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  Septiembre 17, 2014
 
			del Sitio Web
			
			GazzettaDelApocalipsis
 
			  
			  
			  
			
			 
			  
			  
			
			La mayoría de conceptos religiosos nacieron con el objetivo de darle 
			un sentido trascendente a nuestras vidas.
 
 Al menos esa es la función que, en teoría, deberían tener...
 
 Hablamos de ideas como 
			
			la reencarnación, la justicia divina o la 
			
			ley 
			del karma, por poner algunos ejemplos; conceptos que actúan como un 
			bálsamo ante la angustiosa presencia de la muerte, las injusticias 
			de la vida y el dolor.
 
 Pero si los analizamos detenidamente, veremos que muchas de estas 
			concepciones desempeñan una función paralela en nuestra psique.
			Y no precisamente liberadora y positiva...
 
 El Sistema ha conseguido subvertir su supuesto sentido original y 
			convertir todas estas creencias en mecanismos sutiles que nos 
			susurran, incesantemente al oído, un mensaje hipnótico con el que 
			minimizan nuestro poder individual y reducen a la mínima expresión 
			el inmenso valor de nuestra existencia.
 
 Una vez instaladas en nuestra mente, se convierten en una continua 
			dosis de anestesia…
 
 
			  
			  
			
			LA REENCARNACIÓN Y EL MÁS ALLÁ
 
 
			  
			
			 
			  
			
			Un ejemplo claro de ello son los conceptos de reencarnación o de 
			vida tras la muerte, que han acabado resultando absolutamente 
			perniciosos y perjudiciales para nuestra libertad individual.
 
 Ciertamente, creer que habrá otros niveles de existencia o un "más 
			allá" nos permite aligerar la carga de la propia vida y la angustia 
			existencial.
 
 Eso es innegable.
 
 Pero también nos lleva a relativizar el valor incalculable que tiene 
			"una única vida" y reduce a mera anécdota el "milagro" de vivir en 
			una roca que flota en el vacío del universo.
 
 
			
			
  
 
			
			Estas creencias le restan valor al hecho extraordinario de tener una 
			existencia efímera y sobretodo le restan valor a nuestro tiempo de 
			vida, nuestro más preciado tesoro.
 
 Y quitarle valor a la única vida de la que tenemos constancia, 
			convirtiéndola en "una estación más en el camino" o "en una vida más 
			entre muchas otras", conlleva también restarle trascendencia a todos 
			y cada uno de nuestros actos y libres decisiones.
 
 Y es que cada decisión que tomas afecta decisivamente al devenir de 
			tu existencia y muchas veces influye en la vida de las personas que 
			te rodean.
 
 Si crees que solo disfrutamos de una sola e irrepetible existencia, 
			cada decisión que tomas adquiere una enorme relevancia, tanto para 
			ti como de cara a los demás.
 
 Sin embargo, si estas convencido de que tras esta vida nos esperan 
			otros niveles de existencia, inconscientemente, tenderás a 
			relativizar la trascendencia de tus decisiones.
 
			  
			En tales casos, en 
			lo más hondo de tu fuero interno, siempre concibes la posibilidad de 
			"un mañana" y de una posible redención por tus errores, por 
			terribles que éstos sean.
 
			
			
  
 
			
			Así pues, el concepto de reencarnación o de "vida tras la muerte", a 
			lo que ataca principalmente es a la asunción de responsabilidad 
			sobre los propios actos y decisiones, mediante la relativización de 
			la trascendencia que tienen dichos actos.
 
 Y no olvidemos que asumir la responsabilidad de las propias 
			decisiones y de las consecuencias que éstas provocan, es, de hecho, 
			asumir el propio poder que tenemos como individuos.
 
 Por lo tanto y resumiendo, creer en la reencarnación acaba derivando, 
			en última instancia, en un mecanismo mental que reduce nuestra 
			conciencia de poder individual.
 
 Y ese, sospechosamente, es el objetivo principal que tiene el 
			Sistema: minimizar nuestro poder como individuos.
 
 No deja de ser sorprendente como los mecanismos psicológicos del 
			Sistema siempre consiguen retorcer cualquier concepto hasta 
			convertirlo en una herramienta al servicio de sus fines.
 
 
			
			
  
 
			  
			  
			
			ANESTESIA 
			CONTRA LA REBELDÍA
 
 Pero ante todo, lo que consigue el concepto de reencarnación o de 
			"existencia tras la muerte", es reducir el nivel de rebeldía del 
			individuo frente a cualquier tipo de abuso.
 
 Reduce nuestra rebeldía porque, a nivel inconsciente, convierte la 
			opresión o el dolor que sufrimos en la "vida actual" en algo 
			circunstancial, bajo el pretexto de que quizás "más adelante" 
			seremos premiados o recompensados por Dios, por el karma o por la 
			idea "trascendente de turno" que nos hayan inculcado.
 
 Incentivan pues, una suerte de conformismo existencial, una sumisión 
			dócil ante la injusticia y el abuso de los más poderosos.
 
 
			
			
  
 
			
			Sin embargo, todos estos conceptos no fueron creados con este 
			objetivo.
 
 De hecho, no tienen nada que ver con la opresión de la 
			individualidad.
			Si nos fijamos bien, veremos que actúan como un factor multiplicador 
			en nuestra mente, que podría manifestarse en dirección totalmente 
			opuesta.
 
 En la psique de una persona sumisa e inconsciente de la propia 
			soberanía individual, el concepto de reencarnación solo multiplica 
			dichos sentimientos, derivando en conformismo existencial.
 
 Pero en manos de un 
			
			individuo con plena conciencia de sí mismo, de 
			su poder y del inmenso valor de su libertad individual y de su 
			dignidad, estas creencias se convierten en conceptos liberadores, 
			fácilmente asociables a la lucha, a la revolución, a perder el miedo, 
			a pelear incansablemente por la propia libertad y la de los demás, 
			con independencia de las consecuencias que pueda comportar.
 
 En la mente de un individuo libre, el concepto de reencarnación no 
			dejaría lugar para el miedo a la muerte, sino que abriría un espacio 
			para el sacrificio en pos de los ideales más elevados de libertad.
 
 Es curioso ver como un mismo concepto puede ser utilizado para 
			multiplicar actitudes tan opuestas entre sí.
 
 
			
			
  
 
			  
			  
			
			JUSTICIA DIVINA
 
 El concepto de justicia divina es un exponente claro de la cantidad 
			de absurdas contradicciones que 
			
			nos inculcan las creencias 
			religiosas.
 
 Supongamos que creemos en la existencia de una justicia divina que 
			castigue a los "malvados".
			Eso implica que sabemos quienes son los "malvados", pues los hemos 
			juzgado como tales.
 
 Y también significa que creemos que Dios pensará lo mismo que 
			nosotros sobre ellos y sus actos, pues los habrá juzgado igual y por 
			ello aplicará su "justicia".
 
 
			
			
  
 
			
			Y que por lo tanto, nosotros tenemos "la razón" y somos "justos", 
			pues nuestra opinión es coincidente con la de Dios.
 
 Y llegados aquí, debemos preguntarnos,
 
				
				¿porqué no aplicamos la 
			justicia nosotros mismos sin tener que esperar a que sea "Dios" 
			quien aplique el castigo? 
			
			Al fin y al cabo, hemos juzgado a los malvados bajo los mismos 
			parámetros que Dios y por lo tanto, siendo fruto directo de su 
			creación, habiendo sido forjados a su imagen y semejanza y siendo 
			partícipes directos de sus mismos criterios, no debería representar 
			ningún problema ni conflicto, ¿no?
 Sin embargo, cuando alguien razona de tal manera, es cuando se 
			encienden todas las alarmas y desde los púlpitos, los líderes y 
			representantes religiosos, nos gritan airados:
 
				
				"¡No podéis hacerlo!" 
			
			
  
 
			
			Y es que las mismas instituciones que nos hacen creer en un Dios que 
			imparte justicia y castigos a diestro y siniestro, nos han inculcado 
			de forma insistente que solo "él" puede juzgar y castigar de forma 
			justa y que nosotros solo tenemos derecho a acatar la "sentencia" 
			sin rechistar.
 
 Quizás tengan razón, quién sabe…
 
 O quizás solo sea una burda estratagema creada por las religiones 
			para negarle el poder de juzgar y actuar al individuo según su 
			propio criterio, derivando dicho poder, muchas veces, en las propias 
			instituciones que, sin ninguna vergüenza, se presentan como 
			"representantes de Dios en la tierra".
 
 Porque al fin y al cabo, un individuo que juzga y actúa como Dios ¿para 
			que necesitaría entonces a las instituciones religiosas?
 
 Y lo que es más grave…entonces, ¿para qué necesitaría al propio 
			Dios?
 
 
 
			
 EL KARMA
 
 Con el paso del tiempo, en occidente, este concepto de "justicia 
			divina" se ha visto complementado o incluso sustituido por una 
			reconfortante y anestesiante idea de origen indo-oriental: 
			
			el 
			concepto de Karma, del "tal harás, tal recibirás", de la causa y 
			efecto de nuestros actos.
 
 
			  
			
			 
			  
			
			Puede parecer una idea que ayude a la convivencia, un mecanismo de 
			programación mental que, bajo amenaza, limite los abusos que podamos 
			cometer contra nuestros semejantes.
 
 Pero desgraciadamente, la gente a la que calificamos como "malvada" 
			tiene una extraña tendencia a no creer en nada que no sea el 
			ejercicio de la fuerza o el sometimiento inmediato de los demás a su 
			conveniencia, con independencia de la posible aparición posterior de 
			"la ley del karma".
 
 Es evidente que no temen ningún tipo de castigo.
 
			  
			
			Su único temor es 
			no poder cumplir con sus deseos e impulsos más egoístas. Cuando 
			vemos a 
			
			gente de este tipo, a la mayoría de nosotros solo nos queda 
			esperar "que algún día reciban lo que se merecen".
 Pero, ¿para qué esperar para castigar a los "malvados" si podemos 
			hacerlo aquí y ahora nosotros mismos?
 
 
			
			
  
 
			
			¿Para qué esperar que los enrevesados, invisibles e indetectables 
			mecanismos del karma equilibren las deudas contraídas?
 
 Si alguien comete un abuso o una injusticia contigo y tienes la 
			posibilidad de actuar inmediatamente, ¿no es altamente educativo y 
			reformador hacerle notar tu "descontento" de la forma que creas 
			conveniente?
 
 ¿No le ayudará a reflexionar sobre su actitud hacia los demás?
 
 
			
			
  
 
			
			¿O quizás es mejor permitir que "fuerzas etéreas" apliquen la "justicia" en hipotéticas existencias futuras y permitir que los 
			"malvados" se salgan con la suya aquí y ahora y multipliquen sus 
			actividades hacia otras personas inocentes dada la escasa respuesta 
			que obtienen por parte de las víctimas?
 
 Como vemos, el concepto de karma, cuando está mal 
			comprendido, 
			también alberga en su interior el germen de la pasividad, la 
			conformidad y la aceptación del abuso.
 
 
			
			
  
 
			
			Es cierto que los conceptos de más allá, de reencarnación, de 
			justicia divina o de karma resultan ideas reconfortantes o incluso 
			positivas, pues pueden ayudarnos a soportar la angustia vital.
 
 Pero fácilmente se convierten en trampas psíquicas sutiles que nos 
			arrebatan el poder y lo sitúan "más allá" de nuestro alcance.
 
 Pero algún día, incluso los más fervientes creyentes, deberían 
			afrontar la dolorosa pregunta:
 
				
				¿No será que todas estas ideas nos las hemos inventado nosotros 
			mismos para reducir nuestra angustia existencial y nuestra sensación 
			de vacío? 
			
			
  
 
			
			Que quede claro que no decimos que todos los conceptos religiosos 
			sean falsos.
			Cada uno es libre de creer en lo que quiera.
 
 Pero precisamente, este es el punto clave: ser libre.
 
 Alguien adoctrinado en una creencia no es libre. Simplemente está 
			programado.
			Aunque eufemísticamente a esa programación la llame "fe".
 
 
			
			
  
 
			
			Esa "fe" no tiene ningún valor. No es nada. Es solo un burdo engaño. 
			Una estafa generalizada.
 
			  
			La auténtica creencia trascendente solo puede surgir del pleno 
			ejercicio de la libertad individual.
 Y para hallarla, antes debemos afrontar las preguntas existenciales 
			más angustiosas, a nivel personal, escuchando únicamente nuestra 
			propia voz y enfrentándonos a nuestros temores más profundos.
 
 Aceptar su descarnada realidad con plena conciencia, sin doctrinas 
			ni ideas pre-programadas, por más que estén escritas en antiquísimos 
			libros repletos de supuesta sabiduría ancestral.
 
 
			
  
 
			Debemos bañarnos en las oscuras y gélidas aguas de ese terror 
			primordial que habita en lo más profundo de nuestra psique y sentir 
			plenamente y sin ambages el insoportable sinsentido de nuestra 
			existencia.
 
 Y una vez aceptada esa realidad, una vez afrontado ese miedo en toda 
			su magnitud, dejando que cale hasta nuestros huesos, cualquier 
			creencia que acabemos adoptando tendrá un auténtico valor, pues 
			surgirá de nosotros mismos, de nuestra conciencia más profunda y no 
			del adoctrinamiento externo del Sistema.
 
 ¿Quieres ver "la luz"?
 
 Antes tendrás que arrojarte al abismo… y enfrentarte, de verdad, al 
			mayor de los terrores...
 
			  
			  
			
			
			 
			
 
 
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