si quieres convertirte en un Dios», dice el Chilam Balam de los quiche-maya, «hazte merecedor de ello. Tu existencia terrena y tu conducta deben estar en armonía con la voluntad de los Dioses. Debes seguir las leyes éticas del cosmos. Sólo así los Dioses no se sentirán avergonzados ante tu presencia y hablarás con ellos como su igual».

En la Crónica de Akakor, los «Maestros Antiguos que nosotros llamamos Dioses» vinieron a la Tierra hacia el año 3.000 a. de C. y la modelaron a su imagen. A los hombres les dieron nombres, idioma y escritura; les enseñaron unas elementales leyes agrícolas y políticas que en parte se han mantenido en vigor hasta la actualidad; y, asimismo, los trasladaron a las residencias subterráneas como una protección contra una inminente catástrofe. Así es como lo recoge la crónica. Las tradiciones orales y escritas de los pueblos más antiguos son invariablemente comparables.

 

En un tiempo, hace más de 10.000 años, una o varias naciones altamente civilizadas habitaban en la Tierra, dominaban a los pueblos indígenas y realizaban actos que dependían de unos asombrosos cálculos matemáticos. Según el Libro de los Muertos de los egipcios, el Edda de los celtas y el libro secreto indio Mahabharata, incluso transfirieron a los hombres de un planeta a otro.

 

Fueron asimismo las responsables del nacimiento de los primeros centros de civilización, en los cuales posteriormente se desarrollarían las altas culturas.
 


Las trece residencias subterráneas

Al margen de como contemplemos las memorias y tradiciones míticas, lo cierto es que resuelven los misterios de la prehistoria terrestre y humana, y que explican por sí mismas algunas evidencias arqueológicas bastante problemáticas. El desierto costero de Nazca, en Perú, está lleno de dibujos gigantescos que miden varios kilómetros, cruzados por rayas y líneas de figuras geométricas. En su minuciosa exploración de la antigua ciudad religiosa de Tiahuanaco, Posnansky descubrió por toda la ciudad unas extrañas cámaras subterráneas y cuyas gruesas paredes se ajustaban con precisión. En la impresionante fortaleza montañosa de Sacsahuamán, en las cercanías de Cuzco, se encuentran bloques de piedra que pesan varias toneladas y que ajustan milimétricamente.

 

El cronista español Montesinos adscribe su construcción a una poderosa nación desaparecida hace muchas épocas. En opinión de los americanistas, la fortaleza está construida en el llamado estilo inca-imperial, dominante hacia los años 1480 a 1530. Según la Crónica de Akakor, los Padres Antiguos construyeron hace más de 10.000 años gigantescas ciudades de piedra, entre las que se encontraban las trece residencias subterráneas y los túneles trapezoidales que atraviesan la región amazónica.

 

Hasta el momento, las ciudades subterráneas únicamente han aparecido en mitos y en leyendas. La tradición tibetana habla del reino subterráneo de Agarthie. Los indios de América del Norte conocen la existencia de enormes cuevas en las que se guardaban y cuidaban los pájaros de trueno de los dioses. Los túneles subterráneos han sido descubiertos por todo el mundo.

En Perú y Bolivia, los especialistas y los exploradores han encontrado enormes pasadizos de piedra cuya construcción sería difícil incluso con los conocimientos técnicos actuales. En la peruana Serie documental del Perú incluso se describe una expedición que en 1923 emprendieron miembros de la universidad de Lima. Acompañados por expertos espeleólogos, los científicos penetraron desde Cuzco en los túneles trapezoidales. Tomaron medidas de la abertura subterránea y avanzaron en dirección a la costa.

 

Repentinamente, las comunicaciones con el punto de entrada se interrumpieron. Después de doce días, y casi extenuado, un único miembro de la expedición regresó a la superficie. Pero sus historias sobre un confuso laberinto subterráneo eran tan increíbles que los colegas del desafortunado explorador creyeron que se había vuelto loco. Para impedir nuevas pérdidas de vidas, la policía prohibió la entrada a los misteriosos pasadizos y dinamitó el punto de entrada.

El gran terremoto de Lima de 1972 llevó una vez más las estructuras subterráneas peruanas a los titulares de los periódicos. Durante su trabajo de salvamento, los técnicos descubrieron largos pasadizos que nadie hubiera sospechado se encontrasen allí. La exploración sistemática de los cimientos de Lima llevó al asombroso descubrimiento de que extensas partes de la ciudad estaban cruzadas por túneles, conduciendo todos ellos a las montañas. Pero no pudieron determinarse los puntos de terminación, ya que con el tiempo se habían hundido.

¿Quién construyó estos pasadizos? ¿Cuándo? ¿A dónde conducen?

 

Solamente dos de las muchas teorías existentes nos ofrecen una explicación lógica. La primera alude a rutas de huida construidas por los incas tras la llegada de los conquistadores españoles. La segunda se basa en las leyendas incas, que adscriben los túneles a un pueblo antiguo.

 

Montesinos, en sus Memorias antiguas, historiales, políticas del Perú, escribe:

«Cuzco y la ciudad en ruinas Tiahuanaco están unidas por un gigantesco camino subterráneo. Los incas desconocen quién lo construyó. Tampoco saben nada sobre los habitantes de Tiahuanaco. En su opinión, fue construida por un pueblo muy antiguo que posteriormente se retiró hacia el interior de la jungla amazónica».
 

La Gran Catástrofe Universal

Los mitos de las poblaciones aborígenes de América Latina forman un cuadro bastante coherente. En un pasado bastante lejano, la Tierra estaba gobernada por una poderosa raza de dioses que sometió a las poblaciones nativas y construyó gigantescas ciudades.

 

Estos seres, obviamente construyeron asimismo ciudades subterráneas y fortalezas ante la expectativa de una guerra que evidentemente creían era inevitable. El posterior acaecimiento real de un acontecimiento terrible no sólo es confirmado por la tradición: los geólogos y los arqueólogos dan por hecho que la primera Gran Catástrofe según la Crónica de Akakor, la destrucción del mundo según el vocabulario de los mayas, el Diluvio según el Antiguo Testamento, ocurrió realmente.

En la actualidad, los científicos interpretan como natural un acontecimiento que es un lugar común en la historia de todos los pueblos. Podría haber sido provocado por una modificación del eje de la Tierra debido al acercamiento de una estrella o al de un cometa, o a la caída de una luna. Numerosos geólogos creen que hubo grandes cambios en la corteza de la Tierra y posteriores olas enormes. Las leyendas y los mitos de los pueblos aborígenes atribuyen estos hechos a los dioses. El Popol Vuh quiche-maya habla de una visita de los dioses para destruir a la Humanidad malvada.

 

El libro secreto indio Mahabharata describe una guerra entre los dioses. El Edda germánico habla de una revuelta del averno:

«El Sol se vuelve negro. Se desata el trueno. La trompa de Yggdrasill comienza a temblar. El espíritu de los árboles gime. El gigante se escapa. Todo se conmociona. En el averno, las ataduras de Surt, el amigo de sangre, se rompen. El cielo revienta. El vientre de la Tierra se abre hacia el cielo y vomita llamaradas de fuego y veneno. El dios se pone en camino para enfrentarse con el dragón. Se oculta el Sol. La Tierra se hunde en el agua. Las felices estrellas caen del cielo».

La Crónica de Akakor complementa y completa la información mítica de otros pueblos. Nos habla de dos razas divinas con diferentes propiedades físicas. El comienzo de la guerra se sitúa en el año 13 (10.468 a. de C., según el calendario occidental). Platón, en su diálogo llamado Critias, menciona el año 9500 a. de C. como aquel en el que la legendaria Atlántida fue destruida. El historiador Hemus habla de una terrible catástrofe que ocurrió en el año 11.000 a. de C. Posnansky sitúa la destrucción de Tiahuanaco hacia el año 12.000 a. de C. Un filósofo griego, un historiador egipcio y un investigador alemán, todos ellos confirman algo que es conocido desde hace mucho tiempo por las tradiciones orales y escritas de todos los pueblos.

¿Comenzó el auge de la Humanidad con la llegada de astronautas extranjeros? ¿Se desarrolló el hombre sobre la Tierra o procedía de planetas bastante alejados? Aquel que conceda una credibilidad mayor a las leyendas de los pueblos antiguos que a las hipótesis científicas o a las afirmaciones religiosas puede encontrar innumerables indicaciones de que los dioses fueron los responsables.

 

Pero las leyendas no son la evidencia. Ni siquiera las gigantescas ciudades religiosas de los mayas, las enormes pirámides de los egipcios o las gruesas estructuras de Nazca en el Perú tienen por qué ser necesariamente estructuras no humanas. Son, efectivamente, testimonios del florecimiento de unas altas civilizaciones que ya no comprendemos.

 

Pudiera ser esta enorme escala la que a nuestros ojos eleva a sus constructores a la estatura de Dioses.
 


Los egipcios y los fenicios en Brasil

La historia del primer hombre americano continúa siendo un misterio. La mayoría de los científicos sostienen que atravesó a pie el desierto helado del Estrecho de Bering y que pobló el continente de Norte a Sur. Los seguidores de Posnansky le consideran como el descendiente de la población de Tiahuanaco. Muchos de los autores de ciencia popular creen que es el superviviente de la legendaria Atlántida. Mas hasta el momento nadie ha podido aportar pruebas incontrovertibles.

En 1971, el profesor norteamericano Cyrus Cordón originó un revuelo aún mayor al publicar una asombrosa teoría. Este investigador afirmaba que las antiguas naciones del Oriente habían tenido conocimiento de América durante miles de años. Como evidencia, presentó la copia de una losa de piedra que había hallado en el estado federal brasileño de Ceará, y que lleva grabada la siguiente inscripción:

«Somos hijos de Canaán. Procedemos de Sidón, la ciudad del Rey. El comercio nos ha traído hasta esta tierra de montañas. Hemos sacrificado un joven para conjurar la ira de los dioses en el decimonoveno año de Hiram, nuestro rey poderoso. Iniciamos nuestro viaje en Eziongaber y navegamos con diez bajeles por el Mar Rojo. Hemos pasado dos años sobre el mar y bordeamos un país llamado Ham. Luego una tormenta nos separó de nuestros compañeros; finalmente llegamos aquí, doce hombres y tres mujeres, a una playa de la que yo, el almirante, he tomado posesión».

Las afirmaciones de Cyrus Cordón provocaron una explosión de indignación entre los arqueólogos e historiadores brasileños. La teoría rebajaba a los descubridores portugueses a meros epígonos de los navegantes fenicios, y asimismo proporcionaba una explicación completamente nueva al origen del término Brasil. La versión habitual deriva su nombre del árbol pau do Brasil. Según el profesor estadounidense, la palabra tiene su origen en el vocabulario hebreo. Varias universidades brasileñas enviaron grupos de investigadores al área en la que el profesor había localizado el hallazgo para estudiar y verificar el sensacional descubrimiento.

La mayor y la más costosa de las expediciones inspeccionó en 1971 la región de Quixeramobin, en el centro de Ceará. Durante tres meses de arduo trabajo, se recogieron más de mil kilogramos de cerámicas y de muestras del suelo. Los arqueólogos excavaron más de 100 urnas y descubrieron unas misteriosas imágenes de piedra y ornamentos coloreados de porcelana. En el mismo otoño, el director de la expedición, el arqueólogo brasileño Milton Parnés, publicó su primer informe, que confirma las afirmaciones de Gordon y las observaciones contenidas en la Crónica de Akakor relativas a contactos entre los ugha mongulala y el imperio de Samón situado al otro lado del océano oriental.

Las referencias a una antigua relación entre el Oriente y el Nuevo Mundo no se limitan a los asombrosos descubrimientos de Ceará. Los libros egipcios de los muertos del segundo milenio a. de C. hablan sobre el reino de Osiris situado en un distante país en el Oeste. Las inscripciones en las rocas de la región del río Mollar, en Argentina, están claramente en la misma línea que las de la tradición egipcia. En Cuzco se encontraron símbolos y objetos de cerámica que son idénticos a los artefactos egipcios. Según el investigador estadounidense Verril, constituyen la evidencia de la visita del rey Sargón de Akkad y sus hijos al Perú en los años 2500-2000 a. de C.

 

En Guatemala, los lugares y los templos de consagración parecen haber sido erigidos siguiendo el modelo de las pirámides egipcias. Su arquitectura, que sigue unas leyes estrictamente astronómicas, apunta hacia el mismo origen o hacia el mismo constructor. Pero las indicaciones más claras se encuentran en la Amazonia y en el estado federal brasileño de Mato Grosso: inscripciones de varios metros de altura que se encuentran en las caras de rocas difícilmente accesibles exhiben de un modo incuestionable las características de los jeroglíficos egipcios. Fueron recogidas e interpretadas por el investigador brasileño Alfredo Brandáo en su obra en dos volúmenes A Escripta Prehistórica do Brasil.

 

En su prólogo escribe:

«Los navegantes egipcios dejaron sus huellas por todas partes, desde la desembocadura del Amazonas hasta la bahía de Guanabara. Tienen una antigüedad de unos 4000-5000 años, y podemos por ellas conjeturar que las comunicaciones por mar entre los dos continentes se interrumpieron en una fecha posterior».

Según la Crónica de Akakor, las relaciones entre Egipto y América del Sur se interrumpieron en el cuarto milenio a. de C., al destruir las tribus salvajes la ciudad de Ofir, que había sido construida por Lhasa.

De aceptarse la teoría del profesor Cordón, la relación fue reanudada en el año diecinueve de Hiram (1000 a. de C.) por los fenicios. Y los ugha mongulala afirman que en el año 500 d. de C., la prosiguieron los ostrogodos, que se habían aliado con navegantes del Norte. Y finalmente, otros mil años después, llegaron los españoles y portugueses en su búsqueda de una ruta marítima más corta hacia la India.

 

América, el Nuevo Mundo, había sido redescubierta.
 


Prehistoria de los incas

El viaje de Cristóbal Colón fue el primero en traer noticias a occidente sobre las civilizaciones americanas. Los escribas de Su Majestad Española describieron las ciudades, condenaron las tradiciones religiosas de los pueblos y establecieron las primeras cronologías. El historiador español Pedro Cieza de León y el descendiente de los incas Garcilaso de la Vega sitúan el nacimiento del imperio inca en los primeros siglos de la era cristiana. Solamente el cronista Fernando Montesinos da una tabla genealógica exacta de los Reyes del Sol, y que se remonta a la era pre-cristiana.

Durante mucho tiempo, la historiografía moderna aceptó la validez de las fechas de Pedro Cieza de León y consideró que el comienzo del imperio inca habría tenido lugar hacia los años 500-800 d. de C. Se suponía que en este lapso de tiempo esta poderosa nación de guerreros habría iniciado la conquista del Perú y que 300 años después se extendería hasta la costa del Pacífico. Los nuevos gobernantes del Perú desarrollaron un fuerte Estado de orientación socialista y establecieron el mayor imperio conocido en la historia de América Latina. Únicamente los más recientes hallazgos arqueológicos en las tierras altas de Perú y de Solivia han dado como resultado unas opiniones históricas totalmente diferentes.

 

Dado que tan difícil es explicar el ascenso de los incas a potencia mundial en un período de 300 años como comprender el desarrollo de un Estado «socialista», la nueva teoría sostiene que el origen de los incas se sitúa cientos, e incluso miles, de años antes del citado 500 d. de C.

 

El historiador Montesinos, que durante mucho tiempo había sido desacreditado como fantasioso, comienza a ser recuperado:

«Hace mucho tiempo, el divino Viracocha emergió de una cueva. Era más sabio y más poderoso que los hombres ordinarios, agrupó a las tribus en torno a él y fundó Cuzco, la ciudad de las cuatro esquinas del mundo. Este es el comienzo de la historia de los Hijos del Sol, que es como ellos se llaman a sí mismos».

Montesinos es el único historiador español que sitúa el origen del imperio inca en la era pre-cristiana. Sin embargo, es más apoyado por sus colegas cuando describe a las mujeres de la familia gobernante. Pedro de Pizarra, el conquistador del Perú, se entusiasma con la piel blanca de las mujeres incas, de su pelo «del color del trigo maduro», y de sus facciones finamente moldeadas, que se compararían con ventaja con las de cualquier belleza madrileña. Todo aquel que esté familiarizado con los indios peruanos de las tierras altas no puede por menos que dejar de sorprenderse por semejante retrato. Los descendientes de los orgullosos incas son pequeños de estatura y tienen la piel rojiza —exactamente lo opuesto al ideal de belleza español—. O bien éstos han cambiado completamente en el curso de unos siglos, o los antepasados incas pertenecían a una estirpe diferente.

 

Fernando Montesinos lo relaciona con el legendario Viracocha. Pedro de Pizarra añade que los nativos consideran a su príncipe como «un niño del dios del cielo», al igual que a todas las personas blancas de pelo rubio. La Crónica de Akakor describe a Viracocha como perteneciente a la raza del divino príncipe Lhasa. Las leyendas de los indios peruanos de las tierras altas hablan de una tribu de piel blanca que desapareció en la jungla sin dejar rastro alguno. Mas este misterioso pueblo no desapareció por completo.

 

En 1911, el explorador estadounidense Hiram A. Binham descubrió la ciudad en ruinas de Machu Picchu, en el valle del Urubamba y a una altitud de 3.000 metros. Se hallaba relativamente bien conservada y presentaba muchas similitudes con las fortalezas montañosas incas. Pero ni los contemporáneos de Pizarro ni los descendientes de los Reyes del Sol tenían noticias sobre su existencia. Binham llegó a descubrir la ciudad porque estaba siguiendo las huellas de una antigua leyenda; fue ésta la razón por la que confundió Machu Picchu con la aún sin descubrir ciudad inca de Paititi, el reducto del príncipe inca Manco II.

Mientras tanto, los descubrimientos arqueológicos han demostrado que Machu Picchu no es idéntica a Paititi. La ciudad en ruinas data de una época sobre la cual nada sabemos y es uno de esos milagros arqueológicos que ha resistido todo intento de interpretación. Solamente ha sido explicada y puesta en su perspectiva histórica por la Crónica de Akakor.

 

Según la historia escrita de los ugha mongulala, la «ciudad sagrada» fue una fundación de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses. Cuando con la llegada de los españoles el imperio inca se hundió, los ugha mongulala abandonaron Machu Picchu y se retiraron hacia la jungla.
 


Los godos en América Latina

La historiografía tradicional se muestra prudentemente reservada sobre la prehistoria de los incas y de los mayas debido a la escasez de datos, aunque el final de sus civilizaciones es ampliamente descrito por ¡os historiadores españoles. Exactamente lo contrario ocurre con los ostrogodos, esa orgullosa raza de guerreros que conquistaron Italia en un período de sesenta años y que posteriormente serían derrotados por el general Narsés del Imperio Romano de Oriente en la batalla del Monte Vesuvio en el año 552 d. de C. Los últimos supervivientes del antiguamente poderoso pueblo desaparecieron sin dejar rastro. Los lingüistas afirman haber descubierto a sus descendientes en el sur de Francia; los etnólogos y los historiadores piensan que se hallan en el sur de España. Ninguna de estas escuelas ha podido presentar pruebas definitivas.

Según la Crónica de Akakor, los supervivientes de los desafortunados godos se aliaron con los audaces navegantes del Norte. Sus dos naciones partieron juntas para encontrar las Columnas de Hércules, en donde se quejarían a los dioses. Durante treinta lunas cruzaron el océano infinito hasta que llegaron a la desembocadura del Gran Río. Los lingüistas están de acuerdo en al menos un punto. Las Columnas de Hércules, que ya son mencionadas en la mitología griega, coinciden con el estrecho de Gibraltar, entre España y África del Norte.

 

Aquí se hallaba entonces el lugar en el que los godos buscaban a los dioses que les habían abandonado. Pero sus esperanzas se vieron traicionadas: un fuerte viento empujó a las naves de sus aliados hacia el mar abierto. Las embarcaciones de madera de cincuenta metros de largo de los «audaces navegantes» debían estar bien construidas, ya que los vikingos fueron el primer pueblo europeo en pisar la superficie de Groenlandia, y habrían efectivamente descubierto, según numerosos especialistas, América del Norte. Sus incursiones en el Mediterráneo occidental han sido confirmadas, de modo que el contacto con los godos no puede ser descartado.

En América del Sur, las huellas de los blancos pueblos nórdicos son bastante numerosas y confusas. En primer lugar, las relaciones lingüísticas entre los idiomas americano y nórdico; luego, la creencia en el origen divino; asimismo, las similares estructuras. Una evidencia concreta de la presencia de pueblos nórdicos en la Amazonia nos la proporcionan las pinturas rocosas de la famosa Pedra Pintada de la zona superior del Río Negro. Allí se encuentran dibujos de carros y de naves vikingas. Esto es realmente sorpréndete, ya que ningún pueblo americano conocía la rueda antes de la llegada de los españoles. Para el rey inca Atahualpa, el allanamiento de una montaña era menos una cuestión de tecnología que un medio de mantener ocupados a los trabajadores.

La prehistoria de las naciones de América Central es tan misteriosa y oscura como la de los incas. Las pocas noticias escritas y los documentos que pudieron ser salvados de las llamas de la Inquisición han resistido los intentos de desciframiento de hasta las más sofisticadas computadoras. La cronología maya es el calendario más matemáticamente exacto de toda la historia mundial. Junto con las ruinas del templo de Chinchen Itza, constituye el último residuo de una civilización que fue al menos igual (si no superior) a la de las culturas europeas contemporáneas.

El mayor misterio del país de los mayas lo constituyen las ciudades inacabadas de la jungla guatemalteca. Sabemos que fueron construidas entre los años 300 y 900 d. de C., pero no tenemos ni la más mínima idea de quién las mandó construir. El investigador maya Rafael Girard sospecha que una de las razones para la repentina interrupción de las construcciones podría encontrarse en una gran hambre que movió al pueblo a trasladarse a la zona meridional de México. La Crónica de Akakor menciona las ciudades inacabadas en relación con los godos.

 

Para impedir una invasión de «los pueblos del Norte adornados con plumas», el consejo supremo ordenó la construcción de grandes ciudades en los estrechos, pero que nunca serían completadas. Después de alguna catástrofe, las fuerzas que habían sido enviadas huyeron hacia el Norte. El dato que da es el año 560 d. de C., que coincide con los supuestos científicos.

Hasta el momento, el problema de la llegada al Nuevo Mundo de los godos o de otros pueblos nórdicos no ha sido aclarado aún. Existe un determinado número de teorías diferentes, todas ellas difundidas por reputados científicos. Además, la historiografía tradicional ha demostrado hasta qué punto está mediatizada por el pensamiento y por los prejuicios contemporáneos.

 

Durante generaciones, los historiadores han cometido errores grotescos, tales como el del descubrimiento de América por Cristóbal Colón o el de la construcción de Tiahuanaco en el año 900 d. de C. Es posible que los actuales expertos hayan adoptado las dos siguientes suposiciones y que se hayan mantenido firmes en ellas: todo comenzó con las hordas salvajes de Asia y terminó con los conquistadores españoles. Hace setenta años, nada se sabía sobre la fortaleza de Machu Picchu.

 

Hace veinte años, la Amazonía era todavía considerada como un vacío arqueológico. Hace diez años, los científicos aún afirmaban que el número de indios de la jungla nunca había superado el millón.

 

Todavía pueden existir muchos secretos enterrados bajo las rocas de los Andes o en la inmensidad de las lianas de la jungla.

 

Estamos aún lejos de conocer toda la verdad.
 


La llegada de los descubridores españoles y portugueses

La llegada de Colón a América en el año 1492 inició los contactos entre los conquistadores europeos y los pueblos del Nuevo Mundo. Su tradición era la de recibir a los extranjeros con amabilidad, de modo que trataron a los barbudos blancos con mucho respeto. El rey de los aztecas obsequió a Cortés con unos regalos preciosos. Atahualpa, el rey de los incas, envió una delegación para saludar a Pizarro.

 

El caudillo de los tupis incluso ofreció a su propia hija como un signo de hospitalidad a los portugueses que habían desembarcado en la costa brasileña.

«Los nativos», escribía a su rey el navegante portugués Cabral, «se muestran tan humildes y pacíficos que puedo asegurarle a Su Majestad que no tendremos problema alguno para establecernos en el país. Aman a sus vecinos tanto como a sí mismos, y su lenguaje es siempre amable, amistoso y va acompañado de una sonrisa».

Esta conducta, que a los ojos europeos era inhabitual, fue interpretada por los españoles y portugueses como una debilidad. Pizarro, descrito por sus compañeros como un fiel servidor de su rey, pensó que el pueblo debería hacer entrega inmediata de todo el oro, que se hallaba disponible en cantidades inmensas. Durante los años siguientes, los conquistadores europeos hicieron todo lo posible por convertir estas intenciones en actos. En unas décadas destruyeron tres grandes imperios, asesinaron a millones de personas e incluso destruyeron todos los registros escritos de civilizaciones que, en muchos aspectos, no sólo igualaban a la suya propia sino que la superaban.

 

El Nuevo Mundo ardió en llamas, devastado y asolado por los navegantes que habían sido recibidos como dioses. «Nos veneran como criaturas divinas», escribía el padre jesuita Dom José al rey español.

«Nos dan todo lo que deseamos. Sí, e incluso conocen la historia del Salvador. Únicamente puedo imaginar que uno de los doce apóstoles debe haber estado en este continente anteriormente».

Según las tradiciones orales y escritas de los antiguos pueblos americanos, los conquistadores españoles y portugueses debían su amistosa recepción no a un viajero apóstol sino a los dioses. Éstos no habían hecho más que el bien a los pueblos y les habían prometido regresar un día.

 

Dado que, según los sacerdotes, «el tiempo había cumplido su ciclo y los extranjeros habían llegado a bordo de poderosas naves que se deslizaban silenciosamente sobre las aguas y cuyos mástiles llegaban hasta el cielo», el pueblo creyó que la profecía se estaba cumpliendo. La raza del Padre Sol de los incas y de los Padres Antiguos de los ugha mongulala había regresado.

Muy pronto, sin embargo, se dieron cuenta los nativos de que habían sido víctimas de una cruel decepción. Los supuestos dioses se comportaban como diablos.

«Son rompedores de huesos, peores que los animales», como reitera la Crónica de Akakor.

Los imperios azteca, inca y maya fueron destruidos; con ellos murió asimismo la leyenda del regreso de los antepasados divinos.

 

Únicamente las tribus indias que viven en las regiones inaccesibles de la jungla han preservado esta creencia hasta la actualidad.

«Los nativos salieron a nuestro encuentro como si nos hubieran estado esperando», escribe el etnólogo brasileño Orlando Vilas Boas en su informe al establecer contacto con una tribu del Arual en 1961.

 

«Escoltaron a la expedición hasta el centro de la aldea y nos ofrecieron regalos. La conducta de los indios debe estar relacionada con una antigua memoria que se ha transmitido de generación en generación.»
 

Las ciudades blancas, el imperio de la jungla en el Amazonas

El sometimiento del Perú y la destrucción de las tribus indias de la costa brasileña alteró el curso de la conquista del continente sudamericano. El carácter de los extranjeros ya no constituía un misterio para los nativos; ahora eran conscientes de sus objetivos y de la credibilidad de sus palabras, y ofrecieron una tenaz resistencia.

El primero en experimentar la nueva situación fue un compañero de Pizarro, el aventurero español Francisco de Orellana, quien en medio de grandes dificultades navegó el Amazonas hasta su desembocadura. Se había logrado así cruzar por primera vez el continente sudamericano, y esta travesía quedó descrita y documentada en el diario de navegación de su compañero Gaspar de Carvajal. Según dicho informe, Orellana encontró a ambas orillas del río comunidades fuertemente estructuradas.

Carvajal describe edificios para mercados, pesquerías y poblados profusamente esparcidos y levantados con objeto de impedir el desembarco de los españoles, así como calles abundantes, fortificaciones y edificios públicos.

 

Las aldeas se sucedían tan frecuentemente que la región parecíale a Carvajal como una parte de su nativa España:

«Nos adentrábamos cada vez más en zonas habitadas, y una mañana a las ocho, después de haber negociado un amarre en el río, contemplamos una hermosa ciudad que por su tamaño debía ser la capital de un imperio. Posteriormente observamos también numerosas ciudades blancas, escasamente a dos millas de la orilla del río».

El informe de Carvajal testimonia la existencia de un imperio muy desarrollado en el interior de la Amazonía, ya que ni las fortificaciones ni las ciudades blancas podían haber sido construidas por los indios de la jungla. Únicamente los incas, los mayas o los aztecas podían ser capaces de logros semejantes. Dado que se ha demostrado que sus imperios se limitaron a las zonas occidentales del continente, sólo puede tenerse en cuenta a otro pueblo: según la Crónica de Akakor, los ugha mongulala.

Cien años después, el jesuita Cristóbal de Acuña confirmaría los informes de su predecesor. Éste también describe los signos de la vida urbana: densa población, medidas defensivas y edificios públicos «en los que se ven muchas vestimentas hechas con plumas de multitud de colores».

 

En la conclusión, Acuña resume las impresiones que ha sacado del país que ha estado recorriendo durante varios meses:

«Todos los pueblos a lo largo de este río son extraordinariamente razonables, vivaces y llenos de inventiva. Esto puede observarse en todo lo que producen, ya se trate de esculturas, de dibujos o de pinturas de muchos colores. Los poblados están cuidadosamente construidos y ordenados, aunque todo parece indicar que dependen de ciudades situadas más al interior».

Según la Crónica de Akakor, los ugha mongulala gobernaron sobre un enorme imperio que se extendía a lo largo de casi todo el curso del Amazonas. Luego llegaron los Blancos Bárbaros con su nuevo símbolo de la cruz e indujeron a las Tribus Aliadas a romper su fidelidad. Se repitió la tragedia ¡rica, aunque más lentamente y por etapas. Es posible que los portugueses no sintieran piedad alguna ya se tratase de convertir al cristianismo a los nativos o de liberarlos de sus innecesarios lujos. Pero vivían en un país sin ningún centro político visible, y estaban luchando contra fuerzas naturales que parecen resistir hasta a la más moderna maquinaria.

 

La variante trans-amazónica de la carretera entre Manaus y Barcellos construida en 1971 sobre el bajo río Negro fue cubierta en tan sólo un año por la vegetación tropical. Incluso los técnicos tuvieron dificultades para localizar la dirección aproximada de la carretera.

 

No es de sorprender por tanto que ya no existan signos de las «ciudades blancas».
 


Las amazonas

La historiografía tradicional ha ignorado casi por completo el diario de navegación de Gaspar de Carvajal, probablemente debido a que el informe sobre esos ocho meses en regiones que han conservado su misterio hasta la actualidad se refiere principalmente a la búsqueda de comida. Los poblados existían única y exclusivamente como posibles lugares de saqueo.

 

Un viajero evitaría las ciudades blancas y se alegraría cuando pasase a través de ciudades pequeñas e indefensas. Los contemporáneos de Carvajal centraron precisamente su atención en una pequeña sección: aquélla en la que alude a una tribu de mujeres guerreras con una capital de oro propia de un cuento de hadas. Esta parte del diario cautivó la imaginación de los avariciosos conquistadores, que desde todas partes avanzaron hacia la región de las zonas altas del Orinoco para encontrar a la tribu de las amazonas y su legendaria capital, El Dorado.

Las expediciones militares emprendidas en los siglos XVI y XVII siguieron invariablemente el mismo curso. Fuerzas españolas y portuguesas, mercenarios franceses y alemanes bajo el mando de diversos comandantes; todos ellos vagaron durante meses a través de inaccesibles territorios. Tuvieron que hacer frente a los ataques de una población guerrera, a las adversas condiciones naturales y a un terreno continuamente inundado.

 

Los hombres caían derrotados por el hambre, devoraban a sus animales de carga y finalmente recurrían al canibalismo.

«Cogimos al indio prisionero, y cuando llegamos a la corriente, lo matamos y nos lo repartimos entre nosotros. Encendimos una hoguera y nos comimos su carne. Luego nos acostamos para descansar durante la noche, pero antes freímos el resto de la carne.»

Lo que antecede forma parte de un informe de Cristóbal Martín, un soldado de la fuerza expedicionaria del general von Hutten.

Las valientes amazonas y la misteriosa El Dorado nunca fueron descubiertas. Según la Crónica de Akakor, aquéllas lucharon contra los invasores extranjeros durante siete años. Quedaron agotadas. Destruyeron Akahim y se retiraron al interior de las residencias subterráneas.

En los siglos que siguieron, El Dorado adquiriría un carácter peculiar. La fabulosa ciudad de oro parecía caminar de un punto a otro de la jungla brasileña con la fascinación y la inconstancia de una Fata Morgana. Inmensas áreas serían exploradas en búsqueda de la escurridiza ciudad, e innumerables leyendas serían redescubiertas o inventadas. Pero El Dorado había desaparecido.

 

A comienzos del siglo XX, su supuesta localización oscilaba desde el Orinoco en la frontera entre Brasil y Venezuela hasta la jungla del Mato Grosso. El explorador inglés Fawcett sostenía haber descubierto en esta región gigantescas pirámides. Estaba tan firmemente convencido de su existencia que se embarcaría en numerosas y peligrosas expediciones.

 

En una carta dirigida a su hijo justificaba su creencia:

«Hay algo completamente cierto. Un denso velo cubre la prehistoria de América Latina. El explorador que logre encontrar las ruinas habrá conseguido ampliar nuestros conocimientos históricos en una forma inimaginable».

Al igual que les ocurrió a muchos de los que le precedieron, Fawcett fracasó debido a las condiciones climáticas y geográficas de los bosques de lluvia tropical: ya no regresaría de su última expedición en el verano de 1943. Pero su destino no impidió el que otros valerosos exploradores continuaran la búsqueda de un pasado distante. En 1944, el etnólogo brasileño Pedro E. Lima descubrió un camino indio perfectamente delimitado que iba desde la región del nacimiento del Xingú hasta Solivia. El especialista alemán en temas indios Egon Schaden recogió las leyendas de los indios brasileños y las combinó para realizar una magnífica presentación de su prehistórico pasado.

Los diez últimos años han contemplado un avance decisivo en la exploración arqueológica del Brasil. Durante la construcción de la Transamazónica y de la Perimetral Norte —dos carreteras troncales que atraviesan la jungla—, los bulldozers y las cuadrillas de obreros pasaron repetidamente a través de campos de ruinas anteriormente desconocidos. El Servicio Brasileño de Protección India descubrió en la región de Altamira a unos indios de piel blanca y de ojos azules. En Acre, los colonos blancos fueron atacados por unos indios que eran «altos, bien formados, muy hermosos y de piel blanca».

 

Pero el descubrimiento más asombroso lo realizaría un grupo de reconocimiento de un puesto fronterizo brasileño en el área del Pico da Neblina: estableció contacto con una tribu india en la que las mujeres desempeñaban el papel predominante.

 

Según la Crónica de Akakor, Akahim está situada en las ladera orientales del Pico da Neblina, la montaña más alta del Brasil.
 


La extinción de los indios de la jungla

La existencia de las misteriosas amazonas continúa todavía en el reino de la leyenda. La extinción de los indios de la jungla es, sin embargo, real, y provocada por las enfermedades y por la forma única de la violencia de los colonizadores blancos. Inmediatamente después de su llegada relegaron a los indios a un rango inferior al de la esclavitud. Hasta tal punto fue atropellada y suprimida la población indígena que no le quedó otro medio de supervivencia más que alimentándose de gusanos, de hierbas y de raíces. Sus caudillos fueron asesinados por los europeos bajo crueles torturas para así domeñar de una vez por toda la resistencia de los salvajes.

 

Como señala el historiador español Oviedo:

«Fueron soltados cinco o seis perros jóvenes sobre cada uno de los dieciséis caudillos para entrenarlos en este tipo de caza humana. Como todavía eran jóvenes, se limitaron a corretear y a ladrar alrededor de los indios. Pero cuando éstos creían que los habían logrado reducir con sus bastones, fueron entonces soltados dos experimentados bulldogs que inmediatamente los despellejaron, los destriparon y los devoraron como quisieron».

Tampoco la declaración de independencia de los diversos estados nacionales de América del Sur tras la victoria del patriota Simón Bolívar sobre los mercenarios españoles produjo alivio alguno para la población indígena.

 

Una reducida clase superior blanca dirigía a cada uno de los países como si fuera un establecimiento familiar. Las revueltas de la población india esclavizada fueron cruelmente reprimidas. Angelim, el líder del más importante movimiento social revolucionario brasileño, murió en la prisión. El movimiento que él había capitaneado, la Gabanegem, se desintegró bajo el poder del fuego de los militares portugueses y británicos. Las dos terceras partes de la población amazónica fueron masacradas.

En la Crónica de Akakor sólo se hace una referencia marginal a estas revueltas populares. Los exploradores de los ugha mongulala observaron con terror las atrocidades de los Blancos Bárbaros y el pueblo aprovechó el reflujo de la lucha para replegarse hacia el territorio central de Akakor. Mas la inesperada calma fue breve, y los indios interpretaron el último acto de la tragedia que había comenzado con la llegada de Colón, una saga de crimen y de violencia.

 

El papel principal lo representan los aventureros, los buscadores y el infame rifle Winchester. También tienen su papel aquellos que se oponen al genocidio, tales como el mariscal brasileño Rondón, creador del Servicio Brasileño de Protección India.

 

Pero incluso esta organización, fundada por la civilización blanca para proteger a los nativos, ha servido en su desarrollo para acelerar su ruina. Desde el descubrimiento del Nuevo Mundo quinientos años antes, únicamente la forma de la codicia del poder de los conquistadores blancos ha cambiado.

 

El periódico londinense The Economist informaba en su número del 15 de mayo de 1968 sobre la situación de los indios brasileños:

«La lista de crímenes es infinita. La versión original de la investigación de los resultados de la encuesta ordenada por el ministro del Interior, Albuquerque Lima, pesa más de 100 kilogramos. La versión reducida ocupa veintiún volúmenes con 55.115 páginas. Ésta recoge los crímenes contra las personas y las propiedades de los indios, desde asesinatos, prostitución y esclavitud hasta los problemas relacionados con la venta de sus tierras y de su artesanía.

 

Según informó el relator del gobierno, Jader Figueira, entre los crímenes se incluyen el exterminio de dos tribus pataxi en el estado de Bahía mediante viruelas transmitidas en pedazos de dulces. En el Mato Grosso, los Cintas Largas fueron exterminados mediante bombardeos con aviones de vuelo bajo; los empleados del Servicio de Protección India remataron a los supervivientes con ametralladoras. Asimismo, la alimentación de los indios ha sido mezclada con arsénico y con virus tifoideos».

Por inhumanamente que una clase actúe cuando se trata de asuntos de interés económico, no puede negarse que está influida por las convenciones sociales. Los colonizadores europeos no eran más que meros representantes de una reducida clase dirigente. Podían exterminar a los indios con impunidad ya que consideraban a los salvajes como seres «inferiores». E irónicamente, la población del Nuevo Mundo contempló a los «barbudos extranjeros», y tan sólo por el color de su piel, como seres superiores predestinados a gobernar. Una única nación parece haber comprendido el error a tiempo.

 

El legado de los Padres Antiguos llevó a los ugha mongulala a considerar a los recién llegados como Blancos Bárbaros. Ningún observador objetivo puede dejar de estar de acuerdo con esta caracterización.

 

Los representantes de la civilización blanca han demostrado no ser más que ladrones despreciables, cuando en realidad podrían haber sido «dioses».
 


Brasil y el Tercer Reich

La historia del Tercer Reich tiene todavía muchas preguntas sin respuesta. Conocemos las consideraciones políticas de Hitler y los planes estratégicos de sus generales, mas todavía siguen confusas la predilección del Führer por las ciencias ocultas y sus obsesiones religiosas. Conocemos igualmente la estructura de las batallas y los terribles resultados de la Segunda Guerra Mundial. Las decisiones militares de Hitler, sus planes de conquista del mundo y las acciones de los comandos secretos en las partes más distantes del mundo continúan en las sombras. Visto retrospectivamente, es difícil saber qué es lo que más influyó en la historia del Tercer Reich, pero hay una cosa que es cierta: la mística imagen que Hitler tenía del Universo no ha sido aún suficientemente estudiada. Por ahora, limitémonos a los datos históricos.

Hasta mediados de 1939, América Latina se mostró bastante indiferente ante los acontecimientos políticos que se estaban desarrollando en Europa. Únicamente cuando las fuerzas del Tercer Reich invadieron Polonia, y los planes de Hitler de expansión mundial se hicieron obvios, se verían los países de América del Sur envueltos en la vorágine de la guerra mundial que comenzaba.

 

La visita del comandante en jefe del Ejército de los Estados Unidos, George C. Marshall, a Río de Janeiro en junio de 1939, influyó a Brasil para unirse al bando aliado.

«En la defensa de Estados Unidos», declaró el general, «Brasil juega un papel esencial. La presencia de fuerzas hostiles en territorio brasileño y su influencia sobre las comunicaciones con Europa y África representaría una peligrosa amenaza para los Estados Unidos. Consecuentemente, la costa entre Salvador y Belém debe estar protegida y defendida contra una posible invasión.»

Las consideraciones de Marshall fueron bien acogidas por sus colegas brasileños. También ellos temían a los desembarcos alemanes y solicitaron la construcción de poderosas fortificaciones a lo largo de la costa Este. En la conferencia de Panamá de 1939, Brasil se declaró dispuesta a poner a disposición de los Estados Unidos bases de apoyo y aeropuertos estratégicos para objetivos de defensa.

 

En tan sólo unos meses, los primeros escuadrones de bombardeo estadounidenses desembarcaron en Joáo Pessoa y Recife. En enero de 1940, el presidente Vargas promulgó unas leyes decisivas en las que se disponía la supervisión de la colonia alemana pro-nazi. El 7 de diciembre de 1941, el día en que los japoneses atacaron Pearl Harbour, la decisión brasileña estaba tomada, las relaciones con Berlín se rompieron y el país se preparó para incorporarse a la guerra.

Por parte alemana, los esfuerzos estadounidenses en Brasil fueron cuidadosamente anotados. El general Canaris consideraba la estricta neutralidad del Brasil como un requisito necesario para el dominio de los submarinos alemanes sobre el sur del Atlántico. El general Keitel contemplaba la futura invasión de América del Sur como una secuencia natural de la expansión del Tercer Reich. Rosenberg, director del departamento exterior del Partido Nacional Socialista, soñaba en una ocupación alemana del Brasil y en la asunción del poder por los miembros de la colonia alemana.

En la primavera de 1942, cuando el Mariscal de Campo Rommel parecía estar a punto de conquistar África del Norte en su victoriosa campaña, Brasil fue el principal objeto de discusión en una reunión del Mando General en Berlín.

 

Asuntos Exteriores, representado por el embajador Ritter, aconsejó en contra de una acción militar en vista de una posible solidaridad por parte de todos los países de América Latina. Keitel y Rosenberg sugirieron que se montara un ataque masivo contra dicho país. Después de vehementes discusiones, Hitler se decidió por un ataque de represalia para «castigar a Brasil por su alineamiento hacia los Estados Unidos y disuadirle de futuras acciones hostiles».

La operación secreta se inició en Burdeos a comienzos de julio de 1942. Una flotilla de submarinos salió hacia el Atlántico sur con el objetivo de hundir en «maniobras libres» tantos barcos brasileños como fuera posible. El 15 de agosto de 1942, submarinos U-507 torpedearon el carguero brasileño Baendepi en las cercanías de Salvador, y veinticuatro horas más tarde el carguero Araquara. Siete días después, el 22 de agosto de 1942; Brasil declaró la guerra al Tercer Reich.

El resultado final de la Segunda Guerra Mundial no se vio afectado por la lucha en el frente brasileño, que se limito a la costa septentrional, desde Salvador hasta Belém, en la desembocadura del Amazonas, pasando por Recife. Los submarinos que operaban en este área tenían el objetivo de cortar los suministros aliados a África y Europa e impedir el desarrollo de unas poderosas fortificaciones defensivas aliadas a lo largo de la costa. Era aquí donde los brasileños y los estadounidenses habían estacionado escuadrillas de bombardeo y un ejército de 55.000 hombres. Según una observación contenida en la Historia do Exercito Brasileiro, su misión consistía en «la defensa contra una posible invasión alemana de la región de Joáo Pessoa y Natal».

Tan firmemente convencido estaba el alto mando brasileño de los planes de invasión alemanes que hacia 1943-1944 aumentó la potencia del ejército a 65.000 hombres. La estratégica zona «Norte-Nordeste» sólo perdería importancia tras la victoria aliada sobre el Afrika Korps de Rommel y el inicio de los planes para la reconquista de Francia.

¿Planeó realmente Hitler la conquista de Brasil? ¿Era ésta técnicamente factible? ¿Tuvo lugar?

 

Según el diario de guerra del coronel brasileño José Maria Mendes, los militares brasileños estaban convencidos de los planes de invasión alemanes; de otro modo, sería imposible explicar las poderosas unidades armadas estacionadas a lo largo de la costa Norte.

 

El ministro brasileño de Asuntos Exteriores Oswaldo Aranha expresó la misma opinión en una discusión mantenida en 1941 con el embajador de los Estados Unidos Jefferson Caffery:

«Estamos convencidos de que la Wehrmacht alemana tratará de ocupar América Latina. Razones estratégicas requieren que la invasión comience por Brasil».

Barcos brasileños hundidos por los submarinos U- alemanes
 

Los historiadores militares alemanes ofrecen una opinión bastante diferente. En su evaluación de la estrategia del Tercer Reich, consideran que los planes de invasión eran meros sueños de autorrealización de Rosenberg, técnicamente impracticables y nunca seriamente planeados. Esta corriente de pensamiento no sabe cómo explicar un cable secreto enviado por el Secretario de Estado Weizsaecker a la Feldmark, el nombre en clave de la sección para América del Sur de Asuntos Exteriores. En este cable, Weizsaecker informaba al embajador Ritter sobre las discusiones internas entre la Wehrmacht y Asuntos Exteriores en relación con las operaciones contra la tierra firme brasileña.

 

La referencia a la tierra firme confirma otras informaciones relativas a los planes de Hitler para extender más tarde o más temprano su poder a América Latina. Según los protocolos de la conferencia de Munich del 29 de septiembre de 1938, Chamberlain sugirió al Führer que enviara colonos alemanes a la Amazonia.
 


Los 2.000 soldados alemanes en Akakor

Los datos históricos disponibles no son suficientes para proporcionar una prueba irrefutable de un desembarco de fuerzas alemanas en Brasil. Pero los informes sobre la mística imagen que Hitler tenía del Universo son extraordinariamente reveladores. Éstos se remontan al año 1920, cuando el antiguo pintor de casas conoció al poeta Dietrich Eckehardt, quien durante tres años influyó en el futuro «Führer del Gran Imperio Alemán» con sus teorías sobre el origen de las tribus germánicas en Thule, los seres sobrenaturales de una civilización desaparecida y el inminente nacimiento de una raza superior en el corazón de Alemania.

 

En octubre de 1927, poco antes de su muerte, Eckehardt escribió:

«Seguid a Hitler. Él bailará. Pero la melodía la escribí yo. Nosotros le hemos dado la oportunidad de ponerse en contacto con Ellos. No os aflijáis por mí. Yo he influido en la historia más que ningún otro alemán».

La canción del maestro Eckehardt fue interpretada demasiado pronto. En unos pocos años, la asociación religiosa que él había fundado, Thule, se convirtió en una influyente sociedad secreta, y bajo su protección crecieron los grupos Edelweiss, las Waffen SS y la asociación Ahnenerbe (Herencia de los Antepasados). Las doctrinas mágicas que Eckehardt había propuesto llevaron a la creación de un estado terrorista que combinó un orden totalitario casi absoluto con la mística teoría de una raza maestra aria.

Probablemente, el Tercer Reich asignó más fondos al estudio de las ciencias ocultas que los Estados Unidos aplicaron a la fabricación de la primera bomba atómica. Las actividades de las asociaciones secretas nacionalsocialistas fueron desde el buscar los orígenes de la «raza» aria hasta el enviar grandes expediciones a los más recónditos lugares del planeta. Cuando las fuerzas alemanas tuvieron que abandonar Napóles, Himmler ordenó que la tumba del último de los Hohenstaufen fuese enviada a Alemania. La organización Thule examinó el significado místico de las torres góticas y estableció numerosos contactos con los monjes tibetanos. Cuando los rusos avanzaban hacia Berlín, encontraron a cientos de anónimos tibetanos caídos junto a los soldados alemanes.

Las operaciones en América del Sur de las asociaciones secretas alemanas no fueron menos numerosas y bien fundadas. Ya en 1938, un submarino alemán reconoció la zona inferior del Amazonas. Su tripulación hizo una investigación geográfica y estableció contactos con la colonia alemana en Manaus. Realizó asimismo el primer film histórico sobre la Amazonía, que todavía se conserva en los archivos de Berlín Oriental. El material fotográfico hecho público demuestra que el interés de los investigadores fue mucho más allá de la mera recogida de datos personales.

Otra operación, que se halla documentada en los archivos de la fuerza aérea brasileña, fue el viaje del barco de la S.S. Carlina en junio de 1943 desde Maceió hasta Bélém. Sólo pueden imaginarse cuáles eran las órdenes del audaz carguero alemán. La fuerza aérea brasileña pensó que transportaba un cargamento de armas para agentes secretos alemanes y atacó el barco sin éxito. Mas esta explicación, vista retrospectivamente, parece poco probable. Nunca hubo colonia alemana alguna en el área de Maceió ni tampoco instalaciones de las fuerzas brasileñas.

Hay numerosas referencias sobre operaciones secretas del Tercer Reich en Brasil. Testigos oculares afirman haber observado el desembarco de submarinos alemanes en la costa de Río de Janeiro. Un periodista de la revista brasileña Realidade incluso descubrió en el Mato Grosso una colonia alemana, compuesta al parecer exclusivamente de antiguos miembros de las S.S.

Según la Crónica de Akakor, 2.000 soldados alemanes llegaron a la capital de los ugha mongulala entre 1940 y 1945. El punto de partida de esta operación secreta lo constituyó Marsella.

 

Entre sus miembros se encontraban,

  • A. Jung de Rastatt

  • H. Haag de Mannheim

  • A. Schwager de Stuttgart

  • K. Liebermann de Roth

Mujeres y niños acompañaron al último grupo. El contacto había sido facilitado por una hermana misionera alemana de la estación de Santa Bárbara. Una investigación de los datos contenidos en la Crónica de Akakor suministró la evidencia de que los cuatro soldados mencionados fueron dados por muertos en 1945. Según información recibida de la diócesis amazónica, la estación misionera de Santa Bárbara fue atacada y destruida por tribus salvajes indias en el año 1936. Entre los numerosos muertos se encontraban varias monjas alemanas.

Teniendo en cuenta los preparativos técnicos que el desembarco de 2.000 soldados alemanes habría requerido, los datos son insuficientes. Pero las operaciones de los comandos secretos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial podrían ser comprobadas en los casos en los que hubieran sido organizadas por la Abwehr. Los documentos sobre las actividades de la división extranjera del Partido Nacional Socialista o de asociaciones secretas del tipo de la Ahnenerbe o bien nunca fueron registrados o bien fueron quemados. Técnicamente, el desembarco de 2.000 soldados alemanes podría haber sido posible. La predilección de Hitler por las ciencias ocultas debió haberle urgido a establecer contactos con un «Pueblo Escogido».

 

El biógrafo de Hitler, Rauschning, caracteriza al «Führer del Gran Imperio Alemán» de la siguiente manera:

«Los planes y las acciones políticas de Hitler únicamente pueden comprenderse si uno conoce sus más profundos pensamientos y ha experimentado su convicción de la relación mágica entre el hombre y el Universo».
 

La tercera catástrofe universal

Según los mitos y leyendas de los pueblos latinoamericanos, la historia del hombre comenzó con la creación del mundo por los dioses. Primero crearon la Tierra y el cielo, y luego las plantas y los animales. Lo más difícil fue la creación del hombre. El Popol Vuh de los quiche-maya relata que los dioses hicieron primero al hombre del polvo, luego de imágenes de madera y finalmente de una pasta de harina de maíz Para los miztecas del Anahuac, el hombre emergió de un árbol. Según la Crónica de Akakor, los Padres Antiguos trasplantaron a los hombres de planeta en planeta, uno de los cuales fue la Tierra.

El fin del mundo es descrito de una manera similar por las tradiciones orales y escritas de las antiguas naciones americanas. Para las naciones de América Central, el cosmos que nosotros conocemos es el quinto desde la creación del mundo: el sol de la tierra o de la noche, el sol del aire, el sol de la lluvia feroz, y el sol del agua; el quinto sol, el sol de los cuatro movimientos, desaparecerá cuando los monstruos del crepúsculo se despierten en el Oeste, incitados por el dios malo Tezcatlipoca, que masticará el globo de la Tierra y lo mantendrá en sus fauces.

 

Entonces la raza humanare extinguirá. Pero nacerá un sexto sol, un nuevo mundo en el que los hombres serán sustituidos por planetas, es decir, por dioses. La tribu india de los tupi espera un gigantesco diluvio universal que destruirá todo. Según la Crónica de Akakor, los Dioses regresarán después de que una tercera catástrofe haya castigado a los Blancos Bárbaros.

Si uno presta cierta consideración a los mitos y leyendas de los pueblos indígenas de América del Sur, el futuro de la Humanidad no está asegurado. El mundo gira en círculos, cada uno de los cuales termina en una catástrofe. Según los sacerdotes de los ugha mongulala, sólo nos quedan unas cuantas lunas, hasta 1 981. Según el calendario maya, la próxima cuenta atrás termina en el año 2011 (2012?)

¿Cuáles son las expectativas futuras reales del hombre para los próximos cincuenta años?

 

El Club de Roma pinta un cuadro bastante pesimista. La producción de alimentos va por detrás de la explosión de la población. La acumulación de armas atómicas es suficiente para destruir treinta veces seguidas la Humanidad y polucionar la atmósfera durante siglos. Nuestra civilización ha malgastado insensatamente durante los últimos cuarenta años el capital de la Tierra. Muchas especies animales han sido exterminadas para la obtención de un beneficio, muchas plantas han desaparecido, los recursos minerales están casi exhaustos, la atmósfera ha sido saturada de venenos.

 

La Humanidad vive con «dos corazones», complicados en miles de dependencias. Esta división de las mentes puede observarse por doquier. Estadistas que se consideran a sí mismos como realistas creen que el actual potencial militar exige la paz si las naciones desean tener futuro. Los industriales siguen realizando sus cálculos sobre la base del material humano, del output productivo y de los mercados.

 

Los científicos actúan persiguiendo su propio beneficio personal.

«Si la Humanidad no logra desarrollar un sistema universal viable para el fragmentado mundo actual», afirma el Club de Roma, «cualquier proyecto de futuro para más allá de los próximos cincuenta años no pasa de tener más que un mero interés académico».

La Crónica de Akakor no habla de la salvación de la Humanidad. En un círculo que se cierra en 1981, la historia del mundo llegará a un final con la «tercera Gran Catástrofe».

 

Ésta dará origen a una nueva era en la que los hombres, los animales y las plantas vivirán juntos pacíficamente siguiendo las leyes de la Naturaleza, el legado de los Padres Antiguos.
 

 

Nombres de las tribus indias mencionadas en la crónica

y su designación probable según la usanza blanca
 

Tribus en la región de Akakor

  • La Tribu que Vive sobre el Agua

    Amautas

  • La Tribu de los Comedores de Serpientes

    Nambicuara

  • La Tribu de los Caminantes

    Haixas

  • La Tribu de los que se Niegan a Comer

    Kampa

  • La Tribu del Terror Demoníaco

    Maniteneri

  • La Tribu de los Espíritus Malignos

    Apurina

Tribus de los bosques sobre el Gran Río

  • La Tribu de los Corazones Negros

    Pianokoto-Tiriyo

  • La Tribu de la Gran Voz

    Arawak (Apiaka)

  • La Tribu de la Gloria que Crece

    Tukuna

  • La Tribu Donde la Lluvia Cae

    Jaminawa

  • La Tribu que Vive en los Árboles

    desconocida

  • La Tribu de los Cazadores de Tapires

    Kaxinawa

  • La Tribu de los Rostros Deformados

    Aiwateri

 

TABLA CRONOLÓGICA

 

Calendario de los ugha mongulala

Nuestro Calendario Antes de Cristo

Acontecimientos en la tribu ugha mongulala

Hacia 3000

0 (hora cero)

13

10468

4130

7315

7315

7315-7615

7951


Calendario de los de los ugha mongulala

 

11051

11051-12012

12013

12417

12422

12444

12449

12462

Hacia 13.000

10.481

10.468

3166

6351

3166

3166

3166-2866

2470


Nuestro Calendario Después de Cristo

 

570

570-1531

1532

1936

1941

1963

1968

1981

Llegada de los Dioses y antes de la selección de las tribus: hora cero.

Partida de los Dioses

Primera Gran Catástrofe 13-7315

Los años de sangre

Destrucción de Akakor por las Tribus Degeneradas, retirada a Akakor inferior.

Regreso de los Dioses

Akahim

Gobierno de Lhasa, construcción de Machu Picchu y Ofir, imperio de Samón.

Viracocha, nacimiento de los incas.


Acontecimientos en la tribu ugha mongulala

 

 

Llegada de los godos.

Los mil años de paz.

Llegada de los españoles al Perú.

Ataque a la Misión de Santa María. Reinha

Llegada de los primeros soldados alemanes.

Luchas en Maldonado.
Tatunca Nara en Manaus, proclamado príncipe de los Ugha Mongulala.

La tercera Gran Catástrofe.


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