por Alberto Medina Méndez
31 Octubre 2015
del Sitio Web
MiscelaneasDeCuba
La euforia irracional y el entusiasmo desmedido pueden convertirse
en una verdadera trampa cuando las batallas son prolongadas.
Las tensiones políticas del continente
vienen de larga data y pueden perdurar en el tiempo. Este proceso no
se ha iniciado ahora. Es el patético resultado de décadas de
populismo creciente y un estatismo a prueba de todo.
No se debe cometer el error de creer que ciertas victorias
circunstanciales son éxitos concluyentes. El cansancio, el hartazgo,
los desaciertos propios de los demagogos, pueden encaminarlos hacia
eventuales tropiezos.
No se trata de no festejar los logros, sino de tomar conciencia del
contexto, de dimensionar apropiadamente los acontecimientos y
comprender que los actores de la política contemporánea serán
reemplazados por otros.
Ellos se suceden entre sí, pero sus
ideas centrales permanecen. Podrán mutar o adaptarse, pero solo para
tomar fuerza y arremeter bajo un nuevo disfraz.
Es lo que dice la historia reciente de estos países.
El populismo tiene una extensa
trayectoria. Se ha transformado e innovado, buscando nuevos perfiles
para volverse más eficaz, hábil y perverso. Casi sin percibirlo,
quienes intentan reemplazarlo en el poder, terminan utilizando
idénticas tácticas, aplicando similares recetas e imitando ese
peligroso recorrido.
Es importante tener cuidado, conocer la coyuntura en profundidad y
tener los pies sobre la tierra. La amenaza nunca desaparece.
En todo caso, frente a cada logro
concreto, a cada pequeño paso en positivo, se debe tomar posición,
fortalecer ese espacio para consolidar lo obtenido y sostener el
apoyo popular que, en el actual esquema, es el pilar vital del
sistema.
La política es dinámica. Los escenarios se modifican rápidamente y,
por imperceptible que parezca, a veces, la sumatoria de
insignificantes hechos aislados son los que van construyendo un todo
que en un momento determinado se manifiesta con vigor y sin
contemplaciones.
Los sistemas electorales pueden ayudar a unos a triunfar y
perjudicar a otros conduciéndolos al fracaso, pero el termómetro del
clima de ideas que impera en una sociedad es bastante más difícil de
interpretar.
Es imprescindible no confundirse. Son esas ideas que la sociedad
defiende, esos valores con los que la comunidad comulga, esas
premisas y creencias, esos paradigmas, los que determinan las
políticas de largo plazo.
Una nación que cree que el Estado debe hacerlo todo, que su progreso
depende más de las dádivas de sus gobernantes que de sus propios
talentos, méritos y esfuerzos, que pretende ayudar a los más débiles
saqueando a otros usando coercitivamente la ley, no tiene futuro
alguno.
Esa sociedad está condenada a vivir bajo las reglas de la demagogia
y el populismo, solo porque no se anima a promover con convicción un
sistema que priorice la cultura del trabajo y establezca incentivos
para que aquellos que lo deseen genuinamente puedan generar riqueza
y prosperar.
Los equilibrios siempre son inestables. Suponer que lo logrado es
absoluto implica no entender la naturaleza humana.
Todo está en constante movimiento y como
bien decía Heráclito,
"lo único inmutable es el cambio".
Si se entiende esta realidad no es
posible darse el lujo de relajarse.
Los que defienden el colectivismo como
matriz, los que creen que los individuos deben subordinar sus
libertades al bienestar general, solo tropiezan de tanto en tanto,
pero suelen tomarse revancha y volver con más ímpetu.
Es posible que los personajes de turno se retiren del juego. Ya ha
sucedido eso en el pasado. Pero no menos cierto es que serán otros
los que heredarán su voracidad por el poder e intentarán ocupar ese
lugar.
Ellos saben conquistar el poder. Es posible que se equivoquen, pero
siempre retoman la lucha y dan la pelea política. Cuentan con la
ventaja de no tener escrúpulo alguno y de apelar al "vale todo" para
recuperar lo perdido.
Es trascendente entonces, mantenerse en vigilia, ser constantes y
perseverantes, evitar la soberbia de quienes creen que sus
adversarios han sido definitivamente derrotados, cuando en realidad
solo han retrocedido algunos pocos metros y usarán ese desliz para
tomar mayor impulso.
Lo que viene puede ser una gran oportunidad, solo en la medida que
se comprenda adecuadamente lo que realmente está ocurriendo. Pero
lejos se está de haber logrado un triunfo con mayúsculas.
La tenacidad no es una virtud de esta era en la que la fugacidad
parece marcar el ritmo. Las actitudes espasmódicas de esta sociedad
se han manifestado muchas veces, pero sin lograr afirmarse como
corresponde.
Es por eso que se corre permanentemente
el riesgo de caer en el abismo.
El desafío consiste en estar alertas, en prestar mucha atención a lo
que sucede alrededor, porque el futuro depende, en buena medida, de
esa conducta constante de resguardar cada victoria, fortalecer ese
escalón, para recién luego avanzar hacia el siguiente.
Si se hacen los deberes, tal vez se
pueda dar vuelta la página en algún momento y soñar con un porvenir
mucho mejor.
Para eso será indispensable no bajar la
guardia...
|