extraído de 'El Reino Interior' por Waldemar Verdugo Fuentes

 

Rapa Nui, la Isla de Pascua es el más rico y complejo museo al aire libre que existe en la Polinesia, y es geográficamente el sitio habitado más lejano de tierra; ubicada en el sector oriental del océano Pacífico, rodeada por las distancias del gran mar que la oculta al mismo tiempo que baña sus costas volcánicas, fue descubierta el 5 de abril de 1722, en Pascua de Resurrección de Nuestro Señor Jesús, cuando una expedición holandesa a cargo del almirante Jacobo Roggeveen, que recorría los archipiélagos del Pacífico Sur, con tres barcos de flota, desde el "Thienhoven" avista una porción de tierra solitaria de forma triangular y como flotando en la inmensidad de las olas.


Los holandeses creen estar frente a la Terra Australis Incognita de que hablan los corsarios ingleses. Sin embargo, no hay aquellos puertos naturales que comentan ni la abundante vegetación y no se ve más tierra en la distancia ; sólo hay dos pequeñas playas de arena rosada, formada por el desgaste de la extensa zona de corales que envuelve a la isla. Todo lo demás son volcanes oscuros cubiertos de nubes grises, acantilados profundos y la costa dispareja sembrada de rocas puntiagudas.

 

Fue entonces que, entre todos, asombrados, comienzan a ver figuras de hombres enormes; parece habitada por gigantes que, ocultos tras enormes murallas, asoman sus toscas cabezas por sobre los muros.

 

Está cayendo el sol y un marinero distingue a media milla una columna de humo y otros signos de presencia humana. Deciden bajar al despuntar el alba. Y así lo hacen. Una gran multitud los espera en la playa de Anakena, un sitio hermoso de suaves arenas y aguas cristalinas, con un clima cálido protegido por cerros altos. Al desembarcar, los expedicionarios comprueban con alivio que los gigantes no son sino grandes monumentos colocados sobre altas plataformas. Dominando la costa y las cosas, se ven las colosales estatuas de piedra, algunas coronadas con enormes sombreros rojos.

 

Roggeveen anota en su bitácora que,

"llaman a estas estatuas Moai y a sus sombreros rojos Pukao... no podemos comprender cómo esta gente sin buenas cuerdas y maderos han sido capaces de levantarlas... la mayoría de los hombres llevan barba, visten con escasas prendas y plumas y tienen el cuerpo cubierto de polvillo rojizo sobre el que lucen admirables tatuajes en blanco y azul. Las mujeres están desnudas o cubiertas por un modesto taparrabos. Hay varios con su pelo semejante al color rojo del sombrero de las estatuas y la mayoría tiene la piel tan blanca que pueden ser los descendientes de alguna raza europea..."

Escribe entonces en su "Relación de Isla de Pascua" el expedicionario Carlos Federico Behrens:

"Las enormes estatuas tienen la figura de un hombre cortado a la altura de las caderas, orejas largas, y muchos sostienen en sus cabezas aplanadas una corona o sombrero de piedra rojiza. Parece obra de gigantes."

Y el navegante pionero se hace las preguntas que continúan intrigando al mundo de hoy:

"¿A quiénes representan esas estatuas? ¿Para qué las hicieron? Cuando preguntamos cómo ubicaron los monumentos, con qué herramientas, los nativos respondieron: "Se ubicaron ellos mismos, volando".

Aunque en los mapas actuales figura como Isla de Pascua, Easter Island o Paasch Eyland (como la bautizó Roggeveen) las gentes de la Polinesia la nombran Rapa Nui, que en lenguaje tahitiano significa Isla Grande. También se la conoce como Matakiterani ("Ojos que miran a las estrellas")

 

El título nativo que le dan sus habitantes y que se repite en cantos y poemas es Te Pito o Te Henúa (el Ombligo del Mundo o Centro de la Tierra), igual que como la designaban los habitantes antiguos del lugar. En igual forma, los soberanos que rigieron la vida remota de la isla llevaron el título de Ariki Hanúa o Rey de la Tierra. Se dice que no existe otro lugar habitado tan diferente a otras comunidades humanas.


Rapa Nui es en su totalidad de origen volcánico, y empezó a aflorar desde el fondo del océano hace aproximadamente 3 millones de años, manteniendo intermitentemente su actividad volcánica hasta hace 2 mil a 3 mil años atrás, fecha de la ultima erupción calculada. La isla es un triángulo de tierra formada por las laderas encontradas de tres volcanes: el Ranu Raraku, el Rano Aroi y el volcán Rano Kau, que albergan en su interior una importante reserva de agua, flora y fauna para los lugareños, y en cuyo cráter se encuentran varias cuevas-entradas a las profundidades secretas pascuenses.

 

La ubicación de éstas ha sido celosamente transmitidas y guardadas de padres a hijos. Porque a pesar de su pequeñez y abismante lejanía, en ese milagro del mar floreció y se desarrolló una cultura de alta complejidad que aún hoy día provoca asombro. La Rapa Nui constituye el ejemplo mejor ilustrado de una cultura que se ha desarrollado al margen del resto del mundo, careciendo prácticamente por completo del aporte de ideas nuevas, que tanta importancia ha tenido en la historia de todas las naciones conocidas.


En la mitología del Reino Interior se cree que desde siempre ha sido utilizada como salida-entrada de las gentes que viven al interior de la Tierra. Hoy día se cree que los primeros pobladores fueron grupos de navegantes extraviados que llegaron hasta el ombligo del mundo y fueron incapaces de regresar a sus lugares de origen. La principal razón para afirmar esto es que no se conoce ningún poblado, ni polinésico ni americano, capaz de navegar precisa y sistemáticamente entre Rapa Nui y otras tierras, de manera tal que la única posibilidad son las llegadas fortuitas de navegantes que se convirtieron en realidad en prisioneros de la tierra que los había salvado.

 

Estos primeros colonos involuntarios debieron adaptar sus valores culturales y su manera de vivir a un medio radicalmente diferente que ayudó a gestar en la isla un proceso que reproducía a escala reducida todas las diversas etapas a través de las cuales el hombre pobló progresivamente el planeta.

 

Cabe decir que los primeros habitantes del lugar desarrollaron en un lapso reducido, una cultura que llegó a muy altos niveles de complejidad, incluyendo un sistema de escritura aún sin descifrar por completo y que se encuentra en su mayor parte en las famosas "tablillas parlantes", la escritura rongorongo, que encontraron en la isla los primeros descubridores del lugar; estos trozos de madera endurecida por los siglos, tallada íntegramente con signos pictográficos de fascinante estilística, que trasmiten una cosmogonía coherente de principio a fin.

 

Originalmente llamadas entre los pascuenses Kohau rongorongo, su enigma comienza con la propia traducción del nombre, que algunos traducen como "líneas para su recitación" y otros "tablillas de transmisión". Se habla de 600 de ellas desaparecidas.


La narración de la Tablilla de Aruku-kurenga o Ki-Te Erua ("El loco período del sol"), una de las pocas que se conservan, traducida a la lengua Rapa Nui moderna por el obispo Tepano Jaussen y M.E. Ahnne, cuenta un terrible momento que vivieron los primitivos habitantes de la isla en tiempos prehistóricos:

"El calor del sol, que da vida y fecunda, hoy aumentó su calor. La atmósfera es una caldera. El aire está pesado y asfixiante. Algunas mujeres y niños están cayendo secos a la tierra. Hay preocupación por salvar a Manua Iru y su alteza Koia, la reina y sus servidores. Y a los hombres Moa, que estaban viviendo acá junto a nosotros. Es Koia quien toma la decisión de partir. Embarcándonos para algún lugar y poniéndonos a salvo"

La tablilla concluye el relato antes de indicar cuál es el sitio elegido para emigrar. El repentino cataclismo solar que afectó a Rapa Nui en tiempos remotos tiene ciertos grados de relación con lo que dice la tradición en pueblos de otras regiones de la tierra: en la teogonía egipcia se describe el despedazamiento del sol; las inscripciones de Medinet-Habu, hablan de lenguas de fuego que descendieron de los cielos y quemaron pueblos enteros, ardieron las ciudades y desapareció todo signo de vida en algunas zonas. En la Biblia se señala la ocasión el día de Pentecostés.

 

Los investigadores señalan que el repentino cataclismo solar que afectó a la isla no dio tiempo a nadie para preocuparse de sus labores; de un momento a otro se abandonaron los trabajos; se descubren estatuas dejadas a medio camino del sitio en que iban a ser colocadas; originando un cataclismo de esta naturaleza alteraciones de todo orden, terremotos y maremotos, que justificarían los desplazamientos de tierra que ubicaron a las estatuas semienterradas o hundidas y aún ocultas. De esta serie existen otras seis tablillas transcritas por el obispo Jaussen, cuya ubicación hoy no se sabe.

 

Louis Pauwels y Jacques Bergier en "El Retorno de los Brujos", aseguran que existen otras series de tablillas parlantes en el museo del Vaticano, Roma. Y Louis Castex en su libro "Los secretos de Isla de Pascua" hace saber que tres tablillas que se encontraban en el Museo Braine-Le-Comte, en Bélgica, están ahora en el museo del Vaticano, en el archivo de los Sagrados Corazones.


En estos trozos de madera tallados con letra rongorongo está supuestamente la historia de la isla, que a nosotros nos llegó en parte gracias a la tradición oral desde los primeros pascuenses, que tienen un pasado que es rara mezcla de sangre y poesía.


Hace unos años viajar a la isla de Pascua era más difícil que ir de safari. Actualmente existe una extensa información turística y facilidades para llegar al sitio, que está plenamente integrada a la sociedad contemporánea. Hay casi todas las comodidades materiales que puede disfrutar cualquier ciudadano del mundo. La partida desde el aeropuerto internacional de Santiago de Chile, es el inicio de cinco horas de vuelo sobre el mar, siguiendo la ruta del Pacifico Sur. La penúltima escala es la isla, que se ve reposando como un gran animal marino entre las olas.

 

Desde el avión se distinguen sus tres volcanes, las suaves colinas donde corren las manadas de caballos y sus costas oscuras bañadas por el agua maravillosamente azul. Roqueríos y mar, incipiente vegetación y una sola aldea: Hanga Roa. Se aterriza en el aeropuerto de Mataveri entre música autóctona y sonrisas expectantes. Casi toda la población se reúne allí para ver este acontecimiento que ocurre tres veces por semana. Los que van al lugar esperando extensas playas, palmeras y cocoteros, probablemente se desilusionarán porque el paisaje es de costas que se precipitan al mar en abismos insondables y viento.

 

Aunque encontrarán tres playas de ensueño, con aguas transparentes y templadas, con posibilidad de practicar el buceo, el yatching y el surf, o dorarse en una de las arenas más finas que hay en toda Polinesia. Pero si no es su caso, puede estar seguro de que deseará no abandonar jamás la isla, porque el color del mar es único y las luces de los crepúsculos de la tarde y de la mañana son inolvidables. Es sabido de todos que las brújulas allí no funcionan por un fenómeno de gravedad que dota a la isla de una extraña energía que uno siente cuando pisa sobre ella; la sensación es única. Se está en un animal vivo.


Hay hoteles internacionales, pero la mayoría de los turistas prefieren vivir en pensiones pascuenses: muchas casas de los isleños están acondicionadas para recibir huéspedes en excelentes condiciones, y por una parte de la oferta hotelera. En general, en todo el sitio reina una limpieza absoluta pues son gentes muy organizadas y armónicas en su trabajo diario. Las construcciones son de alegres colores y siempre están rodeadas de jardines con plátanos, flores y plantas exóticas. La comida es excelente, y si ha decidido vivir en una pensión durante su estadía, podrá conocer la impagable experiencia de adentrarse un poco en la vida auténtica de los isleños.


Me he hospedado en casa de la familia Pakarati, que están desde siempre en el lugar. Las mujeres de la familia son sonrientes y bellas, y los hombres jóvenes del clan son en su mayoría talladores: de sus manos salen esas figuras de moais con cuerpos flacos y largas orejas y manos. El dueño de casa es don Cristóbal, reconocido como uno de los mejores talladores de la isla y como uno de los sabios consultores del Consejo de Ancianos.

 

A él todo el mundo le consulta todo. Aunque jamás sale de su casa, sabe todo lo que sucede porque durante el día desfila por su patio al menos la mitad de los lugareños. Don Cristóbal Pakarati es como un viejo patriarca, y allí nadie duda que es uno de los hombres del sitio que preserva la sabiduría de Te Pito o Te Henúa.

 

El es capaz de transmitir la maravillosa leyenda perdida de la isla y de su gente.

"Había una vez un continente llamado Hiva, donde un terrible cataclismo sumergió sus vastos territorios en el mar. Para salvar parte de su raza, un rey llamado Hotu Matu'a se embarcó y navegó hasta dar con este lugar que nombró Te Pito o Te Henúa, el Ombligo del Mundo. Llevaba consigo a sus guerreros, mujeres semillas, plantas y animales, desembarcando en la única playa de la isla: Anakena.

 

Como los isleños de hoy, ellos eran individuos de elevada estatura, de complexión vigorosa y aspecto fuerte con rasgos de corte fino, que recorren la isla montando su caballo, un símbolo de respeto vigente; con sus mujeres, las más bellas de Polinesia, de exótica belleza, cuerpo delgado y flexible y un inquietante quiebre de cadera al caminar, de carácter enérgico pero dulcísima; trajeron su idioma, con inflexiones polinésicas pero absolutamente incomprensible.

 

Es posible que antes de la llegada de Hotu Matu'a la isla ya tuviera algunos habitantes, en todo caso los recién llegados implantaron su propia sociedad constituida en numerosas tribus. Vivían de la pesca y de la agricultura y tenían ingeniosas costumbres para dominar la naturaleza.

 

"Posteriormente llegó una segunda emigración. Algunos dicen que salieron desde las cavernas de la isla, que se abren a caminos que unen bajo tierra todos los continentes. Eran una raza más baja y ancha que los altos y delgados descendientes de Hotu Matu'a. Estos fueron probablemente iniciadores en la fabricación de las fabulosas estatuas de piedra esparcidas por toda la isla. Aunque otros dicen que ya estaban desde antes.

 

Tenían la costumbre de estirarse los lóbulos de las orejas y de allí su apodo de orejas largas. Los moais no eran divinidades sino algo así como retratos de personajes importantes. Estas figuras enormes de piedra, algunas de más de 90 toneladas de peso, tenían una extraña y descomunal fuerza energética. Todas fueron talladas en la ladera del volcán Rano Raraku, sin más instrumentos que trozos de piedra, puesto que sus autores desconocían el metal.

 

Su fabricación requería miles de horas-hombre y su traslado es tan incomprensible como la técnica de construcción de las pirámides de Egipto, con la diferencia de que en el caso de la isla de Pascua nunca hubo millares de esclavos dedicados exclusivamente a hacer moais, ya que su población nunca pasó de los 5 mil habitantes. Por eso a pesar de todas las investigaciones que se han hecho, todavía no se sabe cómo los isleños bajaban esas moles de piedra desde las alturas del volcán, y cómo las trasladaban por toda la isla y cómo las ponían de pie. Y encima le colocaban un sombrero de piedra que pesaba otras varias toneladas."

Los Rapa Nuis, desde que los primeros extranjeros los interrogaron hasta hoy día, responden que los moais se movían con mana: un poder de la mente que los arikis practicaban comúnmente en beneficio del pueblo. Ese mismo poder, que movía toneladas de piedra a través del aire, atraía el pescado hacia sus costas y ayudaba en la germinación de las semillas.

 

Investigadores modernos no han podido explicar a ciencia cierta qué tipo de fuerzas utilizaron para trasladar los enormes trozos de piedra, pues sin duda la tracción animal es imposible en este raro sitio magnético en que las gallinas vuelan y ponen sus huevos escondidos en la incipiente vegetación. De todas maneras, las fotos en que vemos reproducciones de estas fantásticas estatuas no tienen nada que ver con las de su lugar de origen, que parecen ser simplemente seres escapados de un país de gigantes.

 

Las zonas de Vaihu y Akahanga eran sus puntos más densos de población; ahora pueden verse en el lugar numerosos ahus, sus altares a los Dioses de piedra, varios semidestruidos. Frente a los ahus se construían ordenadamente las casas de piedra de no menos de un metro de alto por cuatro de largo, unidas una junta a otra para depositar los restos de los muertos ilustres y muchos otros objetos del poblado.

 

Luego les colocaban encimas los moais, estos gigantes de piedra con esa forma de hombre de orejas y nariz sumamente largas, como las caras mismas, de labios finos que parecen apretados y ojos que semejan un mirar lejano, como oteando el cielo, con el cuerpo cortado a la altura de la cintura y los brazos formando parte, en bajorrelieve, del tórax; a los que encima plantaban su tocado o pukao, de otras varias toneladas de peso esculpido en piedra volcánica de color rojizo, que en la actualidad pocos conservan, especialmente porque casi todas las esculturas de los ahus terminaron de ser derribadas de sus podios por los evangelizadores católicos que pasaron por la isla hasta finales del siglo XIX.

 

Un ahu, el llamado Heki'i tiene siete metros de altura. En Tahai, lugar cercano al puerto de Hanga Roa, donde se celebran exposiciones permanentes de arte nativo, se desenterró de un ahu una cabeza esculpida de extraña forma, de tipo redondeado y ojos hundidos. Cabezas del mismo estilo quedaron al descubierto en Tongariki, otra zona de la isla, con el maremoto que azotó a Chile en 1960.

 

Los ahus, entonces, representan una época secreta y esplendorosa de Pascua, porque eran una forma de agradecer a sus Dioses por el agua, las frutas, el sol, la luna, el trueno y el relámpago del mar, la buena pesca y la simple unidad de las tribus, cuando todos aportaban lo suyo, porque si los orejas chicas tenían la escritura y un orden social, los orejas largas tenían toda la fuerza necesaria para moldear la piedra a imagen y semejanza de sus sueños.


La isla carecía de minerales, contaban sólo con roca y se dedicaron a ella, fueron también competentes arquitectos además de hábiles escultores; por ejemplo, las casas de la aldea sagrada de Orongo fueron construidas con un singular sistema de superposición y contrapeso de lajas que es único en el mundo. Con ese mismo estilo construyeron sus templos y monumentos hasta de 14 metros de altura, utilizando piedras de unos 40 kilos de peso. Desafiando la gravedad mediante el recurso del contrapeso y el abovedamiento daban variadas formas a estas construcciones; vemos una de ellas en forma de pez.

 

En cierta época cobra una gran importancia el extraño culto a un hombre-pájaro, el Tangata Manu (o Manutara), cuya ceremonia tenía lugar en el sitio ceremonial de la ciudad sagrada, en torno del volcán Rano Kau, en el extremo sur de la isla; del hombre-pájaro existen numerosos petroglifos en la zona, en todos se muestra semejando una cara humana detrás de una escafandra que toma forma de pico de ave, o simplemente es esférica; sépase que hay figuras en la piedra en que se ve a este hombre-pájaro cubierto por extraños artefactos y lleva ¡botas!

 

Pero Orongo era también ciudad levítica (residencia sacerdotal), astillero y centro de observaciones astronómicas, por eso se encuentra casi todo el sitio plagado de dibujos y tallados. A la llegada de las primeras expediciones, Orongo era receptáculo de construcciones que resguardaban especialmente las tablillas de madera endurecida con escritura rongorongo, mucha de la cual, afortunadamente, quedó también grabada en la piedra, sin descifrar aún, o todavía ocultas en alguna cavidad de las 46 cuevas que hay allí, colgadas sobre el acantilado.


Según el sistema de medición con carbono, se ha fijado hacia el año 1680 el momento en que los Rapa Nuis sufren un síncope en su cultura, posiblemente por guerras internas entre las comunidades isleñas aunadas al colapso que produjo la llegada de los navegantes pioneros desde el mar. A la llegada de los primeros visitantes europeos, su sociedad ya estaba deteriorada y no pudieron presentar oposición a los despojos y las rapiñas cada vez más frecuentes, que terminaron por decapitar la cultura local.

 

Llegó un momento en que sólo se censaron 111 nativos (entre ellos los miembros de la familia Pakarati), que habían sobrevivido a las expediciones que buscaban esclavos. Hoy, esto es historia. Cuando el gobierno de Chile tomó posesión de la isla, lenta pero segura la curva decreciente se niveló y empieza a crecer nuevamente hasta el momento actual, en que nos encontramos con una sociedad pujante y vigorosa.

 

Estos últimos años, los trabajos de investigación arqueológica han sido llevados a cabo en forma programada y con regularidad, de modo que hoy día podemos presenciar casi exactamente y a pesar del tiempo, cómo lucían algunos imponentes altares y lugares ceremoniales que constructores orgullosos de su condición de hombres religiosos y con seguridad en sus propios medios, hicieron aparecer en el centro del mundo. Hombres y mujeres de casta fuerte en que la sensibilidad, además de ser presente inmediato en su expresión escrita en las tablillas parlantes y jeroglíficos, conservan un rico patrimonio de danza y música.


Es interesante la literatura que ha inspirado Rapa Nui desde que fue descubierta. La Relación de sus observaciones que hace en la isla el inglés James Cook cuando la visitó en 1774, es un clásico de las narraciones de expedicionarios, porque aquí Cook contó con el aporte de los científicos alemanes Reihold y George Forster, que iban en su tripulación, al igual que el ilustrador de la Relación: el dibujante escocés Hodges.

 

En ocho días recorren la isla y escriben una Relación de sus observaciones: ellos definen el contraste entre los grandiosos vestigios de una poderosa y enigmática cultura y la pequeña porción de tierra volcánica habitada por una población numerosa y empobrecida. En 1786 el entonces Abate Juan Ignacio Molina considera a Rapa Nui posesión chilena en su obra "Historia Natural de Chile". En 1872 el escritor francés Pierre Loti, que viaja a bordo de la corbeta "La Flore", se lleva el Moai que hoy está en el Museo del Hombre en París.

 

Como tiene dificultades para transportarlo entero al barco, decide cortarlo con un serrucho para madera y se lleva solo la cabeza, de la cual se caen sus ojos y no logra ubicarlos (porque inicialmente, todos los moais tenían ojos blancos de conchaperla y pupilas negras posiblemente de obsidiana). Son interesantes las descripciones que Loti hizo de la isla, tanto literarias como gráficas (hizo varios dibujos de lo que vio). Afirma que durante su estancia todavía se utilizaban las casas-bote como vivienda, y describe detalles de dichos habitáculos, adornos y objetos. Asimismo señala la existencia de los hare-moa, que eran gallineros de piedra, en una época en que las gallinas fueron utilizadas como moneda entre los isleños.

 

En 1914 se inscribe la estadía de la investigadora inglesa Miss Katherine Coresby Routledge. Realiza un valioso aporte con sus inventarios de aves y plantas nativas, y escribe cuando vuelve a Inglaterra su libro "El misterio de la Isla de Pascua", publicado en 1917. En 1935 se anota la estadía del investigador francés Alfred Metraux, quien de vuelta en París publica "La isla de Pascua" (1941, Ed Gallimard), un estudio etnológico de gran valor para estudios posteriores. En 1955 y 1959 la visitan Thor Heyerdahl y William Mulloy.

 

El explorador Heyerdahl, jefe la famosa travesía a bordo de la Kon-Tiki, salió en septiembre de 1955 de Noruega a Rapa Nui, al frente de una expedición de 20 hombres, patrocinada por el príncipe Olaf, y dedicó un año a sistemáticas excavaciones arqueológicas, que narra en su libro clásico del género: "Aku-aku". En 1960 Jordi Fuentes publica su "Diccionario y gramática de la lengua de la Isla de Pascua" (Ed. Andrés Bello, Chile). En 1966 Francis Mazière publica "Fantástica Isla de Pascua" (Ed. Plaza & Janés, España).

 

En 1968 y 1969 reside nuevamente en la isla el arqueólogo William Mulloy. Su informe de restauración de sitios a base de la arquitectura y medios originales que confeccionó para la UNESCO, es un clásico del género. En 1970, Juan G. Atienza publica "Los supervivientes de la Atlántida" (España, Ed. Martínez Roca), en que plantea una tesis que involucra a los habitantes de la isla con los restos del mítico continente perdido.

 

Ese mismo año Jacques Bergier publica "Los extraterrestres en la Historia" (España, Ed Plaza & Janés), en que relaciona a la isla con visitantes del espacio que habrían construido las gigantescas estatuas. También en 1970 el investigador chileno Ramón Campbell publica "La Herencia musical de Rapa Nui", en que afirma una similitud notable entre la música de ciertas regiones de Oriente y el estudio de los textos y melodías de la música antigua de la isla.

 

En 1974 Andreas Faber Kaiser publica "¿Sacerdotes o cosmonautas?" (Ed. Plaza & Janés), que se suma a la inspiración insólita que ha despertado la isla en los escritores internacionales.

 

En 1975 llama la atención que se esté creando una imagen absolutamente fantástica de Rapa Nui, en que se la asocia con extraterrestres y se afirma que desde sus entrañas surgen túneles que llevan a la cordillera de Los Andes y los montes Pirineos... como el español Antonio Ribera, quien afirma, entre otras cosas, haber descubierto un origen egipcio de los primitivos habitantes en su libro "Operación Rapa Nui", 1976 (Ed. Pomaire)... soslayar solamente aspectos que da cada uno de estos investigadores acerca del lugar requiere el espacio de un libro entero, pero, digamos, en algo están de acuerdo: el sitio es uno de los más fascinantes de visitar.


La energía que envuelve Rapa Nui hoy día se siente en toda su enorme intensidad. A los pocos días de estar aquí comienzo a vivir esa extraña sensación de embrujamiento de la que tanto se ha hablado y escrito. Es verdad. Absolutamente real. Visitar el cráter de Rano Kau, estar en Orongo, la aldea ceremonial del hombre pájaro, ver el Ahu Tongarika, que está reconstruido pero tenia más moais y era uno de los sitios más bellos hasta que la enorme ola que vino del mar barrió con todo y dejó el lugar convertido en un cementerio de estatuas; o visitar las cavernas sembradas con flores de luz y gotas de agua, que indican las rutas en los caminos secretos que llevan a la ciudad sagrada en el interior de la Tierra, todo el sitio es un espectáculo maravilloso.

 

En noche de luna llena visitando el cráter del Rano Raraku, la cantera que aprovisionó a los pascuenses de la piedra necesaria para sus estatuas, uno entra en un enorme escenario con actores de piedra listos para iniciar su acto; abundan las hachas líticas con que canteaban; se ven numerosas esculturas a medio construir, unidas todavía algunas a la cantera del cerro.

 

Existe allí un moai inacabado de 24 metros de alto y unas 100 toneladas de peso. Todo irradia la terrible fuerza de la isla, y cada persona que la pisa piensa en algún momento en no dejarla nunca más, en quedarse para siempre. Porque estar allí es cierto que es como estar parado en el lomo de un ser vivo, una bestia del mar cuyo cuerpo son las extrañas e inexploradas cavernas que se extienden bajo tierra.

 

La ubicación exacta de la Isla de Pascua, Rapa Nui, es al Este del sol y al Oeste de la luna. Y sus cuevas son un enigma permanente en las relaciones del mundo interior.