13. HIJO DE LA DIOSA
Como hemos visto, la crítica histórica moderna ha ofrecido en cuanto
a los
orígenes del cristianismo un gran número de nuevos descubrimientos
que
deberían incitar a pensar. Y sin embargo, aumenta cada vez más el
abismo entre lo
que saben de la religión los eruditos bíblicos y el grado general de
información
entre cristianos. Burton L. Mack, profesor de estudios
neotestamentarios en la
Facultad de Teología de Claremont, California, lamentaba
recientemente «la
espantosa carencia de conocimientos básicos sobre la formación del
Nuevo
Testamento entre los cristianos corrientes».1
No fue sino en el siglo XIX cuando principió el análisis del Nuevo
Testamento
dando lugar a las escuelas críticas que hoy conocemos; esa misma
circunstancia
refleja el temor reverencial, casi supersticioso, hacia esos textos
que durante siglos estuvo prohibido no ya poner en duda, sino ni
siquiera leer. Únicamente los
clérigos podían conocer las Escrituras, aparte ser casi los únicos
que sabían leer y escribir. La aparición del protestantismo superó
parcialmente tal exclusión y pudieron acceder más personas a la
lectura de aquellos textos que tenían por sagrados.
Sin embargo el
movimiento protestante en todas sus formas rigurosas — desde los
puritanos de antaño hasta lo que hoy llamamos fundamentalismo— hace
mucho hincapié en que las palabras del Nuevo Testamento son de
inspiración divina, motivo por el cual prohíbe hasta la mera
sugerencia de que pudieran no ser la verdad literal. Entre los unos
y los otros, a estas fechas millones de cristianos ignoran lo
evidente, que el Nuevo Testamento es una mezcla de leyenda,
falsificación, testimonios confusos de testigos presenciales y
materiales tomados de otras tradiciones. Pero al negar esa evidencia
no sólo se equivocan sino que defienden frente a la crítica un
sistema cada vez más frágil.
Cuando los estudiosos del siglo XIX empezaron a aplicar los mismos
criterios que rutinariamente se utilizaban para el análisis de otros
textos históricos, se produjeron consecuencias sumamente
reveladoras. Una de las primeras tendencias que aparecieron fue la
de negar que Jesús hubiese existido en realidad, entendiendo que los
evangelios consistían simplemente en una recopilación de materiales
mitológicos y metafóricos. Hoy día pocos especialistas mantienen
dicha postura, aunque ello no quita que todavía tenga sus
partidarios. Los argumentos en favor de la historicidad de Jesús son
bastante fuertes, pero todavía resulta instructivo considerar el
razonamiento de quienes postularon lo contrario, y que Jesús fue una
figura inventada por los primeros cristianos.
Los de esa opinión dicen que fuera de los propios evangelios ninguna
prueba
independiente corrobora la existencia de Jesús. (Hecho que suele
sorprender a
muchos cristianos, convencidos de que un personaje tan central para
el mundo de
ellos debió de ser también famoso en su época; pero en realidad no
se le cita
ningún texto contemporáneo.) Los demás libros del Nuevo Testamente,
por
ejemplo las cartas de Pablo, dan por supuesta la existencia de Jesús
pero no contienen ninguna prueba consistente.
En efecto, las
epístolas de Pablo, que son los documentos cristianos más antiguos
que se conocen, no dan ningún detalle biográfico de Jesús aparte el
hecho de la Crucifixión: ni una palabra sobre sus progenitores, su
nacimiento ni las demás circunstancias de su vida. Ocurre que a
Pablo, lo mismo que a los demás autores neotestamentarios, les
importaba por encima de todo la teología. Cuando se ponen a escribir
no se proponen tanto una biografía del fundador como preservar el
movimiento de Jesús y explicar sus enseñanzas.
Esta ausencia de menciones contemporáneas acerca de Jesús preocupó a
muchos historiadores del siglo XIX. Como hemos dicho, no le menciona
ningún
cronista del siglo I, y tal como ha escrito Bamber Gascoigne,
«de lo
que se
escribiese durante los primeros cincuenta años de lo que hoy
llamamos la era
cristiana, ni una sola palabra acerca de Cristo o de sus seguidores
ha llegado hasta
nosotros».2
El historiador romano Tácito (en sus Anales, h. 115 d.C.) menciona
el
crecimiento de la cristiandad —a la que llama «superstición
peligrosa»— tanto en
Jerusalén como en Roma, y se refiere de pasada a la ejecución del
fundador,
aunque sin dar detalles y aludiéndole simplemente por el título de
«Cristo».3
En su Vidas de los Césares (hacia 120 d.C.), Suetonio recuerda una
agitación del
año 49 entre los judíos de Roma, instigada por un tal «Chrestus».
Esto se cita con
frecuencia como prueba de que hubo muy pronto una sucursal romana
del
cristianismo, pero no lo demuestra concluyentemente. En la época
hubo entre los
judíos muchos sedicentes mesías, todos los cuales podían denominarse
«Cristos»
hablando en griego; Suetonio se expresa como si el individuo
mencionado por él
hubiese predicado la rebelión a los judíos de Roma, en la época, de
manera activa y
personal.4
Otro notable romano que se ocupó de los cristianos en los primeros
años del
siglo I fue Plinio el Joven, pero no proporciona ninguna información
acerca de ellos
más allá de decir que su movimiento fue fundado por «Cristo». Hay un
detalle
interesante en esa cita, sin embargo, y es la indicación de que ese
tal Cristo estaba
ya considerado como un dios.5
Ésos fueron autores romanos, y puesto que Palestina era, como si
dijéramos,
uno de los patios traseros de su Imperio, no es de extrañar que
apenas hicieran
ningún caso de Jesús ni de los primeros tiempos de la Iglesia
cristiana.
(Además en
aquel entonces no era costumbre dar publicidad a los rebeldes y a
los delincuentes
como hacemos nosotros en nuestra incesante búsqueda de famosos. Ni
siquiera la
rebelión del ex esclavo Espartaco mereció mucho espacio en las
crónicas.)
Sin
embargo cabría imaginar que se hallase alguna mención sobre la vida
y ministerio
de Jesús en las obras de Flavio Josefo (38-100 aprox.), un judío que
durante la
insurrección de sus compatriotas se pasó al bando contrario y
escribió dos libros
historiando los acontecimientos del período.
En sus Antigüedades
judías (escrito
hacia 93 d.C.) menciona, en efecto, a algunos personajes de los que
conocemos por
el relato evangélico, por ejemplo a Juan el Bautista y Poncio
Pilato. Hay una
alusión a Jesús, pero por desgracia se demostró hace tiempo que ésta
era una
interpolación añadida a la obra de Josefo por un autor cristiano muy
posterior,
probablemente del siglo IV... y con la obvia intención de remediar
la molesta
omisión.6
Sucede que el comentario añadido sobre Jesús es demasiado
encomiástico, a tal punto que los comentaristas se han preguntado
cómo es que
Josefo no se hizo cristiano, si era tan ferviente partidario de
aquél. Aunque la
verdadera cuestión es otra: si el añadido venía a suplir una mención
que nunca
existió, o si sustituía a un comentario existente pero bastante
menos halagador
para Jesús y su movimiento. Hoy no podemos saberlo, aunque el peso
de la prueba
favorece la idea de que fue un invento de principio a fin; el pasaje
ni siquiera tiene
el estilo de Josefo y además queda inoportuno en la narración.
También es curioso
que Orígenes, un autor cristiano de finales del siglo III, ignorase
esa alusión a Jesús
en la obra de Josefo.7 (Aunque sí la tiene en cuenta y la cita
Eusebio, que escribió en
el siglo siguiente.) En cambio, lo que dice Josefo sobre la
predicación de Juan
Bautista y su ejecución ordenada por Herodes Antipas no se discute.8
Por supuesto la ausencia de comentarios contemporáneos acerca de
Jesús fuera de los evangelios no significa que él no hubiese
existido. Tal vez deberíamos entender que no tuvo resonancia
suficiente en su época y circunstancia. Al fin y al cabo, hubo por
aquel entonces otros muchos mesías a quienes nadie salvo algunos
especialistas recuerda.
Subsiste además un problema: si el personaje no existió, ¿qué
motivos
tendrían para inventarlo, y por qué lo creyeron tantas personas como
para
asegurar la rápida propagación de esa nueva religión? Como ha
señalado Geoffrey
Ashe, el concepto de personaje novelesco que hoy día tenemos tan
asumido,
porque forma parte de nuestra cultura, no era familiar para los
autores de la
Antigüedad.9 Incluso cuando escribían lo que era, en esencia una
novela, siempre
la basaban en un personaje real, como sucedió con Alejandro Magno.
Esa razón es
suficiente para considerar muy improbable que Jesús haya sido una
figura
totalmente inventada... y si lo que pasaba era que existía mucha
demanda cultural
o espiritual de un «Dios que muere», tenían muchos para escoger,
como ya hemos comentado. No hacía falta imaginar otro más.
También importa tener en cuenta que los evangelistas situaron a
Jesús en un contexto de personajes históricos de probada existencia,
como Juan el Bautista y Poncio Pilato. Es también un argumento a
favor de su realidad, y además, ni uno solo de los primeros
adversarios que tuvo el cristianismo primitivo puso en duda la
existencia de su fundador, como no habrían dejado de hacer si la
cuestión hubiese sido discutible.
Por otra parte, el retrato que tenemos de Jesús a través de aquéllos
indica que
fue un hombre que existió. Ningún autor se habría tomado la molestia
de crear un
mesías ficticio y pintarlo al mismo tiempo tan ambiguo, tan
reticente en cuanto a
su misión, ni habría introducido tantas frases y alusiones
ininteligibles en las
supuestas enseñanzas. La ambigüedad, las contradicciones obvias, los
giros a veces
incomprensibles, dan a entender que los evangelios recogen, aunque
tal vez con un cierto desorden, los hechos y dichos de un personaje
históricamente real.
Algunos escépticos han tomado la ausencia de detalles biográficos
acerca de Jesús en las cartas de Pablo como prueba de que Cristo no
existió. Sin embargo nadie ha dicho que el mismo Pablo fuese un
personaje inventado, y desde luego conoció a gentes que habían
tratado personalmente con Jesús. Por ejemplo, no sólo conoció a
Pedro sino que se peleó con él (y ese comportamiento nada correcto
es la mejor prueba de que existieron de verdad, un autor de la época
no habría sacado con tantos defectos a sus héroes). Parece probable,
pues, que Jesús existió, aunque desde luego eso no implica
forzosamente que sea la pura verdad todo lo que dicen los
evangelios.
Los eruditos de finales del siglo XIX tenían otro motivo para
dudar
de la existencia de Jesús. Conforme aumentaban los conocimientos
históricos y el Nuevo Testamento iba siendo sometido a análisis
crítico, llamaban la atención los sorprendentes paralelismos entre
el Jesús de dichos relatos y otros personajes mitológicos famosos,
en particular los antiguos dioses que morían y resucitaban en el
Próximo Oriente, y cuyos cultos mistéricos, si bien florecieron más
o menos al mismo tiempo que el cristianismo, eran bastante
anteriores a éste.
Uno de los más eruditos y persuasivos exponentes de este argumento
ha sido
J. M. Robertson en su Pagan Christs, publicado en 1903. En el
prólogo a una reciente edición abreviada, Hector Hawton resume la
postura en forma de interrogante:
[...] nadie ha pretendido en serio que Adonis, Attis y Osiris fuesen
personajes históricos [...]
¿por qué se hace una excepción, entonces, con el supuesto fundador
del cristianismo?10
Estos paralelismos se relacionan con el cristianismo por dos vías.
La primera, el relato de acontecimientos de la vida de Jesús como su
muerte y Resurrección, o la institución de la eucaristía en la
Última Cena; la segunda, el significado que atribuyeron a esos
mismos hechos los primeros cristianos. Un cuadro comparativo de los
puntos principales de semejanza que exponen Robertson y otros
notables comentaristas destaca que muchos de los pasajes más
sagrados de la peripecia de Jesús son idénticos a los de otras
religiones antiguas.
Dice Robertson:
Lo mismo que Cristo, y como Adonis y Attis, también Osiris y Dioniso
sufren y resucitan. Llegar a hacerse unos con ellos es la pasión
mística de sus adoradores. Todos se asemejan en el sentido de que
sus misterios confieren la inmortalidad. Del mitraísmo toma Cristo
las llaves simbólicas del cielo, y asume la función del Saoshayant,
el nacido de una virgen y destructor del Malvado [...].11
En lo
fundamental, por tanto, el cristianismo no es más que un paganismo
reformado.12 El mito cristiano prosperó absorbiendo detalles de los
cultos paganos como la imagen del niño-dios en el culto de Dioniso,
lo representan en pañales, puesto en un pesebre. Nació en un establo
como Horus en el templo-establo de la diosa virgen Isis, reina de
los cielos.
Nuevamente como Dioniso, convierte el agua en vino; como Esculapio,
resucita a los
muertos y devueIve la vista a los ciegos; como Attis y Adonis, es
llorado y celebrado por
mujeres. Su resurrección, como la de Mitra, se produce a partir de
una sepultura excavada en
la piedra [...].13
[la cursiva es nuestra] No hay una sola concepción asociada a Cristo
que no fuese común a algunos o
a todos los Salvadores de los cultos antiguos.14
Si juzgamos asombroso que las cuestiones planteadas por Robertson y
otros tuviesen tan poca repercusión en su época, todavía lo es más
que sigan siendo en gran parte desconocidas hoy día. Una opinión más
reciente sobre el asunto es la de Burnton L. Mack, quien escribía en
1994:
Los estudios han demostrado, uno tras otro, que el cristianismo no
era una religión única,
sino que estuvo «influido» por los cultos de la Antigüedad tardía
[...] era inquietante el
descubrimiento de que el primitivo cristianismo presentase un
notable parecido con los
cultos mistéricos del helenismo, sobre todo en los puntos que más
importaban, a saber, seis
mitos de dioses que mueren y resucitan, y los rituales del bautismo
y el ágape sagrado.15
Hugh Schonfield dice en The Passover Plot:
A los cristianos siguen inquietándoles las contradicciones en la
doctrina de la Iglesia
procedentes del desacertado empeño por conciliar ideales paganos y,
judíos que eran
incompatibles.16
Robertson y otros juzgaron que no podía achacarse a la casualidad
que tantos elementos de estos cultos a los dioses que mueren
volviesen a presentarse en el relato de la vida de Jesús. De ahí su
conclusión de que los evangelistas habían tomado los elementos clave
de otros avatares como Osiris, Attis y los demás, para atribuírselos
a un héroe «oriundo», Jesús... que nunca existió.
En época reciente, dicha idea ha sido renovada por Ahmed Osman en
House
of the Messiah, cuando expone la teoría de que los relatos
evangélicos se limitaron a
recoger una representación mistérica que se celebraba desde muchos
siglos antes
en el Antiguo Egipto. Como sus predecesores, Osman funda la
argumentación en
los chocantes paralelismos entre el mito de Jesús y los de la
religión de los antiguos
egipcios, y pone en duda la existencia histórica de Jesús.17
Pero ¿qué interés tendría nadie en robar los autos sacramentales de
una tradición ajena e introducirles algunos protagonistas reales,
como Juan el Bautista? Osman cree que el relato de los evangelios
fue una invención de los seguidores de Juan el Bautista. Según esa
tesis, inventaron a Jesús para que se realizasen las profecías de su
maestro en cuanto al que iba a venir después de él, y en vista de
que la venida anunciada brillaba por su ausencia.
Pero esto es iniplausible por varias razones: no es de creer que los seguidores
de Juan quisieran fabricar una historia en la que su amado maestro
quedase relegado a un lugar tan marginal, es decir, reducido a
preparar el escenario para la glorificación de otro. Y como luego
veremos, tampoco está demostrado que Juan hiciese nunca esa famosa
profecía de que después de él iba a venir otro más grande.
Según Osman, nadie pudo saber que Jesús venía con la misión de
Redentor
antes de que él muriese, así que no debió de tener un seguimiento
muy numeroso
en vida. Con esto es evidente que Osman cree que los judíos
esperaban a un Mesías predestinado a morir por ellos. Pero no es
así, sencillamente. Los judíos nunca creyeron que su rey y héroe iba
a ser sacrificado o humillado como luego resultó, y además toda esa
idea de la muerte redentora es una interpretación cristiana
posterior.
Pocos estudiosos actuales, como decíamos, dudan de la existencia de
Jesús, pero crean en ella o no casi todos tienen sus dificultades
con las evidentes semejanzas entre las escuelas mistéricas y ciertas
referencias de los evangelios. Ante la imposibilidad de conciliarlas
con el material más manifiestamente judío, tienden a rechazar las
alusiones paganas. Dicen que son añadidos de la época en que los
primeros cristianos entraron en contacto con el mundo pagano,
especialmente como resultado de los viajes de Pablo. La opinión más
común es que la Iglesia de Jerusalén, dirigida por Santiago el
Justo, el hermano de Jesús, permaneció más fiel a la forma «pura» y
originaria del cristianismo.
Por desgracia y debido a un capricho de
la Historia, la Iglesia de Santiago fue exterminada durante la
insurrección de los judíos. Sobre cuáles fueron sus creencias,
apenas si podemos aventurar algunas especulaciones. Sabemos, sin
embargo, que no dejaron de frecuentar la sinagoga, conque sería
razonable suponer que sus creencias seguían basadas en las prácticas
del judaísmo. Pero después de la caída de la Iglesia de Jerusalén
todo quedó a favor de los de Pablo. A primera vista tenemos así una
solución elegante al problema de por qué sobrevive tanto material de
las escuelas mistéricas en los evangelios que conocemos.
Podría darse otra explicación, sin embargo, volviendo del revés el
argumento. ¿Qué pasaría si el cristianismo según Pablo hubiese sido
el más fiel a las enseñanzas de Jesús, y la Iglesia de Jerusalén
quien las interpretó equivocadamente? Los hermanos no siempre se
entienden bien, y sabemos que había una notable frialdad entre Jesús
y su familia. Por tanto, no hay razón para suponer que el
cristianismo de Santiago estuviese más próximo a las enseñanzas
originarias de Jesús que el de Pablo.
Las opiniones admitidas sobre la evolución del primitivo
cristianismo no explican por qué Pablo, que era judío, consideró
necesario predicar una forma paganizada de la incipiente religión.
Su famosa conversión en el camino de Damasco debió de suceder
probablemente dentro de los cinco años posteriores a la Crucifixión,
como más tarde. Y él, que había sido gran perseguidor de cristianos,
sin duda tenía una idea bastante exacta de las razones por las
cuales los perseguía.
Nuestros descubrimientos sobre la identidad de la Magdalena
como iniciadora de una escuela mistérica conllevan la implicación de que
Jesús también era un iniciado: tal vez le inició ella misma. Pero
¿cómo pudo estar tan metido en un culto pagano, si todo el mundo
sabe que era judío?
Pero ya hemos descubierto que no hay que dar nada por supuesto en
esta
historia. Nos pareció que merecería la pena una puesta en duda
radical de las
preconcepciones sobre los orígenes religiosos de Jesús. Como dice
con ironía
Morton Smith en su
Jesus the Magician (que en seguida pasaremos a
comentar con más detalle):
Claro que Jesús era judío, lo mismo que todos sus discípulos... es
de suponer. La suposición
no es cierta.18
Para empezar conviene que nos preguntemos cómo «sabemos» todas esas
cosas acerca de Jesús. La visión académica establecida en cuanto a
Jesús que discutíamos antes se funda en dos suposiciones que tratan
de dilucidar la evidente contradicción entre los elementos judíos de
su peripecia y los paganos.
La primera es que Jesús era judío, aunque todavía nos falte discutir
a qué secta pertenecía. La segunda, como decíamos, que los aspectos
manifiestamente paganos y mistéricos de los relatos evangélicos son
resultado de elucubraciones añadidas luego. El argumento reza que
conforme la cristiandad fue extendiéndose entre las comunidades no
judías del Imperio romano, algunos iban advirtiendo esas afinidades
con los misterios y poco a poco fueron desarrollando el tema, sobre
todo por cuanto les resultaba útil para explicar el escandaloso
fracaso de Jesús en lo de cumplir como Mesías de los judíos.
Fue una gran sorpresa para nosotros el darnos cuenta de que éstas
eran unas hipótesis nada más, no unos hechos demostrados. Ni la
primera ni la segunda proposición se fundan en pruebas de la calidad
que suelen exigir normalmente los historiadores. No hay nada que
demuestre que los elementos paganos fuesen introducidos por Pablo.
Aunque pudo ser alguno de sus compañeros de misión, naturalmente; al
fin y al cabo la difusión del cristianismo no sería mérito exclusivo
de Pablo, pese al éxito que ha tenido con su auto-propaganda. Cuando
llegó a Roma, por ejemplo, se enteró de que ya había cristianos
allí.
Se diría que incluso en nuestro escéptico siglo XX la aceptación
tácita del relato cristiano se halla tan arraigada, que ni siquiera
el espíritu crítico que teníamos por patrimonio de los académicos
les sirve para darse cuenta de sus propias preconcepciones. Por
ejemplo A. N. Wilson, comentarista por lo general agudo y analítico,
escribió estas dos frases seguidas sin darse cuenta, como es obvio,
de que la una contradice a la otra:
[...] antes de empezar [a tratar de responder a los interrogantes
sobre el Jesús histórico] es
necesario vaciar la mente y no dar nada por supuesto. El centro de
las enseñanzas de Jesús
fue su fe en Dios, y su fe en el judaísmo.19
Nosotros decidimos poner en tela de juicio esos supuestos
precisamente, a ver qué pasaba.
La versión habitual en cuanto a la formación del cristianismo
primitivo
descansa en la premisa básica de que Jesús era de la religión
judaica; esto implica
que los demás aspectos de los relatos evangélicos, que habrían
llamado la atención
de cualquiera, quedaban automáticamente descartados. Decidimos
examinar con
más detenimiento el supuesto judaísmo de Jesús —lo cual implica,
obviamente, un
trasfondo étnico y otro religioso— y la duda no tardó en saltar.
(No
es imposible
que fuese étnicamente judío pero no de religión judaica; a los fines
de la presente discusión, en adelante cuando digamos «judío»
refiriéndonos a Jesús se entenderá que nos referimos a la religión,
salvo mención en contrario.)
Por supuesto mientras nos disponíamos a considerar este punto de
vista no dejó de palpitarnos un poco el corazón. Al fin y al cabo,
nos disponíamos a tomar las armas frente a más de un siglo de
estudios eruditos del Nuevo Testamento. Con no poco alivio, por
tanto, nos enteramos de que la tendencia más reciente de dichos
estudios consiste en plantearse, justamente, esa misma pregunta:
¿Fue Jesús realmente un judío?
El primer trabajo en este sentido que llegó a conocimiento del
público en general fue
The Lost Gospel, de Burton L. Mack (1994),
aunque desde los años ochenta otros estudiosos venían publicando los
resultados de sus investigaciones de similar orientación en las
revistas profesionales.
Mack se planteó el problema desde el punto de vista de las
enseñanzas de Jesús, en vez de fijarse en los acontecimientos
biográficos. Su argumentación se basa en la perdida fuente de los
Sinópticos o lo que se llama la Q entre especialistas (del alemán
Quelle, que significa «fuente»), en la medida en que pueda
reconstruirse por comparación entre dichos Evangelios. Su conclusión
fue que las enseñanzas de Jesús no derivaban del judaísmo, sino que
se hallan más emparentadas con los conceptos, e incluso con el
estilo de ciertas escuelas filosóficas griegas, en particular la
cínica.
La hipótesis de Q consiste en postular que era una recopilación de
palabras y enseñanzas de Jesús, dentro del género contemporáneo que
se llama «literatura sapiencial», del que hay otros ejemplos en las
escrituras hebreas antiguas. Pero que no es, en modo alguno,
exclusivo de la religión o la cultura judaicas. Fue también muy
popular en el mundo helenístico, en el Próximo Oriente y en el
antiguo Egipto. Una autoridad reconocida como Kloppenborg ha
postulado que la Q seguía con bastante fidelidad el modelo de los
«manuales de instrucción» helenísticos. Difiere de ellos por la
inclusión de material profético y apocalíptico, pero Mack cree que
la Q originaria estaba formada exclusivamente por «enseñanzas
sapienciales» y que lo demás son adiciones posteriores.
Mack y los demás eruditos que trabajan en esa línea basan sus
conclusiones
en las enseñanzas y las parábolas de Jesús. No obstante, rechazan
los eventos tal
como se narran en los evangelios desde el momento que no
corresponden a las
tradiciones de los judíos ni a las de los cínicos, y postulan que el
tema del dios que
muere y resucita y otros de las escuelas mistéricas son invenciones
posteriores de
los primeros cristianos.20
Nosotros nos planteamos las preguntas siguientes: ¿Hay indicios que
demuestren que Jesús no era judío? Y en sentido contrario, ¿hay algo
que pruebe concluyentemente que sí lo era? Los elementos que parecen
de las escuelas mistéricas, ¿facilitan o dificultan la explicación?
Forzoso es admitir que el ministerio de Jesús aconteció en un
contexto judío,
la Judea del siglo I, y que la mayoría de sus seguidores lo eran.
Sus discípulos
inmediatos y los autores de los Evangelios le creyeron judío, según
todas las apariencias. Sin embargo, se nota asimismo que lo
consideraban no poco enigmático —por ejemplo, no estaban muy seguros
de que fuese el Mesías— y es evidente que los evangelistas hicieron
un esfuerzo tremendo por conciliar los elementos contradictorios de
su vida y enseñanzas. En ocasiones dan la impresión de no saber muy
bien cómo tratarlo.
A primera vista se diría que podemos creer de buena fe que sí era
judío. Hablaba a menudo de personajes religiosos del Antiguo
Testamento, como Abraham y Moisés, y debatía con los fariseos sobre
puntos de la ley judía: si no era judío no se ve por qué iban a
interesarle tan obsesivamente tales cuestiones.
Pero muchos estudiosos creen que esos pasajes probablemente figuran
entre las citas menos auténticas de las palabras de Jesús. Los
añadieron más tarde porque los Apóstoles sí se vieron en el caso de
tener que debatir puntos de la ley judía e inventaban una
justificación retrospectiva de sus posturas atribuyéndoselas al
mismo Jesús. La prueba de ello es que los antagonistas en las
discusiones del Nuevo Testamento son generalmente los fariseos, y en
tiempos de Jesús éstos no tenían ninguna función destacada ni
autoridad, especialmente en Galilea. Eso cambió más tarde, y para la
época en que fueron escritos los evangelios, aquéllos estaban
cobrando mucha influencia.21
Como dice Morton Smith:
Se puede demostrar que prácticamente todas las alusiones evangélicas
a los fariseos
proceden de los años setenta, ochenta y noventa, que fue cuando se
compilaron esos textos.22
Para entender los auténticos orígenes de Jesús es forzoso situarle
en el
contexto de su época y lugares donde vivió. Aunque todavía no está
zanjada la
discusión acerca de dónde nació y transcurrió su juventud, como
luego
comentaremos, al menos los evangelios coinciden en que inició su
misión
partiendo de Galilea. Pero no es probable que fuese oriundo de allí.
Los evangelios
mencionan el marcado acento galileo de sus discípulos —del que se
burlaban los
judíos por juzgarlo habla de rústicos—, pero es de notar que eso
nunca se dice del
mismo Jesús.23
Así pues, ¿qué sabemos de la Galilea de la época de Jesús? Mack
resume en pocas palabras el criterio académico actual sobre aquel
lugar y época:
En el imaginario cristiano Galilea pertenecía a Palestina; la
religión de Palestina era el
judaísmo, luego todos en Galilea eran judíos. Pero como esa imagen
es errónea [...] conviene
que el lector la reemplace por otra más fiel a la realidad.24
Cuando pensamos en el judaísmo de los tiempos de Jesús fundándonos
en la
imagen que dan los evangelios, conviene saber que ése era el
judaísmo del Templo,
el de Judea, cuyo culto se centraba en el Templo de Jerusalén. Lo
establecieron los
judíos después de su traumático cautiverio en Babilonia y se hallaba
en estado de
permanente evolución. Pero no todos los judíos salieron exiliados, y
su versión del
judaísmo evolucionó aparte llegando a ser bastante distinta de la
que trajeron los
ex cautivos a su regreso. La religión de los no exiliados se
practicaba sobre todo en Samaria y Galilea, al Norte, y en Idumea,
al sur de Judea.
En cuanto a Galilea, no cabe decir en modo alguno que fuese un
vergel de
ferviente judaísmo. En realidad sólo había pertenecido al reino de
Israel por un
breve período, bastantes siglos antes de Jesús, pero luego cayó bajo
el influjo de
muchas culturas diferentes. Por algo le llamaban a Galilea «el país
de los
gentiles».25 Era incluso más cosmopolita que Samaria, región situada
entre Judea y
Galilea. Como ha escrito Mack, «sería erróneo dar a entender que
Galilea se
hubiese convertido súbitamente a la lealtad y a la cultura
judías».26
Con su clima benigno propicio a la agricultura y la lucrativa pesca
del
llamado mar de Galilea (o lago Tiberíades), era una región rica y
fértil. Tenía
importantes relaciones comerciales con las demás culturas del mundo
helenístico,
y una posición favorable en la red de rutas comerciales al resto de
Siria, a Babilonia
y a Egipto. Era residencia de pueblos procedentes de muchos países y
culturas, e
incluso recibía visitas frecuentes de tribus beduinas. Como ha
señalado Morton
Smith, las influencias religiosas principales en la región eran
entonces «la nativa, la
palestina, y los paganismos semítico, griego, persa, fenicio y
egipcio».27
Los galileos eran famosos por su feroz sentido de la independencia,
pero
como dice Mack, «no tenían una gran capital, ni un templo, ni una
jerarquía
sacerdotal».28 Vale la pena observar que la sinagoga más antigua que
se conoce en
Galilea data del siglo III de la era cristiana.29
La región quedó anexionada a Israel el 100 a.C. y poco después, en
63 a.C., los romanos conquistaron toda Palestina e hicieron de ella
una provincia de su imperio. En la época del nacimiento de Jesús
todo Israel estaba regido por un monarca títere de los romanos,
Herodes el Grande —que fue en realidad un idumeo politeísta—, pero
cuando aquél emprendió su vida pública el país había quedado
dividido entre los tres hijos de Herodes. En Galilea reinaba Herodes Antipas, mientras que Judea (tras el retiro forzoso de
Arquelao,
hermano de aquél, a las fincas de la familia Herodes en el sur de la
actual Francia) quedó directamente bajo la administración romana
ejercida por un gobernador, Poncio Pilato.
Decimos, pues, que Galilea en tiempos de Jesús era una región
cosmopolita y rica, no un rincón aldeano como quiere la imaginación
popular. Ni siquiera formaban mayoría los judíos, y las autoridades
de Jerusalén no serían allí más apreciadas que los romanos, dueños
verdaderos de todo el país.
Tan pronto como hemos llegado a entender que Galilea era muy
diferente de la imagen tradicional del lugar donde Jesús comenzó su
ministerio, se plantea la cuestión de cuáles fueron los designios y
los motivos auténticos de éste. Si Galilea era realmente una cultura
próspera, sin excesivo fanatismo antirromano y projudío, ¿es de
creer que Jesús intentaba levantar a la población contra los
romanos, como sugieren algunos comentaristas modernos? Por otra
parte, ¿era Galilea el mejor lugar para iniciar algún tipo de
campaña reformadora del judaísmo, como postulan otros?
Aunque desde luego vivían en Galilea muchos judíos, también
coexistían otras muchas religiones en un ambiente de envidiable
tolerancia. Incluso florecieron allí formas «heréticas» del
judaísmo, y por eso resulta todavía más implausible que aquélla
fuese un suelo prometedor donde sembrar movimientos reformadores de
ningún género. En una región donde, según todas las apariencias, se
consentía prácticamente cualquier religión, es probable que
cualquier intento de redefinir la ortodoxia del judaísmo hubiese
caído en suelo bastante estéril. Y aún tendría menos sentido que
Jesús trasladase la misión iniciada allí buscando la culminación en
Jerusalén.
Como dice Schonfield en
The Passover Plot:
[...] los judíos consideraban el norte de Palestina como la patria
natural de la herejía [...] no
sabemos demasiado acerca de la antigua religión de los israelitas,
pero debió de absorber
mucho de los cultos de sirios y fenicios, que no fueron tan
completamente erradicados por la
reforma de Ezra y sucesores como en el sur.30
Otro de los territorios del norte que iba a evidenciarse importante
para Jesús era Samaria, célebre por la anécdota del buen samaritano.
Tras haber escuchado innumerables sermones sobre el tema, los que
van a la iglesia han acabado por entender que los samaritanos eran
aborrecidos de los demás judíos, y que el caso del buen samaritano
que se desvió de su camino para ayudar a la víctima de unos
bandoleros es el ejemplo perfecto de la necesidad de reconocerle a
cualquier prójimo la capacidad para obrar el bien.
Pero hay otro motivo para prestar atención a Samaria en el contexto
de esta investigación. Los samaritanos tenían su propia expectativa
de la inminente venida de un Mesías, a quien ellos llamaban
el Ta’eb, y que difería bastante de la versión judaica. En el Evangelio
de Juan (4, 6-10) leemos que Jesús tuvo un encuentro con una
samaritana y que ésta reconoció en él al Mesías. Es de suponer que
se referiría al Ta’eb, lo cual sugiere que el judaísmo de aquél era,
por decirlo de alguna manera, poco ortodoxo. A lo mejor Jesús
concibió la parábola del buen samaritano en agradecimiento al apoyo
recibido de ellos.
Otro concepto erróneo sobre los orígenes de Jesús es la idea de que
era «Jesús
de Nazaret», es decir oriundo de la ciudad de ese nombre, que existe
en el
moderno estado de Israel. En realidad, no nos consta que existiese
antiguamente en
el siglo III. Para ser exactos sería preciso decir el nazareo, con
lo cual se identificaría
a Jesús como miembro de una de las diversas sectas que usaron
colectivamente ese
nombre... aunque no fundó ninguna de ellas, y eso también es
significativo.
De este
grupo de sectas llamadas de los nazareos sabemos muy poco, aunque la
denominación que eligieron es reveladora en sí misma, ya que se cree
que deriva
del hebreo Notsrim con el significado de «los Custodios o los
Conservadores... los
que mantenían la enseñanza y la tradición verdaderas, o guardaban
determinados
secretos que no participaban a nadie ...»31
Esa circunstancia va contra una de las doctrinas básicas del
cristianismo: que
la religión es para todos y no tiene secretos. En donde se perfilaba
como polo
opuesto de las escuelas mistéricas, que ofrecen diversos grados de
conocimiento o
iluminación a los adeptos que van escalando los peldaños cada vez
más empinados
de la iniciación. En estos cultos el conocimiento sólo se da a quien
lo merece, y no se
le ofrece al pupilo la revelación hasta que sus maestros le
consideran espiritualmente preparado. Ésa era una noción muy común en
tiempos de Jesús:
las escuelas mistéricas de Grecia, Roma, Babilonia y Egipto
utilizaban habitualmente esa enseñanza estructurada, y guardaban
celosamente sus secretos.
En nuestros tiempos ese método de las
escuelas mistéricas lo utilizan muchas religiones y muchos sistemas
filosóficos orientales, por ejemplo el budismo zen, y también
ciertos grupos como los francmasones y templarios. De esa noción de
iniciación proviene precisamente el nombre de ocultismo, que como
hemos visto significa únicamente el conocimiento de lo oculto: los
misterios se guardan en secreto hasta que se haya cumplido la hora y
el discípulo esté preparado. Si las enseñanzas de Jesús no fueron
dirigidas a las masas, entonces eran de índole elitista y
jerarquizadas... ocultas, por tanto. Y como hemos visto al
reconsiderar la verdadera situación de María Magdalena, son
demasiadas las semejanzas entre las escuelas mistéricas y el
movimiento de Jesús como para no hacer caso de ellas.
Hay otras muchas concepciones equivocadas acerca de Jesús. Por
ejemplo la historia de la Navidad es un cuento de hadas en su mayor
parte, y corresponde situarlo al lado de los mitos de natividad de
otros dioses que mueren y resucitan. Pero es que incluso resulta
dudoso que Jesús naciese en Belén. O mejor dicho, el Evangelio de
Juan (7, 42) declara expresamente que no fue allí.
Mientras la mayoría de los elementos de la natividad derivan
claramente de esos mitos de los dioses que mueren y resucitan, la
visita de los Sabios de Oriente se basa en un relato contemporáneo
de la vida del emperador Nerón.32 A veces se ha llamado a estos
personajes los Magos, que es el nombre de determinada escuela
sacerdotal de la tradición persa. Practicaban efectivamente
sortilegios y hechicerías, y se hace muy extraño pensar que tres
visitantes comparables a otros tantos Aleister Crowley visitasen al
niño Jesús para ofrecerle sus regalos y que ello no suscite una
palabra de crítica o de censura por parte de los evangelistas.
Si es
de creer la afirmación de que iban siguiendo una estrella que los
llevó a Belén, serían además astrólogos (en la época, la astronomía
no era una ciencia separada). Está claro que se intenta
impresionarnos diciendo que los hechiceros ofrecieron a Jesús oro,
incienso y mirra. (Pero ya hemos visto que Leonardo en la Adoración
de los magos suprimió el oro, símbolo de realeza y de perfección.)
También hemos mencionado que se califica a Jesús de naggar, con el
significado de carpintero o de hombre de letras y conocedor de las
Escrituras. En su caso, más plausiblemente lo segundo. Ni tampoco es
probable que los primeros discípulos de Jesús fuesen los humildes
pescadores de la leyenda. Según A. N.
Wilson eran en realidad propietarios de una explotación pesquera a
orillas del Tiberíades.33 (Aparte de que, como ha señalado
Morton Smith, es
evidente que
algunos de los discípulos no eran judíos: Felipe, por ejemplo, es un
nombre
griego.)34
Muchos comentaristas citan las parábolas como pruebas de que Jesús
era de origen humilde. En efecto suelen emplear analogías sacadas de
situaciones cotidianas de la vida rural y doméstica, y esto se toma
como demostración de que él tenía experiencia personal de tales
situaciones.35 Sin embargo, otros han señalado que la imaginería
utilizada revela sólo un conocimiento superficial de esas realidades
triviales de la vida,36 como si hubiese sido un gran personaje que
deliberadamente procuraba hablar a las masas en su mismo idioma, o
como el aristócrata de nuestros días que, al presentarse como
candidato del partido conservador, se dirige a los votantes de clase
obrera en un tono que él cree adecuado para que ellos le entiendan.
Y aunque las bodas de Caná no fuesen, como algunos creen, la fiesta
de sus propios desposorios con María Magdalena, demuestran sin
embargo que se movía en círculos de «la sociedad», como lo indica la
fastuosidad de la celebración. También el incidente de los soldados
romanos que al pie de la Cruz se disputaron las ropas de Jesús
indica que valía la pena quedarse con ellas; no habría sido lógico
que se jugasen a los dados unos harapos.
Así pues, va apareciendo un panorama de los orígenes de Jesús
bastante distinto de las creencias en que nos educaron cuando niños.
La próxima cuestión está en saber si podemos justificadamente sentar
alguna hipótesis acerca del personaje. Por ejemplo, ¿se puede hallar
en los Evangelios alguna indicación positiva de que Jesús no fuese
judío?
Después de su bautismo Jesús se retiró al desierto, donde fue
tentado por el Diablo, quien por medio de un diálogo capcioso quiso
obligarle a revelar su divinidad. Una vez más, la interpretación no
es nada fácil. Algunos han postulado incluso que lo revelado por la
tentación fue, nada menos, que Jesús rechazaba implícitamente a
Yahvé.37 Lo cual podrá ser discutible, pero hay otro episodio que
refleja de manera más decidida su actitud frente al Dios de los
judíos.
Uno de los sucesos más famosos del Nuevo Testamento es el que se
produce cuando Jesús, presa de cólera justiciera ante el espectáculo
de los cambistas del Templo, derriba las mesas de éstos. Lo que
parece un episodio bastante sencillo plantea en realidad un problema
principal, que no ha pasado desapercibido a los teólogos ni a los
estudiosos del Nuevo Testamento.
Aunque habitualmente se explica la actuación de Jesús por la santa
ira que le
produjo el ver contaminado aquel sagrado lugar por una actividad
mercantil, ésa
sería una actitud muy occidental, y bastante reciente además. Porque
el cambio de
moneda a fin de poder comprar los animales destinados a las ofrendas
en el
Templo de Jerusalén no era una corrupción, ni un abuso, sino parte
indispensable
de aquellos cultos. Como ha destacado John Dominic Crossan, profesor
de estudios
bíblicos en la Universidad de Chicago,
«no hay el más pequeño
indicio de que
nadie estuviese haciendo nada incorrecto ni en lo financiero, ni en
lo ritual», y
sigue diciendo que «fue un ataque contra la propia existencia del
Templo [...] una
negación simbólica de todo cuanto [...] el Templo representaba».38
Algunos han intentado explicar el acto —que es uno de los más
trascendentales de la vida pública de Jesús— diciendo que expresaba
su insatisfacción con el régimen imperante en el Templo de la época.
Pero en el contexto de su tiempo y lugar habría sido una reacción
desaforada, como para hacer dudar de su equilibrio mental.
Pongamos
una analogía moderna: sería como si un anglicano, irritado por
haberse aprobado la ordenación de mujeres, expresara su protesta
entrando en la abadía de Westminster para derribar y pisotear la
cruz mayor del altar. Esto no sucede, sencillamente porque los
devotos saben dónde está la frontera entre una acción adecuada, por
muy simbólica que sea, y una protesta verdaderamente sacrílega. Lo
que hizo Jesús entra en esta segunda categoría.
Así pues, su judaísmo sería, como poco, heterodoxo. Lo cual despeja
el terreno a nuevas sugerencias en cuanto a qué era en realidad. Y
tenemos claros indicios de que era parte de una escuela mistérica.
Pero ¿hay en los mismos evangelios algún episodio que apunte a esa
posibilidad?
Casi desde los comienzos de nuestra investigación tuvimos la
sorpresa de descubrir que muy pocos investigadores se habían
planteado una pregunta, a nuestro entender, fundamental: ¿De dónde
sacó Juan el Bautista el rito del bautismo? Porque el estudio de la
cuestión nos había revelado que éste no tiene absolutamente ningún
precedente en el judaísmo, a diferencia de las abluciones rituales,
es decir las inmersiones reiteradas que simbolizan la purificación y
están descritas en los Manuscritos del Mar Muerto. Pero sería
inexacto describir esos ritos como «bautismo».
Lo que propugnaba
Juan era una ceremonia única, un acto de iniciación que cambiaba
toda la vida e iba precedido de una confesión y el arrepentimiento
de los pecados. El hecho de que ésta no tuviese precedente entre los
judíos lo indica el sobrenombre de Juan el Bautista: es decir, el
único, porque nadie más lo hacía. De hecho se ha considerado a
menudo que había sido una innovación suya, aunque hay muchos
precedentes y paralelismos exactos: pero todos fuera del mundo
judío.
El bautismo como símbolo externo y visible de una renovación interna
y espiritual fue un rasgo de muchos de los cultos mistéricos que
existieron en todo el mundo helenístico de la época. Tuvo una
tradición especialmente duradera en el antiguo culto mistérico
egipcio de Isis. Y significativamente, el bautismo en sus templos a
orillas del Nilo iba precedido de un arrepentimiento público y de la
confesión de los pecados ante el sacerdote. (Más sobre esto en el
capítulo siguiente.)
Fue aquél, además, el único período en la dilatada Historia de la
religión de Isis en que se enviaron misioneros fuera de Egipto; así
pues, parece bastante posible que Juan estuviese influido,
concretamente, por ese ritual bautizador.
Como luego veremos, quizá tuvo la experiencia personal de la
religión egipcia en
el territorio propio de ésta, pues de acuerdo con algunas
tradiciones cristianas
antiguas la familia de Juan huyó a Egipto para salvarse de la
matanza de Herodes... tradiciones que se expresan, por ejemplo, en
la Virgen de las Rocas de Leonardo.
El bautismo de Jesús presenta varias dificultades teológicas. La
primera, y no pequeña, es que como Hijo de Dios nacido sin mancha no
tenía ninguna necesidad de lavar sus pecados. Problema que no
desaparece diciendo, como intentan algunos, que Jesús lo hizo para
dar ejemplo a sus seguidores, porque esa explicación no figura en
ningún pasaje de los Evangelios. Por otra parte, hay además varias
anomalías significativas en los relatos evangélicos que describen el
bautismo de Jesús por Juan. Mientras Morton Smith señala que
la imagen de la paloma que bajó de los cielos no tiene paralelismo
ni precedente en la tradición judaica,39
Desmond Stewart va más allá y
descubre claros vínculos con el simbolismo y las prácticas de los
egipcios, cuando escribe:
Aunque supuestamente Yahvé envió a unos cuervos para que llevasen
comida a un profeta, no tenía la costumbre de manifestarse haciendo
bajar pájaros. La paloma, en todo caso, era el ave sagrada de la
diosa pagana del amor, llámese Afrodita o Astarté [...].
En cuanto a lo que Jesús creyó ver, Egipto proporciona mejor
explicación cuando Re [o Ra, el
dios egipcio del sol] recibe en su seno al amado, que es el faraón,
adopta el aspecto de Horus,
cuyo símbolo más corriente es el halcón [...]. Que un dios adoptase
a un mortal mediante un
rito de bautismo, no planteaba ninguna gran dificultad a los
egipcios.40
La deidad egipcia principal a quien se asociaba habitualmente con el
símbolo de la paloma es Isis, una vez más, la llamada «reina de los
cielos», «estrella del mar» (Stella Maris) y «madre de Dios» desde
mucho antes de que naciese la «Virgen María». Con frecuencia se
representó Isis dando el pecho al niño Horus, mágicamente engendrado
por ella con el difunto Osiris.
En la festividad anual que
conmemoraba su muerte, y tres días después su resurrección, se decía
que el Sol se volvía negro al morir y bajar a los mundos inferiores.
(Y vemos los rayos de un sol negro sobre la escena de la Crucifixión
en
el mural realizado por Jean Cocteau para la iglesia de Londres.)
Dado el insólito celo misionero de algunos grupos de adoradores de
Isis en la época, y la proximidad geográfica de Egipto, por no
mencionar el ambiente cosmopolita de Galilea, no es de extrañar que
Juan, Jesús y demás seguidores hubiesen recibido la influencia del
culto de Isis.
Lo que sí extraña es la pretensión todavía viva de que la mayoría de
los cristianos crea que su religión es algo total y absolutamente
único, sin mancha alguna de otras filosofías o religiones, cuando
evidentemente no es así. Tomemos por ejemplo la Última Cena, en la
que según es creencia común Jesús instituyó el ágape sagrado del pan
y el vino en representación de su carne y su sangre, o si se quiere,
transustanciados en éstas.
Escribe A. N. Wilson que esto «tiene un recio sabor a cultos mistéricos del
Mediterráneo, y muy poco en común con el judaísmo».41 A continuación
aplica el comentario a su idea de que la Última Cena fue una
invención de los evangelistas,
pero ¿y si hubiese ocurrido de verdad, sólo que como rito pagano?
Desmond Stewart corrobora el paralelismo diciendo:
[Jesús] tomó el pan y el vino, elementos de la hospitalidad
cotidiana que sin embargo marcan
la culminación del simbolismo de Osiris, e hizo de ellos, no un
sacrificio sino la vinculación
entre dos estados del ser.42
Para los cristianos el ágape sagrado del pan y el vino, punto
culminante de la comunión protestante y la eucaristía católica, es
algo exclusivo de Jesús. Cuando en realidad era ya una práctica
común de las escuelas mistéricas principales del culto a un Dios que
muere, sobre todo las de Dioniso, Tammuz y Osiris. En todos los
casos se entendía que era un camino para hacerse uno con el dios en
cuestión y alcanzar la elevación espiritual (aunque los romanos
expresaron su repugnancia ante el canibalismo implícito en este
género de creencias). Todos esos cultos se hallaban bien
representados en Palestina hacia la época de la Última Cena, así que
su influencia es comprensible.
Si consideramos los cuatro Evangelios canónicos, es de señalar que
el de Juan cuenta la Cena pero no menciona la ceremonia del pan y
del vino, quizá porque no se instituyó entonces; en otro lugar del
Evangelio de Juan (6, 54) queda implícito que el ágape sagrado del
pan y el vino se celebraba desde los primeros días de la vida
pública de Jesús en Galilea.
En cuanto al concepto de comerse y beberse al dios de uno, según el
ritual de la Misa, para los judíos era aborrecible.
Observa Desmond
Stewart que:
La noción de que el cereal era Osiris fue común entre los egipcios,
y también tuvieron curso
ideas muy similares en Hellas [la antigua Grecia] relacionadas con
[las diosas] Deméter y
Perséfone.43
Otro paralelismo con las escuelas mistéricas —y que no tiene
parangón con ninguna creencia ni práctica judaica— es el suceso de
la resurrección de Lázaro. Claro está que se trata de un acto de
iniciación: Lázaro «resucita» de la muerte simbólica; lo uno y lo
otro eran rasgos corrientes en las escuelas mistéricas de la época,
y los ecos vuelven a aparecer en ciertos rituales de la
francmasonería moderna.
El único Evangelio canónico que registra el
acontecimiento, el de Juan, le atribuye un carácter milagroso, de
literal resurrección de entre los muertos. Pero el Evangelio secreto
de Marcos deja claro que fue sólo un acto simbólico, el cual marcaba
la «muerte» del antiguo yo de Lázaro y su renacimiento como un ser
espiritualmente más avanzado. Es verosímil que el episodio fuese
suprimido de los demás Evangelios porque la alusión a las
actividades de la escuela mistérica era demasiado transparente.
Por
lo que concierne a nuestra indagación, el punto más significativo de
ese rito es que su parangón más obvio remite a las ceremonias de
«renacimiento» del culto egipcio de Isis. Refiriéndose a la mística
de Isis tal como se entendió en el siglo I Desmond Stewart escribe:
[...] la evidencia de Betania indica que Jesús practicó una especie
de misterio similar al que
vivió Lucio Apuleyo en el culto de lsis.44
También la Crucifixión corrobora la postura de los judíos al negar
que Jesús fuese el Mesías, porque una muerte en circunstancias tan
deshonrosas era lo último que le habría ocurrido al caudillo
victorioso que ellos esperaban. Esto en sí mismo no preocupa
demasiado a los cristianos, porque mantienen que el suyo es un
Mesías de un orden muy superior, en términos espirituales, al de las
creencias judaicas. Sin embargo el relato neotestamentario de la
muerte de Jesús plantea otras dificultades. Es obvio que su
interpretación cristiana como supremo sacrificio místico fue ideada
posteriormente, en realidad, para explicar la discrepancia entre lo
que habían esperado los judíos de su Mesías y lo que realmente le
ocurrió a Jesús.
Se ha postulado que Jesús y los de su círculo desarrollaron su
concepto propio de Mesías incorporándole la idea del Justo que
Sufre, que derivaron del personaje de José según ciertos textos
apócrifos de los judíos. Cumple observar que entre los «herejes» del
norte de Palestina, es decir los galileos, este José «doliente»
había absorbido algunas características del culto sino de
Adonis-Tammuz.45
Los eruditos han observado asimismo la influencia
del dios pastoril Tammuz sobre el Cantar de los Cantares,46 tan
importante por otro lado para el culto de la Virgen negra.
Posiblemente Jesús emulaba a Tammuz cuando se comparó con el Buen
Pastor, y sus seguidores en la época no desconocían ese término, ya
que Belén era centro principal del culto de Adonis-Tammuz.
(Recordemos que en la época de san Jerónimo los cristianos andaban
indignados por la existencia de un templo de Tammuz en el lugar de
Belén donde supuestamente nació Jesús.)
En vista de lo anterior sorprende que muchos comentaristas modernos,
aun reconociendo la presencia de notables influencias paganas en la
vida y enseñanzas de Jesús, renuncien a explorar el hecho y no pasen
de una mención superficial.
Como cuando escribe Hugh Schonfield:
Hacía falta un nazareo de Galilea para entender que la muerte y la
resurrección eran el
puente entre las dos fases [del Rey Mesiánico Único y Doliente]. La
propia tradición de la
tierra donde Adonis moría y resucitaba todos los años parecía
reclamarlo así.47
Mientras tanto Geoffrey Ashe admite que,
«Cristo se convirtió en un
Salvador
notablemente parecido a los dioses que mueren y resucitan en los
Misterios, Osiris,
Adonis y los demás».48
No obstante, el arquetipo que mejor se adapta a la vida y a la
peripecia de
Jesús tal como ha llegado hasta nosotros es el del dios egipcio
Osiris, consorte de
Isis. Según la tradición lo mataron un viernes y resucitó al tercer
día.49 Hay indicios
de que los primeros cristianos solían confundir el título de Christos con otra palabra
griega, Chrestos, que significa bondadoso o amable. Algunos
manuscritos
primitivos de los Evangelios la usan en vez de Christos, pero es que
Chrestos era
uno de los epítetos adscritos tradicionalmente a Osiris. Viene al
caso recordar que
además hay en Delos una inscripción a Chreste Isis.50
La exclamación de Jesús desde la cruz también da pie a una
interpretación
pagana. Tanto la versión de Marcos, «eloi eloi!» como la de Mateo,
«eli eli!» se
traducen por «¡Dios mío! ¡Dios mío! [¿por qué me has abandonado?],
aunque se dice también que algunos de los circunstantes creyeron que
llamaba al profeta Elías, a quien el mismo Jesús había relacionado
expresamente con Juan el Bautista.51 Pero «Dios mío» en arameo debía
decir ilahi.
Desmond Stewart ha postulado que la palabra debió de
ser Helios, el nombre del dios solar,52 y llama la atención que este
grito coincide con el anómalo oscurecimiento a mediodía. De hecho,
en uno de los manuscritos neotestamentarios más antiguos que se
conocen los espectadores creen que está llamando a Helios, cuyo
culto —muy difundido en la Siria del siglo IV— se cristianizó
sustituyéndole el nombre por el de Elías. Por supuesto una divinidad
solar es la quintaesencia de los cultos que tienen cielos de muerte
y renacimiento.
Por consiguiente vemos que Jesús se adapta a la tradición de los
dioses que mueren, pero ese arquetipo no es el panorama completo de
los misterios antiguos. El dios, llámese Osiris, Tammuz, Attis,
Dioniso o cualquier otro de los que había, estaba inevitablemente
asociado a su consorte, la diosa, a quien correspondía por lo
general el papel de protagonista en este drama de la resurrección.
Como dice Geoffrey Ashe:
El dios-compañero era el amante trágico de la Diosa, predestinado a
morir anualmente con el
verdor de la naturaleza viva y renacer en primavera [...].53
Es evidente que si Jesús quiso realmente cumplir una tradición de
«Dios que muere», falta algo. Por lo cual Ashe apostilla:
En su papel de Salvador que muere y resucita no era posible que se
le percibiese solo. No era
eso lo que hacían aquellos dioses [...] nunca se manifestaría un
Osiris sin una Isis, ni un Attis
sin una Cibeles.54
Dirán los críticos, por consiguiente, que como Jesús no tuvo a su
lado una persona que figurase como diosa-compañera no era posible
que estuviese representando el papel de dios que muere; él era único
en su verdadera divinidad y no le hacía falta compartirla con
ninguna mujer. Pero ¿qué pasa si tuvo en verdad esa compañera? Pues
naturalmente que la tuvo, y ese conocimiento es lo que han atesorado
en secreto las generaciones de «heréticos». La «Isis» de Jesús era
María Magdalena.
Los egipcios interpelaban a su Reina Isis «amante de los dioses
[...] dueña de las ropas rojas [...] amante y dueña de la tumba
[...]».55 Tradicionalmente se representa a
la Magdalena llevando
indumentaria de color rojo, lo que suele interpretarse como alusión
a que era una «mujer de escarlata». Y fue ella quien presidió las
ceremonias fúnebres de Jesús.
Si se comprende esto, súbitamente encaja todo el rompecabezas de
datos perdidos o deliberadamente confundidos y alterados, y aparece
la propia naturaleza de lo que podríamos llamar el verdadero
cristianismo.
En contra de la primera impresión, no está ausente de los Evangelios
el principio de lo Femenino: al menos, en la forma que debieron de
tener originariamente. El conocido principio del cuarto evangelio
dice:
En el principio existía aquel
que es la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios.
Aunque este concepto de Palabra (Logos) deriva de las ideas del
filósofo neoplatónico judío Filón de Alejandría, un contemporáneo de
Jesús, en esta versión de Juan parece un término explícitamente
femenino. Logos es nombre masculino, en otras versiones traducido a
nuestro idioma como «el Verbo» para mantener la concordancia, pero
paradójicamente el concepto que describe tiene todos los visos de
ser femenino. Claramente, hubo alguna confusión al redactarse el
evangelio partiendo de los materiales que le servían de fuente, y
nosotros también hemos tardado bastante en comprender el sentido
originario de este pasaje.
La expresión «aquel que es la Palabra estaba con Dios», es una
traducción deliberadamente confusa y que cambia del todo el sentido
auténtico, porque al hacerlo así elimina algunas implicaciones muy
molestas. Porque las palabras griegas del original dicen pros ton
theon, que significa literalmente «yendo hacia Dios» y conlleva el
sentido del hombre que busca la unión con una mujer, o como dice
George Witterschein:
[...] incluso podríamos utilizar el calificativo de erótico para ese
deseo de unidad que supera la separación.
La clave de todo [...] era la atracción entre el hombre y la mujer,
paralela [...] a la atracción
entre la Palabra y Dios.56
En resumen, la Palabra es femenino y la traducción exacta del
principio del Evangelio según Juan es:
En el principio era la Palabra y la Palabra fue hacia
Dios, y Dios
fue lo que la Palabra. Estaba
con Dios desde el principio.57
Según esto la Palabra sería una potencia distinta y separada de
Dios. En
cambio suele interpretarse que la Palabra y el Espíritu Santo eran
lo mismo,
aunque originariamente el segundo recibía también un nombre
inequívocamente
femenino, Sophia.58
Los conceptos que evocan estas frases no tienen que ver con ninguno
de los del judaísmo. Pero tampoco se originaron en los primeros años
de la «nueva» religión emergente de la cristiandad. El
norteamericano Karl Luckert, antropólogo y profesor de Historia de
las religiones, autor de un importante estudio sobre la religión
egipcia y su influencia en los conceptos teológicos y filosóficos
posteriores, no alberga ninguna duda en cuanto a ese origen cuando
escribe:
[...] en toda la literatura religiosa del llamado Período
Helenístico no se
encuentra mejor resumen de la teología ortodoxa de los antiguos
egipcios que el
prólogo del Evangelio de Juan.59
Desmond Stewart aduce en
The Foreigner que Jesús se crió en Egipto,
si es que no nació allí. Pues aunque así fuese, no quita que pudo
ser judío, porque en el Egipto de la época hubo comunidades judías
muy nutridas y prósperas. Stewart recuerda que muchos detalles que
se citan de Jesús, como la ausencia de acento galileo y el énfasis y
trasfondo implícito de sus parábolas sugieren una formación egipcia.
Evidentemente, sabemos por el Nuevo Testamento que María, José y el
niño Jesús huyeron a Egipto para salvarse de la cólera del rey
Herodes. Después de lo cual no se vuelve a mencionar para nada sus
años juveniles, excepto el incidente de su disputa teológica con los
sabios del Templo de Jerusalén cuando tenía doce años. Pero también
este episodio es una obvia invención, que pone en boca de María y
José palabras por las cuales manifiestan ignorancia en cuanto a la
naturaleza divina de Jesús...
Esto después de haber contado su
nacimiento milagroso: ¿quién mejor que ellos debía saberlo? De
manera que los evangelios canónicos no dicen nada auténtico sobre la
vida de Jesús desde la infancia hasta bien entrada la edad viril del
protagonista. ¿Dónde estuvo? ¿Por qué ese silencio sobre su infancia
y adolescencia? Si estaba fuera del país, sumergido en otra cultura,
quizá los autores no se sintieron llamados a idear toda una serie de
sucesos para rellenar el hueco, o tal vez comprendieron que la
empresa desbordaba su capacidad.
Otras fuentes corroboran este punto de vista. En sus escrituras
sagradas del Talmud los judíos no creen que Jesús fuese oriundo de
Galilea, ni de Nazaret, pues afirman dogmáticamente que vino de
Egipto.60 Y también dicen otra cosa que quizá viene al caso, que la
causa del prendimiento de Jesús fue una acusación de hechicería,
pues era un iniciado en la magia egipcia. Este concepto es también
la proposición principal de Morton Smith en su libro de 1978,
Jesus
the Magician, donde postula que milagros tales como la conversión
del agua en vino y caminar sobre las aguas formaban parte del
repertorio habitual de los santones egipcios, como el truco de la
cuerda india lo es para los faquires orientales.
Smith reproduce muchos ejemplos de semejanza entre los milagros de
Jesús y los conjuros mágicos y encantamientos que contienen algunos
papiros de la época; también hay paralelismos con la vida y acciones
del famoso mágico Apolonio de Tiana (un contemporáneo de Jesús,
aunque algo más joven), y con las de Simón el Mago. A ambos se les
atribuyen facultades casi idénticas a las de Jesús.
A esto suelen replicar los cristianos que si Jesús tuvo una cierta
imagen de ocultista eso fue debido a la ignorancia y superstición de
las masas; él hacía verdaderos milagros por don del Espíritu Santo.
Pero ésa es una interpretación no menos subjetiva que las demás, y
más difícil de sostener con argumentos que no sean de fe.
Morton
Smith llama la atención sobre una paradoja principal del
cristianismo:
[...] así pues, nos es preciso contar con una tradición que quiere
defender a Jesús negando
que fuese un mago, y otra que le reverencia como el más grande de
los magos.61
En tiempos de Jesús hubo en el mundo grecorromano muchos magos
itinerantes más célebres que él, o menos, y tenían en su repertorio
habitual la sanación y los exorcismos, tal como sigue ocurriendo hoy
mismo con los santones hindúes y los hechiceros del vudú, entre
otros. (Que las supuestas curaciones sean auténticas, ése es otro
punto de debate, pero lo que desde luego es real es el asombro y el
temor reverencial de los testigos, muchas veces multitudinarios: la
propaganda oral cuenta mucho para la reputación de un milagrero.)
Smith recuerda que el término «Hijo de Dios» —el cual no deja de
sorprender a los teólogos y los estudiosos del Nuevo Testamento,
porque no tiene ningún precedente judaico ni era un concepto que
estuviese asociado al Mesías— deriva sin duda de la tradición
egipcia pasada por la cultura grecorromana. El mago capaz de
realizar con éxito sus milagros lo conseguía convirtiéndose él mismo
en instrumento de un dios, corno los chamanes tribales. Con esto
sugiere Smith que Jesús se hacía Hijo de Dios como resultado de ser
mágicamente poseído por la divinidad.
Se ha demostrado una sospechosa similitud entre el milagro de las
bodas de Caná y el desarrollo de una ceremonia dionisíaca que se
celebraba en Sidón; la semejanza llega hasta las mismas palabras
empleadas.62 Y en el mundo helenístico, Dioniso se asoció
expresamente a Osiris.63
Smith cita además dos textos mágicos
egipcios que guardan paralelismo con la eucaristía, es decir el
ágape ritual del pan y el vino que los cristianos consideran su
misterio más sagrado, e instituido únicamente por Jesús.
Dice Smith
(y la cursiva es suya):
Éstos son los paralelismos más estrechos que se conocen con el texto
eucarístico. En ellos, lo mismo
que en éste, el dios-mago entrega su cuerpo y su sangre al
comulgante, quien al comerlos
quedará unido a él en amor.64
Incluso las palabras pronunciadas por Jesús se asemejan a las de los
textos mágicos.
Hay otros indicios, algunos de ellos en propios Evangelios, de que
Jesús
estuvo mayoritariamente considerado como un mago en su época. En el
Evangelio
de Juan, las palabras con que le entregan a Pilato plantean la
acusación de
«malhechor», pero según la ley romana ésta era la calificación
jurídica para los
hechiceros.65
En este contexto, el aspecto más significativo de la investigación
de Morton
Smith es que pese a basarse por entero en una comparación entre los
evangelios y
los papiros mágicos, sus conclusiones responden exactamente a la
retrato que dan
de Jesús el Talmud judaico y ciertos escritos rabínicos antiguos. En
ellos nunca se
le describe como un judío que hubiese inventado una forma herética
del judaísmo,
según han dado en creer muchos cristianos modernos. En esos textos
judíos, o bien
es un judío que se convirtió a otra religión totalmente distinta, o
nunca fue judío en
realidad. Algunos le denuncian expresamente como practicante de la
magia egipcia. El mismo Talmud asegura de manera inequívoca que
Jesús pasó la juventud en Egipto y allí aprendió la magia.
Un relato de esa bibliografía rabínica compara a Jesús con otro
personaje más antiguo que se llamó Ben Stada. Era un judío que quiso
introducir la adoración de otras divinidades paganas junto a la de
Yahvé, y para ello trajo las prácticas mágicas de Egipto
precisamente. El precedente viene a cuento de subrayar que también
Jesús se había propuesto llevar a los judíos las prácticas mágicas
egipcias. Otros textos rabínicas son asimismo explícitos al asegurar
que Jesús «practicó la magia para engañar y descarriar a Israel».
Es bastante obvio que los judíos contemporáneos suyos tuvieron a
Jesús por un adepto de la magia egipcia. Para ellos su delito estuvo
en querer introducir ideas paganas y dioses paganos en territorio
judío.
Como el Talmud y otras colecciones de escrituras rabínicas se
retrotraen al siglo III pero no antes, se ha argumentado que esas
menciones son difamaciones intencionadas por parte de los judíos, en
tanto que enemigos de Jesús. Sin embargo la inculpación, que fue en
esencia por hechicería, no se basó únicamente en falsos testimonios
como creeríamos a primera vista. No deja de ser curioso que fuese
tal acusación la que acabó por imponerse, y hay indicios de que esas
ideas acerca de Jesús habían circulado con anterioridad.
El apologista cristiano Justino Mártir, que escribió hacia 160, cita
una discusión con el judío Trifón que llamó a Jesús «mago galileo».
En 175 el filósofo platónico Celso aseguró que, si bien Jesús se
había criado en Galilea, estuvo durante algún tiempo en Egipto
trabajando como bracero y aprendió allí las técnicas de la magia.
Como hemos visto, los evangelistas no ven nada escandaloso ni
vergonzoso cuando relatan que los magi adoraron a Jesús y le
hicieron ofrendas de oro, incienso y mirra. Hay que subrayar que
éstos no eran unos simples Sabios de Oriente, ni tampoco reyes, sino
miembros de una cofradía caracterizadamente ocultista que tuvo sus
orígenes en Persia. Y aunque algunos comentaristas intenten explicar
el suceso como un reconocimiento simbólico, por parte de los
hechiceros, de la superioridad del niño Hijo de Dios, el relato
evangélico no dice nada que autorice a interpretarlo de esa manera,
sino que la visita de los magos va claramente dirigida a provocar
nuestro asombro y admiración.
Morton Smith ha señalado que los primeros cristianos, en especial
los de Egipto, practicaban la magia, si bien la Historia no ha sido
muy dada a reconocerlo.
Algunas de las obras de arte cristianas más primitivas son amuletos
mágicos que
llevan la imagen de Jesús y una fórmula de conjuro. De donde se
sigue con
bastante claridad que la primera generación de los seguidores de
Jesús reconoció a
éste como un mago, sea que les constase que lo era, sea que él mismo
hubiese dado
pie a tal creencia con su conducta.66
Sin embargo, también circuló en la época otro rumor mucho más negro
acerca
de la familiaridad que tuviese Jesús con la hechicería. El cual, si
fuese cierto, no
sólo corroboraría los escritos rabínicos sino que además vendría a
resolver un problema bíblico perenne. Esa acusación extraña y
escandalosa, que discutiremos más adelante, puede contener la clave
de muchos de los misterios que rodean la relación entre Jesús y el
Bautista, y justificaría quizá la importancia que reviste Juan para
los grupos ocultos a través de los siglos.
Hemos visto una serie de paralelismos bastante claros entre la vida
de Jesús y
la leyenda de Osiris. Pero aún hay otra cosa tal vez más reveladora,
y es que
muchas de las palabras de aquél provienen de la tradición de la
religión egipcia,
sin cambio observable alguno. Por ejemplo, cuando Jesús dice (Juan
12, 24):
«Si el
grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda infecundo; pero
si muere,
produce mucho fruto».
La imagen y el concepto proceden
innegablemente del
culto de Osiris;67 y las palabras de Jesús «en la casa de mi Padre
hay muchas
habitaciones [hay sitio para todos]» (Juan 14, 2], que tanto han
extrañado a
generaciones de cristianos, pertenecen explícitamente a dicho culto
y provienen
directamente del
Libro de los Muertos de los egipcios.68
Más correctamente llamada Mientras llega el día, esta obra consiste
en una serie de conjuros gracias a los cuales el alma del difunto
puede vencer los terrores de la otra vida, y que el sacerdote o
sacerdotisa le leía al moribundo. Que Jesús hubiese conocido
Mientras llega el día supondría familiaridad, no sólo con las
escrituras religiosas del culto Isis/Osiris, sino además, y como
queda dicho, con su magia, teniendo en cuenta que para los egipcios
religión y magia eran lo mismo.
Osiris fue muerto un viernes y los trozos de su cuerpo dispersos. Al
tercer día
resucitó... por obra de la intervención mágica de Isis, quien había
recorrido
llorándole todo el país. En las representaciones anuales del
misterio de Isis la suma
sacerdotisa que representaba el papel de la diosa se lamentaba: «Los
malvados
mataron a mi esposo y no sé dónde lo han puesto». Cuando lograba
recomponer el
cuerpo exclamaba:
«Por fin te hallo aquí yacente... Vive, ¡oh,
Osiris!, el más
infortunado, y ponte en pie. Yo soy Isis».
Entonces el sacerdote que
representaba a
Osiris se incorporaba para mostrarse a sus seguidores, los cuales se
manifestaban
sobrecogidos y titubeantes ante la milagrosa resurrección.69
Compárese esa primera frase del rito con las palabras de María
Magdalena al «hortelano» (que resulta ser Jesús):
«Porque se han
llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto».
(En aquella
cultura la esposa se referiría corrientemente a su marido llamándole
«mi señor».)70
Así pues, quizá se celebró en la sepultura de Jesús
un rito egipcio y la Magdalena pronunció las palabras de la diosa
antes de proceder a curarle sus heridas. En los misterios del dios
que muere, es la diosa quien desciende a los infiernos con su
séquito femenino para rescatar al dios renacido, y ese Hades sombrío
se representaba generalmente como un sepulcro.
Y si, según nuestra opinión, Jesús y la Magdalena representaban a lo
vivo la historia de la muerte y resurrección de Osiris, era
perfectamente lógico que se eligiese la crucifixión, porque la cruz
era ya un antiguo símbolo de Osiris.
Fueron María Magdalena y sus mujeres quienes atendieron las exequias
de Jesús, no porque eso fuese cosa de mujeres en aquellos tiempos,
como se ha afirmado, sino también porque representaban
conscientemente los papeles que les correspondían en la leyenda de
Osiris. El de dios que muere y resucita pudo representarlo Jesús
gracias a la intervención —mágica, o lo que fuese— de su «diosa», de
quien era su compañera sexual y espiritual, María Magdalena. Ella le
había conferido el carácter mesiánico al ungirlo con el aceite de
nardos, y si es correcta la idea de que era una mujer adinerada tal
vez sus influencias hicieron posible el rito iniciático y mágico de
la Crucifixión.
Inspirado por la imaginería del mito de Osiris y por la supuesta
formación egipcia, tal vez Jesús se sometió voluntariamente a los
horrores de la crucifixión, aunque por razones algo paradójicas si
consideramos cómo perciben ese misterio los cristianos, para quienes
Jesús es la encarnación de Dios. Pero tal vez él creyó convertirse
en un dios por su muerte y renacimiento simbólicos. De manera que es
posible que la crucifixión fuese puesta en escena y organizada
—mediante cierta dosis de soborno— para que Jesús, como Lázaro,
pudiese renacer al estilo de la escuela mistérica de Osiris y
resucitar convertido en este dios.
Lo cual es tanto más probable si
él mismo se consideraba de linaje real —descendiente de David—
porque todo faraón muerto se convertía automáticamente en un
«Osiris», soberano de los cielos y visitante de los infiernos
gracias a la intervención mágica de Isis. ¿Esperaba Jesús salir de
la tumba dotado de poderes divinos? Tal vez esta idea explicaría uno
de los misterios más duraderos del cristianismo: si Jesús murió en
la cruz, o no.
Muchos creen que no; lo dice por ejemplo el Corán, y algunos
evangelios gnósticos, ciertas sectas islámicas, algunos herejes
cristianos antiguos y tal vez el Priorato de Sión creen que ocupó su
lugar un sustituto, quizá Simón de Cirene. Otros opinan que sufrió
la crucifixión pero fue descolgado todavía vivo y que la
«resurrección» consistió, sencillamente, en curarle de sus heridas.
Ciertamente Leonardo creyó que había descendido vivo de la cruz: la
sangre todavía corre en la imagen humana del falso Sudario de Turín,
y los cadáveres no sangran.
(Aunque nuestra tesis fuese errónea y
Leonardo no hubiese falsificado el Sudario, quien lo hizo debía de
estar convencido de que Jesús no había muerto en la cruz... y si,
contra toda evidencia, la Sindone es verdaderamente el sudario de
Jesús entonces demuestra claramente que lo pusieron vivo en la
sepultura.)
Por supuesto pudo ser accidental que lo descolgaran vivo, con lo que
la
versión corriente de su prendimiento y crucifixión sería lo más
cercano a la verdad
de que podamos disponer. Pero hay demasiadas objeciones de lógica.
Los
ocupantes romanos eran gente práctica, y sus funcionarios, expertos
torturadores y
verdugos. Se nos dice que las ejecuciones fueron apresuradas aquel
viernes... por
ejemplo, rompiéndoles las piernas a los ladrones crucificados para
que fuese
posible enterrarlos antes de que diesen principio las festividades
del Sabbath. Pero
¿es de creer que unos romanos, precisamente, tuvieran en cuenta las
costumbres de
los judíos, o si lo hicieron, hubiesen olvidado que el crepúsculo
vespertino del
viernes ponía fin necesariamente a la tortura de la crucifixión
aunque se hubiese iniciado apenas unas horas antes?
La crucifixión era la peor muerte imaginable porque habitualmente
las víctimas tardaban varios días en morir. De ahí su razón de ser;
por consiguiente, ¿se crucificaría a nadie un viernes, en Palestina
sabiendo que sería obligado descolgarlo al anochecer del mismo día,
vivo o muerto?
Ciertamente hubo juicio, y hubo crucifixión. Pero es posible que
Jesús y su círculo interno, con la «familia de Betania», hubiesen
dispuesto los acontecimientos en cumplimiento de planes propios. En
The Passover Plot, Hugh Schonfield ha dado una explicación elegante
y persuasiva de cómo pudieron conseguirlo, pero no explica por qué,
si Jesús conspiró para presentarse como Mesías, eligió ser
crucificado, ya que ésa era una pena infamante e impropia del héroe
judío tan largamente esperado.
Sin embargo la escenificación va más allá del prendimiento y
crucifixión de Jesús. En los relatos evangélicos hay anomalías que
suscitan graves sospechas. El tiempo concedido a la crucifixión era,
como hemos visto notablemente breve y además se nos cuenta que
mientras los ladrones recibieron de los soldados romanos el coup de
grâce para rematarlos antes de que cumpliese el Sabbath, con Jesús
no fue necesario porque les hizo el favor de morir antes del
anochecer.
Muchos comentaristas han sugerido que estando colgado de
la cruz pudo recibir con la esponja empapada alguna droga, por
ejemplo un poderoso narcótico, que diese las apariencias de la
muerte. En este caso hay que suponer que los conspiradores
sobornaron a los centinelas para que éstos hiciesen la vista gorda.
Si se interpretan así los indicios, resultaría que el plan fue
esencialmente una cínica ficción: un ajusticiamiento para dar la
máxima publicidad a la muerte, seguido de un aparente regreso a la
vida que todos tendrían por milagroso.
La propia naturaleza de esa disposición revela por qué era preciso
que fuesen los romanos y no los judíos quienes prendieran y
ejecutaran a Jesús. De haber sido hallado culpable por los judíos,
la pena se habría ejecutado por lapidación, que consistía en hacer
apedrear al reo por la muchedumbre: en esas condiciones no sería
posible una muerte ficticia.
Pero ¿qué esperaban conseguir los conspiradores con tan complicado y
peligroso subterfugio? Pues, al fin y al cabo, ya hemos dicho que un
delincuente crucificado no podía ser aceptado como Mesías. En las
esperanzas de los judíos no estaba que su Mesías muriese
crucificado, ni tampoco que resucitase de entre los muertos. Esa
interpretación de sus expectativas sencillamente no existía.
En consecuencia, el proyecto no encajaba en los moldes de la
tradición judía,
pero sí en los de un concepto no judío: el del dios que muere y
resucita, que era
noción cardinal de los grandes cultos de las escuelas mistéricas. De
esto los judíos
no habrían querido escuchar ni media palabra; para ellos sólo
existía un Dios y
habría sido inconcebible que formase parte de un culto cruento,
porque para ellos
la sangre y la sepultura eran cosas impuras y repugnantes. En otros
países del
Oriente Próximo y del Mediterráneo, por el contrario, abundaban las
deidades y los cultos de ese género.
Nunca se subrayará bastante lo mucho que dista de ser un caso único
el relato de la pasión y la resurrección de Jesús. En el contexto de
la proliferación contemporánea de cultos a dioses que morían, él
evidentemente procuraba que se le asociase a uno de ellos, pero ¿a
cuál? ¿Y qué esperaba ganar con ese plan doloroso y muy arriesgado?
Como hemos mencionado, la exclamación de Jesús en la cruz puede
interpretarse como que dijo «Helios! Helios!» («¡Oh Sol! ¡Oh Sol!»).
La muerte de Osiris se representaba tradicionalmente como un Sol
negro, o dicho de otro modo, la desaparición de la luz, por lo que
no es descabellado aducir la interpretación «¡Oh Sol! ¡Oh Sol! ¿Por
qué me has abandonado?».
La Resurrección y sus circunstancias plantean toda una serie de
preguntas insolubles, supuesto que nos parezca imposible que Jesús
muriese y resucitase realmente como creen los cristianos. Por
ejemplo, ¿en qué estado lo bajaron de la cruz? ¿Permaneció en coma
dentro de la sepultura, o sólo herido pero consciente? ¿Qué sucedió
con él después’? ¿Abandonó Palestina para visitar lugares remotos
como la India, según han sugerido algunos? ¿Y qué fue de su relación
con la Magdalena?, ya que según parece, ella se embarcó rumbo a las
Galias sin él. Cualquiera que fuese la realidad del asunto, el Jesús
de los evangelios, desaparece de la Historia después de la supuesta
resurrección.
Se observa una cierta dispersión de los Evangelios después del
descubrimiento del sepulcro vacío. Los relatos neotestamentarios de
las
apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos y la supuesta
ascensión a los cielos
incurren en mucha confusión irreconciliable; ni siquiera como
leyenda presentan
ilación y consistencia. Por supuesto los no cristianos presentan
esta incoherencia de
las narraciones como prueba de que son ficticias, con lo cual
podríamos estar de
acuerdo. No obstante dicha confusión, Hugh Schonfield ha apuntado
que puede
distinguirse al menos una fuente con claridad: el encuentro de Jesús
resucitado con
dos discípulos en el camino de Emaús está tomado de El Asno de Oro,
una obra de
Lucio Apuleyo en homenaje a Isis.71
Aunque el concepto de la futura resurrección de la carne sí tiene
cabida en las
creencias judaicas, lo que ocurrió con Jesús cuando supuestamente
resucitó
ciertamente no era conforme a las ideas de los judíos. El criterio
tradicional era que
todos los justos renacerían juntos en el fin de los tiempos; de
manera que Jesús se
habría sustraído a ese designio, según pareció, cuando recobró la
vida mientras sus
compañeros de infortunio seguían pudriéndose en sus sepulturas. Y
luego subió a
los cielos sin dejar ningún resto material, aunque prometiendo a los
seguidores su
disponibilidad espiritual... y precisamente esa continuidad de la
presencia
espiritual fue una de las razones principales de la aceptación que
halló la incipiente
religión cristiana en el mundo romano, y buena parte del ascendiente
que todavía ejerce sobre millones de corazones y de mentes.
Como ha señalado Karl Luckert, los comentaristas actuales aun
reconociendo que ese concepto de la presencia espiritual constante
no es judío, se abstienen de formular hipótesis en cuanto a su
verdadero contexto y trasfondo. Así pues, ¿de dónde provenía esa
idea?
El erudito análisis72 de
Luckert demuestra de manera concluyente que
las
nociones inseparables de la resurrección singular de Jesús y de su
continuada
presencia espiritual se retrotraen sin asomo de duda a la teología
de los antiguos
egipcios. Según su explicación, en esa teología
[...] era posible creer que el Hijo de Dios resucitase de entre los
muertos [...] y así regresara al Padre. También explica por qué,
durante algún tiempo y antes de su ascensión completa a los cielos,
fuesen vistas algunas apariciones del Cristo [...].
También
sintoniza con la lógica de los egipcios la noción de que el Cristo
Jesús, aunque hubiese regresado al lado del Padre, sin embargo se
hallaba eternamente presente entre sus seguidores.
Una vez más vemos que unos conceptos centrales para la religión
cristiana, durante mucho tiempo admitidos como demostración de la
naturaleza única y divina de Jesús, no nacieron de su vida y
enseñanzas con forma definitiva. Ni tampoco nacieron del tipo de
judaísmo herético que tan frecuentemente ha sido invocado para
explicar su génesis.
Ambos conceptos, el de resurrección individual y el de vida eterna
del alma en el otro mundo, provienen de Egipto, donde estaban
asumidos como cosa natural. Y esa noción de la presencia permanente
y consoladora del espíritu después de la muerte deriva directamente
de las creencias asociadas a la muerte de los faraones, cuya guía
desde el mundo invisible seguía beneficiando a su pueblo.
Hemos descrito cómo los acontecimientos cruciales de la vida de
Jesús cuadran con la leyenda de Osiris y cómo la misión de su
compañera María Magdalena se adapta a la de Isis. Pero nos queda una
observación importante en este contexto.
Mientras que el arquetipo de Osiris tiene claras coincidencias con
el cumplimiento consciente de su representación por parte de Jesús
—«morir» un viernes, ser llorado por «Isis», resucitar al tercer
día—, es la diosa con su magia quien hace posible la resurrección.
Que la suya no era una misión subordinada, es aquí un punto cuya
trascendencia no cabe exagerar.
Isis tenía la consideración de divinidad creadora; como dicen las
escrituras de
los egipcios, «en el principio fue Isis, lo más Antiguo de lo
Antiguo». Ella era la
diosa «de donde surgió todo lo que llega a ser», y una invocación
tradicional la
llama «tú creadora de todas las cosas buenas». Pero es más, es la
Salvadora
originaria —que no Osiris—, y Aristóteles, un iniciado en sus
misterios, la describe
como «la Luz y otras cosas inefables que conducen a la salvación»,
mientras que
Lucio Apuleyo le dirige este apóstrofe:
«Oh, Tú Santa y eterna
Salvadora del
género humano [...] Tú que das luz al Sol [...] Tú que has sometido
a la muerte bajo
tus pies».73
Los estudiosos admiten que el cristianismo primitivo admitió en sus
creencias ciertos aspectos del culto de Isis, como la noción de la
divinidad que puede conceder la vida eterna. También se apoderaron
de muchos de sus templos. Por ejemplo el santuario de Saïs, antigua
capital de Egipto, en el siglo III convertido en iglesia consagrada
a la Virgen María. Mil años antes y cuando era templo de la diosa Isis, había exhibido la leyenda «yo soy lo que es, lo que era y lo
que viene», que luego pasó a figurar en el libro del Apocalipsis (1,
8), poniendo las mismas palabras en boca de Yahvé.
La influencia del culto de Isis se manifiesta incluso en los
Evangelios canónicos. Por ejemplo una de las palabras más famosas de
Jesús, «venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo
os aliviaré». Por su ofrecimiento de consuelo y caridad en medio de
las vicisitudes de la vida, suele figurar en inscripciones a las
entradas de los templos precedida por el anuncio «Jesús dice». En
realidad la misma frase, palabra por palabra, figura entre los
dichos de Isis y puede verse todavía en Dendera, sobre la entrada de
un templo que estaba consagrado a ella. En cualquier caso el
consuelo que ofrece la frase es más semejante al de una madre.
Si como creemos Jesús y María Magdalena eran iniciados de los
misterios de Isis y Osiris, entonces el «cristianismo» debió de ser
bien distinto de la religión patriarcal y temerosa de Dios en que
luego se convirtió. Y su trasfondo esencialmente pagano arroja por
fin alguna luz sobre algunos de los más dificultosos enigmas del
Nuevo Testamento.
El dilema básico siempre ha estado en cómo intentar la conciliación
entre la existencia de un Jesús histórico y los elementos
evidentemente oriundos de escuelas mistéricas egipcias que contienen
los relatos. Como resultado de esta dificultad, los comentaristas
emprenden uno de estos dos caminos: o bien concluyen, como Ahmed
Osman, que Jesús no existió, o mantienen como A. N. Wilson que esas
referencias a las escuelas mistéricas no formaban parte de la
narración originaria, sino que fueron añadidas más tarde.
Sin embargo, estas dos opciones aparentemente irreconciliables
pueden dar un nuevo sentido al tomarlas juntas, como hemos
demostrado. La suposición de que Jesús era de religión judaica es el
factor que impidió hasta ahora el reconocimiento de una solución
clara y sencilla. Pero si la religión que profesaba era oriunda de
una tradición ajena, entonces todo se explica.
Con esto no hemos dicho que los discípulos de Jesús no fuesen
judíos, ni que su campaña no estuviese intencionadamente dirigida a
los judíos. Pero tal como hemos visto, es obvio que actuaba «entre
bambalinas» un grupo secreto, del cual formaría parte casi
seguramente la «familia de Betania».
El movimiento de Jesús comprendía un círculo interno y otro externo,
es decir
las versiones esotérica y exotérica del culto. Paradójicamente la
mayoría de los
discípulos, y de las fuentes originarias de los Evangelios, eran del
segundo, del grupo deliberadamente mantenido en la ignorancia en
cuanto al auténtico mensaje y designios del fundador. Aunque parezca
una tesis demasiado radical y extraña, es precisamente la situación
que una y otra vez describen los mismos Evangelios, cuando los
discípulos, como el mismo Pedro, se confiesan totalmente perplejos
ante las enseñanzas de Jesús y sus intenciones. Y lo que es más
crucial, los discípulos del círculo externo ni siquiera estaban
seguros de cuáles fuesen las ambiciones de Jesús o su verdadera
misión.
También los estudiosos confiesan su perplejidad ante un tema
esencial: por qué, si había tantos cultos mesiánicos en aquella
época y lugares, fue el cristianismo el que prevaleció y floreció.
Como hemos dicho, el movimiento de Jesús era reconocible además como
un culto mistérico y por eso fue casi el único de los de aquel
carácter que Judea logró exportar. El secreto de su ascendiente
residía en ser esencialmente híbrido, una mezcla de ciertos aspectos
del judaísmo con los elementos de escuela pagana y mistérica. Tuvo
la singularidad de ofrecer algo tranquilizadoramente conocido tanto
a los gentiles como a muchos judíos, sin dejar de transmitir la
emoción de lo nuevo y diferente.
En tanto que religión nueva, nació del dinamismo creado por los
conversos de diversas etnias y religiones que se esforzaban por
extraer el sentido de los distintos y muchas veces contradictorios
elementos del híbrido. Los seguidores se veían lanzados a la lucha
constante por introducir el arquetípico dios que muere y resucita en
el molde clásico de un Mesías, y viceversa. De esa fusión imposible
nació el Cristo que enseña la Iglesia.
Por supuesto cabe negar que el cristianismo tenga un trasfondo
egipcio señalando la tónica general de los Evangelios, que es
innegablemente judaica. Que es el único indicio de que disponemos en
cuanto a la naturaleza de la religión primitiva, podría señalarse
con razón, y de él se infiere con toda seguridad que era de raíz
judaica. Pero el caso es que los Evangelios del Nuevo Testamento no
son el único indicio como quiere la Iglesia que creamos. Ya hemos
comentado que el extenso cuerpo textual colectivamente llamado los
evangelios gnósticos permaneció desaparecido para los cristianos,
por voluntad de alguien, durante muchos siglos. Y el cuadro que
éstos pintan del cristianismo primitivo desde luego no se parece al
de una secta cismática del judaísmo. Lo que describen los evangelios
gnósticos es una escuela mistérica egipcia.
Eruditos como Jean Doresse, en su estudio sobre
los documentos de Nag
Hammadi, han reconocido la influencia ubicua de la teología egipcia
en las
escrituras gnósticas. Una y otra vez hallamos conceptos obviamente
egipcios en
esos evangelios largo tiempo ignorados. Es el caso, en particular,
del
Pistis Sophia,
cuya cosmología corresponde a la del Libro de los Muertos egipcio.
Incluso utilizan
los evangelios gnósticos la misma terminología; «los infiernos», por
ejemplo, se
designan con la palabra egipcia de ese mismo significado, Amente.74
Durante siglos dieron por supuesto los cristianos que los Evangelios
del
Nuevo Testamento eran «la verdad» —como fuentes de historicidad y de
espiritualidad» y que los libros gnósticos eran «erróneos». Mateo,
Marcos, Lucas y Juan escribieron al dictado de la inspiración
divina, mientras que los demás (si es que han tenido noticia de
ellos) escribieron necedades. Pero tal como esperamos haber
demostrado, hay razones convincentes para creer que las obras
gnósticas son, como poco, igualmente dignas de consideración.
Los Padres de la Iglesia rechazaron los evangelios gnósticos por
razones de conservación propia, ya que dichos escritos presentaban
una imagen del cristianismo muy diferente y que no convenía a los
intereses de aquéllos. Esos libros suprimidos no sólo resaltaban la
importancia de María Magdalena (y de las demás discípulas), sino que
a mayor abundamiento presentaban una religión que tenía sus raíces
—a diferencia de los libros del Nuevo Testamento— en la teología
egipcia. El cristianismo que describen no se proponía ser un sistema
patriarcal ni un desarrollo más o menos herético del judaísmo.
Con
esto nadie niega que los autores de los Evangelios del Nuevo
Testamento fueran seguidores judíos de Jesús, pero paradójicamente
parece que eran los menos enterados de lo que él representaba, e
intentaron explicarle dentro del contexto religioso y cultural en
que ellos vivían. Por otra parte, todo indica que los evangelios
gnósticos, pintan un cuadro más auténtico de los orígenes de su
religión... e incluso de la formación y creencias del mismo Jesús.
Pero subsiste la pregunta: ¿qué pensaban ganar Jesús y su círculo
interior con la predicación de lo que era esencialmente un mensaje
pagano en el corazón del judaísmo?
La primitiva religión de los hebreos fue politeísta, como las de
todas las culturas antiguas, y veneraban a dioses y diosas. Fue
luego cuando prevaleció
Yahvé y los sacerdotes se vieron en el caso
de tener que reescribir sus crónicas para borrar la huella de los
antiguos cultos de divinidades femeninas. Y aunque no lo
consiguieron del todo, desde luego la condición de la mujer empeoró
notablemente, tal como también sucedió en los comienzos del
cristianismo, y por la misma razón.
En su importante trabajo
The Hebrew Goddess, un especialista en
estudios
bíblicos y antropólogo, Raphael Patai (de origen húngaro), demostró
de manera
concluyente que hubo una época en que los judíos adoraron a una
deidad
femenina. Entre los muchos ejemplos que cita figura el Templo de
Salomón, que en
contra de lo que asegura la tradición no fue construido en honor de
Yahvé
únicamente, sino también para celebrar a la diosa Asherah. Dice
Patai que
[...] el culto de
Asherah en tanto que consorte de Yahvé [...] era
un elemento integrante de la
vida religiosa en el Israel antiguo, es decir anterior a las
reformas introducidas por el rey Josías en 621 a.C.75
El Templo de Salomón se construyó siguiendo el modelo de los templos
fenicios, los cuales emulaban a su vez los del antiguo Egipto.76 Y
varios eruditos
creen que las imágenes grabadas en el Arca de la Alianza representaban en
realidad a Yahvé y a una deidad femenina. Los querubines que exhibía
el Arca
también eran figuraciones de la diosa. En un bajorrelieve del
palacio del rey Acab en Samaria hay dos «querubines» idénticos a las
representaciones clásicas de Isis.
Los judíos adoradores heréticos de la diosa nunca dejaron de darse
en
diversas regiones, sobre todo en Egipto.77 Pero incluso bajo la
ortodoxia del
judaísmo sobrevivió la diosa bajo diversos «disfraces», de los
cuales citaremos los
dos principales: el uno, la personificación de Israel como una
mujer; el otro, la
figura de la Sabiduría, en hebreo Chokmah, en griego Sophia. Aunque
viene
explicada generalmente como personaje femenino que coexistió con
Yahvé desde
el origen de los tiempos.78
El consenso generalizado actual es que ese personaje tuvo sus
orígenes en las
diosas de las culturas circundantes; en particular Burton L. Mack ha
visto la
influencia de las divinidades egipcias Ma’at e Isis.79
En cualquier caso, hacia la época de Jesús el judaísmo aún no había
olvidado del todo sus orígenes paganos, y hubo judíos conversos a
religiones extranjeras durante los períodos de dominación griega y
romana. De hecho, el factor detonante de la insurrección de los
Macabeos, a mediados del siglo II a.C., fue la división originada
por los judíos que apostataban para rendir culto a otros dioses, por
ejemplo a Dioniso.
Ese elemento pagano de culto a una diosa en el judaísmo herético
podría servir para explicar mucho acerca de Jesús, su misión y sus
verdaderos motivos. Cuando no lo tomamos en cuenta, aparece una
contradicción: si bien, contemplado aisladamente, casi todo lo que
dijo o hizo Jesús puede atribuirse a una escuela mistérica —muy
probablemente la de Isis y/u Osiris—, los demás indicios dan a
entender que desempeñó a conciencia el papel de Mesías judío, y que
la mayoría de los seguidores que tuvo estaban convencidos de que iba
a ser su rey.
Hasta los especialistas más prestigiosos rechazan el
material mesiánico cuando no conviene a sus hipótesis. Si tienen
razón al hacerlo, entonces Jesús ciertamente fue un iniciado de una
escuela mistérica. Pero no nos parece satisfactorio que se descarte
dicho material, porque significaría que varios episodios de los
Evangelios —como la entrada de Jesús en Jerusalén montado sobre una
borriquilla— eran totalmente inventados. Y aunque sea demostrable
que los Evangelios contienen algunas ficciones (en especial lo
relativo a la infancia de Jesús), en ese caso particular hay
indicios convincentes de que el relato es auténtico.
Como hemos
visto en el
capítulo 11, los acontecimientos previos a la entrada
triunfal de Jesús en Jerusalén parecen organizados de antemano, por
ejemplo para suministrar la cabalgadura que utilizaría Jesús en
cumplimiento de las profecías mesiánicas. Los detalles que apuntan a
esa circunstancia son intrínsecos del relato evangélico; no parece
que los autores mismos tengan presente su significado. Por tanto,
podían inventar el episodio pero era difícil que se les ocurriesen
dichos indicios.
Así pues, ¿cuáles eran los auténticos designios y las motivaciones
de Jesús?
Podemos suponer que quiso explotar la manía mesiánica corriente en
la época, a
fin de reintroducir el culto a la diosa; para eso no habría
constituido ningún
obstáculo la pertenencia al linaje de David que suele atribuírsele,
porque el mismo
rey David había sido un adorador de la diosa igual que el rey
Salomón. Quizá Jesús fue un sacerdote de Isis que intentaba ofrecer
a los judíos una versión aceptable de la religión de Isis/Osiris, o
utilizó el anhelo mesiánico para fomentar algún plan más secreto y
de más alcance que implicase iniciaciones esotéricas, tal vez
culminantes en la Crucifixión.
Y si era «Jesús el nazareo», entonces
formaba parte de una primitiva «familia» de sectas heréticas judías,
de quienes se cree que preservaban y transmitían la forma original
de su religión. En cuanto a las creencias de los nazareos apenas
podemos hacer otra cosa sino especular, pero en lo que concierne a
Jesús desde luego esa afiliación guardaría coherencia con sus
convicciones de escuela mistérica. Cualquiera que sea la verdad
sobre esta cuestión podría ser que Jesús hubiese sido no tanto un
Hijo de Dios como un Hijo devoto de la Diosa.
La idea de que Jesús intentaba la reintroducción del culto a la
diosa entre el pueblo de Israel cuadra notablemente bien con lo que
sabemos. Es precisamente la intención que se le atribuye en
el Levitikon, el texto clave del
movimiento juanista. Ahí Jesús es un
iniciado osiriano sabedor de que la primitiva religión de Moisés y
la tribu de Israel era la de Egipto, y que los judíos habían
olvidado que hubo también una diosa. Desde luego, nada de eso
adquiere la densidad de una prueba concluyente, pero tal como
veremos en el próximo capítulo, la hipótesis recibe muy sólidos
apoyos, aunque de la procedencia más insospechada.
Aunque ahora parezcan asombrosas, la Iglesia primitiva no dejó de
observar las semejanzas entre el primer cristianismo y el culto de
Isis y Osiris. En realidad las dos religiones se disputaban los
corazones y las mentes del mismo tipo de parroquianos, y aparte la
insistencia de los cristianos en que su fundador había sido hombre
de carne y hueso, ambas doctrinas eran virtualmente idénticas.
El culto de Isis existente en la época de Jesús no era exactamente
el mismo que floreció en Egipto antes de convertirse éste en uno de
los reinos helenísticos.
Sus atributos cambiaron a medida que iba apropiándose los de otras
diosas. En el
siglo IV a.C., mientras mandaban en el país los griegos, apareció un
nuevo culto de Isis y Serapis (la forma helenizada de Osiris). Era en esencia una
fusión de distintas
escuelas mistéricas. Este culto llegó a Roma antes de 200 a.C. y,
después de haber
captado un considerable seguimiento en las provincias. Pero el
centro de culto
principal seguía estando en Egipto y era el Serapeum de Alejandría,
y también
hubo otro centro en Delos.80
A las clases inferiores de Roma les encantó este culto de Isis, y lo
abrazaron
con entusiasmo. Estos movimientos multitudinarios siempre fuesen
contemplados
con desconfianza por las autoridades, que veían en ellos el peligro
de una
subversión a gran escala. De manera que los seguidores de Isis en
Roma sufrieron
frecuentes persecuciones. Por último el Senado mandó destruir el
templo romano
de lsis y Serapis; pues bien, pese a ser sabidas las consecuencias,
no se hallaron
obreros dispuestos a encargarse del derribo. El culto fue
oficialmente abolido por Julio César.
Insospechadamente, en 43 a.C. el triunvirato mandó construir un
nuevo templo de Isis-Serapis. Lo cual pudo ser una consecuencia
directa de los famosos amoríos entre Marco Antonio y Cleopatra. Esta
reina encargó muchas imágenes en que se representaba a sí misma como
Isis, y a su amante como Osiris o Dioniso, aunque el interesado
prefería que le llamaran el Nuevo Dioniso. Durante su reinado,
Cleopatra no reparó en medios para conseguir que el culto de Isis se
convirtiera en la religión nacional de Egipto.
La persecución más severa que sufrieron en Roma fue la del
emperador Tiberio, en 19 d.C., cuando hizo crucificar a los
sacerdotes y 4.000 fieles salieron hacia el destierro. Esta
persecución coincidió con otra contra los judíos de Roma.
No se conocen con claridad las causas de la desmesurada reacción.
Josefo recoge el
suceso y lo atribuye a un escándalo, porque un aristócrata romano
había seducido
a la mujer de otro hombre en el templo de Isis con la complicidad de
uno de los
sacerdotes. Pero atendida la moralidad habitual en la alta sociedad
romana de la
época, un suceso así apenas debió de suscitar algo más que un
fruncimiento de
cejas. A lo que parece Josefo intenta diferenciar entre la
persecución contra los
seguidores de Isis y la desencadenada contra los judíos, pero todo
indica que los
primeros habían tomado parte en algún alboroto o insurrección.81
Pasaba algo insólito con la religión de Isis en aquella época. Como
ha escrito
R. Merkelbach en Man, Myth & Magic:
Queda claro que la «Iglesia» de Isis se atribuyó una «misión»
durante el período imperial
[...]. Es indudable que envió propagandistas.82
Durante el siglo I d.C. les sonrió la suerte a los partidarios del
culto, y ganaron algunos apoyos en las clases altas e incluso el de
algún emperador. Calígula, aunque no fuese un modelo de buena
conducta en otras cosas, promovió la construcción de templos y
estableció fiestas públicas en honor de Isis. En cuanto a Claudio y
Nerón, fueron aficionados a los cultos mistéricos en general, pero
también favorecieron el de Isis. Algunos de los emperadores romanos
del período tardío fueron incluso devotos del mismo.
El cual siguió existiendo públicamente hasta finales del siglo IV,
aunque cada vez más combatido por el cristianismo. En 391 d.C. los
cristianos arrasaron el Serapeum de Alejandría y tomaron medidas
para suprimir el culto dondequiera que se practicase. La última
celebración oficial de esa antigua religión fue en Roma, el año 394.
¿Por qué era tan popular el culto de Isis? ¿Qué ofrecía a sus
seguidores? Como ya hemos visto, versaba sobre la salvación y la
redención personales, y confería a sus devotos la bendición de la
vida eterna en el otro mundo. Como ha apuntado Sharon Kelly Heyob en
The Cult of Isis among Women in the Graeco-Roman World (1975):
Isis acabó por convertirse en una divinidad salvadora, si tomamos la
expresión en el sentido
esencial. Uno podía alcanzar la redención individual participando en
sus misterios. La
creencia en la posibilidad de obtener la inmortalidad fue la más
persistente de sus
doctrinas.83
A su vez Merkelbach dice acerca del culto de Isis:
Se hizo popular porque apelaba al afán de salvación personal (como
el cristianismo), y se le
asociaron ideas filosóficas platónicas [como también ocurrió con el
cristianismo].84
Había confesión de los pecados, y perdón de los mismos mediante la
inmersión en el agua
[...].85
S. G. F. Brandon subraya que en Egipto eran los ritos de la escuela
mistérica de Osiris los que asociaban esos dos conceptos: la
inmersión que es símbolo de purificación espiritual, y la
regeneración consiguiente. Y agrega:
Este proceso en dos etapas para la consecución de la bendita
inmortalidad no volvió a
aparecer hasta que emergió el cristianismo.86
Es verdad que hay estrechos paralelismos entre la descripción del
bautismo
dada por Pablo y la ceremonia correspondiente de las escuelas
mistéricas de
Osiris.87
Como en el cristianismo, la salvación personal del o de la creyente
depende
de su arrepentimiento. En esa época madura del Imperio romano sólo
estas dos
religiones concedían tanta importancia al arrepentimiento.88
Hay otra semejanza sorprendente, y singular, entre las prácticas del
culto de
Isis y las que luego introdujo la cristiandad católica: el concepto
de la confesión: el o
la creyente reconocía sus faltas en presencia del sacerdote, y
entonces éste elevaba
una plegaria a Isis para solicitar que le fuesen perdonadas.89
Otra práctica que la Iglesia primitiva compartió con los seguidores
de Isis, aunque digan lo contrario las equivocadas interpretaciones
modernas, fue el de asignar misiones activas a las mujeres, si bien
algunas estimaciones dan un número de sacerdotes superior al de las
sacerdotisas en ambas religiones. Al menos existía una igualdad
entre los dos sexos en el plano de las oportunidades y de la
dignidad espiritual.
Por lo común el culto de Isis hacía hincapié en el aspecto maternal
de la diosa, celebrando sus atributos de esposa y madre, aunque esto
no significa que descuidase las demás facetas de la naturaleza
femenina. En consecuencia, y como hemos comentado, la trinidad
familiar formada por Isis, Osiris y Horus ejercía una poderosa
influencia sobre la vida familiar de los devotos: hombres, mujeres y
niños se sentían comprendidos por sus dioses. Los laicos en general
desempeñaban un papel muy activo en la religión, a diferencia del
control total ejercido por el sacerdocio masculino de Roma, y
existían muchas cofradías de «laicos» vinculadas a los templos.
En cuanto a la vida sexual, a los seguidores de Isis se les
aconsejaba la
monogamia y el respeto a la santidad de la familia. Y aunque varios
autores
romanos los censuraron por conducta inmoral, eran los mismos que se
quejaban de los períodos habituales de abstención sexual que les
imponían sus queridas, si eran adoradoras de Isis.
Durante la época de mayor esplendor de la religión en Egipto, la
fiesta
principal caía el 25 de diciembre, cuando se celebraba el nacimiento
de Horus, hijo
de Isis... y veinte días más tarde, el 6 de enero, el de su otro
hijo Aion. Ambas
fechas han sido adoptadas por los cristianos, aunque es de observar
que la Iglesia
ortodoxa celebra la Navidad el 6 de enero. En Egipto, los cristianos
del siglo IV
celebraban la Epifanía de Jesús en esa fecha y adoptaron también
elementos de la
festividad de Aion, incluyendo ritos bautismales para los que se
utilizaba el agua
del Nilo. En Man, Myth & Magic, S. G. E Brandon ha observado «la
evidente
influencia de la festividad de Isis sobre las costumbres cristianas
asociadas a la
Epifanía».90
No obstante, eran muchos los cultos mistéricos de la época de Jesús
que tenían prácticas parecidas. Común a la mayoría de ellos era, por
ejemplo, la pretensión de que sus iniciados «volvían a nacer», y
como dice Marvin W. Meyer en
The Ancient Mysteries:
Habitualmente los mystai [iniciados] compartían comida y bebida en
las celebraciones
rituales, y en algunos casos pudieron considerar que se unificaban
con la divinidad al
participar en un ágape sacramental análogo a la eucaristía de los
cristianos. Se dice por
ejemplo que las ménades frenéticas de Dioniso devoraban la carne
cruda de los animales en
su festín llamado omofagia [...] las descripciones de este consumo
de carne sugieren que las
participantes se persuadían de estar devorando al dios mismo [...].
En los misterios de Mitra,
los iniciados participaban en una ceremonia tan parecida a la «Cena
del Señor» de los
cristianos, que el apologista cristiano Justino Mártir se vio
obligado a marcar diferencias
diciendo que los mystai mitraístas comían pan y bebían agua [o tal
vez agua mezclada con
vino] en una imitación diabólica, como él asegura, de la eucaristía
cristiana.91
Pero no importa qué semejanzas puedan hallarse entre otros cultos
mistéricos
y el cristianismo primitivo y las enseñanzas de Jesús, el de Osiris
es el que tiene
más títulos para ser calificado como inspirador directo de éstos. S.
G. F. Brandon
califica a Osiris de «prototipo de Cristo».91
La Historia de la Iglesia primitiva en Egipto es muy sugerente por
lo que se
refiere a parecidos entre el cristianismo y la escuela mistérica
Isis/Osiris. Los
historiadores admiten que hay muchos misterios alrededor de los
orígenes y
desarrollo del cristianismo en Egipto: todo cuanto se puede asegurar
es que fue un
vástago muy precoz de aquel movimiento. Llama la atención que una
metrópoli
tan grande e influyente como Alejandría fuese prácticamente ignorada
por los
autores del Nuevo Testamento, ya que sólo la mencionan una vez.
(Pero esa
mención, como veremos, es de especial significado para el presente
estudio.)
Hay
también una ausencia total de testimonios escritos acerca de esa
Iglesia hasta el
siglo III de nuestra era. Los estudiosos postulan que la facción
cristiana dominante
arrasó los archivos.93 Es evidente que la rama egipcia del
movimiento era un
escándalo intolerable, por algún motivo. Sobre cuál fuese la
naturaleza de éste,
quizá pueda verse una pista implícita en el hecho de que después de
la destrucción
del Serapeum en 391 d.C., buena parte de la parroquia de éste se
pasó a la Iglesia
cristiana copta (egipcia).94
La Iglesia copta siguió siendo una entidad separada, independiente
tanto de
la Iglesia de Roma como de la Ortodoxa oriental. Es de señalar que
sus creencias
son una evidente fusión de creencias tradicionales egipcias y
cristianas, y ambas se
asimilaron con extraordinaria facilidad. Después del 391 la Iglesia
copta adoptó el
ankh, la cruz ansata de los egipcios, que todavía hoy es su símbolo.
Y Mircea Eliade
afirma sin más circunloquios: «Los coptos se consideran a sí mismos
los auténticos
descendientes de los antiguos egipcios.»95
En ese período y en ese lugar se fabricaron muchas piezas esenciales
del rompecabezas que nos ocupa. La Alejandría de la época era un
crisol donde se sintetizaron muchos conocimientos y muchas ideas, de
donde salieron las doctrinas herméticas, el gnosticismo de
los
textos de Nag Hammadi y la alquimia en su forma «moderna». Todas
ellas, en esencia, expresiones de la importancia asignada al poder
trascendente de lo Femenino y a la magia de la unión de la diosa con
su dios.
La triste realidad es que, si bien hace por lo menos sesenta años
que todos los estudiosos conocen a la perfección las relaciones
entre el cristianismo y la religión de Isis/Osiris, en cambio muy
pocos cristianos de base saben nada de eso. Desde luego es posible
que no quieran saber que Jesús fue uno más de esa larga genealogía
de salvadores, de dioses que mueren y resucitan, porque la fe es más
importante para ellos que los datos históricos. Pero por otra parte,
muchos cristianos actuales se han sentido engañados por la Iglesia a
medida que iban realizando por sí mismos tales descubrimientos.
El cristianismo no fue la religión fundada por el único Hijo de Dios
que murió por la redención de nuestros pecados. Fue una reedición
del culto de Isis y Osiris; no obstante, se convirtió pronto en un
culto a la personalidad centrado en Jesús.
Pero si éste fue, en esencia, un misionero egipcio, ¿se puso
altruístamente al servicio de ese designio? ¿Se conformó Jesús con
hablar a los corazones y las almas de las multitudes? Algo falta en
ese panorama, algo que es fundamental para el entendimiento del
hombre y de su misión.
Es obvio que Jesús también había puesto las
miras en un objetivo mundano: existió una agenda política que
discurría paralela a sus ambiciones como propagandista de Isis/Osiris. No por casualidad fue un destacado caudillo y llevó su
mensaje a muchas partes de Palestina, procurando ser escuchado por
el mayor número posible de personas. En aquella época y lugar la
religión era inseparable de la política; el que se convirtiese en un
gran dirigente religioso era, por ese mismo hecho, una fuerza
política a tener en cuenta.
Sin embargo, toda campaña que se plantee unos objetivos tan
ambiciosos
implica inevitablemente grandes riesgos para quienes la capitanean,
y siempre se
alzan voces discrepantes. En este caso, la voz ya se había alzado
antes: era la voz que clamaba en el desierto, la de Juan el
Bautista, a quien volveremos ahora nuestra atención.
En la primera parte de este libro identificábamos dos hilos
principales de la trama, los que pasan por María Magdalena y por
Juan el Bautista; o también podríamos compararlos a sendas
corrientes subterráneas que atraviesan todas las herejías que hemos
contemplado hasta aquí. Ambas corrientes proceden indudablemente de
algún conocimiento muy secreto y poderoso que, de llegar a
publicarse, conmovería los propios cimientos de la Iglesia.
Así lo
ha demostrado nuestra investigación para el caso de María Magdalena.
Ella misma se revela como clave principal de secretos acerca de
Jesús que han permanecido largo tiempo ocultos. A través de ella
hemos visto que fue un sacerdote de la religión egipcia, y un adepto
de la magia cuando ella le inició mediante los ritos de la
sexualidad sacra. Ése era el significado real del culto herético a
la Magdalena y lo que leyeron en el código secreto generaciones de
heréticos. María no sólo representa la tradición pagana a la que
ella y Jesús pertenecían; para buena parte de esa clandestinidad
heterodoxa, María Magdalena era la diosa Isis.
Pero los heréticos guardaban cerca de sus corazones otro tema
secreto y éste se hallaba personificado y codificado por la figura
de Juan el Bautista. Tal como ocurre en el caso de la Magdalena, fue
una persona real que conoció a Jesús y tuvo determinadas relaciones
con él. Así pues, ¿qué revelaciones nos ofrece?
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