04 Febrero 2015
del Sitio Web
GazzettaDelApocalipsis
Lo peor que le puede suceder a un prisionero es que acabe
sintiendo los muros de su celda como su hogar.
Cuando un ser humano llega a este estado, ya no sabe ser libre;
es el máximo nivel de esclavitud al que se puede llegar. Y
parece que todos hemos llegado ya a ese punto...
Todos vemos las cadenas que nos aprisionan como algo natural y
cotidiano; forman parte integral de nuestra vida de tal manera, que
ya creemos que son una extensión de nuestros propios cuerpos y de
nuestras propias mentes.
Una de esas cadenas que tanto nos inmoviliza, es la concepción que
tenemos sobre nuestra EDAD y las obligaciones que conlleva.
Cuando venimos a este mundo, se extiende ante nosotros un terreno
fértil e inexplorado, sin barreras ni muros de ningún tipo. Se trata
de nuestro tiempo de vida, un mapa en blanco que debemos dibujar a
medida que lo recorremos.
Pero la sociedad jamás nos permite que lo exploremos libremente,
como el territorio virgen que es.
Desde muy temprana edad, el Sistema inocula en nuestro cerebro
fronteras imaginarias, líneas divisorias y caminos de obligado
recorrido, que acaban configurando la única forma de explorar
nuestro tiempo vital.
Así es como ese territorio virgen queda dividido en regiones
ficticias formadas por las diferentes edades de nuestra vida:
la adolescencia, la juventud, la madurez, la
vejez, cada una de las cuales debemos vivir obligatoriamente
de determinada manera si queremos ser aceptados por los
demás e integrarnos en los mecanismos sociales.
LA EDAD - HERRAMIENTA DE
CONTROL SOCIAL
La edad se ha convertido en una de las herramientas más eficientes
creadas por el Sistema para controlar nuestras existencias.
Su función es sincronizar nuestros pasos con los de los demás
esclavos, hasta igualarnos a todos y convertir nuestras vidas en
estructuras temporales clonadas perfectamente predecibles, como si
todos formáramos parte de un mismo mecanismo de relojería.
La sociedad utiliza nuestra edad para dictar los hitos que debemos
conseguir según sus reglas de programación. Son como muescas en una
tarjeta perforada, que sirven para programar todos nuestros actos
futuros, como simples autómatas.
Conseguir o no esos hitos dentro del plazo prefijado por el Sistema,
nos clasifica como aptos o ineptos, como triunfadores o como
perdedores.
Así, nuestras vidas se convierten en una carrera continua a
contrarreloj en la que debemos ir cruzando las metas volantes antes
de que se acabe el tiempo que el sistema estipula para ello:
mantener la primera relación sexual, sacarse los
estudios, entrar en la universidad, obtener el primer trabajo,
sacarse el carnet de conducir, comprar el primer coche,
marcharse de casa, ganar dinero, casarse o vivir en pareja,
tener un hijo…
Llegar tarde a esas metas o directamente saltárselas,
nos conduce a ser clasificados de determinada manera por los demás,
incluso como fracasados o inadaptados.
Y lo más curioso es que todos lo aceptamos como si fuera la única
realidad posible.
Nos han hecho creer a todos que la vida solo puede vivirse de esta
manera, siguiendo este plan prefijado, como si fuera algo natural e
inevitable, como la ley de la gravedad o las leyes de la física.
Nadie se da cuenta de que todos los hitos relacionados con la edad
que nos impone el Sistema son elementos externos arbitrarios cuya
existencia y valor dependen única y exclusivamente de convenciones
sociales o de nuestra aceptación y acatamiento.
No hay ninguna fuerza real en el universo que determine que a los 40
años no podamos jugar con los clicks de Playmobil, que a los 60 no
podamos hacer el payaso o que a los 15 no nos atraigan más las
discusiones filosóficas que ir a bailar a una discoteca.
La Sociedad ha llenado nuestra mente de muros relacionados con la
edad, traducidos en expresiones del tipo,
-
"esto aún no lo puedes hacer"
-
"eres demasiado mayor para comportarte así"
-
"debería darte vergüenza hacer estas cosas a
tu edad"...
Multitud de barreras psicológicas que el sistema
levanta en nuestras vidas, hasta convertir una fértil y amplia
pradera en un laberinto de paredes de ladrillo:
Pero son solo muros ficticios, como esas líneas imaginarias que
llamamos fronteras, que dividen la tierra en países que no existen
en el espacio natural; o los calendarios, que dividen
imaginariamente nuestro tiempo en paquetes de 7 días a los cuales
hemos llamado "semanas".
En realidad, tener tal o cual edad no tiene por qué determinar ni
nuestra actitud, ni nuestros anhelos, ni nuestros sueños, ni
nuestros actos.
Los únicos condicionantes reales relacionados con nuestro tiempo de
vida, los determinan nuestra capacidad física, nuestro desarrollo
psicológico, nuestros conocimientos, nuestra energía vital, nuestra
ilusión por soñar y luchar y ante todo, nuestra voluntad como
individuos.
Elementos todos ellos que son diferentes para cada persona,
dependiendo de sus características y de sus circunstancias
personales.
MADUROS Y RESPONSABLES - LA
GRAN MENTIRA
Una de las grandes mentiras de nuestra vida es la de "hacerse
mayor", aquello que pomposamente llamamos "madurar" y que aplicamos
a las personas que están "plenamente desarrolladas".
Pero,
¿Qué es una persona madura?
¿Aquella que no escucha su propia voz y sumisamente obedece los
dictados establecidos por los demás?
¿Aquel que se somete sin rechistar al destino que le escribe el
Sistema, aunque lo haga con renglones torcidos y letra ilegible?
¿Aquel que cree que el tiempo y el calendario son una misma cosa
y se ha rendido a su implacable dictadura?
¿Aquel que no se atreve a jugar, o a saltar y bailar como un
niño cuando le viene en gana, pero que espera ansioso que
lleguen las fechas programadas del Carnaval para que él y otros
borregos como él puedan hacer el imbécil con el debido permiso
de la sociedad y nadie les mire mal por ello?
¿Eso es ser maduro?
¿Y ser responsable?
Se supone que es responsable aquél "que pone cuidado
y atención en lo que hace o decide". Es decir, aquel que asume las
consecuencias sobre sus propios actos.
Pero estas definiciones son un completo engaño. Porque lo cierto es
que si tus actos o decisiones no obedecen a las reglas previstas,
jamás serás considerado alguien "maduro" y "responsable"
Si en un acto de madurez y responsabilidad, asumiendo las
consecuencias de tus decisiones, decides dejarlo todo y irte a vagar
desnudo por bosques y llanuras bajo la luz del sol y de la luna,
-
por mucho que hayas tomado esa decisión a
conciencia y de forma meditada
-
por mucho que hayas valorado los peligros que
conlleva y hayas aceptado las posibles consecuencias
-
por muy desarrollado que estés a nivel
psicológico,
...la sociedad no te tratará como a una persona
madura y responsable, sino como a un demente o un desequilibrado.
Sin embargo, un hombre que despilfarra todo el tiempo de su vida
pagando la hipoteca de un apartamento y cuyo único sueño es comprar
productos clónicos fabricados en serie hasta el día de su muerte, es
considerado una persona "equilibrada", "responsable" y "madura".
Aunque tenga tan bajo nivel de conciencia que ni tan
solo llegue a preguntarse por qué razón emplea todo su tiempo en
hacer eso, qué sentido tiene hacerlo, ni qué consecuencias tiene
para el resto de la humanidad que siga haciéndolo.
Así pues, los conceptos de madurez y responsabilidad en la sociedad
nada tienen que ver con la toma de conciencia individual, ni con la
asunción de las consecuencias de tus actos.
En realidad significan Obediencia.
Para el Sistema, una persona madura y responsable es una persona que
acepta obedecer, como un caballo salvaje que ha sido domado y que
sumisamente se somete a su jinete, bajando la cabeza…
UNA VIDA MOLDEADA
Es así de triste.
Desde que vemos la primera luz, hay un molde esperando para
configurar la forma que tomará nuestro futuro, a través de objetivos
de forzoso cumplimiento, ordenados cronológicamente.
Es como si al nacer nos presentaran un examen con todas las
preguntas que deberemos responder, obligatoriamente y por orden
estricto, bajo la amenaza permanente de ser castigados si al
responder cada una de ellas nos equivocamos o si nos atrevemos a
escribir lo que nos viene en gana y no lo que se supone que debemos
decir para ser aprobados.
¿Y cuál es la recompensa que nos espera por realizar este examen
social?
Si seguimos las instrucciones sin rechistar y vamos respondiendo a
las preguntas en el orden establecido y sin escribir fuera de los
márgenes, la sociedad nos dará un golpecito en la espalda y con tono
condescendiente nos dirá que "hemos llevado una vida provechosa".
Ese es el gran premio.
Sin embargo, todo aquel que ose responder a las preguntas según el
orden que le plazca o se dedique a hacer dibujitos en los márgenes
del examen, será etiquetado como fracasado o irresponsable.
Y aquel que se atreva a alzar la voz con demandas impertinentes, se
niegue a responder a las preguntas o se levante del pupitre para
hacer lo que le venga en gana, será considerado un excéntrico,
un inadaptado o directamente, un loco.
El Sistema no se conforma con reducir el valor de la vida del
individuo, arrebatarle su soberanía, reducir al mínimo el
significado de su tiempo y ensuciar el concepto de individualidad de
forma sibilina convirtiéndolo en sinónimo de "discordancia
inarmónica".
El objetivo final de este examen social, hábilmente tejido sobre la
dictadura de la edad, es el de someternos a juicio como individuos y
clasificarnos como "triunfadores" o "fracasados", "adaptados" o
"inadaptados", dependiendo de nuestro nivel de sumisión a los
mecanismos del Sistema.
Y lo que es peor: se trata de un juicio en el que, inadvertidamente,
nosotros mismos ejercemos de jueces y acusados a la vez.
EL AUTOCASTIGO DE LA CULPA
Una de las grandes herramientas del Sistema para conducirnos con el
resto del rebaño, es hacernos sentir culpables ante nosotros mismos.
Si alguien se atreve a saltarse la programación temporal relacionada
con su edad, será calificado por los demás como inadaptado o
perdedor y esa presión insoportable del entorno se traducirá en su
mente en un sentimiento de culpa ante su presunto fracaso.
En ese momento, se convertirá en juez de sí mismo; un juez que
intentará aplicar las leyes del Sistema con toda la severidad,
aunque ello implique hundirse en el fango de la baja autoestima.
Conseguir escapar de ese juicio, que irremisiblemente se traduce en
un sentimiento de culpa ante el presunto fracaso social, es una
tarea titánica, solo al alcance de personas psicológicamente muy
fuertes.
La única forma de acabar con ese sentimiento de culpa y de fracaso,
es levantarse en medio del juicio y no reconocer al juez.
Y no reconocer al juez, esa voz castigadora que se
auto-flagela por no haber cumplido con el programa establecido, es
algo que solo puede conseguirse si esa persona se niega a reconocer
las leyes del Sistema con las que se está juzgando a sí mismo.
Algo que implica, no solo enfrentarse con esa parte de sí mismo que
está aceptando como reales las reglas del Sistema, sino enfrentarse
cara a cara con el Sistema al completo, incluidas todas aquellas
personas que le rodean y que le consideran un inadaptado.
Conseguir eso, es un acto de conciencia, valentía y fortaleza
extremas, que muchas veces conduce a la soledad más absoluta.
Un precio muy alto que no todo el mundo está capacitado para
soportar.
EL JUEZ SUPREMO
Y es que aquí, la pregunta clave es:
¿Quién debe decidir el éxito o el fracaso sobre
la propia vida?
¿Quién debe ser el juez supremo sobre la propia existencia?
¿La sociedad, con esas reglas externas que solo viven en la
mente de los demás?
¿Tiene algún sentido someter toda tu vida a normas abstractas
cuya única fuerza viene determinada por el propio sometimiento
voluntario a ellas?
Hacerlo es sencillamente absurdo, por más que lo haga
todo el mundo.
Porque lo cierto es que cuando venimos a este mundo llegamos sin
ninguna de esas normas y reglas instaladas en nuestra mente.
Nuestra psique está libre de esos muros ficticios y nuestro tiempo
de vida es un terreno despejado que se extiende ante nosotros para
que lo exploremos como más nos plazca.
Porque es nuestro patrimonio. Nuestro gran tesoro, personal e
intransferible. Nuestra única propiedad real.
Como también lo son todas nuestras decisiones a lo largo de la vida,
fruto de la voluntad individual, que es la única autoridad real con
derecho a determinar cómo usamos ese tiempo.
Entonces, si nuestro tiempo de vida y nuestras decisiones son la
única propiedad real que tenemos y nuestra voluntad es la única
autoridad con derecho sobre ellas,
¿Por que acabamos sometidos a un conjunto de
reglas abstractas y a las opiniones de los demás?
¿Cómo podemos calificar a una renuncia de este calado, a una
derrota voluntaria de tal magnitud?
Nadie nos lo dirá jamás y mucho menos la sociedad…
pero esa renuncia al propio poder es la mayor pérdida
que podemos tener en la vida.
Eso es, realmente, fracasar en la vida.
Así pues, rompamos ese molde inmovilizante que nos aplicaron nada
más nacer; olvidemos nuestra edad y lo que se supone que debe
implicar en nuestra toma de decisiones o en nuestra actitud ante las
cosas.
La edad solo es un número, un dígito abstracto y vacío, que no puede
determinar ni lo que somos, ni lo que deseamos hacer, ni lo que
queremos o podemos llegar a ser.
Solo nuestra voluntad y el vigor de nuestros cuerpos pueden hacerlo.
¿De verdad quieres triunfar en la vida?
Pues recupera el poder que por naturaleza te
corresponde…
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