10. ZAHORÍES DE LA CORRIENTE OCULTA
En este punto de nuestra investigación nos hallábamos frente a un
nuevo señalamiento de la importancia de María Magdalena para cierta
trama herética clandestina. Que era por donde habíamos empezado,
tras descubrir el astuto y subliminal simbolismo de la «mujer M» en
la Última Cena de Leonardo. En los años transcurridos desde que por
primera vez sentimos la atracción del equívoco mundo de la herejía
europea, sin embargo, habíamos hecho mucho camino, tanto en el
sentido literal como en el figurado. Tocaba hacer inventario: ¿qué
habíamos descubierto?
La «mujer M» que suponíamos era María Magdalena obviamente fue de
inmensa importancia para Leonardo, el supuesto Gran Maestre del
Priorato de Sión según algunos. Desde luego nuestros propios
encuentros con miembros del moderno Priorato corroboraban la
sospecha de que aquélla era de gran significación para ellos. Y lo
mismo podía decirse de Juan el Bautista, el personaje más destacado
en la obra de Leonardo, y destinatario de especial devoción por
parte del Priorato según todas las apariencias.
Nuestras numerosas exploraciones por el sur de Francia revelaron que
había cierta base para tomarse en serio la leyenda de que María
Magdalena vivió allí, pero los vínculos con el culto de las Vírgenes
negras apuntan a una conexión pagana. Todos los detalles de la
veneración magdalaniense aparecen revestidos de una carga sexual,
corno se evidencia sobre todo en su asociación con ese epitalamio
veterotestamentario que es el Cantar de los Cantares.
Pues hay una contradicción obvia. Por una parte, resulta según
algunos indicios que la Magdalena era la esposa de Jesús, o su
consorte por lo menos, pero otros la relacionan insistentemente con
divinidades paganas. Lo cual parece del todo absurdo: ¿qué razones
pueden aducirse para vincular a la compañera del Hijo de Dios con
personajes como Diana la Cazadora, o Isis la diosa egipcia del amor
y de la magia? Esa dificultad fue la pesadilla durante nuestras
pesquisas.
Ciertos individuos y ciertos grupos, como los templarios, san
Bernardo de Claraval y el cura Saunière, giran una y otra vez en el
decurso de la averiguación como íntimamente unidos al tema central
de lo Femenino. Aunque pudo ser meramente un ideal filosófico para
algunos de ellos, el propio hecho de que le asignaran un rostro
femenino identificable indica una devoción mas concreta, si no la
Magdalena llámese Isis, antigua Reina de los Cielos y consorte de
Osiris, otro dios que muere y resucita. Ciertamente el Priorato ha
manejado siempre esa asociación: Magdalena/Virgen negra/Isis. Para
ellos una Virgen negra representaba tanto a la Magdalena como a la
diosa Isis. Pero esto resulta muy extraño porque la primera es una
santa cristiana y la segunda una diosa pagana sin posible relación
con aquélla, ¿o sí?.
Como hemos visto
los cátaros tuvieron creencias heterodoxas y tan
inadmisibles que por causa de ellas fue pasada a espada toda la
ciudad de Béziers. Para ellos la Magdalena era la concubina de
Jesús, idea que repite curiosamente la de los evangelios gnósticos,
en los que ella es la mujer a quien Jesús suele besar en la boca y
la amaba por encima de todo lo demás. También esto lo creyeron los
cátaros, aunque de muy mala gana ya que según su versión del
gnosticismo las relaciones sexuales y la procreación eran pésimas
(porque aumentaban el número de almas prisioneras del barro vil).
La
idea de esa relación de la Magdalena con Jesús no les provenía de
sus predecesores bogomilos, sino que era corriente en el sur de
Francia, esa cultura que procuró exaltar lo Femenino por todos los
medios, como demuestra el florecimiento de la tradición
trovadoresca. Y también hemos mencionado cómo el tratado Hermana
Catalina manifiesta que las ideas sobre María Magdalena halladas en
los gnósticos se transmitieron de algún modo al siglo XIV.
Descubrimiento notable es que los caballeros templarios, tenidos por
los más viriles de todos los monjes-soldados, también participaron
de ese afán de exaltación de lo femenino, o por lo menos un círculo
interior de ellos. En su veneración por las Vírgenes negras no
tuvieron parangón, y la caballeresca búsqueda del amor trascendente
inspiró las grandes leyendas del Santo Grial.
Tuvieron sed de conocimiento y la búsqueda del saber fue su fuerza
motriz principal. Dondequiera que lo encontraron, se lo apropiaban:
de los árabes tomaron los principios de la geometría sagrada, y de
sus relaciones indudablemente próximas con los cátaros tomaron el
matiz gnóstico con que revistieron sus propias ideas religiosas, que
tampoco serían del todo ortodoxas.
Porque desde los mismos comienzos los designios de la orden fueron
esencialmente ocultos; la incoherencia de la leyenda fundacional que
los pinta
como defensores de los peregrinos cristianos que iban a Tierra Santa
es uno de los
factores que más llaman la atención sobre las anomalías que les
rodearon.1
La máxima densidad de propiedades templarias en Europa se dio en el
Languedoc, esa extraña región del sudoeste de Francia que por lo
visto actuaba como un imán sobre gran número de grupos heréticos. El
catarismo, en su momento culminante, llegó a ser casi la religión de
Estado de aquellos dominios, y allí florecieron el trobar clus, el
ric y el lèu, y practicaron la alquimia los templarios como han
demostrado las investigaciones recientes y puede verse en las casas
de no pocas ciudades del Languedoc como Alet-les-Bains, con su
complicada simbología alquímica y sus fuertes conexiones templarias.
Después de los siniestros acontecimientos que rodearon la supresión
oficial de la orden, los freires pasaron a la clandestinidad y su
influencia siguió ejerciéndose a través de otras muchas
organizaciones. Cómo lo consiguieron, y quién heredó sus
conocimientos, es lo que nunca se ha sabido con certeza hasta los
últimos diez años. Poco a poco ha ido descubriéndose que siguieron
existiendo con los rosacruces y los francmasones, y que los
conocimientos por ellos adquiridos pasaron a estas sociedades.
Hemos averiguado que un examen detenido de estos grupos revela sus
preocupaciones subyacentes y permanentes. Una de éstas es una gran
veneración,
o tal vez excesiva, por uno o por ambos Juanes, el Evangelista o
«discípulo predilecto» y el Bautista. Tanto más sorprende que los
mismos grupos que tanto caso hacen de estos santos se muevan
prácticamente fuera de la ortodoxia, a tal punto que parecen
contemplar con cierta frialdad al propio Jesús. Uno de estos grupos
es el
Priorato de Sión, y en este contexto uno de los detalles más
extraños, una vez sabido que dicho Priorato impone a sus sucesivos
Grandes Maestres el nombre de «Juan», es que Pierre Plantard de
Saint-Claire afirma que el primer título de ese linaje, o sea el de
«Juan I», esté «simbólicamente reservado al Cristo», lo cual nos
obliga a preguntarnos por qué ha de constituir especial honor para
el Cristo que le llamen Juan.
El mismo concepto de la posesión de un evangelio secreto de Juan fue
común entre los «heréticos», desde los cátaros del siglo XII hasta
el Levitikon. Es curioso que ese hilo «juanista» recorra tan
constantemente todas las tramas de esos grupos, porque al mismo
tiempo es uno de los menos conocidos. Aunque tal vez sólo porque el
velo del secreto lo haya ocultado más eficazmente a los ojos del
mundo hasta la fecha.
Como decíamos, el otro gran tema que va pasando de uno a otro de los
distintos afluentes de ese caudal subterráneo, o «corriente oculta»,
es la exaltación del principio de lo Femenino y especialmente el
reconocimiento de la sexualidad como sumo sacramento. La Gran Obra
de los alquimistas, por ejemplo, presentó claros paralelismos con
los ritos sexuales tántricos, aunque sólo recientemente hayamos
alcanzado el entendimiento de esas connotaciones. Es paradójico que
nuestra cultura haya tenido que pasar por la afición al tantrismo
para que se nos revelase el sentido de muchas tradiciones antiguas
de Occidente.
La sabiduría de lo femenino siempre ha sido muy buscada, en el
sentido filosófico y en el que se creía transmitido por vía mágica
mediante el acto sexual. Esa búsqueda de la sabiduría femenina,
Sophia, es el hilo que une toda la trama de los distintos grupos que
hemos investigado, por ejemplo los primeros gnósticos, las escuelas
herméticas, los templarios y sus sucesores de la francmasonería del
Rito Escocés Rectificado. El texto gnóstico
Pistis Sophia vincula a
Sophia con María Magdalena y por otro lado Sophia también estuvo
íntimamente asociada con Isis. Tal vez esto ayudará a entender por
qué los del Priorato de Sión aparentan confundir la santa con la
diosa. Pero eso no es mas que una pista, no la solución que
buscamos.
Nadie pone en duda la permanente importancia de la Magdalena. Pero
sus restos han sido buscados, y tal vez continúan siéndolo, con un
fervor inexplicable. En el siglo XIII Carlos de Anjou puso en ello
un celo fanático, y aunque está claro que sufrió una decepción, unos
dos siglos más tarde su descendiente, el famoso Renato de Anjou,
todavía estaba en las mismas. Y encontramos a finales del siglo XIX
el mismo deseo ardiente de encontrar los restos de su amada
Magdalena, que por lo visto consumió al cura Saunière de
Rennes-le-Château.
De una manera u otra la clave del gran misterio está en la
Magdalena, y es un secreto celosamente guardado durante siglos y sin
reparar en medios. Una parte de él tiene que ver con Juan el
Bautista (y/o tal vez Juan el Evangelista). Una vez hubimos
comprendido que existía de veras tal secreto, sentimos la urgencia
de quitar las telarañas de la Historia cuanto antes y arrojar un
poco de luz sobre él. Pero no era tarea fácil: los grupos y las
organizaciones que han guardado tantos años ese conocimiento han
desarrollado procedimientos muy eficaces para alejar de la verdad a
los intrusos.
Aunque algunos se han avenido a suministrarnos
indicios y consejos, nunca encontramos a nadie dispuesto a entregar
el secreto de buenas a primeras. Todo cuanto sabíamos era lo que los
indicios permiten deducir: que el misterio se construye sobre unos
fundamentos en que intervienen, esencialmente, Sophia y Juan. Éstos
eran los temas centrales, pero no sabíamos por qué, ni teníamos la
menor idea, excepto que ciertamente la revelación no sería de un
género propicio a corroborar la autoridad de la Iglesia.
Antes al
contrario, esa gran herejía representaba la mayor amenaza, a lo que
parece, no sólo para el catolicismo sino para la cristiandad tal
como la conocemos actualmente. Los grupos que guardan el secreto
obviamente se consideran poseedores de algún conocimiento sobre los
verdaderos orígenes del cristianismo, e incluso acerca del propio
Jesús.
Cualquiera que fuese la naturaleza del tan repetido secreto, también
veíamos claro que aún revestía trascendencia y significación para
los siglos XIX y XX.
Saunière no sólo recibió en Rennes-le-Château a damas de la sociedad
parisina
como Emma Calvé, sino también a políticos y miembros de familias
imperiales. En
nuestros días ha sido comentada la relación de Pierre Plantard de
Saint-Clair y el
Priorato de Sión con personajes como Charles de Gaulle y Alain
Poher, el
destacado estadista francés que ha sido dos veces Presidente
interino de su país.2
Rumores recientes incluso asocian al finado presidente François
Mitterrand con
Pierre Plantard de Saint-Clair.3 Es cierto que Mitterrand visitó
Rennes-le-Château
en 1981 y se dejó fotografiar en la Tour Magdala y en la iglesia, al
lado de la figura
del demonio Asmodeo.4 Por si tiene algo que ver, citaremos que era
oriundo de Jarnac, donde fue enterrado en una ceremonia privada mientras los
dirigentes
mundiales asistían a los funerales en Notre-Dame de París. De
acuerdo con los
estatutos del Priorato de Sión, versión de los años cincuenta,
Jarnac había sido antaño uno de sus centros.5
Muchos creen que el Priorato de Sión tiene auténtica influencia en
la política europea, o mejor dicho mundial. Pero ¿es que hay razones
para que sean importantes en tal sentido los asuntos que venimos
investigando, por más que puedan serlo desde el punto de vista
histórico o filosófico? ¿Acaso nos tomaremos en serio la «subversión
de la cristiandad» augurada por la unión entre el Priorato de Sión y
la «Iglesia de Juan», que hemos comentado anteriormente?
En una cosa coinciden María Magdalena y Juan el Bautista: ambos
fueron
santos, y personajes tal vez históricos, de entre los que hallamos
en el Nuevo
Testamento. El único camino lógico para continuar la investigación
consistía en
estudiar su vida y misión respectivas, con la esperanza de que ello
nos revelase por qué motivos atrajeron tanto a las tradiciones
heréticas sumergidas. Si albergábamos alguna esperanza de llegar a
comprender la suprema importancia que han revestido para los
iniciados de los más solemnes y entendidos grupos esotéricos, sería
cuestión de ponerse a leer la Biblia en serio.
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