Noviembre 05, 2014
del Sitio Web
GazzettaDelApocalipsis
Es una de las preguntas clave que todos deberíamos
hacernos.
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¿Por qué nos odiamos los unos a los otros por
motivos ideológicos o religiosos?
-
¿De dónde surge ese odio?
-
Cuando sentimos repulsión por alguien con una
ideología o unas inclinaciones opuestas a las nuestras, ¿de
dónde proviene ese rechazo?
Ésta es una cuestión que muy poca gente llega a
abordar con la debida profundidad, a pesar de contener una de las
claves que explican el funcionamiento de nuestro mundo.
Es algo que podemos ver constantemente a nuestro alrededor: el
rechazo exacerbado que sienten entre sí las personas de izquierdas y
las de derechas, los fundamentalistas cristianos y los
fundamentalistas musulmanes, la gente del Barça y la del Real
Madrid, etc...
Analicemos qué es lo que sucede en realidad dentro de nuestras
mentes.
Supongamos que somos de izquierdas o de derechas y que tenemos ante
nosotros a un opositor político, defendiendo con vehemencia posturas
radicalmente opuestas a las nuestras.
Algo que podemos experimentar fácilmente, cuando, por ejemplo, vemos
una tertulia política por la televisión.
Para empezar, cuando estamos ante una persona así no la vemos como
un individuo único y diferenciado sino que automáticamente lo
catalogamos como,
"ese facha", "ese comunista", "ese hippie", "ese
burgués", "ese socialista", "ese pepero", etc...
Es decir, nuestra mente nos impide ver a la persona
en sí y en su lugar aplica una categoría conceptual que lo engloba
dentro de un grupo, asignándole una etiqueta que solo existe dentro
de nuestras mentes.
Es como si un velo psíquico de repente cubriera nuestros ojos y
moldeara una nueva realidad aumentada que no es perceptible
físicamente.
Una vez se ponen en marcha estos mecanismos de identificación y
clasificación, el individuo en sí queda difuminado, casi anulado en
nuestra mente y ya solo percibimos en él los valores que nuestra
psique asocia al grupo del que forma parte.
Aquí es cuando aparecen los sentimientos de rechazo a la ideología
de ese grupo, muchas veces viscerales y enconados, que utilizamos
para atacar y despreciar al individuo que los representa.
Pero ese rechazo no tiene nada que ver con la persona en sí.
Ni tan solo tiene nada que ver con nosotros mismos.
Si a esa persona no la conocemos de nada, ni a nivel personal nos ha
hecho ningún daño, ¿cómo puede ser que nos provoque tanta rabia y
tanta repulsión?
Inundados por el sentimiento de aversión que nos produce, estamos
convencidos de que odiamos a "ese facha" o a "ese comunista", pero
en realidad es nuestra programación mental en forma de ideología la
que odia a la ideología opuesta expresada por ese individuo.
Es decir, nuestra programación mental odia a la programación mental
instalada en la mente de la otra persona y nos hace sentir una
profunda aversión por la forma en que esa ideología se manifiesta
físicamente a través de ese individuo.
Y eso nos lleva a la confusión de creer que odiamos a la persona en
sí.
Pero no es cierto. Es nuestra programación ideológica la que nos
utiliza a nosotros, la que hace uso de nuestro cuerpo y de nuestra
psique, para vehicular físicamente el rechazo.
Por decirlo de alguna forma, las ideas creadas por la mente humana,
acaban "poseyendo" a los seres humanos y utilizándolos para
manifestarse en el plano físico y cumplir con la función para la que
fueron creadas.
Sabemos que es una idea difícil de digerir, que suena extraña,
surrealista, algo que parece propio de una peli de terror o de
ciencia ficción, pero es la auténtica realidad del mundo en el que
vivimos y es un enfoque útil a la hora de comprender los problemas
que aquejan al mundo.
Vista desde este punto de vista, una guerra adquiere una nueva
dimensión.
Ya no la podemos ver simplemente como un enfrentamiento entre grupos
opuestos por motivos ideológicos, religiosos, económicos o
políticos.
Ni tan solo nos podemos limitar a verla como un conflicto entre
grandes grupos manipulados por diferentes élites, que con intereses
contrapuestos instrumentalizan a la población para pugnar entre sí.
Hay mucho más que eso: también hay un plano psíquico.
En una guerra por motivos ideológicos o religiosos, las
programaciones mentales opuestas actúan como si se enfrentaran entre
sí sobre un tablero de ajedrez, en el que las piezas eliminables son
los individuos programados con esas ideas.
Si no existiera esa programación mental, la guerra sería
prácticamente imposible.
En algún momento de nuestra evolución como seres humanos y a medida
que nuestra creciente capacidad intelectual nos permitía concebir
mecanismos abstractos más complejos, perdimos el control de nuestras
creaciones psíquicas, de nuestras ideas y concepciones y permitimos
que éstas nos acabaran controlando y esclavizando de forma sutil y
prácticamente imperceptible.
Es como si hubiéramos construido un coche con nuestras propias
manos, dotado de los mejores avances y de un magnífico computador a
bordo y con el paso del tiempo, en lugar de ser nosotros los que
utilizáramos el vehículo para desplazarnos adónde quisiéramos, fuera
el auto el que de forma sutil nos utilizara a nosotros para viajar
de un lado a otro a su voluntad, haciendo uso de nuestros ojos,
nuestras manos y nuestros pies para controlar el volante y los
pedales y dictándonos, con voz suave y de forma sutil, cuándo
debemos apretar el acelerador, hacia dónde debemos girar el volante
y adónde debemos ir.
Eso sería absurdo y antinatural, ¿no? El vehículo fue creado para
ser un instrumento a nuestro servicio y no al revés.
Pues es exactamente lo que estamos viviendo desde hace siglos y el
proceso cada vez va a peor. Si nos fijamos bien, somos el único
animal de la naturaleza que ha sido totalmente sometido por sus
creaciones intelectuales.
Por lo visto, nuestra extraordinaria capacidad para crear ideas de
la nada, esa chispa intelectual capaz de preñar el vacío que tanto
nos enorgullece y nos caracteriza como especie, se ha vuelto en
nuestra contra.
Desde el primer momento en que fuimos capaces de crear la primera
idea abstracta compleja, fuimos alimentando una suerte de monstruo
psíquico que ha ido creciendo cada vez más y desarrollándose hasta
el punto de apoderarse de nuestras mentes y someter nuestra
voluntad.
ESTO ES EL SISTEMA
Este inmenso conjunto de estructuras lógicas, ideas, conceptos,
creencias y valores abstractos que nos crean dependencias
psicológicas, nos programan la mente y terminan por controlar
nuestros actos, son lo que en esta serie de artículos llamamos EL
SISTEMA.
El SISTEMA, para la mayoría de gente son sólo las estructuras de
organización social, económica y política así como sus mecánicas de
funcionamiento.
Pero esa es una visión corta y limitada de la
realidad.
Lo que la mayoría de personas conciben como el Sistema, solo
es una de las representaciones externas y físicas del auténtico
Sistema, que en realidad es ese conjunto de mecanismos psíquicos que
lo generan todo, pues son la base creadora de nuestras estructuras
de pensamiento, nuestra conducta condicionada, nuestras creencias y
valores y su posterior plasmación a nivel social, político y
económico.
Por lo tanto, una persona que pretenda luchar contra el Sistema,
no puede perder el tiempo peleando exclusivamente con las
estructuras sociales externas, que no son más que sombras
proyectadas contra la pared, sino que debe ir a la raíz del asunto y
desactivar los mecanismos que lo generan todo y que habitan en el
interior de su psique.
¿Alguien se ha fijado que tras la mayoría de grandes y gloriosas
revoluciones que ha experimentado el mundo, siempre
vuelven a
reproducirse los mismos defectos pero con distinta forma y nombre?
15 años después del inicio
de la Revolución Francesa,
Napoleón se proclamaba emperador
La razón de que eso suceda de forma sistemática es que los
revolucionarios centran toda su energía en combatir la
representación externa el Sistema, las sombras en la pared, pero
dejan intacto el Sistema dentro de sus mentes.
Cuando culmina el proceso revolucionario, el sistema
que albergan en sus psiques, como si fuera un holograma, vuelve a
proyectarse en el exterior, creando estructuras aparentemente
diferentes, adaptadas a la nueva situación y a la nueva
"nomenclatura revolucionaria", pero en esencia, sigue siendo
el
mismo tipo de "entidad" con el mismo tipo de mecanismos.
Se trata de un fenómeno psíquico fascinante.
A pesar de que muchas de estas ideas, creencias y conceptos que
configuran el Sistema tienden a anularse entre sí por ser opuestas
desde su concepción, como sucede con la mayoría de creencias e
ideologías políticas, todas conforman un mismo cuerpo lógico
dinámico con una serie de características asombrosas.
Una de las características más fascinantes el Sistema es que está
en constante transformación, es decir, cambia continuamente debido a
la incorporación incesante de nuevos elementos lógicos procedentes
de la creación intelectual humana; o dicho de otra manera, crece sin
cesar gracias a la incorporación constante de nuevas ideas
concebidas por nosotros mismos.
Por lo tanto, el Sistema jamás permanece estático e inmutable, sino
que su naturaleza esencial es la mutación continua; una mutación que
implica la generación de nuevos y más refinados mecanismos lógicos
con el paso del tiempo, que se adaptan a las constantes
transformaciones humanas a nivel social y cultural.
Estamos pues ante una dinámica de constante
retroalimentación o feedback entre la representación interna del
Sistema que vive en nuestra psique y su plasmación externa a nivel
social.
Otra de las maravillosas características de este monstruo lógico que
llamamos Sistema, es que no se trata de una estructura homogénea que
esté representada de la misma forma dentro de cada ser humano.
Por decirlo de alguna manera, cada persona lleva instalada en su
mente una versión personalizada y única el Sistema, derivada de la
combinación de la programación recibida por la sociedad y las
experiencias y características propias de su vida y de su persona.
No obstante, la combinación de todas las versiones el Sistema
instaladas en todas las mentes humanas, a pesar de no ser
exactamente iguales, configuran algo parecido a un organismo lógico
unitario y común, formado por unidades que tienden a combinarse con
el fin de reforzar el conjunto.
Para comprenderlo mejor, supongamos que observamos un fragmento de
tejido en un microscopio.
Veremos que está formado por gran cantidad
de células similares entre sí, que comparten características y
funciones comunes, a pesar de que ninguna de esas células es
exactamente idéntica a la que tiene al lado; cada una de ellas es
una pieza única, algo parecido a lo que veríamos si observáramos una
multitud de personas desde gran altura.
Sin embargo, entre todas forman un órgano funcional.
Algo parecido sucede con el Sistema.
Es como un macroorganismo psíquico que en lugar de
estar formado por células, está formado por versiones diferentes de
sí mismo instaladas en las mentes de cada individuo, de manera que
puede volver a reproducirse todo el organismo partiendo de una sola
de esas versiones, de forma similar a como sucede con un cultivo
celular, en el que si mueren gran parte de las células, puede volver
a regenerarse a partir de las células sanas.
Esto nos lleva a comprender mejor por qué razón insistimos tanto en
la idea de que la única forma de desinstalar el Sistema es a nivel
individual.
Y es que cada persona lleva instalada en su mente una
versión propia el Sistema, algo parecido a una gran madeja de hilo
con sus propios nudos y enredos, que solo cada uno de nosotros puede
desenredar.
No existe un plan, una doctrina o un maestro que nos pueda ayudar o
dirigir en el proceso de deshacer nuestra madeja.
Como mucho pueden ayudarnos a hallar el cabo de la cuerda, la punta
del hilo a partir del cual empezar a tirar.
Pero deshacer la madeja, desinstalar el Sistema de
nuestra mente es un trabajo meramente individual e intransferible,
un trabajo interno que cada uno debe realizar por sí mismo armado
únicamente con el poder de su propia conciencia.
Y esto nos conduce a otra de las ideas que tanto hemos repetido
hasta ahora: el porqué de la lucha entre el Sistema y la conciencia
e identidad individuales.
Porque como hemos dicho, la única fuerza capaz de desinstalar el
Sistema es la firme voluntad individual de cada uno, superando los
propios mecanismos de programación el Sistema en la medida de lo
posible.
Por esa razón, el Sistema, hace todo lo posible por generar
mecanismos que anulen la soberanía y la conciencia individuales;
hace todo lo posible para uniformizar nuestras mentes, disolver
nuestra identidad diferenciada y atiborrarnos de programación para
que no lleguemos a escuchar nuestra auténtica voz interior.
Se trata de un simple mecanismo de autodefensa y autoperpetuación.
Un artículo que da que pensar:
Un Increíble Estudio Psicológico sobre
Simios y Humano que Habla Muy Mal de Nuestra Especie
A muchos de los lectores quizás les parezca extraño
pensar que un conjunto de conceptos e ideas que conforman un
entramado lógico, tiendan a defender su existencia, teniendo en
cuenta que no estamos hablando de organismos vivos con voluntad
propia.
Pero por lo visto, es así.
Y es algo que los lectores pueden comprobar consigo mismos.
¿Alguien
ha tratado alguna vez de eliminar de su mente una creencia, un
prejuicio o una ideología arraigada?
Intentadlo: os encontrareis con una tarea tan ardua y difícil como
tratar de arrancar un robusto árbol sin mas ayuda que las manos
desnudas.
Las ideas, los conceptos y las creencias, una vez instaurados en
nuestra psique, tienden a auto-perpetuarse y si llevan asociadas
emociones o son fuente generadora de sentimientos como el
patriotismo o la pasión por un equipo de fútbol, por poner un par de
ejemplos, pueden llegar a ser prácticamente imposibles de erradicar.
Y eso que solo hablamos de ideas, creencias o prejuicios aislados
que pueden ser sustituidos por otros, tan solo mutando parcialmente
la estructura general el Sistema.
Cuando hablamos de desinstalar el Sistema al completo, la tarea se
antoja imposible si no es mediante un completo lavado de cerebro que
borre nuestra mente y nos convierta en zombies.
Por esta razón, la única opción que tenemos es la de renunciar a
desinstalar los mecanismos de programación en sí, es decir, el
conjunto de creencias e ideologías como elementos separados y
centrarnos en comprender a fondo las lógicas básicas que sostienen
toda la estructura en pie, con el objetivo de relativizar su
importancia y devolverla al lugar que le corresponde.
Para comprender mejor lo que queremos decir, recordemos la metáfora
del coche que hemos expuesto anteriormente.
Se trataba de un vehículo que nosotros mismos habíamos construido y
que ahora nos dictaba constantemente adónde quería que lo
condujéramos, como si fuéramos simples chóferes a su servicio.
La única forma de recuperar de nuevo el control del vehículo no es
arrojarse del coche en marcha, sino despertar y tomar conciencia, de
una vez por todas, de que el vehículo nos está controlando.
Una vez asumida esta realidad, debemos tomar plena conciencia de que
nosotros no estamos al servicio de ese maldito auto, sino que es el
auto el que debe obedecer nuestras órdenes y ser una herramienta
útil para nuestras necesidades, pues para eso lo creamos.
Llegados aquí, y una vez identificado el problema, debemos empezar a
actuar.
Debemos levantar los pies de los pedales y separar las manos del
volante, ignorar las instrucciones que nos da la máquina y quitar la
llave del contacto.
Respirar profundamente y recordar cómo concebimos ese vehículo, cómo
lo ensamblamos, para qué lo construimos y qué soñábamos hacer con
él.
Y una vez recuperado el control, podremos decidir si volvemos a
encenderlo o lo desmontamos pieza a pieza para seguir a pie o
fabricar uno nuevo y mejor, sin olvidar, nunca más, que nuestras
creaciones intelectuales deben estar SIEMPRE a nuestro servicio y
NUNCA al revés.
No será una tarea fácil y lo que es más preocupante es que cada vez
tenemos menos tiempo para emprenderla.
Porque nadie se ha dado cuenta, pero de un tiempo hacia aquí el
coche cada vez corre más deprisa y nos acercamos peligrosamente a un
precipicio.
Es urgente ponerse manos a la obra…
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