por Alberto Medina Méndez
20 Marzo 2016
del Sitio Web
TeoduloLopezMelendez
La política contemporánea invita permanentemente a encarar debates
que son absolutamente periféricos e intranscendentes,
que tienen la intención de ocultar contenidos de mayor magnitud.
No importa cuál sea el tema que propone
la coyuntura. Invariablemente todo gira alrededor de lo mismo.
Lo concreto es que el gasto estatal está totalmente desbordado. La
sociedad pretende que el Estado lo haga todo, barato y bien. Eso
requiere de recursos que no son inacabables.
En ese contexto, la disyuntiva central
pasa por definir a quienes saquear en cada ocasión.
Vale la pena recordar que los gobiernos se alimentan de tres únicas
fuentes y por más creatividad que se le imprima a este dilema,
serán,
-
los impuestos
-
el endeudamiento
-
la emisión de dinero,
...las únicas alternativas a las que
pueden recurrir los que conducen los destinos políticos de la
comunidad.
Se podrán buscar atajos, se utilizarán ardides, se encontrarán
inclusive métodos para dilatar los impactos, pero inexorablemente la
cuenta algún día se paga. Las vivencias dan testimonio de que cuanto
más retorcido es el artilugio, desenredarlo resulta, a su vez, mucho
más engorroso.
Esta es la radiografía de muchas sociedades que han intentado hacer
del gasto estatal un mecanismo flexible, capaz de soportar cualquier
dislate, sin advertir que han fabricado una verdadera "bomba de
tiempo".
Esa intrincada construcción no resiste más y administrarla con
sensatez parece casi imposible. La clase política ha decidido no dar
la mala noticia. Es por eso que siguen hablando del Estado como un
ente mágico que todo lo puede y que es capaz de brindar múltiples
soluciones a los problemas.
Tal vez sea el momento de empezar a admitir que ese discurso está
repleto de repetidas falacias y absurdas mentiras. El Estado no
puede siquiera resolver los asuntos más elementales, esos que le
dieron nacimiento en el origen de las sociedades organizadas.
La Justicia ya no goza de ninguna respetabilidad y los ciudadanos
saben que su seguridad personal, depende más de las acciones
preventivas que encara cada individuo que de la protección del las
leyes.
El Estado no aborda sus funciones
esenciales con eficiencia. No puede ocuparse siquiera de lo menos,
por lo tanto tampoco puede hacer bien el resto de esas misiones que
la ciudadana, en un acto de candidez e ingenuidad, le encomienda.
Claro que la política miente cuando dice que puede hacerse cargo de
esos nobles objetivos.
El Estado moderno no puede garantizar ni
seguridad ni justicia, pero tampoco es eficaz a la hora de educar o
curar, mucho menos puede ser empresario o administrar algo más
complejo con cierto criterio.
Es tiempo de entender que los dirigentes han ingresado al círculo
vicioso del embuste eterno, solo porque no han reunido el
valor suficiente para confesar que el sistema que ellos defienden ha
colapsado y es ingobernable.
Es importante aceptar que la mayoría de ellos, también, siguen en
esa inercia crónica porque existe una sociedad que prefiere la
ceguera y la inocencia a la verdad, esa que se verifica en la propia
experiencia empírica.
Es más fácil delegar responsabilidades que asumirlas como propias.
Será por eso, probablemente, que los
ciudadanos siguen buscando a quien endilgarle la tarea que ellos
mismos no desean tomar en sus manos.
No se trata de defenestrar a la política y convertirla en la única
responsable de todas las calamidades de esta era sino, en todo caso,
de comprender que parte de este desatino permanente le toca a cada
uno en este juego.
La política debe ser el instrumento para transformar la realidad.
Pero es vital distinguir entre su potencial, lo que se puede esperar
de ella y su dramático presente, diferenciando lo que debería hacer
de lo que hace.
La dirigencia actual ha elegido obedecer a la sociedad, intentando
ser consecuente con sus demandas, por eso solo dice lo que la gente
quiere escuchar.
Son los ciudadanos los que parecen estar
muy confundidos al creer que lo que el Estado gasta nace del aire,
al punto que muchos se han convencido de que si los políticos dejan
de robar, el dinero es inagotable.
La corrupción es mala y no debería ser tolerada jamás, en ninguna de
sus formas. Pero es muy ingenuo creer que si el gobierno fuera
honesto le sobrarían los recursos para hacer todo lo que la gente
pretende.
Como en la vida misma, se precisa comprender que las necesidades
insatisfechas son ilimitadas pero también que los recursos son
siempre escasos. En definitiva, solo se trata de asignar prioridades
y eso implica, irremediablemente, dejar de lado ciertas cuestiones
para privilegiar otras.
Mientras no se comprenda esta lógica básica, se seguirá tropezando
indefinidamente.
En esto, todos son responsables. Primero
los líderes por no plantear con franqueza la verdad, aunque sea
políticamente incorrecta, pero también la ciudadanía que, a estas
alturas, ya no puede alegar ignorancia.
Se puede seguir debatiendo sobre las circunstancias emergentes del
presente, sobre si es mejor crear nuevos impuestos o aumentar los
existentes, emitir a mansalva o endeudarse como tantas otras veces
en el pasado, pero más tarde o más temprano, habrá que enfrentar la
verdadera discusión de fondo...
|