por Alberto Medina Méndez
17 Mayo 2015
del Sitio Webs
FundacionFIE
La hipocresía es moneda
corriente
y eso ya no es primicia.
Esta inadecuada postura cívica
aparece, también, en el terreno
de la tan mentada
"conciencia tributaria".
Algunos han tenido hasta el atrevimiento de definirla con cierto
sesgo académico, diciendo que es la,
"interiorización en los individuos de los deberes
tributarios fijados por las leyes, para cumplirlos de una manera
voluntaria, conociendo que su cumplimiento acarreará un
beneficio común para la sociedad en la cual ellos están
insertados".
Es un verdadero disparate igualar
dos términos que claramente se contradicen.
Abonar impuestos no es un acto voluntario, porque la
palabra impuesto se refiere a lo forzado, a lo obligado. Si fuera un
gesto auténtico, espontáneo, vinculado al deseo genuino, en todo
caso, sería una donación.
Como suele pasar en diferentes órdenes de la vida cotidiana, este
tipo de justificación retorcida no deja de ser un mero ardid, casi
un consuelo, que intenta convertir en aceptable algo que es
intrínsecamente malo. Existen, al menos, cuatro grupos bien
definidos que utilizan este recurso argumental y pretenden
transformarlo en un axioma indiscutible, en un mandato bíblico.
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Por un lado están, los recaudadores, los que
trabajando de esto preservan la gestión de los organismos de
recolección compulsiva de gravámenes. La medida de su
eficiencia está directamente relacionada con el monto
percibido.
Por eso, en las campañas de difusión masiva
apelan a esta consigna por ser la menos antipática.
"La gente debe pagar sus impuestos porque
es el único modo de que el Estado funcione y cuantas más
personas lo hagan mucho 'mejor' será para la sociedad,"
sostienen.
A veces inclusive recurren al ruin artilugio
del "sorteo" como dispositivo para que unos ciudadanos sean
delatores del resto, denunciando así a los que no cumplen.
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Otro sector que opera en idéntica dirección
es el de la parasitaria estructura estatal.
Todos los que viven del Estado, saben que la
sangre que fluye por esas venas se nutre de impuestos,
emisión monetaria y endeudamiento.
En tiempos en el que los dos últimos no son
una posibilidad relevante, los impuestos, es decir el dinero
detraído de la sociedad en forma coercitiva, posibilita la
existencia del empleo estatal y de su cuantía depende, en
buena medida, que sus remuneraciones puedan ser mejoradas.
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Un tercer espacio lo ocupan los que no pagan
casi ningún impuesto o, al menos, no perciben hacerlo. Son
trabajadores, subsidiados o desocupados.
Sus ingresos son bajos y no son alcanzados
por algunos de los voraces impuestos diseñados especialmente
para escarmentar a los segmentos más elevados.
Ellos reclaman conciencia tributaria como
fórmula para aliviar su rencor contra los que más producen.
Pretenden igualdad y creen que un sistema tributario que les
quita demasiado a los que más disponen, los nivela
rápidamente. No saben como aumentar sus propios ingresos y
se creen víctimas de este mundo cruel.
Este perverso esquema es positivo porque les
quita a los demás, a quienes culpan por tener más que ellos.
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El último grupo está compuesto por los que
pagan MUCHO en impuestos.
No contribuyen por convicción, sino porque su
actividad no les permite escapatoria. La administración ya
ha encontrado el modo eficiente de tenerlos de rehenes.
Como no pueden evadir, no admiten ser los
únicos tontos y quieren compañía ante semejante abuso.
Rendidos frente a la impotencia de estar atrapados por el
régimen, apelan desesperadamente a este recurso dialéctico
tan pobre como inmoral. En esto, se parecen al grupo
anterior.
Sus motivaciones surgen del resentimiento y
eso no habla bien de ellos. Las garras del sistema los han
cooptado y no desean sentirse tan estúpidos, por eso acusan
al resto, para que reciban el mismo castigo.
Pagar impuestos no es un acto
voluntario.
El impuesto implica que el Estado detrae, por la
fuerza, una parte demasiado relevante del esfuerzo personal. Nadie
paga con satisfacción y alegría.
En todo caso lo hace porque no puede evitarlo, porque
el esquema se ha diseñado para que no se lleve el producto deseado
sin ese "peaje" o bien porque no pagarlo implica un riesgo legal
trascendente que se traduce en multas costosas o inclusive prisión.
Esta afirmación general puede verificarse empíricamente a diario.
Quien intente refutarla puede dar testimonio personal
de ello y hacer hoy mismo el ejercicio pidiendo que le aumenten el
precio de un bien y le carguen impuestos no cobrados o hasta dejando
un extra, ya no como propina para el individuo que le facilita el
producto, sino directamente para el Estado.
Es más, si un individuo cree tan férreamente en la bondad de los
impuestos podría pedir a los gobiernos, en cualquiera de sus
jurisdicciones, que le facilite un número de cuenta bancaria para
depositar allí dinero propio como donación para los "loables" fines
para los cuales el Estado destina el dinero.
Después de todo este individuo que defiende la idea de "conciencia
tributaria" cree que lo recaudado como tributo no termina en manos
del aparato político, la corrupción o el despilfarro tradicional.
Él recita, a viva voz, que todo eso es para la
salud, la educación y la seguridad. Pues bueno,
que deposite masivamente sus recursos propios allí, en vez de
utilizarlo para su entretenimiento o el consumo suntuario de
innecesarios bienes.
La inconsistencia ideológica es tan evidente
que no admite casi ningún argumento serio que pueda ser tenido en
cuenta con cierta sensatez.
Si finalmente se opta por pagar impuestos, asumiéndolo como el "mal
menor", si se lo hace porque no se ha encontrado un mejor modo de
financiar las "supuestas" necesidades que permiten vivir en
comunidad, al menos sería saludable evitarse los retorcidos planteos
intelectuales que pretenden justificarlo.
No es razonable intentar convertir lo malvado en
bondadoso.
En todo caso, un poco de resignación ciudadana, puede
servir como transición, pero solo para intentar ser más creativos y
seguir buscando mecanismos que permitan sustituir este atropello
cotidiano por algo superador.
Mientras tanto, sería muy conveniente asumir que
cuando se habla de impuestos no se dispone de buenas razones que lo
respalden.
El desafío es pensar como se abandona el pretexto de
la conciencia tributaria.
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