por Alberto Medina Méndez
14 Junio 2015
del Sitio Web
ExpresDiario
Es habitual que los seres humanos caigan en la trampa de confundir
los deseos con la realidad.
A veces, las ansias de que algo suceda,
hacen que se pueda creer que todo va en esa dirección y que es
inexorable que esa percepción personal sea compartida por la inmensa
mayoría de la sociedad.
La realidad siempre se ocupa de poner las cosas en su lugar. Lo que
parecía evidente se derrumba y los hechos refutan todo con absoluta
contundencia. En casi cualquier ámbito de la vida se puede convivir
con esa ingenuidad casi eternamente, pero en la política lo empírico
se presenta de un modo aplastante y no deja más alternativa que
reconocer el error de perspectiva.
A veces, el anhelo es tan potente que la gente prefiere continuar
desorientada por algún tiempo adicional, intentando explicar lo
ocurrido y apelando a aspectos secundarios, existentes, pero no
determinantes.
Hace tiempo que la sociedad considera que la política dejó de ser la
herramienta de las transformaciones para convertirse en un
instrumento de sometimiento, abusos y corrupción.
Por eso se enfada y con razón...
Frente a esos inaceptables atropellos, reacciona casi heroicamente y
asume un legítimo protagonismo que aspira a modificar la situación
actual y encauzar entonces, aquello que nunca debió salirse de
rumbo.
El ciudadano medio cree, con convicción, que la democracia es el
camino para dirimir las discrepancias de una comunidad. Pero también
percibe que ese sistema de gobierno ha sido cooptado
por una casta, una corporación de personajes
que se han apropiado de la conducción de esa maquinaria.
Es por eso, que esa ciudadanía enojada e indignada, con bronca e
impotencia, entiende que debe hacer algo al respecto y asume la
responsabilidad de liderar ese proceso de reformas indispensables.
Ese análisis, pese a su simplicidad, no es incorrecto, pero es
insuficiente, porque no mensura con seriedad las variables más
relevantes que explican el presente y el modo preciso en el que
opera la política contemporánea.
Por obvio que parezca, nada se supera si no se comprende primero su
dinámica y se entienden sus reglas básicas.
Recién entonces se puede plantear una
estrategia adecuada y tener así una posibilidad cierta de lograr
resultados. Las ganas son necesarias, pero no alcanzan si no se les
agrega una importante dosis de profesionalismo y una perseverancia
sistemática.
Lo que ocurre en el presente es la consecuencia de una serie
bastante prolongada de situaciones que derivaron en esta actualidad.
No se ha llegado hasta aquí de la mano de casualidades o
circunstancias inconexas.
El entramado actual es complejo, sofisticado y la maraña de
ingredientes que lo componen lo hace casi inaccesible. No puede ser
encarado con éxito solo apelando a rudimentarios recursos y
maniobras primitivas.
-
El fraude estructural
-
Las regulaciones que condicionan
la participación política de los ciudadanos
-
Los privilegios de la
partidocracia
-
El financiamiento de las
campañas,
...son solo algunos de los condimentos
cuyo replanteo de fondo es esencial.
Sin embargo, la posibilidad concreta de
lograrlo pronto parece políticamente inviable y fácticamente
imposible.
A la farsa propia del sistema se agrega la apatía de una ciudadanía
abatida por su extensa nómina de derrotas individuales y colectivas,
situación que molesta a muchos, pero que es el desenlace esperable
de un esquema que fue montado intencionalmente para que derive en
esa postura general.
La desesperanza cívica no es un
incidente fortuito, sino que es el resultado de una planificada y
exitosa estrategia de quienes ostentan el poder para evitar que la
sociedad retome el mando.
En una comunidad
empoderada, ninguno de los
despropósitos del presente, tendrían viabilidad alguna.
Quienes ejercen el poder, los que orientan los destinos de la
política y llevan décadas en esto, no serán derrotados en las urnas
por principiantes. Ellos pueden no saber gobernar, pero tienen la
destreza para retener poder indefinidamente y son expertos en
quitarse de encima a los aficionados.
El aparato político de los gobiernos, el clientelismo estructural,
el asistencialismo vigente, la discrecionalidad con la que
administran los dineros del Estado y cierto talento en el juego
electoral son demasiadas ventajas para que un grupo de improvisados
ciudadanos bien intencionados puedan destronar a los que han hecho
de la política su forma de vida.
Siempre cabe la posibilidad de que los
poderosos tropiecen, de que la soberbia les juegue una mala pasada,
que un hecho inesperado los debilite y sean víctimas de sus
andanzas, pero no es razonable pretender triunfos que dependan solo
de una combinación infinita de errores ajenos.
Ningún desafío debe ser descartado, por difícil que parezca.
Pero para encararlos se debe tener los
pies sobre la tierra. Se precisa de bastante inteligencia, de una
sabiduría inagotable para superar los escollos y de una actitud a
prueba de casi todo para transitar el sendero a recorrer.
La idea no es caer en el desanimo sistemático y bajar los brazos. No
es ese el planteo...
Pero es vital e imprescindible entender
profundamente como funciona el sistema, dimensionar su complejidad y
comprender sus intrincados mecanismos para dar la batalla de un modo
conducente. Se precisan de muchas cualidades para emprender ese
recorrido.
Pero el requisito número uno para
enfrentar al régimen es renunciar a la inocencia...
|