8 Julio 2011
del Sitio Web
Editorial-Streicher
Existe un escritor español nacido en
Galicia en 1923 que a sus 30 años se ordenó sacerdote católico, para
años después ser repudiado por su orden jesuita y convertirse en ex-sacerdote,
y junto a los conocimientos de diversas materias que había colectado
consagrarse al estudio de los fenómenos paranormales y ovnilógicos,
muestra de lo cual son sus diferentes libros.
Del libro de Salvador Freixedo, que así se llama el autor, "¡Defendámonos de los Dioses!",
publicado en 1984, hemos escogido estos párrafos que aluden a un
paralelismo notado desde hace tiempo por más de un estudioso de la
historia de las tribus aztecas en Méjico, y que es lo análogo de su
historia con la que se relata en el Viejo Testamento.
Las hipótesis
para ello no son tajantes, pudiendo aventurarse aún una
contaminación sacerdotal por parte de gente del Viejo Mundo que hubo
venido siglos antes de
Colón, puesto que se prueba haber más
paralelismos todavía.
La tesis de Freixedo, que está planteada
esquemáticamente y pudiendo perfeccionársela, es más inquietante
porque implícita en ella está
la existencia de entidades usurpadoras
que se hacen adorar y seguir como divinidades, imponiendo a sus
pueblos escogidos ciertas repugnantes prácticas que sólo los
satisfacen a ellos, estableciéndose una similar identidad entre
ellas o la participación de una tendencia común.
(...) Los diez mandamientos fundamentales de la religión cristiana,
no sólo son el fruto de la aparición de uno de estos seres
suprahumanos, sino que fueron entregados personalmente por él y nada
menos que grabados en piedra, si es que hemos de creer a lo que por
más de tres mil años ha venido enseñando el judeo-cristianismo.
En
el libro más respetado en todo el mundo occidental, se nos dice que
un ser
llamado Yahvé se apareció en una nube desde la que se
comunicaba con los humanos. Una nube que, según leemos en el
Pentateuco, hacía cosas muy extrañas para ser una nube normal.
Este
señor, al que acompañaban otros seres suprahumanos dotados de
extraordinarios poderes (que por otro lado eran bastante parecidos
en sus pasiones a los hombres y que con mucha frecuencia se
inmiscuían abiertamente en sus vidas) estuvo apareciéndose de la
misma manera durante varios siglos a todo el pueblo hebreo y de una
manera personal a diversos individuos a los que les indicaba cuál
era su voluntad específica en aquel momento.
Estos seres suprahumanos a los que nos referimos, se presentaban
siempre como enviados por aquel ser que se presentó en el monte
Sinaí; y el mismo Cristo - al que, como ya he dicho, consideramos no
como uno de estos seres suprahumanos, sino como a un humano
extraordinario - se presentó siempre como un enviado de aquel señor
del Sinaí al que él llamaba su "padre".
Posteriormente en el
cristianismo, las apariciones de todo tipo de seres no humanos, o
humanos ya glorificados, son cosa completamente normal y admitida
por las autoridades de la Iglesia.
Negar ahora este hecho, tal como
pretenden hacerlo algunos teólogos modernos, es querer tapar el sol
con un dedo.
A los que nos digan que Dios tiene el derecho de manifestarse como
quiera y a los que nos presenten la teofanía del judeo-cristianismo
como algo único, les diremos que si bien es cierto que Dios tiene el
derecho de presentarse como quiera, no es lógico que lo haga con
todas las extrañísimas circunstancias con que lo hizo en el caso del
pueblo hebreo, y por otro lado no estaremos de acuerdo de ninguna
manera en que el caso judeo-cristiano sea un caso único.
Muy por el
contrario, nos encontramos con que la manera de manifestarse Yahvé
al pueblo hebreo no difiere fundamentalmente en nada de la manera
que otros dioses usaron para manifestarse a sus "pueblos escogidos";
porque como ya dijimos, estos seres suprahumanos gustan de "escoger"
un pueblo en el que centran sus intervenciones con la raza humana, y
en el que influyen positiva y negativamente, a veces de una manera
muy activa y directa.
En este particular, el judeo-cristianismo no tiene originalidad
alguna tal como enseguida veremos.
Lo que sucede es que los
cristianos, al igual que los fieles creyentes de otras religiones,
concentrados en el estudio y en el cumplimiento de sus dogmas y
ritos, y aislados por sus líderes religiosos de las creencias y
ritos de otros pueblos, han ignorado y continúan ignorando hechos
históricos que por sí solos son capaces de sembrar grandes dudas
sobre la originalidad y la validez de las propias creencias
religiosas.
LAS TEOFANÍAS SE REPITEN
La experiencia de haber sido "adoptados" por un "dios", es casi
común a todos los pueblos de la antigüedad, con la circunstancia de
que esta adopción conllevaba ciertas condiciones que eran también
comunes a todos los pueblos:
la exigencia de sacrificios sangrientos
de una u otra clase, a cambio de una protección (que resultaba ser
tan mentirosa y, a la larga, tan poco eficaz como la que Yahvé
dispensó al pueblo hebreo).
De hecho leemos en una nota de la Biblia
de Jerusalén:
"En el lenguaje del antiguo Oriente, se reconocía a
cada pueblo la ayuda eficaz de su dios particular".
Si bien es cierto que las mitologías y leyendas folklóricas de la
antigüedad no tienen en muchos casos prueba alguna documental (aunque
en muchos otros casos sí la tienen) nadie puede negar la realidad
altamente intrigante de que de hecho muchos pueblos, separados por
miles de años y por miles de kilómetros han tenido creencias y
practicado ritos muy semejantes; ritos y creencias que, analizados a
fondo, se dirían procedentes de un tronco común.
Con la peculiaridad
de que muchos de estos ritos y creencias son bastante antinaturales
e ilógicos, pudiendo uno llegar a la conclusión de que no brotaron
espontáneamente de la mente de los humanos como una ofrenda a sus "dioses
protectores", sino que les fueron impuestos a los terrícolas por
alguien que, a lo largo de los siglos, ha conservado los mismos
gustos retorcidos, contradictorios y en muchos casos crueles.
PARALELOS ENTRE LAS TEOFANÍAS
Volviendo al caso histórico del pueblo hebreo, y dejando de lado a
los otros dioses de los pueblos de Mesopotamia, tan
desconcertantemente parecidos a Yahvé y contra los que éste tenía
tan tremendos celos,
-
Baal
-
Moloc
-
Nabú
-
Aserá
-
Bel
-
Milkom
-
Oanes
-
Kemós
-
Dagón, etc.,
...vamos a fijarnos en una experiencia específica y
extraña exigida por Yahvé al pueblo hebreo y vamos a encontrarnos
con otro pueblo (separado del pueblo hebreo por unos 10.000
kilómetros en el espacio y por unos 3.000 años en el tiempo) al que
su "dios protector" le hizo pasar por la misma extraña experiencia.
Me refiero al hecho de andar errantes por muchos años antes de
llegar a la "tierra prometida" y bajo el mandato específico y la
dirección inmediata de Yahvé.
El lector que quiera conocer más a
fondo los detalles de todo este peregrinar no tiene más que leer el
libro del Éxodo, que es uno de los cinco primeros que componen la
Biblia.
HEBREOS Y AZTECAS
Pues bien, esta extraña aventura - que tiene que haber resultado
penosísima para el pueblo judío - la vemos repetida con unos
paralelos asombrosos e incomprensibles en el pueblo azteca.
Según
las tradiciones de este pueblo, hace aproximadamente unos 800 años
que su dios
Huitzilopochtli se les apareció y les dijo que tenían
que abandonar la región en que habitaban y comenzar a desplazarse
hacia el sur,
"hasta que encontrasen un lugar en el que verían un
águila devorando a una serpiente".
En este lugar se asentarían y él
los convertiría en un gran pueblo.
La región en que por aquel entonces habitaban los aztecas estaba en
lo que hoy es terreno norteamericano - probablemente entre los
estados de Arizona y Utah - y por lo tanto su peregrinar hasta
Tenochtitlán fue notablemente más extenso que el que a los hijos de
Abraham les exigió su "protector" Yahvé.
La caminata de los "Hijos
de la Grulla" (como tradicionalmente se llamaba a los aztecas) fue
de no menos de tres mil kilómetros y no precisamente por grandes
carreteras sino teniendo que atravesar vastos desiertos y zonas
abruptas y de densa vegetación que ciertamente tuvieron que poner a
prueba su fe en la palabra de su dios Huitzilopochtli.
Pero por fin, después de mucho caminar encontraron en una pequeña
isla, en medio del lago Texcoco, el águila de la profecía devorando
una serpiente en lo alto de un nopal.
Esta pequeña isla estaba exactamente donde ahora está la
impresionante plaza del Zócalo, en medio de la ciudad de México. La
febril actividad constructora de los aztecas - muy influenciada por
otros dos pueblos que anteriormente se habían distinguido mucho por
sus grandes construcciones:
los olmecas y los toltecas - pronto
convirtió aquellos lugares pantanosos, en la gran ciudad con la que
se encontraron los españoles cuando llegaron a principios del siglo XVI.
Hoy día ya apenas si quedan algunas partes con agua del lago Texcoco, pero cuando llegaron los aztecas, allá por el año 1325, el
lago ocupaba una superficie notablemente mayor del valle de México.
Con lo dicho hasta aquí, no podríamos encontrar sino un paralelo
genérico con lo que les aconteció a los hebreos, y ciertamente no
tendríamos derecho a esgrimirlo como un argumento en favor de
nuestra tesis.
Pero si consideramos cuidadosamente todos los
detalles de la historia de la peregrinación azteca, nos
encontraremos con muchas otras circunstancias muy sospechosas.
Helas
aquí:
-
La personalidad de Yahvé era muy parecida a la de Huitzilopochtli.
Ambos querían ser considerados como protectores y hasta como
padres,
pero eran tremendamente exigentes, implacables en sus frecuentes
castigos y muy prontos a la ira.
-
Ambos les dijeron a sus pueblos escogidos, que abandonasen la
tierra en que habitaban. Yahvé lo hizo primeramente con Abraham
haciendo que dejase Caldea y lo hizo posteriormente con Moisés
forzándolo a que abandonase Egipto al frente de todo su pueblo.
-
Ambos acompañaron "personalmente" a sus protegidos a lo largo de
toda la peregrinación, ayudándolos directamente a superar las muchas
dificultades con que se iban encontrando en su camino.
-
Yahvé los acompañaba en forma de una extraña columna de fuego y
humo que lo mismo los alumbraba por la noche que les daba sombra por
el día, y les señalaba el camino por donde tenían que ir, haciendo
además muchos otros menesteres tan extraños y útiles como apartar
las aguas del mar para que pudiesen pasar de una orilla a otra, etc.
Huitzilopochtli acompañó a los aztecas en forma de un pájaro, que
según la tradición era una gran águila blanca que les iba mostrando
la dirección en que tenían que avanzar en su larguísima
peregrinación.
-
Este peregrinar en ninguno de los casos fue de días o semanas. En
el caso hebreo, Yahvé, extrañísimamente, se dio gusto haciéndoles
dar rodeos por el inhóspito desierto del Sinaí durante 40 años (cuando
podían haber hecho el camino en tres meses).
Huitzilopochtli fue
todavía más errático y desconsiderado en su liderazgo, pues tuvo a
sus protegidos vagando dos siglos aproximadamente, hasta que por fin
los estableció en el lugar de la actual ciudad de México.
-
Si el tiempo que ambos pueblos anduvieron errantes no fue breve,
tampoco lo fue la distancia que tuvieron que cubrir. Primero Abraham
fue desde Caldea a Egipto de donde volvió a los pocos años.
Pero
enseguida vemos a su nieto Jacob volver de nuevo a Egipto (siempre
bajo la mirada de Yahvé, que era el que propiciaba todas estas idas
y venidas) hasta que, al cabo de unos dos o tres siglos, vemos a
todo el pueblo hebreo - por aquel entonces ya numerosísimo - de vuelta
hacia la tierra prometida capitaneado por Moisés, pero dirigido
desde las alturas por aquella nube en la que se ocultaba Yahvé.
La
distancia que tenía que recorrer el pueblo hebreo era, teóricamente,
de unos 300 kilómetros; pero Yahvé se encargó de estirar esos 300
kilómetros hasta convertirlos en más de mil.
La distancia recorrida
por el pueblo azteca fue mucho mayor, ya que no debió de ser
inferior a los tres mil kilómetros, distancia que fue fielmente
recorrida por las seis tribus que inicialmente se pusieron en camino.
-
Ambos pueblos tuvieron que enfrentarse a un sinnúmero de tribus y
pueblos que ya habitaban la "tierra prometida" cuando llegaron los "pueblos escogidos".
Los amorreos, filisteos, jebuseos, gabaonitas,
amalecitas, etc., que a cada paso nos encontramos en la Biblia en
guerra con los hebreos, tienen su contrapartida americana en los
chichimecas, tlaxcaltecas, otomíes, tepanecas, xochimilcos, etc.,
con quienes tuvieron que enfrentarse los aztecas en su peregrinaje
hacia Tenochtitlán.
-
Ambos pueblos, en cuanto fueron adoptados por sus respectivos
dioses protectores, comenzaron a multiplicarse rápidamente, pero
sobre todo en cuanto llegaron al lugar prometido y se establecieron
en él se hicieron muy fuertes y pasaron a ser los pueblos dominantes
en toda la región, avasallando a sus vecinos.
Ambos pueblos llegaron
a la cúspide de su desarrollo aproximadamente a los dos siglos de
haberse establecido en la tierra prometida.
-
Ambos pueblos fueron adoctrinados en un rito tan raro como es la
circuncisión. Éste es un "detalle" tan extraño que induce a
sospechar muchas cosas, entre ellas, que Yahvé y Huitzilopochtli
eran hermanos gemelos en sus gustos.
-
Tanto Yahvé como Huitzilopochtli les exigían a sus pueblos
sacrificios de sangre.
Entre los hebreos esta sangre era de animales,
pero entre los aztecas la sangre era frecuentemente humana, como en
la dedicación del gran templo de Tenochtitlán cuando, según los
historiadores, se sacrificaron varios miles de prisioneros,
abriéndoles el pecho de un tajo y arrancándoles el corazón, todavía
latiendo y sangrante, para ofrecérselo a Huitzilopochtli.
Yahvé, a
primera vista no llegaba a tanta barbarie, pero parece que a veces
acariciaba la idea. Recordemos si no, el abusivo sacrificio que le
exigió a Abraham de su hijo Isaac (y que sólo a última hora impidió)
y el menos conocido de la hija de Jefté (Jue. 13).
Este caudillo
israelita le prometió a Yahvé que mandaría sacrificar al primer ser
viviente que se le presentase a la vuelta al campamento, si Yahvé le
concedía la victoria sobre los ammonitas.
Cuando volvía victorioso
de la batalla, la primera que le salió al encuentro para felicitarle
fue su propia hija. Y Yahvé, que con tanta facilidad le comunicaba
sus deseos a su pueblo, no dijo nada y permitió que Jefté cumpliese
su bárbaro juramento. Y éste no es el único ejemplo de este tipo.
(Y conste que no decimos nada - para no extendernos - de los
auténticos ríos de sangre que el propio Yahvé causó con las
continuas batallas a las que forzó durante tantos años a su pueblo,
RÍOS de sangre que a veces provenían exclusivamente de su
pueblo
escogido cuando "se encendía su ira contra ellos" cosa que sucedía
con bastante frecuencia.)
-
Tanto Yahvé como Huitzilopochtli abandonaron de una manera
inexplicable a sus respectivos pueblos cuando éstos más los
necesitaban. Yahvé - que ya estaba bastante escondido desde hacía
varios siglos - se desapareció definitivamente a la llegada de los
romanos a Palestina, y Huitzilopochtli hizo lo mismo cuando llegaron
los españoles; y a partir de entonces, la identidad de los aztecas
como pueblo, se ha disuelto en el variadísimo mestizaje de la gran
nación mexicana.
(Es muy dudoso, por no decir imposible, que los
aztecas, pese a las promesas de su protector, logren el supremo y
desesperado acto de supervivencia de los israelitas, de volver a
resucitar como un pueblo de historia y características propias).
-
Por supuesto, como no podía ser menos, ambos pueblos fueron
instruidos detalladamente acerca de cómo habían de construir un gran
templo en el lugar en donde definitivamente se instalasen. (Este es
otro "detalle", como más adelante veremos, que ha sido básico en
todas las apariciones religiosas a lo largo de la historia).
-
Por si todos estos paralelos no fuesen suficientes, nos
encontramos todavía con otro, que le confieso al lector que a mí me
produjo una profunda impresión cuando lo encontré ingenuamente
relatado por fray Diego Durán, uno de los muchos frailes
franciscanos que escribieron las crónicas de los primeros tiempos
del descubrimiento de América, basados en lo que los propios indios
les contaban.
El buen fraile, en su relato de las creencias de los antepasados de
los aztecas, nos cuenta (por supuesto, con una cierta lástima ante
el paganismo "demoníaco" en que se hallaban sumidos aquellos
pueblos) que cuando el pueblo entero avanzaba hacia el sur,
siguiendo siempre a la gran águila blanca que los dirigía desde el
cielo, lo primero que harían al llegar a un lugar, era construir un
pequeño templo para depositar en él el arca que transportaban
mediante la cual se comunicaban con su dios.
Este detalle de llevar también un arca, al igual que los hebreos, y
de considerarla de gran importancia, pues era el vínculo que tenían
con su protector, es algo que me sumió en profundas reflexiones y
que me hizo llegar a la conclusión de que algunos de estos "espíritus
que están en las alturas" - tal como los denomina Sn. Pablo - tienen
gustos muy afines.
Y puede ser que no sólo gustos, sino también
necesidades, cuantas veces se asoman a nuestro mundo, o a nuestra
dimensión, en donde no pueden actuar tan naturalmente como lo hacen
cuando están en su elemento.
-
Todavía como un último paralelo, podríamos añadir lo siguiente: Si
el Yahvé de los hebreos tuvo su contrapartida americana en
Huitzilopochtli, el Cristo judío, en cierta manera reformador de los
mandamientos de Yahvé, tuvo su contrapartida en
Quetzalcoatl, el
mensajero de Dios, instructor y salvador del pueblo azteca, que,
como Cristo, apareció en este mundo de una manera un tanto
misteriosa; fue aparentemente un hombre como él, y como él, se fue
de la tierra de una manera igualmente extraña, prometiendo ambos que
algún día volverían.
-
Hasta aquí llegaban los paralelos que personalmente había
investigado hace ya unos cuantos años; pero la lectura del libro de
Pedro Ferriz "¿Dónde quedó el Arca de la Alianza?", ha dado pábulo a
mis sospechas y a mis paralelos, con los detalles que allí aporta.
Uno de ellos es el curioso "cambio de nombres".
Resulta que
Huitzilopochtli tenía la misma "manía" que Yahvé (Abram-Abraham,
Sarai-Sara, Jacob-Israel) y hasta que el mismo Jesucristo (Kefas,
Boanerges). Y por cierto la misma "manía" que encontramos en los
modernos "extraterrestres" que con gran frecuencia les cambian el
nombre a sus contactados.
-
Pero no sólo eso sino que el Moisés azteca - que era el único que
hablaba con Huitzilopochtli, según Ferriz - se llamaba "Mexi y su
hermana (¡porque también tenía una influyente hermana!) se llamaba
Malínal" [Malinalxóchitl].
Pues bien, fonéticamente, Meshi se parece
a Moshe (Moisés en la versión fonética castellana), y Malínal a
María. Y aunque al lector este paralelo pueda parecerle una
exageración traída por los pelos, debería saber que estos "parecidos"
en cuestión de nombres propios son algo con lo que nos encontramos
frecuentemente en el mundo de lo religioso-paranormal
(Krishna-Cristo; Maturea-Matarea, etc.) y son algo normal en el
mundo esotérico.
Son chispazos de la Magia Cósmica que escapan a
nuestra lógica.
Hasta aquí los paralelos entre el peregrinar del pueblo hebreo y el
peregrinar del pueblo azteca.
Si todas estas similitudes las
encontrásemos únicamente entre estos dos pueblos, podríamos
achacárselas tranquilamente a pura coincidencia casual.
Pero lo que
se hace tremendamente sospechoso es que éstas y otras "coincidencias"
las encontramos en gran abundancia en muchos otros pueblos de la
Tierra, separados por miles de años y por miles de kilómetros.
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