14. JUAN EL CRISTO
Mientras estudiábamos la vida de Leonardo da Vinci para averiguar si
había sido el falsificador del Sudario de Turín, nos sorprendió la
frecuente aparición de Juan el Bautista en aquélla. Fuese
coincidencia o no, el Maestro estuvo en relación con infinidad de
lugares consagrados a dicho santo, además de ser gran admirador
suyo. El principal de todos ellos, su amada ciudad de Florencia, en
cuyo corazón se alza un extraordinario baptisterio.
En 1995 lo
visitamos con un equipo de rodaje de la BBC que realizaba un
documental sobre el Sudario para la televisión; la mágica sigla
funcionó como una especie de «ábrete sésamo», y nos permitieron
entrar fuera de los horarios de visita del público. El baptisterio
es una obra arquitectónica extraña, de planta octogonal, que data de
los tiempos de la primera cruzada y es muy posible que su
construcción se debiese a los templarios, quienes además de sus
características iglesias de planta circular también promovieron la
forma octogonal, de acuerdo con lo que creían había sido la planta
del Templo de Salomón en Jerusalén.
Sobre todo deseábamos ver la
única escultura conservada de Leonardo (aunque hecha a medias con
Giovanni Francesco Rustici), puesta al exterior de esa singular
edificación de ocho lados. Es una estatua de Juan el Bautista,
naturalmente. Y como en todas las imágenes de Juan realizadas por
Leonardo, lo vemos con el dedo índice derecho levantado.
Como hemos dicho, la Herejía Europea tiene al Bautista como uno de
sus temas centrales, aunque se ha preferido mantener secretas las
verdaderas razones de ello. En efecto, hace algunos años, cuando
emprendimos nuestras pesquisas sobre el asunto, se echó de ver en
seguida que tenía relación con los secretos internos de
organizaciones corno los caballeros templarios y los francmasones.
Pero en los tiempos actuales, ¿por qué interesa seguir guardando el
misterio tan celosamente?
La imagen clásica cristiana de Juan el Bautista es de una notable
simplicidad. Queda convenido que cuando bautizó a Jesús principió el
ministerio de éste; más precisamente, dos de los Evangelios
canónicos empiezan relatando la predicación de Juan a orillas del
Jordán. El retrato de los autores representa a Juan como un
predicador ascético pero de carácter ardiente, que abandonó su vida
de anacoreta en el desierto para hablar al pueblo de Israel e
instarle a arrepentirse de sus pecados y bautizarse. Desde el
principio la figura humana de Juan según los evangelistas causa
cierto desasosiego al lector actual, por lejana e intransigente; o
mejor dicho, no vemos nada en los Evangelios que justifique la gran
veneración prodigada al personaje por generaciones de heréticos...
ni desde luego, nada susceptible de atraer a mentes privilegiadas
como lo fue Leonardo da Vinci.
En suma los relatos evangélicos poco dicen acerca del Bautista. Que
el rito administrado por él era un signo externo de arrepentimiento,
y que muchos hicieron caso de su llamada y se bañaron en el Jordán.
Entre ellos, el mismo Jesús.
Según Mateo, Marcos, Lucas y Juan, el Bautista proclamó que él no
era más que el precursor del Mesías anunciado, y admitió que esa
persona era Jesús. Cumplida su misión, desaparece casi por completo
del panorama, si bien siguió bautizando durante algún tiempo, según
dan a entender ciertos pasajes de los textos.
En el Evangelio de Lucas, Jesús y Juan son primos y el relato de la
concepción
y nacimiento del primero presenta, a manera de motivo entretejido,
las
circunstancias del caso de Juan, que son paralelas aunque desde
luego menos
milagrosas. Sus progenitores, el sacerdote Zacarías y su esposa
Isabel, son de edad
avanzada y no tienen hijos, pero entonces el ángel Gabriel les
anuncia que han sido
elegidos y tendrán descendencia.
Poco después de esto, la
posmenopáusica Isabel
concibe. A ella acude María al saberse embarazada; en ese momento
Isabel lleva ya
seis meses de gestación y la presencia de María hace que el niño no
nacido «salte
en su seno». Con esto ella comprende que el hijo de la otra mujer es
el futuro
Mesías: Isabel elogia a María y este «cántico» de alabanza es lo que
hoy llamamos
el Magnificat.1
Sigamos leyendo los Evangelios y veremos que poco después de
bautizar a
Jesús, Juan fue apresado por orden de Herodes Antipas y encarcelado.
El motivo
que se aduce es que Juan había condenado el reciente matrimonio de
Herodes con
Herodías, ex esposa de su hermanastro Felipe; matrimonio que era
contrario a la
ley judía por haberse ella divorciado antes de Felipe. Después de
pasar en el
calabozo una temporada que no se especifica, Juan fue ejecutado.
Según la historia
que todos conocen, Salomé, hija del matrimonio anterior de Herodías,
bailó para su
padrastro en la fiesta del cumpleaños de éste, y él quedó tan
encantado que
prometió darle lo que ella le pidiera, hasta «la mitad de su reino».
Pero inducida
por Herodías, ella pidió la cabeza de Juan el Bautista en una
bandeja. No
queriendo renegar de su palabra, Herodes accedió, aunque de mala
gana porque
empezaba a admirar al Bautista. Decapitado Juan, se consintió que
sus discípulos
se llevaran su cadáver para darle sepultura, aunque no consta si les
entregaron
también la cabeza2
Está todo lo que hace falta para un buen relato: el rey tiránico, la
perversa
madrastra, la danza de la doncella núbil y la muerte horrible de un
gran hombre, y
santo por añadidura. Material agradecido para generaciones de
artistas, poetas,
músicos y dramaturgos. Tiene una fascinación que no decae, lo cual
no deja de ser
curioso por tratarse de un pasaje evangélico que apenas ocupa unos
cuantos
versículos. Escandalizaron a los públicos, en particular, dos
versiones de
comienzos del siglo XX: Richard Strauss, en su opera Salome, retrata
a una joven
desvergonzada que intenta seducir a Juan en su mazmorra y al no
conseguirlo,
exige su cabeza en venganza para besar luego triunfalmente los fríos
labios.
La
comedia del mismo título de Oscar Wilde conoció una sola
representación debido
al tumulto que originó la publicidad anterior al estreno, basada
fundamentalmente
en el hecho de que el mismo autor quiso representar el papel
titular. Nos queda,
sin embargo, el famoso cartel dibujado por Aubrey Beardsley para la
obra, el cual
da la versión gráfica del enfoque planteado por Wilde y se centra,
una vez más, en la supuesta pasión necrofílica de Salomé.
Este cóctel intoxicante de erotismo imaginario tiene poco que ver
con el lacónico relato del Nuevo Testamento, cuya única intención
consiste en establecer más allá de toda duda que Juan fue el
precursor de Jesús e inferior a éste en el plano espiritual; además
debía desempeñar un rol profetizado como reencarnación de Elías,
anunciadora del advenimiento del Mesías.
Sin embargo, hay otra fuente de información sobre Juan, y es
fácilmente
accesible: las Antigüedades judías de Josefo. A diferencia de la
supuesta alusión a
Jesús de este autor, la autenticidad de lo que dice sobre Juan no se
discute, porque
surge con naturalidad en la narración, es una crónica imparcial que
no elogia a
Juan, y además difiere del relato de los evangelistas en varios
puntos sustanciales.3
Cuenta Josefo que Juan predicaba y bautizaba, con lo que alcanzó
enorme popularidad entre las masas. Esto alarmó a Herodes Antipas,
quien mandó prenderlo y ejecutarlo a título de «medida
profiláctica». Josefo no da detalles del encarcelamiento, ni de las
circunstancias de la ejecución, ni menciona para nada las supuestas
críticas contra el casamiento de Herodes. Sí en cambio menciona el
gran seguimiento popular de Juan y agrega que, habiendo sufrido
Herodes poco después una gran derrota militar, el pueblo la
interpretó como justo castigo por la injusticia perpetrada con el
Bautista.
Así pues, ¿qué nos permiten deducir acerca de Juan los evangelistas
y Josefo? Lo primero, que el relato del bautismo de Jesús debe de
ser auténtico; el hecho de incluirlo da a entender que era demasiado
sabido para omitirlo, y ya hemos comentado antes que los autores de
los Evangelios procuraron marginar a Juan siempre que pudieron.
La actividad de ése se centró en Perea, al este del Jordán,
territorio que pertenecía efectivamente a la jurisdicción de Herodes
Antipas junto con Galilea. La descripción de Mateo es
contradictoria;4 el Evangelio de Juan es más concreto y cita dos
poblaciones donde Juan bautizó, «Betania, al otro lado del Jordán»
(1, 18), pueblo próximo a la principal ruta comercial, y Ainón, al
norte del valle del Jordán (3, 23). Hay bastante distancia entre
ambos lugares, así que Juan debió de realizar considerables viajes
durante su misión.
La impresión de que era un anacoreta y asceta quizá sea debida a las
traducciones, y no del todo exacta. La palabra griega eremos se
puede traducir por
«yermo, desierto» o «soledad», lo segundo en el más amplio sentido.
Es la misma
que se emplea, significativamente, para calificar el lugar donde
Jesús dio de comer a los cinco mil.5
Carl Kraeling, en su estudio sobre Juan que por
ahora constituye
autoridad, aduce también que la dieta de «langostas y miel»
atribuida a Juan no
indica un estilo de vida especialmente ascético.6
También es probable que Juan no limitase su predicación a los
judíos. En la
crónica de Josefo dice que si bien al principio exhortaba «a
los judíos» para que llevasen una vida de virtud y devoción, «luego
congregó a otros [a su alrededor, se entiende] que también se
conmovían grandemente al escuchar sus enseñanzas».7
Algunos estudiosos creen que la frase sólo se entiende en el
supuesto que esos «otros» eran los no judíos, y como dice el
especialista británico en estudios bíblicos Robert L. Webb:
[...] en el contenido, nada sugiere que pudieran no ser gentiles. Y
los lugares en los que se
desarrolló el ministerio de Juan permiten suponer que tuviese
contacto con los gentiles que
recorrían la ruta comercial viniendo de Oriente, o los que vivían en
la región de
TranJordania.8
Otra concepción errónea muy común es la que concierne a la edad de
Juan como más o menos similar a la de Jesús. Pero todos los
Evangelios dan a entender que Juan llevaba ya varios años predicando
cuando bautizó a Jesús, y que era el mayor de los dos, quizá por un
margen mayor de lo que se cree.9 (El relato del nacimiento de Juan
en el Evangelio de Lucas es, como demostraremos luego, muy
inverosímil, y no parece probable que corresponda a ninguna
circunstancia real.)
Como el de Jesús, el mensaje de Juan disparaba por elevación contra
el culto del Templo de Jerusalén, y no era sólo que denunciase la
corrupción de sus funcionarios, sino todo lo que éstos
representaban. Su invitación al bautismo debió de enfurecer a las
autoridades del Templo porque además de presentarlo como
espiritualmente superior a los ritos de ellos, lo daba de balde.
Quedan luego las anomalías en los relatos de su muerte, sobre todo
si se compara con la crónica de Josefo. Los motivos que éste y
aquéllos atribuyen a Herodes, temor a la influencia política de Juan
(para Josefo), o cólera porque éste condenaba su matrimonio (para
los evangelistas), no son mutuamente excluyentes. En efecto, las
disposiciones matrimoniales de Herodes Antipas tuvieron
consecuencias políticas, pero no a causa de la persona con quien se
unió.
El problema estuvo en el hecho de que se divorció para poder
hacerlo, y su primera mujer había sido una princesa del reino árabe
de los nabateos. La ofensa inferida a esa familia real precipitó una
guerra entre los dos reinos, y recordemos que Nabatea lindaba con
los territorios de Herodes Antipas por la parte de Perea, que era
donde predicaba Juan. Por consiguiente, si Juan habló en contra del
matrimonio real, a los efectos prácticos se ponía de parte de
Aretas, el rey enemigo.
Con la amenaza implícita de que, si la multitud le daba la razón,
todas aquellas
gentes se pasarían al bando de Aretas y en contra de Antipas.10
Podrá parecer un argumento demasiado rebuscado e historicista, pero
no deja de extrañar que los Evangelios intenten «quitar hierro» a
los verdaderos motivos que tuviese Herodes para querer eliminar a
Juan. Si nos damos cuenta de que son, esencialmente, obras de
propaganda, y cuando confunden algún acontecimiento la confusión
suele ser intencionada, tendremos que preguntarnos a qué móviles
obedecían los evangelistas en este caso.
Es comprensible que los evangelistas desearan censurar cualquier
sugerencia
de que Juan hubiese tenido un gran seguimiento popular, ya que eso
cuadra con la
línea general que mantienen al respecto. Pero si querían inventar
algo, cabría
esperar que hubiesen ideado un pretexto que destacase la misión de
Jesús en
alguna manera. Por ejemplo, decir que Juan fue apresado por
proclamar que Jesús era el Mesías.
Además los narradores de los Evangelios cometen un error. Dicen que
Juan
criticó a Herodes Antipas porque se había casado con la ex mujer de
su
hermanastro Felipe. Si bien las circunstancias de ese matrimonio son
históricamente exactas, el hermanastro en cuestión era otro Herodes,
pero no
Felipe, y este otro Herodes era el padre de Salomé.11
Aunque los autores de los Evangelios hayan marginado a Juan tanto
como a la Magdalena, todavía encontramos huellas de su influencia
sobre los contemporáneos de Jesús. En un episodio cuyo significado
parece habérsele escapado a muchos cristianos, los discípulos de
Jesús le suplican: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus
discípulos».12
Esta petición sólo puede entenderse de dos maneras:
«enséñanos oraciones como Juan enseñó a sus discípulos», o
«enséñanos las mismas oraciones que Juan enseñó...». Y leemos luego
que Jesús les enseñó lo que luego se ha llamado el Padrenuestro
(«Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu
nombre...»).
En el siglo XIX el gran egiptólogo sir E. A. Wallis Budge había
descubierto ya los orígenes de la imprecación inicial en una antigua
plegaria a Osiris-Amón:
«Amón, Amón que estás en los cielos [...]»,13 obviamente anterior a
Jesús y a Juan en varios siglos.
Y el Señor a quien invoca la
plegaria claramente no es Yahvé ni el supuesto hijo, Jesús. En
cualquier caso el «Padrenuestro» no lo compuso él.
Según otra noción muy corriente, Juan quedó casi abrumado de respeto
tan pronto como vio a Jesús y antes de bautizarle. Nos quedamos con
la impresión de que toda su misión, o tal vez toda su vida, no
aguardaba sino ese único instante. Pero hay muchos indicios, en
realidad, de que Juan y Jesús, aunque estrechamente unidos al
comienzo de la carrera de éste, llegaron a ser enconados rivales.
Lo
cual no ha escapado a la atención de los más prestigiosos
comentaristas bíblicos actuales, como cuando escribe Geza Vermes:
El propósito de los evangelistas fue, indudablemente, el de
comunicar una impresión de
amistad y mutua estima, pero sus intentos dejan una sensación de
superficialidad; un
examen detallado de los indicios, fragmentarios por supuesto,
sugiere que no faltaron los
sentimientos de rivalidad, por lo menos entre los discípulos del uno
y el otro.14
Vermes dice también que el empecinamiento de Mateo y Lucas en
destacar la precedencia de Jesús sobre Juan es «tedioso». En efecto,
cualquier lector objetivo empieza a desconfiar cuando observa la
reiterada y más bien servil insistencia con que Juan subraya la
superioridad del «que viene detrás de mí». Tenemos aquí un Juan el
Bautista que literalmente se prosterna delante de Jesús.
Ahora bien, como señala Hugh Schonfield:
Las fuentes cristianas nos permiten darnos cuenta de que existió una
secta judía
considerable, que rivalizaba con los seguidores de Jesús y mantenía
que Juan el Bautista era
el auténtico Mesías [...].15
Schonfield también observa la «amarga rivalidad» entre los dos
grupos de
seguidores, pero agrega que la influencia de Juan sobre Jesús era
demasiado
conocida:
«Por consiguiente, y como no podían hablar mal del
Bautista, no
tuvieron otra salida sino tratar de relegarlo a un lugar
secundarlo».16
(Si no se entiende esa rivalidad, resulta imposible una explicación
completa de los verdaderos roles de Juan y Jesús. Aparte las
implicaciones para la propia teología cristiana, que son de mucho
alcance, el no haber tenido en cuenta esa dialéctica es lo que hace
insatisfactorias muchas teorías radicales modernas. Por ejemplo, y
como ya hemos mencionado, Ahmed Osman zanja la cuestión afirmando
que Jesús fue inventado por los seguidores de Juan el Bautista para
que se cumpliese su profecía de que después de él venía otro. Por el
contrario, Knight y Lomas en The Hiram Key, llegan al extremo de
afirmar que Jesús y Juan compartieron funciones de Mesías como
buenos compañeros,17 lo cual viene a decir que ambos predicadores
fueron íntimos: nada más lejos de la verdad.)
La conclusión más lógica es que Jesús empezó siendo un discípulo de
Juan, y luego se apartó de él para fundar su propio grupo. (De
manera que es muy probable que fuese bautizado por Juan, según se
nos ha contado, pero en calidad de acólito y no como Hijo de Dios.)
En efecto, los Evangelios corroboran que Jesús reclutó a sus
primeros discípulos de entre la muchedumbre de los seguidores de
Juan.
De hecho el gran erudito bíblico inglés C.H. Dodds ha traducido la
frase del
Evangelio de Juan, «el que viene después de mí» (ho opiso mou
erchomenos) por «el
que me sigue», lo cual, dado que la ambigüedad se mantiene en
nuestro idioma,
también puede significar «discípulo». Ésa fue también la
interpretación del mismo
Dodds.18
La crítica bíblica más reciente apunta la idea de que Juan nunca
hizo la famosa proclamación acerca de la superioridad de Jesús, ni
siquiera insinuó nunca que éste fuese el Mesías. En apoyo de ello se
citan varios hechos.
Los Evangelios citan (con bastante ingenuidad) que Juan, estando en
la cárcel, puso en tela de juicio la naturaleza mesiánica de Jesús.
Quieren dar a entender que dudó de si habría acertado cuando lo
respaldó, pero también podría ser otro caso en que los evangelistas
se vieron obligados a adaptar un episodio auténtico para ponerlo al
servicio de sus propios fines. ¿Tal vez fue que Juan negó
inequívocamente que Jesús fuese el Mesías... tal vez incluso le
denunció?
Desde el punto de vista de lo que creen los cristianos, las
deducciones que resultan de todo el episodio son, o deberían serles,
profundamente inquietantes. Por un lado, admiten que Juan recibió la
inspiración divina cuando reconoció a Jesús como el Mesías; por
otro, el hecho de mandar a preguntarlo desde la cárcel revela que
debió de tener sus dudas, como mínimo. Es obvio que durante la
reclusión tuvo tiempo para pensarlo... o quizá fue que le abandonó
la inspiración divina.
Como veremos luego, más tarde otros seguidores de Juan, los que
Pablo
encontró durante sus viajes misioneros a Éfeso y Corinto, no sabían
nada de la
supuesta proclamación, por parte de Juan, de un personaje más grande
que sobrevendría después que él.
La prueba más concluyente de que el Bautista jamás proclamó que
Jesús fuese el Mesías anunciado es que los propios discípulos de
Jesús no reconocieron a éste como tal, por lo menos al principio. Él
era su Maestro y ellos le seguían, pero nada indica que lo hiciesen
inicialmente porque creyeran que era el Mesías tan esperado por los
judíos. Según las muestras que van dando los discípulos, la
identidad de Jesús como Mesías fue una convicción que se impuso poco
a poco, en función de los acontecimientos de la vida pública de
aquél. Pero esa vida pública comenzó con el bautismo de Jesús por
Juan; por tanto, si este anunció en tal ocasión que Jesús era el
Mesías, ¿no lo habrían sabido todos desde el primer momento? (En los
Evangelios se observa que el pueblo le seguía, aunque no porque
creyeran que era el Mesías, sino por algún otro motivo.)
Queda todavía otra consideración que da mucho que pensar. Cuando el
movimiento de Jesús empezó a hacerse notar, Herodes Antipas se
asustó y, a lo que parece, creyó que Jesús era Juan resucitado o
reencarnado (Marcos 6, 14-16):
La fama de Jesús llego a oídos del rey Herodes. Unos decían: «Ése es
Juan Bautista, que ha resucitado y tiene el poder de hacer milagros»
[...].
Pero Herodes, al oír hablar de esto, decía: «Es Juan, a quien yo mandé cortar la cabeza, que ha resucitado».
Estas palabras siempre se han leído con extrañeza. ¿Qué quiso decir
Herodes? ¿Que Jesús era Juan, de alguna manera reencarnado? Pero eso
no podía ser, porque durante algún tiempo estuvieron vivos ambos,
Juan y Jesús. Antes de examinar con más detenimiento ese relato,
anotemos algunas consecuencias importantes de las palabras de
Herodes.
La primera, que evidentemente éste no sabía que Juan hubiese
profetizado que «después de él» sobrevendría otro más grande: de lo
contrario habría sacado la conclusión obvia de que Jesús era esa
persona anunciada. Si la venida del Mesías hubiese sido una parte
destacada de las enseñanzas de Juan, como aseguran los Evangelios,
¿cómo no lo supo Herodes?
La segunda, cuando Mateo (14, 1) pone en boca de Herodes:
«Ése es
Juan Bautista que ha resucitado de entre los muertos y por eso tiene
poder de obrar milagros».
Que Juan hubiese tenido tal poder, lo
niegan los Evangelios en redondo; de hecho el Evangelio de Juan (10,
4 1) expresa la negativa con tanto énfasis como para hacer sospechar
un renuncio. ¿Acaso Juan el Bautista había convertido el agua en
vino, había dado de comer a millares con un puñado de alimentos,
había curado enfermos... tal vez resucitado muertos? A lo mejor sí.
Pero una cosa es cierta: no será en el Nuevo Testamento, la
propaganda del movimiento de Jesús, donde podamos leer semejantes
hechos.
Hay una posible interpretación de las palabras de otro modo
inexplicables de
Herodes en el sentido de que Juan había renacido, como si dijéramos,
a través de
Jesús. Aunque parezca increíble, tanto en el sentido literal como en
el metafórico,
recordemos que se trata de una cultura y una época tan diferentes de
las muestras
en muchos aspectos como si hubieran estado en otro planeta. Como
señaló en 1940 Carl Kraeling, las palabras de Herodes sólo cobran
sentido si entendemos que reproducían ideas ocultas pero muy
difundidas en el mundo grecorromano de los tiempos de Jesús.19
La
sugerencia fue recogida y desarrollada por Morton Smith en Jesus the
Magician (1978).20 Como hemos mencionado, la conclusión de Smith en
cuanto al enigma de la popularidad de Jesús apunta a sus
exhibiciones de magia egipcia.
Por aquel entonces se creía que tales demostraciones requerían que
el hechicero tuviese poder sobre un demonio, o espíritu. De hecho
hay una alusión en tal sentido cuando Jesús comenta la acusación
dirigida contra Juan por algunas gentes: que «tenía un demonio».
Esto no significa, como pudiera parecer a primera vista, que
estuviese poseído por un espíritu malo, sino todo lo contrario, que
Juan tenía poder sobre uno de los tales.
En este contexto, Kraeling propone que interpretemos las palabras de
Herodes Antipas como una referencia a ese concepto, porque no sólo
se podía «sujetar» a un demonio de esa manera, sino también el alma
de una persona, especialmente la de alguien que hubiese fallecido de
muerte violenta. Un alma o espíritu así esclavizado, se creía, no
tendría más remedio que hacer cuanto le ordenase su amo. (La misma
acusación se dirigió luego contra Simón el Mago, de quien se dijo
que tenía «esclavizada» el alma de un muchacho asesinado.)
Escribe Kraeling:
Los detractores de Juan aprovecharon la oportunidad de su muerte
para desarrollar la
sugerencia de que su espíritu desencarnado estaba al servicio de
Jesús como instrumento
para realizar trabajos de magia negra, lo cual implicaba de por sí
una no pequeña concesión
en cuanto a los poderes de Juan.21
Teniendo presente esa explicación, Morton Smith apostilla así las
palabras de Herodes:
Juan Bautista ha resucitado de entre los muertos [por la necromancia
de Jesús, que ahora es
su dueño] y por eso [ Jesús-Juan] tiene [control sobre el] poder de
[las potencias inferiores y
éstas consiguen] obrar milagros [bajo sus órdenes].22
En apoyo de esa idea Smith cita el texto mágico de un papiro que se
conserva en París. Se trata de una invocación al dios Helios, y tal
vez esto también es significativo.
Concédeme autoridad sobre este espíritu de un hombre asesinado, de
cuyo cuerpo yo poseo
una parte [...].23
En este contexto son especialmente interesantes los dones que el
mago solicita recibir por medio de la operación: la aptitud para
sanar y para anunciar si una persona enferma vivirá o morirá, y la
promesa de que «serás adorado como un dios [...]».24
Otro episodio viene a subrayar el hecho de que la popularidad de
Juan era, si acaso, mayor que la de Jesús. Sucede hacia el final del
ministerio de éste, cuando predica a la multitud en el Templo de
Jerusalén.25 «Los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo» buscan
polemizar con él en público y le plantean preguntas capciosas con
intención de atraparlo, cuestiones que Jesús elude con habilidad de
consumado político. Cuando le invitan a manifestar de quién ha
recibido autoridad para hacer lo que hace, Jesús replica con otra
pregunta: el bautismo de Juan, ¿era del cielo o era de los hombres?
Los adversarios se toman su tiempo para pensarlo:
Ellos se hicieron este razonamiento:
«Si decimos que del cielo, nos
dirá: Entonces, ¿por qué no creísteis en él? y ¿cómo vamos a decir
que de los hombres...? Temían al pueblo, porque todos tenían a Juan
como verdadero profeta.
Ante este dilema, declinan contestar.
Lo significativo de este diálogo es que Jesús utiliza contra los
sacerdotes el miedo de éstos a la popularidad de que disfrutaba
entre la multitud Juan, no él mismo. Como hemos visto, también
Josefo subrayó la gran influencia y el seguimiento que tenía Juan
entre el pueblo; es obvio que el Bautista no fue un predicador
itinerante cualquiera, sino un dirigente de gran carisma y poder
que, por las razones que fuese, tenía numerosos seguidores. O lo que
dice Josefo, que tanto judíos como gentiles «se conmovían
grandemente al escuchar sus enseñanzas».
Hay un curioso episodio en el evangelio apócrifo llamado Libro de
Santiago o Protoevangelio, según el cual Juan era importante por
derecho propio.26 Aun admitiendo que este evangelio se recopiló en
época relativamente tardía y trae muchos sucesos de la infancia de
Jesús que nadie toma en serio, es evidente que incluye materiales de
distintas fuentes y por tanto, sugiere algunas deducciones acerca de
tradiciones conocidas. Quien lo escribió seguramente no conocía los
Evangelios canónicos, pues en tal caso habría sido una invención
descabellada.
En este relato de las infancias de Jesús y de Juan, y después de la
conocida narración del nacimiento de Jesús y la visita de los Sabios
de Oriente, Herodes dispone la matanza de los inocentes. Hasta aquí
todo parece idéntico a la versión del Nuevo Testamento, pero luego
emprende una dirección totalmente distinta.
Cuando María se entera de la matanza su reacción consiste,
sencillamente, en ponerle pañales al niño y esconderlo en un pesebre
para bueyes. Para que no lo encuentren los soldados, es de suponer,
pero resulta que es Juan el que buscan. Leemos que Herodes envía a
sus alguaciles para que interroguen a Zacarías, el padre de Juan,
pero éste ignora donde están su mujer y su hijo.
Herodes montó en cólera y exclamó: Ese hijo será el rey de Israel.
En esta versión es Isabel la que se refugia en los montes con Juan.
Se insinúa aquí un evidente paralelismo, o tal vez incluso una
«Sagrada Familia» rival.
Como hemos dicho, Juan tenía un multitudinario seguimiento popular,
mientras que el movimiento de Jesús consistía en un círculo de
discípulos que lo acompañaban a todas partes, y gentes del pueblo
que se acercaban a escuchar sus palabras. Y también como en el caso
de Jesús, después de la muerte de Juan sus discípulos se pusieron a
escribir la crónica de su vida para enseñar lo que eran a todos los
efectos, unas Escrituras de Juan.
Los eruditos admiten que ese cuerpo de «libros de Juan» existió...
antaño, pero nosotros no lo tenemos. Es posible que fuese destruido,
o guardado en secreto por los «herejes». En cualquier caso, debía de
contener algún material que no concordase con lo que dice de Juan y
Jesús el Nuevo Testamento, ya que de lo contrario se habría
conservado en alguna forma y sería conocido.
Lo que dice Lucas sobre la concepción «simultánea» de Jesús y de
Juan, es muy interesante. Los estudiosos analizaron el relato y han
establecido más allá de toda duda que es, en realidad, una
refundición de dos narraciones distintas, la que cuenta la
concepción de Juan y la de Jesús, unidas (como postula Kraeling)
«por una argamasa de materiales básicamente desvinculados de
ambas».27
Dicho de otro modo, Lucas (o la fuente que éste manejase)
tomó dos historias distintas y trató de unirlas mediante el
artificio literario de la conversación entre las dos futuras madres,
Isabel y María. La conclusión lógica es que el relato de la infancia
de Juan era, en principio, ajeno al Evangelio, y probablemente
anterior a la historia de la Natividad de Jesús. De donde resultan
varias consecuencias importantes.
Una de ellas, que circulaban ya
relatos tocantes a la biografía de Juan. Otra, que Lucas concibió
expresamente su versión de la Natividad con intención de «mejorar»
la que circulaba acerca de Juan; al fin y al cabo, el «milagro» de
la concepción de éste sólo consistió en que sus progenitores eran de
edad avanzada: en cambio Jesús según Lucas es hijo de una virgen. Y
el único motivo que podía tener Lucas para montar semejante
progresión dramática es que el seguimiento de Juan aún existía y
rivalizaba con el de Jesús.
Esto lo corrobora otro hecho demostrado por los eruditos... pero que
sigue siendo desconocido para la mayoría de los cristianos, que la
popularísima alabanza de María, el Magnificat, en realidad es la de
Isabel y se refiere a su hijo.
Las palabras del «cántico» establecen la relación con Ana, el
personaje del Antiguo
Testamento que tampoco tuvo hijos hasta edad avanzada, de modo que
se ajusta
más a la Situación de Isabel. Y de hecho algunos manuscritos
antiguos del Nuevo
Testamento dicen que el cántico es de Isabel; hacia 170 Ireneo, un
Padre de la
Iglesia, dice que fue ella quien las pronunció, y no María.28
Continuando con los paralelismos, en la ceremonia de la circuncisión
de Juan,
su padre Zacarías pronuncia una «profecía», o himno en elogio de su
hijo recién
nacido. Es lo que llamamos el Benedictus.29 Es evidente que éste
debía de formar
parte del relato originario de la natividad de «Juan el Bautista».
El Magnificat y el
Benedictus pueden ser dos himnos diferentes en loor de Juan,
incorporados a un
«Evangelio de Juan» que luego debió de ser adulterado por Lucas para
hacerlo más agradable a los seguidores de Jesús. Lo cual indicaría
que las gentes no sólo escribieron narraciones de la vida de Juan
sino que además le elogiaban en verso y música.
Pero ¿es de creer
que estas tradiciones acerca de Juan suministrasen a los autores de
los Evangelios, que sobrevinieron después, materiales en los que
basaron los relatos de la vida de Jesús? Como dice Schonfield en
Essene Odyssey:
A los cristianos, la relación con los seguidores de Juan el Bautista
[...] les dio conocer los
relatos de la Natividad de Juan en los que éste figura como el
Mesías niño de las tradiciones
sacerdotales, nacido en Belén.30
Por otra parte, los textos antiguos de la Iglesia conocidos como las
Recognitiones clementinas afirman taxativamente que algunos de los
discípulos de
Juan creyeron que éste era el Mesías.31 En el mismo sentido de que
los seguidores
de Juan creyeron que era el Mesías apuntan, según Geza Vermes,
algunos
episodios de los Evangelios y de los Hechos.32
El convencimiento de que existió lo que podríamos llamar «los libros
de
Juan» aporta una respuesta a los muchos problemas que plantea el
cuarto
Evangelio, el atribuido al discípulo Juan. Ya hemos mencionado que
contiene
varias contradicciones internas este Evangelio. Aunque es el único
que se dice
basado en un testimonio presencial —pretensión sustentada por la
minuciosidad
de los detalles que ofrece el texto—, contiene muy notorios
elementos gnósticos
que chocan con los demás Evangelios y con el tono distante del libro
mismo,
observable sobre todo en el «prólogo», que es un tratado breve sobre
Dios y el Logos.
El Evangelio de Juan es el más rabiosamente antiBautista de
todos, pero
también el único que contiene el reconocimiento expreso de que Jesús
reclutó a sus
primeros discípulos de entre los seguidores de Juan... sin exceptuar
al supuesto
autor y testigo ocular, el mismo «discípulo predilecto».33
No obstante, dichas contradicciones no invalidan necesariamente el
Evangelio. Está muy claro que el autor recopiló tomando de varias
fuentes,
entretejidas e interpretadas con arreglo a lo que él mismo creía
acerca de Jesús, y
reescribiendo parte del material donde le pareció necesario.
Quienquiera que fuese
el autor, se diría que desde luego el Evangelio contiene el
testimonio de primera
mano del «discípulo predilecto». Pero muchos de los más prestigiosos
especialistas
en el Nuevo Testamento opinan que el autor utilizó también algunos
de los textos
escritos por seguidores del Bautista, a quien, según Edwin Yamauchi,
gran
autoridad en estudios sobre el Próximo Oriente, «el cuarto
evangelista [...]
desmitologizó y cristianizó».34
Este material del Bautista estaría formado, principalmente, por el
prólogo y lo que se conoce como «revelaciones de Jesús a los
discípulos». El gran especialista bíblico alemán Rudolf Bultmann
dice que eran:
[...] según se cree, documentos originarios de los seguidores de
Juan el Bautista que
exaltaban a Juan y le asignaban, en principio, la misión de Redentor
enviado por el mundo
de la Luz. De acuerdo con esto, buena parte del Evangelio de Juan no
fue cristiano en origen,
sino que resultó de la transformación de una tradición del
Bautista.35
Observemos que estos elementos del Evangelio de Juan son los más
gnósticos, de ahí que hayan originado las mayores dificultades para
los historiadores, en lo que se refiere a este Evangelio. Por
discrepar tanto estos elementos de la teología de los demás
Evangelios así como del resto del Nuevo Testamento, con frecuencia
se ha supuesto que ese libro era bastante más tardío. Pero el
panorama cambia si admitimos que quizá no proviene de los seguidores
de Jesús, sino de otras fuentes. Varios comentaristas han
relacionado el cuarto Evangelio con una «fuente gnóstica
precristiana» que hubiese sido adaptada por el autor de aquél. En
esa fuente se quiere ver a Juan el Bautista y a sus seguidores,
quienes según eso fueron también gnósticos.
(Estos descubrimientos podrían resolver la controversia sobre la
datación del
Evangelio de Juan. Como hemos mencionado, durante mucho tiempo
prevaleció la
opinión de que, a tenor de los materiales gnósticos y otros no
judaicos, debió de
escribirse después de los Sinópticos. Pero si Jesús no fue judío, y
si una buena parte
del material deriva de los seguidores de Juan el Bautista, supuesto
que éstos fuesen
gnósticos, sería bien posible que este Evangelio fuese contemporáneo
de los demás
o incluso anterior a ellos.)
No sólo Juan tuvo seguidores numerosos y devotos mientras vivió,
sino que el movimiento siguió creciendo después. Nuevo y curioso
paralelismo con la cristiandad, pues hay indicios de que había
llegado a ser toda una Iglesia por derecho propio, y no confinada a
Palestina.
En 1992 A. N. Wilson escribió en su libro Jesus:
Si la religión de Juan el Bautista [y ahora sabemos que la hubo]
hubiera llegado a ser el culto predominante de la región
mediterránea, y no la religión de Jesús, probablemente conoceríamos
mejor a ese sorprendente personaje. Ese culto sobrevivió por lo
menos hasta el año 50 y tantos, como ingenuamente nos hace saber el
autor de los Hechos [...]. En Éfeso se creyó que «El Camino» (como
llamaban a la religión de esos primitivos creyentes) consistía en
seguir «el bautismo de Juan» [...]. Si Pablo hubiera tenido un
carácter menos enérgico [...]
o no hubiese escrito tantas epístolas, bien habría podido suceder
que fuese el «Bautismo de Juan» la religión que captó la imaginación
del mundo antiguo, como lo hizo en realidad el Bautismo de Jesús y
el culto habría seguido evolucionando, de tal manera que sus
seguidores actuales, a quienes tendríamos que llamar juanistas, o
baptistas, creerían [...] en la naturaleza divina de Juan [...].
Pero ese accidente de la Historia no sucedió.36
Así que incluso el Nuevo Testamento describe la existencia de la
Iglesia de
Juan fuera de las fronteras de Israel. Lo cual comenta Bamber
Gascoigne:
El grupo que se encontró Pablo en Éfeso proporciona un intrigante
atisbo sobre esa posible
religión en vías de desarrollo [...] pero Pablo tuvo buen cuidado de
ahogarla en germen.37
Ese grupo era la Iglesia de Juan, naturalmente. Su propia existencia
como
entidad separada después de la muerte de Jesús da a entender que
Juan nunca
predicó que «detrás de él» vendría otro más grande, o si lo hizo,
quizá no pensó
que el sucesor iba a ser Jesús. Desde luego cuando los seguidores de
Juan hablaron
con Pablo no parece que tuvieran ni idea de semejante profecía.
Y no
eran una
secta insignificante. Ha sido descrita como «un culto
internacional»,38 y se extendía
desde el Asia Menor hasta Alejandría. Los Hechos de los Apóstoles
consignan que la religión de Juan fue llevada a Éfeso por un
alejandrino llamado Apolo. Que ésta
sea la única mención de Alejandría en todo el Nuevo Testamento
invita a desconfiar.
Así pues, Juan el Bautista tuvo un seguimiento numeroso y distinto,
que le sobrevivió formando una verdadera Iglesia. Siempre se ha dado
por supuesto, sin embargo —como lo hace A. N. Wilson en el
comentario citado anteriormente— que ésta quedó muy pronto subsumida
en la cristiana. Es verdad que algunas de sus comunidades, como las
visitadas por Pablo, fueron absorbidas por el movimiento de Jesús;
pero hay fuertes indicios de que la Iglesia de Juan sobrevivió.
Pero ese conjunto de indicios tiende a destacar el papel de un
personaje que parecería muy fuera de lugar en este drama, a primera
vista, y tanto que en toda la Historia del cristianismo ha sido
vilipendiado como «padre de todas las herejías» y nigromante de la
peor especie. E incluso prestó su nombre a un pecado: el de querer
comprar el Espíritu Santo, la simonía. Nos referimos, naturalmente,
a Simón el Mago.
A diferencia de María Magdalena y Juan el Bautista, los otros dos
personajes principales que venimos comentando, nadie dirá que Simón
el Mago fuese marginado de la crónica cristiana primitiva, ya que
tiene en ella un lugar bien destacado. Sólo que denunciado inequívocamente como un pérfido, como el hombre que pretendió
emular a Jesús, el que en un momento dado se infiltró en la
incipiente Iglesia para espiar sus secretos... hasta que fue
desenmascarado por los apóstoles, según era de esperar.
Llamado a veces «el primer Hereje», a Simón el Mago suelen tratarlo
como un caso sin redención. Los motivos de ello los indica el hecho
de que gnóstico era sinónimo de herético para los primeros Padres de
la Iglesia, y Simón fue gnóstico (aunque no el fundador del
gnosticismo como ellos creían).
La aparición de Simón en el Nuevo Testamento es breve (Hechos de los
Apóstoles 8, 9-24). Significativamente, es un samaritano, quien
según el libro de los Hechos asombraba a Samaria con sus magias;
pero cuando predicó allí el apóstol Felipe quedó tan impresionado
que se hizo bautizar. Lo cual resultó ser un ardid con la intención
de ver cómo se confería el Espíritu Santo mediante la imposición de
manos. Ofrece dinero a Pedro y a Juan para recibir ese poder, lo
cual tropieza con una enérgica reprimenda. Temiendo por su alma,
Simón se hace atrás, se arrepiente y les suplica que recen por él.
Pero los primeros Padres de la Iglesia conocían bien a ese
personaje, y lo que
cuentan de él no va de acuerdo con la sencilla moraleja de los
Hechos.39 Era un
oriundo de la aldea de Gitta y cobró fama por sus habilidades de
mago (de ahí el sobrenombre). Durante el reinado de Claudio (41-54
d.C., es decir a unos diez años de la Crucifixión), estuvo en Roma,
donde recibió honores de dios y le consagraron incluso una estatua.
Entre los samaritanos ya estaba reconocida su naturaleza divina.
Simón el Mago viajaba con una mujer llamada Helena, ex prostituta de
la ciudad fenicia de Tiro, a quien llamaba la Primera Noción
(Ennoia) y la Madre del Todo. Lo cual responde a las ideas
gnósticas:
enseñaba que el primer pensamiento de dios había sido una
entidad femenina —como la figura judía de la Sabiduría/Sophia que
hemos comentado—, y luego fue ella la que creó los ángeles y otros
semidioses que son los dioses de este mundo. Ellos crearon la Tierra
siguiendo las instrucciones de ella, pero luego se rebelaron y la
encarcelaron en la materia, en el mundo sensible. Así estaba
atrapada en una sucesión de cuerpos femeninos (entre los cuales el
de Helena de Troya), sufriendo humillaciones cada vez más
insoportables, hasta recalar como prostituta en la ciudad portuaria
de Tiro. Pero no todo estaba perdido porque Dios también se había
encarnado en la figura de Simón. Él la buscó y la redimió.
El concepto de un sistema cosmológico que abarca una serie de planos
y mundos superiores e inferiores nos resulta ya familiar: aunque los
detalles concretos varían, es la creencia común de los gnósticos que
todavía influyó a los cátaros de la Edad Media, y la que constituye
el sustrato de la cosmología hermética en que se funda el ocultismo
occidental, pasando además por la alquimia y la hermética del
Renacimiento. También hay paralelismos exactos y sorprendentes con
otros sistemas de pensamiento que hemos comentado; el más
significativo es el parecido con el gnosticismo copto del Pistis
Sophia, donde es Jesús quien acude a la redención de la Sophia
atrapada, personaje expresamente vinculado a la Magdalena en dicho
texto.40 (También Simón llamaba a Helena su «oveja extraviada».)
La personificación de la Sabiduría como una mujer, y más
concretamente una prostituta, también es un tema familiar de esta
investigación y la recorre como una especie de hilo oculto. En el
caso de Simón, esa encarnación era literal en la persona de Helena.
Como ha escrito Hugh Schonfield:
[...] los simonianos adoraban a Helena como Atenea (la diosa de la
Sabiduría), quien a su vez
estaba identificada con Isis en Egipto.41
Schonfield también relaciona a Helena con la misma Sophia y con
Astarté.
También Karl Luckert retrotrae a Isis el concepto de Ennoia
encarnado en Helena según Simón.42
Geoffrey Ashe coincide con ello y añade:
«[Helena] se sitúa
en el mismo recorrido de retorno a la gloria como Kyria o Reina
celestial».43
Otra fuente apócrifa cuyo origen se sitúa hacia 185 describe a
Helena diciendo que era «negra como una etíope», y que bailaba
encadenada. Y agrega:
«Todo el Poder de Simón y de su Dios está en esa Mujer que baila».44
Ireneo escribe que los sacerdotes iniciados por Simón «vivían en la
inmoralidad»,45 pero luego nos decepciona no concretando la
afirmación. Es bastante obvio, sin embargo, que debieron de
practicar ritos sexuales, como revela Epifanio en su monumental
tratado Contra la herejía:
Y tomó parte en misterios de obscenidad y [...] derramamientos
corporales, emissionum
virorum, feminarum menstruorum, a fin de recogerlos en la más
repugnante de las despensas
para los misterios.46
(G. R. S. Mead, buen victoriano que hizo esa traducción dejándose
palabras en latín para no ofender el recato, quiere decir que Simón
practicaba la magia sexual con utilización de semen y de sangre
menstrual.)
Salta a la vista el miedo que le tuvieron los Padres de la Iglesia a
Simón el Mago y su influencia. Todo sugiere que fue un serio peligro
para la primitiva Iglesia, lo cual extraña... hasta que nos damos
cuenta de lo mucho que Simón el Mago tuvo en común con Jesús.
Los Padres procuran subrayar que, si bien Simón y Jesús hacían y
decían casi
lo mismo, sin exceptuar los milagros, las fuentes de los poderes del
uno y el otro
eran bien distintas. Lo de Simón era hechicería maligna, mientras
que Jesús recibía
el poder del Espíritu Santo. En la práctica Simón venía a ser una
parodia satánica
de Jesús. Así hallamos en Hipólito, por ejemplo, la rotunda
declaración acerca de
Simón: «No era Cristo».47
Más revelador aún lo que escribe Epifanio:
Entre los tiempos de Jesús, y nuestros días, la primera herejía fue
la de Simón el Mago, y
aunque no sea de recibo darle nombre de cristiana, hizo mucho daño
por la corrupción que
sembró entre cristianos.48
Y más todavía, según Hipólito:
[...] al comprar la libertad de Helena, ofrecía la salvación a los
hombres por el conocimiento
peculiar que tenía él mismo.49
Otro relato acredita a Simón la capacidad de obrar milagros, como
convertir las piedras en panes. (Tal vez eso explica la tentación de
Jesús cuando se le ofreció ese mismo poder, lo cual rechazó. Pero
más adelante se nos cuenta que alimentó a cinco mil personas con
cinco panes y dos peces, que viene a parecerse bastante.)
Jerónimo cita de una de las obras de Simón:
Yo soy la Palabra de Dios, el glorioso, el Paracleto, el
Todopoderoso. Yo soy la totalidad de
Dios.50
Es decir, que Simón proclamaba su propia naturaleza divina y
prometía la salvación a sus seguidores.
En el libro apócrifo de Hechos de Pedro y Pablo se cuenta un
concurso entre
Simón Mago y Pedro consistente en resucitar un difunto. Pero Simón
sólo consigue
reanimar la cabeza, mientras que Pedro domina el truco a la
perfección.51 Hay muchos de estos relatos apócrifos de rivalidad
mágica entre Simón el Mago y Simón Pedro, aunque todos terminan con
el obligado triunfo de los cristianos. Lo que demuestran esas
narraciones, sin embargo, es que aquél tuvo tanta influencia que fue
necesario idear esos cuentos para contrarrestar su ascendiente sobre
las masas.
El Mago no fue un simple hechicero itinerante, sino un filósofo que
escribió sus ideas. Obvio es decir que sus libros se han perdido,
pero quedan citas bastante extensas de ellos en las obras de los
Padres de la Iglesia que polemizaron contra él y lo condenaron. Esos
fragmentos revelan con claridad, no obstante, el gnosticismo de
Simón y su creencia en dos fuerzas opuestas, pero complementarias,
masculina y femenina.
Véase por ejemplo esta cita de su Gran
Revelación:
Dos géneros hay de Eones universales [...] el uno se manifiesta
desde arriba, que es el Gran Poder, el Numen Universal que ordena
todas las cosas, masculino, y el otro por abajo, la Gran Noción,
femenina, que produce todas las cosas. Así pues, al emparejarse la
una con el otro se unen y manifiestan la Distancia Media [...] en
eso está el Padre [...]. Él es el que permaneció, permanece y permanecerá, el poder
macho-hembra en el Poder sin
límites [...].52
Nos parece estar oyendo un eco del hermafrodita alquímico, del
andrógino simbólico que tanto fascinó a Leonardo. Pero ¿de dónde
provenían las ideas de Simón el Mago?
Karl Luckert 53 retrotrae las «raíces ideológicas» de las enseñanzas
de Simón a las religiones del antiguo Egipto, y en efecto parece que
reflejan o tal vez incluso continúan esos cultos de una forma
adaptada. Y si bien, como hemos visto, las escuelas de Isis/Osiris
subrayaban la oposición y la igual naturaleza de las deidades
femenina/masculina, a veces se entendió que ambas se fundían en una
sola persona y cuerpo, los de Isis. En ocasiones la representaron
con barba, o lo atribuyeron las palabras «aunque soy hembra, me he
convertido en macho...».
Por lo que concierne a la Iglesia primitiva, el parecido entre las
enseñanzas de Simón el Mago y las de Jesús era peligroso: de ahí la
acusación de que Simón había intentado hurtar el conocimiento de los
cristianos. Eso es una admisión tácita de que sus enseñanzas eran en
realidad compatibles con las de Jesús, o incluso formaban parte del
mismo movimiento. Las posibles deducciones son inquietantes.
¿Quizá Jesús y María Magdalena practicaron los mismos ritos sexuales
que Simón
y Helena? Según Epifanio, los gnósticos tenían un libro llamado de
las Grandes
Preguntas de María, que atesoraba por lo visto los secretos internos
del movimiento
de Jesús y adoptaba la forma de ceremonias «obscenas».54
Podríamos sentirnos tentados a rechazar esos rumores como parte de
la mutua difamación propagandística; pero como hemos visto, hay
indicios de que la Magdalena era una iniciadora sexual dentro de la
tradición de las prostitutas del templo cuya función consistía en
conferir a los hombres el don de la horasis, la iluminación
espiritual a través del acto sexual.
John Romer en su libro Testament clarifica el paralelismo:
La gran prostituta Helena, como la llamaban los cristianos, era
la
María Magdalena de Simón
el Mago.55
Hay además otro vínculo, el de su posible común origen egipcio. Karl
Luckert dice de Simón:
En tanto que «padre de todas las herejías», actualmente debe ser
estudiado no sólo como adversario sino también como conspicuo rival
de Cristo en la primitiva Iglesia cristiana, o según los casos, como
un eventual aliado [...].
El hecho de la posible formación común egipcia determina tal vez la
intensidad del peligro
que representaba Simón el Mago. Y dicho peligro se resume en la
posibilidad de que se
confundiese a éste con el propio personaje de Cristo [...].56
Luckert ve otro paralelismo estrecho en lo que él postula fue la
misión verdadera de los dos hombres. Admite la aparente dicotomía de
la predicación de Jesús, si era un mensaje esencialmente egipcio
ofrecido a unos oyentes judíos, pero también recuerda la estrecha
relación entre la teología hebrea originaria y la de Egipto, por lo
que dice de Simón el Mago:
[él] [...] creyó que su misión consistía en rectificar lo que se
había desviado, a saber, que toda
la dimensión femenina Tefnut-Mahet-Nut-Isis se hubiese escindido de
la divinidad
masculina.57
Que es precisamente el motivo de la misión de Jesús en Judea, según
nuestra hipótesis, y el que le atribuye
el Levitikon. La conclusión
que saca Luckert de todo esto es que Jesús venció a Simón el Mago
acudiendo al recurso extremo de incluir en el panorama su propia
muerte. Pero el cariz del asunto cambia por completo si entendemos
que la Crucifixión tal vez no causó la muerte de Jesús.
Además de todas las comparaciones que se quiera establecer hay otro
hecho inquietante, y para nosotros revelador: que Simón el Mago
había sido discípulo de Juan el Bautista. Y no sólo eso, sino que en
realidad Juan lo nombró sucesor suyo (aunque, por las razones que
veremos en seguida, la sucesión directa no pudo ser).
Esto tiene implicaciones asombrosas. Porque se sabía desde siempre,
y no sólo después del martirio de Juan, que Simón era hechicero y
que practicaba la magia sexual. No fue el caso del discípulo que
usurpa la sucesión una vez el gran guru puritano ha desaparecido de
la escena. Juan sin duda conocía las enseñanzas de Simón, y no las
desaprobó. Y suponiendo que Simón hubiese formado parte del círculo
íntimo de Juan, tal vez aprendió la magia del Bautista... lo mismo
que otros discípulos en similar posición. Como Jesús, sin ir más
lejos.
He aquí un fragmento de las Recognitiones clementinas del siglo III:
Fue en Alejandría donde Simón perfeccionó sus estudios de magia, en
tanto que seguidor de Juan, un hemerobaptista [«el que bautiza de
día»: poco sabemos de ese término] por medio del cual entró a tratar
de doctrinas religiosas. Juan fue el precursor de Jesús [...]. [...] De entre todos los discípulos de Juan el favorito era Simón,
pero éste se hallaba
ausente de Alejandría cuando murió el maestro, por lo que eligieron
a un codiscípulo,
Dositeo, para que los dirigiese.58
Este relato aduce también unas razones numerológicas muy retorcidas
para justificar por qué Juan tenía treinta discípulos —es de suponer
que contando sólo a los del círculo interior—, aunque en realidad
eran veintinueve y medio porque al hallarse entre ellos una mujer
ésta no contaba completamente como persona. Se llamaba Helena... lo
cual es interesante porque, en el contexto, implica que debió de ser
la Helena de Simón el Mago y que ésta era también discípula de Juan.
Todo eso nos deja una sensación bastante incómoda: ¿si Juan, a quien
siempre se ha presentado como una especie de monje anacoreta, un
puritano, fue algo muy distinto en realidad?
Cuando Simón regresó de Alejandría, Dositeo le cedió la jefatura de
la Iglesia de Juan, aunque no sin resistencia. Una vez más
observamos la importancia que cobra en el relato la ciudad de
Alejandría, probablemente porque fue donde aprendieron sus artes
mágicas los protagonistas principales.
También Dositeo dio origen a una secta que llevó su nombre, y que
logró sobrevivir hasta el siglo VI. Según el testimonio de Orígenes:
[...] de entre los samaritanos surgió un tal Dositeo y dijo ser el
Cristo anunciado: desde
entonces hay dositeanos que dicen tener los escritos de Dositeo y
además cuentan hechos
suyos, como que no sufrió la muerte, sino que todavía vive.59
En cuanto a los seguidores de Simón, pueden rastrearse hasta el
siglo III. Su inmediato sucesor fue un tal Menandro.
Los dositeanos «adoraban a Juan el Bautista» en tanto que «verdadero
maestro [...] de los últimos Días».60 Tanto la secta de Simón como
la de Dositeo fueron luego erradicadas por la Iglesia.
Lo que se saca en limpio es que Juan el Bautista no fue el eventual
predicador que se manifiesta de manera tumultuosa, sino que
encabezaba una organización, y ésta tuvo su base en Alejandría. Por
eso los primeros misioneros del movimiento de Jesús tuvieron la
sorpresa de tropezarse en Éfeso con una «Iglesia de Juan» que había
sido llevada allí por Apolo de Alejandría.
Dicha metrópoli fue
también la base de Simón el Mago, sucesor oficial de Juan y conocido
rival de Jesús, que además era samaritano. Conviene saber que los
cristianos veneraron una supuesta tumba del Bautista en Samaria,
hasta que la destruyó en el siglo IV el emperador Juliano. Pero la
noticia implica que al menos una tradición antigua relacionaba a
Juan el Bautista con esa región. (Tal vez la parábola del Buen
Samaritano fue en realidad un hábil intento conciliador de cara a
los discípulos de Juan o de Simón el Mago.)
Nada sugiere, por otra parte, que Simón el Mago fuese judío, ni
siquiera de Samaria. En sus más virulentos ataques contra él, los
Padres de la Iglesia nunca mencionaron que fuese judío, lo cual es
particularmente revelador dada la gran virulencia con que se acusó a
los judíos, durante siglos, de ser el «pueblo deicida».
Como hemos mencionado, Juan predicaba a los no judíos y atacó el
culto del Templo de Jerusalén, es decir el fundamento mismo de la
religión judía. Con toda probabilidad tuvo fuertes vínculos con
Alejandría... y aún es más significativo que admitiese por sucesor a
un gentil. Todo ello implica que el mismo Juan no era judío, y que
estaba familiarizado con la cultura egipcia.
Extraña sobremanera que los Padres de la Iglesia primitiva, como
Ireneo, retrotraigan los orígenes de las sectas «heréticas» a Juan
el Bautista, ¡nada menos! Al fin y al cabo, los evangelistas habían
dicho que él inventó el bautismo y que prácticamente sólo vivió para
preparar el camino a Jesús. Pero ¿sabían ellos la verdad acerca de
Juan? ¿Llegaron a darse cuenta de que no era un precursor sino un
enconado rival, que estaba siendo saludado como Mesías por derecho
propio? ¿Supieron reconocer el asombroso hecho de que en realidad
Juan no fue cristiano en absoluto?
Es verdad que los evangelistas se tomaron su venganza con Juan. Lo
reescribieron, y en ese proceso lo «domesticaron» y lo realinearon.
De tal manera, quien había sido en tiempos rival y tal vez incluso
enemigo de Jesús quedaba representado de rodillas ante éste,
reducido a la misión de ínfimo servidor de la divinidad. Eliminaron
los auténticos motivos, las palabras y los hechos de Juan, y los
reemplazaron por una imagen creada a comodidad de Jesús y su
movimiento.
Como pieza de propaganda, ha tenido un éxito descomunal, aunque tal
vez debido en parte a que la Iglesia antigua pronto aprendió a
reaccionar con el cepo y la hoguera frente a cualquier desafío
«herético». La verdad cristiana que hoy recibimos confiados es la
herencia de un reinado de terror, tanto como de la misma propaganda
evangélica.
A resguardo de la perniciosa influencia de la Iglesia
institucionalizada, algunos seguidores de Juan guardaron fielmente
su recuerdo como el «auténtico Mesías». Y siguen existiendo aún.
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