por Alberto Medina Méndez
Marzo 06, 2016
del Sitio Web
TeoduloLopezMelendez
Teódulo López
Meléndez (Barquisimeto, Venezuela, 1945). Abogado,
diplomático, novelista, poeta, ensayista,
traductor de poesía
y editor.
Entre sus ensayos
cabe mencionar lecturas del nuevo milenio y su
recopilación "La hojarazca sobre la hierba".
Su poesía está
recogida en dos tomos, "Viaje en la comedia" y
"Fin de la
comedia".
Entre sus novelas,
"En agonía", "La forma del mundo", "El indeterminado de
cabeza de bronce" y "Selinunte". |
No existe encuesta de opinión en la que este tema no ocupe el podio.
En la inmensa mayoría de ellas, la
inseguridad lidera el ranking de las preocupaciones cívicas. Sin
embargo su abordaje siempre queda pospuesto.
Probablemente esto tenga que ver con la percepción que tiene la
política acerca de la escasa chance de lograr triunfos en el corto
plazo y su natural inclinación hacia aquellos tópicos en los que
puede torcer el rumbo con celeridad siempre dentro del mandato del
poderoso de turno.
Temáticas como la educación, la seguridad y otras tantas similares,
que ameritan enormes esfuerzos y cuyos resultados positivos no se
consiguen con rapidez, por exitosas que sean las decisiones tomadas,
no entusiasman a la clase dirigente. Prefieren ocuparse de aquello
que genera impactos más inmediatos como la economía o el
reconocimiento de nuevos derechos.
Nadie desconoce el complejo entramado del problema de la
inseguridad. Tiene múltiples aristas, sus causas no son fáciles de
enfrentar y las soluciones de fondo demandan de tiempo y paciencia.
Pero justamente por eso hay que arrancar
ahora, porque modificar esta inercia llevará décadas. El solo hecho
de detener la escalada justifica invertirle ingenio y dedicación.
No es que no se haga algo al respecto.
Brotan, con alguna frecuencia,
propuestas interesantes, debates apasionados y hasta medidas
concretas, pero siempre son aisladas, divorciadas del conjunto, por
lo que se torna difícil ser optimistas con la eficacia de ese tipo
de determinaciones.
Cierta tendencia a la simplificación termina enfocándose en un solo
factor, por eso muchos afirman que detrás de esta calamidad está la
droga, sin comprender que es uno de los tantos emergentes, pero no
el único.
Indudablemente es un dato de la
realidad, un síntoma entre otros, pero lejos está de explicar el
contexto contemporáneo de una sociedad en la que el robo, la
violencia, el odio, la intolerancia, el resentimiento, el desprecio
por el otro y hasta el homicidio, ya son moneda corriente.
No menos alarmante es dimensionar la dificultad para encontrar
especialistas en la materia.
Claro que existen profesionales que
saben y mucho, pero siempre sobre un aspecto puntual de la
problemática, sin esa mirada universal que se precisa para una
aproximación seria y responsable:
-
la situación de las cárceles
como institución para recuperar ciudadanos y no como
herramienta para disciplinar individuos
-
la diversidad de leyes vigentes
muchas de ellas contradictorias
-
la infinita variedad de
estimulantes disponibles
-
la debilidad de la educación
como instrumento para proveer conocimientos
-
el deterioro de la institución
familiar como formadora del carácter
-
la siempre insuficiente
capacitación y jerarquización del personal de seguridad
-
la imprescindible incorporación
de tecnología al servicio de la comunidad
-
la puja entre los derechos
individuales y la presunción de culpabilidad
-
el funcionamiento del
desprestigiado sistema judicial
-
la pobreza enquistada que
tampoco ayuda,
...son solo una parte de una larga lista
de asuntos que deben asumirse de una vez por todas.
El problema es que esa descripción no es nueva y lleva décadas
exactamente en ese mismo lugar. Pese a ello, muchas de esas
transformaciones ni siquiera se han planteado. En esto siempre es
tarde porque en este juego de postergaciones eternas no solo se
pierden bienes sino también vidas.
El aplazamiento infinito, este perverso
esquema en el que la inseguridad nunca se encara, es despiadadamente
cruel.
Es tan grave lo que ocurre que se ha empezado a naturalizar lo
inadmisible. Se vive encerrado tras las rejas del hogar, con puertas
que se aseguran, no solo bajo llave, sino con nuevas técnicas que
garanticen su inviolabilidad.
Salir a la calle implica asumir grandes
riesgos personales, prepararse para saber por dónde caminar, en que
horarios y bajo qué circunstancias. Ocultar relojes, pulseras o
cadenas y evitar la manipulación de dispositivos tecnológicos para
no tentar a los delincuentes ya es parte de la rutina.
Definitivamente esa no es la vida a la que aspira un ciudadano medio
que espera que su gobierno, al menos proteja su derecho a la vida, a
su libertad y a su propiedad.
Si bien esas deben ser las funciones
fundamentales, la política sigue jugando a discutir si el Estado
debe ser empresario, constructor, inversor o prestador de servicios
no esenciales.
A no engañarse. Nada de esto sucede por casualidad. Tal vez la
sociedad se ha acostumbrado a vivir atemorizada,
limitando su accionar cotidiano porque le importa más resguardar su
poder adquisitivo que la vida misma.
Es hora de que este asunto se ponga en el centro de la escena. No se
puede delegar semejante responsabilidad en manos de un funcionario o
un área que solo se dedique a los casos de mayor espectacularidad.
La situación merece otra actitud.
Para eso la clase política, las
distintas jurisdicciones y sobre todo, la sociedad civil deben
involucrarse y comprometerse.
El tema preocupa y mucho, sobre todo porque ni siquiera se dispone
de un diagnóstico contundente. Los ciudadanos deben reclamar con
mucha fuerza, porque la política es hipersensible a las demandas de
la sociedad, siempre que esta sea capaz de sostener su intensidad y
no caiga en la dinámica espasmódica tan habitual en estos tiempos.
Lo hecho hasta acá es poco y a las luces
de lo que acontece a diario, evidentemente insuficiente.
Lamentablemente la inseguridad sigue
siendo esa prioridad postergada.
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