por Luis Alfonso Gámez

Noviembre 20, 2004

Publicado originalmente en el diario 'El Correo'

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LOS CASCOTES DE LA BIBLIA

 

Las murallas de Jericó no se desplomaron a los sones de trompetas y Juan Bautista no vivió en la cueva de Israel que se ha presentado como el sitio en el que inició a muchos seguidores. Lo primero no ocurrió y lo segundo, de pasar, no hay pruebas de que sucediera en la gruta que se ha dicho. Historiadores como Israel Finkelstein y Neil A. Silberman, autores de 'La Biblia Desenterrada' (2001), achacan el derrumbamiento de las defensas de Jericó a la propaganda política del siglo VII antes de Cristo (aC), cuando el reino de Judá reescribió el pasado para legitimar sus afanes expansionistas. Y no hay que ser un experto para intuir que ha sido una conjunción del ansia de titulares de unos arqueólogos y la sequía de noticias agosteña la que ha dado en 2004 un hogar al profeta.

"Juan Bautista, que era apenas una figura de los Evangelios, cobra vida nuevamente", decía el 21 de agosto Simon Gibson, director de la excavación de la cueva de Ein Kerem, situada a las afueras de Jerusalén.

El arqueólogo británico y su equipo han dedicado tres años al vaciado de la cavidad, rellena casi totalmente de tierra y rocas. Han recuperado 250.000 fragmentos de cerámica y descubierto en las paredes grabados de época bizantina -del siglo IV o V- que, en su opinión, contarían la historia de Juan Bautista. Al fondo de la gruta, hay una piscina en la cual Gibson cree que el profeta del Nuevo Testamento bautizó a algunos seguidores.
 

 

Reliquias en Tierra Santa
La idea de que en esa cueva celebró el Bautista ritos iniciáticos tiene, para los expertos consultados por este periódico, tanta solidez como la de que Jesús de Nazaret navegó en una barca cuyos restos se descubrieron en el mar de Galilea en 1986.

 

No hay prueba alguna que ligue la gruta de Jerusalén a las actividades bíblicas del Bautista como tampoco la hay de que en la embarcación de Galilea montara el fundador del cristianismo o de que en una piedra, desenterrada en 1997, se sentara a descansar la Virgen María cuando iba a Belén a dar a luz, a pesar de lo cual la roca fue bendecida hace siete años por el patriarca de Jerusalén, Diodorus I. (imagen derecha)

"La información que se ha publicado dice, hacia el final, que la cueva se usaba en el periodo bizantino y que la imagen fue supuestamente grabada por un monje. ¡Esto significa que la figura se hizo unos 500 años después de los días de Juan Bautista! Puede ser o no una imagen de ese personaje, pero, en cualquier caso, no estamos ante restos ligados a él, como han sostenido los engañosos titulares de prensa", ha indicado Ze'ev Herzog, arqueólogo de la Universidad de Tel Aviv, al autor de estas líneas.

El historiador Neil A. Silberman destaca que,

"en Tierra Santa existe una auténtica industria de las reliquias -tanto muebles como inmuebles- que recuerda más al culto medieval de reliquias que a la arqueología. Cada vez que oigo hablar de descubrimientos espectaculares vinculados a personajes bíblicos, se me dispara la tensión".

 

"Estamos ante otro ejemplo de cómo la 'arqueología bíblica' tergiversa las pruebas", sentencia Herzog.

No hay que descartar, además, que la vinculación de la gruta israelí con el predicador pariente de Jesús tenga que ver con que Gibson ha escrito un libro sobre la cueva del Bautista que está a punto de salir a la venta.

El penúltimo hallazgo de este tipo fue el de una urna presentada en la prestigiosa 'Biblical Archaeology Review' en noviembre de 2002 como el osario de Santiago el Menor, hermano de Jesús de Nazaret. La inscripción de la caja -"Jacobo, hijo de José, hermano de Jesús"- sería la primera prueba arqueológica de la existencia de Jesús.

 

La pieza apareció en manos de un anticuario que decía haberla encontrado en una cueva en las inmediaciones de Jerusalén y que meses después fue detenido por tráfico ilegal de piezas arqueológicas. La Dirección de Antigüedades de Israel concluyó en junio de 2003 que la inscripción de la urna es moderna.

Al margen de los Evangelios, la única mención a Jesús es la del historiador Flavio Josefo (37-94) en su obra 'Antigüedades judías'. Dice que el sanedrín juzgó,

"a Santiago, hermano de Jesús, quien era llamado Cristo, y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley y los entregó para que fueran apedreados".

Hay filólogos que consideran el pasaje una inserción posterior de un autor cristiano.

"Históricamente hablando, no hay suficientes pruebas de la existencia de Jesús. No digo que no existiera. El Jesús bíblico es un personaje marginal, hijo de un carpintero, en una zona marginal del Imperio romano y las evidencias históricas se centran normalmente en los grandes hombres, en los poderosos", explica Josep A. Borrell, director de la revista de divulgación histórica 'Clío'.

 

Hablan las piedras
La arqueología y la Biblia no casan bien.

 

Las excavaciones de las últimas décadas han minado los cimientos históricos del Antiguo Testamento, los 39 libros que constituyen la base del cristianismo y del judaísmo, y que además son, para muchos israelíes, una crónica de los orígenes del pueblo hebreo y justificación de sus aspiraciones territoriales.

 

Arqueólogos como Israel Finkelstein y Ze'ev Herzog, ambos de la Universidad de Tel Aviv, son tildados por los más fundamentalistas de enemigos de Israel porque mantienen que los Patriarcas -Abraham, Isaac y Jacob- son personajes de leyenda, que no hubo un periodo de esclavitud en Egipto ni un éxodo, que los israelitas no conquistaron Canaán por las armas, que no existió una monarquía unificada -que abarcara todo Israel- en tiempos de David (1005-970 aC) y Salomón (970-931 aC), que el culto a Yahvé como único dios se impuso muy tardíamente...

"La mayoría de las personas que formaron el primitivo Israel eran gentes del lugar -las mismas a las que vemos en las tierras altas a lo largo de las edades del Bronce y del Hierro-. En origen, los primeros israelitas fueron también -ironía de ironías- ¡cananeos!", explican en su libro Finkelstein y Silberman.

Hasta hace unos años, los hallazgos arqueológicos se acomodaban a los hechos bíblicos: si se desenterraban restos de grandes construcciones, se atribuían a Salomón.

 

Ahora, hablan las piedras y los documentos. Los archivos egipcios y mesopotámicos han servido para establecer una cronología, pero no incluyen ni palabra del supuesto esplendor de las cortes de David y Salomón, ni de ninguno de los episodios más famosos de la Biblia. Las piedras han demostrado, por ejemplo, que el Jerusalén de David y Salomón no fue la gran capital bíblica, sino un pequeño pueblo.

El hallazgo de la cueva del Bautista ha sido una serpiente más en un verano en el que se han encontrado la Atlántida en Cádiz y una nave extraterrestre en Siberia, ha partido la enésima expedición en busca del Arca de Noé y se ha detectado la primera señal de radio de una civilización alienígena.

"En verano no hay noticias y hay que llenar las páginas de los diarios", argumenta Borrell. Silberman lamenta "el entusiasmo de los medios de comunicación, los editores y algunos arqueólogos por aunar esfuerzos para promocionar lo que sólo puede calificarse de arqueología bíblica sensacionalista".
 

 

DOS REINOS PARA UN ÚNICO PUEBLO ELEGIDO

"Hacia el final siglo VII aC, durante unas pocas décadas extraordinarias de ebullición espiritual y agitación política, un grupo inverosímil de funcionarios de la corte, escribas y sacerdotes, campesinos y profetas judaítas se unió para crear un movimiento nuevo cuyo núcleo fueron unos escritos sagrados dotados de un genio literario y espiritual sin parangón, un relato épico entretejido a partir de un conjunto asombrosamente rico de escritos históricos, memorias, leyendas, cuentos populares, anécdotas, propaganda monárquica, profecía y poesía antigua", dicen los autores de 'La Biblia Desenterrada'.

Ocurrió en tiempos de Josías (639-609 aC), rey del sureño Judá, cuya capital era Jerusalén. Durante la mayor parte de su historia, Judá había vivido a la sombra del reino del norte, el más rico y poblado Israel. Eso cambió cuando los asirios conquistaron Israel en el siglo VIII aC y Judá recibió gran cantidad de refugiados.

 

Cien años después, los asirios se retiraron del norte y los judaítas vieron el camino libre para su expansión.

 

Para justificar sus pretensiones -unir a los israelitas en un reino gobernado desde Jerusalén-, crearon un pasado común glorioso para todos los hebreos, hicieron de su antiguo rival -Israel- el reino del pecado, borraron de la memoria a otros dioses que habían adorado y convirtieron a Yahvé en el único.
 



UN PASADO DE LEYENDA

El Diluvio

Dios castiga al hombre con un diluvio; pero de la catástrofe se libra un hombre santo, Noé.

"Entrarás en el arca tú y tus hijos, tu mujer, y las mujeres de tus hijos contigo. Y de todo ser viviente meterás en el arca una pareja para que sobrevivan contigo. Serán macho y hembra" (Génesis 6, 18-19).

Después de cuarenta días y cuarenta noches de lluvia, el arca encalla y los refugiados repueblan el planeta. No hay barco en el que quepan dos miembros de cada especie, ni agua en la Tierra para inundarla hasta la cima de la montaña más alta, ni restos de una catástrofe así. El relato bíblico es una adaptación de otros mesopotámicos anteriores .
 

 

Los Patriarcas

La Biblia es la historia de los descendientes de Abraham, con quien Yahvé suscribe un pacto:

"Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré" (Génesis 12, 1-2).

No hay pruebas arqueológicas de la existencia de Abraham, Isaac y Jacob hacia 2100 aC. La ambientación apunta a los siglos VIII y VII aC, después de David y Salomón, sucesores de Abraham.

"La gran genialidad de los creadores de esta epopeya nacional en el siglo VII consistió en entretejer los relatos antiguos sin despojarlos de su humanidad o su peculiaridad individual. Abraham, Isaac y Jacob siguen siendo al mismo tiempo retratos espirituales vívidos y antepasados metafóricos del pueblo de Israel", concluyen Finkelstein y Silberman en 'La Biblia desenterrada'.

 

Esclavitud y éxodo

"Preséntate al faraón por la mañana, cuando vaya hacia el Río... Y le dirás: 'Yahvé, el Dios de los hebreos, me ha enviado a ti para decirte: 'Deja partir de mi pueblo, para que me den culto en el desierto'; pero hasta ahora no has hecho caso'"

(Éxodo 7, 15-16).

Moisés se enfrenta al faraón, libera a su pueblo, recibe las Tablas de la Ley y los hijos de Israel vagan durante cuarenta años por el desierto hasta llegar a la Tierra Prometida. Ningún texto egipcio, de los muchos que hay, menciona nada de esto. La acción se sitúa en tiempos de Ramsés II (1304-1237 aC). Sin embargo,

"los detalles más evocadores y geográficamente más coherentes del relato del éxodo proceden del siglo VII aC", destacan Finkelstein y Silberman.

Huir del ejército del faraón hubiera sido imposible para un grupo de desheredados que, de conseguirlo, se habría enfrentado después a las guarniciones egipcias del Sinaí y Canaán. Por si eso fuera poco, los israelitas no dejaron rastro de su larga estancia en el desierto.
 


La conquista de Canaán

El pueblo de Israel, dirigido por Josué, conquista Canaán, donde hay "ciudades grandes, con murallas que llegan hasta el cielo" (Deuteronomio 9, 1).

"La famosa escena de las fuerzas israelitas marchando con el Arca de la Alianza en torno a la ciudad amurallada y provocando el derrumbamiento de los poderosos muros de Jericó al son de las trompetas de guerra era, por decirlo sencillamente, un espejismo romántico", indican Finkelstein y Silberman, tras explicar que el Jericó del siglo XIII "era pequeño y pobre, casi insignificante, y, además, no había sido fortificado".

Muchos enclaves que se citan en el texto no estaban habitados en aquella época. La conquista de Canaán no sucedió en el mundo real.
 


David y Salomón

Hubo una época en la que Israel, bajo David y Salomón, se extendió desde el río Eúfrates hasta Gaza, según la Biblia. Durante el siglo X aC, Jerusalén llegó a ser una gran ciudad en la que Salomón construyó un palacio y un templo donde adorar a Yahvé.

 

Esa monarquía gloriosa no encaja con lo descubierto por los arqueólogos.

"Está claro que el Jerusalén de la época de David y Salomón fue una ciudad pequeña, quizá con una ciudadela para el rey, pero en ningún caso la capital de un imperio como dice la Biblia", asegura Ze'ev Herzog.

 

"Desde un punto de vista político, David y Salomón fueron poco más que caudillos tribales de la serranía cuyo alcance administrativo no superó un ámbito bastante local, limitado al territorio montañés", coinciden Finkelstein y Silberman.