por Alberto Medina Mendez
21 Junio 2015
del Sitio Web
RadioDos
La sociedad
contemporánea
se ufana de vivir bajo el
amparo
de sistemas democráticos.
Sin embargo,
los hechos cotidianos ofrecen
una refutación contundente
difícil de cuestionar.
La democracia supone una significativa participación ciudadana y
aspira a ser el gobierno de todos, del pueblo.
Lo cierto es que el sistema de selección
de candidatos solo muestra el enorme poder de una corporación
política que conforma una suerte de oligarquía moderna.
Los postulantes a ocupar cargos políticos se deciden entre cuatro
paredes. Un minúsculo grupo de personas, de forma discrecional,
determinan quiénes integrarán las listas de candidatos.
Este fenómeno ocurre en los partidos políticos pequeños pero también
en los más grandes. En los más importantes es más trascendente aún,
porque allí se eligen a quienes ocuparán efectivamente esos lugares
de poder al ser electos y ya no solo quienes la integran por honor,
de un modo testimonial.
A muchos les encantaría vivir en democracia, pero el presente
propone una gran e hipócrita parodia que utiliza los supuestos
encantos de un sistema para llevar adelante la más perversa
manipulación a la que una sociedad puede someterse.
La escena es simple.
Un conjunto de individuos, de un modo
arbitrario, asume la delegación implícita de un sector de la
política, y en su representación, sin mediar mecanismo alguno que
los valide, se dedica con ahínco a la tarea de decidir quiénes se
postularán, descartando al resto.
Apelan, en el mejor de los casos, a supuestas herramientas técnicas
que le brindan soporte a sus decisiones. Un puñado de encuestas de
opinión le dirán quienes son buenos candidatos y cuáles no merecen
esa oportunidad porque no tendrán el suficiente acompañamiento en
las elecciones.
En los casos más extremos, aunque no por ello menos abundantes, esa
iluminada labor de armar las listas recae en una sola persona. Será
su bolígrafo el que escriba la nómina definitiva que se presentará
oficialmente.
La osadía de la corporación política no tiene límite alguno. No solo
determina autoritariamente los nombres de las personas que figuraran
en la lista madre, aquella sobre la que todos los ciudadanos tendrán
que decidir, sino que se entromete en cuanto distrito menor se lo
permite.
Así, esa camarilla inmoral, impone sin descaro, los nombres de los
postulantes en provincias y municipios distantes, priorizando a los
aduladores, esos que luego obedecerán las instrucciones de la "mesa
chica".
La idea no es proponerle a la sociedad a los mejores, a esos que se
prepararon para gobernar. Solo se trata de reclutar a sujetos
dispuestos a acatar, sin chistar, las órdenes del mandamás de turno.
Este esquema no es patrimonio exclusivo de un partido político. Es
solo la resultante de la dinámica que se ha impuesto por usos y
costumbres en casi todas las agrupaciones políticas. Claro que los
afiliados no podrán opinar.
El "gremio" sabe que este funcionamiento le permite expulsar a los
librepensadores. Ellos son demasiado peligrosos para los intereses
de la cofradía porque podrían poner en riesgo muchos de los
privilegios que ha logrado la actividad. Nadie que opere de un modo
autónomo e independiente resulta funcional, ni compatible con la
gran política.
El panorama no es alentador, sobre todo porque quienes controlan el
poder cuentan con la legitimación que le otorga una sociedad que los
valida con miles de votos. Es ese aval cómplice el que luego usarán
para decir que ellos cuentan con apoyo ciudadano y actúan en nombre
de la gente.
Es así que el círculo vicioso que han logrado diseñar se convierte
en esta pantomima de democracia que esconde una forma de gobernar
mucho más cruel, injusta e imperfecta.
Es, a todas luces, el gobierno de unos
pocos...
Frente a estos atropellos la ciudadanía se siente indefensa. Los
valientes que se animan a enfrentar a la secta serán derrotados por
esa partidocracia que abusa de los dineros públicos, esos que vuelca
a las campañas políticas obscenamente sin que nadie tome nota, ni se
inmute demasiado.
Será difícil torcerle el rumbo al poder. Han generado muchos
anticuerpos para evitar que los aventureros tengan éxito. Se
aseguran a diario de que no puedan ingresar a sus partidos, y si
eventualmente lo logran, los segregan a gran velocidad. Saben como
hacerlo rápida y efectivamente.
Los que no logran ser parte de su círculo, no deciden absolutamente
nada y si se atreven a confrontar sus decisiones, son aplastados en
los comicios con las herramientas que disponen imponiéndose a través
de sus aparatos políticos e indecentes campañas.
La salida no parece sencilla.
El primer paso imprescindible, es
advertir el problema, identificarlo y darse cuenta de lo que sucede.
Luego, con esa información debidamente procesada y comprendida,
vendrá el tiempo de analizar cuáles son las debilidades del sistema
que montaron, para intentar entonces jugar con sus pérfidas reglas y
ganarles en su propio territorio.
Claro que no se trata de una empresa sencilla, sin sacrificios. Pero
jamás se lograron grandes cambios en la humanidad de otra manera.
Si no se está dispuesto a hacer ese
importante esfuerzo, pues entonces la democracia será
invariablemente una ilusión y gobernará la oligarquía de siempre.
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