Desde las primeras investigaciones de 1952, en la meseta peruana de
Marcahuasi, a 3.600 m de altura, en el corazón del macizo de los
Andes, Daniel Ruzo no ha dejado de obtener confirmaciones de la
existencia en aquella meseta de un conjunto de esculturas y de
monumentos que bien podría ser el primero y más importante del
mundo.
Este descubrimiento no se debió a la casualidad. Ya en 1925, Daniel
Ruzo había llegado a la conclusión de que habían de existir
vestigios de una antiquísima cultura qué se extendió por la América
Central y la América del Sur, principalmente entre los dos trópicos.
El estudio de la Biblia y de las tradiciones y leyendas de la
Humanidad, y el análisis de los relatos de los cronistas españoles
de la Conquista, le habían llevado a esta convicción.
En 1952, al
enterarse de la existencia de una roca excepcional en la meseta de Marcahuasi, organizó una expedición y pudo ver que se trataba, no de
una piedra aislada, sino de un conjunto de monumentos y esculturas
distribuido en una superficie de tres kilómetros cuadrados. Después,
daría el nombre de «Masma» al presunto pueblo de escultores, En
efecto, desde tiempo inmemorial se conocen con este nombre un valle
y una población de la región central del Perú, donde habitaron los
huancas hasta la llegada de los españoles.
Lo primero que chocó a Ruzo fue la existencia de un sistema
hidrográfico artificial, destinado a recoger el agua de las lluvias
y distribuirla por toda la región circundante durante los seis meses
de sequía. De doce antiguos lagos artificiales, sólo dos continúan
en estado de servicio, pues los diques de los otros fueron
destruidos por la acción del tiempo.
Unos canales servían para
conducir el agua hasta 1.500 metros más abajo, irrigando de este
modo los vastos campos agrícolas escalonados entre la meseta y el
valle. Hoy podemos ver aún un canal subterráneo que termina en una
abertura, a media altura de la meseta. Estos vestigios atestiguan la
prosperidad de una región aislada que debía de alimentar a una
población muy numerosa.
Para la defensa de este centro hidrográfico vital y de esta rica
comarca, toda la meseta había sido convertida en fortaleza. En un
punto, dos enormes rocas fueron profundamente ahuecadas en su base,
a fin de hacer imposible la escalada directa, y, por su parte de
atrás, fueron enlazadas con un muro de grandes piedras. Nos
encontramos frente a una inmensa fortificación, cuya técnica revela
la experiencia militar de sus constructores.
Encontramos restos de
caminos cubiertos y bien protegidos, e incluso, en ciertos lugares,
fortines cuyos techos han desaparecido. Podemos ver también las
grandes piedras que formaban el muro, y la columna central que
sostenía el techo. En todos los puntos que dominan los tres valles,
podemos ver aún los puestos de observación para los centinelas. En
algunos de ellos, afloran del suelo una especie de grandes dientes
de piedra, que nos hacen pensar en antiguas máquinas de guerra
concebidas para arrojar bloques de piedra sobre los asaltantes.
Poco a poco, Daniel Ruzo descubrió, en el recinto fortificado, una
importante cantidad de esculturas, de monumentos y de tumbas. Los
cuatro centros más interesantes, cada uno de los cuáles está
dominado por un altar monumental, aparecen situados en los cuatro
puntos cardinales.
Los altares levantados al Este, están orientados hacia Levante.
Frente a ellos, hay un campo lo bastante vasto para contener un
ejército o la población entera de la comarca; cerca de allí, una
pequeña colina fue modificada para que pareciese, si se la mira
desde un ángulo determinado, un rey o un sacerdote, sentado en un
trono, con las manos juntas y rezando.
Hacia el Sur, a una altura de unos 50 ó 60 metros, se levantan, por
todos lados, figuras esculpidas. Un altar, orientado hacia el Este,
sobresale 15 metros del nivel del llano circundante. Partiendo de su
base, y descendiendo hasta el llano, hay una pendiente de superficie
lisa, que parece haberse realizado con alguna especie de cemento.
Esta pendiente, parecida a la de los otros altares, está cruzada por
unas rayas que permiten conjeturar que el revestimiento se efectuó
por partes, para prevenir los efectos de la dilatación. El cemento,
que imita la textura de la roca natural expuesta a los elementos,
parece revestir también ciertas figuras. Al levantar una primera
capa de este material, los investigadores descubrieron que,
inmediatamente debajo de ella, había unos botones redondos y
salientes, que parecen haber sido colocados al objeto de impedir el
deslizamiento de aquella capa durante el tiempo necesario para su
endurecimiento.
Dos esculturas, a cierta distancia una de otra, representan la
Diosa Thueris, protectora de las parturientas en Egipto. Era la Diosa de
la fecundidad y de la perpetuación de la vida. Su aspecto es muy
original: un hipopótamo hembra, de pie sobre las patas traseras y
con una especie de casco redondo en la cabeza.
Con su morro
prominente, su panza enorme y el signo de la vida en la mano
derecha, es imposible que esta figura convencional fuese reproducida
por casualidad en Marcahuasi. Después del descubrimiento de varias
figuras parecidas a esculturas egipcias, una de ellas a medio
ejecutar, Daniel Ruzo opina que se puede considerar la posibilidad
de antiquísimos contactos entre las dos culturas.
En el borde oeste de la meseta, a unos cien metros del abismo, un
conjunto de enormes rocas forma un altar orientado hacia Poniente.
Se llama a este lugar «las mayoralas», nombre moderno que se aplica
a las jóvenes que cantan y bailan, siguiendo la tradición, en las
fiestas rituales que se celebran durante la primera semana de
octubre. El nombre antiguo de este grupo de cantoras era «Taquet», y
también se aplica a la masa rocosa. Sin duda alguna, se trata de un
altar construido con vistas a cánticos religiosos y dispuesto en
forma de concha acústica con objeto de amplificar el sonido.
La fiesta comienza cerca de San Pedro de Casta, en la carretera que
sube a la meseta, y en un lugar llamado Chushua, a los pies de un
gran animal de piedra, parecido a los animales fabulosos creados por
la imaginación de los artistas asiáticos: el huanca Malco. Siguiendo
la tradición, los hombres solos, una noche de primeros de octubre,
antes de que empiece la estación de las lluvias, celebran la primera
ceremonia alrededor de la escultura, inaugurando la semana de
fiestas en honor de Huarí.
Las otras fiestas se celebran, con el
concurso de las mujeres y de las cantantes, en los alrededores y en
el recinto de la ciudad. Estas festividades son testimonio, incluso
hoy en día, de la asombrosa vitalidad de los sentimientos religiosos
de la antigua raza, conservada a través de los siglos, a pesar de
las encarnizadas persecuciones y del olvido de la fuente religiosa
original.
En el extremo norte de la meseta, dos enormes sapos aparecen
sentados sobre un altar semicircular orientado hacia el Oeste. Una
vez al año, en el solsticio de junio, los sacerdotes veían elevarse
el Sol exactamente sobre la figura central.
Este altar pertenece a un conjunto casi circular de monumentos que
tienen en su centro un mausoleo, en muy mal estado, pero en el cual
un centenar de fotografías, tomadas en diferentes épocas del año,
revelaron la estatua de un hombre yaciente, viejo, velado por dos
mujeres, y de algunas figuras de animales, que tal vez representan
los cuatro elementos de la Naturaleza.
La proyección directa, en la pantalla, del negativo de una de estas
fotografías, hizo aparecer una segunda figura. Vemos, en el sitio
donde se encuentra la cabeza del primer personaje, el rostro
esculpido de un hombre joven, con los cabellos caídos sobre la
frente, que nos contempla con noble y orgullosa expresión. ¿Cómo
explicar este misterio escultórico, que solamente descubre la
fotografía?
El monumento más importante, por la perfección del trabajo, es una
doble roca de una altura de más de 25 metros. Cada una de sus partes
parece representar una cabeza humana. En realidad, hay al menos 14
cabezas de hombre esculpidas, que representan cuatro razas
diferentes.
Su nombre más antiguo es «Peca Gasha» (la cabeza del
colador). Hoy la llaman, en la comarca, «La cabeza del inca». Como
no se parece en nada a la cabeza de un inca, es probable que le
diesen este nombre para situarla en los tiempos «más antiguos».
Considerando los relatos de los cronistas españoles de la Conquista,
y de acuerdo con sus observaciones personales, podemos afirmar:
-
Que las esculturas antropomórficas y zoomórficas de piedra
existieron en diferentes regiones del Perú, y que el inca Yupanqui
tuvo conocimiento de esas esculturas.
-
Que estas esculturas fueron atribuidas a hombres blancos y
barbudos, pertenecientes a una raza legendaria.
-
Que los huancas, que cuando llegaron los españoles habitaban toda
la región central del Perú, donde se encuentran Marcahuasi y Masma,
fueron siempre considerados como los obreros más hábiles del Imperio
inca para los trabajos en piedra.
-
Que esta antigua raza de escultores había dejado inscripciones. En Marcahuasi, dos rocas, desgraciadamente estropeadas por los años,
parecen caber estado cubiertas de inscripciones.
Existen también «petrografías» diferentes de las ya conocidas:
gracias a una hábil combinación de incisiones y relieves, el
escultor ejecutó imágenes que deben ser contempladas desde un cierto
ángulo; a veces, el efecto se consigue cuando la luz del sol incide
en determinado ángulo; otra, las figuras sólo se manifiestan al
mediodía.
El estudio de estas imágenes es muy difícil. Para
captarlas bien, conviene fotografiarlas en diversas épocas del año.
Entonces percibimos estropeadas reproducciones de estrellas de cinco
y seis puntas, círculos, triángulos y rectángulos.
La inscripción más notable está situada en el cuello y la base del
mentón de la figura principal de la «Cabeza del inca». Imaginaos
unas líneas dobles y hechas con puntitos negros, grabados en la roca
de manera indeleble. Parece casi increíble que estos puntos hayan
podido desafiar el tiempo; quizá fueron grabados en profundidad. La
inscripción reproduce la parte central de un tablero de ajedrez. Una
cuadrícula análoga a la que los egipcios grababan sobre la cabeza de
sus Dioses.
Lo mismo que las inscripciones, los recuerdos del pasado se han ido
borrando poco a poco. La idea corriente, en la región, es que la
meseta es un lugar hechizado. Se dice que hubo un tiempo en que los
mejores hechiceros y curanderos se reunían allí, y que cada una de
las rocas representa a uno de ellos. Si algunas figuras pueden ser
reproducidas fotográficamente, la mayoría tienen que ser observadas
sobre el terreno, en ciertas condiciones de luz y por escultores o
personas familiarizadas con este trabajo.
Las esculturas sólo
parecen perfectas cuando se miran desde un ángulo dado, partiendo de
puntos bien determinados; fuera de éstos, cambian, desaparecen o se
convierten en otras figuras, que tienen también sus ángulos de
observación. Estos «puntos de visión» aparecen casi siempre
indicados por una piedra o una construcción relativamente
importante.
Para la ejecución de estos trabajos, hubo que apelar a todos los
recursos de la escultura, del bajorrelieve, del grabado y de la
utilización de las luces y las sombras. Algunos son visibles
solamente durante ciertas horas del día, ya en cualquier día del
año, ya únicamente en uno de los solsticios, si requieren un ángulo
extremo del sol. Otros, por el contrario, sólo pueden apreciarse
durante el crepúsculo, cuando ningún rayo de sol incide sobre ellos.
Muchos están relacionados entre sí y con los «puntos de visión»
correspondientes, permitiendo trazar líneas rectas que reúnan tres
puntos importantes, o más. Si prolongásemos algunas de estas líneas,
señalarían, aproximadamente, las posiciones extremas de declinación
del sol.
Las figuras son antropomorfas o zoomorfas. Las primeras representan,
al menos, cuatro razas humanas y, entre éstas, la raza negra. La
mayoría de las cabezas están descubiertas, pero algunas de ellas
aparecen tocadas con un casco de guerrero o con un sombrero.
Las figuras zoomorfas ofrecen una extraordinaria variedad. Hay
animales originarios de la región, como el cóndor y el sapo;
animales americanos, tortugas y monos, que no podían vivir a tanta
altura; especies -vacas y caballos- que trajeron los españoles;
animales que no existían en el continente -y tampoco en los tiempos
prehistóricos-, como el elefante, el león de África y el camello; y
una gran cantidad de figuras o cabezas de perro, tótem de los
huancas, incluso en la época de la Conquista.
Los escultores realizaron también sus figuras utilizando juegos de
sombras, que pueden apreciarse sobre todo durante los meses de junio
y diciembre, cuando el sol envía sus rayos desde los puntos extremos
de su declinación. También aprovecharon las sombras cincelando
cavidades en la roca, a fin de que los bordes de éstas proyectaran
siluetas exactas en cierto momento del año, para formar o completar
una figura.
Todo esto induce a creer en la existencia de una raza de escultores
en el Perú, que hizo de Marcahuasi su más importante centro
religioso y que, por esta razón, lo decoró profusamente. Podríamos
comparar esta raza de escultores con los artistas prehistóricos que
decoraron, con pinturas murales, las cavernas de Europa.
Encontramos, además, «petrografías» obtenidas con el empleo de
barnices indelebles: rojos, negros, amarillos y castaños, parecidas
a otras que se descubrieron en el departamento de Lima, pero menos
antiguas que las grandes esculturas.
Existe un parentesco muy próximo entre las esculturas de Marcahuasi
y las que sirven de decoración, en muy gran número, a la pequeña
isla de Pascua: la técnica escultórica es la misma; los escultores
representan las cabezas sin ojos, tallando las cejas de manera que
produzcan una sombra que, en un momento dado del año, dibuja el ojo
en la cavidad.
Estas obras, de tipo extraordinariamente arcaico, parecen haber sido
concebidas por una mentalidad humana intermedia entre la de los
paleolíticos o mesolíticos antiguos -cuyo último vestigio está
constituido por los australianos- y la tan conocida de los grandes
imperios, cuyos rasgos más esenciales son la talla de las piedras,
la geometría, la aritmética de posición, con inclusión del cero, y
la construcción de las Pirámides.
Al parecer, Marcahuasi, más que centro de lugares habitados, fue
lugar de reunión de los hijos de un mismo clan. El conjunto de
monumentos y esculturas, en los tres kilómetros cuadrados de la
meseta, constituye una obra sagrada, como las alineaciones de Carnac
o las grutas de las Eysies.
Cuatro mil fotos en negro y en colores, estudios químicos sobre la
piedra, comparaciones con los bajorrelieves descubiertos en Egipto y
en el Brasil, demuestran que la escultura de la meseta de Marcahuasi
es, quizá, la más antigua del mundo, más antigua que la de Egipto,
más antigua que la de Sumer.
¿Qué pasó en América del Sur, entre
este período y la llegada de los españoles?