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			El Misterio de la Atlántida 
 La Atlántida constituye el misterio más grande de la historia. La 
			más completa serie de referencias a la Atlántida que existe en la 
			Antigüedad aparece en los Diálogos Timeo y Critias, de 
			Platón, bajo 
			la forma de una serie de acontecimientos comunicados al ateniense Solón por los sacerdotes griegos de Sais y que son un misterio en sí 
			mismos. ¿Para qué escribió Platón estos diálogos? ¿Para ilustrar la 
			concepción de un Estado perfecto o como propaganda pro-ateniense?
 
			  
			 En 
			todo caso, sus descripciones de la islacontinente son las más 
			detalladas y completas existentes en los documentos antiguos, 
			exceptuando tal vez los de Egipto, si existieran y fuesen 
			encontrados. Además, Platón no era dado a discutir fábulas, sino que 
			se especializó en filosofía, y se preocupó muy especialmente de 
			precisar que el tema de estos diálogos no era ficción, sino realidad.  
			 
			La primera referencia a la Atlántida aparece en el diálogo llamado 
			Timeo:
 
				
				CRITIAS.— Escuchad pues Sócrates, una historia muy singular, pero 
			absolutamente verídica, sobre lo que dijo cierta vez Solón, el más 
			sabio de los siete sabios. Era, por de pronto, pariente de Orópides, 
			mi bisabuelo, y muy amigo suyo, como dijo él mismo varias veces en 
			sus versos. El contó a Critias, mi abuelo, según ese último en su 
			vejez gustaba de recordar delante de mí, que una gran cantidad de 
			hazañas grandes y maravillosas llevadas a cabo por esta ciudad 
			habían caído en el olvido debido al paso del tiempo y de la muerte 
			de los hombres. Y de estas hazañas había una que era la mayor de 
			todas. Quizá será conveniente recordarla para rendiros gracias y, a 
			la vez, para agasajar dignamente a la diosa en estos días de fiesta, 
			tanto como si le cantáramos un himno de alabanza.  
				SÓCRATES.- Eso está bien dicho. Pero ¿cuál es esta hazaña que 
			Critias contó, no como una simple ficción, sino como un hecho 
			realmente llevado a cabo por esta ciudad en tiempos antiguos, según 
			lo refiere Solón?
 
				CRITIAS.- ...Es verdad, Amynandro; si Solón no hubiera hecho sus 
			versos sólo como pasatiempo, si se hubiera aplicado a ello como 
			otros y si hubiera concluido el relato que se había traído de Egipto, 
			si no se hubiera visto forzado por las sediciones y las otras 
			calamidades que a su vuelta encontró aquí a olvidar totalmente la 
			poesía, según mi opinión ni Hesíodo, ni Homero, ni otro poeta alguno 
				hubiera jamás llegado a ser más célebre que él." "¿Y cuál era 
			ese relato, Critias?", dijo Amynandro. "Trataba — respondió Critias— 
				de la hazaña más grande y más merecedora de consideración de 
				todas las que esta ciudad ha realizado nunca. Pero, debido al 
				efecto del tiempo y a la muerte de los actores que en ella 
				intervinieron, el relato no ha podido llegar hasta nosotros." "Vuelve a contárnoslo 
			desde el comienzo — dijo Amynandro-; ¿qué era, cómo se realizó y de 
				quién lo recibió Solón para contarlo como verídico?"
 
				"Hay en Egipto —dijo Solón—, en el Delta, hacia cuyo extremo final 
			el curso del río se divide, un cierto nomo llamado Saítico, cuya 
			principal ciudad es Sais. De allí era el rey Amasis. Los naturales 
			de esta ciudad creen que la fundó una diosa: en lengua egipcia su 
			nombre es Neith, pero en griego, según ellos dicen, es Atenea. Esas 
			gentes son muy amigas de los atenienses y afirman ser de alguna 
			manera parientes suyos. Solón contó que, una vez llegado a casa de 
			ellos, adquirió entre éstos una gran consideración y que, habiendo 
			interrogado un día a los sacerdotes más sabios en estas cuestiones 
			acerca de las tradiciones antiguas, había descubierto que ni él 
			mismo, ni otro griego alguno, había sabido de ello prácticamente 
			nada. Y una vez, queriéndoles inducir a hablar de cosas antiguas, se 
			puso él a contarles lo que aquí sabemos como más antiguo.
   
				Les habló 
			de Foroneo, ese a quien se llama el primer hombre, de Níobe, del 
			diluvio de Deucalión, de Pyrra y de los mitos que se cuentan acerca 
			de su nacimiento, y de las genealogías de sus descendientes. Y se 
			esforzó por calcular su fecha, recordando los años en que ocurrieron 
			esos acontecimientos. Pero uno de los sacerdotes, ya muy viejo, le 
			dijo: "Solón, los griegos sois siempre niños: ¡Un griego nunca es 
			viejo! " A lo que replicó Solón: "¿Cómo dices esto"? Y el sacerdote: 
				"Vosotros sois todos jóvenes en lo que a vuestra alma respecta. 
			Porque no guardáis en ella ninguna opinión antigua, procedente de 
			una vieja tradición, ni tenéis ninguna ciencia encanecida por el 
			tiempo. Y ésta es la razón de ello. Los hombres han sido destruidos 
			y lo serán aún de muchas maneras.  
				Por obra del fuego y del agua tuvieron lugar las más graves 
			destrucciones. Pero también las ha habido 
			menores, ocurridas de millares de formas diversas. Pues eso que 
			también se cuenta entre vosotros de 
			que, cierta vez, Faetón, hijo de Helios, habiendo uncido el carro de 
			su padre, pero incapaz de dirigirlo por 
			el camino que seguía su padre, incendió cuanto había sobre la Tierra 
			y pereció él mismo, herido por un 
			rayo, se cuenta en forma de leyenda. La verdad es ésta: a veces en 
			los cuerpos que dan vueltas al cielo, 
			en torno a la Tierra, se produce una desviación o "paralaje".
   
				Y, con 
			intervalos de tiempo muy espaciados,
			todo lo que hay sobre la Tierra muere por la superabundancia del 
			fuego. Entonces todos los que habitan 
			sobre las montañas, en los lugares elevados y en los que son secos, 
			mueren, más que los que viven en 
			lugares cercanos a los ríos y al mar. A nosotros, en cambio, el Nilo, 
			nuestro salvador, igual que en otras circunstancias nos preserva 
			también en esta calamidad, desbordándose. Por el contrario, otras 
			veces, cuando los dioses purifican la Tierra por medio de las aguas 
			y la inundan, sólo se salvan los boyeros y los pastores en las 
			montañas, mientras que los habitantes de las ciudades que hay entre 
			vosotros son arrastrados al mar por los ríos.    
				En este país, en 
			cambio, ni entonces, ni en otros casos descienden las aguas desde 
			las alturas a las llanuras, sino que siempre manan naturalmente de 
			debajo de tierra. Por este motivo, se dice, ocurre que se hayan 
			conservado aquí las tradiciones más antiguas. Sin embargo, la verdad 
			es que, en todos los lugares en que ni un frío excesivo ni un calor 
			abrasador pueden hacer perecer la raza humana, siempre existe ésta, 
			unas veces más numerosa, otras veces menos. Y por eso, si se ha 
			realizado alguna cosa bella, grande o digna de nota en cualquier 
			otro aspecto, bien sea entre vosotros, bien aquí mismo, bien en 
			cualquier otro lugar de que hayamos oído hablar, todo se encuentra 
			aquí por escrito en los templos desde la Antigüedad y se ha salvado 
			así la memoria de ello.    
				Pero, entre vosotros y entre las demás 
			gentes, siempre que las cosas se hallan ya un poco organizadas en lo 
			que toca a la recensión escrita y a todo lo demás que es necesario a 
			los Estados, he aquí que nuevamente, a intervalos regulares, como si 
			fuera una enfermedad, las olas del cielo se echan sobre vosotros y 
			no dejan sobrevivir de entre vosotros más que a gente sin cultura e 
			ignorantes. Y así vosotros volvéis a ser nuevamente jóvenes, sin 
			conocer nada de lo que ha ocurrido aquí, ni entre vosotros, ni en 
			los tiempos antiguos. Pues estas genealogías que acabas de citar, 
			¡oh Solón!, o que al menos acabas de reseñar aludiendo a los 
			acontecimientos que han tenido lugar entre vosotros, se diferencian 
			muy poco de los cuentos de los niños. En principio, vosotros no 
			recordáis más que un diluvio terrestre, siendo así que anteriormente 
			ha habido ya muchos de ésos.    
				Luego tampoco sabéis vosotros que la 
				raza mejor y la más bella entre los humanos ha nacido en vuestro 
				país, ni sabéis que vosotros y toda vuestra ciudad descendéis de 
				esos hombres, por haberse conservado un reducido número de ellos 
				como semilla. Lo ignoráis porque, durante numerosas 
				generaciones, han muerto los supervivientes sin haber sido 
				capaces de expresarse por escrito. Sí, Solón; hubo un tiempo, 
				antes de la mayor de las destrucciones de las aguas, en que la 
				ciudad que hoy en día es la de los atenienses era entre todas la 
				mejor en la guerra y de manera especial la más civilizada en 
				todos los aspectos. Se cuenta que en ella se llevaron a cabo las 
				más bellas hazañas; allí hubo las más bellas realizaciones 
				políticas de entre todas aquellas de que oímos hablar bajo el 
				cielo."  
				Habiendo oído esto, Solón dijo que se quedaba sorprendido y, lleno 
			de curiosidad, rogó a los sacerdotes le contaran exactamente y por 
			orden toda la historia de sus conciudadanos de otros tiempos.
 
				El sacerdote respondió: "No voy a emplear ninguna clase de 
			reticencia, sino que en tu gracia, ¡oh Solón!, en la de vuestra 
			ciudad y más aún en gracia de la diosa que ha protegido, educado e 
			instruido vuestra ciudad y la nuestra, os la voy a contar. De 
			nuestras dos ciudades es más antigua la vuestra en mil años, ya que 
			ella recibió vuestra semilla de Gaia y Hefesto. Esta nuestra es más 
			reciente. Ahora bien: desde que ese país se civilizó han 
			transcurrido, según dicen nuestros escritos sagrados, ocho mil años. 
			Así pues, os voy a descubrir las leyes de vuestros conciudadanos de 
			hace nueve mil años, y de entre sus hechos meritorios os voy a 
			contar el más bello que ellos llevaron a cabo.
   
				Para atender al 
			exacto detalle de todo, lo recorreremos seguidamente otra vez, 
			cuando tengamos tiempo disponible para ello, tomando los mismos 
			textos. Ahora bien, comparad en principio vuestras leyes a las de 
			esta ciudad. Numerosas muestras de las que entonces existían entre 
			vosotros las hallaréis aquí aún hoy en día... Numerosas y grandes 
			fueron vuestras hazañas y las de vuestra ciudad: aquí están escritas 
			y causan admiración. Pero, sobre todo, hay uno que aventaja a los 
			otros en grandiosidad y heroísmo. En efecto, nuestros escritos 
			cuentan de qué manera vuestra ciudad aniquiló, hace ya tiempo, un 
			poder insolente que invadía a la vez toda Europa y toda Asia y se 
			lanzaba sobre ellas al fondo del mar Atlántico.  
				"En aquel tiempo, en efecto, era posible atravesar este mar. Había 
			una isla delante de este lugar que 
			llamáis vosotros las Columnas de Hércules. Esta isla era mayor que 
			la Libia y el Asia unidas. Y los 
			viajeros de aquellos tiempos podían pasar de esta isla a las demás 
			islas y desde estas islas podían ganar 
			todo el continente, en la costa opuesta de este mar que merecía 
			realmente su nombre. Pues, en uno de 
			los lados, dentro de este estrecho de que hablamos, parece que no 
			había más que un puerto de boca 
			muy cerrada y que, del otro lado, hacia afuera, existe un verdadero 
			mar y la tierra que lo rodea, a la que 
			se puede llamar realmente un continente, en el sentido propio del 
			término.
   
				Ahora bien: en esta isla
			Atlántida, unos reyes habían formado un imperio grande y maravilloso. 
			Este imperio era señor de la isla 
			entera y también de otras muchas islas y partes del continente. Por 
			lo demás, en la parte vecina a 
			nosotros, poseía la Libia hasta el Egipto y la Europa hasta la 
			Tirrenia. Ahora bien, esa potencia,
			concentrando una vez más todas sus fuerzas, intentó, en una sola 
			expedición, sojuzgar vuestro país y el 
			nuestro, y todos los que se hallan a esta parte de acá del estrecho. 
			Fue entonces, ¡oh Solón cuando la
			fuerza de vuestra ciudad hizo brillar a los ojos de todos su 
			heroísmo y su energía. Ella, en efecto, 
			aventajó a todas las demás por su fortaleza de alma y por su 
			espíritu militar.    
				Primero a la cabeza de todos los 
				helenos, sola luego por necesidad, abandonada por los demás, al 
				borde de los peligros máximos, venció a los invasores, se alzó 
				con la victoria, preservó de la esclavitud a los que nunca 
				habían sido esclavos, y sin rencores de ninguna clase, liberó a 
				todos los demás pueblos y a nosotros mismos que habitamos el 
				interior de las Columnas de Hércules. Pero, en el tiempo 
				subsiguiente, hubo terribles temblores de tierra y cataclismos. 
				Durante un día y una noche horribles, todo vuestro ejército fue 
				tragado de golpe por la tierra, y asimismo la isla Atlántida se 
				abismó en el mar y desapareció. He aquí por qué todavía hoy ese 
				mar de allí es difícil e inexplorable, debido a sus fondos 
				limosos y muy bajos que la isla, al hundirse, ha dejado."  
			 He aquí algunos párrafos del segundo diálogo, relativo a la 
			Atlántida y llamado Critias
			o La Atlántida.  
				
				...Ante todo, recordemos lo esencial. Han transcurrido en total 
			nueve mil años desde que estalló la guerra, según se dice, entre los 
			pueblos que habitaban más allá de las Columnas de Hércules y los que 
			habitaban al interior de las mismas. Esta guerra es lo que hemos de 
			referir ahora desde su comienzo a su fin. De la parte de acá, como 
			hemos dicho, esta ciudad era la que tenía la hegemonía y ella fue 
			quien sostuvo la guerra desde su comienzo a su terminación. Por la 
			otra parte, el mando de la guerra estaba en manos de los reyes de la 
			Atlántida.    
				Esta isla, como hemos ya dicho, era entonces mayor que la 
			Libia y el Asia juntas. Hoy en día, sumergida ya por los temblores 
			de tierra, no queda de ella más que un fondo limoso infranqueable, 
			difícil obstáculo para los navegantes que hacen sus singladuras 
			desde aquí hacia el gran mar. Los numerosos pueblos bárbaros, así 
			como las poblaciones helenas existentes entonces, irán apareciendo 
			sucesivamente a medida que se irá desarrollando el hilo de mi 
			exposición y se los irá encontrando por su orden. Pero los 
			atenienses de entonces y los enemigos a quienes ellos combatieron es 
			menester que os los presente al comienzo ya y que os dé a conocer 
			cuáles eran las fuerzas y la organización política de los unos y los 
			otros. Y de entre esos dos pueblos hemos de esforzarnos primero por 
			hablar del de la parte de acá.  
				 
				Mapa de la Atlántida sugerido por P. Kampanakis, investigador y 
			escritor griego, que acepta la tradición platónica sobre la 
			isla-continente. España aparece en el extremo superior derecho. 
			Europa habría estado unida al África, y el desierto del Sahara está 
			representado en forma de mar, unido al verdadero océano.  
				  
				...Hubo diluvios numerosos y terribles en el transcurso de esos 
			nueve mil años —tal es, en efecto, el intervalo de tiempo que separa 
			la época contemporánea de aquellos tiempos—. En el transcurso de un 
			período tan largo y en medio de esos accidentes, la tierra que se 
			deslizaba desde los lugares elevados no dejaba, como en otras partes, 
			sedimentos notables, sino que rodando siempre, acababa de 
			desaparecer en el abismo. Y tal como podemos advertir en las 
			pequeñas islas, nuestra tierra ha venido a ser, en comparación con 
			la que fuera entonces, como el esqueleto de un cuerpo descarnado por 
			la enfermedad.  
				...Los manuscritos mismos de Solón estaban en casa de mi abuelo; 
			actualmente se hallan todavía en mi casa, y yo los he estudiado 
			mucho en mi juventud.
 
				...He aquí ahora cuál era aproximadamente el comienzo de este largo 
			relato.
 
				Según se ha dicho ya anteriormente, al hablar de cómo los dioses 
			habían recurrido a echar a suertes 
			la tierra entre ellos, ellos dividieron toda la tierra en partes, 
			mayores en unas partes, menores en otras. Y 
			ellos instituyeron allí, en su propio honor, cultos y sacrificios. 
			Según esto, Poseidón, habiendo recibido 
			como heredad la isla Atlántida, instaló en cierto lugar de dicha 
			isla los hijos que había engendrado él de 
			una mujer mortal. Cerca del mar, pero a la altura del centro de toda 
			la isla, había una llanura, la más 
			bella según se dice de todas las llanuras y la más fértil. Y cercana 
			a la llanura, distante de su centro como 
			una cincuentena de estadios, había una montaña que tenía en todas 
			sus partes una altura mediana. En 
			esta montaña habitaba entonces un hombre de los que en aquel país 
			habían nacido originariamente de la 
			tierra. Se llamaba Evenor y vivía con una mujer, Leucippa.
   
				Tuvieron 
			una hija única, Clito. La muchacha
			tenía ya la edad núbil cuando murieron sus padres. Poseidón la deseó 
			y se unió a ella. Entonces el dios 
			fortificó y aisló circularmente la altura en que ella vivía. Con 
			este fin, hizo recintos de mar y de tierra, 
			grandes y pequeños, unos en torno a los otros. Hizo dos de tierra, 
			tres de mar y por así decir, los 
			redondeó, comenzando por el centro de la isla, del que esos recintos 
			distaban en todas partes una 
			distancia igual. De esta manera resultaban infranqueables para los 
			hombres, pues en aquel entonces no 
			había aún navíos ni se conocía la navegación. El mismo Poseidón 
			embelleció la isla central, cosa que no le 
			costó nada, siendo como era dios. Hizo brotar de bajo tierra dos 
			fuentes de agua, una caliente y otra fría, 
			e hizo nacer sobre la tierra plantas nutritivas de toda clase en 
			cantidad suficiente.  
				Allí engendró y educó él cinco generaciones de hijos varones y 
			mellizos. Dividió toda la isla Atlántida en diez partes. Al 
			primogénito de los dos más viejos le asignó la morada de su madre y 
			la parcela de tierra de su contorno, que era la más extensa y la 
			mejor. Lo estableció en calidad de rey sobre todos los demás. A 
			éstos los hizo príncipes vasallos de aquél y a cada uno de ellos le 
			dio autoridad sobre un gran número de hombres y sobre un extenso 
			territorio. Les impuso nombres a todos; el más viejo, el rey, 
			recibió el nombre que sirvió para designar la isla entera y el mar 
			llamado Atlántico, ya que el nombre del primer rey que reinó 
			entonces fue Atlas.
 
				Su hermano mellizo, nacido luego de él, obtuvo en heredad la parte 
			extrema de la isla, por la parte de las Columnas de Hércules, frente 
			a la región llamada hoy día Gadírica, según este lugar; se llamaba 
			en griego Eumelos, y en la lengua del país, Gadiros. Y el nombre que 
			se le dio se convirtió en el nombre del país. Luego, de los que 
			nacieron en la segunda generación, llamó a uno Amferes y al otro 
			Evaimon. En la tercera generación el nombre del primogénito fue 
			Mneseas, y el del segundo fue Autóctono. De los de la cuarta 
			generación llamó Elasippo al primero y Mestor al segundo. Y en la 
			quinta, el que nació primero recibió el nombre de Azaes, y el que 
			nació luego el de Diaprepés.
   
				Todos estos príncipes y sus 
			descendientes habitaron el país durante numerosas generaciones. Eran 
			también señores de una gran multitud de otras islas en el mar, y 
			además, como ya se ha dicho, reinaban también en las regiones 
			interiores, de la parte de acá de las Columnas de Hércules, hasta 
			Egipto y Tirrenia. De esta forma nació de Atlas una raza numerosa y 
			cargada de honores. Siempre era rey el más viejo y él transmitía su 
			realeza al primogénito de sus lujos. De esta forma conservaron el 
			poder durante numerosas generaciones.  
				Habían adquirido riquezas en tal abundancia, que nunca sin duda 
			antes de ellos ninguna casa real las poseyera semejantes y como 
			ninguna las poseerá probablemente en el futuro. Ellos disponían de 
			todo lo que podía proporcionar la misma ciudad y asimismo el resto 
			del país. Pues si es verdad que les venían de fuera multitud de 
			recursos a causa de su imperio, la mayor parte de los que son 
			necesarios para la vida se los proporcionaba la isla misma. En 
			primer lugar, todos los metales duros o maleables que se pueden 
			extraer de las minas.
 
				   
				Primero, aquel del que tan sólo conocemos el 
			nombre, pero del que entonces existía, además del nombre, la 
			sustancia misma, el  oricalco.  
				  
				Era extraído de la tierra en diversos 
			lugares de la isla; era, luego del oro, el más precioso de los 
			metales que existían en aquel tiempo. Análogamente, todo lo que el 
			bosque puede dar en materiales adecuados para el trabajo de 
			carpinteros y ebanistas, la isla lo proveía con prodigalidad. 
			Asimismo, ella nutría con abundancia todos los animales domésticos o 
			salvajes. Incluso la especie misma de los elefantes se hallaba allí 
			ampliamente representada.  
				  
				En efecto, no solamente abundaba el pasto 
			para todas las demás especies, las que viven en los lagos, los 
			pantanos y los ríos, las que pacen en las montañas y en las llanuras, 
			sino que rebosaba alimentos para todas, incluso para el elefante, el 
			mayor y el más voraz de los animales.    
				Por lo demás, todas las 
			esencias aromáticas que aún ahora nutre el suelo en cualquier lugar, 
			raíces, brotes y maderas de los árboles, resinas que destilan de las 
			flores o los frutos, las producía entonces la tierra y las hacía 
			prosperar. Daba también los frutos cultivados y las semillas que han 
			sido hechas para alimentarnos y de las que nosotros sacamos las 
			harinas —sus diversas variedades las llamamos nosotros cereales—. 
				
				 
				  
				Ella producía ese fruto leñoso que nos provee a la vez de bebidas, 
			de alimentos y de perfumes, ese fruto escamoso y de difícil 
			conservación, hecho para instruirnos y para entretenernos, el que 
			nosotros ofrecemos, luego de la comida de la tarde, para disipar la 
			pesadez del estómago y solazar al invitado cansado. Sí, todos esos 
			frutos, la isla, que estaba entonces iluminada por el sol, los daba 
			vigorosos, soberbios, magníficos, en cantidades inagotables. 
				 
				Así, pues, recogiendo en su suelo todas estas riquezas, los 
			habitantes de la Atlántida construyeron los templos, los palacios de 
			los reyes, los puertos, los arsenales, y embellecieron así todo el 
			resto del país en el orden siguiente.
 
				Sobre los brazos circulares de mar que rodeaban la antigua ciudad 
			materna construyeron al comienzo puentes y abrieron así un camino 
			hacia el exterior y hacia la morada real. Este palacio de los reyes 
			lo habían levantado desde el comienzo en la misma morada del dios y 
			sus antepasados. Cada soberano recibía el palacio de su antecesor y 
			embellecía a su vez lo que éste había embellecido. Procuraba siempre 
			sobrepasarle en la medida en que podía, hasta el punto de que quien 
			veía el palacio quedaba sobrecogido de sorpresa ante la grandeza y 
			la belleza de la obra.
 
				Comenzando por el mar, hicieron un canal de tres 
				plethros de ancho, 
			cien de profundidad y cincuenta estadios de longitud, y lo hicieron 
			llegar hasta el brazo de mar circular más exterior de todos. De esta 
			manera dispusieron una entrada a los navíos venidos de alta mar, 
			como si fuera un puerto.
 
				  
				Practicaron en ella una bocana suficiente 
			para que los mayores navíos pudieran también entrar en el canal. 
			Luego, también en los recintos de tierra que separaban los círculos 
			de agua abrieron pasadizos a la altura de los puentes, de tal tipo 
			que sólo pudiera pasar de un círculo a otro un sólo trirreme, y 
			techaron estos pasadizos, de manera que la navegación era 
			subterránea, pues los parapetos de los círculos de tierra se 
			elevaban suficientemente por encima del mar.  
				El mayor de los recintos de agua, aquel en que penetraba el mar, 
			tenía tres estadios de ancho, y el 
			recinto de tierra que le seguía tenía una anchura igual. En el 
			segundo círculo, la cinta de agua tenía dos 
			estadios de ancho y la de tierra tenía aún una anchura igual a ésta. 
			Pero la cinta de agua que rodeaba 
			inmediatamente a la isla central no tenía más que un estadio de 
			anchura. La isla, en la que se hallaba el 
			palacio de los reyes, tenía un diámetro de cinco estadios.
 
				  
				Ahora 
			bien, la isla, los recintos y el puente -que 
			tenía una anchura de un plethro— los rodearon totalmente con un muro 
			circular de piedra. Pusieron torres y puertas sobre los puentes, en 
			todos los lugares por donde pasaba el mar. Sacaron la piedra 
			necesaria de debajo la periferia de la isla central y de debajo de 
			los recintos, tanto al exterior como al interior.    
				Había piedra 
			blanca, negra y roja. Y al mismo tiempo que extraían la piedra, 
			vaciaron dentro de la isla dos dársenas para navíos, con la misma 
			roca como techumbre. Entre las construcciones, unas eran enteramente 
			simples, en otras entremezclaron las diversas clases de piedra y 
			variaron los colores para agradar a la vista, y les dieron así una 
			apariencia naturalmente atractiva. 
				 
				  
				El muro que rodeaba el recinto 
			más exterior lo revistieron de cobre en todo su perímetro circular, 
			como si hubiera sido untado con alguna pintura. Recubrieron de 
			estaño fundido el recinto interior, y el que rodeaba a la misma 
			Acrópolis lo cubrieron de oricalco, que tenía reflejos de fuego.
				 
				El palacio real, situado dentro de la Acrópolis, tenía la 
			disposición siguiente. En medio de la Acrópolis se levantaba el 
			templo consagrado en este mismo sitio a Clito y Poseidón. Estaba 
			prohibido el acceso a él y estaba rodeado de una cerca de oro. Allí 
			era donde Poseidón y Clito, al comienzo, habían concebido y dado a 
			luz la raza de los diez jefes de las dinastías reales. Allí se 
			acudía, cada año, desde las diez provincias del país, a ofrecer a 
			cada uno de los dioses los sacrificios propios de la estación.
 
				El santuario mismo de Poseidón tenía un estadio de longitud, tres 
				plethros de ancho y una altura proporcionada.
 
				  
				Su apariencia tenía 
			algo de bárbaro. Ellos habían revestido de plata todo el exterior 
			del santuario, excepto las aristas de la viga maestra: estas aristas 
			eran de oro. En el interior estaba todo cubierto de marfil y 
			adornado en todas partes de oro, plata y oricalco. Todo lo demás, 
			los muros, las columnas y el pavimento, lo adornaron con oricalco. 
				 
				  
				Colocaron allí estatuas de oro, el dios en pie sobre su carro 
			enganchado a seis caballos alados, y era tan grande que la punta de 
			su cabeza tocaba el techo. En círculo, en torno a él, cien Nereidas 
			sobre delfines —ése era el número de las Nereidas, según se creía 
			entonces—. También había en el interior gran número de estatuas 
			ofrecidas por particulares.    
				En torno al santuario, por la parte 
			exterior, se levantaban, en oro, las efigies de todas las mujeres de 
			los diez reyes y de todos los descendientes que habían engendrado, y 
			asimismo otras numerosas estatuas votivas de reyes y particulares, 
			originarias de la misma ciudad o de los países de fuera sobre los 
			que ella extendía su soberanía. Por sus dimensiones y por su trabajo, 
			el altar estaba a la altura de este esplendor, y el palacio real no 
			desdecía de la grandeza del imperio y de la riqueza del ornato del 
			santuario.  
				Por lo que respecta a las fuentes, la de agua fría y la de agua 
			caliente, las dos de una abundancia generosa y maravillosamente 
			adecuadas al uso por lo agradable y por las virtudes de sus aguas, 
			las utilizaban, disponiendo en torno a ellas construcciones y 
			plantaciones adecuadas a la naturaleza misma de las aguas.
 
				  
				En todo 
			su derredor instalaron estanques o piscinas, unos al aire libre y 
			otros cubiertos, destinados éstos a los baños calientes en invierno; 
			existían separadamente los baños reales y los de los particulares, 
			otros para las mujeres, para los caballos y las demás bestias de 
			carga, y cada uno poseía una decoración adecuada. El agua que 
			procedía de aquí la condujeron al bosque sagrado de Poseidón. 
				   
				Este 
			bosque, gracias a la calidad de la tierra, tenía árboles de todas 
			las especies, de una belleza y una altura divinas. Desde ahí 
			hicieron derivar el agua hacia los recintos de mar exteriores, por 
			medio de canalizaciones instaladas siguiendo lo largo de los puentes. 
			Por esta parte se habían edificado numerosos templos dedicados a 
			muchos dioses, gran número de jardines y gran número de gimnasios 
			para los hombres y de picaderos para los caballos.  
				 
				  
				Estos últimos se 
			habían construido aparte en las islas anulares, formadas por cada 
			uno de los recintos. Además, hacia el centro de la isla mayor habían 
			reservado un picadero para las carreras de caballos; tenía un 
			estadio de ancho y suficiente longitud para permitir a los caballos 
			que, en la carrera, recorrieran el circuito completo del recinto. 
				   
				En 
			todo el perímetro, de un extremo al otro, había cuarteles para casi 
			todo el efectivo de la guardia del príncipe. Los cuerpos de tropa 
			más seguros estaban acuartelados en el recinto más pequeño, el más 
			próximo a la Acrópolis. Y aún para los que se señalaban entre todos 
			por su fidelidad, se les habían dispuesto alojamientos en el 
			interior mismo de la Acrópolis, cerca del palacio real.  
				  
				Los 
			arsenales estaban llenos de trirremes y poseían todos los aparejos 
			necesarios para armarlos; todo estaba estibado en un orden perfecto. 
			Así estaba todo dispuesto en torno a la morada real.  
				Al atravesar los puertos exteriores, en número de tres, había una 
			muralla circular que comenzaba en el mar y distaba constantemente 
			cincuenta estadios del recinto más extenso. Esta muralla acababa por 
			cerrarse sobre sí misma en la garganta del canal que se abría por el 
			lado del mar. Estaba totalmente cubierta de casas en gran número y 
			apretadas unas contra otras. El canal y el puerto principal 
			rebosaban de barcos y mercaderes venidos de todas partes. La 
			muchedumbre producía allí, de día y de noche, un continuo alboroto 
			de voces, un tumulto incesante y diverso.
 
				Sobre la ciudad y sobre la antigua morada de los reyes, lo que 
			acabamos de contar es prácticamente 
			todo lo que la tradición nos conserva. Vamos a intentar ahora 
			recordar cuál era la disposición del resto 
			del país y de qué manera estaba organizado. En primer lugar, todo el 
			territorio estaba levantado según 
			se dice, y se erguía junto al mar cortado a pico. Pero, en cambio, 
			todo el terreno en torno a la ciudad era 
			llano. Esta llanura rodeaba la ciudad y ella misma a su vez estaba 
			cercada de montañas que se 
			prolongaban hasta el mar. Era plana, de nivel uniforme, oblonga en 
			su conjunto; medía, desde el mar 
			que se hallaba abajo, tres mil estadios en los lados y dos mil en el 
			centro.
   
				Esta región, en toda la isla,
			estaba orientada de cara al Sur, al abrigo de los vientos del Norte. 
			Muy alabadas eran las montañas que 
			la cercaban, las cuales en número, en grandeza y en belleza 
			aventajaban a todas las que existen 
			actualmente.  
				  
				En estas montañas había numerosas villas muy pobladas, 
			ríos, lagos, praderas capaces de 
			alimentar a gran número de animales salvajes o domésticos, bosques 
			en tal cantidad y sustancias tan 
			diversas que proporcionaban abundantemente materiales propios para 
			todos los trabajos posibles.  
				Ahora bien, esta llanura, por acción conjunta y simultánea de la 
			Naturaleza y de las obras que realizaran en ella muchos-reyes, 
			durante un período muy largo, había sido dispuesta de la manera 
			siguiente. He dicho ya que tenía la forma de un cuadrilátero, de 
			lados casi rectilíneos y alargado. En los puntos en que los lados se 
			apartaban de la línea recta se había corregido esta irregularidad 
			cavando el foso continuo que rodeaba a la llanura. En cuanto a la 
			profundidad, anchura y desarrollo de este foso, resulta difícil de 
			creer lo que se dice y que una obra hecha por manos de hombres haya 
			podido tener, comparada con otros trabajos del mismo tipo, las 
			dimensiones de aquélla. No obstante, hemos de repetir lo que hemos 
			oído contar.
   
				El foso fue excavado a un plethro de profundidad: su 
			anchura era en todas partes de un estadio, y puesto que había sido 
			excavado en torno a toda la llanura, su longitud era de diez mil 
			estadios. Recibía las corrientes de agua que descendían de las 
			montañas, daba la vuelta a la llanura, volvía por una y otra parte a 
			la ciudad y allí iba a vaciarse al mar.  
				  
				Desde la parte alta de este 
			foso, unos canales rectilíneos, de una longitud aproximada de cien 
			pies, cortados en la llanura, iban luego a unirse al foso, cerca ya 
			del mar.    
				Cada uno de ellos distaba de los otros cien estadios. Para 
			el acarreo a la ciudad de la madera de las montañas y para 
			transportar por barca los demás productos de la tierra, se habían 
			excavado, a partir de esos canales, otras derivaciones navegables, 
			en direcciones oblicuas entre sí y respecto de la ciudad. Hay que 
			hacer notar que los habitantes cosechaban dos veces al año los 
			productos de la tierra; en invierno utilizaban las aguas del cielo; 
			en verano, las que daba la tierra dirigiendo sus corrientes fuera de 
			los canales.  
				Respecto de los hombres de la llanura buenos para la guerra y sobre 
			el número en que se tenían éstos, hay que decir esto: se había 
			determinado que cada distrito proporcionaría un jefe de destacamento. 
			El tamaño del distrito era de diez estadios por diez, y en total 
			había seis miríadas de ellos. En cuanto a los habitantes de las 
			montañas y del resto del país, sumaban, según se decía, un número 
			inmenso, y todos, según los emplazamientos y los poblados, habían 
			sido repartidos entre los distritos y puestos bajo el mando de sus 
			jefes.
 
				Estaba mandado que cada jefe de destacamento proporcionaría para la 
			guerra una sexta parte de carros de combate, hasta reunir diez mil 
			carros, dos caballos y sus caballeros, además de un tiro de dos 
			caballos, sin carro, junto con un combatiente llevado, armado de un 
			pequeño escudo, y el combatiente montado encargado de gobernar a los 
			dos caballos, dos hoplitas, dos arqueros, dos honderos, tres 
			infantes ligeros armados de ballestas, otros tres armados de dardos 
			y, finalmente, cuatro marinos para formar en total la dotación de 
			mil doscientos navíos.
 
				  
				Esa era la organización militar de la ciudad 
			real. En cuanto a las otras nueve provincias, cada una tenía su 
			propia organización militar y sería necesario un tiempo demasiado 
			largo para explicarlas. 
 
				En cuanto a la autoridad y los cargos públicos, se organizaron desde 
			el comienzo de la siguiente manera. De los diez reyes, cada uno 
			ejercía el poder en la parte que le tocaba por herencia, y dentro de 
			su ciudad, gobernaba a los ciudadanos, hacía la mayoría de las leyes 
			y podía castigar y condenar a muerte a quien quería.  
				  
				Pero la 
			autoridad de unos reyes sobre los otros y sus mutuas relaciones 
			estaban reguladas según los decretos de Poseidón. La tradición se 
			los imponía, así como una inscripción grabada por los primeros reyes 
			sobre una columna de oricalco, que se hallaba en el centro de la 
			isla, en el templo de Poseidón.  
				Allí se reunían los reyes periódicamente, unas veces cada cinco años, 
			otras veces cada seis, haciendo alternar regularmente los años pares 
			y los años impares. En estas reuniones deliberaban sobre los 
			negocios comunes y decidían si alguno de ellos había cometido alguna 
			infracción de sus deberes y lo juzgaban. Cuando habían de aplicar la 
			justicia, primero se juraban fidelidad mutua de la manera que sigue. 
			Se soltaban toros en el recinto sagrado de Poseidón.
 
				Los diez reyes, dejados a solas, luego de haber rogado al dios que 
			les hiciera capturar la víctima que le habla de ser agradable, se 
			ponían a cazar, sin armas de hierro, solamente con venablos de 
			madera y con cuerdas. Al toro que cogían lo llevaban a la columna y 
			lo degollaban en su vértice, como estaba prescrito.
 
				  
				Sobre la columna, 
			además de las leyes, estaba grabado el texto de un juramento que 
			profería los peores y más terribles anatemas contra el que lo 
			violara. Así, pues, luego de haber realizado el sacrificio de 
			conformidad con sus leyes y de haber consagrado todas las partes del 
			toro, llenaban de sangre una crátera y rociaban con un cuajaron de 
			esta sangre a cada uno de ellos.    
				El resto lo echaban al fuego, luego 
			de haber hecho purificaciones en torno a toda la columna. 
			Inmediatamente, sacando sangre de la crátera con copas de oro, y 
			derramándola en el fuego, juraban juzgar de conformidad con las 
			leyes escritas en la columna, de castigar a quien las hubiera 
			violado anteriormente, de no quebrantar en el futuro conscientemente 
			ninguna de las fórmulas de la inscripción y de no mandar ni obedecer 
			más que de acuerdo con las leyes de su padre.  
				  
				Todos tomaban este 
			compromiso para sí y para toda su descendencia. Luego cada uno bebía 
			la sangre y depositaba la copa, como un exvoto, en el santuario del 
			dios. Después de lo cual cenaban y se entregaban a otras ocupaciones 
			necesarias.    
				Cuando llegaba la oscuridad y se había ya enfriado el 
			fuego de los sacrificios, se vestían todos con unas túnicas muy 
			bellas de azul oscuro y se sentaban en tierra, en las cenizas de su 
			sacrificio sagrado. Entonces, por la noche, luego de haber apagado 
			todas las luces en torno al santuario, juzgaban y eran juzgados, si 
			alguno de entre ellos acusaba a otro de haber delinquido en algo. 
			Hecha justicia, grababan las sentencias, al llegar el día, sobre una 
			tablilla de oro, que ellos consagraban como recuerdo, lo mismo que 
			sus ropas.  
				Por lo demás, había otras muchas leyes especiales sobre las 
			atribuciones propias de cada uno de los 
			reyes. Las más notables eran: no tomar las armas unos contra otros; 
			socorrerse todos entre sí, si uno de 
			ellos había intentado expulsar en una ciudad cualquiera una de las 
			razas reales; deliberar en común como sus antepasados; cambiar sus 
			consejos en cuestiones de guerra y otros negocios, orientándose 
			mutuamente, dejando siempre la hegemonía de la raza de Atlas.
 
				  
				Un rey 
			no podía dar muerte a ninguno de los de su raza, si éste no era el 
			parecer de más de la mitad de los diez reyes. Ahora bien: el poder 
			que existía entonces en aquel país, con su inmensa calidad y su 
			grandeza, el dios lo dirigió contra nuestras regiones, por lo que se 
			cuenta, y por alguna razón del tipo de la que vamos a dar aquí. 
				 
				Durante numerosas generaciones y en la medida en que estuvo sobre 
			ellos la naturaleza del dios dominándolo todo, los reyes atendieron 
			a las leyes y permanecieron ligados al principio divino, con el que 
			estaban emparentados. Sus pensamientos eran verdaderos y grandes en 
			todo, ellos hacían uso de la bondad y también del juicio y sensatez 
			en los acontecimientos que se presentaban y eso unos respecto de 
			otros.
 
				  
				Por eso, despegados de todo aquello que no fuera la virtud, 
			hacían ellos poco caso de sus bienes, llevaban como una carga el 
			peso de su oro y de sus demás riquezas, sin dejarse embriagar por el 
			exceso de su fortuna, no perdían el dominio de sí mismos y caminaban 
			con rectitud.    
				Con una clarividencia aguda y lúcida, veían ellos que 
			todas esas ventajas se ven aumentadas con el mutuo afecto unido a la 
			virtud y que, por el contrario, el afán excesivo de estos bienes y 
			la estima que se tiene de ellos hacen perder esos mismos bienes, y 
			que la virtud muere asimismo con ellos. De acuerdo con estos 
			razonamientos y gracias a la constante presencia entre ellos del 
			principio divino, no dejaban de aumentar en provecho de ellos todos 
			estos bienes que hemos ya enumerado.  
				  
				Pero cuando comenzó a disminuir 
			en ellos ese principio divino, .como consecuencia del cruce repetido 
			con numerosos elementos mortales, es decir, cuando comenzó a dominar 
			en ellos el carácter humano, entonces, in capaces ya de soportar su 
			prosperidad presente, cayeron en la indecencia.    
				Se mostraron 
			repugnantes a los hombres clarividentes, porque habían dejado perder 
			los más bellos de entre los bienes más estimables. Por el contrario, 
			para quien no es capaz de discernir bien qué clase de vida 
			contribuye verdaderamente a la felicidad, fue entonces precisamente 
			cuando parecieron ser realmente bellos y dichosos, poseídos como 
			estaban de una avidez injusta y de un poder sin límites.  
				  
				Y el dios 
			de los dioses, Zeus, que reina con las leyes y que, ciertamente, 
			tenía poder para conocer todos estos hechos, comprendió qué 
			disposiciones y actitudes despreciables tomaba esa raza, que había 
			tenido un carácter primitivo tan excelente. Y quiso aplicar un 
			castigo, para hacerles reflexionar y llevarlos a una mayor 
			moderación.    
				Con este fin, reunió él a todos los dioses en su mansión 
			más noble y bella: ésta se halla situada en el centro del Universo y 
			puede ver desde lo alto todo aquello que participa del devenir. Y 
			habiéndolos reunido, les dijo...  
			No existen pruebas de que Platón terminara 
			el segundo diálogo sobre 
			la Atlántida ni de que escribiera un tercero, sobre el mismo tema, 
			puesto que probablemente lo habría anunciado, y si lo escribió, se 
			ha perdido. El poema Atlantikos, atribuido a Solón, ha desaparecido 
			también, en el discurrir de los siglos.  
			 La versión platónica recibió pláceres y críticas desde el mismo 
			momento en que la escribió. Algunos estudiosos sostienen que después 
			de la visita de Solón, el propio Platón viajó a Egipto y corroboró 
			personalmente la información, lo mismo que Krantor, uno de sus 
			discípulos. Afirman también que todos ellos pudieron "ver la prueba".
 
			  
			En todo caso, esta obra de Platón ha tenido considerable influencia 
			en el pensamiento del hombre a lo largo de los siglos y la tiene 
			todavía hoy. Algunos críticos de la teoría de la Atlántida han 
			sugerido que la isla-continente es recordada gracias, únicamente, a 
			las referencias de Platón. Sin embargo, considerando el creciente 
			interés por el tema a lo largo de los siglos, ¿no puede ser que haya 
			ocurrido exactamente lo contrario, al menos en la concepción 
			popular?  
			 Aristóteles (384-322 a.C), que fue discípulo de Platón, aparece como 
			uno de los primeros escépticos frente a la teoría de la Atlántida, 
			aunque él mismo escribió acerca de una gran isla situada en el 
			Atlántico, que los cartagineses llamaban Antilia. Krantor (siglo IV 
			a.C.), seguidor de Platón, escribió que él también había visto las 
			columnas en las que se conservaba la historia de la Atlántida según 
			la había relatado Platón. Otros escritores de la Antigüedad 
			describieron un continente que existía en el Atlántico y al que 
			algunas veces llamaron Poseidonis, por Poseidón, dios del mar y 
			señor de la Atlántida.
 
 
			Plutarco (46-120 d.C.) describió un continente llamado Saturnia y 
			una isla llamada Olygia, que se hallaban a unos cinco días de 
			navegación hacia el Occidente de Gran Bretaña. Hornero también 
			menciona el nombre de Olygia como el de la isla donde habitaba la 
			ninfa Calipso. 
			Marcelino (330-395 d.C.), un historiador romano que escribió que la 
			intelectualidad de 
			Alejandría consideraba la destrucción de la Atlántida como un hecho 
			histórico, describió 
			cierto tipo de terremotos "que, repentinamente, en medio de una 
			violenta conmoción abrieron grandes bocas por las que desaparecieron 
			ciertas partes de la tierra. Así ocurrió en el océano Atlántico, en 
			la costa europea, donde una gran isla quedó sumergida ..."
 
			Proclo (410-485 d.C.), miembro de la escuela neo-platónica, afirmaba 
			que no lejos del oeste de Europa, había algunas islas cuyos 
			habitantes conservaban todavía el recuerdo de una gran isla que en 
			una época los dominó y que luego fue tragada por el mar.
 
			 Comentando la teoría de Platón escribió:
 
				
				...Es evidente que una isla tan grande como aquélla existió, según 
			lo dicho por algunos historiadores acerca del mar exterior. Según 
			ellos, en dicho mar existían siete islas consagradas a Persépona y 
			otras tres de gran tamaño, una de las cuales fue consagrada a Pluto, 
			otra a Amón y otra a Poseidón. Esta última tenía una extensión de 
			mil estadios. Dicen también que los habitantes de esta isla 
			consagrada a Poseidón conservan la memoria de sus antecesores y de 
			la isla atlántica que existió allí y que era realmente maravillosa y 
			que había dominado durante siglos todas las islas del océano 
			Atlántico. También fue consagrada a Poseidón...  
			En La Odisea, Homero (siglo VIII a.C.) pone estas palabras en boca 
			de la diosa Atenea:  
				
				"Nuestro padre, hijo de Cronos, 
				preclaro gobernante... mi corazón está destrozado por el sabio 
				Odiseo, hombre desgraciado, que abandonó hace tanto tiempo a sus 
				amigos y que vive tristemente en una isla situada en el centro 
				mismo del mar. En esta isla boscosa habita una diosa, hija del 
				habilidoso Atlas, que conoce la profundidad de cada mar y 
				conserva los altos pilares que separan el cielo de la tierra..."  
			La referencia a Atlas y Crónos resulta especialmente interesante, en 
			relación a la "isla situada en el centro mismo del mar". Hornero 
			sigue hablando del barco de Odiseo que alcanzó "el límite del mundo. 
			Allí se hallan los territorios y la ciudad de los Kimerioi, envuelta 
			en brumas y nubes..." 
			En La Odisea, el poeta griego hace referencia a Esqueria, una isla 
			situada muy lejos, en el océano, donde los feacios,
 
				
				"viven aparte, 
			muy lejos, sobre la inconmensurable profundidad y en medio de las 
			olas —los más remotos entre los hombres...".  
			También describe la 
			ciudad de Alanco, atribuyéndole una profusión de riqueza y 
			magnificencia que recuerda la descripción platónica de la Atlántida. 
			Aunque los nombres son distintos, esta poderosa isla de Esqueria es 
			otro indicio del recuerdo de una isla-continente situada más allá de 
			las Columnas de Hércules, en el océano occidental. 
			Puesto que, según Platón, su información básica acerca de la 
			Atlántida provenía de fuentes egipcias, cabe imaginar que otros 
			documentos, en forma de papiros, deberían hacer referencia también a 
			la isla sumergida. En este sentido se han interpretado algunas 
			alusiones que aparecen en documentos antiguos. Por ejemplo, cuando 
			se habla del "reino de los dioses", miles de años antes de las 
			primeras dinastías egipcias.
 
			 Además, el sacerdote e historiador Manetho nos ilustra sobre la 
			época aproximada en que los egipcios cambiaron su calendario y 
			coincide con el mismo período en que según Platón se habría 
			producido el hundimiento de la Atlántida, hace 11.500 años. Se cree 
			que en el museo de San Petersburgo existían, antes de la revolución 
			rusa, otros documentos egipcios "perdidos".
 
			 Se dice que existía un documento particularmente misterioso en el 
			que se relataba una expedición que había enviado un faraón de la 
			segunda dinastía a investigar lo que había ocurrido con la Atlántida 
			y a descubrir si quedaban restos de ella. Se afirmaba que había 
			regresado al cabo de cinco años, sin haber cumplido su misión, cosa 
			que resulta comprensible. Hay también documentos egipcios que hablan 
			de invasiones de "pueblos del mar" que llegaron "desde los confines 
			del mundo", ilustrados con pinturas murales monumentales que todavía 
			pueden verse en Medinet-El Fayum.
 
			 Aunque la mayoría de los pergaminos egipcios debieron resultar 
			quemados en la destrucción de la biblioteca de Alejandría, es 
			posible que existan otros documentos escritos, enterrados en alguna 
			tumba todavía no descubierta y que se mantengan en buen estado de 
			conservación, gracias al clima seco que reina en Egipto.
 
			 El historiador griego Heródoto (siglo V a.C.) nos ha dejado 
			referencias diversas respecto a un nombre similar al de Atlántida y 
			a una ciudad misteriosa situada en el océano Atlántico que algunos 
			han considerado como una colonia de la Atlántida o incluso como la 
			Atlántida misma:
 
				
				"Los primeros griegos que realizaron largos viajes —escribe Heródoto—, 
			estaban
			familiarizados con Iberia (España) y con una ciudad llamada Tartesos, 
				"... más allá de las
			Columnas de Hércules..." a la vuelta de la cual los primeros 
			comerciantes "obtuvieron un beneficio mayor que el conseguido por 
				griego alguno antes..."    
				(Esto último tiene un tono curiosamente 
			moderno, relacionando los milenios de la remota antigüedad con las 
			flotas mercantes de Niarcos y Onassis.)  
			En otro pasaje de sus obras, Heródoto habla de una tribu llamada 
			Atarantes y también de otra, los Atlantes,  
				
				"... que toman su nombre 
			de una montaña llamada Atlas, muy puntiaguda y redonda, tan 
			soberbia, además, que, según se dice, la cumbre nunca puede verse, 
			porque las nubes jamás la abandonan, ni en verano ni en 
			invierno...". 
			Heródoto se sentía interesado tanto en la historia antigua como 
			contemporánea y creía que el Atlántico había penetrado en la cuenca 
			mediterránea como consecuencia de un terremoto que había hecho 
			desaparecer el istmo que era entonces el estrecho de Gibraltar. 
			Luego de hallar fósiles de conchas marinas en las colinas de Egipto 
			también especuló acerca de la posibilidad de que parte de la tierra 
			que en otro tiempo había sido tierra firme hubiera acabado en el mar 
			y, a la inversa, algunos territorios hubieran emergido de las 
			profundidades oceánicas. 
			En Las Guerras del Peloponeso Tucídides (460-400 a.C.), refiriéndose 
			a los terremotos escribió:
 
				
				... En Orobiari, Eubea, al retirarse el mar de lo que era entonces 
			la línea de la costa y levantarse formando una enorme ala, cubrió 
			una parte de la ciudad y luego se retiró en algunos lugares. Pero en 
			otros la inundación fue permanente y lo que antes era tierra hoy es 
			mar. La gente que no pudo escapar a las tierras altas, pereció. En 
			los alrededores de Atalante, una isla de la costa de Opuntian Locri, 
			se produjo una inundación similar...  
			El historiador griego Timágenes, (siglo I a.C.) comentando acerca de 
			los pobladores de la antigua Galia, pensaba que provenían de una 
			tierra remota en el medio del océano. 
			Un manuscrito llamado Acerca del Mundo, atribuido a Aristóteles, nos 
			da la siguiente evidencia de que entonces se creía en la existencia 
			de otros continentes:
 
				
				...Pero hay probablemente muchos otros continentes, que están 
			separados del nuestro por el mar, el cual debemos cruzar para llegar 
			hasta ellos. Algunos son grandes y otros más pequeños, pero todos 
			nos resultan invisibles, salvo el nuestro. Porque todas las islas se 
			relacionan con nuestro mar, de la misma forma en que el mundo 
			habitado tiene relación con el Atlántico y muchos otros continentes 
			con el océano todo, porque son islas rodeadas por el mar... 
				 
			El siguiente escrito de Apolodoro (siglo II a.C.), en 
			La Biblioteca 
			contiene una desusada referencia a las Pléyades:  
				
				...Atlas y Pleyone, hija de Océano, tuvieron 7 hijas llamadas 
			Pléyades, que nacieron en Arcadia:  
					
					Alcione, Celena, Electra, Esterope, Taigeta y Maya..., y Poseidón 
			tuvo relaciones sexuales con dos de ellas, primero con Celena, que 
			engendró a Lykos, a quien Poseidón hizo vivir en las islas de Blest, 
			y luego con Alcione...  
			Al referirse a las islas de Blest, en el 
			Atlántico, Plutarco habla de brisas suaves, tenues rocíos y 
			habitantes "que pueden gozar de todas las cosas sin perturbaciones 
			ni trabajos". Las estaciones son "templadas" y las transiciones "tan 
			moderadas" que se cree firmemente, incluso entre los bárbaros, que 
			éste es el lugar de los bienaventurados y éstos son los Campos 
			Elíseos celebrados por Hornero...    
			Diodoro Siculo (el siciliano, siglo I a.C.) describe con bastante 
			detalle la guerra entre las Amazonas y un pueblo llamado atlantioi. 
			En este caso, las Amazonas provenían de una isla de Occidente 
			llamada Héspera, que sitúa en el pantano de Tritonis "cerca del 
			océano que rodea la tierra" y de la montaña "llamada Atlas por los 
			griegos..." Dice además:  
				
				"...Se cuenta también la historia de que 
				el 
			pantano Tritonis desapareció durante un terremoto, cuando 
				algunas partes de él que se extendían hacia el océano quedaron 
				divididas en dos..." 
			Diodoro cita además el mito de los 
			atlantioi:
			 
				
				...El reino estaba dividido entre los hijos de Urano, entre los 
			cuales Atlas y Cronos eran los más renombrados. Atlas recibió las 
			regiones de la costa del océano y no sólo dio el nombre de atlantioi 
			a sus pueblos, sino que llamó Atlas a la montaña más grande de la 
			región. Se dice también que perfeccionó la ciencia de la astrología 
			y fue el primero en dar a conocer a la Humanidad la doctrina de la 
			esfera y fue por esta razón por la que se pensó que los cielos todos 
			se apoyaban en las espaldas de Atlas...  
			Diodoro habla de las hijas de Atlas y
			Apolodoro y dice que,
			 
				
				"...yacieron con los más famosos 
				héroes y dioses y se convirtieron así en los primeros 
				antepasados de la mayor parte de la raza... Estas hijas se 
				distinguían también por su castidad y después de su muerte 
				merecieron honores inmortales entre los hombres, quienes les 
				dieron un trono en los cielos y las llamaron Pléyades..." 
			Además ofrece una amable descripción de la isla atlántica: 
			 
				
				...Porque frente a Libia, muy lejos, hay una isla de gran tamaño, y 
			como se encuentra en el océano, está a una distancia de varios días 
			de navegación de Libia, hacia Occidente. Su tierra es fértil, 
			montañosa en gran parte y en otra no pequeña, llana y de gran 
			belleza.  
				  
				A través de ella fluyen ríos navegables que son utilizados 
			para la irrigación y encierra muchos lugares plantados con árboles 
			de todas las variedades e innumerables jardines atravesados por 
			arroyos de agua dulce; hay en ella también villas privadas muy 
			costosas y en medio de los jardines, rodeadas de flores, se han 
			construido casas de banquetes en las que los habitantes pasan el 
			tiempo de verano...  
				  
				Hay también excelente caza, de toda clase de 
			animales y bestias salvajes... Y hablando en términos generales, el 
			clima de la isla es tan suave que produce en abundancia frutos de 
			los árboles y otros propios de las distintas estaciones del año, de 
			manera que parecería que la isla, debido a su felicidad excepcional, 
			es residencia de dioses y no de hombres...  
			Teopompo (siglo IV a.C.) relata una conversación entre el rey Midas 
			y un hombre llamado Sueños, en que se describe un gran continente 
			poblado por tribus guerreras, una de las cuales había intentado 
			conquistar el "mundo civilizado". 
			 
			  
			(El valor comparativo de esta 
			fuente disminuye un tanto por el hecho de que Silenos era un sátiro 
			a quien el rey Midas capturó, emborrachándolo con vino griego.)
			 
			 Tertuliano (160-240 d.C.) se refiere al hundimiento de la Atlántida 
			al discutir los cambios ocurridos en la Tierra,
 
				
				"... que, incluso ahora, ...está 
				sufriendo transformaciones locales, ...cuando entre sus islas no 
				está ya Délos ...Samos es un montón de arena, ...cuando, en el 
				Atlántico, se busca en vano la isla que era igual en tamaño a 
				Libia o Asia, cuando ...el costado de Italia, cortado en medio 
				por el choque estremecedor de los mares Asiático y Tirreno, deja 
				a Sicilia como sus reliquias..." 
			La referencia a la apertura de los estrechos de Sicilia es comentada 
			también por Filón el Judío (20 a.C.-40 d.C.) quien escribe:  
				
				Considérese cuántos territorios del continente han sido cubiertos 
			por las aguas, no sólo los que se hallaban cerca de la costa, sino 
			también los que se encontraban en el interior, y piénsese en la gran 
			porción que se ha convertido en mar y ahora es surcada por 
			innumerables barcos. ¿Quién no conoce el más sagrado estrecho 
			siciliano, que en épocas antiguas unía Sicilia al continente de 
			Italia?  
			Luego cita tres ciudades griegas que yacen en el fondo del mar: 
			Aigara, Boura y Helike (Helike es ahora buscada mediante modernos 
			métodos arqueológicos cerca de la actual ciudad de Corinto) y 
			concluye con una referencia a,
			 
				
				"la isla de Atlantes que, como decía 
			Platón... fue lanzada al fondo del mar en un día y una noche, como 
			consecuencia de un terremoto y una inundación extraordinarios".
				 
			Arnobio el Africano (siglo III d.C.), un miembro de la primitiva 
			comunidad cristiana, se queja de que ellos eran culpados de todo y 
			pregunta:
			 
				
				¿Fuimos acaso nosotros culpables de que hace diez mil años escaparan 
			una gran cantidad de hombres de la isla llamada Atlántida o Neptuno, 
			como nos dice Platón, y arruinaran y eliminaran a innumerables 
			tribus?  
			Aeliano (Claudius Aelianus, siglo III d.C.) un escritor clásico, 
			hace una alusión muy
			desusada a la Atlántida en su obra La Naturaleza de los Animales. Al 
			hablar de los 
			"carneros del mar" (que al parecer eran focas) dice que,  
				
				"...invernan 
			en los alrededores del
			estrecho que separa Córcega de Cerdeña... el carnero macho tiene 
			alrededor de la frente 
			una cinta blanca. Se diría que se asemeja a la diadema de Lisímaco o 
			Antígono o de algún
			otro rey macedonio.  
				  
				Los habitantes de las costas del 
				océano dicen que en épocas anteriores los reyes de la Atlántida, 
				que descendían de Poseidón, utilizaban en sus cabezas, como 
				signo de poder, la banda blanca de los carneros machos, y que 
				sus esposas, las reinas, utilizaban como signo de poder las 
				bandas blancas de los carneros hembras..."  
			Esta cita de Aeliano, que ha llegado hasta nosotros a través de los 
			siglos, no como descripción de la Atlántida sino como una nota 
			casual acerca de los adornos usados en la cabeza por los reyes de 
			los atlantes, presta cierto crédito a la creencia, generalmente 
			aceptada en la época clásica, de la existencia de la Atlántida en un 
			período anterior.  
			 ¿Qué puede uno inferir de estas y otras alusiones de los autores 
			clásicos? Algunas parecen contradictorias entre sí pese a que los 
			nombres y la forma de escribirlos cambien, parecen existir ciertos 
			puntos comunes. En el antiguo mundo mediterráneo se creía que 
			existían tierras firmen o tal vez un continente en el Atlántico, y 
			se conservaban ciertos recuerdos algo confusos respecto a los 
			contactos que se habían mantenido con ellos y también sobre las 
			hostilidades por parte de fuerzas expedicionarias procedentes de 
			esas tierras. También existía la tradición de que cierto territorio 
			o territorios se habían hundido en el océano.
 
			 Otro cristiano de la Antigüedad, Cosmas Indico-pleustes (siglo VI 
			d.C.) parece anticipar en varios siglos la pretensión de los rusos 
			de que "nosotros lo inventamos primero" cuando dice que Platón,
 
				
				"expresó puntos de vista similares a 
				los nuestros, con ciertas modificaciones ... Menciona las diez 
				generaciones y también la tierra sumergida en el océano. Y en 
				una palabra, es evidente que todos tomaron sus ideas de Moisés y 
				repitieron sus palabras como si fueran propias..." 
			Aparentemente, Cosmas pensaba en las referencias bíblicas a las 
			generaciones anteriores a la gran inundación que destruyó el pueblo 
			de la tierra debido a su maldad. Pero la referencia bíblica a una 
			inundación es sólo una pequeña parte de una leyenda común a los 
			pueblos de todo el mundo, con excepción de la Polinesia.  
			 Desde la óptica de un investigador moderno, entonces, la evidencia 
			escrita no es concluyente. Pero, ¿acaso alguna vez lo es? Debemos 
			recordar que los antiguos no escribían para los investigadores 
			modernos y que, como individuos de una época anterior a los bancos 
			de datos, los microfilmes e incluso la imprenta, tenían una actitud 
			completamente diferente acerca de la información y usaban a los 
			dioses y los mitos como marco de referencia para sus obras.
 
			  
			Las 
			pruebas acerca de la existencia de la Atlántida hay que buscarlas en 
			otras fuentes, además de en los comentarios de los escritores de la 
			Antigüedad. 
 
			 
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