Septiembre 24, 2014
del Sitio Web
GazzettaDelApocalipsis
Nuestra mente está llena de ellas.
De hecho las han utilizado para programarnos con ellas desde
pequeños, a base de repetírnoslas constantemente con tono
sentencioso.
Se trata de pequeñas frases y aseveraciones aparentemente
bienintencionadas, pero que si las analizamos bien, veremos que
ocultan en su interior retorcidos mecanismos de programación para
limitar nuestro poder individual.
Podríamos considerar estas afirmaciones de tono casi moralista como
la versión moderna y sustitutiva del "esto es pecado", pues tienen
la intención de condicionar nuestros actos y generar un cierto
sentimiento de culpa al que no las obedezca ciegamente.
Hay muchas de estas supuestas "verdades" instaladas en nuestro
cerebro, pero en este artículo nos centraremos en una en concreto:
"TU LIBERTAD TERMINA DONDE EMPIEZA
LA DE LOS DEMÁS".
Aparentemente, se trata de una de las
afirmaciones con más carga educativa que podemos encontrar.
Una forma gráfica de inculcarle a un niño dónde se encuentran los
límites de sus actos y cuándo empiezan a afectar negativamente a las
demás personas.
Quien más quien menos la habrá escuchado en alguna ocasión y algunos
aún recordamos la primera vez que nos la soltó algún viejo docente
en nuestra infancia, con el fin de corregir nuestra actitud.
Típica frasecilla que
creemos "sabia" y que repetimos como loros
Sin embargo, esta afirmación contiene en
su interior una trampa sutil, pues arroja una serie de preguntas
difíciles de responder:
si mi libertad termina donde empieza
la de los demás,
-
¿Dónde empieza y termina la
libertad de los demás?
-
¿Y la mía?
-
¿Cuáles son los límites de todas
nuestras libertades?
-
¿Quién los establece?
-
¿Los establezco yo?
-
¿Los establecen las demás
personas?
Y es que aquí es donde reside la clave
del asunto: para reglamentar dónde empiezan y terminan las
libertades de cada uno, hacen falta reglas que garanticen la
convivencia social.
Es decir, imponerle LÍMITES a tu libertad individual.
Límites que no estableces tú mismo, sino que te son impuestos desde
el exterior, por más que la frase pretenda insinuar falsamente que
la gestión de tu libertad dependerá de tu criterio personal.
Y aunque la mayoría de personas que hacen uso de la frase no sean
conscientes de ello, este es el auténtico objetivo que oculta esta
aseveración:
no trata de garantizar la
convivencia social, sino que busca que aceptes que alguien
externo a ti ponga límites a tu libertad y acates esa imposición
como algo bueno y positivo, basándose en supuestas
normas morales o sociales.
Puede parecer razonable que todos
renunciemos a parte de nuestra libertad para convivir pacíficamente
los unos con los otros. Y esta frase sobre los límites de la
libertad resume muy bien esa necesidad.
Pero en realidad se basa en un truco conceptual.
La trampa consiste en crear una imagen de la libertad parecida a una
pompa de jabón que nos rodea y que al rozar con la pompa de jabón de
otra persona acaba estallando, dejando así de ser "libertad".
Y esta visión de la libertad, aunque resulte muy gráfica y facilona
para los niños, es absolutamente errónea.
De hecho, no tiene ningún sentido.
Porque el problema fundamental reside en que, en este concepto de
libertad tipo "pompa de jabón", se tratan de insertar por la fuerza
los conceptos de "bondad y maldad", con el fin de delimitarla y
orientarla socialmente.
Y esos códigos morales nada tienen que ver con la libertad en sí.
La libertad no es ni buena ni mala. Es libertad y punto. Y debemos
aceptarla tal y como es, sin crearnos imágenes falsas en nuestra
psique.
Tu libertad incluye la posibilidad de oprimir o destruir la de los
demás. Tu libertad incluye la posibilidad de causar daño y dolor a
las demás personas. Aunque la utilices de la peor manera posible,
sigue siendo tu libertad; libertad en estado puro.
En todo caso debes ser tú mismo quien imponga los límites para no
hacerle daño a las demás personas, no porqué existan normas sociales
que te digan "que está mal hacerlo", sino porqué tú lo sientas
realmente así en tu interior.
Las buenas normas y reglas de convivencia no sirven de nada si no se
sienten como una necesidad y en cambio se perciben como una
imposición vacía de contenido.
Desde pequeños nos educan para obedecer reglas, normas y leyes, nos
cuentan para qué sirven, pero no nos ayudan a descubrir el
sentimiento asociado que debería acompañarlas.
Y es que ese sentimiento solo puede surgir de la percepción de una
libertad sin límites.
Nuestro mundo estaría mucho más sano si todos los individuos
fuéramos plenamente conscientes de que nuestra libertad nos
otorga la capacidad de hacer daño a los demás, aceptáramos este
hecho como algo natural y entonces, voluntariamente, renunciáramos a
ello.
Entonces llevaríamos a cabo un acto de plena soberanía individual,
basado en el auténtico amor y respeto hacia todo lo
que nos rodea.
En cambio no hay amor ni respeto alguno en la obligación de obedecer
normas y reglas bajo la amenaza de castigo o sanción por parte de la
sociedad.
En este caso, el único sentimiento que acompaña a tus actos es el
del miedo a ser sancionado.
Y todo esto nos lleva a una curiosa paradoja cuando queremos
inculcarle a nuestros descendientes un concepto de libertad que
garantice la perfecta convivencia entre individuos.
La paradoja radica en que los sentimientos de empatía más fuertes se
consolidan cuando una persona experimenta "el mal" de forma natural,
haciendo daño a los demás y sufriéndolo en propia carne.
Entonces es cuando se da cuenta de las consecuencias que tienen sus
actos y puede llegar a decidir, consciente y libremente, renunciar a
determinadas actitudes, si su nivel de conciencia se lo permite.
Aprende de forma natural que lo mejor es dar a los demás lo mismo
que él desea recibir de ellos.
Sin embargo, con la sanción preventiva de las "malas acciones"
mediante la aplicación de reglas, jamás se consigue erradicar el mal
uso de la libertad.
De hecho, los impulsos capaces de dañar a los demás siguen "ahí
dentro", reprimidos, ocultos en la psique, sin ser enfrentados ni
derrotados por la conciencia, esperando una ocasión oportuna para
manifestarse en toda su magnitud.
Así jamás puede erradicarse lo que alguna gente llama "la maldad",
simplemente porque no llegamos a enfrentarnos directamente a ella,
ni tan solo como concepto intrínseco a nosotros o como opción
natural en nuestra toma de decisiones.
Podemos verlo a nuestro alrededor:
el mundo está repleto de personas
bien educadas y programadas con las "aseveraciones más
sabias y bondadosas"; sin embargo, la falta de empatía y "la
maldad" no parecen haberse reducido demasiado, por muy
alfabetizados y moralizados que estemos todos.
Ese es el efecto oculto tras
afirmaciones limitantes del tipo: "tu libertad termina donde empieza
la de los demás"
Parecía una afirmación sabia, intachable y bienintencionada. Casi
una verdad indiscutible.
Pero quizás deberíamos reflexionar más a fondo sobre los conceptos
que les inculcamos a las generaciones venideras. A veces los
elementos más sutiles acaban levantando muros en nuestra psique que
nos acompañarán toda la vida.
Como podemos ver, éste no es un tema nada fácil…
|