por Alberto Medina Méndez
01 Agosto 2015
del Sitio Web
ElDiario
El mundo se ha vuelto muy vertiginoso.
La velocidad pretende ser un valor y la
eficiencia fugaz se ha convertido en el paradigma del éxito y el
fracaso. La política no es la excepción a la regla y abundan
movimientos partidarios que brotan y aspiran a subirse a esa ola.
Pero no menos cierto es que esos mismos
espacios políticos que han nacido como aluvión y crecido velozmente,
tienen demasiado de circunstancial y de efímero. Así como aparecen
con gran rapidez, también se desploman a idéntico ritmo. Nada bueno
puede venir de la mano de hazañas meramente espasmódicas.
Ciertos sucesos casuales pueden ser funcionales a la aparición de un
contexto extraordinario, diferente, que genere gran expectativa
dadas sus singulares características. Pero nada es mágico en esta
vida. El solo hecho de creer en esa fantasía es una muestra de una
dudosa inteligencia.
Las construcciones llevan tiempo, esfuerzo y sacrificio. No se puede
crear algo serio en tan breve lapso. Y en política mucho menos.
Se debe trabajar duro, cultivar
relaciones sólidas, articular ámbitos genuinos de discusión,
intercambio y consenso. Pero también son esenciales los liderazgos
criteriosos para lograr que lo que emerge se constituya en algo
respetable.
Lo auténticamente bueno, lo que realmente vale la pena, es siempre
el fruto de una larga serie de aciertos y también de desatinos, pero
sobre todo, de esos cimientos sólidos que se han edificado a lo
largo del tiempo, gracias a la voluntad de aquellos que creen
férreamente en esa posibilidad que permite soñar, bajo la condición
de tener los pies sobre la tierra.
El ilusionismo en política jamás sobrevive.
Las campañas proselitistas
profesionales, las brillantes estrategias de marketing especialmente
diseñadas, los candidatos que, desde fuera del sistema aterrizan en
la actividad partidaria, son solo recursos, ardides, que pueden
funcionar en el corto plazo, pero que no garantizan nada
suficientemente sustentable.
Los atajos son trucos que sirven para acortar camino, pero hacer
política no es solo lograr eventuales triunfos, ni colarse por un
resquicio. Eso puede ayudar pero nunca dejará de ser un simple hito
en el complejo y prolongado sendero que conduce hacia la realización
de grandes propósitos.
Por eso, cuando se observa el escenario político actual, y se
percibe con tanta claridad la desmesurada ambición de ciertos
personajes por alcanzar el poder a cualquier precio, no se puede
menos que anticipar que esos intentos culminarán sin pena ni gloria.
Lo grave no es el final de esas
instancias, la mayoría de las veces, absolutamente predecibles, sino
el desperdicio de energías y el derroche de ilusiones que ello
implica.
Sumarse eternamente a nuevos proyectos es una gimnasia demoledora,
que desgasta, corroe la confianza y destruye a quienes deciden
hacerlo.
En la política, como en casi cualquier
ámbito de la vida, se trata de construir de a poco, con paciencia,
consolidando paso a paso, tropezando a veces, pero asimilando el
resbalón, para capitalizarlo y avanzar nuevamente desde allí.
Para eso resulta imprescindible disponer de perseverancia para
evolucionar, humildad para comprender el recorrido y capacidad para
rodearse de los mejores. La idea no es transitar un desenfrenado
derrotero, repleto de angustias y premuras, sino más bien dedicarse
a colocar ladrillo sobre ladrillo, con la serenidad que ese trámite
requiere para no empezar de nuevo a cada instante.
Quienes pretenden modificar el curso de los acontecimientos deben
entender el sistema y su detallado funcionamiento. Si ya lo han
descubierto, pues entonces habrán entendido que esto no es para
improvisados seriales y mucho menos para ansiosos crónicos.
Los que están en el juego desde hace mucho saben muy bien como
sacarse de encima a los arribistas de siempre. Es cuestión de tener
la templanza suficiente.
Entienden que todo lo que escala rápido,
desciende con similar prontitud. Solo se trata de esperar, porque lo
que germina repentinamente, con personalismos y mezquindad, no tiene
chance alguna de perdurar.
Si realmente se desea cambiar el rumbo, deberán primero comprender
que esta no es una carrera rápida, sino una maratón, una verdadera
prueba de resistencia. En esa disciplina se deben manejar los
tiempos con talento, dosificar los ritmos con creatividad, guardar
el aire, apurar el paso cuando sea necesario, pero también registrar
que la meta está bastante más lejos de lo que parece y que
apresurarse es sinónimo de frustración asegurada.
Es una pena que ciertos líderes que llegaron a la política no lo
hayan comprendido en su momento. No solo ellos perdieron la ocasión
de pasar a la historia al darle prioridad a sus urgencias
personales.
También arrastraron a muchos ingenuos
ciudadanos que se montaron a esos espejismos, y cuando todo se
derrumbó, no solo fueron derrotados, sino que en ese trayecto
quedaron atrás buena parte de sus esperanzas, repercutiendo además
directamente en cualquier futura oportunidad.
Lamentablemente, el presente reedita esta cuestión y la coloca en el
centro de la escena. Muy pronto se habrá despilfarrado otra chance
concreta de transformar el presente. Como tantas otras veces, se
privilegiaron los intereses del corto plazo y el tren pasará de
largo inexorablemente.
Parece difícil imaginarse un profundo aprendizaje de este nuevo
capítulo. Más bien paree que no faltará quien vuelva a
responsabilizar a los "malos de la película" por los errores
propios, sin hacer la autocrítica indispensable.
Nada distinto ocurrirá hasta que no se
comprenda acabadamente que en política también, la ansiedad es
incompatible con la construcción.
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